Hasta los huesos (Bones and All, Estados Unidos/Italia, 2022) es la nueva película de Luca Guadagnino, el realizador de Llámame por tu nombre (Call Me By Your Name, 2017). En este caso la acción transcurre en Estados Unidos en la década del ochenta, en una especie de road movie que recuerda la fascinación de muchos directores no norteamericanos fascinados con la inmensidad de los paisajes de ese país. La protagonista de la historia es Maren (Taylor Russell) una joven que vive con su padre hasta que su condición de caníbal (por naturaleza, no por elección) la obliga a tener que aventurarse en soledad por las rutas norteamericanas. Allí se cruzará con otros de su condición, incluyendo a Lee (Timothée Chalamet), quien parece tener mucho más asumida su forma de vida y se mueve con mayor soltura en ese vagabundeo en busca de víctimas. Hasta los huesos es ofensivamente morosa, pero ese exceso innecesario de aburrimiento lo completa con un alarde de sordidez que roza el mal gusto en varios momentos y en otros directamente cae de lleno en él. Apenas algunos paisajes le aportan belleza a un mundo espantoso y sin esperanza, tanto en la idea del director como en las imágenes que filma. Se trata de una película que necesita hacerse notar como una obra contemplativa, pero a la vez busca impacto con golpes de efecto bastante vulgares. Es difícil contener la risa frente a ciertos momentos escalofriantemente pretenciosos, pero la duración de la película se encarga de aplacar cualquier reacción, ya sea la risa, el llanto o el deseo de vivir en general. Es una película de terror, pero también, y principalmente, una reflexión sobre dos marginales que intentan encontrar su lugar en el mundo. El cine clásico de Hollywood se ha construido con muchas historias como esta y ha demostrado, en los más variados géneros, lo efectivo que es elegir una road movie como marco para contar historias. Guadagnino, tal vez aterrado con la idea de que alguien disfrute o se entretenga, destruye todas las posibilidades que tenía entre manos. La banda de sonido es curiosamente mala y molesta, lo que demuestra que hay coherencia en esta película y su realizador. Está claro que la única película buena de Guadagnino, Llámame por tu nombre, lo fue gracias a que se trataba de un guión de James Ivory.
La acción transcurre en París, en 1941. François Mercier (Gilles Lellouche) tiene como proyecto formar una familia con la mujer que ama, Blanche (Sara Giraudeau). Trabaja para el Sr. Haffmann (Daniel Auteuil), un talentoso joyero judío. Cuando llega la ocupación alemana, Haffmann y su familia deben huir antes de que sea demasiado tarde. Pero el joyero tiene un plan para que Mercier y su mujer puedan cuidar su negocio durante ese período que ha comenzado. Cuando el joyero y su empleado se ponen de acuerdo en lo que van a hacer, algo altera los planes y los pone frente a un conflicto completamente inesperado. El dilema de Mr.. Haffmann (Adieu Monsieur Haffmann, Francia, 2022) es un clásico producto francés de época. Buenos actores, una historia dentro del marco de la ocupación nazi y una recreación de época muy cuidada. Cuando hablamos de clásico nos referimos tanto al concepto de narración clásica como a la idea de la típica película qualité del cine francés. En este caso hay que sumarle el hecho de estar basado en una obra de teatro, otro elemento habitual en esta clase de films. Irónicamente, el que atacó a este tipo de cine, el maestro François Truffaut, terminó realizando una película de la cual hay algunos ecos aquí: El último subte (Le dernier métro, 1980), uno de los mayores éxitos del director. Pero claro, el realizador Fred Cavayé no es Truffaut. Sin embargo, y como a veces ocurre con estas películas, la eficacia de los componentes es indiscutible y los pocos actores que dominan toda la trama cumplen con creces con su rol. No hay nada de malo en buscar un objetivo sencillo y cumplirlo. Por momentos la historia se vuelve emocionante y tiene algunos momentos de suspenso. Se le ve algo de teatralidad en las resoluciones pero cuando Daniel Auteuil está a gusto en un largometraje el espectador lo agradece. A pesar del tiempo que ha pasado, ni Francia abandona estos temas ni tampoco la humanidad ha dejado de enfrentarse a los dilemas que aquí se despliegan.
El fracaso estrepitoso de Un mundo extraño (A Strange World, 2022), la nueva película de animación de Disney, se puede deber a muchos motivos, pero es bastante probable que esté relacionado con una agenda progresista woke tanto forzada como voluntarista. Que sea la película de animación de Disney que peor funcionó en taquilla en toda la historia no la hace ni buena ni mala, pero es bastante raro que en estas épocas un film del estudio no logre funcionar con el público. Es verdad que fue muy poco promocionada, lo que no desmiente el motivo de su fracaso. Ya sabían que había algo que no funcionaba con Un mundo extraño. La película se presenta como una historia de aventuras bastante tradicional que evoca claramente a los libros de Julio Verne y las aventuras espaciales de las historietas clásicas. Tiene un comienzo de manual, con Los Clades, padre e hijo, un dúo que vive toda clase de aventuras y que los han convertido en celebridades. Jaeger Clade y su hijo Searcher viven en Avalonia, una tierra rodeada por montañas que parecen infranqueables y su gran sueño es ir más allá de ellas. Al menos es el sueño del padre, ya que el hijo descubren que tal vez pueden vivir con lo que tienen sin necesidad de ir más allá. Esa pelea es tan grande que el padre avanza y se pierde en la inmensidad, mientras que el hijo se queda y confirma las posibilidades de progreso de Avalonia gracias a una planta que acaba de descubrir. Veinticinco años después todo ha cambiado en Avalonia, pero pronto descubrir que ambos tenían razón. La tierra tenía lo necesario, pero hay algo más allá que también es imprescindible para no apagarse definitivamente. Pero la aventura ha quedado de lado por un rato. El motivo es el examen de diversidad que Un mundo extraño desea aprobar a cualquier precio. Si el cine fuera sólo eso, la película sacaría una nota alta. No digamos un diez, porque seguro hay diversidades no contempladas y en el futuro serán reclamadas de manera implacable. Avalonia es, además, una sociedad que no tiene capitalismo y que vive de lo que la tierra produce. Una utopía sin violencia, ni desigualdades, ni nadie que haga el mal. Una tierra sin conflictos, lo que es pésimo para una película de aventuras. Pero por suerte aparece un problema y es uno conectado justamente con la naturaleza a la que esta sociedad se ha aferrado. La familia de Searcher deberá lanzarse a la aventura para salvar el mundo en el cuál viven. Tal vez el padre tenía una parte de razón. Todos tienen razón, en parte. Otro gran motivo para ir apagando conflictos. Por suerte en el mundo extraño aparecen unos seres que generan la tan postergada aventura y dentro de todo la película tiene algo de mérito visual. Pero el guión se mueve por lugares vistos y no se mueve un ápice de ellos, lo que hace que la diversión también se estanque. Los que hicieron la película se deben haber felicitado mutuamente por su hermoso planteo de diversidad. Pero las películas de ese presupuesto no viven de la tierra sino de la taquilla y aunque no todo lo taquillero es sinónimo de bueno, al menos sí está relacionado con el intento de serlo. Un mundo extraño es un film que cree que no necesita de la realidad para triunfar y que con buena voluntad se puede hacer un cine bueno y exitoso. Se equivoca.
El tan ansiado proyecto de Guillermo Del Toro de llevar a la pantalla el libro Pinocho, escrito por Carlo Collodi y publicada por primera vez en Italia entre 1882 y 1883, finalmente ve la luz luego de varios años de trabajo. El azar quiso que un par de meses atrás se estrenara otra adaptación del mismo texto, dirigida por Rober Zemeckis. La mejor y más recordada será siempre la que realizó Walt Disney en 1940, pero queda claro que es un texto con muchas posibilidades e interesante para acercarse nuevamente. Guillermo Del Toro ha buscado la forma de ser original en lo estético pero también en la historia que cuenta. En lo primero tiene logros parciales, en lo segundo la situación es más complicada. Guillermo Del Toro dice amar esta historia, aunque la altera en muchos aspectos y la destruye en otros. Le agrega drama, aporta un costado más abiertamente siniestro en ciertas resoluciones pero le quita la oscuridad que el libro tenía en otros. Es curioso como un proyecto tan personal produce una película tan irrelevante y sin profundidad alguna. Imaginemos que no conocemos la historia de Pinocho y que esto es lo primero que vemos. Ahí tendría una chance la película, pero al conocerla, descubrimos que saca de eje ciertos elementos para incorporar lo que seguramente es el gran sueño del director: darle importancia histórica a una historia que se movía bien sin dejar en claro en qué parte del siglo XIX se movía. Acá la historia se ubica en la Italia fascista, con Benito Mussolini en el poder. Pinocho, el muñeco de madera, ya no se desvía del camino escolar para ir de fiesta, ahora es reclutado como un artista y finalmente un candidato a soldado del régimen. Guillermo Del Toro retoma elementos de El laberinto del fauno (2006) y se nota que se siente a gusto con una pesada carga de solemnidad sin gracia. Sebastian J. Cricket -conocido en Latinoamérica como Pepe Grillo- sigue siendo un personaje complicado para el cine y tampoco nada ni nadie ha superado la versión clásica. Hay que sumarle, claro, que la película es un musical. Ninguna canción vale la pena y es lo más asombroso de todo. Uno imaginaría que algunas buenas canciones podrían mejorar el resultado, pero ni siquiera eso pasa. Tampoco la animación cuadro a cuadro otorga esa belleza que suele ser impactante en este estilo de historias. Pinocho de Guillermo Del Toro es la segunda película clase A que se hace del libro y es tan fallida como la otra. Es hora de darle un descanso a la historia.
Silvia Monteferrante (Sofía Gala Castiglione) asiste a un homenaje post mortem a quien fuera su ex marido. Allí se le hacen entrega de los atributos personales, gorra y sable. Silvia no está a gusto en la situación y la tensión se siente en el aire. También, de forma no oficial, un compañero de fuerza le entrega el arma que fue del marido de Silvia. Pronto ella descubrirá que hubo algo raro en la muerte de su ex y que el incidente en el cual perdió la vida también puede implicar un riesgo para ella. Un policía apodado El griego (Diego Velázquez) la sigue y vigila, sin que Silvia sepa si la está cuidando o si está tratando de averiguar un secreto que él se llevó a la tumba. La trama no se complejiza mucho más que eso y es por momentos una especie de policial negro donde las cosas se van volviendo cada vez más turbias y ambiguas. La película es el regreso del veterano director Juan Bautista Stagnaro, el mismo de Casas de fuego (1995), La furia (1997) y El amateur (1999). Sofia Gala Castiglione no se siente cómoda en el rol en ningún momento y se nota. Su habitual efectividad como actriz acá brilla por su ausencia.
Maximiliano (Demián Salomón) es un psiquiatra que sufre extrañas visiones de su pasado. El joven se crió en un orfanato que abandonó para vivir en la gran ciudad. Al morir su padre adoptivo regresa al pueblo de su infancia, donde se reunirá con sus hermanos y descubrirá un secreto que su familia guarda en la oscuridad. Lo que parece un drama familiar con un protagonista acosado por su pasado, se tuerce poco a poco para convertirse en un film de terror. La pesadilla de los pequeños pueblos que supo ser un espacio habitual en el cine de terror aquí es recuperada con el mismo espíritu. El género protege a la historia pero no logra cubrir las falencias narrativas y la siempre presente sensación del esfuerzo por generar los picos dramáticos de la narración. Al cine argentino de terror le falta fluir, verse natural, impactar sin que veamos al director en cada toma tratando de realizar la película. Esto desconcentra y culmina, como es habitual, con esa distancia que producen esta clase de películas nacionales. Nunca vemos una película de terror, sino un grupo de gente haciendo una película de terror. Las lecturas sociales o políticas que el film pueda tener, no pueden ser profundizadas porque nos quedamos luchando en la superficie de la realización.
Aunque Atrapada no es exactamente una película de terror, tiene algunos elementos que la emparentan con el género. Está más cerca de La habitación del pánico que de No respires. Pertenece, si acaso existe ese género, a las películas con una premisa muy estricta a la que toda la película se debe someter. Una limitación impuesta por el guión que concentra todo en un conflicto y una locación. Jessica (Rainey Qualley, hija de Andie MacDowell y hermana de Margaret Qualley) es una madre soltera de una niña pequeña y un bebé. Su ex, adicto a las drogas y golpeador y un amigo de este la encierran en la despensa de la casa y se van. Entonces Jessica deberá salir antes que a su hijos les pase algo. La trama es clara en su propuesta, pero la película dura lo suficiente como para que el espectador se cuestione absolutamente todo acerca del guión y la lógica de los eventos. Algunos momentos están logrados, otros son imposibles y en promedio dura demasiado y termina perdiendo todo interés. Como único dato de color hay que decir que se trata del film de ficción completamente producido por The Daily Wire, el sitio web conservador. No hay nada en la película que delate una ideología política. Solo es la historia de una mujer valiente que ha dejado atrás las drogas y se enfrenta a dos villanos para proteger a sus hijos.
Juana es una joven actriz que se abre camino con algún que otro trabajo mientras va a castings que no siempre resultan como ella quiere. Tiene un novio con el cual está en crisis y su alegría algo torpe se ve alterada por momentos de angustia existencial. La película está filmada como la personalidad de su protagonista. La narración se mueve de manera algo confusa, sin interés por las reglas del lenguaje clásico. No es fácil precisar cuáles fueron las intenciones del director ni su mirada sobre su personaje central. Aunque Juana banana es una comedia en muchos aspectos, toca también las cuerdas del patetismo y su personaje central tiene una intensidad algo abrumadora. Juana está perdida y la actriz que la interpreta no logra hacernos entender si es su personaje o así es ella. Obsesionada con su propio fracaso, Juana lee un libro sobre un aborigen solitario que vive aislado del mundo en la reserva ecológica. Por momentos parece una Woody Allen de 28 años y por momentos un personaje del cine independiente argentino. Evoca a Jean-Luc Godard, quiere ser comedia, quiere ser drama, pregunta más de lo que responde. Es lo suficientemente rara como para intrigar, pero no tanto como para que esto tenga un mérito en sí mismo. Juana nos recuerda también a la protagonista de Happy-Go-Lucky de Mike Leigh, esto no dicho como elogio.
En un año particularmente brillante para el cine de terror, con películas como El teléfono negro, Bárbaro, Sonríe y Terrifier 2, entre otras, la aparición en cines de un producto como Jeepers Creepers: La reencarnación del diablo parece un chiste malo. Aunque está claro que llega a las salas por ser parte de una franquicia exitosa, su calidad está tan por debajo de la calidad aceptable que más que un chiste es un insulto a los espectadores. No es cuestión de gustos, la película es realmente infame. Lo único razonable de los escasos noventa minutos de película es el prólogo. Allí aparece una pareja mayor en un auto clásico. Dee Wallace y Gary Graham interpretan a estos dos personajes que serán los únicos actores conocidos de la película. Por un instante el espectador se ilusiona con la posibilidad de repetir aquel comienzo memorable de Jeepers Creepers (2001) una verdadera sorpresa en aquel momento. Pero el prólogo, que tiene varios detalles que delatan la berretada, remata de forma insatisfactoria. Abandonar toda esperanza luego del comienzo. Chase es un fanático de las historias de terror y viaja al lugar donde The Creeper es un enorme mito urbano. Lo acompaña su novia Laine, que no cree en nada de eso pero poco a poco parece tener una conexión con eventos que pronto ocurrirán allí. El evento al que viajan es un festival y feria alrededor de la figura del supuesto monstruo que vuelve cada veintitrés años. El guión pasea por escenas absurdas e incompletas que fuerzan la trama sin sentido hacia las supuestas grandes escenas que nunca llegan. Tiene que quedar en claro que no es una secuela inferior, sino algo que ni se parece a las películas anteriores. El director de los primeros tres films, Victor Salva, no está involucrado en esta nueva entrega en ninguna forma. Ningún actor de los films anteriores aceptaron participar tampoco. Tampoco el actor que hacía de The Creeper en las otras películas está en esta. Para peor, ni la canción que da origen al título aparece en su versión original, porque no tienen los derechos. El colmo es que la famosa bocina del famoso camión que maneja el villano tampoco la consiguieron. Como mayormente está filmada en Gran Bretaña, tampoco el camión original, sino que tuvieron que armar otro, porque era más barato que transportarlo. Las películas tenían como gracia, hasta ahora, tener muchos exteriores, mientras que acá la mayor parte es en interiores. Los pocos exteriores se hicieron con una pantalla verde de baja calidad, por lo que todo parece un film clase Z, falso y difícil de ver. Es muy lamentablemente en los efectos visuales y también pobre en los especiales. Una vez más, con las grandes películas de terror de este año no hay motivo para tener que ver películas malas. Jeepers Creepers: la reencarnación del diablo no califica ni siquiera como mala, está fuera de rango.
El tráiler de El menú se veía prolijo, con actores famosos y un montón de interrogantes, a pesar del exceso de información que daban esos dos minutos. La buena noticia para aquellos que vieron ese tráiler es que ya se pueden ahorrar la película completa. Esta sátira del mundo de la alta cocina que se autopercibe comedia es un tortuoso relato que nunca conduce a nada y que cuando finalmente desea hacer su reflexión final, termina siendo una tontería tan innecesaria como obvia. No vale la pena buscarle la vuelta, sus ideas del mundo son tan simples y demagógicas que no existe ni un solo análisis por debajo de la superficie. La historia es la de un grupo de clientes que busca la más exclusiva experiencia culinaria y para eso es llevado a una isla donde funciona el restaurante Hawthorne. Allí el Chef Slowik (Ralph Fiennes) ofrecerá un trabajo único, con un espléndido menú de gastronomía molecular. Margot (Anya Taylor-Joy) y Tyler (Nicholas Hoult) son una pareja que no parece conocerse demasiado y forman parte del reducido número de clientes de esa noche. El chef tendrá preparado para todos algunas experiencias shockeantes que son parte de la obra maestra planificada al milímetro por él. La inverosimilitud de todas y cada una de las situaciones podría ser aceptada si la película tuviera en su búsqueda del humor algún acierto. Nada es gracioso, ningún personaje tiene interés y todo el guión está hecho de baches severos sin explicación aceptable. Es siempre un problema hacer películas sobre la excelencia, el esnobismo y el arte. Porque si no se está a la altura, el ruido que se produce la convierte en una película mucho peor. Lo único que uno ruega es que a la hora de escribir las críticas aquellos encargados de hacerlas eviten las metáforas vinculadas con la comida.