Campeones es, como su nombre lo anuncia, una película deportiva. Al mejor uso de los films deportivos de los setenta y ochenta, como Bad News Bears o The Longest Yard y un poco más acá en el tiempo A League of Their Own. Es un subgénero tan válido como efectivo casi siempre. El entrenador que tiene que entrenar al equipo que no quiere, el equipo de perdedores o marginados que no tiene esperanzas de nada. La combinación entre ese entrenador que recibe el encuentro como un castigo y el equipo que con inocencia cree que se ha cruzado con su salvador. Lo mejor de estas películas es que sabemos cómo evolucionar ambos desde la primera escena, no hay misterio alguno y solo se trata de disfrutar del proceso. ¿Acaso hay algo más placentero que observar como lo que nosotros sabemos va a funcionar los protagonistas no lo saben? Es como el suspenso pero en clave de disfrute sin angustia. En la escena inicial vemos que un oficial de tránsito está haciendo una multa a un auto que se ha pasado el límite del estacionamiento que había pagado. El dueño del auto, Marco, increpa al oficial que cumple son su trabajo. Lo insulta, lo maltrata y finalmente rompe la infracción. Uno ha hecho todo correctamente, el otro ha hecho todo incorrectamente. Uno de ellos tiene una discapacidad intelectual y el otro no. El director Javier Fesser es claro en la escena inicial y aunque a lo largo de la trama mostrará otros momentos de esta clase, su victoria inicial es contundente. Marco, segundo entrenador de un importante equipo de básquet. Perdiendo los estribos empuja al primer entrenador en pleno partido en un escándalo mayúsculo que llega hasta la televisión. Su pareja está en crisis y sus nervios alterados. Borracho, sale a manejar igual. Tiene la suerte de no lastimar a nadie ni lastimarse él, pero no puede evitar rozar un patrullero, arrancándole el espejo retrovisor. Cuando el patrullero lo detiene, vuelve a chocarlo y se enoja con los policías. Se salva de la cárcel, pero es condenado a hacer tres meses de trabajo comunitario. Ese trabajo comunitario es entrenar a un equipo de básquet de barrio, Los Campeones del título. Este equipo está formado por personas con discapacidades intelectuales y la idea es entrenarlos para que compitan en un torneo. Javier Fesser demostró desde El milagro de P. Tinto que tiene un enorme timing para la comedia. La película es una comedia deportiva, pero comedia al fin. Con elementos de las comedias mencionadas, sumándole otras como Dodgeball, Campeones brilla con muchos gags muy graciosos, doblemente efectivos porque se lanzan de lleno en un terreno complicado en los tiempos que corren. Si la tesis de la película es reivindicar a las personas discapacitadas es a través del humor que lo consigue. Los actores que interpretan a los integrantes del equipo son discapacitados y eso los autoriza y autoriza al director a poder hacer humor con ellos sin los temores de la corrección política. La comedia no es políticamente correcta o incorrecta, la comedia es graciosa o no lo es, y Campeones es una excelente comedia. Punto. También es una película emocionante, claro, como suelen serlo estas historias de deportistas, de opuestos que finalmente hacen equipo, de fracasos que pasan a triunfos. Si no faltan las carcajadas, tampoco algunas lágrimas. La película no es perfecta porque no puede evitar, en particular con la historia de amor del protagonista, algunos momentos muy acartonados y forzados. Algunas historias laterales quedan abandonadas y otras simplemente no se resuelven bien. En este nuevo film de Fesser lo que funciona perfecto es el deporte y la comedia. Y también consigue que todos esos jugadores y sus vidas nos importen, las comprendamos y entendamos como pocas veces ha logrado hacerlo el cine. Es con el humor y no con la lástima que Campeones consigue su objetivo. La comedia vuelve a demostrar que es el género que todo puede lograrlo, no permitamos que la sensibilidad mal entendida nos quite la risa, nunca.
Hace cuarenta años llegaba a los cines Halloween (Noche de brujas fue su título local) la obra maestra de John Carpenter que revolucionaría el género de terror para siempre. No era la primera película del cine slasher –películas de asesino brutal que ataca a jóvenes utilizando armas blancas, para resumirlo de forma apresurada- pero sí la que inició un esplendor de un género que hoy está más vivo que nunca. La naturaleza casi inmortal de estos personajes se debe, en gran parte, a que las secuelas estuvieron desde aquel momento a la orden del día, y es así como, sin ir más lejos, la Halloween que se estrena ahora es la número nueve con el título, la once usando la franquicia, la octava centrada (o décima) usando el nombre de Michael Myers, el asesino estrella de esta serie. Sí, hay cinco líneas temporales diferentes, pero no es necesario repasarlas ni entenderlas, no para entender esta película que simplemente ignora a todos los films excepto al primero. Una revisión de todos esos títulos muestra varias cosas. Qué la degradación en la calidad no parece molestar demasiado hasta que un día los espectadores simplemente se cansan. Qué cualquier desviación significativa del centro de la historia, como por ejemplo fue Halloween III: Year of the Witch, es rechazada de plano, porque el villano es el villano y es a él a quien se quiere ver. Y qué siempre un regreso bien armado al origen puede ayudar a reavivar un franquicia querida pero devaluada, como ocurre aquí, donde el plan es, sin duda, retomar el camino inicial para poder recuperar a todos los espectadores que admiraron el film de John Carpenter protagonizado por Jamie Lee Curtis y Donald Pleasence. La película Halloween ignora en la trama a todas las secuelas, aunque en cada escena demuestra, con sutiles detalles, que conoce su existencia. Simplemente no sumaba y con buen criterio decidieron colocar nuestra concentración en la noche de Halloween que le dio inicio a toda la historia. Para lograr el interés la película solo necesita sus tres elementos básicos: La noche de brujas, el asesino Michael Myers y la protagonista de la película, Jamie Lee Curtis. Todo eso está en la nueva película, sin vueltas raras, sin esfuerzos desaforados para volver a encajar las piezas. Simplemente pasó el tiempo, mucho tiempo, pero las fuerzas que se enfrentan están intactas. Con algo tan sencillo como eso es que la película consigue su objetivo holgadamente. Ahora Laurie Strude (Jame Lee Curtis) es abuela. Sigue siendo inteligente como cuando estaba en su juventud, pero luego de aquellos eventos traumáticos su vida nunca volvió a ser la misma. Como la Sarah Connor de Terminator 2, ella sabe que no importa cuánto tiempo haya pasado, la amenaza sigue siendo real. La actriz, que comenzaba su carrera en el film de 1978, se convirtió desde entonces en una estrella poderosa de Hollywood y tuvo muchos más éxitos en su carrera. Su presencia acá es espectacular y un motivo de alegría para los fans de Halloween. Pero si la película pasa por alto las secuelas, es un poco exagerado que ella esté tan convencida de lo imbatible que puede ser Michael Myers, sin duda hay un juego ambiguo entre lo que ha pasado en la historia y lo que los espectadores saben. Por otro lado, Michael Myers vuelve a ser interpretado por Nick Castle, que figura en los títulos como The Shape, tal cual lo hacía en la película de 1978 (el rostro de Michael Myers que se veía brevemente allí era el de otro actor, igualmente). Homenaje, secuela, imitación, regreso al más puro y duro film slasher, Halloween (2018) no es ni por asomo el clásico original, pero resuelve muy bien muchas escenas, son sobriedad y estilo. Ofrece los cambios que corresponden a los tiempos que corren sin tampoco arruinar las ideas de la serie. Tiene algo de emoción este reencuentro y también que John Carpenter aparezca en los títulos. El director creador del film original y de su inolvidable banda de sonido aseguró que esta sería la última película de Halloween, pero conociendo a Michael Myers y a juzgar por el tremendo éxito de taquilla de este nuevo film, no sería raro que en un año estemos nuevamente hablando de esto.
Locamente millonarios (título local para Crazy Rich Asians) fue un descomunal e inesperado éxito en Estados Unidos y seguramente por eso se estrena también en Argentina. Las películas con casamientos pueden funcionar en taquilla, más aun si están mal actuadas, tienen trazos gruesos y no se saltean ni uno solo de los lugares comunes. Y claro, Crazy Rich Asians es una acumulación prolija y mecánica de todo eso. No es del todo una comedia, es más bien una comedia romántica con tanta sensiblería como pueda entrar en las eternas dos horas que dura. Rachel es invitada por su novio, Nick, a la boda del mejor amigo de éste en Singapur. Ella visitará Asia por primera vez, nerviosa por conoce a la familia de Nick. Pero pronto descubrirá lo que el espectador ya sabe: La familia de Nick es una de las más poderosas y ricas familias del continente y Nick es un soltero deseado por todas. La madre de él, desaprueba la boda. La búsqueda de exageración de estereotipos, orientales y occidentales, es una de las herramientas de la que se sirve esta película que buscar aprovechar paisajes, desplegar todo el lujo que pueda y hacernos pasar varios momentos de vergüenza ajena con su cursilería a prueba de balas. Una banda de sonido con clásico occidentales cantados en chino, varias escenas coloridas y dos o tres momentos simpáticos no alcanza ni por asomo para hacer de esta película menor un film digno de ser visto. Su éxito, posiblemente una extensión del Best-seller en el que se basa, es un misterio para el cine actual. Entre tanta película mediocre, no hay motivo particularmente relevante para destejar este.
En Rojo, una película con un gran potencial como policial, chocan registros, tonos y niveles de complejidad. Escenas que pueden ser cautivantes o misteriosas, quedan aplastadas cuando aparecen otras de un trazo grueso y una mediocridad como no se veía desde la década de los ochenta. Sería injusto ignorar los méritos que la película tiene, pero siendo tan despareja es imposible que sus puntos más flojos no terminen arrastrando al conjunto. La ambigüedad deja de serlo cuando uno descubre que aquello que no quedaba claro en el fondo está al mismo nivel que sus momentos grotescos de resolución bastante triste. La historia transcurre en 1975, antes del Golpe militar que es inminente. Un plano inicial describe a personas llevándose objetos de una casa. No se dice nada. Luego viene una tensa escena en un restaurante. Es tensa porque no se sabe realmente que pasa, pero a medida que pasan los minutos se vuelve tan ridícula que pierde intensidad y se vuelve completamente inverosímil. Esto ocurrirá muchas veces a lo largo de la película. Hay algunas metáforas que dejarán sorprendidos a los espectadores, por su ridículo exceso de vulgaridad y falta de sutileza, y el andar siempre monótono y sin gracia del protagonista no ayudará mucho a que tampoco alguien pueda sentirse -para bien o para mal- cercano a lo que pasa en la historia. Los hallazgos visuales de evocar la forma de filmar de aquellos años son lo mejor que la película tiene. Curiosamente, al combinarse con discursos obvios y subrayados varios, terminan creando la sensación de estar viendo una película mala de otra época. Es una pena, porque esos recursos estéticos, que son lo mejor que la película tiene y que hablan muy bien de su director, son los que terminan jugándole en contra. Estética de los setenta, bajadas de línea de los ochenta, todo mezclado para generar un híbrido que no aporta nada a las siempre presentes temáticas de aquellos convulsionados de Argentina, lugar común del cine nacional.
Hay tantas versiones de Nace una estrella que hasta es difícil que los expertos se pongan de acuerdo en cuantas son. Lo cierto es que con el título de Nace una estrella la película que se estrena ahora sería la cuarta. La primera, la de 1937 estaba claramente inspirada en un film de 1932 llamado What Price Hollywood? a un punto tal que hubo acusaciones de plagio. Pero las nace una estrella norteamericanas siguen siendo cuatro, ni una más, ni una menos. La India, que no quiere sentirse menos es lo que a cantidad de películas se refiere, no hizo una, sino dos versiones de Nace una estrella, aunque no uso el título ninguna de las dos veces. Entonces ya no serían cuatro, serían seis y siete si consideramos aquel film de 1932. Pero hay otra cosa que las diferencia, la obra maestra de 1937 y su remake de 1954 transcurrían en el mundo del cine y la protagonista era actriz. A partir del film de 1976 el centro de la trama no son actores sino cantantes. Por eso Nace una estrella 2018 es muchísimo más una remake de la película protagonizada por Barbra Streisand que de los films anteriores. Las películas de la India toman un poco de todas, como suele ocurrir con las películas de ese país. Por otro lado, cada una de las películas tiene una identidad que le otorga la época en la que fue hecha, siendo claramente, la actual, la peor de todas las que se hicieron en Estados Unidos. A Star Is Born 2018 mantiene la historia central intacta en lo que se refiere a la relación de sus dos protagonistas. Jack (Bradley Cooper, también director de la película) es un cantante exitoso pero decadente, alcohólico y problemático que en una escapada fuera de las luces ve cantar a una joven camarera llamada Ally (Lady Gaga). Inmediatamente se da cuenta del talento gigantesco de ella y en poco tiempo ambos estarán enamorados. Ella tiene todo por delante, él ya no tiene nada. Es digno de análisis el nivel de superficialidad narrativa que tiene esta nueva versión. Qué no logra que sea creíble toda la curva dramática para creernos todo lo que le ocurre a los protagonistas y que no puede evitar subrayar el momento más famoso del film volviéndolo un poco más escatológico y desagradable de lo que hubiera soñado cualquiera de los films anteriores. El guión y su necesidad de ser algo nuevo es lo que destruye finalmente a la película. La pareja protagónica es carismática y si hubieran hecho un musical sin explicaciones psicológicas de jardín de infantes tal vez podrían haber logrado ellos solos sacar a flote a la película. Pero tal vez sin proponérselo A Star Is Born dice algo de los tiempos que corren. Una super estrella de la música como Lady Gaga convierte al film en un evento y de ese evento nadie quiere quedar afuera. Una mirada acrítica y complaciente posiblemente ampare y perdone las falencias que esta película tiene. Todos ganan, las canciones funcionan y no hay que arruinar la fiesta diciendo que hay muchas cosas que no funcionan. Incluso el tema final, tan bien cantado por la protagonista, termina perjudicado por las obviedades del director. Nuevamente, ellos tienen todo el carisma necesario, pero nunca, ni en 1937, ni en los cincuenta, alcanzó solo con eso. Es una triste ironía que la primera versión, la protagonizada hace ya ochenta y un años por Janet Gaynor y Fredrich March, siga siendo la mejor de las muchas que se han hecho.
En un ranking imaginario de las películas de Marvel Venom podría estar sin duda entre las peores, sino la peor, de todas las que se han hecho en esta edad de oro que ha tenido el contenido de Marvel Comics llevado al cine en el siglo XXI. Un guión llamativamente malo, carente de toda lógica y rigor, capaz de hacerle ruido al más distraído de los espectadores, es el comienzo de una suma de desastres que la convierten en uno de esos bodrios ruidosos y llamativos de los que todos se burlan durante años. Seamos optimistas, tal vez simplemente sea olvidada. Los fanáticos de las películas de Marvel necesitarán verla para completar su álbum, los lectores de comics podrán ofenderse o alegrarse, como suelen hacer frente a cada nueva adaptación a la pantalla, e incluso dar explicaciones de porque algo tan malo en el cine en realidad tiene una explicación oculta en alguna cosa que obviamente no se ve en la película. Ese viejo truco no se inventó ahora, se hacía antes con libros y obras de teatro también, donde los fans se rasgaban las vestiduras o defendían cosas por motivos ajenos a lo que se veía. El potencial del personaje y la historia es enorme, tal vez por eso también sea irritante. La idea de un extraterrestre y un humano conviviendo en un único cuerpo es muy interesante y tenía sin duda muchísimas posibilidades. La idea del héroe y el villano formando una misma criatura también lo es. Como un Dr. Jekyll y Mr. Hyde del mundo Marvel pero en lugar de una misma persona desdoblada, acá tenemos dos personas unificadas. Pero ese potencial, esa idea, esa película, no existen. La historia mezcla de manera muy torpe drama y comedia, amenaza con una violencia descomunal pero luego hace un esfuerzo exagerado por volverla una película liviana. Cada escena se resuelve sin demasiado sentido y aunque nadie pide realismo, la gravedad de ciertas escenas conviviendo con tonterías de una simpleza de programa para bebés es deprimente. La elección de Tom Hardy como protagonista debe responder a la necesidad de poner a un actor con talento para toda la primera parte del film, donde el periodista Eddie Brock parece tener una enfermedad física o mental. Tanto esfuerzo tampoco redunda en nada interesante, pero con un actor menos expresivo se hubiera perdido todavía algo más de todo aquello a lo que renuncia Venom. Sí, hay escenas post créditos. Una de las cuales, para termina de irritar, promete una brutal carnicería. ¿A quién puede asustar o preocupar una escena así después de la tontería lavada sin violencia que acabamos de ver? Como suele pasar con estos títulos que buscan iniciar una serie, la película es más un prólogo desechable que una película en sí. No hay forma de que una secuela –si acaso ocurre- sea peor que este título, entre otras cosas porque todo lo aburrido y torpe del comienzo ya no será necesario. Ahora, con el personaje totalmente presentado, tal vez tengan la chance de colocarlo en una historia que valga la pena o darle un solo tono que funcione, en lugar de varios que entran en permanente contradicción.
En menos de cinco años luego del éxito del primer film de James Bond, ya había suficientes parodias e imitaciones como para agotar el subgénero. De hecho lo agotaron, aunque de tanto en tanto alguien cree inventar la pólvora y sacar un nuevo agente estilo Bond pero en clave de comedia. Si hace cincuenta años la fórmula estaba gastada, imagen lo terminada que está en el año 2018. Pero dicen que el público se renueva y también se renuevan los cómicos. El comediante inglés Rowan Atkinson es mundialmente famoso por su personaje de Mr. Bean y es difícil verlo sin pensar en sus cortometrajes de comedia. Sin embargo ha hecho muchos otros papeles y en los últimos años ha realizado un brillante Inspector Maigret es varios telefilms que por supuesto no son comedia. Pero su vínculo con Johnny English llega acá a una tercera película. La primera fue en el 2003 y la segunda en el 2011. Se trata, como adelantamos, de una parodia más de James Bond. Ninguno de los tres films es logrado más allá de los instantes brillantes que aporta el talento de Atkinson. Sin Johnny English es parodia de Bond, también hay que decir que el personaje en sí mismo tiene una muy fuerte inspiración en el Inspector Clouseau que hacía Peter Sellers en la serie de películas de La pantera rosa. Emma Thompson interpretando a la Primer ministro británica es un lujo extra que no alcanza para hacer la diferencia. Algunos chistes son graciosos y otros están tan gastados que da la sensación de que los que hicieron la película confían en que el planeta completo haya tenido amnesia y no recuerde ninguna parodia berreta de las miles que se han hecho en los últimos cincuenta años.
Rodrigo Bueno, conocido simplemente como Rodrigo o El Potro, fue un popular cantante y compositor de cuarteto, género musical de origen cordobés. Es posible que en Argentina no necesite presentación, pero para poder analizar una película hay que tomar lo que aparece en la película y El Potro, Lo mejor del amor es un clásico biopic musical, un género existe desde que el cine es sonoro y que hoy está más vigente que nunca, no solo acá, en todos los países donde hay gran producción de cine. Un músico que luchó por encontrar su estilo y que hizo del género de la provincia donde creció un género para todo el país, triunfando en la capital, llenando trece noches consecutivas el mítico Luna Park, espacio histórico de recitales y eventos deportivos, en particular boxeo. Es prácticamente imposible no comparar esta película con Gilda, No me arrepiento de este amor (2016) otro biopic sobre la vida de Gilda, cantante popular cuya muerte también ocurrió, como la de Rodrigo, en un accidente de tráfico. Pero además las une que tienen a la misma directora, Lorena Muñoz y la propia realizadora escribió ambos guiones junto a Tamara Viñes. Es posible las comparaciones sirvan para elevar la película Gilda y descubrir que le falta a El Potro, pero también es que los dos personajes son muy diferentes y que es mucho más sencillo sentirse a gusto con Gilda y no tanto con Rodrigo, un personaje más oscuro, menos noble y con otra clase de música y temas en su obra. El Potro arranca con el protagonista yendo al escenario, vestido como boxeador y subiendo a un escenario con forma de ring. Está filmado como un boxeador yendo a pelear. Lo primero que viene a la mente es Gatica el mono (1993) de Leonardo Favio. Gatica, un ídolo del boxeo en el Luna Park, donde será el recital, y también una figura trágica dentro de la cultura popular. Rodrigo tiene mucho de personaje de Favio y la confirmación de que no es una casualidad ese comienzo son los ruleros que la madre le hace a Rodrigo justo en la siguiente escena. Imposible no ver al Carlos Monzón (boxeador campeón del mundo, preso por asesinar a su esposa y muerto en un accidente de auto) de la película Soñar, soñar (1976), obra maestra maldita de Leonardo Favio. Quien no conozca a Favio no sabe la película que no será El Potro y tal vez sea mejor. Lorena Muñoz no puede o no quiere alejarse del clasicismo y el género de Gilda y aunque coquetea con la idea varias veces, tampoco se mete en el mundo de los personajes marginales, traicioneros, carismáticos de gran parte de su cine. Rodrigo y su manager El Oso se abrazan en el ring del Luna Park como lo hacían Gianfranco Pagliaro y Carlos Monzón en la mencionada Soñar, soñar. Un abrazo largo, mejilla contra mejilla, sonriente, incluso artificial, ambos quietos como en una foto. No le falta material al guión, incluso le sobra, porque no llega a quedarse en ningún tema, pero pasa por muchos. La relación con el padre está muy bien retratada y el actor Daniel Aráoz es por mucho lo mejor de un elenco bastante desparejo y nunca creíble. El vínculo con la madre, una presencia poderosa y siempre presente también es un gran tema, aunque no termina de funcionar en la película. Otro personaje interesante bien interpretado es El Oso (Fernán Mirás, protagonista de otro popular biopic musical, Tango Feroz) y también las parejas de Rodrigo, pero estas están desperdiciadas, en particular su amante de varios años, por no encontrar nunca un tono actoral. Tal vez la limitación mayor esté dada por el protagonista. Mientras que, solo como un ejemplo, Natalia Oreiro era arrolladora en su carisma al interpretar a la protagonista de la película Gilda acá Rodrigo Romero no logra hacernos creer que hay una fuerza imponente en el Rodrigo Bueno. Interpretar a alguien muy carismático es un trabajo complicado. Oreiro era un triunfo total, Romero no lo consigue. Y una molestia extra es la necesidad de mostrar varias veces el sufrimiento de la pareja de Rodrigo y madre de su hijo. Eso desvía demasiado el punto de vista y parece una aclaración para que las conductas de Rodrigo sean expuestas con las consecuencias para su pareja. Una aclaración subrayada e innecesaria frente a todo lo que la película tenía para contar y decide dejar afuera. Tal vez por su historia, tal vez por la protagonista, Gilda no me arrepiento de este amor emocionaba profundamente desde la primera vez que ella cantaba. Su conflictos, su crecimiento, su final, todo era conmovedor. En El Potro nada de eso pasa, solo cuando canta Lo mejor del amor se asoma algo de aquello que hizo de Rodrigo alguien popular. No se juzgará acá la calidad de su obra como artista ni el universo alrededor de la misma. Pero aun con tantos puntos en común entre ambas películas, un abismo parece separarlas. Tal vez era un personaje para otra clase de película, tal vez este tipo de película funciona mejor con alguien como Gilda. Lo que en el film con Oreiro se veía auténtico y cercano, acá se ve falso y poco sincero. Al menos esa es la impresión que produce.
Harry Dean Stanton tiene una de esas trayectorias legendarias en cine y televisión. Desde la década del cincuenta actuó en cuanta serie uno pueda imaginar, con particular énfasis en aquellas del género western. Hizo muchos roles pequeños en muchos clásicos de la historias del cine. Pasó por El hombre equivocado (1957) de Alfred Hitchcock y El padrino II (1974) de Francis Ford Coppola en roles que iban de una mera aparición a un rol pequeño, no fueron pocos los films con breves participaciones suyas. También ocupó roles más importantes en grandes clásicos, como Alien, el octavo pasajero (1978) de Ridley Scott o Patt Garrett & Billy the Kid (1973) de Sam Peckinpah. No hay manera de abarcar su filmografía en una nota. Trabajó con John Huston en Wise Blood (1979), con Martin Scorsese en La última tentación de Cristo (1988); protagonizó del clásico de culto Repo Man (1984) de Alex Cox, con John Carpenter hizo Escape de Nueva York (1977) y Christine (1983). Una vez más con Coppola Golpe al corazón (1981). Más de cien largometrajes tuvo en su carrera. Con David Lynch hizo varias películas y también televisión. Pero si hubiera que tomar un título para poder resumirlo en una sola imagen y dejarlo así en la historia del cine, esta imagen sería la de Travis Henderson, inolvidable protagonista de Paris, Texas (1984) de Win Wenders. Como broche de oro del elenco aparece James Darren, el octogenario actor que supo protagonizar la serie El túnel del tiempo y que fue un gran actor secundario de televisión como el propio Harry Dean Stanton. No es indispensable saber esto para disfrutar de Lucky, pero quienes conozcan al actor no podrán evitar una emoción extra en cada una de las escenas. El personaje del título, Lucky, es un hombre de noventa años que vive solo. Tiene una dieta de dudosa calidad, fuma, bebe alcohol y vive su rutina diaria en el pequeño pueblo en el que vive. Eso sí, hace cinco ejercicios de yoga todas las mañanas. Le gusta mucho hacer crucigramas, conoce todas las respuestas de los programas de concursos y mira con simpatía y nostalgia un retrato suyo de cuando era marinero en la Segunda guerra mundial. Tiene sus amigos en bar con quienes a diario comparte charlas y una misma silla en cafetería a la que acude también a diario. Un día algo pasa y Lucky se da cuenta que tal vez la muerte esté más cerca de lo pensado. Tal vez, solo tal vez. A partir de ahí comienza a plantearse cosas y a ver su alrededor de otra manera. El personaje y el actor parecen fusionarse. Se parece, en ese aspecto a la historia de John Wayne en The Shootist (1976) de Don Siegel, aquella insuperable despedida que supo tener el más grande actor de todos los tiempos. Pero claro, Harry Dean Stanton es un actor de perfil más bajo y estrellato limitado, por lo cual el film también es pequeño, amable, con humor y también un tono agridulce. Lucky no cree en dios alguno y observa con angustia, resignación y una incipiente sabiduría lo que está por venir. Fue la última película de Harry Dean Stanton, que murió antes del estreno mundial. Para que la despedida fuera total están allí sus amigos, que le aportan humor y simpatía a todo lo que ocurre a la vez que directa e indirectamente reflexionan sobre el sentido de la vida. Siempre con humor, siempre con ligereza, aun cuando en ciertos momentos asoma una negrura que angustia y conmueve. La certeza de que no hay nada más allá que posee el protagonista, combinada con una mirada amable y un disfrute de los pequeños grandes momentos, hacen que el espectador pueda moverse entre sentimientos muy distintos. Hay enorme emoción en varias escenas y Harry Dean Stanton entrega un rol de despedida de una belleza a la altura de su carrera. Ojalá todos los grandes actores pudieran tener un adiós como este.
Es tan complicado decir algo sobre Diez menos que lo mejor es comenzar resumiendo su argumento según figura en el material de prensa, para juntar fuerzas para luego de eso intentar hacer una crítica. Quique es un trabajador comprometido con su trabajo, es creyente, católico practicante, fiel seguidor de los diez mandamientos. Su vida trascurre entre su trabajo, su mujer a la que ama y la iglesia. Un día todo se le da vuelta, es despedido de su trabajo, su mujer lo abandona, y lo echan de la casa donde vive. Quique abatido y descreído piensa que seguir los diez mandamientos no le sirvió de nada y que ahora irá rompiéndolos uno a uno. Esta comedia protagonizada por Diego Perez tiene, como problema inicial, que no es graciosa. No hay una sola escena que logre, ni por error, producir risa alguna. Lo intenta, claro, casi todo el tiempo, lo que hace más complicado todo. También se supone que tiene un lado dramático y emotivo, sobre este punto tal vez lo mejor sea colocar un manto de piedad. También pasaremos por alto el hecho de que la película tiene un guión demasiado parecido a Commandments (1997) película protagonizada por Aidan Quinn. Es mejor pasarlo por alto porque estoy seguro que debe haber más películas con esta premisa. Sin embargo, y para terminar con la piedad, es prácticamente incomprensible la ruptura de los diez mandamientos que se supone hace el protagonista de la película. Ese humor de televisión argentina antiguo ni siquiera nos permite disfrutar de una estructura dramática ordenada, para al menos llevar de forma pasable una historia tan mala. Antigua en el peor sentido, con serios problemas de guión y actuaciones, Diez menos podría encontrar un lugar entre las películas malas de culto, pero ni siquiera tiene la potencia delirante de los bodrios que acceden a esa categoría. Nada más para decir.