Historia para principiantes El narrador de Ladrona de libros es "La muerte", una voz en off que introduce la historia y que aparece de tanto en tanto. Pero es además una síntesis del principal problema que tiene la película: la banalización de la guerra en general y del Holocausto en particular. Con un tono digno de una película de Disney sobre princesas, la voz dará lugar a los primeros instantes del filme (que nada tienen que ver con cuentos de hadas): una madre acaba de enterrar a su hijo menor y entrega a la mayor en adopción. Ladrona de libros está basada en el best seller juvenil de Markus Zusak y tiene como protagonista a Liesel (Sophie Nélisse), una inquieta y encantadora niña que es acogida por una pareja durante la Segunda Guerra Mundial. Rosa (Emily Watson), una mujer rígida y poco demostrativa, y Hans (Geoffrey Rush), un simpático hombre que es puro corazón, cuidarán de la pequeña en medio del complejo panorama bélico. La aparición en escena de Max, un joven judío en busca de asilo, cambiará la rutina del trío, volviendo sus vidas más peligrosas pero al mismo tiempo uniéndolos como familia. Liesel compartirá con el huésped clandestino momentos de lectura y sobre todo el amor por las palabras, lo que derivará en una amistad incondicional. Amistad que además la llevará a "tomar prestados" libros de la biblioteca de la taciturna mujer del gobernador. De alguna manera, la película funciona en dos planos: por un lado, el de la guerra y la violencia (en su versión light, claro); y por otro, el de la amistad, la familia, la música y los libros, que operan como pequeños refugios para los personajes. Si en El laberinto del fauno (2006) la película oscilaba entre el mundo fantástico de una niña y la cruenta dictadura franquista; en Ladrona de libros la literatura y la escritura funcionan como motor para seguir adelante en un contexto de guerra, aunque no logra ni cerca el resultado de la cinta de Guillermo del Toro. Si hay un motivo por el cual sobrevive la película de Brian Percival (director además de varios capítulos de la serie británica Downton Abbey) es por sus personajes. La frescura de la pequeña Nélisse y las actuaciones de Rush y Watson se lucen cuando los tres están en pantalla, protagonizando los mejores momentos de la película. Exactamente lo opuesto ocurre cuando Ben Schnetzer (Max) es el centro de la escena. La ambientación y la música de John Williams (La lista de Schindler) suman como puntos fuertes del filme, mientras que resta notablemente la superficialidad con que se toca el tema del Holocausto. Además de una constante tendencia a un sentimentalismo que coquetea con lo lacrimógeno.
Asa Butterfield es Ender Wiggin, un niño superdotado de 12 años sobre el que recae la responsabilidad de salvar al mundo de una inminente invasión alienígena. Su formación para llegar a ser líder de la Flota Internacional estará a cargo de Hyrum Graff (Harrison Ford) y Mazer Rackham (Ben Kingsley), este último un héroe de guerra que venció en un enfrentamiento pasado a los Insectores (tal es el nombre de los extraterrestres). A través de simuladores que se asemejan a videojuegos, Ender será sometido a un estricto entrenamiento sin reglas claras ni límites establecidos. La nueva película de Gavin Hood (X-Men Orígenes: Wolverine), es una adaptación del clásico de ciencia ficción de Orson Scott Card, donde El juego de Ender es el primero de cuatro libros. Pero atención, aquellos que lo hayan leído y vayan al cine con las expectativas a flor de piel, deben saber que es muy probable que la propuesta no los convenza del todo. La cinta resulta una adaptación edulcorada de la novela, diluida por una tendencia a mostrar el despliegue técnico en detrimento de la profundidad del relato. La historia se desarrolla más en función de los efectos especiales y proezas del protagonista que de los aspectos políticos, sociales y morales que propone Card en su libro. De ahí que no sorprende que apenas se haga referencia al controvertido tema de los niños formados como militares y el uso de la violencia como medio para un supuesto bien mayor. “Ya habrá tiempo para ocuparse de eso”, dice el personaje de Harrison Ford cuando es cuestionado por la edad de los soldados que recluta y las secuelas que dejará la guerra en ellos. Y entre actuaciones correctas y algunas desperdiciadas, como la de Abigail Breslin en el rol de la hermana del protagonista, Asa Butterfield se destaca por la composición que hace del conflictuado Ender Wiggin. Dueño de unos ojos azules súper expresivos y un cuerpo que de tan menudo insinúa fragilidad, el actor crea un personaje que rápidamente abandona su niñez y se transforma en una herramienta funcional a un sistema militarizado al máximo. No llama la atención entonces que el director insista en los primeros planos de Ender, que refleja en cada uno de sus gestos las contradicciones que le genera su misión y, al mismo tiempo, la excitación que le produce batirse a duelo en las batallas simuladas virtualmente. El juego de Ender funciona como una película de ciencia ficción con un despliegue de efectos especiales de calidad, pero decepciona como adaptación de uno de los libros más reconocidos del género.
Sobre toda diferencia social Greta Garbo y Vivien Leight fueron dos de las actrices que en su momento se calzaron el corsé, se recogieron el pelo con bucles y se pusieron en el cuerpo de Anna Karenina para llevarla a la pantalla grande. El legado en el cine del personaje creado por León Tolstói es amplio y las posibilidades de aportar algo nuevo a la reconocida historia parece difícil. Pero no imposible. Así lo demuestra la nueva adaptación de Joe Wright, que incorpora elementos teatrales y convierte a la película en una gran puesta en escena. Las diferentes partes de un teatro son las locaciones en que los personajes transcurren: una fiesta de gala en el lugar que deberían ocupar las butacas, una carrera de caballos de utilería en el escenario o un comedor instalado en la sala de técnica. Los trajes y vestidos típicos de la aristocracia de la época (fines de XIX), la escenografía y la fotografía son algunos de los elementos que se destacan en esta versión de Anna Karenina. Fue justamente en el rubro vestuario que el filme se llevó una estatuilla en la última entrega de los Oscar, en la que además estaba nominada en las categorías música, fotografía y diseño de producción. Joe Wright eligió a Keira Knightley para protagonizar la película y el resultado fue impecable. Los personajes cargados de drama y los peinados de época le quedan a la actriz como anillo al dedo y se destaca por sobre sus compañeros, un irreconocible Jude Law en el papel de Alexéi Karenin y Aaron Taylor-Johnson como el Conde Vronsky. A esta altura, se podría decir que Knightley es la actriz fetiche de las incursiones épicas del director, ya que también trabajaron juntos en Orgullo y prejuicio (2005) y Expiación (2007). En la historia escrita por Tolstói, y que ahora adapta Wright, Anna Karenina está casada con Alexéi Karenin, pero se enamora del joven Vronsky, al que convierte en su amante. Pese a las críticas de la aristocracia a la que pertenecen, muy bien retratada por cierto, la dupla pasará numerosos obstáculos para estar juntos. Hay que destacar que la presencia de lo teatral no sólo se hace evidente en la puesta del filme, sino también en las actuaciones, que contribuyen a darle dramatismo al relato. Y vaya si resulta.
“Mi novio es un zombie” se acerca más a la comedia romántica para jóvenes que a las películas de terror. Y mantiene una sana distancia con otros filmes similares del género como los de la saga “Crepúsculo”. Nuestro comentario. Antes que nada, una advertencia: esta no es una película de zombis. Al menos no del tipo a las que estamos acostumbrados cuando se anuncia un filme que en el titulo tiene la palabra "zombi". Así que, para aquellos que vayan al cine en busca de hordas de muertos vivos al mejor estilo George Romero o The walking dead, puede que Mi novio es un zombie no sea la opción más acertada. Dirigida a un público adolescente, la película de Jonathan Levine (director también de 50/50) tiene todos los condimentos de una comedia romántica y muy pocos (por no decir nada) del género terror. Todo comienza en un aeropuerto abandonado, ocupado por decenas de infectados, entre los que se destaca R (Nicholas Hoult, el mismo del próximo estreno Jack el cazagigantes), un joven de pocas palabras y muchos gruñidos que no para de cuestionar su existencia y forma de vida. Lo que se dice un típico adolescente zombi. Todo es rutina en la vida de R (aunque técnicamente está muerto) hasta que conoce a Julie Grigio (Teresa Palmer) y queda perdidamente enamorado de ella. A partir de entonces ambos comenzarán a vivir una historia de amor que pasará por momentos de gran ternura. A diferencia de Crepúsculo, en este filme no hay lugar para el melodrama y todo es frescura alrededor de la poco convencional dupla. En Mi novio es un zombie la música tiene un papel fundamental y los guiños constantes a clásicos y objetos de décadas pasadas se agradecen. La pareja protagonista demuestra química y la interpretación de Hoult es encantadora, aunque por momentos pareciera olvidarse de su condición zombi en alguno de sus gestos y movimientos. La actuación de John Malkovich en el papel de padre de Julie y líder de la resistencia contra los muertos vivos pasa sin pena ni gloria, mientras que el amigo incondicional con el que R mantiene guturales conversaciones se destaca en el cuerpo de Rob Corddry (Jacuzzi al pasado). En definitiva, esta no es una película para fanáticos de los zombis y mucho menos para detractores del amor en pantalla grande. Por el contrario, sólo es apta para aquellos que quieran pasar un buen rato ante un producto entretenido y bien logrado.
Justicia por mano propia Probablemente los fanáticos del juez Dredd de las historietas se sientan un poco menos desilusionados con esta nueva adaptación a la pantalla grande que con la fallida versión de Sylvester Stallone allá por 1995. Con menos de la mitad del presupuesto que su predecesora pero con mucha más sangre, el filme llega en medio de una ola de películas futuristas a la que logra surfear, aunque sin lucirse demasiado. Con una breve introducción para ubicar a los espectadores más desprevenidos, y sin profundizar demasiado en el origen de los (malos) tiempos, la historia comienza de lleno con la acción y no da respiro hasta el final. En un futuro no muy lejano, Norteamérica se encuentra azotada por la radiación y cientos de millones de personas sobreviven en medio del caos y la violencia. En una urbe que contiene a tantas familias de trabajadores como malhechores y asesinos se pueda imaginar, existe un grupo de agentes entrenadísimos dispuestos a impartir la ley en las calles: los jueces. Con la múltiple función de atrapar, juzgar y finiquitar cada caso, estos personajes recorren la ciudad con sus trajes y cascos al mejor estilo Robocop. Así, una juez novata (una correcta Olivia Thirlby) y el legendario Dredd, compuesto por Karl Urban (o más bien por su mandíbula, que es lo único que muestra a lo largo del filme) llegan a un superpoblado rascacielos de 200 pisos controlado por la villana Ma-ma, interpretada por Lena Headey (la misma que encarnó a la también malvada Cersei Lannister en la serie Juegos de Tronos). Como si de los niveles de un videojuego se tratara, piso a piso la dupla de jueces irá acumulando cadáveres y desparramando sangre y visceras en generosas proporciones, con el fin de llegar a la cima y hacer justicia. Aunque por momentos se torna reiterativa y monótona, la película mantiene en vilo al espectador y logra impactar con las imágenes más violentas, donde los sesos de un hombre en el piso será tan sólo el comienzo. Apta para el combo de pochoclo y gaseosa, la nuevo Dredd se lleva especialmente bien con la tecnología en 3D, que se luce al máximo en las acertadas (aunque quizá demasiadas) escenas en cámara ultra lenta.