Desde hace un par de años todas las reseñas sobre cine de terror que escribo empiezo diciendo que estos son buenos años para el cine de terror. Luego de no recuerdo cuanto tiempo el género tuvo títulos o mediocres o insufribles, algo cambió y se multiplicaron las películas interesantes, las buenas, las ambiciosas y algunas con destino de clásico. M3gan se suma a esa lista, porque aún sin ser de las mejores, tiene suficiente interés y elementos logrados que en años atrás la hubieran hecho destacarse aún más. En este pequeño esplendor del cine de terror, M3gan viene a ocupar el lugar de inicio de franquicia muy taquillera que consigue tener estilo propio y renovar caminos muy conocidos. El primer acierto -y tal vez el más importante- es reconocer que su ridiculez es insalvable. Si hubiera querido disimularla, todo hubiera fracasado, pero la película elige abrazarla con orgullo y gana la batalla que decide el resultado final. Prefiere renunciar al terror y la truculencia para ganar en humor y diversión, algo que no todos los títulos pueden o deben hacer, pero que aquí es la clave. Sí, hay terror, pero no en un sentido atemorizante. Tiene sobresaltos, algo de angustia, aunque nadie podría decir que tendrá pesadillas con esta película o que tendrá miedo de apagar la luz luego de verla. De hecho M3gan, por su tema, es una película más diurna que nocturna, ya que la protagonista es un robot con forma de muñeca que interactúa con una niña. M3gan no es una comedia, pero tiene el trofeo difícil de alcanzar de ser graciosa a propósito pero sin hacer gags. Ese humor de los films excesivos, inverosímiles, que se desatan con disimulo pero con un guión evidente hacia los espectadores. Los espectadores no deberían sentirse sorprendidos si se ríen en varias escenas. El exceso vulgar de algunos momentos tienen como intención final crear una fina parodia e incluso una reflexión crítica acerca de la tecnología, la educación, la maternidad y la infancia. Sin profundizar en nada, más bien comentando esos tópicos con situaciones extremadamente ridículas. Todo esto dicho como elogio, aunque jugar al borde siempre tiene sus momentos menos logrados. La niña huérfana que da comienzo a la trama es Cady (Violet McGraw) quien con nueve años pierde a sus padres en un accidente automovilístico. La única pariente que puede cuidarla es su tía Gemma (Allison Williams) una mujer brillante e independiente, que tiene juguetes en su casa pero como adornos y no para usarlos, que es una persona que no quiere madurar y por supuesto no tiene interés alguno en cuidar a una niña siendo ella todavía una persona que no se considera adulta. Gemma es experta en robótica y diseñadora de juguetes. Trabaja en el más visionario de los proyectos, pero lo hace a escondidas, porque no quiere que nadie intervenga o la detenga. Se trata de un proyecto de inteligencia artificial aplicada a una muñeca llamada M3GAN (Model 3 Generative Android) cuyo tamaño real y su perfección estética es tan asombrosa como perturbadora. Gemma, quien ha sacado la moral de la ecuación a la hora de crear a su muñeca, conecta a M3gan con Cady. Inicialmente el triunfo es total, Gemma parece triunfar en lo profesional al mismo tiempo que se lava las manos en cuanto a su responsabilidad de cuidar a su sobrina. Todos ganan, la niña tiene su máquina cuidadora, amiga y compañera y Gemma el máximo triunfo de su vida. Todos conocemos de memoria al género, desde Frankenstein en adelante, estas creaciones pueden tener una consecuencia indeseable. M3gan podría haber sido una película sangrienta y violenta, un film de terror demoledor. Pero como ese puesto ya lo ocupan muchos títulos recientes, los creadores de este film decidieron ir en dirección contraria. Volvieron a filmar las escenas más violentas, borraron casi toda la sangre y buscaron, por encima de todo, que la película sea divertida. Los fans del gore se quedan sin su fiesta, pero un público más masivo podrá divertirse, reírse y jugar con esta historia desaforada, llena de momentos de provocador humor sin comedia, con momentos realmente graciosos. Así como el espectador se ríe para aliviar la angustia en los films más duros, acá no le quedará otra que reírse con la ambigüedad de esta muñeca maldita que ocupa el lugar de los adultos ausentes que no pueden o no quieren cuidar a una niña. Con esos ingredientes M3gan encuentra su lugar en el mundo y pasa por todos los lugares comunes sin pretender ser otra cosa. Sin problemas podríamos afirmar que esta es la primera de muchas apariciones del personaje en la pantalla grande.
Cantando bajo la lluvia (Singin´ in the Rain, 1952) es un musical producido por Arthur Freed para MGM, dirigido por Stanley Donen y Gene Kelly, con guión de Betty Comden y Adolph Green y protagonizada por Gene Kelly, Donald O´Connor y Debbie Reynolds. Es considerada la obra maestra máxima del género y uno de los mejores títulos de la historia del cine mundial. Su fama es merecida y varias de sus canciones, incluyendo la del título, ya habían sido utilizadas previamente en otras películas. Se podría decir que Cantando bajo la lluvia es a la vez homenaje y recapitulación de la historia del musical hasta ese entonces, a la vez que marca las bases de los musicales por venir. Tiene, además, una mirada sobre el cine, tomando el período bisagra en el cual se terminó el cine silente para dar lugar al nacimiento del sonoro. Es uno de los clásicos más perfectos y a la vez más queridos que hayan existido. Babylon (2022) escrita y dirigida por Damien Chazelle, recrea el mismo período histórico pero como un drama ambicioso que sigue la carrera de seis figuras dentro de ese mismo período. Desde el comienzo, hasta el final, la película de Chazelle conversa, homenajea y discute con Cantando bajo la lluvia. Una apuesta fuerte, ya que nos recuerda todo el tiempo la diferencia entre una obra maestra inmortal y una película completamente extraviada. Los seis personajes de Babylon se presentan en la fiesta al comienzo del film. Una orgía desaforada que incluye un elefante, el asesinato de una menor y una cantidad de drogas, sexo y alcohol completamente desaforada. La fiesta empieza después de ver el ano de un elefante defecando, para empezar a enumerar todos los planos inútiles que la película de Chazelle posee. No son pocos, claro, lo que tal vez explique la duración de tres horas y nueve minutos de una película que no es aburrida, pero sí que va en demasiadas direcciones. Los personajes son: Manny Torres (Diego Calva) un joven mexicano que sueña con ser parte del cine. Nelly LaRoy (Margot Robbie) una aspirante a estrella que gracias a Manny logra colarse en la fiesta, Jack Conrad (Brad Pitt) la estrella más grande del cine en ese momento, Sidney Palmer (Jovan Adepo) un músico de jazz que trabaja en la orquesta de la fiesta aunque su exigencia musical es muy superior, Elinor St. John (Jean Smart) una periodista de chismes hollywoodenses que sigue de cerca a todos y Lady Fay Zhu (Li Jun Li) una cantante de cabaret lesbiana que trabaja para los estudios. La historia los cruzará a partir de ese momento, aunque los verdaderos tres protagonistas son Manny, Nelly y Jack. Elinor tiene el poder de reflexionar sobre todo ese mundo y los personajes de Sidney y Lady Fay no tienen otra razón de ser más que cumplir con el cupo racial y sexual y hacer algunas bajadas de línea. La película va perdiendo energía y sumando minutos debido a esas cosas. Para los que aman de verdad el cine y han estudiado la historia de Hollywood, la película tiene cientos de detalles y citas de lo más variadas. Desde películas concretas y nombres reales, hasta detalles históricos y referencias más sutiles y complejas. Desde Fatty Arbuckle a Anna May Wong, pasando por cada pequeña cosa que aparece en cada momento. También parece estar marcada la narración por un estilo de El gran Gatsby y así todo. Hay dos películas diferentes en Babylon, quienes no sepan nada de Hollywood verán algo completamente diferente. Ni hablar de aquellos que no conozcan Cantando bajo la lluvia, una idea tan escalofriante que es preferible no profundizar en ella. Pero esa es la verdad, la única diversión que ofrece Babylon es su manoseo alocado y contradictorio de aquellos años alocados de la década del veinte. Un período en el cual el Hollywood del descontrol alcanzó su punto más alto, para luego ceder y mutar con el nacimiento de las películas sonoras y la llegada de la censura. Damien Chazelle tiene mucha ambición, eso queda claro. También tiene búsquedas visuales y características que le son propias. Su idea de la puesta en escena y un montaje que juega al ritmo de la música produce varias escenas impactantes, aunque en gran parte inútiles. Son las escenas más sobrias las que mejor funcionan, paradójicamente, o al menos no dan la sensación de estar sobrando. Chazelle también tiene un gran cariño por hacer planos de trompetas, aunque esto no signifique nada. Pasa de todo en Babylon y hay muchas situaciones de variado tono, empezando por la comedia y luego volviéndose cada vez más oscura. Esto es bastante obvio desde el comienzo, pero lo que no es fácil de establecer es que desea decir el director sobre todo lo que muestra. Desde Cantando bajo la lluvia hasta Nickelodeon (1976) el mundo del viejo Hollywood ha sido retratado muchas veces, aunque Babylon se ubica más dentro de la línea crítica y descarnada al estilo Como plaga de langostas (The Day of the Locust, 1975) de John Schlesinger. Esto no es un elogio ni un comentario despectivo, aunque siempre el cine que es despiadado con el cine produce un efecto ambiguo. Babylon coquetea con la imbecilidad supina de Birdman (2015) y esto sí es una crítica despectiva. Tiene otros momentos más luminosos, incluso emocionantes, pero demasiadas veces parece no saber a dónde ir. El final, el cierre de la historia, es tan bochornoso que ojalá me hubiera levantado de la sala cinco minutos antes del final. Chazelle no parece entender del todo que es lo que tanto ama del cine y se nota. La película no es un homenaje al cine sino un retrato de la locura de un grupo de personas por formar parte de él. Tal vez donde Chazelle vuelve a mostrar su corazón es en el personaje de Sidney, este trompetista no tiene razón de ser en la película, salvo denunciar su racismo. Pero al final entendemos porque el director lo puso. Se supone que representa la dignidad artística dentro del caos de Hollywood. Mientras que otros descienden al infierno, Sidney sale airoso porque es fiel a su arte y decide no venderse. A esta altura está claro que Damien Chazelle tiene más ganas de trabajar en un pequeño club de jazz que de dirigir películas. Tal vez sea hora, luego de ver Babylon, de que cumpla su sueño de una vez.
Guy Ritchie dejó atrás sus períodos iniciales, cuando los trucos visuales, generalmente excesivos, lo convirtieron en un cineasta de culto de gran repercusión. Probó luego vender su oficio para proyectos infames con resultados desparejos. Ahora parece estar encontrando finalmente un cierto equilibrio entre su experiencia y su capacidad de narrar historias de acción con simpatía. En Agente Fortune (Operation Fortune: Ruse de guerre, 2023) el agente del MI6 Orson Fortune (Jason Statham) y su equipo (Aubrey Plaza, Bugzy Malone) reclutan a una de las estrellas de cine más importantes de Hollywood (Josh Harnett), para que los ayude en una misión encubierta para rastrear y detener la venta de nuevas tecnologías de armas mortales, a manos del multimillonario Greg Simmonds (Hugh Grant). Desde el comienzo queda claro que se trata de una misión de espionaje con McGuffin y todo, al estilo Guy Ritchie con su humor y algunas de sus excentricidades, pero con un estilo más clásico del que él practicaba en sus inicios. Guy Ritchie ya pasó de moda, lo que le juega a favor y en contra por partes iguales. Su cine tiene una dignidad que el cine de género hoy casi no tiene, con la excepción de las sagas de John Wick y Misión: Imposible, que juegan al nivel máximo. Comparada con las producciones caras e inmirables de Netflix, es una pieza clásica. Y lo que sí sigue logrando Ritchie es que sus actores aprovechen al máximo su carisma. Jason Statham, Aubrey Plaza, Josh Harnett, Cary Elwes y Hugh Grant logran que la película alcance una calidad aceptable aunque no ofrezca nada nuevo.
Un vecino gruñón (A Man Called Otto, Estados Unidos, 2022) es la versión corregida y mejorada de la película sueca del año 2015 Un hombre llamado Ove (En man som heter Ove) a su vez basada en el exitoso libro de Fredrik Backman. En Argentina se decidió que el film protagonizado por Tom Hanks tuviera un título de comedia familiar, lo que es una pequeña barbaridad que algunos espectadores podrían reclamar si lo que quieren ver es eso. Esta comedia dramática tiene como personaje central a Otto Anderson (Tom Hanks) un hombre recientemente enviudado que aceptó la indemnización de la empresa en la que trabajó durante años. Jubilado y solo, en un barrio de casas iguales y contiguas, lo que se conoce como townhouse. Con una enorme capacidad para arreglar cosas, él ha controlado de forma estricta y obsesiva que las cosas funcionen en ese pequeño grupo de casas. Pero ahora cree que ya no tiene motivo para vivir y piensa en suicidarse para reencontrarse con su amada esposa. Pero la llegada de una familia vital y extrovertida complicará sus planes. Marisol llega con su marido y sus dos hijas y altera el orden del lugar y de las rutinas de Otto. Aunque él está convencido de que ya nada tiene sentido, a su alrededor todo le dice a gritos que no es cierto. Los espectadores lo vemos desde las escenas iniciales, sólo falta que Otto lo descubra, si acaso llega a hacerlo. La comedia de humor negro se va moviendo por el terreno de la emoción con varios golpes al corazón que conmoverán a cualquiera. Otto es un hombre conservador, pero no un reaccionario. Su malhumor y hosquedad iniciales de ninguna manera lo convierten en alguien desagradable, más bien al contrario. A Man Named Otto tiene todos los ingredientes que suelen molestar a los críticos y hacer feliz a los espectadores. En ambos casos, todos entendemos los trucos que la película realiza para colocar la risa en el momento justo y la lágrima donde corresponde. Esta película para reconfortar multitudes tiene, además, al mismísimo Tom Hanks jugando su juego con absoluta maestría, con puro oficio y talento para el humor y el drama. Nadie en su sano juicio puede creer que pagar la entrada para recibir una película que nos haga sentir bien es algo malo. Claro, cuando fallan son molestas, pero este definitivamente no es el caso. Aunque se nota el plan, la cosa funciona.
Que Claire Denis sea la directora más sobrevalorada del cine contemporáneo no significa que sea una mala realizadora. Su estilo pretencioso, sus arranques de crueldad y su estudiada carrera de autor ha dado grandes películas. También ha dado algunos pasos en falso que pocos realizadores realmente grandes hubieran dado. Aprobada oficialmente por la crítica, cada llegada de una de sus películas recibe una atención extra por su fama. Sin ese fanatismo, su cine logra buenos momentos en los que la realizadora logra captar la tensión y el drama de las relaciones humanas. Aquí tiene un comienzo que muestra la habilidad de Denis para transmitir a través de las imágenes, aunque luego, debido a la clase de película que es, se terminará imponiendo un largometraje mucho más hablado, con sentimientos expresados a través de palabras y ya no tanto con el poder de la puesta en escena. La película presenta a Sara (Juliette Binoche) y Jean (Vincent Lindon) viviendo en un paraíso bello y romántico, en teoría juntos para siempre. Pero un día, François (Grégoire Colin), el antiguo amante de Sarah, reaparece frente a ella. Aunque él no la ve, su simple aparición hace tambalear todo el mundo de Sara. No es un conflicto cualquiera, porque François fue quien años atrás le presentó a Jean. La situación se complica aún más cuando Jean llega con la noticia de que luego de muchos años volverá a trabajar con su amigo François. La película maneja bien la tensión de este triángulo y los protagonistas dan todo lo que tienen. Funciona mucho menos toda la desviación del hijo de Jean, por no decir que directamente rompe la película. Al final, cuando se retoma el camino y se busca un cierre, Denis hace la esperable escena catártica, que no por lugar común deja de ser imprescindible y cierra con el agua, una vez más, como metáfora de múltiples lecturas. El agua estuvo en el paraíso del comienzo y en el diluvio que borra todos los pecados en el final. ¿Cuál será el aprendizaje de Sara y que hará de ahora en más?
Tres deseos para Cenicienta (Tre nøtter til Askepott, Noruega, 2021) es uno de esos estrenos incomprensibles que llegan a las salas de Argentina. Seguro que sus derechos son más baratos que los de muchas mejores películas, pero eso no es excusa para que una película tan irrelevante ocupe espacios en la cartelera. Cuando uno ve películas europeas como esta, se da cuenta hasta qué punto el cine norteamericano ha sido capaz de desarrollar una industria que, con todos sus defectos, está por encima del promedio del mundo. Volvé, Hollywood, te perdonamos. Esta es la vieja y conocida historia de Cenicienta, pero con un giro. ¿Acaso se puede hacer Cenicienta sin un giro hoy en día? La historia de Cenicienta es tan antigua que ya tenía vida antes de pasar a ser un texto literario. Lo que cuenta tuvo formatos en todo el mundo y se han hecho versiones muy distintas incluso antes de la llegada del cine. Walt Disney hizo la versión más famosa en 1950 y luego una y otra vez apareció en todo tipo de estilos, tonos, géneros y formatos. Tanto en el ballet, como en el teatro, la televisión y el cine, es un personaje sobre el cual se vuelve porque hay algo que el imaginario colectivo que conecta bien con los personajes. Acá Cenicienta es bien siglo XXI, aunque la historia siga siendo de época. Tiene también un casting daltónico y un concepto más alejado de la fantasía y sin tantos efectos visuales. La protagonista es carismática pero la narración es muy básica y sin mayor vuelo. Se aprovechan los paisajes y se busca cierta verosimilitud en el entorno. La heroína ya no solo es bella, inteligente y destinada a la grandeza, también es una arquera que haría quedar a Guillermo Tell como un novato. La película no es divertida pero tampoco es larga. Si alguien encuentra una versión hablada en noruego le damos un premio, ya que es fácil de conseguir doblada al inglés y a las salas de Argentina arriba, previsiblemente, doblada al castellano.
Damien Leone es el creador total de Terrifier 2, la película de terror del momento. Un verdadero fenómeno que no para de crecer. Esta secuela de Terrifier (2016) es mucho más ambiciosa que su antecesora y a los espectadores no les importa en lo más mínimo que sea una secuela, ya que la conexión es directa con este nuevo título. Los 250.000 dólares que costó han sido recuperados porque en Estados Unidos ya lleva recaudado más de diez millones y sigue sumando. Antes de llegar al streaming en su país, los seguidores del género ya habían empezado a correr la voz y la película es descargada como sea en todo el mundo. También se supo que hubo espectadores que se desmayaron en el cine o que vomitaron por lo que veían. Ambulancias fueron llamadas para atenderlos en algunos casos. Aunque estos rumores suelen ser puro marketing, acá se han confirmado como reales. No es insólita una reacción así cuando una película del más puro gore se vuelve más masiva de lo que naturalmente hubiera sido. Todavía le queda mucho por recorrer y este éxito tendrá consecuencias, desde una tercera parte hasta un salto al mundo del cine mainstream. Eso es todo lo que circula hoy sobre Terrifier 2, pero pasamos a la película dirigida, producida y editada por Damien Leone. La escena inicial es nocturna. Art the Clown camina con una bolsa de residuos sobre su hombro e inmediatamente un flashback establece que ha asesinado al médico forense en la morgue. Una conexión directa con el film anterior. Este crimen inicial presenta el tono de la película para aquellos que no conocían al personaje previamente. Quién no cierre los ojos aunque sea por un segundo frente a la violencia de este arranque, ya se ha recibido de espectador de gore de élite. Pero en cualquier caso, la película es clara en su estilo y forma. Esos primeros diez minutos obviamente son solo el anuncio, el comienzo, una prueba de fuego. En los films de terror la violencia y la sangre van en aumento. Es cuestión de sacar cuentas y calcular lo que vendrá. Terrifier 2 es una película independiente cuya estética combina elementos de la década del setenta y ochenta. La forma en la cual está filmada es mucho más cuidada y compleja que el promedio de esta clase de films, pero no tiene un solo momento pretencioso o autoconsciente. La película tiene identidad propia y si la asociamos a grandes cineastas es para dar una guía, no para decir que le debe nada a nadie. La forma en la cual Leone construye el comienzo del film nos hace pensar en grandes directores del género, como John Carpenter o Joe Dante, maestros del cine de género de aquellos años. También pensamos en Tobe Hopper, George A. Romero y Wes Craven. Para simplificar la idea, el comienzo parece más un film de estos directores que uno de los cineasta actuales. Fotografía, montaje, música, el cine de los ochenta para construir una historia que asusta desde los créditos. Leone juega con la memoria del amante del género, además de ofrecer su propia obra. Hay varias escenas francamente brillantes, otras más estándar y la película no siempre está sorprendiendo. Pero que una película gore independiente dure dos horas y dieciocho minutos habla de unas ganas de contar la historia que va en dirección contraria al adocenamiento siglo XXI de las películas de terror breves pero eternas. Terrifier 2 se toma el tiempo para construir los climas, las escenas previas al impacto y las escenas más violentas, donde evita, cuando puede, los cortes excesivamente rápidos. Se queda en los crímenes, a veces hasta lo insoportable. Tiene menos violencia sexual que la primera, pero es mucho más sangrienta. Y por supuesto el gran hallazgo es Art The Clown. Este personaje, creado hace más de una década por Damien Leone e interpretado por David Howard Thornton, realiza aquí una nueva aparición estelar, tan fuerte para los que lo conocen como para aquellos que lo ven por primera vez. Arranca bien arriba y ya no vuelve a bajar. La construcción del monstruo es excelente. Vestido como payaso, con ropa, zapatos y sombrero blanco y negro, incluida la máscara que simula el maquillaje de mimo, Art emula al generoso y bondadoso Marcel Marceau. Su imagen es perturbadora aunque en muchos momentos sonría con la simpatía y la inocencia de aquellos que lo inspiraron. Jamás dice una palabra y, salvo alguna escena casi imperceptible, no emite ningún sonido tampoco. No es el villano frío y sin expresión, sino todo lo contrario, es terriblemente expresivo. No sólo se parece al mimo Marceau, también evoca a Charles Chaplin. Simplemente imaginen eso: Chaplin convertido en el peor asesino de todos los tiempos. Algunos gestos son tan parecidos que perturban. El actor David Howard Thornton también es mimo, lo que explica la facilidad para darse a entender sin ni siquiera emitir un sonido. Que no hable pero sea tan histriónico vuelve todo más escalofriante. También tiene la particularidad de que puede usar cualquier método o herramienta para matar, no tiene lógica alguna, su bolsa está cargada de cosas que puede llegar a utilizar. Como todo film gore, la violencia está sobrepasada, fuera de control, gran guiñolesca. Aunque su brutalidad la vuelva abrumadora, no deja de ser un tanto humorístico ese horror descomunal. Es tan excesiva que es paródica, aunque lo único que queramos sea cerrar los ojos. Hay un cierto humor en la película, pero no tiene la simpatía de muchos films gore, como los de Sam Raimi o Peter Jackson. La maestría de las escenas más sangrientas está entre lo mejor del género de todos los tiempos. Aunque en el film anterior había momentos terribles, acá se nota un dominio más sofisticado para los efectos especiales. Solo algún detalle es efecto visual, es decir de post producción, pero vaya uno a descubrirlo, solo se sabe por las declaraciones del director. No ha sido para nada un mal año para el cine de terror, ejemplos muy comerciales han logrado funcionar en taquilla. Pero que esta locura haya logrado estar algún fin de semana en el top ten es casi un milagro. No hay ni que aclarar que no es para todos los públicos, la experiencia es solo para verdaderos conocedores del tema. La historia del cine nos acostumbró al corte cuando viene el plano más terrible, pero Terrifier 2 nos enseña ahora lo contrario. Hay mucho cine olvidable, pero esta película no se le borrará de la mente a nadie que la haya visto. Y no es solo por lo sangrienta, sino por la forma en la cual está filmada. Para peor, es muy probable que se nos pegue una canción muy inquietante que aparece en dos momentos de la película. Terrifier 2 vino a sacudirnos un poco de la rutina. Es diferente de la primera, pero definitivamente es mejor.
Luego de una larga internación y de atravesar una experiencia cercana a la muerte, María Paz (Cecilia Roth) vuelve a la vida milagrosamente transformada y busca rehacer su conflictiva relación con sus hijos reuniéndose en su quinta de las afueras para pasar las fiestas de fin de año. Aunque en un principio tienen algunas dudas en cumplir su pedido, pronto se ponen de acuerdo en hacer el viaje . Los hijos son Luz (Dolores Fonzi), Sergio (Daniel Hendler) y Malí (Ezequiel Díaz). Es un verdadero misterio que una película dirigida por un actor, Ignacio Rogers, tenga un puñado de actuaciones tan fallidas en mano de actores que han dado muestras de un talento superior al fuera de tono que despliegan aquí. Es posible que la mezcla de drama y comedia y los cambios de tono no hayan sido coordinados por todo para que sean sólidos. Ni costumbrista, ni disruptiva, ni una cosa ni la otra. Las fiestas es como esas películas francesas que transcurren en la campiña y donde una familia se reúne para producir todos los dramas que el realizador quiere desplegar. Acá no hay ni siquiera un paisaje que intervenga en la trama o los personajes. Los peligros del cine independiente que busca tener identidad, descuidando la narración clásica y las reglas más elementales del entretenimiento es que si no está bien logrado, resulta peor que una película mediocre, aun cuando esté hecha con buenas intenciones o con la mayor de las ambiciones. Cine que parece poco para pagar una entrada de cine.
Quince años después de su primer encuentro en un hospital, Shauna, una elegante arquitecta ya retirada, se vuelve a cruzar con Pierre, un médico felizmente casado. Ella tiene setenta y un años y él cuarenta y cinco. Ambos se sienten inmediatamente atraídos, más allá de las diferencias y la situación de cada uno. Él pone en riesgo a su familia, mientras que ella, viuda, madre y abuela, necesita sentirse deseada, además de vivir plenamente su vida. No hay argumento más de cine francés que ese. Cualquier que cuente esa sinopsis ya no debe aclarar el país de origen de la película. Pierre está interpretado por Melvil Poupaud y Shauna es nada menos que Fanny Ardant. En cuanto a la esposa de Pierre, Jeanne, la actriz que la interpreta es Cécile de France. El argumento está algo forzado y su espíritu recuerda a una película aún más absurda llamada Demasiado bella para mi (Trop belle pour toi, 1989) de Bertrand Blier. Es la fotogenia legendaria de Ardant la que permite darle lógica a esta historia, pero luego se va moviendo hacia un costado más amarga que la vuelve aún más francesamente estándar de lo que era al inicio.
Me cae bien Antonio Banderas, pero me caería aún mejor si no hiciera películas de El gato con botas. Esta segunda película de cine (hubo desviaciones televisivas) con su voz puesta al servicio del personaje de cuentos de hadas derivado en este caso de Shrek tiene ganas de no ser la última. Pero atendamos un problema a la vez. Esta tardía secuela sabe que los tiempos han cambiado y trae, cómo única novedad interesante un cambio estético poco habitual. La animación se arriesga un poco más y sale y entra del estilo que tenía la película original. El Gato con botas descubre que ha dilapidado ocho de sus nueve vidas y la muerte va a buscarlo. Dentro de los chistes obvios y tontos, el costado siniestro de la película es lo que le da un impulso inicial al relato y posterga un rato el esperado aburrimiento rutinario de las secuelas. El gato con botas: último deseo (Puss in Boots: The Last Wish, 2022) solo se destaca por las dos cosas mencionadas y luego es repetir lo conocido y buscarle algo nuevo para justificar el pago de otra entrada. Busca ganarse el corazón cinéfilo con una fuerte influencia de El bueno, el malo y el feo (The Good, the Bad and the Ugly/Il buono, il brutto, il cattivo, Italia, 1966) no solo en pequeños guiños sino en muchos elementos de la trama. También tiene a un personaje estilo Pepe Grillo cuya voz (sólo en el original) es la imitación perfecta de James Stewart. Agradecidos por ese detalle, sin duda, pero aunque los cinéfilos somos fáciles de enganchar, tampoco somos tan pero tan fáciles de enganchar con esas referencias si no están en una buena película. Mejor que la anterior, tal vez peor que la que viene, ya es hora de replantearse esta idea de seguir evaluando el cine por número de secuela. La dos es mejor que la uno, la tres es tal cosa, la cuarta se pierde pero la quinta es genial. Fuera de eso, no hay mucho más interesante para decir sobre esta película.