Un mundo adulto, oscuro y complejo Emoción a flor de piel en el desenlace de una historia que marcó a más de una generación. Un mago ya más maduro y sus incondicionales amigos se enfrentan en una batalla final contra Lord Voldemort y las fuerzas del mal. Todo tiene un final, todo termina”, decía una famosa canción. Y así es, incluso la saga de Harry Potter llega a su fin. Ocho películas en diez años han convertido al personaje creado por J. K. Rowling en uno de los fenómenos más importantes de la cultura popular contemporánea. La octava película es en realidad la segunda parte de la séptima y es el momento en que todas las fuerzas chocan por última vez. Harry Potter (Daniel Radcliffe, en su mejor interpretación del personaje) y sus incondicionales amigos Hermione Granger (Emma Watson) y Ron Weasley (Rupert Grint) se enfrentarán en una batalla final contra Lord Voldemort y las fuerzas del mal. La mismísima escuela Hogwarts estará en peligro y todo puede ocurrir aquí. No anticiparemos nada más, aunque los más fanáticos de Potter ya saben todo lo que ocurre porque han leído el libro. Está claro, por otro lado, que quienes no conozcan al personaje y sus aventuras no deberían ni intentar acercarse recién aquí a la saga. Durante todo el metraje las historias que han evolucionado a lo largo de los años van encontrando un cierre y los misterios que aún quedaban por develar se resuelven definitivamente. El director de Hogwarts, Dumbledore, ya ha muerto, Lord Voldemort tiene cuerpo y está en la plenitud de sus fuerzas, por lo que Potter deberá eliminar los horrocruxes restantes para poder vencerlo. Los horrocruxes son objetos en los cuales un ser deposita fragmentos de su alma para convertirse en indestructible. A esta tarea se dedicaron los protagonistas en el film anterior, y aquí llegan al punto culminante. Deberá saber quien conozca bien todas las películas, que la emoción estará a flor de piel desde el primer minuto y hasta el final. Totalmente alejado de los pequeños chistes infantiles de sus comienzos, esta entrega final ofrece un mundo adulto, oscuro y complejo. Tan sólo una objeción: la búsqueda por cerrar bien la historia ofrece varios momentos anticlimáticos que le impiden alcanzar la calidad de los dos mejores films de la saga: El prisionero de Azkaban y El cáliz de fuego, tercera y cuarta entrega de los films de Potter. Sin embargo, ver Harry Potter y las reliquias de la muerte es ser testigo del desenlace de una historia enorme que ha marcado a más de una generación. Para muchos, será la despedida de un referente, de un amigo, de un héroe de anteojos que se sobrepuso a todo y logró crecer delante de nuestros ojos y en la pantalla del cine.
Los autitos chocadores Las películas de los estudios Pixar, y al cual pertenece Cars 2, tienen fama de ser obras perfectas. Films como Toy Story, Wall-E o Ratatouille han sido tan exitosas como a la vez valoradas por la crítica. Buscando a Nemo, Monsters Inc. y la primera Cars han tenido el favor de un público que las ha convertido en clásicos contemporáneos. Aunque no todos los films de Pixar han sido tan perfectos como la leyenda cuenta, Cars 2 ya comienza a tener la fama de ser la peor de las películas del famoso estudio. A no preocuparse tanto, quien vea Cars 2 no encontrará un producto mal realizado o visualmente pobre, al contrario, pero lo que falla en esta película es el contenido emocional potente y seguro que tienen todos los demás films creados por Pixar. Como si fuera una mezcla de un film de James Bond y la saga de Cupido Motorizado, la película pone su énfasis en escenas de acción, espionaje y espectaculares persecuciones. Sin embargo, el humor inteligente, la simpatía de los personajes y la profundidad de sentimientos e ideas desaparecen casi por completo. Autos que van y vienen, chocan y explotan son un show visual pero no consiguen mucho más. El protagonista de la historia no es esta vez alrededor de Rayo McQueen sino de su amigo Mate, la grúa oxidada. Este cambio genera un exceso de bromas burdas sin vuelo que se vuelven agotadoras. Mate funcionaba mejor como acompañamiento que como protagonista, queda bien claro en Cars 2. Mate se convierte en un agente secreto a la fuerza, lo que ha funcionado en muchos films de la historia del cine, pero acá no se sostiene. Algunos personajes secundarios aportan algo de fuerza y novedad, a la vez que ofrecen los momentos más entretenidos del film. Entre ellos hay que destacar al agente Finn McMissile (en inglés con la voz de Michael Caine) y el auto que compite con Rayo, Francesco Bernoulli (John Turturro). Entre las voces en el idioma original están también Owen Wilson, Joe Mantegna, Vanessa Redgrave y Franco Nero, entre otros. Un lujo extra para quienes la vean en inglés. En definitiva, Cars 2 es una película más de acción que de emoción, y busca más el chiste fácil que la inteligencia de una construcción del humor. Y esto último, para Pixar o para cualquier otro estudio de cine, es más un síntoma de mediocridad que de estilo.
UN AMERICANO EN PARIS Medianoche en Paris es una agridulce y amable comedia de Woody Allen en tono nostálgico. Sencilla e inocente historia de corte fantástico que le permite al realizador entregar una obra placentera, sin solemnidades ni grandes discursos. El comienzo no podría empezar peor. Una larguísima y poco lucida secuencia de montaje nos muestra un sinfín de postales de la capital francesa. Como si fuera una oda rancia a la tilinguería y al cine qualité, Allen se sumerge en esos primeros minutos en lo que será, por suerte, el peor momento de la película, y al que podemos considerar como la antítesis de aquel espectacular y apasionado comienzo de Manhattan. Es curioso este arranque, pero a la vez no. Allen viene repitiendo, desde hace una década, un esquema bastante sencillo. Anuncia lo importante de la película, lo hace de forma fuerte y obvia, y luego se entrega al relato, a veces a la altura de la promesa, a veces ni por asomo y algunas otras veces, como ocurre acá, en una dirección distinta. ¿Entonces por qué ese comienzo? Porque, como en todas las variables citadas, Allen consigue así que el espectador se ocupe con algo y pueda hacer su propia película, independientemente de lo que luego el director ofrezca. Una guía, para resumirlo de forma directa. Esas postales, casi todas mediocremente filmadas, sin pasión alguna, son la forma en que Allen parece decirles a los espectadores: “¿Vinieron a ver París? ¡Tomen París!” Y yo agregaría: será inútil. Pero lejos está Allen de hacer un cine qualité, incluso más allá de esta demagogia inicial. Por el contrario, Medianoche en París es muchas cosas, pero no es qualité, ni solemne, ni grave, ni seria, ni importante. La película en todo caso es tan exagerada en sus citas, referencias y vínculos culturales que parece más un acto de sincero romanticismo nostálgico que un provocador desafío de competencia cultural. Y los films nostálgicos de Woody Allen nunca han sido demagógicos, sino que son verdaderas obras llenas de calidez y también afecto por los tiempos idos. Días de radio es el punto máximo de esa nostalgia, aunque también esté presente en otros relatos del director Asimismo, el corte fantástico de Medianoche en París la emparenta con La Rosa púrpura del Cairo, otra de las grandes películas nostálgicas de Allen”. Esa nostalgia tiene acá un tono particularmente agridulce, donde el personaje tiene un espíritu romántico que lo hace idealizar un tiempo pasado. Pero la gracia de la película no está en su mensaje transparente de declarar que todo tiempo pasado será idealizado, generación tras generación. Eso queda muy claro, se ve y es la forma en que Allen juega a dos puntas. Por un lado se declara enamorado de aquella época que el personaje idealiza (París de los años 20), pero a la vez sabe que todas las épocas sufren de la misma idealización. Con humor y sin solemnidad, pone a todos los grandes nombres de la cultura no sólo a ser simpáticas caricaturas de la imagen que de ellos tenemos, sino también a mostrarlos ridículos, enamoradizos, vulnerables, volátiles, humanos. Llenos de los defectos de cualquiera, van desfilando en las medianoches de París todos los héroes literarios, cinematográficos y plásticos que Allen tiene. El humor funciona siempre, pero más aun cuando los muestra impostados y delirantes. Las fantasías del protagonista lo sacan de un presente gris y son el material que el tendrá para entender su vida y seguir sus sueños personales. Inesperadamente parecida a Conocerás al hombre de tus sueños , Medianoche en París vuelve a traer al protagonista de un film de Allen a la postura de decidir sobre su propia vida, pateando el tablero y las convenciones. El se enamora de París, pero sobre todo retoma el rumbo de su vida. En esta historia que es una de las más inocentes, simples y placenteras películas de Woody Allen de los últimos años.
Michael Bay y el metal más pesado La batalla entre robots abre el juego a un enorme despliegue de producción que, sin embargo, descuida la coherencia y la solidez narrativa. Reservada a amantes de la tecnología sin pretensiones de originalidad.Una vez más, la serie de películas basadas en los famosos juguetes vuelve a las salas de cine, y esta vez lo hace, además, en 3D.El director de Transformers 3 es Michael Bay, realizador de las dos primeras entregas de esta taquillera franquicia, y director también de films tan exitosos como Armaggedon, La roca, Día de la Independencia. Su cine es un cine gigantesco, ruidoso y espectacular. También es un cine mal narrado, ideológicamente ramplón y artísticamente nulo. La frase mucho ruido y pocas nueces parece haber sido creada para su obra. Se dirá que su cine es popular y recauda fortunas, y que eso es lo único que importa. Pero no es así, directores como James Cameron, Steven Spielberg y Tim Burton también son taquilleros y a la vez buenos cineastas. Es justamente un cine como el de Michael Bay y Transformers 3 el que desprestigia al cine masivo y de gran entretenimiento.El punto de partida de estos films sin duda es prometedor, esta batalla entre robots que se desarrolla en la Tierra es la llave no sólo para un despliegue de producción gigante, sino también para tratar diferentes temas interesantes. Nada de esto parece interesarle a Michael Bay, a quien la ética, los temas, la profundidad de los personajes y la historia no son más que un adorno para justificar planos de muy mal gusto, de poca coherencia y de una notoria incapacidad narrativa. Transformers 3 tiene su mayor –y tal vez único– interés en la deslumbrante capacidad tecnológica de crear imágenes virtuales que se ven como reales. A pesar de que la forma de construir escenas es confusa y poco inspirada, la película no nos hace dudar ni por un instante de que las imágenes que vemos son auténticas. Los efectos especiales han alcanzado una perfección asombrosa. Lo que pasa es que cuando Bay tiene que hacer escenas sin efectos especiales, sólo con actores, es simplemente bochornoso cómo las construye. Sólo el talento natural de actores como John Malkovich, Frances McDormand y John Turturro sobrevive a semejantes catástrofes de puesta en escena. Pero ni el protagonista Shia LaBeouf, ni su ridícula compañera Rosie Huntington-Whiteley consiguen salir airosos de diálogos malos filmados sin gracia ni estilo. Para los amantes de la tecnología, la película es sin duda una experiencia un poco aburrida pero llena de asombro. Para los que quieran ver un entretenimiento que parezca hecho por humanos y no por máquinas, esta no es su película
La finitud de la vida como luz verde La película 8 minutos antes de morir tiene una de esas premisas de guión que enseguida enganchan a cualquier espectador. El soldado Colter Stevens (Jake Gyllenhaal) ha sido –sin previo aviso– reclutado para un programa llamado Source Code. Este programa le permite adoptar la identidad de otra persona en los últimos ocho minutos de su vida. En esos ocho minutos él deberá encontrar una bomba en un tren que va rumbo a Chicago. Pero a la vez deberá lograr que quien colocó ese artefacto no haga explotar una bomba mucho mayor en plena ciudad. El soldado es enviado una y otra vez y en cada período de ocho minutos irá encontrando nuevas pruebas. Cualquier narración donde el protagonista tenga que resolver algo en pocos minutos alcanza un clímax de tensión y esta película se sirve de dicho clímax varias veces, cuando una y otra vez se logra captar la angustia de esa carrera contra reloj. La original trama posee, como si no fuera suficiente, una historia de amor, lo cual aumenta el compromiso emocional del espectador con el relato. El personaje debe aprender de cada nuevo período de ocho minutos algo nuevo que le servirá para el siguiente. En ese aspecto, la película recuerda a dos comedias, Hechizo del tiempo, con Bill Murray y Andie McDowell, y Como si fuera la primera vez, con Adam Sandler y Drew Barrymore. Pero en aquellos relatos el aprendizaje era visto con humor, a diferencia de aquí, donde la desesperación es lo que marca todo el proceso. Sin embargo hay pequeños instantes donde el personaje actúa como los protagonistas de aquellos films. La construcción dramática de todos estos relatos tiene algo en común, la idea de que la conciencia de la finitud nos hace valorar la vida más que nunca, en el género cinematográfico que sea.
SI SE CALLA EL CASTOR En su tercer film como directora, Jodie Foster se aventura en un terreno arriesgado y límite, y con la complicidad y el talento de Mel Gibson, consigue realizar una obra perturbadora y emocionante sobre la soledad y la angustia del ser humano. El cine industrial norteamericano es, por lejos, el más complejo y rico de la historia del cine universal, capaz de brindar un número extraordinario de obras maestras así como también un gigantesco cúmulo de material olvidable que igualmente llega a las salas del mundo. Pero no hay otra industria ni otro sistema tan capacitado para aunar tantos niveles, variables, ambiciones, locuras, genialidades y mediocridades como ese cine al que todos conocemos como Hollywood. Es sabido, además, que en sus diferentes épocas no ha sido la genialidad lo que se ha buscado en la industria, sino el éxito. Y se sabe también que para alcanzarlo es necesario llenar las salas, y para lograr esto último resulta imprescindible que el espectador se sienta a gusto. Ya sea mediante el terror, la comedia, las lágrimas o lo que fuera, al terminar la función el espectador debe sentirse a gusto. Los genios de Hollywood, desde Hitchcock a Spielberg, pasando por un extraordinario número de cineastas que filmaron en las mismas tierras, han logrado hacer todo esto sin problemas: los resultados artísticos y la satisfacción del espectador conviven en el cine americano de una manera que las demás cinematografías jamás pudieron igualar. Sin embargo, para los cineastas que no son geniales, o simplemente para los mediocres, la búsqueda de esa sensación en el espectador ha consistido habitualmente en no generarle angustia alguna, en no moverlo de los espacios establecidos. El peor defecto del cine industrial norteamericano es la búsqueda de la medianía, algo que nunca podrá ser sinónimo de arte. Y es precisamente por esa búsqueda de medianía que Hollywood muchas veces ha quedado asociado a un cine prefabricado, adocenado, sin complejidades. Si los directores en unas cuantas oportunidades renuncian a su mirada personal, mucho menos riesgo suelen afrontar los actores. Las estrellas del cine industrial en muchos casos le huyen al riesgo. Aunque es importante aclarar que existe también un buen número de estrellas que eligen bien los proyectos y, sin renunciar al arte, consiguen reducir el margen de error. En La doble vida de Walter son dos, y no sólo una, las personas dispuestas a asumir un riesgo importante a favor de la historia que eligieron contar. Sin Jodie Foster o sin Mel Gibson, The Beaver (así es el título original y así hay que llamarla) no sería lo que es. La directora acepta dirigir un proyecto difícil, complicado por donde se lo mire, y se asocia a Mel Gibson, un actor fiel a sí mismo a lo largo de toda su carrera. Los dos saben a qué se arriesgan, y no hay que subestimar el hecho de que detrás de la historia central de The Beaver hay otra lectura posible acerca de la personalidad del actor y su relación con el cine norteamericano. Esa subtrama, de todas formas, es un extra que los admiradores de Gibson podrán disfrutar y valorar, pero no es el centro mismo de la película, aunque sí uno de sus puntos más sutiles e interesantes. Por extensión, la película reflexiona sobre la capacidad creativa sin límites y por el trabajo mismo del actor, capaz de desdoblarse y despertarse detrás de sus personajes. Aunque estos personajes lo terminen consumiendo y devorando poco a poco. La mitad siniestra The Beaver es una película sostenida en dos puntos. El primero responde a una idea derivada de R.L. Stevenson y su libro El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde; el otro, a una reflexión acerca de la recuperación de la voz como expresión de la propia identidad. Vayamos por partes. En primer lugar con la idea del doble, con esta mirada sobre Walter Black y ese muñeco siniestro llamado simplemente “El Castor” (the beaver). El señor Black (sí, negro) tiene una profunda depresión. De su propio padre, dueño de la empresa que ahora dirige él, no sabemos nada. Se dice simplemente que “estaba triste y sufrió un accidente”, con lo cual asumimos que se suicidó. Walter no hace nada, duerme todo el día y aunque inicialmente intentó salir de ese pozo, su vida parece haber tocado fondo. Todo lo que toca se vuelve negro. En el momento de un suicidio fallido, ocurre entonces algo inesperado. La aparición del muñeco de un castor que él usará en su mano izquierda (la siniestra) liberará fuerzas aletargadas que le permitirán recobrar el timón de su vida. La presencia del castor es indiscutiblemente disparatada, pero como el castor hace todo aquello que Walter no hacía, desde comandar una empresa hasta tener una sexualidad intensa con su esposa, todos parecen aceptar esta locura. Un espectador que no sea obtuso, deberá aceptarla también. Como Mr. Hyde, el castor es siniestro e inquietante, pero tiene más energía que –en este caso- el depresivo Walter. La simpatía de la situación y el acento del castor le darán al comienzo un encanto y un carisma que un depresivo difícilmente tendría. Pero como en Mr. Hyde, las fuerzas liberadas a través de él se convertirán en una incontenible fuerza megalómana que lo llevará a querer destruir al propio Walter. Como ocurría con el Dr. Jekyll y Mr. Hyde, Walter y el castor son la misma persona, por lo cual intentar destruir a uno es destruir a los dos. En esa montaña rusa que cierra el film –y que es el lugar que estudia y enseña Meredith, la esposa- está la idea de que las subidas y las bajadas son parte de la vida y que detrás de la euforia vienen los inesperados bajones. Meredith lo sabe, no solo por experiencia, sino porque es la narradora del film en su condición de directora. Ella es la diseñadora de todo. Foster, la directora, se asoma al abismo de lo siniestro en tonos imposibles para el cine norteamericano actual. Por más que ella narre dentro de los parámetros industriales, la película consigue expresar con indiscutible claridad la locura de Walter y lo verdaderamente enfermo de las situaciones que el film muestra. En su tercer film como directora, Foster se adentra en un terreno nada seguro y un espacio poco complaciente. Tú, mi castor y yo Al mismo tiempo The Beaver cuenta la historia de dos personajes: la del padre, Walter, y la del hijo, Porter (nota: Porter se llamaba el personaje protagónico de Payback, uno de los mejores film protagonizados por Mel Gibson). Porter tiene dos características destacables. La primera es una obsesión por todo aquello que lo hace parecido a su padre y que por lo tanto lo angustia y enoja. La otra es la de ser experto en escribir monografías para otros compañeros, imitando su estilo y buscando reproducir su mirada del mundo. Porter no quiere parecerse a su padre pero consigue escribir de forma tal que se convierte en otros. Una especie de camaleón a sueldo que metaforiza su voz acallada y reprimida. Y una capa más se le agrega a este tema, ya que Norah, una estudiante brillante, le pide que escriba su discurso de graduación. Es la gota que rebalsa el vaso para Porter, porque él no va a tolerar que una persona como ella reprima su propia voz. El querrá que ella encuentre su propia voz, a la vez que él no se anima a encontrar la propia. Y todo esto funciona como espejo de Walter, quien no podrá hablar sino a través de un muñeco. La recuperación de la voz es el lado más luminoso de la historia, aun cuando se trate de personajes atormentados, con profundas heridas en su corazón. Tal vez en su condición de jóvenes, Porter y Norah, pueden al final del film correr de la mano felices. Pero Walter ha atravesado un infierno muy distinto. Su oscuridad ha ido de lleno hacia la locura y es difícil de precisar si su regreso será definitivo. Hay algo en el hospital de las últimas escenas que remite a la clínica donde está Scottie, el protagonista del film Vértigo. No se trata necesariamente de una cita, sino de que remite a una clínica donde el personaje se tranquiliza, pero no necesariamente se cura. A esta ambivalencia abona aún más el cierre la película. El plano final de The Beaver es tan brillante en su capacidad de resumir significados como ambiguo a la hora de cerrar la historia. Mientras Meredith, Walter y el pequeño Henry comparten un momento de alegría subidos al carro de una montaña rusa, comienzan a descender hasta entrar en un túnel, donde la familia Black desaparece en la oscuridad total. Y si bien cerrar en negro es una buena forma de terminar un film, en este caso es la entrada al siguiente período de oscuridad, posiblemente inevitable, de la existencia humana.
Elige tu propio amor Los agentes del destino es un film romántico dentro del envase de un film de ciencia ficción. La propuesta es interesante y no debe llevar a error a la hora de evaluar a que género pertenece la película. Los amantes de la ciencia ficción encontrarán elementos más que interesantes –el guión está basado en una obra de Philip K. Dick, además–, pero quienes deseen ver un film romántico obtendrán más de esta película. Poco importa la lógica del guión y de los hechos que narra el mismo, sin embargo, y por tratarse de un film lleno de escenas sorprendentes, no es correcto adelantar aquí nada del núcleo del argumento. Un polémico pero popular candidato a senador conoce a una joven bailarina inglesa (carismáticos como siempre Matt Damon y Emily Blunt) y entre ellos surge una atracción que entra en colisión con un plan más grande dictaminado por fuerzas mayores. La alteración de ese plan será la excusa argumental que le dará tensión y suspenso a la película, pero ese no es el tema del film. Los agentes del destino trata sobre la irracionalidad del amor y la pasión, y de cómo esto cambia el destino de las personas, más allá de cualquier lógica o sentido común. Habita, pues, detrás de esta historia de fantasía, una mirada y una reflexión sobre la fuerza del amor contra todo lo que el universo le opone. Sin duda el film romántico se sirve de la ciencia ficción aquí para realzar de forma visible sus metáforas, algo muy propio del género de ciencia ficción, donde cualquier idea que expone es a través de elementos concretos de la trama y no de abstracciones. Así, el destino está materializado y representado literalmente por personas y objetos. Esto hace que la película sea apasionante y entretenida, sin que por eso deje de ser inteligente ni que pierda el espacio para la reflexión del espectador. Está en el corazón mismo del romanticismo, pensar que el amor entre dos personas es motivo suficiente para intentar desafiar a todas las fuerzas del mundo, no importa que tan gigantescas y omnipotentes parezca. No se da muy seguido, pero Los agentes del destino tiene la capacidad de aunar al público de las películas románticas y al de las de acción y ciencia ficción. Y el altísimo suspenso que logra el director George Nolfi le imprime al relato se ve potenciado por la intensidad de los sentimientos que la película posee. Todo esto en el marco de la ciudad de New York, filmada con la misma pasión que tiene la pareja protagónica.
El regreso del oso de la gente Dado el éxito de taquilla de la primera película con este personaje animado, sólo era cuestión de tiempo para que llegara una secuela y en versión para anteojos 3D. Aun a pesar de sus limitaciones, es mejor que la anterior. Kung Fu Panda 2 es, por supuesto, la segunda parte de una película muy exitosa y muy querida por el público infantil. A pesar del genuino cariño que aquel film logró al momento de su estreno, hay que decir que no se trataba de uno de los mejores títulos de animación del cine contemporáneo. Pero también está claro que lo que decide una secuela no son los méritos artísticos sino la recaudación, y Kung Fu Panda 2 –realizada en 3D– era algo que no podía quedarse afuera de la ola de segundas partes del verano en los Estados Unidos. La buena noticia hay que decirla pronto, porque esta segunda parte es, incluso con sus limitaciones, mejor que la primera. Los motivos por los cuales esto ocurre se deben a dos factores muy claros: en primer término una claridad narrativa y una historia pequeña, clara y concreta. En segundo término, una particular y consciente búsqueda de la belleza que va desde los títulos del comienzo, las escenas del pasado y hasta el gran clímax del film. Una vez más, la idea del destino está marcada en la historia como motor principal de la misma. Un pavo real, desterrado de su reino años atrás por sus padres, construyó un arma para destruir el kung fu y dominar China. Es el temor a ser destruido lo que lo llevó a la masacre que le costó el destierro. Según la profecía, un ser blanco y negro era quien lo iba a destruir y por eso el film abre –en una secuencia tan trágica como arrebatadoramente bella– con el pavo real asolando una comarca de pandas. En paralelo, el panda Po, protagonista del film, comienza a buscar en su pasado quiénes son sus padres y qué les ocurrió. No hay tampoco grandes novedades bajo el sol y quienes no hayan visto la primera entrega de Kung Fu Panda no tendrán mucho motivo para acercarse a esta continuación. Mucho del humor que la película tiene se basa justamente en los vínculos previos que los personajes tienen, y la manera en que el panda pasa de ser un holgazán a convertirse en un maestro del kung fu le resultará insólita. Una película con una historia sencilla y pequeña y con imágenes de gran belleza, dos elementos que hacen que la experiencia de ver una segunda parte sea, al menos por una vez, algo más que un mero trámite sin gracia. Quienes disfrutaron de la original, disfrutarán por igual o más esta secuela.
Relato del origen de los mutantes En esta nueva entrega de la saga, héroes y villanos son mostrados en sus orígenes y así se devela el camino que los llevó a convertirse en lo que son. Un festín de sorpresas y referencias, esta vez dirigida por Matthew Vaugh. Dentro del universo de Marvel Comics, X-Men es sin duda una franquicia capaz de producir cantidades de películas, secuelas, precuelas y demás derivados. Aun así, y pese al notorio bajón de X-Men 3, las películas de la serie han mantenido cierta dignidad. Esta vez la historia es una precuela, es decir que narra eventos anteriores al comienzo de la saga. Los héroes y villanos de X-Men son mostrados en sus orígenes y se puede ver el camino que los llevó a convertirse en eso que luego todos los espectadores ya conocen. Sin duda hacer una precuela es algo que tiene sus problemas. ¿Cómo hacer algo entretenido e interesante cuando la mayoría de los espectadores ya sabe qué es lo que va a pasar más adelante? Bueno, el ingenio consiste en equilibrar la balanza entre lo que va a pasar y el cómo va a pasar. Todos sabemos en qué se convertirán los personajes, pero no sabemos cómo llegaron hasta allí. Así que de eso se encarga la historia, de narrar cómo los mutantes se conocen entre sí y qué eventos desencadenan los conflictos base de toda la serie. Con indudable astucia, la trama cuenta la historia de Charles Xavier y de Erik Lehnsherr, destinados a ser los dos personajes más poderosos de la saga, y la complementa con varias subhistorias con los diferentes conflictos de los distintos personajes, en particular Mystique y de Beast. Sin caer nunca en la confusión y con un equilibrio notable, la película no pierde nunca el rumbo ni decae en ritmo. Sí es cierto que hay muchas cosas previsibles, como ya se dijo, y que todos los caminos conducen a donde ya se sabe. Pero esto, lejos de molestar a los seguidores, es parte del encanto. Quienes sean admiradores de X-Men pueden prepararse desde ya para un festín, ya que la película está llena de sorpresas y de referencias por doquier. Y aunque el realizador de las dos primeras películas, Bryan Singer, no dirige esta nueva película, no se lo extraña tanto como se lo extrañó en X-Men 3. El director aquí es Matthew Vaugh, el mismo que dirigió Kick-Ass, una gran película de superhéroes que sorprendió el año pasado en las pantallas del mundo. Entretenida y espectacular, no se le podrá pedir eso sí mucho sentido a la confusión ideológica y las lecturas contradictorias de la trama. Tan sólo recordar la simple y no por eso poco importante, consigna estar orgulloso de lo que uno es, más allá de lo que opine el mundo.<
Igual que la primera, pero mala Subida al éxito de taquilla de la versión original, llega esta especie de secuela que tiene todo lo de la anterior menos la gracia. Un débil guión con chistes repetidos y obvios, interpretaciones sobreactuadas y notoria baja de calidad. Hay películas que parecen destinadas a tener segundas partes y hay otras que claramente no deberían ni intentar tenerlas. The Hangover (“La resaca” sería su traducción real) se estrenó en el año 2009 con el título de ¿Qué pasó ayer? y su gigantesco e inesperado éxito de taquilla provocó la voracidad de los productores, que decidieron volver a estos personajes e –increíblemente– repetir la trama del primer film. Una vez más una noche de despedida de soltero termina con los tres protagonistas en un estado lamentable sin recordar qué fue lo que pasó la noche anterior. No vamos a cuestionar lo antiguo, poco interesante y hasta machista del argumento y el conflicto, pero si el primer film tenía mucho de eso, el segundo, que todo lo copia, también lo tiene. Aquella cosmovisión rancia se veía disimulada por una gran producción, un timing para el humor y la intriga por reconstruir la historia. Acá se repite la producción, que deslumbra por sus escenas en la ciudad de Bangkok, y hay sin duda mucha inversión a favor de la técnica. Pero el guión es bochornosamente parecido al primer film y las risas serán esporádicas, en caso de que el espectador se esfuerce por reírse aunque sea una vez. Una vez más, los protagonistas tienen su discurso a favor de la libertad de los hombres y mira con simpatía el descontrol total previo –y posterior– al matrimonio. Aunque la película es mucho más conservadora y cuidadosa de lo que se puede imaginar, no le faltan algunos apuntes más jugados con la intención de jugar con las fantasías masculinas. Los actores, demasiado agrandados por el éxito del film anterior, repiten de forma sobreactuada sus roles y no dejan mucho espacio para la simpatía.< Hacia el final del film la sensación es más de aburrimiento e indiferencia que de indignación. ¿Qué pasó ayer? Parte II no tiene razón de ser y es una secuela de las menos interesantes que se hayan hecho. El tiempo perdido de los protagonistas importa acá poco y nada. Lo que el espectador no volverá a recuperar son los poco más de 100 minutos donde se repiten chistes que, por repetidos y obvios, van a gustar mucho menos que la primera vez. Sean o no fans del primer film, el segundo es un notorio descenso en calidad. Tan rebajado como esa aparición final de alguien famoso que –quiso la casualidad– termine siendo aun más vulgar para los espectadores argentinos.