Tacones, misterios y baladas Esta flamante comedia con destellos musicales, románticos y policiales se conecta -a su manera posmoderna- con esa pretérita edad de oro del “cine argentino de teléfono blanco”, que producía abundantes títulos de contenido rosa, frívolo y sofisticado. En el caso de “Extraños en la noche” podría hablarse de un cine equivalente pero con “tacones lujosos y estilizados”, en busca de un persistente estilo glamoroso. Siguiendo la línea de referentes descollantes como Pedro Almodóvar, Woody Allen y Blake Edwards, entre otros, la película de Alejandro Montiel intenta hacer pie en el humor y los enredos típicos del género comedia, logrando algunos apreciables momentos en ese sentido, para abrir posteriormente una subtrama de suspenso que -en su caso- no llega a conectarse totalmente y resulta algo forzada. Glamour, humor y cinefilia Torres y Zylberberg conforman una pareja simpática: Martín y Sol, dos enamorados acechados por apremios económicos. Ambos son músicos talentosos pero se ganan la vida presentándose en hoteles de cinco estrellas, actuando para turistas y empresarios no demasiado interesados en su espectáculo. La presentación inicial, con el actor arrancando aterciopeladas melodías al piano y ella cantando sensualmente, apoyada en el instrumento como si fuera un sofá, homenajea la escena más recordada de “Los fabulosos Baker Boys”, aportando a la larga serie de citas cinematográficas que contiene la película desde su mismo inicio, con una viñeta de animación como la que precede a “Un disparo en la oscuridad”, la comedia clásica que Edwards realizó a inicios de los sesenta. Asimismo, cuando por vueltas de tuerca del guión, la película se desdobla en una suerte de thriller, la pareja recordará a los detectives amateurs encarnados por Woody Allen y Diane Keaton en “Misterioso asesinato en Manhattan”. Además de la ductilidad de la joven para la comedia y los gags histriónicos de Torres, aportan al humor las participaciones de Daniel Rabinovich y Betiana Blum como los padres de Martín. La música funciona siempre como síntesis y hasta incluye una especie de videoclip en el que Diego Torres estrena una balada pop con su característica energía pum para arriba. Saltos y réplicas El énfasis está intencionalmente puesto en la forma (el cómo) de una propuesta que hace de la superficialidad y la ligereza todo un culto. Para ello, la película recorre ambiciosamente los estereotipos y los clichés, pero le cuesta articular las distintas vertientes. En brillante papel celofán, se presenta una trama liviana a pesar de sus múltiples géneros que circulan sin amalgamarse en una historia que fluye irregular entre polos distintos. Como policial, no busca acentuar el horror ni las miserias sociales, alejándose en ese sentido del filme noire. Se parece, eso sí, a una parodia de las novelas de enigma a lo Agatha Christie, donde los asesinatos transcurren -casi sin sangre- en lugares refinados y suntuosos. “Extraños en la noche” es un experimento híbrido que esencialmente se inclina por el encanto de una comedia romántica que sigue las peripecias de la pareja protagónica en el devenir de cómo superar obstáculos y dificultades. La dupla de cantantes resolverá sus problemas adaptándose a lo que inicialmente desprecian. Así, Martín y Sol irán desde el lugar de perdedores hacia la felicidad y el éxito, siguiendo los consejos de uno de los personajes más risibles, el interpretado por Fabián Vena, como un exótico manager de músicos con refinado olfato para los negocios. A esta altura, es necesario recordar que tanto el director como la actriz principal (Alejandro Montiel y Julieta Zylberberg) provienen del cine independiente, con una trayectoria destacada, particularmente en el caso de ella (“La niña santa”, “La mirada invisible”). Y con esta película ambos dan un salto hacia lo masivo, semejándose a los personajes principales, que aspiran integrar calidad con aspiraciones comerciales.
La válvula de escape Más comedia y menos drama es lo que predomina en esta nueva obra del director Daniel Burman, uno de los mejores realizadores que ha dado el cine nacional en los últimos años. Y como ocurre (y está bien que así sea) en cada autor con sello definido, se reconocen una vez más algunos temas recurrentes de su cine, como la relación padre/hijos, los conflictos de pareja y las preguntas metafísicas y existenciales sazonadas con un humor especial. Sin embargo, la historia busca esta vez otros climas, alejados del tono más bien crepuscular de sus dos últimos filmes “El nido vacío” y “Dos hermanos”. Los protagonistas principales de “La suerte en tus manos” están generacionalmente sobre el filo de los cuarenta, con ex parejas a sus espaldas y con hijos para convivir los fines de semana (en el caso de él) o (como en el caso de ella, hasta ese momento cerrada voluntariamente a la idea de ser madre), transitando las últimas posibilidades biológicas para serlo. Uriel/Drexler y Gloria/Bertucelli han sido novios cuando eran muy jóvenes y después la vida los llevó por distintos caminos, hasta que se reencuentran en situaciones no demasiado diferentes, ya que tienen en común -además del pasado- una presente cuota de alta soledad y un disconformismo camuflado de seudoadaptación a un sistema al que no parecen incorporarse ciegamente. El efecto optimista Es evidente que el relato busca circular por aguas superficiales y en lo posible gozosas, a pesar de que por debajo se intuya cierta melancolía persistente. Los personajes de Burman nunca son totalmente conformistas y siempre están a la búsqueda de señales, al menos a través de preguntas o de acciones contundentes, para construir o mejor dicho re-construir su destino. En medio de los gags de puro efecto cómico, quedan suspendidas explicaciones a preguntas fundamentales, como la que contesta el rabino sobre la postura de la religión ante el azar y que da origen al título de la película. La actitud de juego, para la que siempre están dispuestos los niños y difícilmente los adultos, parece ser la clave, o mejor dicho el umbral para saltar hacia un futuro con mucho a reconstruir, para disfrutar con lo que quede. La puerta abierta Desde el punto de vista actoral, Drexler cautiva con un rol de antihéroe inseguro pero simpático versus una contundente Valeria Bertucelli como una Gloria anticonformista frontal y explosiva, en tanto que en torno a la dupla estelar hay un interesante elenco secundario, que aporta presencia y naturalidad a sus personajes, principalmente Norma Aleandro y Luis Brandoni. Los personajes, tanto principales como secundarios, tienen en común la bienaventuranza de no pasar por los mismos problemas económicos que han desplazado a la tradicional clase media argentina. Y también que todos ellos tienen alguna válvula de escape, una salida particular y secreta para seguir adelante. La película hace un buen uso de las locaciones en Buenos Aires y Rosario (hoteles-casinos de lujo) y da una vuelta de tuerca con una subtrama que tiene que ver con el leitmotiv de las segundas oportunidades: la reunión de la Trova Rosarina: Baglietto-Goldín-Garré-Abonizio que se reencuentran ya cincuentones sobre el escenario rosarino, desplegando la misma energía que cuando los acordes de “Se fuerza la máquina” surgían en los años ochenta. Desde un punto de vista formal, la película es visualmente impecable con una estética más transparente y accesible, aprovechando las posibilidades surreales de un contexto verosímil como son los peloteros o los juegos de agua. El vestuario, los objetos, las miradas de los personajes, la banda sonora, todo suma encantamiento en esta comedia más ligera y menos trascendente pero también menos pretenciosa, por lo cual resulta contundentemente sincera y convincente, donde todo lo que inicialmente parece gris devuelve finalmente un brillo disfrutable, un guiño de complicidad donde es posible sentirse identificado.
La rebeldía del hombrecito gris Norberto es un antihéroe más cómico que trágico, al estilo del Antoine Doinel de Truffaut, que a los treinta y pico no ha encontrado aún su lugar en el mundo. Sin trabajo estable y con una mala relación de pareja, la que encima le exige explicaciones sobre cómo gasta su dinero y su tiempo. Así, en crisis múltiple pero en búsqueda -en principio laboral- devenido a empleado sin sueldo, trabajando a comisión en una inmobiliaria de poca jerarquía, luego de algunas experiencias infructuosas le recomiendan un curso de autoafirmación que lo lleva a cruzarse con una escuela de teatro, donde descubrirá su vocación escondida y un ambiente que realmente lo aprecia y lo contiene. Este proceso no estará exento de situaciones que bordean lo ridículo o la tristeza pero sin caer nunca en ello. Desde la sensación de lo cotidiano, la acción se reduce al mínimo; los golpes de efecto brillan por su ausencia y la trama se entreteje en diálogos aparentemente desprovistos de mayor significado aunque reveladores de las características de los personajes y sus motivaciones. Con sustrato teatral La película es también un homenaje al teatro chéjoviano, que desdramatiza la tragicidad (sin excluirla), para poner en primer plano a la banalidad cotidiana y la rutina. No es casual que los personajes del elenco estudiantil al que se incorpora Norberto, ensayan escenas de “La Gaviota”, un canto a la libertad y una incitación a levantar vuelo hacia el propio rumbo, a pesar de las frustraciones. La aparente farsa de tono ligero encubre su propia tragedia en sordina, tras bastidores, como cuando Norberto cuenta el chiste del aspirante a cantante de ópera, exorcizando su timidez y sus miedos, burlándose de sí mismo en un relato muy festejado, que ridiculiza la torpeza de un aprendiz de actor. Los personajes tienden a hablar en circunloquios alrededor de un tema, en lugar de discutirlos expresamente, un concepto conocido como “subtexto” en el teatro de Chèjov y que formalmente se expresa aquí en una forma de filmar con mucho acento en la profundidad de campo: cuando Norberto entra al espacio nuevo donde descubrirá su vocación, un cartel sobre una pared reza una afirmación-espejo de lo que sucede al protagonista: “Actuar no es fingir, es encontrar una verdad”. Moderación y Modestia “Norberto Apenas Tarde” es una comedia uruguayo-argentina que cuenta también con la particularidad de haber sido escrita y dirigida por el actor Daniel Hendler, un intérprete muy personal que en los últimos años se ha transformado en un emblema del cine alternativo rioplatense. Muchas de las situaciones por las que atraviesa el personaje de esta historia y las características del protagonista interpretado convincentemente por Fernando Amaral, resultan familiares a los personajes compuestos por Hendler en comedias anteriores: un prototipo de bajo perfil y levemente patético, pero aún así capaz de patear el tablero para imprimir una nueva orientación a su vida. La película apela en todo momento a tonos neutros y ambiguos, que se mantienen incluso en un final de cierto optimismo. En ese mismo registro se mueve el buen elenco del film. Aunque la comedia fluye con aceptable naturalidad y un humor ligero (no de carcajada sino de sonrisas insinuadas), su ritmo es desparejo, cae en situaciones reiterativas, y logra entretener y emocionar a medias, moderadamente. Esto la define como una película modesta y no pretenciosa, con planos personales muy bien acompañados por una música agridulce, como cuando el personaje se desliza por las callecitas de Montevideo. Probablemente gustará a quienes disfrutan con las películas de la nouvelle vague y sus atmósferas sutilmente poéticas, donde el eje no pasa por lo estrictamente dramático.
Risas al filo de la navaja Agradable sorpresa la que depara esta ópera prima de Rosendo Ruiz, proveniente de la docta ciudad de Córdoba, aunque no sean sus conocidas catedrales ni otros íconos promocionados por el turismo comercial lo que muestra, sino el entorno marginal de boliches cuarteteros, clubes barriales y calles salvajes donde pululan todo tipo de personajes que bien podrían encabezar el ranking de una genuina picaresca nacional actualizada. La película está situada en esa línea donde se reconoce un cine popular sin caer en lo populista, vulgar o chabacano (aunque maneje elementos que sí lo son) y desde ese lugar, logra una aureola de empatía con personajes y ambientes transgresores del canon social convencional. El argumento transita desde la comedia romántico-musical hasta el thriller, un pastiche de espíritu almodovariano pero con sello propio: Juan Cruz, un joven fotógrafo intelectual, acude a cubrir un recital extramuros de la Mona Jiménez. Allí descubre a Sara, que pertenece a ese mundo ajeno. Y se ve envuelto en una serie de hechos delictivos que comienzan con la desaparición de su celular y luego de su cámara, cuya recuperación lo llevará a transformarse en rehén y delincuente transitorio en ese submundo desconocido y peligroso. De allí en más, irrumpen personajes del clan vinculado a la chica: un travesti, un dealer y un ex novio despechado que lidera una pandilla. Y como en los teleteatros (pero mejor), tenemos ante todo una historia de amor con desigualdad de clases, aunque a diferencia de éstos la película evita filmar “televisivamente” y por eso abunda en planos secuencia y mucha cámara en mano, donde se combina sabiamente un registro cinematográfico documental con otro ficcional. Un cóctel sociológico Aun con desajustes, “De Caravana” se impone por sus interesantes aciertos, explorando un territorio usualmente relegado por el nuevo cine argentino: el retrato del interior más urbano y callejero y además nos entrega personajes simpatiquísimos, como la conciliadora Penélope (Martín Rena) o Maxtor, interpretado por Rodrigo Savina, que lidera un entorno mafioso a su medida, sin privarse por ello de filosofar o bailar merengue, en forma literalmente deslumbrante. “De Caravana” encuentra su punto más fuerte en esa construcción de personajes y en su potente narrativa que no necesita de gags forzados ni chistes fáciles, algo que no pudo lograr -por ejemplo- Diego Rafecas, cuando en su fallida “Cruzadas” intentó mostrar recientemente el submundo bailantero en Baires y solamente consiguió una sarta de vulgaridades. Sin abandonar el tono humorístico de la comedia, entre puñetazos, bailes cuarteteros, persecuciones automovilísticas e incluso un secuestro resuelto inesperadamente, la cámara recorre la variada arquitectura cordobesa donde también se expresa la diferencia de clases y la pareja regresa del boliche bailable en un carrito tirado por un caballo que conduce un cartonero. Lo que sí no se llega a sentir a fondo es la conflictividad de la cuestión social en que transcurre la historia, resultando asombroso que un retrato sobre la marginalidad latente en barrios y bares de mala muerte pueda fluir con ironía y frescura, sin lastimar, con un trasfondo romántico -incluso tierno y pudoroso- donde la cámara no muestra las patadas (que solamente oímos amplificadas) y luego no mucho más que una aureola en torno a un ojo como cicatriz. La realizadora sesentista checa Vera Chytilová hablaba de las cosas que argumentalmente podrían ser cómicas si no fueran horribles; aquí, lo horrible queda relegado por aspectos siniestramente seductores, con una mirada risueña sobre lo trágico donde como en la “Fiesta” de Serrat “el noble y el villano, el prohombre y el gusano, bailan y se dan la mano, sin importarles la facha”, mientras el espectador se contagia y la música de la Mona resuena aun cuando ya terminó la historia y siguen los créditos.
Una fábula moral vertiginosa y negra Escrita, dirigida y protagonizada por George Clooney, la película pone su eje en las intrigas que pululan desde el centro de una campaña electoral para alcanzar la presidencia en EE.UU.; aunque queda muy claro que las resonancias son universales y atemporales. Precisamente, el título original alude a los Idus de Marzo de la antigua Roma, que a partir del asesinato de Julio César se convirtieron en una emblemática alusión a las traiciones en política para llegar al objetivo. Con intensidad vertiginosa, se cuenta una historia figurada, situada en un tiempo presente con elementos clásicos y conocidos pero suficientes como para desnudar el rostro miserable del camino hacia el poder, siendo imposible no relacionar la trama con la más candente actualidad. La película expone la hiperactiva trama de asesores en torno a dos candidatos presidenciales antagónicos: uno demócrata, Morris (interpretado por Clooney) y otro por el partido republicano. Resulta interesante, aunque en todo momento se manejen nombres ficticios, el hecho de que los brillantes discursos, las apariciones televisivas del gobernador que encarna Clooney, recuerdan sobremanera a la campaña del actual presidente norteamericano. El punto fuerte de la película son las interpretaciones: Stephen Meyers (Ryan Gosling) como un joven periodista, moderno discípulo de las artes de Maquiavelo. A su alrededor se lucen las actuaciones de Phillip Seymour Hoffman, Paul Giamatti, Marisa Tomei y Evan Rachel Wood, creando una atmósfera teatral que recupera el espíritu de la obra de Beau Willimon en la que está inspirado el guión, candidato a su vez como una de las mejores adaptaciones al cine. Retratos feroces La película expone una descripción realista de debilidades vergonzantes, aunque sin apelar al maniqueísmo entre víctimas o verdugos. Todo es negro y parejo, con humor ausente, aunque el film destila una de sus derivaciones más sombrías: el cinismo irónico. Inicialmente vemos al carismático personaje de Steve, totalmente abocado, entregado y convencido de una campaña que promete un proyecto capaz de cambiar el horizonte político estadounidense. El punto decisivo es el resultado en el estado de Ohio, donde quien logre las mejores alianzas se perfilará adelantadamente como ganador y precisamente en este momento crucial, su relación con una joven pasante de veinte años y una propuesta del manager que lidera la campaña rival le dan un vuelco a sus ideales mientras se suceden a su lado inesperadas traiciones. La película tiene una perspectiva crítica, satírica y despiadada pero el modo en que tanto demócratas como republicanos son expuestos en todas sus debilidades y bajezas evita cualquier enfoque interesadamente partidista. Como pocas, la película no deja un solo personaje con el que tener empatía ni compasión: es cínicamente nihilista. Cada conversación, cada silencio, cada gesto, componen un mundo falso, otros rostros debajo de las máscaras. Con sus puntos de giro y sus tres actos, la narración es totalmente clásica y muy ágil, prefiriendo las elipsis en honor a la brevedad antes que detalles. Tiene un cuidado tratamiento cromático que acentúa las sombras y acerca la película a la estética del policial duro. Aunque el film no posee la capacidad de denuncia que se presupone para un actor comprometido con varias causas políticas y humanitarias como Clooney, igualmente adquiere la estatura de una fábula moral sostenida con la solidez de las actuaciones con secuencias de un carácter narrativo brutal, en las que no se dice ni una sola palabra: pequeñas escenas que engrandecen la trama. El argumento incluye una línea melodramática a través del personaje interpretado por Evan Rachel Wood, algo confuso y sin la hondura necesaria para su incidencia, determinante en el desarrollo de los hechos. Clooney se encuentra entre los actuales realizadores más respetados de Hollywood y tal vez por eso se espera aún más profundidad, particularmente en la revelación principal, quedando la película algo fría y corta como crítica política, lo que no le resta interés ni filo a una mirada muy vigente sobre los oscuros caminos que conducen al poder.
El humor en lugares inesperados Alejado de las actuales factorías de productos premoldeados para la taquilla, nos llega esta buena película sobre un tema infrecuente y difícil, aunque descomprimido a través de un humor lo suficientemente insistente como para sostener el fuerte y duro núcleo emocional de la historia, basada en la experiencia personal del propio guionista y productor. El argumento cuasi-autobiográfico de Will Reiser nos cuenta una historia, donde el carismático actor Joseph Gordon-Levitt, de tímida expresión adolescente, encarna un personaje con el que es imposible no identificarse: Adam, que tiene 27 años y una vida confortable, con un trabajo que le gusta y una bella novia con la que -ante el asombro de su amigo, para quien el sexo es lo fundamental- afirma tener un feeling “más espiritual que físico”. Sin embargo, un día cualquiera, en que consulta al médico por un simple dolor de espaldas, le diagnostican un tumor maligno para el que tiene apenas el cincuenta por ciento de posibilidad de curarse. Pero aunque todo parezca servido para un festival del golpe bajo, la historia de “50/50” no apunta, como en nueve de cada diez casos, al desborde melodramático. Y aunque hay algunos momentos al borde del desequilibrio, éstos rápidamente son superados por el entorno familiar, amistoso y sentimental. Lecturas sin solemnidad El cáncer es un tema generalmente negado hasta en el vocabulario cotidiano, donde habitualmente se lo sustituye por algún eufemismo atenuante. Por el contrario, aquí los protagonistas naturalizan la inesperada situación, sin desgastantes ocultamientos y logran una extraña combinación al borde de las lágrimas, la comedia de humor por momentos escatológico y sentimientos redentores. El tema es encarado seria, pero no solemnemente y el ritmo nunca decae. Una memorable dupla cinematográfica despareja, al estilo de la encarnada por Gassman-Trintignant en “Il Sorpasso” es ahora la de Adam y Kyle, una pareja de amigos desigual y complementaria, donde Gordon-Levitt transmite una mezcla de ternura, humor y miedo, que necesita en sus momentos de debilidad y derrumbe recostarse en la incansable vitalidad optimista del personaje que interpreta Seth Rogen. Definitivamente la presencia de Kyle como el amigo de Adam hace la diferencia entre la comedia dramática que “50/50” es y el drama apagado que se transformaría sin él. Al modo de las grandes comedias de los setenta (“El graduado”, “El volar es para los pájaros”...) el film da mucho protagonismo a la música, con una excelente banda sonora que no carga las tintas en lo dramático sino en el vuelo poético. Pero probablemente es el elenco actoral donde la película alcanza su punto más fuerte, con Anjelica Huston como madre avasallantemente sobreprotectora y un padre autista, inconsciente de las situaciones que suceden aunque ambos a su manera demuestran su cariño hacia ese hijo en problemas. También lucen las performances en torno de la novia villana y a la joven terapeuta inexperta (Anna Kendrick, conocida por “Amor en las alturas”) quien colaborará decisivamente para sostener al protagonista de los sacudones internos derivados de su situación. Sin duda que una enfermedad grave genera cambios profundos no sólo en el afectado sino en su entorno, lo que también permite una lectura metafórica acerca de un viaje interno y transformador que lleva a valorar los vínculos que aun en su imperfección resisten con afecto cuando la muerte y la enfermedad acechan, porque esta historia sobre la amistad, el amor, la supervivencia y el humor en lugares inesperados es fundamentalmente un viaje de transformación para descubrir y valorar los afectos genuinos que ayudan a atravesar el infierno y salir fortalecido.
El amor en las redes incomunicantes “Medianeras” es una historia de amor aunque habla sobre todo de su ausencia, en tiempos de fobias sociales y en el marco de una sociedad progresivamente deshumanizada, tanto en su arquitectura como en su sofisticada tecnología. El problema que plantea es universal: en las macrociudades actuales todos se cruzan sin conocerse. Como dice Martín, el protagonista: “Buenos Aires es una ciudad superpoblada en un país desierto”, subrayando lo ilógico de una tendencia donde la comunicación se desvía hacia la virtualidad y se habla con extraños lo que no se dice cara a cara. Hay por lo menos dos películas en esta agradable ópera prima de Gustavo Taretto: una comedia romántica con pinceladas tragicómicas y un relato documental sobre la arquitectura arbitraria, hecha más para separar que comunicar. También se habla de la resistencia literal y simbólica de algunos que, buscando unos rayos de sol abren sus pequeñas ventanas en las medianeras, desafiando lo legislado y reglamentado en la supuesta planificación urbana. Amores antiheroicos La comedia nos presenta a dos jóvenes solitarios y desencantados de la vida (Javier Drolas y la española Pilar López de Ayala) que sin saberlo, son vecinos y atraviesan por situaciones semejantes. Él es un diseñador de páginas web y ella una arquitecta que se gana la vida decorando vidrieras. Ambos vienen de fracasar en sus anteriores relaciones afectivas y luchan contra fobias y neurosis: ella es claustrofóbica, él hipocondríaco. Martín vive con la mascota de su ex, una caniche que se parece a un osito de peluche y ella, con los maniquíes de las vidrieras que ornamenta. El casting no podría ser mejor para esta película en torno de dos seres que se buscan sin conocerse: la española Pilar López de Ayala es quien interpretó a la deliciosa Angélica del penúltimo film del director portugués Manoel de Oliveira. Drolas es argentino y más conocido por sus actuaciones teatrales y en cortos publicitarios. Las acciones encadenadas avanzan con un correlato en off lleno de ironía -tiene referencias claras al cine de Woody Allen y de Jacques Tati (el protagonista lleva en su mochila siempre alguna película suya) pero también lo homenajea en los originales planos dinámicos de la ciudad. La estructura es original para lo que es el cine argentino donde Allen y Tati no son influencias habituales, aunque también tiene una dinámica similar a las románticas comedias taquilleras escritas por Nora Ephron. La historia, contada a dos voces en off y montaje paralelo, transita por tres estaciones en la búsqueda del objeto de deseo. Mientras tanto, los protagonistas se encuentran con otros personajes en experiencias cómicamente frustrantes. Estos papeles están interpretados por grandes actores como Inés Efrón, Carla Peterson, Adrián Navarro, Rafael Ferro, Alan Pauls y una breve participación de Jorge Lanata. Imperdible, la polifacética Efron como una excéntrica cuidadora de perros, con un look similar al personaje de Lisbeth de la saga nórdica Millenium. O Ferro, como un extraño nadador o Carla Petersen, interpretando a una chica almodovariana, tan histéricamente seductora que le hace pensar al protagonista que esas situaciones son como los avisos de MacDonald que lucen mucho más brillantes y apetitosos en la publicidad que cara a cara. ritmos y estaciones La película peca de exceso en los relatos en off, algo que pesa cuando el audio y la dicción no son perfectos, pero sin embargo el film avanza y convence, con ingenio, buenas actuaciones y buen gusto. Se suma a las recientes comedias de amor antiheroico como “500 días juntos” o “Amigos con derechos” pero tiene observaciones más agudas y cercanas sobre la vida cotidiana y las relaciones humanas en los tiempos que corren. El film se mueve como pez en el agua con íconos de la cultura popular, como el juego ¿Dónde está Wally? y alterna ágilmente con soportes web y animaciones que se introducen en la historia lineal, trasluciéndose un solvente manejo en los aspectos técnicos tanto como en la dirección de actores. Desde los encuadres hasta los gestos de los intérpretes todo fluye con mucha espontaneidad, un humor fresco y una mirada sabia. “Medianeras” tiene distintos ritmos porque tiene distintas estaciones; inicialmente lenta para dar lugar a los discursos en off y luego llegar a crescendos vertiginosos hacia el final. Bien construido, su interesante retrato sociológico y psicológico se matiza con gags que nos hacen sonreír e identificar.
Lo importante no son las estrellas “El Juego de la fortuna” fue uno de los filmes menos promovidos publicitariamente en el año que finaliza, pero que encierra agradables sorpresas a la hora de buscar valores en el panorama del cine visto en 2011. La película no contó con un gran presupuesto (de forma similar a la historia real en la que se basa), pero tiene un gran reparto, una dirección y guión inmejorables para contar la historia de Billy Beane, manager de un modesto equipo de béisbol, los Athletics Oackland, con buenas performances pero con apremios económicos que lo presionan para vender a los mejores jugadores. En el intento de evitarlo, este gerente (interpretado por Brad Pitt) contrata a un joven genio de las estadísticas y las matemáticas (el robusto y tímido Jonah Hill) que le ayudará a plantear las estrategias y tácticas del equipo. La soledad de los innovadores El film registra el mundo del béisbol estadounidense a principios de la década del 2000, cuando era impensable acudir a los números de las estadísticas para mejorar los desempeños deportivos. La apuesta del protagonista por un (nada conocido en ese momento) sistema estadístico, para escoger jugadores infravalorados (por lesiones físicas, por la edad, etcétera) con el fin de formar un equipo no basado en fuertes individualidades, provoca la fuerte negativa del entrenador principal y la desconfianza de los demás miembros del club. El temerario desafío que significó apartarse de esa forma tradicional está registrado en la obstinada trayectoria de Pitt y su ayudante, hasta que finalmente llevan a los Athletics Oackland a una serie de hazañas que abrieron el debate sobre cómo ver el deporte. Aunque desde este lado del mapa, el béisbol no despierta la pasión que tiene en su país de origen (el americano medio se identifica con el bate, como el argentino con la pelota futbolera), sin embargo, el gran atractivo consiste en el lado humano que la historia presenta. No es casual que en España la película se llame “Rompiendo las reglas”, ya que esto es lo que realiza el protagonista, que debe luchar contra la mayoría. En este sentido, el afiche del film que muestra la imagen de la cancha vacía versus la solitaria y empequeñecida figura del protagonista sintetiza mucho del trasfondo de la película. Fuera de los clichés “El Juego de la Fortuna” es una historia sobria, contada sin edulcorantes ni exceso de escenas deportivas. Es una película sobre béisbol pero no de béisbol, porque de películas deportivas tenemos docenas realizadas en el mismo molde. La diferencia es que aquí se reconstruye a los personajes y se los deja interactuar en un entorno, usando el deporte sólo como contexto y no como fin, de forma que la historia podría extrapolarse a cualquier otra cosa sin perder su identidad. Se trata de un ejemplificador relato sobre la mística y genuina convicción que permiten, contra viento y marea, incluso contra la tentación del dinero, salir adelante hasta que van apareciendo los resultados para armar -en este caso- un equipo efectivo donde lo importante no son los jugadores estrella sino el funcionamiento entre ellos. Una película rara avis que habla de números que acaban siendo personas y no de personas que acaban siendo números.
Las virtudes de un gato descafeinado Mucha agua ha pasado bajo los puentes desde aquel gato afrancesado del cuento tradicional recopilado por Perrault en el siglo XVII y el españolísimo gato interpretado por Antonio Banderas. En el medio, estuvo en 2004 la saga de Shrek 2, donde éste era apenas un personaje secundario pero de carisma arrollador. Ahora, le llegó la hora de la película propia, donde la picardía del protagonista se sostiene en la expresividad de la mirada y la particularidad de la voz. En la autopresentación inicial, de cara al público, el héroe gatuno confiesa ser un forajido a pesar suyo: su cabeza tiene precio pero él quiere limpiar su nombre, saldar una deuda de honor que refiere a su pasado, ligado a un par de amigos que no resultaron tales y le hicieron pagar los platos rotos de ambiciosas aventuras malogradas. Esta dupla de no fiar, está formada por el especulador huevo Hampty Dumpty y una seductora gata (doblada por Salma Hayek). Ambos personajes reaparecen en el presente para reincidir en una propuesta de hacerse ricos a partir de riesgosos planes. En este caso, deberán ir en busca de unos frijoles mágicos que remiten a su vez a otro cuento popular. Un trasplante exitoso Luego de una natural desconfianza, debido a los antecedentes de sus antiguos conocidos, todos se lanzarán a encontrar esos frijoles prodigiosos que han ido a parar a las peligrosas manos de Jack y Jill, una temible pareja de forajidos. La búsqueda desencadenará otras aventuras, persecuciones y sorpresas en el estrafalario guión, a medio camino entre el western y la trama de fábula tomada de los relatos tradicionales y también de otras películas recientes como “Rango” (la escena de la taberna) y “Piratas del Caribe 4” (el reencuentro entre Katy Patitas Suaves y el Gato es igual al de la pareja interpretada por Deep y Penélope Cruz). El Gato se roba literalmente la película, a tal punto que no se percibe contrapeso alguno en el resto de las criaturas del relato. El villano con el que este tipo de historia debería contar, brilla por su ausencia (lo más cerca en este sentido es la siniestra pareja de Jack and Jill, a la que finalmente les descubren su veta cómica), tal vez porque -ante todo- nos encontramos con una trama intencionalmente simplificada para el público más pequeño, donde se busca destacar la humanidad del Gato de expresiva mirada e inolvidable voz, que resalta valores como el coraje y la astucia. El film de Chris Miller si bien no innova, cumple en piloto automático con lo que se espera de una propuesta de estas características. El personaje se trasplanta exitosamente, aunque no hace del humor su punto principal como sucedía en la película del ogro verde. De aquella saga toma la desprejuiciada intertextualidad (Perrault, Andersen, Lewis Carrol) pero es mucho más plana, sobre todo en el desarrollo de gags cómicos. Desde un punto de vista puramente técnico, “El Gato con Botas” luce con un aspecto visual muy cuidado, especialmente en términos de iluminación, con aciertos en la puesta en escena inspirada en escenarios de las aventuras del Quijote y una banda sonora donde predominan castañuelas y aires flamencos que subrayan en todo momento la vitalidad del espíritu español.
¡A correr, que se acaba el tiempo! Las buenas películas de ciencia ficción necesitan más de ideas consistentes que de efectos especiales y grandes explosiones. Sin aparición de alienígenas, armas o tramas demasiado sofisticadas se puede construir una profunda mirada sobre el futuro, que por lo general tiende -en los mejores ejemplos- a una visión más sombría que esperanzada, mostrando el lado oscuro del avance tecnológico y científico, “distopías” que reflexionan sobre posibles sociedades posibles, cuyo funcionamiento se basa en alienantes formas de control. En la historia del cine existe una nutrida antología, donde sobresalen títulos como “Fahrenheit 451” de François Truffaut, “Soylent Green” de Richard Fleischer o “Blade runner” de Ridley Scott, entre otros paradigmas. “El precio del mañana” bien podría haber formado parte de este grupo, pero lamentablemente se aleja de la esencia genuina de aquellos relatos y si bien entretiene, carece de profundidad, aunque se rescata siempre por su estética deslumbrante y perfeccionista. Lo que pudo haber sido La estilizada película de Andrew Niccol trata sobre una sociedad donde se acabaron las enfermedades y las personas detienen el proceso de envejecimiento a los 25 años. Pero a partir de ahí, les queda solamente un año de vida y cada cosa que consumen se paga con tiempo (segundos, minutos, horas, días, décadas). Los avances genéticos traen como contrapartida la superpoblación y las medidas darwinistas de controlarla. “El precio del mañana” tiene ese toque autoral que hace esperar de ella mucho más de lo que termina ofreciendo. Su relevante hilo argumental plantea la acción en un futuro donde cada persona lleva impreso en su brazo un reloj en el que figura el tiempo que le queda de vida y que se recarga como si se tratara del crédito de un teléfono celular. Como en “Soylent Green”, los más ricos disponen de todos los recursos, pueden dilapidar todo el tiempo que quieran para adquirir productos de lujo y viven en zonas exclusivas. Los pobres viven en guetos y de allí surge el héroe joven y bello (Justin Timberlake) que como un Prometeo posmoderno intentará devolver el tiempo a los mortales. Una película despareja Con un argumento que funciona como una metáfora, o mejor dicho, como un eco de la sociedad actual, donde hay robos de tiempo para poder sobrevivir, bancos que lo prestan a una tasa de interés usuraria y zonas sociales divididas según el tiempo de cada uno, esta efectiva alegoría económica de resonancias cercanas descarrila cuando cada una de sus piezas entran en el andamiaje de una superproducción que se adapta a las reglas masivas y despliega todos los tics obvios de la acción y la aventura: persecuciones sobre techos, las clásicas esquivadas y choques sobre las rutas, con autos cayendo y sus héroes adentro, casi sin rasguños. Así, el film abandona la oportunidad de profundizar en un material que daba para abordar la condición humana, sus búsquedas y límites. Al recorrer y subrayar los tópicos básicos que cumplen con todos los lugares comunes de los subgéneros, lo que tenía todas las posibilidades de ingresar en la historia grande de la ciencia ficción sabe finalmente a poco, aunque atención: aunque está lejos de ser perfecta, tampoco es una película mediocre sino muy agradable, entretenida y particularmente recomendable.