En primer lugar Bros es una comedia romántica. En segundo lugar, es una comedia romántica gay. No al revés, porque eso significaría más limitaciones que libertades. El protagonista y guionista Billy Eichner interpreta a Bobby Leiber, un clásico personaje del género. Bobby tiene un podcast donde discute el mundo gay, pero sobre todo discute la existencia del amor romántico. Es el personaje ideal para una comedia romántica. En paralelo, el protagonista tiene como objetivo la creación del Museo Nacional de historia LGTBIQ+, cuyo comité da muchas de las escenas más graciosas de la película. Bobby es un intelectual inseguro, neurótico, intenso. Cuando el protagonista conoce en un club nocturno a Aaron Shepard (Luke Macfarlane), todas sus certezas comienzan a alterarse. Aaron es un gay con una cultura completamente diferente y un estilo que difiere con el de Bobby, aun así, se siente atraído y no sabe bien qué hacer. Bros es una comedia romántica tradicional con el sello del director Nicholas Stoller. Es decir un humor inteligente, por momentos absurdo, capaz de reírse sin preocuparse por la corrección política y siempre con un ritmo que mantiene la trama siempre bien arriba. Aunque no está a la altura de sus dos grandes comedias, igualmente está por encima del promedio y definitivamente está liberada de la especulación ideológica reinante. El título de la película se burla de la forma tosca y poco romántica de comunicarse de los gays a la hora de concretar una cita. La película cuestiona -y ese se parte de su núcleo- la posibilidad de un amor romántico entre hombres. Es una comedia romántica, así que el resto es fácil de adivinar. Nicholas Stoller dirigió dos de las mejores comedias de las últimas décadas: Forgetting Sarah Marshall (2008) y Get Him to the Greek (2010). Por momentos Bros alcanza el mismo nivel, pero luego se mueve por lugares más simples. También es cierto que, como lo reconoce el protagonista, una historia gay no es lo mismo que una historia heterosexual y para los espectadores no será lo mismo. Hay más sexualidad que una comedia romántica y aunque muchas veces está resuelto con humor, eso también marca una diferencia. Lo más importante es que es una comedia que hace reír, algo que le pasa muy por encima a cualquier planteo coyuntural u orientación sexual. Y como regalo extra tiene algunos cameos de primer nivel.
Pantera Negra 2: Wakanda por siempre (Black Panther: Wakanda Forever, 2022) le dedica los primeros minutos -de los ciento sesenta y uno que dura- a mostrar comoShuri (Letitia Wright) no puede salvar a su hermano T’Challa (el papel que tenía de Chadwick Boseman) de una enfermedad terminal. Es un comienzo raro al que le sigue su funeral. Toda una parte de la película está vinculada con el homenaje y el respeto al actor fallecido recientemente de cáncer. Sin el protagonista había que tomar una decisión acerca de la dirección que tomaría la historia. Prefirieron no reemplazarlo por otro actor y no realizar reconstrucciones digitales. Así que muere al inicio y el duelo es parte central de la trama. Toda película anuncia su plan en los primeros minutos y acá queda claro que el plan es hacer un drama hablado más que una película de acción. Es un largo duelo, algo que parece muy sentido, pero no logra transformarse en una película aceptable. Todo lo que tenía el film anterior se mantiene en algún aspecto. Reivindicación de la cultura africana, valoración de la mujer, reflexiones políticas infantiles y contradictorias, vestuario espectacular, efectos especiales nivel Marvel. Pero con dos problemas, uno es que no tiene protagonista y eso hace que los buenos momentos sean para algunos personajes secundarios y el otro es que no quiere poner villanos por lo que nos sumerge en el más aburrido y soporífero mundo, el de otra civilización desconocida llamada Talokan. Ese es el gran objetivo de la película, reivindicar la cultural de los pueblos originarios latinoamericanos a partir de este pueblo y su líder, Namor (Tenoch Huerta). Es un personaje que ya existía en los comics de Marvel, pero al que le han hecho unos cambios que no nos importan, pero que delatan que cuando quieren, las películas del MCU quieren, pueden alterar las cosas para su agenda de demagogia ideológica ultra woke. Una pena que no hayan elegido un actor anglosajón para interpretarlo, ahora que el casting daltónico está de moda. Mezcla de azteca, maya y habitante de la Atlántida, Namor tiene un pasado donde el malvado hombre blanco sojuzgó a su pueblo. Interesante historia para alguien, no para quien deba soportar una desviación de media hora para seguir los pasos de esta población irrelevante. Negros y latinos, buenos. Blancos malos, siempre malos, excepto por Everett Ross (Martin Freeman) al que podríamos llamar “Yo tengo un amigo blanco”. No es una película, es la suma de películas lo que ya aburre con este discurso. Y sí, también hay un discurso antinorteamericano y antifrancés. No juzgamos las reflexiones políticas del film, aunque tampoco tienen solidez alguna. Shuri era el peor personaje de Pantera negra y ahora es la heroína principal. El gran personaje, al que intentan arruinar, es Okoye (Danai Gurira, espectacular), quien debería haber sido la protagonista. También sus guardias. Aneka (Michaela Coel) y, aunque corrida del centro, Nakia (Lupita Nyong’o). Esas son las heroínas del primer film y tiene mucho para dar, aunque la idea fue apostar a dos adolescentes sin interés ni carisma. El focus group les dio así, por eso los guiones son lo que son. Ah, no nos olvidemos, también una mujer le dice a otra mi amor, en esos flashes patéticos en los cuales nos dicen que todos son bien recibidos en el mundo Marvel. Los felicito, en serio, pero se les va la energía en estas cosas. Las canciones son otro bochorno absoluto y el vestuario, que ya se pasa, incluye telas apropiadas para cada cultura, aunque estén bajo el agua. Menuda gracia le debe causar a James Cameron ver personajes azules mal animados justo un mes antes del estreno de su secuela de Avatar. Pantera Negra 2: Wakanda por siempre profundiza defectos, carece de virtudes y no es capaz de narrar todo esto en simples dos horas. La escena post créditos -solo hay una- es más un momento de terapia familiar que una película de aventuras, acción, ciencia ficción o superhéroes. Uno de los peores films de Marvel de todos los tiempos, lo que es bastante decir, a esta altura.
3DT cuenta la historia de casi un cuarto de siglo en el cual tres entrenadores de la selección argentina de básquetbol trabajaron para lograr que la Generación Dorada llegara a lo más alto del deporte mundial. Rubén Magnano, Julio Lamas y Sergio Hernández dan testimonio y explican como fue su trabajo en cada uno de los momentos de estos veinticuatro años. Los acompañan en sus relatos Ginóbili, Scola, Nocioni, Oberto y Sánchez, quienes en algunos casos desde pequeños, conocieron a estos entrenadores. La estética de la película es muy simple, más bien televisiva, con testimonios y material de archivo y nada más. Es simplemente una enumeración histórica de los hechos y algunas reflexiones acerca del trabajo de los entrenadores. Con un presupuesto limitado y con herramientas básicas, solo interesa porque los entrevistados están todos en un solo largometraje y eventualmente se podrá buscar aquí una parte de su historia.
Extraña coproducción entre Austria y Gran Bretaña, mezcla de drama con ciencia ficción y terror, pero dentro de los códigos estéticos más estilizados del género al estilo del cine europeo de terror psicológico de los setenta. La película sigue a Alice, una madre soltera que cría plantas experimentales en una empresa que busca desarrollar nuevas especies. Ella es la responsable del exitoso último diseño de su compañía: una bella planta de gran valor terapéutico: si se encuentra en las condiciones óptimas, garantiza a quien la tenga, una sensación de felicidad. Pero un día, Alice decide ir en contra de las normas de su empresa y lleva una planta a Joe, su hijo. Esa planta que lleva a su hogar recibe el nombre de Little Joe. Ese será el comienzo de una pesadilla. Pronto descubrirá ella y todo su equipo que las plantas no producen el efecto que ellos creen y la transformación de personalidad que sufren las personas que están en contacto con ellas las vuelve irreconocibles, incluso para sus seres queridos. Una especie de body snatchers sin efectos visuales que apuesta más a lo psicológico que al horror puro. Una dirección de arte que juega con los colores y las formas, en un entorno siempre frío y deshumanizado. En teoría todo interesante pero con un resultado al que le falta algo de fuerza para mantener el suspenso y la tensión.
Pa’Trás Ni Pa’Tomar Impulso es una especie de documental que se mueve entre los límites del género. Una road Movie acerca de Carmen, una mujer andaluza que tras los pasos de novio termina en Argentina. Angustiada por las vueltas del destino, ella decide hacer lo que sabe, dar clases y presentarse bailando, cantando y, llegado el caso, actuando. Conocerá gente, conectará con culturas muy diferentes a la suya y tratará de reinventarse. La película choca muchas veces contra momentos artificiales, sin gracia, pero se recupera porque la protagonista tiene una carisma y una simpatía arrolladora. La pasión de Carmen es todo lo que hace que esta película valga la pena. Pero bueno, si la protagonista de un largometraje es buena, entonces la película funciona. Tiene un corazón enorme y nos interesa que le vaya bien en la vida. Incluso el recuerdo de los films de Carlos Saura no opaca a esta mujer adorable bajo la dirección de Lupe Pérez García.
Bardo, falsa crónica de unas cuantas verdades es desde el título una película pretenciosa, larga y barroca. Pero como seguramente será mencionada simplemente como Bardo, dejaremos en paz el análisis de su nombre inútilmente redundante y pasemos a lo siguiente. Si Alejandro González Iñárritu (aquí director, guionista, productor, montajista e incluso músico) disfruta esta manera de presentar su película no hay que pedirle que se salga de allí. Bardo es muy despareja y bastante fallida. Esto no es un comentario positivo, claro, pero es preferible que falle o no sea constante un realizador que cuando es efectivo hace películas espantosas, crueles, solemnes y aburridas. Acá hay un poco de todo eso, pero no todo el tiempo. Esta especie de falso autorretrato tiene muchas cosas, demasiadas, y entre tanto revoleo de ideas algunas parecen sacadas de otra película, una mejor, aunque menos parecida al mundo de su director. El protagonista es Silverio (Daniel Giménez Cacho, un verdadero titán luchando contra viento y marea), un prestigioso periodista y documentalista mexicano que vive en Los Ángeles, quien, luego de ser nombrado ganador de un importante premio internacional, regresa a México, en lo que se convierte en un repaso de toda su vida y lo obliga a reflexionar sobre su existencia. En ese viaje emocional e intelectual también entra la historia de México, los medios, el arte, la familia, los amigos, el trabajo y la propia idea de la muerte. La forma desordenada y surrealista con la cual se describe todo esto hace que la narración no del todo lineal esté llena de metáforas, escenas oníricas y demás recursos en contra del realismo. Curiosamente, los pequeños momentos realistas que la película tiene brillan en contraposición y se podría decir que son lo mejor de Bardo. Sin embargo estos son breves y deben ser buscados entre un momento estéticamente imposible y el siguiente. La única forma de ver Bardo y llegar al final es verla en cine. Aunque prácticamente no hay momentos de belleza, todo el tiempo hay ideas visuales, algunas horribles, otras más interesantes. Pero para bien o para mal, el cine permite meterse en la historia. La belleza que podría aparecer no lo hace porque la pasión adictiva de Iñárritu por el gran angular destruye la casi totalidad de los planos. No es un error, es su estética. Y aquí hay que destacar algo. A uno le puede gustar o no su cine, pero el director no se ha equivocado. Su carrera ha sido sólida y ha conseguido toda clase de reconocimientos. Aunque no creo que merezca tal prestigio, lo que importa es que lo tiene, al menos en algunos círculos. Siempre ha pisado fuerte, desde Amores perros hasta El renacido. Acá, por primera vez, se lo nota inseguro, algo temeroso, incluso preocupado por el que dirán… en contra. Antes de que la película llegue a la mitad, hay una escena donde el protagonista discute con un viejo amigo, hoy conductor estrella de la televisión. Es un diálogo muy importante, porque el amigo dice, casi de forma exacta, todo lo malo que tiene la película hasta ese momento. Dedicarle una escena a criticar la película que estamos viendo es una muy curiosa muestra de inseguridad por parte de un director que ha ganado, entre muchas otras cosas, dos premios Oscar a mejor director. Luego el protagonista le responde, claro, pero la incertidumbre ha sido sembrada. Es como esos films de alto presupuesto donde hay una escena para cada gusto y alguna que cuestiona a la propia película. Un blockbuster tribunero hecho y derecho. Pero claro, también hay escenas verdaderamente bochornosas. No importa que un personaje lo aclare, ya lo sabíamos, estuvimos allí sentados. Todo lo del bebé es un mamarracho, porque se supone que es algo dramático y siempre, pero siempre, es una carcajada tras otra por el papelón. De eso, hay mucho, por eso la película nunca se vuelve simpáticamente fallida o agradablemente despareja. Tampoco indigna todo el tiempo, a veces las cosas no tienen sentido. La abyección, sin embargo, tiene su aparición estelar en dos o tres momentos que destruyen cualquier posibilidad de empatizar con Bardo. Muchos realizadores han hecho películas así. No solo Federico Fellini e Ingmar Bergman, también Bob Fosse, muchas veces Woody Allen y otros directores de los más variados estilos. Hay claras referencias a algunos de ellos, pero es tan obvio que no hay que ahondar demasiado. Ser un director ambicioso es una apuesta en la cual caer en el exceso y resultar pretencioso y ridículo es una posibilidad. Si le agregamos tonterías como una crítica obvia a la televisión basura y las redes, sin ninguna complejidad, entonces el combo resulta poco interesante. Hay momentos en los cuales Bardo podría haber terminado sin problemas. También es cierto que en manos de un montajista que no fuera el engolosinado autor podría haber durado una hora menos. La película entra y sale, se cuestiona, tiene dudas, se cae, se equivoca, se pierde y vuelve a buscar una salida. Tiene contradicciones que los propios personajes dicen en los diálogos. Hay dos escenas que merecían mejor acompañamiento. Una es la del protagonista junto a su hija charlando en una pileta frente al mar. La otra, bastante cercana, con su hijo hablando en el avión. Dos momentos de los pocos que respiran una verdad cinematográfica y humana dentro de este largometraje tan disperso.
Entrar a un cine a ver One Piece Film: Red (Japón, 2022) es una experiencia abrumadora. Se trata del largometraje número quince de la saga de películas basadas en el manga One Piece. Este manga de acción, aventura y fantasía se empezó a publicar en el año 1997 y ya lleva más de cien volúmenes. Para resumirlo: es el manga más vendido de todos los tiempos, superando a otros más famosos a nivel mundial por aquellos que no consumen ese formato. En 1999 pasó a tener una versión animé para la televisión y ya pasó los mil capítulos. La serie también ha tenido sus especiales, pero no deben ser confundidos con los largometrajes de cine, claramente llamados One Piece Film. ¿Cómo entrar en ese mundo a esta altura? No es fácil pero tampoco es imposible. La película, una de las más taquilleras de toda la historia del cine japonés, se toma unos minutos para ponernos en contexto. En definitiva, One Piece es una historia de piratas. Sí, multiplicada como pocas, pero no es otra cosa más que una búsqueda del tesoro descomunal con un héroe que sueña con convertirse en el Rey de los piratas. Hay que entregarse a la trama y aceptar todo lo que pasa, porque de una u otra manera, lo que parece delirante o insólito, está completamente explicado en algún u otro momento de las historias anteriores. El centro de la trama es la primera presentación en vivo de Uta, la cantante más querida del mundo. Es la primera vez que será vista y la expectativa es enorme, tanto como el concierto. Mientras el lugar se llena de todo tipo de fans de Uta (piratas, la Marina y los Sombreros de Paja liderados por Monkey D. Luffy, que llega como un espectador más) la voz sublime de la cantante finalmente se da a conocer. Una revelación vinculada con Shanks, el pelirrojo, será el inicio de una aventura en la que el mundo entero estará en peligro. Detrás del deseo de Uta de llevar paz y armonía al mundo, es posible que exista un plan mucho más oscuro. Aunque hay muchos elementos difíciles de entender para los no iniciados, la variedad y locura de los personajes es tal, que es una fiesta visual ver tanta energía creativa en un solo largometraje. Intensa, alocada, enamorada de la aventura, la película es un momento tan bueno y tan malo como cualquier otro para meterse en el mundo de One Piece.
Desde el estreno de El exorcista (The Exorcist, 1973) en adelante, todo el cine de terror ha intentado hacer películas sobre exorcismos que estuvieran a la altura de ese clásico absoluto. Por supuesto, y como todos sabemos, ninguno logró ese objetivo. Algunos realizaron películas aceptables y la mayoría se quedó en el camino, casi siempre cayendo en un rápido olvido o en la inevitable y desfavorable comparación. Es mejor no guardar esperanzas y tratar de ver con pocas expectativas cada nueva aparición de un film alrededor de exorcismos. Aquí la protagonista es una monja, la hermana Ann (Jacqueline Byers), una joven de veintipico de año que tiene como vocación convertirse en exorcista. Tiene un pasado traumático y la fe de que en ella habita la fuerza para la tarea. Pero la tradición de la iglesia católica impide que las mujeres lleven adelante esas prácticas, por lo cual, como mucho, solo puede observar las clases donde se prepara a los sacerdotes para dichas prácticas. Todos sabemos, desde el comienzo, que ocurrirá algo que cambie las cosas. Un caso muy particular en el cual Ann se vea involucrada, siendo ella una posible elegida para resolverlo. Su mentor apoya la posibilidad de instruir a la joven, pero es evidente que la situación es particularmente peligrosa. Como buen film de exorcismo, el diablo entra por la vulnerabilidad de las personas, por lo que es importante el desarrollo de la protagonista por encima de cualquier otra cosa. Sin embargo, todas las cosas innovadoras o interesantes que trae la película se van apagando para ir hacia lo convencional. No es falta de voluntad, es que no es sencillo recorrer caminos tan transitados y crear una obra superior. Algunos actores conocidos como Virginia Madsen y Ben Cross (en su último papel) le aportan algo de interés extra a un largometraje que no está entre lo peor pero que no llega a dar el paso para estar entre los mejores.
Un mago mediocre, Héctor P. Valenti (Javier Bardem) encuentra al que parece ser el compañero ideal para volverse un éxito: un cocodrilo que canta. No habla, solo canta. Es un pequeño espécimen al que entrena para convertirlo en parte del mundo del espectáculo. Pero el cocodrilo sufre pánico escénico y todos creen que es mentira que puedan cantar. Lilo (así ha sido nombrado por Valenti) y Héctor se separan, porque el mago pierde todo y debe abandonar su casa en Nueva York por las deudas. Cuando tiempo más tarde la familia Primm se muda a la ciudad, se encontrarán a Lilo, pero ya convertido en un cocodrilo tamaño adulto. El primero en verlo es Josh, el niño asmático e inseguro al que le cuesta abrirse camino en su nuevo mundo. Sus padres tampoco están del todo felices, pero la simpatía de Lilo y su talento para cantar pueden ser el cambio de humor que todos necesitan. No será fácil pasar desapercibidos con semejante bestia y un vecino cascarrabias es la peor amenaza que sufren. Lilo, Lilo, Cocodrilo es la película más obvia y simple del mundo. No deja lugar común sin recorrer y las canciones son exactamente eso. Para quienes la vean en inglés, la voz de Shawn Mendes como el cocodrilo cantante puede ser un valor extra. Los actores dan todo lo mejor que tienen, más aún si se tiene en cuenta que el cocodrilo es digital. Javier Bardem demuestra que se toma en serio cualquier trabajo que le toque, incluso uno como este. Nos alegramos por él. La película es intrascendente en absolutamente todos los aspectos posibles.
Sung-gyu, gerente de un banco, está yendo a trabajar acompañado de sus dos hijos cuando recibe una llamada de un número privado. La persona que hace la llamada asegura a Sung-gyu que está sentado sobre una bomba y le advierte que, cuando se pare, la bomba va a estallar… En su desesperación, Sung gyu se verá en una encrucijada, puesto que no puede colgar la misteriosa llamada y deberá proteger la vida de sus hijos. Esta nueva versión de la película El desconocido (España, 2015) tiene todas las características que uno espera de un cine coreano de acción. Está bien filmada, tiene tensión, suspenso y buenos actores. La premisa debe ser aceptada con sus disparates y cada vuelta de tuerca es un buen momento para renovar la conexión con la trama. No es de las mejores que ha dado esa cinematografía, pero está entre las que resultan atrapantes, con grandes momentos de acción y sin los defectos que tiene el cine actual en el resto del mundo.