UN INSTANTE DE GRANDEZA Pasaron cien años desde el hundimiento del Titanic y quince desde el estreno de la película Titanic. Ya es hora de calificar a la película de clásico. Siempre lo fue, pero ahora no queda ninguna duda. Pero bien, la pregunta es: ¿Qué es un clásico? Muchos responderán que un clásico es un film muy popular, otros que es una obra maestra, finalmente, algunos dirán que se trata de una de esas películas a la que cada vez que uno vuelve a ver parece encontrarle cosas nuevas. Titanic es todo eso. Su popularidad es indiscutible, sus once premios Oscars avalan su prestigio dentro de la industria y la crítica la ha calificado muchas veces de obra maestra. También es una película que mucha gente desprecia, lo cual a esta altura es incomprensible. Este regreso a la pantalla grande en 3D confirma todas y cada una de sus virtudes pero, sorpresivamente o no tanto, parece haber borrado todo aquello que parecía hacerla imperfecta. Todos los personajes brillan, la historia es atrapante y toda su fuerza parece haber crecido con el correr de los años. Pero además de esto, su ambicioso retrato social no sólo no ha perdido actualidad, sino que se ha vuelto trascendente. La película no describe solamente la vida en un barco, sino que muestra la conducta humana y la sociedad más allá de cualquier tiempo y lugar. James Cameron encontró en el hundimiento del Titanic una metáfora sobre la humanidad. En Titanic está todo. La grandeza y la miseria, el sacrificio, el egoísmo, la solidaridad, el desprecio, el amor, la valentía y la cobardía. Está la omnipotencia del ser humano que jamás oye las señales de alarma, que cree siempre que podrá imponerse por encima de todo. Están también quienes al desoír las señales, sólo se perjudican a sí mismos y están los que en ese acto deciden cargar sobre sus hombros el destino de multitudes. Titanic narra una tragedia del año 1912, donde una serie de variables, incluidas muchas relacionadas con la omnipotencia y la irresponsabilidad, produjeron miles de muertos. Pero es muy fuerte observar la cantidad de veces que la tragedia azotó al ser humano por motivos que son de su propia responsabilidad. Y es tan evidente esto que al ver la película hoy nuevamente, el recuerdo o la contemporaneidad de otras tragedias se asoma en cada una de las escenas. Eso hace evidente que estamos frente a una película inmortal, capaz de observar con lucidez una constante humana que no perderá jamás vigencia. Eso es Titanic, la humanidad en su conjunto. Y la película tiene también una protagonista femenina, una heroína 100% cameroniana, interpretada de forma magistral por Kate Winslet. 1912 era un buen año para un personaje como el de Rose. En las puertas del feminismo y las sufragistas, ella descubre, en este barco, la libertad, el coraje y la lealtad. Rose vive libremente el amor y el sexo, y se convierte en dueña de su propio destino. A punto de tirarse por la popa del barco, al conocer a Jack recibirá con los ojos abiertos el esplendor de la vida en la proa del transatlántico. Rose es una heroína cuya libertad termina siendo absoluta. Renuncia a los condicionamientos, se aleja de una clase social hipócrita y luego observamos que ha vivido intensamente, rompiendo todas las barreras impuestas a la mujer. Su gesto gigante final es devolver su corazón al océano. El corazón del océano es un diamante millonario que ella arroja a las profundidades no sólo marinas, sino del ser humano. En el lugar donde tantos murieron, ella descubrió la vida. Y por eso su lealtad es absoluta e incondicional, no sólo a su amor, también a las ideas de libertad que en él encontró . Las clases sociales que la propia realidad del Titanic terminó exponiendo- son otro espacio rico para las metáforas en el film de James Cameron. Esta historia de Romeo y Julieta no es como la de la obra de Shakespeare. No hay dos grupos equivocados y cegados por el odio. En Titanic hay una clase oprimida y punto. Aunque en esa tercera clase tan fordiana, en esa comunidad de condenados -porque su condición social no les va a permitir acceder a los botes salvavidas- está también la vitalidad, el erotismo, la solidaridad. La ambición económica desmedida y la omnipotencia le han dado a ellos un futuro incierto. Sólo el 25% de los pasajeros de tercera clase sobrevivieron, contra un 60% de pasajeros de primera. La tragedia se multiplicó de manera cinematográfica en cientos de pequeñas historias y la gran documentación que se conserva permitió reconstruir gran parte de lo ocurrido. Realmente la clase menos privilegiada fue desplazada y postergada, realmente la locura del prestigio llevó al desastre. Y en la ficción el guión de Titanic deja una reflexión en boca de Rose- entre tantas otras que vale la pena transcribir: 1500 personas quedaron en el agua cuando el Titanic se hundió bajo nosotros. Había veinte botes flotando cerca, solo uno volvió. Uno. Seis personas fueron salvadas del agua, incluida yo. Seis, de 1500. Al final, las 700 personas que se fueron en los botes no tuvieron otra cosa que hacer más que esperar esperar a morir, esperar a vivir, esperar por una absolución que nunca llegaría . A Cameron no se les escapó ninguna de las vivencias humanas, incluyendo la culpa de los sobrevivientes. Como tampoco le fue ajena la responsabilidad de aquellos que se dieron cuenta de que no merecían vivir si uno sólo de los pasajeros del barco moría. Pero es importante repetirlo, esta no es sólo la historia de una tragedia en un barco que realmente existió, esta es la condición humana misma. Esto es cine de verdad, no un pequeño ensayo intelectual perdido en su laberinto. Por ello es que cuenta con una narración de una exquisitez absoluta. El director relata una historia enorme por donde se la mire, trabaja toda clase de variables, pasa por el humor, la pasión, el melodrama, la aventura, la catástrofe en su estado más puro y a la vez por el universo interior de los personajes. Cameron nos permite ver en los rostros de sus personajes un universo completo de ideas. Por eso Cameron es un verdadero genio del cine. Y su compromiso incluye este regreso en 3D que es apabullante. Si la película en sí misma era ya una experiencia abrumadora, el minucioso y brillante pasaje al 3D ha sido hecho a conciencia, generando uno de los mejores 3D hasta la fecha. James Cameron se muestra aquí como un narrador inteligente y talentoso, incluso en la manera en la que usa el formato. Titanic es por derecho propio un clásico de la historia del cine. La manera en la que conjuga arte con entretenimiento, espectacularidad con intimidad, las escenas memorables que nos regala para siempre, emocionan a cualquiera que entienda algo de cine. Un paladar entrenado deberá captar con facilidad los cientos de detalles de perfección que la película tiene. La película es tan grande como lo que cuenta, realmente lo es. Titanic nos hace sentir, al menos por un instante, que estamos en contacto con la grandeza. La grandeza del mundo, pero también la grandeza del cine.
Las biografías cinematográficas son siempre una trampa. Por un lado son evaluadas por su relación con la figura elegida, por el otro la oportunidad de que los expertos -o quienes creen serlo- desplieguen todo su conocimiento no cinematográfico para explicarnos, a modo de una biografía escrita, lo que la película debería haber narrado. Pero como ocurre con la adaptación de libros, a veces hay que dejarse un margen grande para ver lo que está en la pantalla y no estar todo el tiempo jugando a la comparación. Tampoco se puede negar que es un género comercial donde todos sueñan con la taquilla y también con los premios, en particular aquellos que interpretan el rol principal. Quiero bailar con alguien (Whitney Houston: I Wanna Dance with Somebody, 2022) es la biografía cinematográfica de Whitney Houston, una de las mejores voces y artistas más populares de todos los tiempos. El papel de Whitney recayó en Naomi Ackie, lo que es claramente una decisión de no buscar una imitadora de la cantante, sino una actriz que la interprete. Esa clase de decisiones arriesgadas suele alejar a las películas de los premios, cosa que aquí ocurrió. La dirección es de Kasi Lemmons, la directora de Harriet (2019) y el guión es de Anthony McCarten, un verdadero especialista en biopics. Él es el guionista de La teoría de todo, Rapsodia Bohemia, Las horas más oscuras y Los dos Papas. Y Stanley Tucci interpreta a Clive Davis, el presidente de Arista Records. La película buscaba brillar en el género, pero algunos elementos la dejaron fuera de la carrera. La película tiene muchas decisiones arriesgadas, es pudorosa en prácticamente todo pero al mismo tiempo declara abiertamente la relación homosexual de Whitney Houston con Robyn Crawford (Nafessa Williams), algo conocido aunque no para el gran público, ya que ella nunca habló públicamente sobre el tema. También aparece la resistencia de la comunidad afroamericana a una artista que pasó muy por encima de los prejuicios raciales y fue más popular que todos los artistas activistas juntos. Su falta de racismo artístico le permitió protagonizar esa maravilla de avanzada llamada El guardaespaldas (1992) que fue tan popular como rechazada por su historia de amor interracial. La película apuesta más a la inteligencia del espectador que a todas las obviedades y no se regodea jamás en el dolor. Su dignidad y amor por Whitney Houston son claras y la casi totalidad de las canciones son con la voz original de ella. Hubiera sido imposible reemplazarla, por otro lado. El famoso momento del Himno Nacional de los Estados Unidos en el Super Bowl está a la altura de la leyenda. Más no se puede pedir.
China ha entrado en el mercado mundial del cine occidental sin sutilezas, pero de forma no del todo perceptible para los espectadores. Muchas de las películas que se ven como norteamericanas hoy son coproducciones con China y por ese motivo los elencos con actores y personajes chinos han ido creciendo, siempre con una mirada positiva sobre ellos. Rock Dog 3: Rockeando juntos (Rock Dog 3 Battle the Beat, 2022) es un ejemplo de ello. No recuerdo ni un segundo de los films anteriores, a punto tal de no estar seguro de haberlos visto, así de importantes y relevantes son. El protagonista de la película es Bodi, un perro rockero (un mastín tibetano) amante de la buena música. Él es un rockero de verdad que cuestiona un reality musical televisivo donde la música es lo menos importante y todo es crueldad y superficialidad para el show. Todos quieren que Bodi se involucre de alguna manera, pero él desprecia esos productos. Ya se adivina lo que pasará. Esa tensión entre la música y el espectáculo es lo que aporta un interés mediano al comienzo y luego se pierde en un entretenimiento fuera de esa búsqueda, como para no abrumar a los niños con temas de adultos. Se va deshaciendo hasta lograr el efecto mencionado anteriormente: el olvido.
Durante generaciones la familia Solé cultiva una gran extensión de melocotoneros en Alcarràs, una pequeña localidad rural de Cataluña, en España. Pero este verano, después de décadas cultivando la misma tierra, puede que sea su última cosecha. Con ese punto de partida la directora Carla Simón construye un relato sutil y minucioso que describe la vida cotidiana de esa forma de vida que parece estar llegando a su fin. Se mueve por escenas que parecen triviales pero que resumen en todos los aspectos posibles las reflexiones de la realizadora acerca del mundo, de la familia, de la condición humana en el presente. La película es muy ambiciosa aunque tenga un aspecto muy despojado que juega todo el tiempo con el realismo documental. Se ha comparado este premiado film con las ambiciones estéticas de Víctor Erice. Bueno, eso es demasiado, aunque la película pueda responder más a ese universo que a otros del cine español.
M. Night Shyamalan es un director que sigue generando interés a pesar de que su esplendor parece haber quedado atrás. El director de Sexto sentido, El protegido, Señales y La aldea, despierta algunos odios excesivos, posiblemente producto de la admiración que tuvo hace veinte años. Directores más irrelevantes y realmente malos no reciben dichos ataques pero M. Night Shyamalan ya fue puesto en ese lugar. Por otro lado, sus viejos admiradores viven esperando aquella película que lo lleve nuevamente a su mejor forma. Para ambos grupos cada nueva película es un acontecimiento que no los deja indiferentes. Llaman a la puerta (Knock at the Cabin, Estados Unidos, 2023) está basada en The Cabin at the End of the World, de Paul Tremblay, lo que significa que no es una historia original del director, quien además eligió acá no estar solo a la hora de la adaptación. Sin embargo, toda la película tiene el tono y el suspenso propio de Shyamalan. El conflicto se establece rápido, más allá de un par de misteriosas escenas iniciales. El hecho de que prácticamente toda la película transcurra en una cabaña en medio del bosque obliga a que esto sea así. Una niña de ocho años (Kristen Cui) está en una cabaña con sus dos padres (Jonathan Groff y Ben Aldridge) cuando llegan cuatro extraños caminando hasta allí. Cada uno lleva una herramienta que podría transformarse también en un arma mortal. Lo que tienen para decir es tan inverosímil que los habitantes de la cabaña no pueden creer que sea cierto. Los extraños le dicen a los dos hombres y su hija adoptada que deben tomar una decisión terrible y que si no lo hacen, será el comienzo del apocalipsis y el fin de la humanidad. Excepto para ellos tres, claro. Siete personajes en una cabaña aislada de todo. Sin señal para los teléfonos y lejos de cualquier ayuda. Es más fácil de sobrellevar esta clase de historias en literatura que en cine, porque son menos las preguntas que surgen. Aun así el dilema queda planteado y los protagonistas deberán elegir entre sus seres queridos y toda la humanidad. La película no tiene material para más de una hora y por eso recurre a una serie de flashbacks cuya única función es llegar a los noventa minutos. El problema es que frente a una estructura de encierro, dichos flashbacks le sacan rigor a la trama y desvanecen poco a poco el drama. El cuarteto que visita la cabaña está encabezado por Dave Bautista, quien está buscando otra clase de roles, quizás con el sueño de convertirse en el nuevo Dwayne Johnson. Su fracaso actoral prueba que no es tan fácil lo que ha logrado The Rock. M. Night Shyamalan logra una película mejor que Viejos (2021) o al menos mucho menos irritante. No se descarta que eventualmente vuelva a encontrar un guión que lo regrese a su mejor época, por ahora eso no está pasando. El director sigue viviendo entre el recuerdo de sus fans y el desprecio de quienes lo han tomado como objeto de burla. Llaman a la puerta tiene varios momentos que prueban su talento y con eso ya se eleva por encima de la media.
Los espíritus de la isla (The Banshees of Inisherin, Irlanda/Gran Bretaña/Estados Unidos, 2022) es una película escrita y dirigida por Martin McDonagh, el mismo realizador de Perdidos en brujas (2008) y 3 anuncios por un crimen (2017). La historia transcurre en una isla remota frente a la costa oeste de Irlanda en el año 1923. Aunque se ve a lo lejos la Guerra civil en Irlanda y todos conocen ese conflicto, los habitantes de la isla, sin embargo, viven una pacífica y rutinaria existencia en su tierra. El protagonista, Pádraic (Colin Farrell), tiene un mejor amigo llamado Colm (Brendan Gleeson) con el que comparte charlas y cervezas en el mismo lugar y el mismo horario todos los días de su vida. Pero un día ocurre algo completamente inesperado: Colm rompe con la rutina y le dice a Pádraic que ya no quiere ser su amigo. Al comienzo este no entiende qué pasa, pero luego se angustia y desespera frente a ese cambio que significa la destrucción de todas sus certezas. La hermana de Pádraic, Siobhán (Kerry Condon) una joven instruida e inteligente, intenta ayudarlo, y otro muchacho, el problemático Dominic (Barry Keoghan, insoportable) el hijo del policía, también intenta colaborar para cambiar la situación. El ambiente donde transcurre la historia es uno de los espacios cinematográficos más recurrentes y queridos del cine. La campiña irlandesa, en este caso una isla, que nació para ser fotografiada y es en sí misma un personaje más, a la vez que una postal que deslumbra y a la vez abruma. El espacio abierto y la vez claustrofóbico que todo el tiempo amenaza con mostrarse mágico y sobrenatural pero que tan sólo resulta ser alegórico y solemne. Hay dos películas en Los espíritus de la isla, una es brillante y la otra es un completo desastre. Pocos casos hay de un título que empiece tan bien y termine tan mal. Pero a no equivocarse, porque sería decir que el viaje del Titanic fue más o menos bueno porque empezó bien pero terminó mal. Es la segunda parte de la película la que finalmente termina definiendo su calidad. Martin McDonagh comienza su historia con un tono humorístico, costumbrista, con “irlandeses profesionales” jugando a ser una pequeña comunidad graciosa y tosca, donde todos se conocen. Los temas al iniciarse la película son simples y pequeños en la superficie, pero encierran angustias existenciales de enorme dimensión. ¿Por qué alguien deja de querer de golpe a otra persona? Lo que también lleva a pensar en los motivos por los cuales la quiso o se sintió cercana a ella previamente. Aquí la historia exagera ese punto tragicómico y se sostiene por dos actores impecables, en particular Colin Farrell, cuyo personaje de un día para el otro pierde todo aquello que parecía ordenar su vida. Hay otros caracteres cuyos destinos parecen marcados por la angustia y el encierro. El hijo de un policía cruel y la hermana de Pádraic que aspira a más, son otras dos historias que van cobrando interés en ese mismo tono costumbrista que lamentablemente se borra al finalizar la primera parte de la película. Los espíritus de la isla entonces abandona su lógica y su tono, para volverse siniestra y metafórica. Cuando Colm explica los motivos del alejamiento de su amigo la película parece abrir una serie de nuevas preguntas acerca de la condición humana, la amistad y los proyectos individuales, pero luego muestra su verdadero juego y todo se rompe. La película es una metáfora sobre el conflicto en Irlanda, la Guerra civil y los grupos en disputa. Los tradicionalistas y los rupturistas. A partir de ese momento a Martin McDonagh dejan de importarle sus personajes y solo los usa para analizar ese conflicto. La película se vuelve teatral en el peor sentido posible del término. El director y guionista, muy amigo del subrayado desde siempre, despliega su crueldad y maneja a sus criaturas para expresar las más obvias y tontas obviedades acerca de la guerra entre compatriotas. Lo que parecía simpático se vuelve insufrible y todo el humor da paso a una película pesada, sentenciosa, necesitada de decir cosas importantes, sin darse cuenta de que eso era lo que hacía al comienzo. Los sentimientos humanos no tienen suficiente peso para Martin McDonagh.
Holy Spider es una película ambientada en la ciudad sagrada de Mashhad en Irán. Cuenta la historia de la periodista Rahimi (Zar Amir Ebrahimi), que investiga los asesinatos de varias trabajadoras sexuales en manos del “asesino araña”, que cree cumplir una misión divina para limpiar la ciudad de pecadores. La película está basada en un asesino real y más allá de algunos cambios que se hicieron, la trama principal sigue los eventos ocurridos. La película del director iraní radicado en Dinamarca Ali Abbasi es particularmente cruda y sin estridencias. Reduciendo al mínimo los recursos para construir la historia, generando una tensión mucho mayor en cada una de las escenas violentas desde el comienzo de la película hasta el cierre de la historia. Estéticamente no es minimalista, pero está despojada de todo aquello que podría ser un efecto dramático más allá de lo que aparece en pantalla. Este triunfo de puesta en escena impacta mucho más en el espectador. Por supuesto la película no está filmada en Irán, sino en Jordania. A la historia de la periodista y el asesino se le agregan inevitables descripciones de un gobierno donde las mujeres no tienen los mismos derechos que los hombres y donde el terror no es sólo por los asesinos de mujeres, sino por una sociedad donde reina el sexismo absoluto. Como confirmación de esto, luego de que la protagonista, Zar Amir-Ebrahimi, nacida en Irán, ganara el premio a la Mejor Actriz en el Festival de Cannes, funcionarios iraníes la acusaron a ella y al director de “blasfemia”. Algunos incluso han ido más allá, pidiendo su ejecución. La Organización de Asuntos Cinematográficos y Audiovisuales de Irán, que opera bajo los auspicios del Ministerio de Cultura y Orientación Islámica, emitió un comunicado calificando la película de “obscenidad desvergonzada”. Más allá del contenido político del film, sus méritos son narrativos y puramente cinematográficos. Una película difícil de ver, perturbadora, ambientada en la sociedad iraní, pero con elementos que serían igualmente impactantes en cualquier otro tiempo y lugar. Siempre es mejor para una película con contenido político, tener una calidad por encima del promedio, de lo contrario no solo se ve afectada la película sino también sus ideas del mundo.
Gerard Butler ya se ha entregado al cine de acción y aunque es difícil que alguna vez haga un clásico del género, cada nueva película es un título más que va construyendo una filmografía coherente. Sus películas varían de presupuesto y no hay nunca una pretensión de cine importante. En Alerta extrema, una traducción local para el original Plane que nos lleva al menos treinta años atrás en el tiempo, encuentra el tono y el estilo adecuados que la colocan en la lista de aciertos del actor. Aquí interpreta al piloto Brodie Torrance, un piloto de avión escocés con una carrera previa en la fuerza aérea y un carácter fuerte y decidido que lo ha dejado un poco al margen de las principales rutas. Es un vuelo de rutina con pocos pasajeros, pero a último momento suben a un hombre arrestado por asesinato llamado Louis Gaspare (Mike Colter) que viaja esposado junto al policía que lo custodia. El vuelo debe atravesar una tormenta porque la aerolínea no quiere gastar combustible de más para un vuelo con tan poco pasaje. Todo saldrá mal, claro, y ese será el comienzo de la aventura. Qué los dos protagonistas sean el piloto y el preso ya le da una pista al espectador de lo que vendrá, y sin embargo, y con todas sus situaciones previsibles, la película se abre paso con acción, vueltas de tuerca divertidas y Butler en un papel que le queda perfecto. Tampoco alarga ni una sola de las situaciones, todo se resuelve sin perder ritmo ni agregar situaciones inútiles. Si no tienen al héroe de acción del momento, al menos siempre lo tendrán a él. No sólo sirve como explicación de la película, sino de su carrera actual. Cuando la película tiene que atrapar lo hace. Parece uno de esos films europeos de los setentas y ochentas, cargados de acción inverosímil y estrellas en decadencia. La diferencia es que la acción está bien filmada y Butler está dispuesto a seguir dando batalla.
Los Fabelman (The Fabelmans, 2022), la nueva película de Steven Spielberg, narra la vida de Sam Fabelman entre dos momentos que marcaron su vida en relación al cine. Sammy no es otro más que el propio Steven Spielberg y esta es su primera película abiertamente autobiográfica. Esos dos momentos son las dos anécdotas más conocidas del director, aquellas que ha contado una y otra vez y que todos los que lo seguimos conocemos de memoria. Por este motivo esta es una película diferente del director pero también es fácil reconocerlo en todos y cada uno de los momentos. Los Fabelman narra el inicio del amor de Steven Spielberg por el cine y su período amateur, pero filmado ahora desde su condición de director veterano, exitoso y prestigioso. Aunque sea parte de la difusión de la película, hay que asumir que un número grande de espectadores no sabe que Sam Fabelman, el protagonista del film, se convertirá con los años en el director más conocido del mundo y uno de los más respetados. En definitiva, todas las películas tendrán, en mayor o menor medida, espectadores que con la información más o menos completa de aquello que están viendo. Los Fabelman tal vez no esté destinada a ser masiva justamente por eso, pero también se trata de una obra maestra donde Spielberg se anima a jugar con la narración cinematográfica con una libertad absoluta, aún sin perder la perfección de su clasicismo. El cine de Steven Spielberg lleva ya más de cincuenta años si tomamos Reto a muerte (Duel, 1972) como su ópera prima, ya que se hizo para televisión pero se estrenó en cines en muchos países. Su conexión con el público nunca ha mermado y su popularidad tampoco. Su nombre es, como mencionamos, el más famoso dentro del mundo de los directores. El prestigio tardó más. Casi dos décadas completas se necesitaron para que el respeto que se ganó por ser taquillero fuera equiparado por del de ser considerado un genio del cine. Su obra trasciende cualquier coyuntura y moda, abarcando los más variados géneros y tonos, pero siempre con un dominio del arte cinematográfico que no se puede comparar con ningún otro cineasta contemporáneo. Spielberg no es sólo el realizador más popular del mundo, es también el más asociado a la idea de director de cine, es decir al cine mismo. Justamente por esto último, Los Fabelman es una película tan maravillosa y a la vez importante. Narra su formación incluso antes de ser director profesional, pero explica cuál es su vínculo con el arte cinematográfico, en lo que además de ser un film autobiográfico se convierte en una declaración de principios. No es un dato menor que se trate de uno de sus pocos largometrajes escritos por él, además de Encuentros cercanos del tercer tipo (Close Encounters of the Third Kind, 1977) e Inteligencia Artificial (A.I. Artificial Intelligence, 2001). A pesar de la evidente autoría de sus films, sólo tres largometrajes dirigidos por él lo tienen como guionista en su larga trayectoria. Por supuesto que los cortometrajes antes de volverse profesional lo tenían escribiendo los guiones, entre varias otras funciones, pero esa es otra historia que en Los Fabelman también se aprecia. Encuentros cercanos tiene muchas cosas que aquí vuelven a aparecer y como dato curioso, vuelve a tener a un realizador importante en el elenco. En 1977 tuvo a François Truffaut y ahora tiene a David Lynch. Pero lo más interesante es la conexión con Inteligencia artificial, donde el rol de la madre tiene un valor enorme. La madre de ese film y la de Los Fabelman están conectadas. IA se basó en un breve cuento de Brian Aldiss y fue un proyecto de Stanley Kubrick, quien deseaba que Spielberg lo dirigiera. Los Fabelman no es una película con suspenso ni tiene una estructura dramática tan a la vista como otros títulos del director. No hay misterios en Los Fabelman. Prácticamente todo lo que se narra ha sido previamente contado por Steven Spielberg en innumerables entrevistas, con mayor o menor detalle. De hecho, la escena inicial, dónde se deslumbra con El espectáculo más grande del mundo (The Greatest Show on Earth, 1962) de Cecil B. De Mille, es la información básica que todo admirador de Spielberg conoce a la perfección. Pero ver esa anécdota recreada en la pantalla es mucho más conmovedora que contada con sus palabras. Hay varios momentos en la película que son justamente eso, la historia del Spielberg narrador oral convertidas ahora en puro lenguaje cinematográfico. Es algo curioso, porque esas experiencias habían sido volcadas, en mayor o menor medida, en toda su obra, aunque no con este componente autobiográfico. Que casi ninguno de los personajes lleve el nombre real es también una señal de que el director se ha tomado muchas licencias poéticas. Parece guionado que el primer film que vio Spielberg en cine se llame El espectáculo más grande del mundo pero cómo cualquier cinéfilo sabe no se trata ni de la mejor película de De Mille ni tampoco de una obra maestra. Tiene, sí, algunas escenas memorables, una de las cuales será lo abra las puertas del amor al cine para el niño. Pero Sam irá a ver, diez años más tarde, Un tiro en la noche (The Man Who Shot Liberty Valance, 1962) de John Ford. Ya no hablamos solo de un espectáculo, sino que estamos frente a una obra maestra, una de las películas más complejas de la obra de John Ford, es decir de la historia del cine. Un western entretenido, con acción, suspenso y hasta una vuelta de tuerca. Una obra maestra clásica, madura y de género. Es justamente aquella donde se acuñó una idea fordiana por excelencia: “Impriman la leyenda”. Al mostrar a Ransom Stoddard (James Stewart) a punto de contar su vida, Spielberg también nos avisa que su autobiografía cinematográfica puede que incluya bastante de leyenda, y sin duda que es así, incluyendo el final de la película. Entrar en la obra de John Ford, es entrar en el cine con mayúsculas. Por eso la película tiene esa escena final tan importante para Spielberg. La última escena de Los Fabelman (quien no quiera saber como es puede pasar al siguiente párrafo) es uno de los momentos más impresionantes de la filmografía de Steven Spielberg. Lo más parecido a un instante sagrado de la cinefilia. Luego de mucho esfuerzo Sammy ha logrado conseguir su primer trabajo en un estudio y tiene su primera reunión con quien lo va a contratar. Como este entiende que ama más el cine que la televisión, le ofrece hablar con “el más grande director de la historia del cine”. Cualquier cinéfilo ya sabe que se trata de John Ford y cualquier admirador de Spielberg ha escuchado la anécdota mil veces. Lo lleva a la oficina sin decir su nombre y cuando Sam se sienta se ve rodeado por los afiches de sus películas. Es un momento enorme. La cámara recorre la obra de John Ford por sus afiches y el protagonista siente emoción, miedo y también la presencia del cine con mayúsculas. Finalmente, y luego de tanto camino, está rodeado de cine. Al entrar a la oficina está Ford anciano, claro, y el actor que lo interpreta es idéntico al director. Acá el guión no inventa un nombre, Ford es Ford. Spielberg director filma al actor que hace de Spielberg en su encuentro con John Ford, interpretado nada menos que por David Lynch. El director más grande de todos los tiempos interpretado por el más importante director de cine moderno e independiente de los últimos cincuenta años. Lo clásico y lo moderno en un solo lugar. Y claro, filmado por el mejor director de las últimas décadas. Una trinidad insuperable, un espacio de pureza cinematográfica absoluta. La reunión no es necesario contarla, pero si hay que destacar que la película tiene que terminar allí. Spielberg ha recibido la bendición del más grande, ya ha entrado en el cine. Un pequeño gran gag final con un toque de modernidad nos deja claro algo: la lección del maestro ha sido aprendida. Por todo esto Los Fabelman ya puede ser considerada una obra cumbre, pero aunque parezca mentira esa es solo una parte de la película. No es sólo una historia de cine, sino que también es una historia familiar. Ser disfuncional en la década del cincuenta era particularmente inquietante y todas las tensiones que Sam experimenta no son otras que las del propio director, aunque haya optado por el tenue disfraz de cambiar los nombres. Aunque no fuera Spielberg, Sam es un niño y luego adolescente tímido, retraído, enamorado de algo que su padre cree que es un hobby y su madre sabe que es una pasión. Llegará luego el tío Boris para explicarle las angustias que le esperan. Los biógrafos de Spielberg entenderán rápido que el guión altera gran parte de su vida para hacer una mejor película. Si acaso ese es uno de los temas que aparecen, es obvio que el director, como su personaje, obedecerá por encima de todo al cine. Dichos cambios nos ayudan a valorar más al director, pero también a concentrarnos en los personajes, en particular en el segundo personaje más importante de la película, la madre de Sam. La familia Fabelman está conformada por Sammy (de adolescente Gabriel LaBelle) su madre Mitzi, gran pianista pero artista frustrada (Michelle Williams), Burt el exitoso padre ingeniero informático (Paul Dano), el mejor amigo del padre, Bennie (Seth Rogen) y las tres hermanas, Natalie, Regina y Lisa (Keeley Karsten, Sophia Kopera y Julia Butters). También está la madre del padre de Sammy (Jeannie Berlin) y la de la madre (Robin Bartlett) y finalmente la presencia breve pero poderosa del tío Boris (Judd Hirsch). La película es comprensiva con todos ellos, pero en particular intenta entender a Mitzi. Varios detalles claves de la vida de Spielberg que él siempre contó de una manera -incluyendo cuando descubrió algo desconocido sobre sus padres ya de grande- acá se alteran por completo para trata de mostrar que todos y cada uno de ellos intenta vivir como puede. La madre es central pero también tiene una mirada de amor por su padre. Luego de que el padre ausente fuera uno de sus temas recurrentes, Spielberg también ha cambiado ese punto de vista y se ha vuelto más comprensivo. Y hablando del padre es muy evidente que es el mismo padre del protagonista de Atrápame si puedes (Catch Me If You Can, 2002). Y ahora más que nunca queda claro que si bien era un film basado en un personaje real, Leonardo DiCaprio estaba interpretando las angustias del joven Spielberg y la relación con sus padres y la separación de ambos. Bueno, así es todo en Los Fabelman. Se adivinan también elementos de Rescatando al soldado Ryan (Saving Private Ryan, 1998), Inteligencia Artificial, E.T. (E.T. the Extra-Terrestrial, 1982), Encuentros cercanos del tercer tipo, Guerra de los mundos (War of the Worlds, 2005), Indiana Jones y la última cruzada (Indiana Jones and the Last Crusade, 1989) y posiblemente de casi toda su obra. La pregunta es sí Spielberg está citando su cine o si en realidad su cine estaba citando su vida durante todos estos años. Esta pregunta es muy importante porque la respuesta nos lleva al corazón mismo del director. La relación que tiene con el cine no es idéntica a la de la mayoría de los directores y por eso es quien es. Hay muchos, realmente muchos, directores que hacen películas diciendo que el cine es un infierno. Algunos han hecho obras maestras sobre eso, porque han ido más allá de la queja, pero otros, la mayoría, simplemente son personas de éxito que le dicen al mundo que eso que aman pagar para ver es en realidad un horror. A Spielberg mostrar el cine así ni se le ocurre. Él no hace cine contra el cine, él es alguien que está agradecido por el cine cada día de su carrera. El cine es lo que lo salvó, es lo que lo protegió, es algo que ama y eso no solo se ve en Los Fabelman, también en toda su obra. A medida que va creciendo y el mundo se vuelve más complicado, para Sam el cine es cada vez más importante. Esa pasión que le pone a sus cortometrajes y el talento único que va demostrando nunca le hizo perder la fascinación del primer día. Tiene, en ese sentido, una conexión con François Truffaut y Martin Scorsese, dos cinéfilos que respiraron cine desde el inicio de sus carreras. La película, claro, tiene la puesta en escena más perfecta posible, algo que a nadie sorprende viniendo de Spielberg. Se trata de una de las mejores películas de los últimos años y una obra fundamental para Steven Spielberg. Es capaz de maravillar, emocionar y también tiene humor, como suelen tenerlo los films de los maestros clásicos. La música es de John Williams, el montaje de Michael Kahn y la fotografía de Janusz Kamiński, todos grandes colaboradores de Steven Spielberg, parte de su familia artística. Incluso el coguionista y coproductor, Tony Kushner, ha trabajado con Spielberg en Munich (2005), Lincoln (2012) y Amor sin barreras (West Side Story, 2021). Ya pasaron casi treinta años desde que Spielberg finalmente ganó su primer Oscar como director. Esa noche recibió dos premios por La lista de Schindler (1993) y en uno de sus dos discursos hizo algo que casi ningún director triunfante hace: les agradeció a los espectadores del mundo. El éxito y la fama llevan a los artistas a perder el rumbo pero eso no ha pasado con Spielberg. Nunca fue una persona escandalosa fuera de la pantalla ni se metió en problemas. Incluso en Los Fabelman lo deja bien claro. Esa dedicatoria a los espectadores siempre me pareció conmovedora, ya que no hay otro realizador que me haga sentir que me habla directamente a mí como lo hace Steven Spielberg. Ahora, con Los Fabelman, termino de entender cómo logra ese efecto. Él es un espectador de cine, uno agradecido de haber podido encontrar las películas en su vida. Este maestro nunca, ni por un instante, ha dejado de entender lo que significa sentarse en una sala oscura a mirar esas imágenes en movimiento. Luego de tantas décadas y tantos logros. De récords de taquilla y premios, Steven Spielberg sigue siendo el pequeño Sammy sentado en la oscuridad viendo El espectáculo más grande del mundo. Por suerte, además, él es también el creador de esos espectáculos.
El método Tangalanga transcurre en el año 1962, en la ciudad de Buenos Aires. Allí, un tímido empleado de una empresa, Jorge Rizzi (Matías Piroyansky), se siente abrumado por su incapacidad de hablar en público. Su mejor amigo y compañero de trabajo, Sixto (Alan Sabbagh) tiene problemas de salud y ha sido internado. Jorge no puede presentar los productos de su empresa de forma correcta por su timidez, así como tampoco es capaz de hablarle a la recepcionista del hospital donde está internado Sixto. La joven, llamada Clara (Julieta Zylberberg) es muy desenvuelta y simpática, pero Jorge se petrifica cuando se le acerca, a pesar de que se ha enamorado a primera vista. El azar lo cruza con un misterioso personaje, un hipnotizador llamado Taruffa (Silvio Soldán), quien en su espectáculo termina abriéndole la puerta a otra versión de Jorge, verborrágica, mal hablada y llena de coraje. La forma en la que mejor desarrolla esa versión, es a través del teléfono. También descubre que este humor le mejora el ánimo a su amigo internado y genera admiración en Clara. La película, cualquier argentino de más de cuarenta años lo adivina, cuenta de forma no rigurosa la vida del cómico Julio Victorio de Rissio, conocido por todos como el Doctor Tangalanga. El éxito de este cómico se basó en llamados telefónicos donde armaba situaciones cómicas y absurdas con interlocutores incautos. Su popularidad fue enorme durante los ochenta y los noventa y las cintas con su humor circularon de forma insólita en la edad de oro del copiados de cassettes. Más allá de si a uno le guste o no esa clase de chistes, la película tiene vida propia e incluso quienes detesten al Dr. Tangalanga podrán disfrutarla. La sorpresa es que funciona más el costado emocionante que el humorístico. Si bien es decididamente una comedia, lo más efectivo es que sea una película sobre el origen de un cómico. La idea de la comedia como un alivio frente a las angustias de la vida y también un método para aplacar la fobia a otros seres humanos. La puesta en escena es prolija en el mejor sentido de la palabra. La reconstrucción de época impecable, los actores todos a tono con lo que busca el film, en particular Alan Sabbagh, en una de sus mejores actuaciones. Una lograda melancolía recorre toda la historia y convierte al personaje en algo más interesante que el humor que él practicaba en la vida real.