Ella hablan (Women Talking, Estados Unidos, 2022) es una película infame. Uno de los largometrajes más cobardes y demagógicos que se hayan hecho en toda la era del Me Too. Pero aun pasando por alto ese aspecto lo que impresiona es la torpeza casi amateur con el cual está filmado, una película que termina nominada a mejor película del año en los premios de la Academia solo para limpiar las culpas de una industria cómplice de abusos sistemáticos que todos conocían y callaban. Aprobar Ellas hablan es una manera de ubicarse políticamente del lado correcto. Esto produce un enojo extra ya que la historia que cuenta es real y el abuso que sufren las mujeres, tanto en una comunidad menonita o en pleno Hollywood es real y debe combatirse. Se debe luchar con buen cine si uno quiere hacer de su película una herramienta de denuncia. Ellas hablan está escrita y dirigida por la realizadora y actriz Sarah Polley. El guión de la película se basa en el libro escrito por Miriam Toews en el año 2010. Dicho texto se inspiró en los crímenes cometidos dentro de una comunidad menonita ultraconservadora durante los años 2005 y 2009. En dicha comunidad, ubicada en Manitoba, Bolivia, un grupo de hombres drogó y violó a varias mujeres, todas integrantes de la misma comunidad. La película no es tanto sobre dichos crímenes, sino sobre el debate de las mujeres acerca de que hacer a partir de que se conocen dichos delitos y son denunciados. La historia es conmovedora y no era tan fácil arruinarla, pero la película lo consigue. Frances McDormand con cara de mucho enojo es un género en sí mismo. La actriz abandona su acomodada vida de estrella para maquillarse de pobre o víctima y nos tira todo el horror del mundo durante un par de horas para luego volver a disfrutar de alfombras rojas y premios. Es cierto, no hay nada de malo con que sea feliz, el problema es que ya se ha vuelto un lugar común su cara de compromiso y eso le resta valor actoral. Aunque aquí hace un papel menor (posiblemente para aumentar el valor comercial de la película) también es la productora. La gravedad actoral les corresponde mayormente a otras actrices, todas ellas muy importantes. Rooney Mara, Claire Foy, Jessie Buckley, Sheila Mc y Judith Ivey tienen los roles centrales. También está Ben Whishaw, representando al solidario y sensible, el único del grupo que sabe leer y escribir, porque las mujeres de la comunidad no tenían autorización para hacerlo. También integra el elenco August Winter, quien interpreta a un hombre trans en la historia. Por supuesto también lo es en la vida real, porque cada uno debe ser en la pantalla lo que es en la vida, al menos en ese aspecto. Imagino la alegría y la paz de todos al poder incluir a una persona trans en el elenco y ganar más puntos dentro de la cultura actual. ¿Se justifica dentro de la película? Ay, por favor, que tendrá que ver el buen cine con los planes de Sarah Polley y Frances McDormand. Ellas hablan consiste, principalmente, en este grupo de mujeres que en un granero debate acerca de cuáles son las medidas que deben tomar luego de que los violadores han sido arrestados. Tienen un tiempo límite para decidir, porque los apresados pueden volver a sus hogares en cualquier momento. No es sólo el presente lo que les preocupa, también el futuro de sus hijas, si estos crímenes quedan impunes. El debate es interrumpido por los obvios flashbacks para ilustrar lo vivido, pero son pocos, ya que son las mujeres hablando casi toda la película. Estéticamente no ofrece nada. Teatro filmado donde incluso los paisajes fueron insertados en posproducción como si fuera un programa de televisión con un croma. Esto distrae y distancia. La historia más conmovedora convertida en un show frío y distante. Cada actriz tiene su show y la mayor parte del tiempo se ve que son estrellas de Hollywood protestando más contra la propia industria del cine que preocupadas por la comunidad menonita que da origen al largometraje. Si la historia es universal, puede abarcar todos los espacios donde las mujeres han sido abusadas. Pero la película carece de autenticidad, aún basado en una historia tan reciente y terrible. Los premios son la forma en la cual la propia industria y el mundo de la cultura aprueba de forma rápida y nerviosa para sacarse de encima sus conductas pasadas. Pobre el cine si Ellas hablan es considerada una buena película. Ojalá esta historia tenga alguna vez un largometraje que le haga honor a estas mujeres víctimas de estos crímenes.
Tres parejas protagonizan esta obra teatral disfrazada de largometraje. Tres parejas, cada una con alguna crisis, las tres conectadas entre sí. Michael Jacobs dirige su primer largometraje y también lo escribe, lo que lo convierte en el responsable de este producto aburrido que se lanza al lugar común con un nivel de impunidad digna de acciones más relevantes. No le importa nada a Jacobs, ni la historia del cine, ni la lógica de los eventos, ni el ritmo cinematográfico ni nada. Algo habrá visto él que nosotros no, esperemos que sea un enorme cheque, porque de lo contrario estamos hablando de un director que no sabe lo malo que es. En una noche ocurren tres eventos iniciales. Dos desconocidos, Diane Keaton y William H. Macy, coinciden accidentalmente en un cine donde se está proyectando una película sueca. La actriz Diane Keaton está viendo cine sueco desde hace más de cuatro décadas, desde sus películas con Woody Allen hasta hoy. Sin duda le gusta. Ambos han ido solos al cine y terminan charlando largo y tendido sobre sus vidas. Para ella es un pecado, para él es el único alivio de una vida triste. Otra pareja está en un hotel, son amantes y ella es especialmente apasionada, mientras que él está más abrumado por los conflictos en su vida. Él es Richard Gere y ella es Susan Sarandon. Una última pareja, esta vez de jóvenes, está en una boda de unos amigos. Algo hace que ella descubra en él muchas dudas y entran en una discusión que los puede terminar separando. Ella es Emma Roberts y él es Luke Bracey. Lo único que se les ocurre para evaluar cómo seguir es armar una cena con sus padres, ya que no se conocen mutuamente. Sí, Diane Keaton y Richard Gere son los padres de Emma Roberts y Susan Sarandon y William H. Macy los de Luke Bracey. Ese encuentro es el núcleo de la obra. Lo que arranca como comedia se vuelve drama y todos dicen lo que tienen para decir sobre la pareja, el amor y las relaciones. A los noventa minutos la película termina y ya podemos volver a nuestras vidas. Sarandon, Keaton y Gere hubieran sido un elenco de lujo en la década del ochenta y William H. Macy, al que no ponen en el primer cartel de la película, también hubiera sumado un poco aunque no fuese una estrella. El elenco llega tarde, el guión es horrible y no hay situaciones ni graciosas ni emocionantes que puedan ser tomadas como algo más sofisticado de lo que se ve a primera vista.
Los inventados gana la atención del espectador con detalles de humor absurdo en las primeras escenas. Lucas es un actor que sólo tuvo un trabajo exitoso cuando era niño, pero esto no le llena de orgullo. Ahora busca otros roles sin éxito hasta que se cruza con una joven que le recomienda un retiro actoral con un talentoso maestro. Lucas se anota y el profesor en cuestión tiene como tarea para ellos una sola: cada participante debe fingir ser otra persona sin revelar nunca su verdadera identidad a los demás. No hay que abandonar el personaje, pase lo que pase. A medida que van ocurriendo ciertos eventos, el límite entre lo real y inventado se va perdiendo y Lucas parece ser el único que entiende lo que pasa, hasta que incluso eso empieza a ser puesto en duda. La película conserva su tono y consigna y no se amedrenta frente a los desafíos que la historia propone. Sostiene, como los personajes, aquello que se ha propuesto, generando un clima único y original que es justamente su mayor encanto.
Es imposible remontar el hecho de que en Creed III hayan dejado completamente fuera a Sylvester Stallone. Es algo más que una falta de respeto, es un acto de egocentrismo que en el mundo de Rocky se paga con un fracaso. Y Creed III fracasa estrepitosamente como película. Por primera vez desde Rocky (1976) Stallone no forma parte de una película de la saga. Sí, es cierto que no es la saga central, sino un spin off, pero Creed (2015) no hubiera tenido la más mínima repercusión de no haber sido por la presencia de Stallone, quien además fue nominado al Oscar por su papel de Rocky Balboa en este rol secundario y también ganó, entre otros premios, el Globo de Oro. Los primeros dos films de Creed eran una lograda combinación de nostalgia y renovación, donde los veteranos y los jóvenes aportaban lo suyo por igual. Acá Michael B. Jordan, también director, se apodera de todo y el resultado es una curiosa combinación de aburrimiento, solemnidad y muy mal gusto estético. Juega con elementos de todos los films de Rocky, pero los mueve en direcciones que resultan menos atractivas. Adonis Creed (Michael B. Jordan) lo ha conseguido todo y lleva una buena vida familiar. Pero un amigo de su infancia con gran talento para el boxeo, Damian (Jonathan Majors, insufrible) aparece nuevamente en su vida luego de cumplir una larga condena en prisión. Damian tiene cuentas pendientes con Adonis y la culpa de este último hace que le abra las puertas de su casa y del gimnasio. Damian quiere ser campeón mundial, teniendo como único motor el resentimiento, sin importarle nada de lo que haga en el camino. Más tarde o más temprano, ambos quedarán cara a cara en un ring. La idea del que tiene todo para perder contra aquel que no tiene nada es un punto de partida que encaja perfecto en esta clase de películas. Sin embargo, todo el recorrido que la trama hace para llegar a su clímax no resulta tan atractivo como en todos los títulos anteriores. Hasta las canciones son notoriamente peores. Tiene sus picos dramáticos que conocemos y que se vuelven a utilizar. Pero simplemente no tiene ese ángel especial que lograba darle Sylvester Stallone. Es bueno recordar que Stallone fue el creador de un proyecto en el que nadie creía y terminó siendo uno de los más grandes clásicos de la historia del cine. El propio actor, guionista y director lo explotó todo lo que pudo, pero ahora que él ya no es parte del camino, no hay nada interesante para ver.
June es una adolescente que vive online. Tiene el recuerdo de su padre de cuando era bebé y su madre hace lo posible para cuidarla, incluso siendo sobreprotectora. June se queda en California mientras su madre se va de vacaciones a Colombia con su nuevo novio. Cuando June va a buscarlos al aeropuerto, ni la madre ni su novio aparecen. Pide ayuda, por supuesto, pero inicia su propia investigación utilizando toda la información que con ingenio logra obtener. Es una búsqueda contrarreloj antes que de sea demasiado tarde y no haya forma de encontrarlos. La película es una secuela de Searching (2018) aunque cuenta su propia historia. El esquema es que toda la trama de suspenso se construye a partir de la búsqueda del personaje principal. Que exista un antecedente le quita gran parte de la gracia, pero un par de giros en la trama le dan una energía renovada que le permite avanzar bastante bien. Llegando al final el mencionado antecedente le juega en contra, porque en el fondo repite el concepto. Además de que esas últimas escenas son mucho menos interesantes que el resto.
Cuando Gina Henderson (Sally Phillips) es despedida de su trabajo de oficina, se hace cargo de las operaciones de una empresa de mudanzas para tratar de cambiar su suerte. Con la ayuda y el aliento de sus amigas en el club de natación, Gina le pide a los hombres de la empresa que brinden servicios de limpieza y algo más a las mujeres de su ciudad. A medida que el negocio tiene éxito, Gina reevalúa su propia vida amorosa y sexual, mientras que genera un éxito que hace feliz a todas las mujeres de la comunidad. Esta comedia australiana tiene poco para ofrecer más allá de una mirada femenina de la sexualidad y la divertida idea de que un hombre limpiando puede ser incluso más erótico que uno teniendo sexo. No hay mucha profundidad ni demasiado humor, es simplemente lo que se ve a primera vista. Una comedia de una ligereza que la vuelve simpática y olvidable a la vez.
Juan Conte (Germán Palacios) es un cínico y exitoso escritor de libros sobre ateísmo. Vive en un mundo de certezas hasta que su corazón falla. Al despertar, se entera de que ha recibido un trasplante de corazón. Dicho trasplante le ha salvado la vida, pero también lo mete en un trama siniestra que destruirá todo aquello en lo que creía. El prolífico realizador de cine de terror, Daniel de la Vega, explora aquí el horror religioso con resultados desparejos. Logra algunos momentos sorprendentes, pero en general no consigue dar con el terror que sabemos se está proponiendo. La historia de beneficia cuando se parece más a Misery que cuando explorar elementos fantásticos. Germán Palacios no está nunca en tono con la película y eso le quita gran parte de su fuerza. Pero en resumen lo que falla es la posibilidad de ir más allá de los elementos más básicos del género. Para un director tan prolífico, una película fallida no es algo tan grave, pero teniendo mejores títulos, se vuelve más evidente en cada una de las escenas.
La única cosa peor que una mala película de terror es una que se esfuerza para ser un producto digno y sólo es el borrador berreta de películas mediocres del mismo género. La maldición de la novia (Dead Bride, Italia, 2022) es uno de esos casos en los cuales una película no de Estados Unidos intenta transitar los caminos de los títulos de ese país. Es un pesado y tortuoso camino de estética no auténtica, ritmo muy inferior y trucos repetidos al infinito. Después de la muerte de su padre, Alyson, su pareja Richard y su bebé regresan a la casa de su infancia. Algunos hechos sobrenaturales la alertan de la peligrosa situación en la cual ella y su familia se encuentran. Recuerdos de su pasado y amenazas en el presente se van multiplicando. Lo que parecen alucinaciones o sueños tal vez sea una verdadera maldición vinculada con el pasado de la propia familia de Alyson. Quiso el azar que dos semanas antes del estreno de esta película italiana se reestrenara Rojo profundo (1975) de Dario Argento. Las comparaciones serán odiosas, pero sirven para recordar que sea puede hacer buen cine de terror en cualquier lugar del mundo, solo se necesita tener algún criterio estético, un guión original y rigor para filmarlo. Nada de eso aparece en este melodrama familiar terrorífico que comentamos aquí.
El protagonista de La ballena, Charlie (Brendan Fraser), es un profesor de literatura que vive en Idaho. Da cursos de escritura para estudiantes universitarios exclusivamente online ya que nunca sale de su casa. La cámara en dichas clases la mantiene apagada porque se avergüenza de su obesidad mórbida y sus más de doscientos setenta kilos. Su conexión con el mundo exterior es con su amiga y enfermera Liz (Hong Chau), que le ruega que vaya al hospital porque es casi seguro que tendrá un infarto que le puede costar la vida. Un misionero de la Iglesia New Life, Thomas (Ty Simpkins), se vuelve un accidental confidente que lo insta a abrazar la fe. Pero la obsesión de Charlie es su problemática hija adolescente Ellie (Sadie Sink), a quien no ha visto en ocho años. La película es una clásica historia del amante de la sordidez Darren Aronofsky, el mismo director de Réquiem por un sueño y El cisne negro. Pero con gran criterio el guionista y director eligió al mejor actor posible para lograr empatía instantánea. La mirada de Brendan Fraser en los primeros minutos de la película resumen toda la angustia de su personaje y los diferentes matices que lo han llevado a estar encerrado y prácticamente postrado en su departamento. Imposible no emocionarse con él. Fraser le presta a Aronofsky la humanidad que el director no tiene. A cambio, Darren le obsequia no pocos momentos de una absoluta crueldad. La ballena fluctúa entre la crudeza impactante y descarnada con la que muestra el sufrimiento y el estado físico de su protagonista, y una serie de apuntes cursis que corresponden a otro tipo de películas. Si esta película consigue que Brendan Fraser vuelva a ser una estrella de cine, entonces habrá valido la pena. Pero es un poco doloroso que haya tenido que llegar hasta acá para que le reconozcan su enorme talento actoral y su absoluto carisma. Nadie que sepa de cine puede pensar que La ballena, aún con el gran trabajo de Fraser, puede compararse con La momia (1999) de Stephen Sommers, un film de evidente calidad artística muy superior a este estreno. En cuanto al título La ballena este proviene de un ensayo literario sobre la novela Moby Dick de Herman Melville que Charlie lee compulsivamente en sus momentos de mayor angustia, aseverando que se trata del mejor ensayo que ha leído en su vida. Se abren interrogantes a partir de ese texto y las analogías entre esas palabras y el protagonista son evidentes. La película no deja de ser bastante moralista, pero una vez más, el protagonista, equivocado o no, busca con desesperación una redención que parece imposible. Es la película que quiso hacer Darren Aronofsky, pero un poco de observación de la filmografía de los hermanos Dardenne lo habría ayudado a mantener una coherencia estética y narrativa más sólida y arriesgada.
Close transcurre en la Bélgica rural, donde dos niños de trece años, Léo y Rémi, son los mejores amigos. Comparten una amistad muy cercana llena de afecto y durante el verano donde dicha amistad crece, comparten la cama a la hora de dormir. Los padres de Rémi quieren a Léo como si fuera un segundo hijo. Léo y Rémi son felices compartiendo esa vida en el campo, andando en bicicleta y disfrutando de cada momento. Pero cuando empiezan las clases la cercana amistad entre ambos es observada por sus compañeros. Unas amigas les pregunten si son pareja y Léo lo niega de forma rotunda mientras Rémi no dice nada. Será el lento pero definitivo camino que los irá separando. Close (Bélgica, 2022) ha sido nominada al Oscar a mejor película de habla no inglesa y ha obtenido varios premios internacionales incluyendo el Festival de Cannes. Su director y guionista, Lukas Dhont, Dhont se inspiró en el libro de la psicóloga Niobe Way, Deep Secrets: Boys Friendships and the Crisis of Connection, que describe su estudio sobre la intimidad entre los adolescentes. Dhont nombró la película después de una “amistad cercana”, un término que aparece de forma frecuente en el libro. Close no es una película sobre la sexualidad, sino sobre el afecto entre los niños entrando en la adolescencia. Lo difícil que es conseguir una amistad cercana y afectuosa, entre dos futuros hombres, dentro de una sociedad que miran con cierta recelo ese tipo de conductas. Lukas Dhont tiene la habilidad para describir dicha amistad de forma precisa, indubitable, rodeada por la libertad de esa vida conectada con el hedonismo de un verano en el campo. Con la misma eficacia capta el condicionamiento que produce en las personas el entorno en el cual se mueven los protagonistas. Una amistad de verano, erosionada por la mirada de los otros, un amor genuino al que se le empieza a poner una carga extra. Pero entonces, cuando Close da su giro, la emoción acumulada de todo lo que sabemos de Léo y Rémi desemboca en una tristeza enorme. Basta una pequeña distancia para que las personas se vuelvan un misterio y sus acciones sacudan hasta lo más profundo las certezas y el mundo de quienes los rodean. La emoción de Close está construida con puro lenguaje cinematográfico, a punto tal que lo que divide a la película en dos partes no es mencionado, solo se arma con imágenes y diálogos que evitan insistir sobre eso. Es de verdad movilizador el uso de las herramientas del cine que el director aprovecha para mostrar sentimientos profundos y complejos. Close es también una película sobre la ausencia, sobre lo que está presente a cada momento a través del mencionado lenguaje, sin tener que aparecer en cámara. Narrar lo que no está es uno de los ejercicios más difíciles pero más bellos del cine. La melancolía que produce es muy particular y se necesita talento para hacerlo sin que sea una mera acumulación de golpes bajos. Close cuenta con imágenes y con un tono perfecto la importancia de los afectos y el peso que puede llegar a tener la ausencia de los mismos.