Afuera, un cuervo posado en una rama deja ver de fondo una ventana. Adentro comienza la rutina de un matrimonio maduro que, a juzgar por los planos de la casa, pertenece a la clase acomodada. Sin embargo, la dinámica corporal de Elena y su atención inmediata a las demandas de su cónyuge acusan de entrada que ella proviene de otro lado, de la casta de las empleadas. La cotidianidad marital es retratada bajo los patrones de un realismo que hace del silencio una pauta estética. La cámara se detiene en múltiples acciones domésticas y la película avanza lenta y sobria hasta el cierre de la historia. El director se cuida permanentemente de no caer en la dramaticidad y el filme acaba siendo un culto exquisito a la sutilidad emocional. De allí que las actuaciones se afilien a un naturalismo minimalista, preocupado por la perfección del pequeño gesto facial y la reproducción exacta, y nunca sobreactuada, de numerosas acciones mecánicas. Un infarto quiebra la pausada seguidilla de actividades cotidianas. Luego de que su corazón le jugara una mala pasada, Volodya quiere hacer su testamento. Katya, hija del geronte y su anterior esposa, resulta privilegiada en la repartija, pero Elena no dejará en babia a su propia cría. Algunos diálogos funcionan como indicios de que la mesurada historia está pronta a salirse de su quicio. "Los últimos serán los primeros", sentencia la mujer decidida a sostener la vida viciada e inmadura de su hijo a costa de su actual marido. La lograda fotografía da, desde el inicio, una pista: la gama es lo suficientemente fría como para identificar el filme con una conmovedora historia de adultos en segundas nupcias. El viraje del carácter de la hasta entonces sumisa Elena acaba por arrastrar al drama hacia la frontera del suspenso gélido y el policial no comercial. Entre las muchas imágenes aparentemente innecesarias dentro de los 109 minutos de cinta, aparecen algunas portadoras de una eficaz potencia simbólica: el bebé ocupando la cama del hombre de la casa condensa en un solo plano picado la patológica relación madre-hijo, resorte psicológico de una serie de acciones donde tiene cabida el crimen perfecto. Hacia el cierre, otra vez el cuervo posado en las ramas y, tras una vuelta de foco, la imagen a través de la ventana de una casa que, ahora, es casa tomada.
Desde Roma con amor Tras la última entrega de Woody Allen, Roma vuelve a aparecer en la pantalla grande como el escenario privilegiado para los amores múltiples y mínimamente entreverados. Quien teje y desteje los hilos en esta oportunidad es Giovanni Veronessi, un director local menos hábil que el cineasta americano a la hora de configurar perfiles psicológicos y diálogos, pero igualmente eficaz en el registro de la comedia romántica con ápices disparatados. Si en el filme de Woody un inspector de tránsito introducía al espectador en la gran arena del amor, aquí tampoco faltará quien auspicie (innecesariamente) de narrador y enmarque las historias varias: un cupido motorizado que dispara flechas hacia todos lados. La primera de ellas irá parar al pecho joven de Roberto, que dejará momentáneamente a su candidata en la capital para irse de viaje laboral a un pueblo costero. De cara al mar, y frente a una libertina y lunga rubia, el decidido abogado se sentirá menos certero. Paisajes soñados y dinámicos travellings ilustran con belleza el último coletazo de la adolescencia del confundido forastero. Nada que no se haya visto antes: un hombre asustado que a dos pasos del altar se rinde a los neuróticos encantos de una muchacha experta en quemar los manuales a la hora de amar. Otra flecha y estamos de vuelta en Roma, con los ojos puestos en un prestigioso periodista enredado en las redes desquiciadas de una acosadora fémina romana. Tentado por la aventura, el personaje encarnado con maestría cómica por Carlo Verdone ni siquiera sospecha que una simple revolcada podría costarle tan cara. Es en este punto donde la comedia alcanza su mayor grado de eficacia. Y aunque el director se cuidó de reservar a Robert De Niro y Mónica Bellucci para el último bocado, la segunda historia sigue siendo la más lograda, la que se convierte en el delicioso jamón del medio del triple relato. La sensual actriz italiana y el siempre exacto actor norteamericano vienen a poner la tapa de este apetitoso sándwich de amor y sexo, aderezado con clisés no perecederos: la bailarina nocturna redimida, el hombre duro que se despoja progresivamente de la coraza, y el final más universal de la dupla humana: un hijo y una casa. Tras dos horas de cinta, el tercer “manual del amor” cierra con una última máxima: de Cupido y sus líos no se salva nadie. Ni los recientemente maduros, ni los adultos asentados, ni los descreídos sexagenarios.
Los cuñados sean unidos Una comedia sobre las idas y vueltas de una familia con relaciones extrañas. Precepto burgués: familia es igual a hombre más mujer (uno de cada uno) con inclinación a la reproducción. Pero, hecha la ley, trazadas montones de veces las trampas y llevadas al cine, en este caso, de Croacia. Todo queda en familia es una película basada en los desajustes y extensiones del deseo en el interior de un reducido círculo endogámico en el que dos hermanos, sus respectivas esposas y alguna que otra amante extra clan patean el tablero de la fidelidad. El comienzo marca el pulso que la cinta sigue hasta el final: la desdramatización cómica de lo que, desde otra óptica, podría haber sido una tragedia familiar. En un cuarto de hospital Nikola y Braco asisten a la última exhalación (erótica) de su progenitor frente al tullido trasero de una enfermera. Muerto el padre, no se acaba la rabia, más bien empieza una extensión de su mandato por dos o tres casas de la capital croata. La inquebrantable fraternidad se para sobre dos patas que, por momentos, la hacen renguear: la competencia y la complicidad, sin contar una tercera que se mete siempre donde no tiene que estar. Post velorio paterno, Braco decide llenar el frasco asignado para el depósito de semen que la mujer de Nikola utilizará en su fertilización artificial. El mayor de los hermanos había hecho lo suyo en lecho ajeno un tiempo atrás, abriendo la punta de una secreta organización parental: hijos que son sobrinos, cuñados envueltos en irresueltos amoríos. Los 90 minutos del filme se acomodan sobre un formato de focalización partida. La mirada es conducida por cinco capítulos centrados en la subjetividad diferencial de cada personaje, pero inevitablemente el grueso de los ojos acaba puesto sobre el actor Miki Manojlovic y su impecable remake del típico Don Juan. El protagonista sostiene sobre sus anchas espaldas de exitoso seductor múltiples relaciones inconclusas y siempre saldrá del paso con un par de billetes, un falso cáncer de próstata y un efectivo abrazo. Menos hábil para acomodarse al "capitalismo del infierno" pero igual de ágil para meterse en el cielo del sexo, el bohemio e intelectual Braco también protagoniza una seguidilla de escenas pasionales que, escapando al virtuosismo kamasútrico al que el cine nos viene acostumbrando, otorgan al filme un interesante y realista tinte sexual. El rollo de relaciones enfermizas no envuelve, ni por lejos, una intención moralizante y ante la opción de abril los ojos, los personajes prefieren hacerse guiños mutuos y que todo quede en familia. Vale decirlo de nuevo: un protagónico exquisito hace olvidar todo lo que el filme tiene de exagerado y por demás imbricado para seguir las tragicómicas peripecias del temor y el furor prostático.
Desventurada aventura "En un lugar de la pampa de cuyo nombre si me quiero acordar, en un lugar chiquito, en el pueblo de Arequito, nació Soledad", algo así dice la inconfundible voz de Larguirucho para dar comienzo a una historia que, como El Quijote, pone un pie en la fantasía y otro en la realidad, pero que no alcanza la entretenida impronta aventurera del héroe de La Mancha. La convivencia de los clásicos personajes animados de Manuel García Ferré con una de las voces más famosas de la canción popular podría haber sido una excelente oportunidad para ofrecer a grandes y chicos una buena comedia nacional y musical. Pero de la fusión de seres de tinta y carne resultó un híbrido dudoso, que oscila entre la estética rural y los fondos computarizados, con convenciones de pasaje no muy claras. Y ese es uno de los problemas fundamentales del filme, el montaje y la superposición de escenarios, personajes y situaciones que por ligeramente resueltas resultan inconexas. La intertextualidad quijotesca de la apertura anticipa una sucesión de aventuras y embestidas motivadas por los obstinados celos de Cachavacha hacia una Soledad devenida en ídola infantil. A donde vaya la cantante irá el cuarteto delirante de Trulalá (a la bruja se le suman los conocidos Pucho, Profesor Neurus y Serrucho) a intentar sabotear los shows de la gira. El tour tiene su funcionalidad, es buen motivo para llevar escenarios locales a la pantalla grande, pero lo que sucede en ellos carece de tintes fuertes de acción. Los recursos de animación, proclives a aumentar el dinamismo de las escenas, no están suficientemente explotados; del repertorio de canciones no todas son pegadizas y sale sobrando el Ave María; muchas de las actuaciones son tímidas; por momentos el maquillaje se asemeja al de un acto escolar; la apelación a la participación del público resulta fallida; los remates cómicos no siempre están logrados; y los actores experimentados no terminan de ser aprovechados. Diego Capusotto, Guillermo Andino, Carlitos Balá, Pablo Codevilla y el Chaqueño Palavecino son parte del heterogéneo reparto y condimentan con sus apariciones los 80 minutos del filme que, aún con sus falencias, tiene chances de gustar. Muchos personajes queridos y el nombre de un director que conquistó a más de una generación con sus legendarias criaturas hacen de contrapeso, y del balance puede salir un mote justo: pasajera película de vacaciones. Una buena opción para ver sin criticar es apelar al mismo sentimiento con el que Soledad cier
El amor en los tiempos de la neurosis No te enamores de mí es una película que desobedece a su propio título. A fin de cuentas, los personajes acabarán felizmente enamorados, excepto los que se traicionan desatendiendo el llamado más genuino de su libido. La ópera prima de Federico Finkielstain versa sobre las historias de un grupo de sujetos que, inmersos en el vértigo de sus agitadas vidas laborales, se cruzarán a sí mismos y entre sí. "La necesidad del hombre de comportarse según las leyes de la sociedad genera conflicto, y es lo que llamamos neurosis", reza la lección de Violeta Urtizberea interpretando a Paula, una estudiante de filosofía jovenmente casada y frustrada. Psicológica y actual, la película enciende sus cámaras en el momento en el que las relaciones falsamente sustentadas comienzan a derrapar. Situada en el siglo de las mujeres-hombres que se acuestan entre ellos y se van, No te enamores de mí muestra con lucidez la necesidad de patear el mandato social. En la Buenos Aires de los barrios cool, del restaurante, del bar o de la galería de arte, el guión dispone a los personajes como fichas urbanas insertas en el juego de las combinaciones, que acaban por arrojar algunos desenlaces imprevistos. En medio del ring donde se trompean deseo y dolor, estos adultos de celuloide toman aire en lo que hay de cómico en cada situación, y el drama se canaliza, por momentos, a través del humor. "No funcionó porque la tenía grande", explica Julieta Ortega en la piel de Ale, a primera vista más desatenta con las imposiciones sociales, pero no exenta de las tiranías naturales. El tic-tac biológico le hace pensar en un hijo que finalmente llega en circunstancias no estipuladas. Ale cree que es demasiado grande para Juan, que parece conocerla desde antes, cuando le dice: "Vos te pensás que todos los tipos te van a cagar y que nadie te va a querer, y es exactamente lo que lográs". ¿Qué peso tiene en ella lo que digan los demás? ¿Cuánto le pesa a Maxi (Tomás Fonzi) reconocerse homosexual? ¿Y cuánto hay de patológico y cuánto de sana verdad en la impulsiva Luli de Anita Pauls? El filme responde, pero hasta ahí nomás, quizá consciente de que no hay un punto final para la evolutiva emocionalidad del ser. Trama de amores y desamores, con un bueno número de protagonistas y muchas posibilidades de generar identificaciones a partir de situaciones habituales. En pocas palabras: una película oportuna.
Encuentro sí, hallazgo no El par antagónico guerra y amor ingresan en la lógica de causa-consecuencia en el nuevo film protagonizado por Zac Efron, uno de los actores más taquilleros de la factoría Disney que encarna, esta vez, al Infante de marina Logan Thibault, quién salva su vida gracias a la fotografía de una joven que lo desvía de una explosión y otros peligros. De regreso a su hogar, el ex combatiente se propone encontrar a la desconocida muchacha, en principio, para darle las gracias. La guerra es el disparador inicial de una típica historia romántica donde un héroe, primero patriótico y luego galán, viene a disputarle el amor de la mujer angelical a un arquetípico cretino americano que bebe y camorrea con impunidad. La lápida del hermano muerto de Beth Green (Taylor Schilling), a quien pertenecía la fotografía extraviada en el campo de batalla, reza “operativo de libertad iraquí”, una definición de la guerra que cancela toda perspectiva crítica al intervencionismo norteamericano. El film circunscribe los impactos del conflicto bélico a la psicología del soldado y a la desmembración de la célula familiar, y por sobre la dimensión política se impone el drama personal de dos sujetos a quienes el destino indemniza con un fortuito encuentro. Por lo demás, Cuando te encuentre es sólo una película bonita que sigue a rajatabla la premisa del romanticismo por la cual los estados anímicos de los personajes se reflejan en el paisaje circundante. Atmósfera grisácea y tormentosa para los pasajes escabrosos y dramáticos y una paleta de dorados, ocres, y amarillos que imprimen un sesgo edénico a la cuidada fotografía del film dirigido por Scout Hicks. Las más simples operaciones domésticas devienen en acciones estéticamente agradables a la visual, configurando una poética de la cotidianeidad, en una estancia de Luisiana donde el paisaje es tan idílico como la historia de amor de Logan y Beth, con sus bien logradas escenas de hedonismo pasional. Basada en el bet seller de Nicholas Sparks, autor de la afamada Diario de una pasión, esta historia es simplista y no explota las peripecias sorpresivas que habilita la apoyatura en el destino. Un guión previsible y pretendidamente sensiblero, en torno a las casualidades y las ausencias, con un muerto innecesario hacia el final, que ahoga consigo a los anti-valores de una axiología más acorde a los cuentos de hadas que a los grandes dramas. Pese a no ser un hallazgo cinematográfico, Cuando te encuentre arroja una reflexión que, por cómoda y trillada, no es menos efectiva: ahí viene el amor a curarnos de la guerra.