Cuando en 1987 el gran director John McTiernan estrenó Depredador (Predator) -el film de acción protagonizada por Arnold Schwarzenegger- la película estaba dentro del marco de un tipo de cine y personajes típicos de aquella época. La película fue creciendo en prestigio aunque en aquel momento tampoco fue tomada demasiado en serio. Una secuela inferior pero no mala y las derivaciones posteriores mostraron que aquella criatura ya se había instalado en el imaginario del cine taquillero. Esta nueva secuela –la cuarta película de la serie sin contar las desviaciones con la saga de Alien– encuentra la manera de volver a meter la lucha entre humanos y alienígenas, esta vez en los suburbios, no en la querida selva del film original y de Depredadores (2010) . La película hace lo imposible para generar entretenimiento, combinar humor, emoción y acción, pero el esfuerzo no funciona de forma compacta y efectiva. De forma irónica, los militares del film original acá son parodiados como una literal banda de locos. Un niño brillante, una mujer valiente y brillante, un puñado de novedades con respecto a los depredadores, todo con muchas voluntad pero con resultados pobres. No vale la pena ni sumará absolutamente nada a la película de 1987, que debió haber sido la única película sobre este personaje. Depredador sin Schwarzenegger, no es Depredador, siempre se supo y acá se confirma.
Historias de ultratumba (Ghost Stories) es una película de terror británica que hereda y a la vez actualiza una larga tradición del cine de horror de Gran Bretaña. Una película de una fineza y una perfección tan gran que casi parece surgida de otra época. No es que el género no tenga grandes películas, pero en la enorme cantidad de films de terror que llegan año tras año se hace difícil encontrar aquellas que valen la pena. Y, nuevamente, más difícil aun es encontrar alguna con una sensibilidad sin demagogias, capaz de contar lo que quiere contar sin estar preocupándose por las tendencias masivas del momento. Bienvenida sea entonces Ghost Stories a los cines argentinos. Dos estudios cinematográficos dominaron el cine de terror desde finales de los cincuenta y hasta principio de los ochentas. Primero Hammer Films, la famosa Casa Hammer, que tomo todos los clásicos del cine de horror que había llevado a la pantalla Universal Studios en la década del treinta, y los actualizó con una dosis de violencia y sexo importante, además del color. De allí surgieron los genios del género, Christopher Lee y Peter Cushing, entre otros. Y directores como Terence Fisher, por citar al más famoso. Pero además de Hammer hubo otro estudio, Amicus Productions, cuyo período de actividad transcurrió entre 1962 y 1977. La producción de este estudio dejó como legado un tipo de film muy particular. El portmanteau fue el nombre que se le dio a un subgénero donde Amicus brilló. Estos film poseían varias historias vinculadas por un hilo conductor. Por extensión se le llama también así a cualquier film de episodios. Pero en lo que a terror se refiere, dicha estructura llega hasta la actualidad y atravesó todas las décadas desde que Amicus lo convirtió en una modalidad habitual. Dead of Night (1945) el clásico de los estudios Ealing fue la inspiración para los films de Amicus. Pero incluso en Argentina, el talento del actor Narciso Ibañez Menta permitió que el director Enrique Carreras realizara Obras maestras del terror (1960) basado en cuentos de Edgar Allan Poe, adaptando una serie que Ibañez Menta llevó a la televisión un año antes. Los films de Amicus que han escrito esta página maravillosa en el cine de terror empiezan con Dr. Terror’s House of Horrors (1965) dirigida por Freddie Francis, protagonizada por el incomparable Peter Cushing –actor clave también en Amicus Productions- Christopher Lee, Michael Gough y Donald Sutherland. Repitiendo actores y directores, el estudio repitió la fórmula con mayor o menor efectividad, logrando algunos momentos extraordinarios y otros no tanto. Todo fanático del cine de terror ha visto alguna de estas películas. En Argentina y por televisión se han visto en los ciclos de Sábados de súper acción o en el inolvidable Viaje a lo inesperado. El mencionado Freddie Francis y Roy Ward Baker fueron los realizadores encargados de dirigir la mayoría de estos films, con algunas apariciones actorales especiales y lujos según el título. The Psychopath (1966), Torture Garden (1967) con dos actores norteamericanos como Burgess Meredith y Jack Palance, The House That Dripped Blood (1971), Tales From the Crypt (1972), la maravillosa Asylum (1972) con Robert Powell, The Vault of Horror (1973), From Beyond the Grave (1974) y el intento de revival con la ligera y musical The Monster Club (1981), protagonizada por Vincent Price y John Carradine. Antes de Ghost Stories, la serie Tales From the Crypt (1989-1996) fue un derivado claro de uno de estos títulos, apoyándose también en la tradición de series de esta clase, pero con mayor foco en el terror que sus antecesoras. Creep Show (1982) de George A. Romero es otro ejemplo y así hubo muchos más. Sin embargo Ghost Stories es la que intenta darle un formato un poco más actualizado sin traicionar el concepto original. Las escenas de terror diurnas y el tema del tormento por los actos realizados, también marcan su conexión con los films de Amicus Productions. Lo más notable es que por su estructura de varias historias y por la forma en la que entiende el terror, Ghost Stories sin duda hereda la tradición mencionada. No se conforma con ello, sino que busca encontrar su propio rumbo. Sí hay muchos paralelos, incluyendo la falta de temor a las vueltas de tuerca y la idea del castigo a las faltas cometidas durante nuestra vida. El protagonista es el profesor Goodman, cuyo nombre no deja lugar a ambigüedades. Este escéptico profesor tiene un programa de televisión consistente en desenmascarar estafadores que dicen tener poderes psíquicos o la capacidad de hablar con el más allá. Derriba mitos y expone a los estafadores. Su ídolo es un psicólogo que ha desaparecido, irónicamente, sin dejar pista ni explicación. Pero un día este psicólogo se contacta con él. Cuando Goodman va feliz a conocer a su ídolo, este le dice que ambos han estado equivocados y le da una carpeta con tres casos de fenómenos inexplicables, historias que demuestran que sí existe ese universo que Goodman ha negado. El profesor, aun escéptico, se dedicará a investigar los tres casos, dando lugar tres diferentes episodios dentro de la película, como en historias de Amicus Productions. Por supuesto que no diremos, y en realidad no importa para hablar de la película, hacia donde irá la investigación. Si todo será como pensaba Goodman o si se caerán a pedazos sus más firmes convicciones acerca de los fenómenos paranormales. Pero las vueltas que pueda tener el guión y las conexiones entre las historias, muestra una habilidad de guión pero también la certeza de quien quiere contar algo más allá de los sobresaltos que no faltan en la trama. Si evaluáramos una película de terror solo por el miedo que nos produce, con eso solo a Ghost Stories ya podría ser calificada de obra maestra. Poder asustar al menos tres veces con tres historias que comienzan desde cero y reservarse un par de sustos más fuera de esas historias, es más de lo que se puede decir del promedio del cine de terror, actual y de cualquier época. Y las herramientas que utiliza también hablan de seguridad y convicción con respecto al poder del cine. Casi no hay efectos, en realidad prácticamente el espectador apenas si se distraerá con eso, todo es cuestión de luces y sombras, de sonido, de silencios, de planos que se toman el tiempo necesario para inquietar y dejar al espectador vulnerable para el próximo susto. Un elenco sólido, de grandes actores, capaces de ayudar a sostener esto, también es la clave. Andy Nyman (también codirector y coguionista) como el profesor Goodman y Paul Whitehouse, Tony Matthews y Martin Freeman como los protagonistas de las tres historias son un lujo actoral que también es imprescindible para poder cerrar todos los aspectos necesarios para volver creíble la trama. La canción Monster Mash, interpretada por Bobby “Boris” Pickett & The Crypt Kickers es el mejor cierre musical del género desde An American Werewolf in London (1981) de John Landis. Hasta ese lujo se puede dar la película, una canción homenaje al género, luego del final que no es justamente una comedia. Tal vez este último párrafo de algunas pistas sobre el final, así que el lector puede dejar de leer acá si no quiere arriesgarse a que algo del desenlace le sea revelado. Como el título lo indica, la película cuenta historias de fantasmas. Pero fantasmas en un sentido literal y metafórico. Fantasmas que son la respuesta a momentos de nuestra vida. Un personaje le dice a otro: “Lo que realmente ha estado haciendo es huir de su mayor miedo: Que hay más que el aquí y el ahora. Que cada acción que haya realizado o haya dejado de realizar ha tenido un efecto, ha dejado un pequeño rastro, un fantasma por sí misma.” Hay un tormento, una angustia, una duda, un espacio oscuro, una puerta sin abrir llamada muerte. Un camino que no tiene regreso y que nos perturba. De todo esto hablan las películas de terror desde siempre y cuando la historia es melancólica y llena de tristeza, generalmente es una historia de fantasmas. Y si esa historia está bien contada, no hay nada mejor. Ghost Stories es todo lo bueno que puede ofrecer el cine terror. Muchos sustos, una reflexión sobre nuestras angustias bajo el disfraz del género y un rato de excelente cine.
Soledad es una película basada en un libro, Amor y anarquía: la vida urgente de Soledad Rosas, escrito por Martín Caparrós. Dicho libro, un exhaustivo trabajo de investigación convertido en novela cuenta la vida de la joven argentina que se convirtió en una figura del anarquismo en Italia en la década del noventa. No existe ninguna necesidad de conocer la historia ni haber leído el libro para poder acercarse a la película. Siempre es así, pero como el libro y la historia tienen cierta relevancia, es bueno aclararlo una vez más. Las historias reales y las adaptaciones se llevan parte de la energía que le dedican los espectadores a entender y disfrutar una película. Hasta que llegan ambas cosas, pasemos a Soledad. La película empieza por el final. Las cenizas de Soledad vuelan en la costa hacia el mar, su familia la despide entre lágrimas. Luego vuelve al pasado y paseará la trama por las diferentes épocas sin aclaraciones ni tampoco duda de a qué etapa corresponde cada escena. Mérito de la directora Agustina Macri pero también de Vera Spinetta, quien interpreta a Soledad con toda su compleja evolución. La protagonista es una joven porteña que tiene una vida común y corriente, vive con su familia y tiene las rebeldías propias de la edad. Trabaja paseando perros, tiene un joven novio que no le gusta a su familia y es un problema más para el vínculo familiar. Los padres deciden pagarle un viaje a Europa para alejarla de los riesgos de la vida que parece destinada a llevar en Buenos Aires. Sin embargo, ese viaje será un descubrimiento que la alejará de sus padres y que la acercará al anarquismo italiano. Soledad se lanzará hacia el peligro y finalmente la muerte al mismo tiempo que encontrará su destino y su identidad. La mencionada gran actuación de Spinetta tiene su equivalente en toda la película. Con una precisión digna de admiración, la historia va creciendo junto con el personaje y cada etapa y cada situación respiran absoluta autenticidad. Un defecto tan del cine argentino como suele ser la imposibilidad de fluir y verse real, acá no existe. Soledad es creíble de punta a punta, Soledad la película lo es también. La puesta en escena es impecable. Clasicismo con estilo. Hay un plano que define la ética de la película Soledad. Cuando Soledad, en la cárcel, recibe la noticia de la muerte de su amado Edo. La guardia que la lleva se detiene en el umbral del salón de visitas y Soledad sigue caminando y sale de cuadro. La cámara se fija en el rostro de la guardia que ya sabe lo que va a pasar. Aunque el deber de ella es vigilar a Soledad, su mirada se desvía hacia otro lado, respetando el momento íntimo de la mala noticia. Nosotros no vemos tampoco eso, porque la cámara que estaba posada en la guardia retrocede y se aleja por la pared detrás de la cual soledad llora de dolor. No es el único momento en el cual Agustina Macri utiliza el fuera de campo, pero sí el más memorable y brillante. Sin duda que Soledad es una película que trata temas como las ideas de los anarquistas, la rebeldía juvenil, el abuso de poder, la libertad y, dentro de ese contexto, también una historia de amor. Todo eso es lo que se ve en cada escena, pero a la vez hay algo desde el título que tiene un elemento extra. La soledad del personaje principal, los muchos momentos de soledad que tiene, los más significativos al final. El misterio, incluso para su hermana, acerca de quién era realmente Soledad. En ese plano general en el que el auto se aleja del lugar donde Soledad vive en la última parte del film, en medio del campo, es emocionante y angustiante. Poco a poco aparece la angustia de la muerte y el olvido. ¿Quién era realmente Soledad Rosas? La libertad más que la anarquía termina apoderándose de la película. La identidad y el sentido de la vida también surgen como interrogantes. Pero Soledad no es solo un guión filmado, sino que a través de la imagen, del trabajo narrativo de la directora, consigue decir muchas cosas sobre un personaje y sobre la condición humana. El aire melancólico que posee, y que es su mayor virtud, surge de las dudas existenciales de su protagonista no solo de su lucha. El cine le gana a la bajada de línea, la historia se expone sin pretender que estemos de acuerdo con el pensamiento políticos de los jóvenes protagonistas. Lo que no puede dejar a nadie ajeno es la inmensidad de ese mar del comienzo y de ese campo al final. Aun formando parte de una familia, de un grupo, de un ideal, las personas finalmente viven en soledad y su máxima aspiración posible es la libertad, a cualquier precio.
cusada es un drama que gira alrededor de un crimen. Dolores Dreier (Lali Espósito) es una joven acusada de haber asesinado a la que era su mejor amiga. Vive casi aislada viviendo con su familia, esperando el juicio. Su caso ocupa la opinión pública y cada cual tiene su mirada sobre caso. ¿Es Dolores culpable o inocente? No hay otra acusada y la investigación se centra en ella. Sus padres y su hermano menor intentan sobrellevar la situación, cada uno a su manera, tratando de ayudarla, sin que parezca tampoco que ellos estén seguros de su inocencia. Solo una de sus amigas parece tener confianza en Dolores. El equipo de abogados prepara la mejor versión posible para el juicio mientras vemos como crece el conflicto alrededor de la joven protagonista de la historia. Una cuenta pendiente con su amiga le da a Dolores un motivo para el asesinato, la oportunidad también estuvo, lo único que no hay son pruebas. La trama policial y el juicio no parecen ser lo que más importa en la película y tal vez por eso Acusada falla mucho en ese aspecto. La tensión por saber la verdad aparece en muy pocos momentos, el resto del tiempo no se logra mantener el interés. En cuanto al drama familiar alrededor del crimen las cosas son un poco más interesantes. El esfuerzo de cada uno de los integrantes de la familia por conservarse fuerte, tal vez con objetivos disímiles, logra algo más de interés. Con actuaciones desparejas, en muchos momentos poco creíbles, las escenas respiran poca autenticidad. La puesta en escena cuidada y prolija no coincide con una narración fluida. Cada momento queda como una viñeta sin vida propia, no por la frialdad de la protagonista y su entorno, sino porque todo parece colocado, puesto al detalle, no se ve real. No estamos frente a un gran policial, pero el drama tampoco conmueve. La metáfora de la bestia suelta en el civilizado barrio en el que todos viven es clara pero no alcanza a decir nada que la película respalde durante toda su duración. El potencial estaba y las idea también, pero no pudieron ser plasmadas más allá de un par de momentos inspirados y la mencionada analogía entre la protagonista y el puma.
La guerra y el cine han tenido una historia en común a lo largo de más de un siglo. El cine documental y el cine de ficción se han combinado, cruzado, e incluso fusionado para crear miles de historias acerca de los conflictos bélicos del siglo XX y XXI. Los conflictos previos a estos ciclos entran ya en la categoría de cine histórico, entre muchas otras cosas, por no poder aportar un registro fílmico de dichos eventos. Argentina y Gran Bretaña se enfrentaron en 1982 en la Guerra de Malvinas/Falklands. Dicho conflicto terminó con la victoria británica y cerca de mil bajas en ambos bandos. Pasaron décadas pero la soberanía de las islas sigue siendo motivo de disputa. El tema sigue la cultura argentina, donde muchos hacen de este tema una bandera permanente. Hay muchas películas sobre este conflicto y se ha escrito mucho, incluso sobre esas películas. Teatro de guerra no es ni la primera y posiblemente tampoco será la última de esas películas. Pero sí una de las más sofisticadas y definitivamente la más original de todas. Es un documental y es una ficción y cumple con las reglas del género bélico. Es una película que nadie que esté interesado en el tema debería perderse. El documental escrito y dirigido por Lola Arias forma parte de acercamientos previos de la artista a este tema. Una instalación y una obra de teatro llamada Campo minado que tiene a los mismos protagonistas. La película podría y no podría ser el backstage de esa obra, poco importa. Para los espectadores de cine solo está Teatro de guerra, aunque saber que hay una obra previa permite entender antes de ver la película el doble sentido del título. Marcelo Vallejo, Rubén Otero, David Jackson, Sukrim Rai, Gabriel Sagastume, Lou Armour, seis veteranos de la Guerra Malvinas/Falklands (poner ambos nombres es clave para entender la película) son reunidos para hacer una obra. Tres ex combatientes argentinos y tres británicos. Lo que vemos en la película es un casting, un backstage, un ensayo… un proceso creativo que en realidad ya ha terminado y que es reconstruido para la película. Incluso las dudas sobre el proyecto que tienen los protagonistas está filmado, reconstruyendo los problemas de la creación de la obra teatro y película. Pero todo esto, que es brillante, original, inteligente, puede parecer menos apabullante que una buena película de ficción sobre la guerra. No lo es. La película posee un nivel de emoción que aflora desde el comienzo y es casi imposible no llorar con la intensidad dramática de las escenas. Con la posibilidad de ver, tal vez por primera vez en cine, la realidad de la Guerra Malvinas/Falklands en toda su dimensión. Sin panfletos, sin bajadas de línea, sin discursos. Un gran problema del cine argentino ha sido desde hace mucho la imposibilidad de que el arte gobierne las decisiones artísticas. La ideología preexistente se impone en detrimento de la inteligencia y la creatividad. Las ideas políticas aplastan a las ideas cinematográficas. Todo lo contrario ocurre en Teatro de guerra, donde el arte es la herramienta fundamental para entender el conflicto. Entender en el sentido más completo del término. Lo que se siente al ver esta película es que realmente se puede entender lo que significó la guerra para estos seis veteranos. El arte como una forma de madurez, de poder trascender la mirada adolescente o incluso infantil sobre los conflictos más dolorosos de la experiencia humana. Por supuesto que hay política, que hay historia, que hay un tema que todavía hoy es un problema. La película no lo desconoce ni lo ignora. Cuando dos de los veteranos –uno de cada bando- se paran frente a un mapa y argumentan los motivos por los cuales creen que las Malvinas o las Falklands pertenecen a cada país, se resuelve en dos minutos y queda más claro que largos griteríos y abusos de las consignas políticas que nos toca ver a diario. Lo que pasó en las islas en ese breve y a la vez eterno lapso de tiempo los marcó a los seis. Los militares de carrera y los conscriptos. Incluso uno de los seis protagonistas es uno de los míticos gurkas, que alimentaron todo tipo de monstruosas historias en aquella época. Algunas escenas son un hallazgo inolvidable, como la de la pileta de natación donde Marcelo Vallejo cuenta su historia. Otras son pequeñas y a la vez enormes como la terrible historia de los soldados argentinos que murieron trasladando un bote, otras más famosas e impactantes como la del sobreviviente del Crucero General Belgrano. Pero también detalles sutiles acerca de los traumas y el dolor. Incluso uno de los veteranos ingleses que vivió atormentado durante años porque en una entrevista declaró que había sentido dolor por un soldado argentino muriéndose. El sufrimiento de los británicos es algo que no habíamos visto demasiado en Argentina. Ocultar la humanidad del enemigo es el truco más viejo que existe. No es necesario contar todas las escenas, sí explicar que puede pasar cualquier cosa en la pantalla y que el espectador se tiene que preparar para un cine no convencional. Aunque la convención de hacer pensar y emocionar está y que resulta todo tan entretenido como el mejor drama de guerra. También resulta doloroso y angustiante, pero al final del camino la película en su lucidez genera alivio. La sensación de que el cine argentino puede hacer una obra implacable pero no panfletaria, que explore de verdad lo que significa participar de una guerra. Ficción y documental se dan la mano de la misma manera que lo hacen los seis protagonistas del film. Teatro de guerra es la mejor película que yo he visto sobre Malvinas/Falkands, porque el dolor no le impide observar, preguntar y finalmente escuchar lo que los protagonistas tienen para decir. Su historia es trascendente, como toda gran obra de arte.
En un cine que ha dado varios genios en las últimas décadas como es el cine iraní, Asghar Farhadi tuvo el dudoso privilegio de ganar dos premios Oscars a la mejor película extranjera en Hollywood. No es que eso hable de su cine, pero un país que encierra cineastas lo elige a él para representar a su nación en el mundo. Su cine, claro está, es mucho más estándar que el de Abbas Kiarostami, Jafar Panahi o Samira Makhmalbaf. Algunos de sus films son más interesantes que otros pero en la suma se trata siempre de una mirada dramática sobre conflictos cotidianos donde el director buscar plantear un conflicto personal conectado con un conflicto social. No tiene un estilo marcado y sus films incluyen largas conversaciones explicando lo que cada personaje piensa y siente. Aun sin ser teatral, Farhadi tiene un concepto bastante acartonado de lo que debe ser un film serio. La fórmula sigue teniendo éxito y de esa manera él sigue adelante con sus ahora internacionales producciones cinematográficas. Todos los saben transcurre en España. Laura (Penélope Cruz) regresa con su familia desde Buenos Aires a su pueblo natal, en un viñedo español, para asistir a la boda de su hermana. Ella viaja con sus hijos mientras que su marido Alejandro (Ricardo Darín) se ha quedado en Argentina. Desde el comienzo se descubre que hay muchas cuentas pendientes, no solo entre ella y su familia, sino entre los habitantes del pueblo. También está un ex novio de años atrás, Paco (Javier Bardem) quien ahora es uno de los dueños de los viñedos del lugar. Irene, la hija mayor de Laura y Alejandro desaparece en misteriosas circunstancias durante la boda, en medio de una tormenta y un apagón. Esto hará explotar todas las tensiones previas y aumentará el conflicto entre todos mientras se intenta descubrir que es lo que ha pasado y quien es el responsable. Alejandro viajará también desde Buenos Aires para saber cuál ha sido el destino de su hija. El drama y el policial irán de la mano de ahí en más. (A partir de este momento se contarán elementos de la trama, quien no deseé saber más, puede dejar de leer aquí). Aunque Laura y Alejandro no tienen un buen pasar económico e intentan corregir problemas del pasado mientras buscan salir adelante, lo primero que se sabrá sobre el destino de su hija es que ha sido secuestrada y se les pide una elevada suma de dinero para rescatarla, nada menos que 300.000 euros. La desesperación se apodera de ellos mientras intentan saber qué hacer. Lo más probable es que el secuestro haya sido por alguien que los conoce a todos. Ni los propios padres de Irene están exentos de sospecha. Tampoco se sabe si no es una venganza contra Paco, quien es discutido por todos debido a la forma en la que llegó a obtener los viñedos para él. La promesa de sofisticación que la película tenía con su comienzo en el campanario se va disipando poco a poco, aun cuando el campanario funcione como el primer llamado a que todos escuchen la verdad. La trama policial es muy pobre, torpe, y la empatía con los personajes secundarios es nula. Los actores se imponen a fuerza de talento a las vueltas ridículas y recursos forzados de guión. El drama tiene más libertad que el policial para las arbitrariedades de guión y la película se debilita mucho en ese aspecto. También se toma demasiado tiempo, tal vez más del necesario debido a la trama policial, para los conflictos dramáticos y las vueltas de tuerca. La fachada de felicidad de la boda esconde tensiones y resentimientos familiares aun no superados. La miseria humana se despliega mientras se asoma una forma de sacrificio y nobleza detrás de todo ese mundo. Pero no alcanza ni tampoco es creíble la manera en la que ese sacrificio se expresa. No es error del director, sin duda su deseo es hacer poco cinematográfico este aspecto y no darle un dramatismo al estilo del cine clásico. La comprobación de que la trama policial no le interesa está en que la cierra fuera de la historia, abriendo una puerta en el último instante, cuando ya todo se ha resuelto para la familia de Laura. ¿Qué pasará con los secuestradores y como seguirá la historia? El director y guionista elige no contarlo. Tal vez como un recurso genuino, tal vez porque no sabe muy bien como cerrarlo sin convertirse en un cineasta que debe decir finalmente algo. No hay un pulso dramático intenso ni hay tampoco mucho misterio. Ricardo Darín, Penélope Cruz y Javier Bardem sostienen el centro de la trama más de lo que el propio director y su guión.
Esta critica cuenta el final de la película, se recomienda leer el texto luego de ver la película. El director de La Quietud es Pablo Trapero. Desde hace ya casi veinte años, Trapero es una de las figuras más importantes del cine argentino. Irrumpió en los festivales, a partir del BAFICI, con su ópera prima Mundo grúa. Asociado a una forma argentina de neorrealismo, su cine siempre manejó los trucos de la más pura ficción. El bonaerense fue otra de sus grandes película y la confirmación de su talento para observar y plasmar los universos en los márgenes de la Ciudad de Buenos Aires. Su filmografía nunca fue estática, siempre hubo búsquedas y novedades. Leonera, Carancho y Elefante blanco lo convirtieron en un cineasta mucho más masivo, un marca en sí mismo, capaz de mostrar la marginalidad y la sordidez de manera contundente. Leonera era la más optimista de las tres mencionadas. Su punto máximo de éxito comercial se dio con la película El Clan, basada en la historia real de la familia Puccio y sus crímenes. La sordidez se mantenía, pero la marginalidad no estaba vinculada con las clases bajas de la sociedad. Pablo Trapero encontró con La Quietud la manera de entrar en nuevo espacio, arriesgarse como un cineasta nuevo, apostar a algo diferente. El viejo conflicto de todos los cineastas: Mantenerse en el camino que es su estilo y por el cual han sido reconocidos, o presentar algo nuevo que no ha sido lo que su público asoció históricamente a ellos. Cuando alguien va a ver a un director que conoce lo hace esperando lo primero y no siempre acepta algo diferente. El riesgo puede tener un valor en sí mismo, pero con eso solo no alcanza, hay que ofrecer algo nuevo y bueno para seguir siendo atractivo. La Quietud es la historia de dos hermanas. Mia (Martina Gusman) vive en Buenos Aires, acompaña a su padre y mantiene una relación conflictiva con su madre Esmeralda (Graciela Borges). Eugenia (Berénice Bejo) vuelve de Paris luego de quince años cuando el padre de ambas debe ser hospitalizado tras sufrir un ACV. Así como Mia ama a su padre, Eugenia es claramente la favorita de su madre. Se reúnen en la finca La Quietud que da título a la película y que es un juego claro con respecto a todo el malestar y la turbulencia bajo la superficie del bello y tranquilo espacio. Poco a poco se irán sabiendo cuales son las cuentas pendientes entre todos los integrantes de la familia. Luego se sumará el marido de Eugenia, Vincent (Edgar Ramirez) y un amigo de la familia, Esteban (Joaquin Furriel) con quien Eugenia tiene un romance desde hace tiempo. Vincent y Mia a su vez son amantes, algo que la propia Eugenia explicará que sabe hace tiempo. Pero hay que repetirlo: La Quietud es la historia de dos hermanas. Mia y Eugenia comparten su sexualidad en la escena inicial en la que se reencuentran y comparten la maternidad en la escena final de la película. No son gemelas, no son mellizas, pero están unidas y se protegen frente a la amenaza de haber crecido en un familia oscura, con un padre siniestro y una madre que es una reina malvada. Nunca se sabrá toda la verdad, solo se sabrá que ambas mujeres siguen unidas, prácticamente pegadas, como si estuvieran ambas compartiendo un mismo vientre, un mismo lugar de seguridad y certeza. Afuera todo es peligroso, solo entre ellas pueden protegerse. Cuando el protagonismo es femenino en las películas de Pablo Trapero, parece que hay futuro, hay esperanza, hay un paso más allá. Muchos de sus films son desoladores y pesimistas, pero como Leonera, La Quietud cierra con una nota luminosa. Pero no es la luz de una película fácil o domesticada, es el desenlace de un melodrama intenso. Porque la película es un melodrama en el sentido más estricto del término. Vueltas de tuerca, pasiones incontrolables, exceso y dudoso gusto, inverosimilitud. Personajes irracionales a merced de sus sentimientos. Y una villana que parece ser la creadora de todo este caos. La madre, figura idealizada en la cultura, es en el melodrama un personaje ambiguo en algunos casos y en otros directamente un monstruo. Para eso Trapero no pudo elegir a una mejor actriz que Graciela Borges, la más grande estrella que ha dado el cine argentino luego de su Edad de oro. Esmeralda se pasea por La Quietud como la señora Havisham de la novela Grandes esperanzas de Charles Dickens. Una figura que se adueña de la finca Gloria Swanson de Sunset Blvd. se adueñaba de su mansión de Hollywood. Como esos grandes personajes de la historia del melodrama. Borges tiene una potencia cinematográfica y una presencia que asombra. No importa cuando quiera un guión imponernos una idea, solo a través de una actriz así se consigue que todos podamos entender el conflicto de la familia y las hermanas. Mia y Eugenia son como Hansel y Gretel huyendo de la bruja, sobreviviendo unidas al peligro y la muerte. Un paréntesis para enumerar algunas actuaciones memorables de Graciela Borges. Fin de fiesta (1960), Piel de verano (1961) y La terraza (1963) de Leopoldo Torre Nilsson; Circe (1964) de Manuel Antín; El dependiente (1969) de Leonardo Favio; Crónica de una señora (1971) y El infierno tan temido (1980) de Raúl de La Torre; La Ciénaga (2001) de Lucrecia Martel y Monobloc (2005) de Luis Ortega. Es una lista muy incompleta, un paseo acelerado para redescubrir y valorar las diferentes etapas de un actriz que, dicho con total admiración, es un verdadero animal de cine, sus actuaciones en películas claves de la historia grande del cine argentino la encuentran hoy todavía tan vigente y apasionada como si no tuviera décadas de trabajo en su historial. Su potencia en La Quietud mete miedo, abruma, convence a cualquiera acerca de su poder sobre los demás. La Quietud no es una película fácil, no es un melodrama adaptado al gusto masivo. Es un melodrama tan oscuro y enrevesado como lo eran las mejores películas de Douglas Sirk. Tiene un humor perverso y poco simpático. A pesar de que el vínculo entre mujeres la convierte en una película perfectamente acorde a la sensibilidad de los tiempos que corren, la película no es demagógica y tal vez pague un precio por eso. En Argentina tal vez distraiga la forma poco lógica en la que la historia política se mete en la trama. No es injustificable pero no es tan impecable como el resto de la película. El melodrama cinematográfico puede tener referencias históricas, pero habita mucho mejor en un mundo de melodrama puro, sin esas marcas. La Quietud parece coyuntural en algunos aspectos, pero es atemporal en otros. Podría haber transcurrido en cualquier época o lugar del mundo. Más allá de los detalles, se trata de una exploración apasionante del amor entre dos mujeres, dos hermanas sobrevivientes a un padre convertido en una sombra y una madre que se eleva como una figura temible digna de una tragedia clásica. Madre e hijas, una historia de mujeres.
Audrey (Mila Kunis) y Morgan (Kate McKinnon) son dos amigas que terminan en el centro una conspiración internacional cuando Audrey descubre que su ex es un espía. Tan simple la premisa como entender que las formas más elementales de la comedia no dejan nunca de ser las más eficientes. Las buddy movies, aquellas donde dos compinches o amigos viven aventuras, son películas que funcionan desde los comienzos del cine. Comedias, aventuras, drama, acción, todo puede servir para estas historias de amistad donde una pareja despareja es el centro de la trama. Desde Stan Laurel y Oliver Hardy hasta Mel Gibson y Danny Glover, estas películas son una fórmula perfecta. La comedia ha conocido muchas de estas parejas y en los últimos años el género ha incluido más que nunca historias de amigas mujeres. No son una novedad, pero hoy están a la orden del día. The Spy Who Dumped Me es un ejemplo perfecto de este género y la pareja protagónica cumple con la brillantez en el humor y la química necesaria para lograr que la historia funcione. Mila Kunis es una gran comediante, pero sin duda es Kat McKinnon es la comediante más grande que tiene el cine actual. Su capacidad de delirio y su energía son un verdadero show que ilumina cualquier película en la que ella aparece. Su trabajo en televisión es brillante, pero su paso al cine no se ha quedado atrás. Merecedora de todos los premios por su espectacular trabajo en Cazafantasmas (2016) ella es una de las grandes personalidades a seguir en el mundo de la comedia. La película juega la nada sencilla doble nota de la comedia y el cine de acción, con algunos momentos más logrados que otros, con secundarios de lujo como Gillian Anderson y con la capacidad de mantener el humor negro en épocas algo puritanas a la hora de las películas comerciales. La buddy movie funciona si funciona su pareja protagónica y si tiene algunos momentos memorables. Mi ex es un espía consigue sus objetivos aunque no sea una obra maestra del género.
Puede parecer un poco exagerado decir que ver una película argentina filmada parcialmente en la India es un mérito en sí mismo. Pero en ciertos casos, como este que comentamos acá, es verdaderamente lo más destacado para decir. También hay que decir que el director de la película, Pablo César, no es tímido ni falto de ambiciones a la hora de elegir lo que va a contar. Pensando en él cuenta dos historias separadas por el tiempo pero conectadas a través de un libro. Un presente donde un poco creíble profesor de geografía de un centro de detención de menores sufre una crisis existencial. La crisis se vincula con un alumno que lee y admira al poeta bengalí Rabindranath Tagore y que terminará al profesor leyendo lo que escribió la escritora argentina Victoria Ocampo sobre Tagore cuando lo conoció. La crisis y el texto de Ocampo llevarán al profesor hasta la India, en un viaje espiritual para conocerse a sí mismo. La historia del profesor se ubica en el presente mientras vemos en un pasado en blanco y negro a Victoria Ocampo y a Rabindranath Tagore. La historia de Ocampo y Tagore, sin duda muy interesante, digna de ser contada, no consigue desarrollarse más que a través de viñetas un tanto estáticas y poco fluidas. Aunque más acartonado y poco creíble es todo el viaje del profesor, más allá de la originalidad de las locaciones y lo diferentes que resultan dentro del cine argentino. Hay algunos hallazgos parciales en ambas ideas, tanto en la historia del pasado como en el viaje en el presente, pero claramente no están conectadas ni se justifican juntas en una película. Pablo César tiene una filmografía muy particular dentro del cine nacional, con variedad de tonos y universos, pero esto no le asegura que sus películas alcancen el nivel de sus ambiciones. Esta película es muy superior en la teoría que en la práctica, algo que podrá atraer espectadores al cine pero finalmente no dejarlos conformes.
Leatherface es la octava película alrededor de la historia que contó Tobe Hopper en La masacre de Texas (The Texas Chainsaw Massacre, 1974). Aquel clásico de la historia del cine de terror sigue siendo una de las obras maestras imprescindibles del género. El título de esta nueva película del 2017 es el nombre del personaje más famoso de esta serie de films, aquel que justamente es conocido en los títulos latinos como El loco de la motosierra. Pero llamarle Leatherface supuso para los distribuidores locales el riesgo de que no fuera fácilmente reconocible y le pusieron el título de La masacre de Texas y el clásico agregado explicativo de El origen de Leatherface. La llamaremos de ahora en más, como corresponde, Leatherface. No hay nada malo con hacer precuelas si estas tienen algún sustento, justificación o valor en lo que cuentan. En el Drácula de Francis Ford Coppola el prólogo con el origen del personaje era brillante. Pero hay personajes, como el que le da título a Leatherface, que poseen su mayor encanto en la imposibilidad de entender su origen o su explicación. Qué exista una familia caníbal en el medio de Texas es en sí mismo lo suficientemente horrible como para necesitar decir algo más. Y que un personaje nunca hable, simplemente actúe, y use como arma una motosierra es también motivo suficiente para tener pesadillas de por vida. Acá la historia se ubica en la infancia y la adolescencia de Leatherface. Empieza en un siniestro festejo de cumpleaños cuando el protagonista de la historia cumple diez años y su familia desea iniciarlo en el asesinato. La película busca abonar a la idea de que el personaje en parte es como es debido a los traumas de su infancia y adolescencia. Años más tarde, encerrado en un psiquiátrico, escapará junto con otros internos iniciando un derrotero de violencia y locura mientras la policía local los persigue en busca de venganza más que de justicia. La película busca mezclar la locura del protagonista con la maldad de los personajes que lo rodean o incluso de los que lo persiguen. Demasiada psicología aplicada a un personaje que no lo necesitaba. Altas dosis de violencia para una película que debe responder a lo más puro del cine gore. No se puede pretender que una película que pertenezca a esta serie no tenga al menos un momento espantoso de violencia gráfica. Pero más allá de cumplir con eso, la película se pierde al no conseguir originalidad o tensión real. Leatherface fue un personaje que cambió a lo largo de estas ocho películas, pero nunca volvió a ser lo inexplicable, misterioso y terrorífico que fue en el primer film. El humor que también sobrevoló parte de estas historias acá lamentablemente está ausente, otro precio demasiado alto para mantener viva la serie en el siglo XXI.