Boogeyman: Tu Miedo es Real de Rob Savage se mueve entre la adaptación y la irreverencia, entre el respeto al original y la búsqueda de su propia identidad. La diferencia entre la película y el cuento es conceptual: donde King insinuaba lo sobrenatural, Savage grita: “es real”. Uno sugiere, el otro muestra: ese es el límite que separa al arte del periodismo, al erotismo de la pornografía. En definitiva, el tema de Boogyeman son los fantasmas que produce la incapacidad de elaborar el duelo. Pero la versión de Savage es postmoderna, desmitificadora, y el Hombre del Saco se vuelve un materialista didáctico, con un problema de excesiva concreción, en oposición al original de King.
La crítica inventó un concepto para aceptar ciertas películas del género como forma de arte: el elevated terror. Evil Dead: El Despertar podría calificarse de elevated fan service, porque Cronin no solo pone en escena el espíritu de la franquicia, la satura de referencias y micro remakes, sino que le inyecta su propia personalidad con una atmósfera infecta, buenas actuaciones e ironía postmoderna que expanden la capacidad infecciosa de Evil Dead con una versión elaborada y pulida que acepta alegremente su limitaciones.
Para Borges, un clásico es aquel libro que a lo largo del tiempo distintas generaciones lo leen con “previo fervor y una misteriosa lealtad, como si en sus páginas todo fuera deliberado, fatal, profundo como el cosmos y capaz de interpretaciones sin término”. Borges no busca la condición de clásico en los méritos del texto sino en cómo las diferentes lecturas lo saturan de nuevos significados. La lectura de Martin Bourboulon de Los Tres Mosqueteros: D’artagnan es conservadora, reverencial, como si lo que estuviera resignificando fuera la cultura contemporánea: ante tanta relación líquida, el amor a primera vista; ante el derecho a la agresión anónima de las redes, el duelo y el honor; ante la indolencia, las pasiones fuertes; ante las identidades intercambiables, los mandatos existenciales; y ante la globalización virtual, la patria como algo que vale la pena jugarse la vida.
Un par de zapatillas es más que un par de zapatillas: no es sólo una prótesis que hace más eficiente al cuerpo, es un símbolo que ayuda a definir identidades y marcar diferencias. Por eso la publicidad construye su discurso menos a través de los productos que a partir de los valores que promueven. Las zapatillas vuelan, pisan, avanzan, inspiran, representan, bailan: son el lenguaje del guetto que trafica sueños en sus metáforas secretas. En 1984, Nike todavía era una marca pretenciosa y poco cool, hecha a la medida de una clase social – media-alta-blanca – , la única que había adoptado el running como actividad social. Air La Historia detrás del Logo es la puesta en escena de un big bang, una revolución que comenzó en una oficina y terminó en el mundo, cambiando la configuración del mapa de las tribus urbanas para siempre.
Es tiempo de la deconstrucción de la infancia. ¿O alguien dudaba de que ese oso de peluche no escondía un ser perturbado, que su empalagosa sabiduría de autoayuda no era el disfraz de alguna psicosis homicida y que esos abrazos “del tamaño correcto” no eran una forma de goce perverso? Winnie the Pooh: Blood and Honey (Winnie the Pooh: Miel y Sangre) es el retorno de lo reprimido de AA Milne, su lado oscuro visto a través del escepticismo posmoderno y la certeza de que toda bondad supura algo insano por debajo.
¿Hay algo mejor que drogar a un oso y ver cómo las cosas se salen de control? Cocaine Bear (de insultante traducción Oso Intoxicado) es un eufórico trip de magia blanca y gore, en el que el oso negro titular hace un curso de yonqui express y se convierte en el serial killer del año. La fantasía de Elizabeth Banks es una especie de slasher animal en clave de comedia negra, un vodevil enloquecido que funciona por la absoluta asimilación del absurdo que propone: un glorioso festival homicida en estado farmacológico. Higher baby!
A principios de los 60’s, Jean-Luc Godard dijo que todo lo que necesita una película es una chica y una pistola. El slasher le sumó un psicópata, hizo de la chica una final girl y cambió la pistola por un cuchillo. En 1997, el género se encontraba en coma creativo y comercial, al borde del suicidio por falta de ideas. Scream reinventó todo con un plantel de nerds que daban una masterclass del slasher mientras no podían evitar la fatalidad de su destino: pequeñas tragedias griegas para Edipos posmodernos. Si con Scream el género se volvía un comentario de sí mismo, 25 años después, ¿cómo seguir haciendo lo mismo y que se sienta novedoso? Haciendo todo más grande, más gore, más metacinematográfico.
Se miran, juegan, se fascinan; se tocan, se presienten y conversan; se escuchan, se gozan, se dominan: Rémi (Gustav De Waele) y Léo (Eden Dambrine) tienen 13 años años y muchas ganas del otro. Dos amigos inseparables viviendo la alegría de esa amistad con una rara libertad física y emocional. Close, del director belga Lukas Dhont, presenta un edén hecho de verano, encuentros, miradas e inocencia, para luego convertirlo en un purgatorio privado cuando la sociedad comienza a pensar por ellos y les pone delante un espejo normativo en el cual reflejarse.
La filmografía de Darren Aronofsky está llena de marginales en sus prisiones obsesivas, donde el aislamiento y las adicciones se convierten en un mecanismo de defensa ante un mundo exterior que lastima más que la autodestrucción. Pi, Requiem for a Dream, Black Swamp, Mother! son un tour de force por los abismos de la razón, un teatro nihilista de la desesperación con personajes que quedan atrapados en sus propias preguntas existenciales como vía directa a la locura. En The Whale (La Ballena) encontramos la misma atmósfera enrarecida, el mismo pathos compulsivo. Toda su obra es un viaje por infiernos particulares, pero aquí Aronofsky pone en escena la búsqueda de redención como el único sentido posible ante una realidad insoportable.
El terror puede servir como espejo social para poner en escena las fobias y obsesiones de una cultura en un momento determinado. Con Pearl, Ti West no solo toca en el corazón de la época -la necesidad de ser visto y reconocido por los demás- sino que también funciona como una reflexión sobre las consecuencias psicológicas del encierro y el aislamiento prolongados. La película parece la versión neurótica y perversa del Mago de Oz, un tour de force hacia los abismos de la razón de una chica con fantasías de fama y de grandeza.