HUNDAN LA FRANQUICIA La cuarta parte de Piratas del Caribe confirma todo lo que las cuatro películas anteriores exponían: el estudio de mercado por encima del talento cinematográfico. Cada nueva entrega de la serie resulta un poco inferior que la anterior, no sólo por su mediocridad, sino también por repetir siempre lo mismo. Esta serie comenzó en el año 2003 con La maldición del Perla Negra (Pirates of the Caribbean, The Curse of the Black Pearl, 2003) y su éxito fue inmediato. Desde su nacimiento, los films de Piratas del caribe estuvieron cerca. ¿Cerca de qué? Cerca de dar en el blanco, cerca de lograr algo realmente interesante. Por momentos, y sólo en el primero de los cuatro films, esa cercanía era mensurable y se podía llegar a entender qué faltaba. La simpatía del protagonista completaba aquello que las películas no daban. Una combinación entre película de piratas, historia de amor e historia de fantasmas, la convirtió en una combinación irresistible para todos los públicos. Tres películas por el precio de una, o algo así como una red lo suficientemente grande como para que no quedara nadie fuera de la misma. El que mucho abarca poco aprieta, se dice por ahí, pero lo cierto es que tal repercusión de taquilla anula cualquier posibilidad de autocrítica por parte de los creadores de esta multimillonaria franquicia. Han pasado algunos años desde aquellas olvidables segunda y tercera parte, filmadas a la vez, y cuyo rumbo era tan confuso como aburrido. En épocas del 3D, no había que quedarse afuera y este recurso (que ya agota) es utilizado aquí también para que dos o tres espadas apunten hacia el espectador. El pirata Jack Sparrow (Johnny Depp) vuelve a las aventuras, incluyendo nuevos personajes y viejos conocidos. En aquella recordada La maldición del Perla Negra quedaba muy en claro que la película era él y tan solo él. Por los mencionados motivos comerciales no se atrevieron a que un pirata fuera quien llevara adelante la historia y por eso incorporaron la fantasía –por momentos efectiva- y la historia de amor entre dos personas políticamente correctas –que no funcionaba ni por un momento. Tanto no han cambiado las cosas y sigue siendo él, y sólo él, único valor rescatable de este nuevo film. El director Rob Marshall, el mismo que en Chicago nos enseñó cómo no se filma un musical, acá reduce su trabajo a filmar mal todas las escenas de acción, a no dejar fluir narración alguna y a plantar la cámara como un poste cada vez que Depp tiene que rematar con un chiste. La buena noticia es que Depp logra salir airoso alguna vez. Tres o cuatro sobre un total de mil. Los demás actores también se encargan de sobrevivir con altura a la deriva de dirección, pero es Penélope Cruz la que sale menos airosa. Se nota que Cruz, a diferencia de los demás, está esperando una dirección y, al no recibirla, recita sus diálogos de forma tal que producirá vergüenza ajena en los espectadores. ¿Cómo es que se puede llegar a este punto? Sin duda es la inercia de la franquicia la que le permite seguir adelante con nuevas películas, ya que el público está asegurado de antemano. Y ahí está el gran dilema: ¿Repetir lo mismo y volverse rutinario o renovarse y arriesgarse a ya no ser lo que se era antes? La cautela no es una buena consejera, y Piratas del caribe Navegando por aguas misteriosas peca de poca osadía a la hora de plantear su juego. Es positivo que la historia haya retomado algo de la simpleza del primer film, y haya dejado de lado el exceso poco atractivo de la segunda y tercera parte. Mejora mucho la película en la última hora, aun sin que esto implique que se trate de una película superior a las anteriores. La historia de amor ahora se centra en los personajes de Jack y Angelica (Cruz) y en el humor entre ambos. Atisbos de screwball comedy que pudieron dar para más. La prometedora pareja, sin embargo, se diluye con otra historia de amor “más seria” que nace en otro lugar de la trama entre dos personajes secundarios. Ese amor más solemne parece querer incluir a la juvenil platea de films como Crepúsculo. No debo detallar las consecuencias de esto para el film en su totalidad. De hecho toda la película es una sucesión de situaciones muy acartonadas, donde nada parece funcionar del todo y donde, más que nunca, se ven las marcas de un producto más estudiado desde lo comercial que deseado desde lo artístico. Una nota más: hay que quedarse hasta el final de los títulos, ya que hay algo para ver. Es una pena que no haya nada nuevo para ver antes de los mismos.
LO VIEJO ES LO NUEVO Al volver a un guión escrito en 1977, Woody Allen vuelve a ser él mismo a través no sólo de su personaje protagónico, interpretado por Larry David, sino también, de sus temas favoritos, sus motivos visuales y, por último pero no menos importante, a través de un manejo de la comedia que lo devuelve a su mejor forma. Woody Allen se ha convertido, sobre todo en la última década, en un gran malentendido. Su cine, seguido con pasión y admiración por varias generaciones, ha dejado de cosechar nuevos adeptos y ha comenzado a envejecer junto con esas mismas generaciones que lo tenían como un importante referente artístico. Para complicar aún más este panorama poco auspicioso, la única película de este período que ha logrado cierta repercusión y aprobación por parte del público y de la crítica ha sido no sólo una de las más mediocres de su cine, sino también la que sin lugar a dudas menos lo representa. Así, Match Point, caracterizada por su excesiva solemnidad y su ausencia de originalidad, ha conseguido, a pesar de lo anteriormente dicho, ser considerada como la gran película de Woody Allen de los últimos años. Aquello por lo cual Allen trabajó desde el año 1969, cuando dirigió su primer largometraje de ficción: Robo, huyó y lo pescaron, es desmentido por completo en Match Point, ya que no sólo es un film que carece de cualquier viso de sentido del humor, sino que además intenta por todos los medios anunciarse como una película que debe necesariamente ser tomada en serio. En los tiempos que corren –aunque para ser sinceros, antes también- anunciarse como una obra importante da más prestigio que serlo. Un abismo separa Crímenes y pecados –su última obra maestra, según se ha establecido de forma unánime- de Match Point, un abismo que sin embargo Allen no duda en intentar franquear al conectar uno de sus temas favoritos y de sus obsesiones recurrentes: “Crimen y castigo”. Pero eso que antes Allen podía sugerir, ahora lo hace explícito: en Match Point el protagonista lee la gran obra de Tolstoi: “Crimen y castigo”. Como si Allen ya no pudiera confiar en que el espectador pueda descubrir los temas por sí mismo. Woody Allen había logrado convencer a un público reacio al humor de que la comedia era una forma artística importante, que no sólo se la podía combinar con el drama, sino que además en estado puro era capaz de otorgar la complejidad y la profundidad necesarias. Sin embargo, siempre estuvo claro que ese público al que Woody Allen atraía a la comedia era un tipo de público que subestimaba el género, y que sólo podía aceptarlo si llevaba su firma, por el universo intelectual plagado de referencias a grandes cineastas y escritores a los que hacía permanente referencia dentro de sus films. En estos años desdibujados, el realizador se descuidó y aquel público al que había convencido del prestigio de la comedia, ya no la acepta. Poco a poco sus nuevas comedias fueron perdiendo timing y eso derivó en que el público fuera perdiendo interés. Que la cosa funcione, su nueva película, es entonces una gran prueba de fuego pues tiene su origen en el 1977, cuando Allen escribió el guión para Zero Mostel (el protagonista de Los productores, de Mel Brooks, la versión original) quien trabajó junto a Woody Allen en El testaferro (The Front, 1976), película dirigida por Martin Ritt. En esa época surgió esta idea que recién ahora, y debido a la amenaza de una huelga de actores, Allen desempolvó para no dejar de producir su cuota anual. No es la primera vez que Allen retoma un guión de antaño. Cuando hizo Un misterioso asesinato en Manhattan (1993) tomó la trama policial que había desechado de Annie Hall (1977) y la convirtió en una película en sí misma, convocó a la protagonista de aquel film: Diane Keaton, y salió al cruce en uno de los momentos más complicados de su carrera. Tanto en esa ocasión como en ésta, Woody Allen sale más que airoso. Sin duda, 1977 era una época de una desbordante creatividad para el director y guionista; Que la cosa funcione lo demuestra a las claras. El personaje, que el público enseguida asociará con el propio Allen, está interpretado por Larry David (uno de los creadores de la serie “Seinfield”), un actor mucho más parecido físicamente al director de lo que era Zero Mostel. La ambigüedad se reduce, el espectador nuevamente va sobre terreno seguro. Asimismo se repiten dos obsesiones de Woody Allen: la relación hombre mayor - mujer joven y el vínculo entre un hombre intelectual y una mujer tonta (no recuerdo muchos ejemplos de lo contrario, de hecho no recuerdo ninguno en el cine de Allen). Cuando la vida privada de Allen se volvió pública por un escándalo, Allen perdió para siempre la confianza absoluta que los espectadores –como si fueran fans de una estrella de rock adolescente- habían depositado en él como abanderado de sus sueños, ambiciones y angustias. Allen no se recuperó más, y aunque la relación hombre mayor - mujer joven ya existía, incluso con una menor, desde Manhattan (1979), Allen fue juzgado cada vez que este tema volvía a surgir luego de su separación de Mia Farrow. Sin embargo, nada falla en esta nueva película del viejo Woody Allen. Su recurso de comedia, de hablar a cámara -muy al uso del comienzo de Annie Hall-, y su humor al estilo La rosa púrpura del Cairo, de plantear una interacción entre la pantalla y los espectadores, acá tienen el respaldo de un guión sólido, lleno de ideas, con situaciones realmente cómicas donde Woody Allen logra, como en sus mejores films, balancear comedia y tragedia a lo largo de una trama que muestra la elasticidad del corazón humano. Si la cosa funciona parece demostrar que hay espectadores que ya no siguen a Woody Allen, que ya no lo respetan ni lo quieren ni lo admiran. Que luego de haber logrado entrar en la comedia han desandado ese camino para sólo aferrarse al cine solemne y sin riesgo que Allen entregó en Match Point. Si la cosa funciona es la película más auténticamente “Allen” que Woody Allen haya hecho en muchos años. Su guión, potente y efectivo, lleno de material rico y apasionado como hacía mucho no veíamos en su cine, es la muestra de que el realizador ya no sólo no tiene admiradores nuevos, sino que ha perdido a muchos de aquellos que decían admirar su cine. Que la cosa funcionees una comedia tragicómica que muestra el lado más luminoso de un director que, a pesar de todo, se conmueve con la comedia humana. Cercano a las comedias de Shakespeare y no a sus tragedias, Allen muestra la circulación de los afectos, los cambios de rumbo de las personas y la idea de que la vida aun es capaz de sorprendernos. Resulta irónico que Woody Allen hoy sea rechazado por ser él mismo y que, los que admiramos mucho su nuevo film, veamos como algo nuevo aquello que estaba escrito hace más de treinta años. Pero así es esta etapa del cine de Woody Allen, donde lo que parece nuevo es en realidad lo viejo.
De pasiones en el mundo del circo Con una marcada frialdad, Robert Pattinson encarna a un estudiante que se mete en un triángulo amoroso con una estrella de variedades y su marido, el dueño del circo. Destacable puesta de época, escenografía y vestuario. Muchos films que vemos cada semana están basados en libros, muchos más de los que recordamos. Pero claro, muchos films ven la luz del día principalmente por basarse en libros que se convirtieron en best-seller. Este es el caso de Agua para elefantes, transposición cinematográfica del texto de Sara Gruen. El amor por los animales de esta escritora estadounidense-canadiense se plasma en cada uno de sus libros. Algo bastante singular que se destaca en la película, donde esta mirada tierna por los animales del circo, en particular un elefante, se convierte en parte de la trama. Jacob (Robert Pattinson), un estudiante de veterinaria –que abandona sus estudios cuando sus padres mueren– se enamora de Marlena (Reese Witherspoon), una estrella de circo. El romance transcurre en el mundo circense a comienzos de la década de 1930, durante la Gran Depresión estadounidense. Pero el conflicto lo aporta el marido de Marlena, August (Christoph Waltz, el recordado villano de Bastardos sin gloria), quien además es el cruel dueño del circo. La fórmula para el melodrama está bien clara –incluyendo los flashbacks que van reconstruyendo la historia- y los rubros técnicos, así como la reconstrucción de época, que es impecable. Y en estos hallazgos, el film delata algo que no cambia jamás en la historia del cine. Por más que uno tenga una escenografía y un vestuario memorables, por más esfuerzo de producción que se haga, por más adiestrador de animales que controlen hasta el último detalle, incluso por más guionista extraordinario que se tenga (en este caso Richard La Gravenese, el mismo de Los puentes de Madison), toda cadena se rompe por el eslabón más débil. Y en este caso, ese eslabón es su protagonista masculino. El popular Robert Pattinson (sí, el protagonista de la saga Crepúsculo) no tiene la altura artística para un proyecto como este. La frialdad con la que su rostro imperturbable atraviesa el film es llamativa. Pero a la vez tampoco es capaz de hacer de esa característica un estilo actoral. Tal vez la responsabilidad haya que dársela a Francis Lawrence, el director, quien no supo encontrarle la vuelta al personaje, aunque tampoco el realizador es particularmente brillante en su trabajo. La pasión que debería recorrer cada minuto de Agua para elefantes se apaga hasta convertirla en un film que se adivina mucho mejor en su origen de lo que finalmente se ve en la pantalla.
Camino conocido pero bien llevado Matthew McConaughey interpreta a un cínico abogado que pasó toda su vida defendiendo a criminales y debe defender a un rico empresario, acusado de intento de violación y asesinato. Con Marisa Tomei y William H. Macy Tal vez el espectador al ver Culpable o inocente (The Lincoln Lawyer) tenga la sensación de transitar por terrenos ya conocidos. Y es así, porque la película promete comenzar una nueva serie de adaptaciones de novelas de abogados a la pantalla grande. Culpable o inocente se basa en el libro de Michael Connoly, creador del personaje de Mick Halley (interpretado aquí por Matthew McConaughey). Connoly parece destinado a ocupar el lugar que en los ’90 ocupaba John Grisham. Grisham fue llevado al cine con películas como Fachada, Tiempo de matar (también con McConaughey) El cliente y El poder de la justicia. De Michael Connoly un libro ya fue llevado a la pantalla, nada menos que por Clint Eastwood en su película Deuda de sangre. Está claro que ni aquellos films, ni este que se estrena hoy, son clásicos perdurables de todos los tiempos. Y aunque algunos son mejores que otros –El poder de la justicia, de Francis Ford Coppola, era muy bueno– no hay en ninguno de estos títulos más que el deseo de plantear un film industrial bien construido, con algunas sorpresas y que otorgue una buena dosis de suspenso y entretenimiento. En este caso, el abogado Halley tiene un historial de cínico defensor de ladrones que nadie más ha querido defender. Donde otros ven dilemas éticos, Halley ve la oportunidad de burlarse del sistema. Pero claro, por más que él tenga siempre todo bajo control, está claro que el argumento basará su conflicto en una situación compleja que da vuelta todo su mundo de seguridad. Cuando Halley acepta el caso de un joven rico acusado de atacar a una prostituta no se da cuenta que su ambición y autosuficiencia lo está exponiendo al desastre. Nada más se puede adelantar de la trama por razones obvias. Sí hay que destacar las actuaciones no sólo del protagonista, sino también de los grandes actores que lo acompañan, en particular Marisa Tomei y William H. Macy. Es justamente la efectividad de estos actores lo que permite que este entretenido film se vea más sólido y atrapante de lo que realmente es. En el medio, y aunque no sea su objetivo principal, la película es un buen ejercicio para reflexionar sobre la ética, ya no sólo de los abogados, sino de las personas en general. En el fondo, lo que moviliza de cualquier film es su conexión con nuestra propia existencia.
El superhéroe nórdico Como el director de Thor es nada menos que Kenneth Branagh, es muy tentador buscar rastros de William Shakespeare en toda la película. Recordemos que Branagh saltó a la fama por dirigir y protagonizar una versión de Enrique V, y que más adelante también hizo adaptaciones de Mucho ruido y pocas nueces, e incluso un Hamlet de cuatro horas de duración y elenco multiestelar. El mismo director declaró hace muchos años: “quiero que los espectadores sepan que Shakespeare y Batman pertenecen al mismo mundo”. Parece que con Thor nos confirma a la perfección esta idea. Héroe mitológico nórdico, Thor es desde la década de 1970 un personaje de Marvel Comics, famosa editorial donde Stan Lee y otros crearon muchos superhéroes y villanos de historieta que luego pasaron a la televisión y al cine. Entre ellos figuran también Iron Man, El hombre araña, Hulk, El Capitán América, X-men, Los cuatro fantásticos. Varios de ellos forman, además, parte de Los Vengadores, una suma de héroes que verá su versión cinematográfica en 2012. Ya en Thor aparecen algunos de los personajes de este proyecto o son mencionados por alguien (recomiendo quedarse hasta el final de los títulos). Pero esas conexiones son secundarias, ya que la historia de Thor está muy bien contada, tiene fuerza dramática propia, un espectacularidad visual indiscutible y un sonido que hace vibrar la sala de cine, además del ahora habitual 3D. Thor vive en el reino de Asgard, allí su padre Odín (Anthony Hopkins) está a punto de heredarle el trono cuando este demuestra una inmadurez que no lo hace digno de ello. El hermano de Thor, Loki, es ambiguo con respecto a sus intenciones y es difícil saber su verdadera posición en el conflicto. El resultado es que Thor es exiliado en la Tierra (esta es la escena inicial del film) donde deberá aprender las reglas de nuestro mundo. Aunque no hubiera sido Branagh el director, hay un notorio aire de Shakespeare en este monarca y la lucha por su trono. Pero lo que sí depende del director es lograr que actores como Anthony Hopkins hayan puesto en su papel una energía dramática que no siempre se da en esta clase de films, más basados en la producción que en los actores. No exenta de humor –algo habitual en Branagh también– Thor es una película entretenida, impactante e interesante a la vez. La historia de un joven impulsivo que debe aprender humildad y comprensión, dos cualidades más poderosas que su famoso martillo y sus músculos de hierro.
LA SOSPECHA Tal como avisa un cartel antes del comienzo de la película, se pide a los espectadores no contar el final. Ante tal advertencia, la crítica de este film de suspenso, dirigido por Carlos Sorín, tampoco debería ser leída por quienes no hayan visto la película. Carlos Sorín había entrado en la historia del cine argentino en 1986, cuando realizó La película del rey. En el 2002, Historias mínimas lo volvió a poner en el centro de atención, logrando esta vez un gran cariño por parte del público. Entre los cinéfilos que lo descubrieron en aquel primer film y los espectadores que lo valoraron por el segundo, Sorin daba una combinación de inquietudes y estilos difícil de definir. Con El gato desaparece, el realizador vuelve a sorprender, esta vez, entregándose de forma completa a un ejercicio de género. Un film pequeño, exacto, que cumple con su objetivo. Luis ha sido dado de alto luego de pasar un tiempo internado en un psiquiátrico. Su esposa Beatriz lo recibe nuevamente en la casa, pero desde un comienzo no tiene la certeza de si su marido está recuperado o si tendrá una recaída. Como el episodio por el cual fue internado tuvo que ver con un ataque violento, la sospecha contiene una alta dosis de temor a que la violencia vuelva a irrumpir. Luis está un poco cambiado, pero no sabemos cuánto. Medicado, algo perdido, de todas maneras su actos no son lo suficientemente atemorizantes ni tampoco tranquilizadores. Y toda la película se basa en saber qué es lo que realmente pasa por la cabeza de ese personaje. Los médicos dicen que se ha recuperado, pero el gato del matrimonio lo rechaza violentamente. ¿A quién le creemos, a un experto o a un animal? Lo que nos han enseñado las películas de género es a tomarnos muy en serio las reacciones de los animales y por eso cuando el gato desaparece todos sospechamos lo peor. Claro que el ingenio de la trama consiste en abrir sospechas y luego cerrarlas, en vivir, junto con Beatriz, las ambiguas conductas de su marido. Para que esto funcione la película cuenta con una pareja protagónica de gran nivel actoral. Mientras que Beatriz Spelzini tiene que hacer el esfuerzo visible que su personaje requiere, Luis Luque debe hacer todo lo posible para parecer amenazante y, a la vez, no parecerlo Es justamente él, quien debido a este doble camino complicado y fino, realiza una actuación memorable. Aunque está claro que El gato desaparece cumple perfectamente con su cometido, la disyuntiva entre loco o no loco que atraviesa la corta duración de la película genera que no se pueda ir más allá de eso y limita la posibilidad de la historia de generar más significados. Sí queda claro que como ocurría con el director de La dama desaparece, el temor a que nuestro ser más cercano sea un misterio subyace en toda la angustia que genera de la película. Pero acá no estamos a la altura de los films de Hitchcock, sino más bien de los episodios de la serie Alfred Hitchcock presenta. Esto no debería tomarse como una crítica, sino como un elogio. El cine argentino parece afianzarse cada vez más en formas narrativas sólidas y efectivas. El gato desaparece no pierde el rumbo, no confunde sus objetivos y no pretende ser lo que no es. Sabemos que muchos films no consiguen hacer esto.
La historia de un conejo renegado Personajes animados y actores de carne y hueso se conjugan en este film, cuya trama expone el peligro que corre el reparto de huevos de Pascua. Situaciones trilladas que ni siquiera la gracia de David Hasselhoff logra rescatar. Hop cuenta la historia de un conejo destinado a heredar el trabajo de Conejo de Pascua. Aclaremos que acá la Pascua es vista con un carácter no religioso. Es más bien una especie de Navidad en abril, donde lo que se regala es básicamente chocolates y dulces, todos alrededor de las figuras de los huevos de Pascua y del conejo que, según esta tradición, oficiaría de Papá Noel del chocolate. Tal vez en el hemisferio sur este personaje no tenga mucho peso, ya que uno de sus posibles orígenes es la metáfora de la reproducción que llega con el final del invierno en el norte del planeta. Posiblemente sea demasiado para explicar que Hop es un film donde se intenta explotar una nueva variable de “festividad en peligro”, esta vez centrada en los huevos de Pascua y demás dulces que se entregan ese día. Las similitudes con la Navidad y Papá Noel son muchas, pero tal vez un espectador argentino podría sentirse poco identificado con tal euforia. Al héroe en cuestión, un hijo que no desea heredar el cetro de su padre, se le sumará un humano que tampoco sabe seguir los designios del suyo. Juntos vivirán una serie de trilladas y poco divertidas situaciones, y cualquiera que haya visto varias películas infantiles sentirá que no hay absolutamente nada nuevo bajo este sol. Peor aun, lo repetido puede funcionar si tiene gracia, pero gracia es lo que le falta justamente a la trama. Algunas canciones –el conejo sueña con ser baterista– y la presencia graciosa y delirante de David Hasselhoff (protagonista de El auto fantástico y Baywatch) van tratando de dotar de vida a una película que avanza a duras penas. Como todo film que falla, Hop expone sin poder controlarlas todas las sospechas mercantilistas que otros films también tienen, pero que logran volver secundarias con respecto a sus valores cinematográficos. Uno no puede pensar otra cosa más que en una invitación gigantesca y descarada al consumo masivo de chocolates y dulces durante la Pascua, antes de la misma y después de ella. Incluso los más impacientes pueden salir de la sala y comprar productos para alimentar no el cuerpo sino el consumo. Sí, es verdad, toda la ternura del bello conejito parece disolverse si uno lo piensa así. Pero no es culpa de uno, es culpa de la poca pericia que los que hicieron Hop le pusieron a la película.
ACARICIANDO LO ÁSPERO Los Marziano, brillante tercer film de la directora Ana Katz, es un drama con toques de humor, que a pesar de tener ciertos elementos simpáticos, es básicamente un film serio y profundo que ahonda en la relación entre dos hermanos. No hay nada más tranquilizador que encasillar un film. Tranquilizador no sólo para el espectador, sino también para el crítico, para el realizador y para los exhibidores. Los Marziano podría parecer una comedia –fue comercializada como tal- y la música inicial podría predisponernos a un tono jocoso y sonso. Pero para el espectador que logre vencer los prejuicios y pase por alto sus expectativas previas de ver una comedia simpaticona, Los Marziano, pese a ser difícil de encasillar, es una obra muy fácil de apreciar. Los Marziano hace algo que no siempre es sencillo de conseguir. Mientras que hay films independientes que se exponen como tales, películas de autor que se manifiestan raras y a contracorriente a todo nivel y en todo momento, la película de Ana Katz elije un terreno más ambiguo y complicado: el de parecer un film estándar, comercial, con actores conocidos, con cierto humor costumbrista, para luego terminar por ser algo diferente, donde aquello que parecía ser finalmente está, pero corrido del centro, y observado desde otro lugar. Esa extrañeza podrá alejar a muchos espectadores, pero no es culpa de la realizadora, esta decisión es, justamente, lo mejor del film, porque le permite esconder su juego durante gran parte del metraje e ir construyendo poco a poco el discurso que desea expresar. Para quienes ya vieron el film –los demás pueden dejar de leer acá- está claro que hay que vender la inercia de querer reírnos de todo, para comenzar poco a poco a experimentar una forma de identificación profunda pero dolorosa con los dos personajes protagónicos. Estos dos hermanos divididos, que la historia mantiene separados hasta el final, esperable y temible, momento en el cual ambos volverán a estar juntos. Juan (Guillermo Francella) y Luis (Arturo Puig) comienzan la película cada uno con un conflicto. El primero pierde, de un día para el otro, la capacidad de leer, las palabras dejan de tener significado. El segundo cae en un pozo hecho por manos desconocidas en el campo de golf del country donde él vive. Para ambos surge un conflicto, para ambos aparece la amenaza de un orden que se derrumba. Cada uno a su modo enfrentará el problema. No pasan demasiados minutos para que hasta el más distraído de los espectadores comprenda que el humor no es sinónimo de comedia. Y que lo que están viendo no sólo no es una comedia, sino que además es una mirada aguda, llena de complejidades y matices, sobre las personas, sus comportamientos, sus ambiciones, sus sueños frustrados, sus miserias y también su corazón. Los Marziano llega a la emoción a través de la inteligencia y no de golpes de efecto. Durante toda la película la directora nos preparó para un momento sin que nosotros supiéramos que ese momento iba a ser tan importante y emocionante. Esas criaturas llenas de limitaciones, enojos y angustias, también tienen espacio para la fraternidad. El absurdo de la vida sigue, nos subraya la directora en el plano final. Pero aunque sea por un momento, en un lugar del mundo, la aspereza de la vida ha sido mostrada con inteligencia y finalmente con afecto. Katz les permite a los dos hermanos reencontrarse y cubrir sus flancos más débiles. Si los espectadores se entregan a la inteligencia del film, no extrañarán en ningún momento la falta de comedia en gran parte de las escenas. Los Marziano es, además de lo dicho, una película bella. Un film que produce un placer estético además de todo lo analizado. Es también un film lleno de pequeños apuntes, de detalles que van completando a los personajes y dándoles humanidad. Sin subrayados, sin explicaciones inútiles, ahí está sólo la información necesaria, pero está. Tanto Arturo Puig como Guillermo Francella comprenden cuál es el tono del film y cada uno construye su papel. Puig es un paranoico harto de su mujer y su entorno, y Francella compone a un personaje con mucha ternura pero marcado por la mediocridad. Katz no los juzga, los describe incluso con algo de piedad. Por eso Los Marziano no es una película rara, sino una película exacta. No pertenece al cine independiente marcado por rasgos modernos y tampoco pertenece a un cine industrial adocenado. En realidad, no especula con pertenecer a ninguno de los dos espacios. Pero su profundidad, sus ideas claras y, finalmente, su emotividad deberían dejarle ocupar un espacio grande dentro del cine argentino. Los Marziano es, por encima de todo, una buena película.
Unidos por el drama y el dolor Una pareja de jóvenes charla en un auto. De pronto la tragedia estalla. Así es el primer minuto de Prueba de amor, un profundo drama que narra el dolor de una familia cuando Bennett, el hijo mayor, muere en un accidente de auto. El matrimonio conformado por Allen y Grace (Pierce Brosnan y Susan Sarandon) y el hijo menor Ryan (Johnny Simmons) lidian con el duelo cada uno a su manera, pero todos atormentados por la ausencia de aquel hijo perfecto que todos adoraban. Cuando Rose (Carey Mulligan), una ocasional novia de Bennett, aparece en sus vidas para decirles que lleva en su vientre un hijo de Bennett, todos los conflictos que ya arrastran los personajes explotan. La película transita de una punta a la otra de su metraje una serie de momentos de gran intensidad y dramatismo. Pero a la vez, ese dramatismo, muy bien apuntalado por los grandes actores que la película tiene, no pasa en ningún momento por terrenos originales ni brilla tampoco en las decisiones formales ni narrativas. De hecho es muy fácil confundir este film de cine con aquellos telefilms actuales que, aun con grandes estrellas, se ven limitados por los condicionamientos estéticos del formato televisivo. Para aquellos que gustan de estos festines de lágrimas, la película sin duda cumplirá su cometido. Uno a uno los personajes realizarán su catarsis y el espectador, según se identifique más o menos con cada uno de ellos, podrá realizarla también. Y de verdad que los que amen llorar en el cine tendrán la oportunidad de ir con pañuelos y hacerlo durante gran parte de la trama. Por otro lado, algo de humor, en algunos momentos podrá dar un respiro, porque detrás de tanto drama y detrás del dolor sin alivio que significa la pérdida de un ser amado, la película se reserva un poco de luz y esperanza para aquellos que deben seguir juntos en la vida.
Música y colores para enamorarse de Río La historia del último guacamayo macho al que un experto en aves quiere reunir con la única hembra de su especie resulta ser más un folleto ilustrado de la ciudad brasileña y sus encantos que un film de aventuras animadas. Si alguien quisiera hacer una campaña publicitaria para que los espectadores del mundo visiten Río de Janeiro, esa campaña encontraría su forma ideal en Río, la nueva película de animación creada por Fox. Esto no es en sí mismo un defecto, es la descripción de una película hecha con verdadera admiración por una ciudad, idealizada y embellecida a más no poder. Ni las favelas parecen un lugar feo o peligroso, aunque allí viva un villano. La historia que cuenta el film es la de Blue, el último guacamayo macho de su especie. Quiso el azar que, luego de que lo sacaran de su hábitat natural en Brasil, terminara siendo criado por una niña en Minnesota, con quien compartieron años de amistad hasta que ella se convirtió en adulta. Estos años están narrados con una secuencia de montaje que muestra las primeras limitaciones del film. Comparándola con Up! Se nota que aquí la maestría narrativa no alcanza los niveles de Pixar, pero tampoco su encanto y su emoción. Cuando Blue es descubierto por un experto en aves este desea llevarlo nuevamente a Río para juntarlo con la última hembra de la especie. Pero Blue no sabe volar y las cosas, obviamente, se complicarán mucho cuando él y su dueña viajen a Sudamérica. No falta color, no faltan canciones y no falta tampoco fútbol. Todos los lugares comunes sobre la cultura brasileña se repiten a lo largo de la trama. Así como también se repiten todos los lugares comunes del cine de animación de los últimos 20 años. Para los cinéfilos, tal vez esta película recuerda aquel período histórico en el que Hollywood fue el encargado de generar vínculo artístico con el sur del continente, creando al famoso José Carioca, personaje de animación que parece un pariente de Blue y que apareció en Saludos amigos y Los tres caballeros, además de varios cortos de Disney. No hay mucho más para decir sobre Río. Los mejores chistes son dos vinculados con una canción clásica de Lionel Ritchie y quienes amen la música de Brasil tendrán por supuesto muchas canciones para entretenerse. El carnaval cobrará protagonismo a lo largo de la trama, convirtiéndose en el centro de muchas situaciones. Y como aclaramos al comienzo, Río servirá, además, como una plataforma ideal de turismo para los Juegos Olímpicos y el Mundial de Fútbol que pronto pasarán por Brasil. <