El realizador francés Nicolas Bedos presenta Monsieur & Madame Adelman, una película que combina el drama con lo romántico. Esta ópera prima recorrerá los 45 años de encuentros y desencuentros entre una pareja. La película transita los 45 años de relación entre Sarah (Doria Tillier) y Adam (Nicolas Bedos). La historia se centra en las diferentes etapas por las que atraviesa una típica pareja: desde el enamoramiento (donde todo es color de rosa y uno ve al otro como un ser perfecto), hasta la desilusión (donde se descubren los defectos del otro y el amado pasa a ser el mismísimo demonio), para finalizar en el amor (etapa donde uno acepta al otro tal cual es, tanto con sus defectos como con sus virtudes). La historia está narrada desde Sarah. Ella nos contará de un amor pasado pero desde un tiempo presente. Nos hará transitar por todos los momentos vividos con Adam: el primer encuentro, el enamoramiento, el casamiento, los dos hijos, el desencuentro y, nuevamente, el enamoramiento. La forma en la que está narrada la historia permitirá que uno se sienta cercano a las situaciones de este dúo. El espectador podrá sentir la intensidad de aquel amor que vivieron estos jóvenes adultos y, también, el dolor que atravesaron durante sus desencuentros. Si bien la película tiene un estilo propio y bien marcado, no evita caer en los lugares comunes que recorren los dramas románticos. Monsieur & Madame Adelman peca de casi todos ellos: chica que se enamora de chico pero chico la ignora, chico se da cuenta de que la ama y quiere estar con ella, pareja muy feliz que se jura amor eterno, momento dramático donde se deben separar y, finalmente, pareja redescubre que el amor inicial está intacto y, por supuesto, quieren volver a estar juntos. Algo ya visto innumerable cantidad de veces. La trama tampoco presenta nada nuevo dentro de este conjunto de romanticismo, drama y toques de comedia. Aun así, logra captar con bastante realismo lo que a una relación respecta. Si bien cae en varios tópicos románticos, se aleja de las típicas películas hollywoodenses -sean para adolescentes o para adultos- que muestran el amor de una pareja como algo incondicional y capaz de perdonar y de salvar todo.
En su segundo largometraje, el colectivo de artistas Cine Humus (integrado por Agustín Gregori, Bernardo Francese e Ignacio Laxalde) presenta Los hermanos karaoke, una comedia algo extravagante que participó de la última edición del Bafici. La historia se centra en Mía (Maru Zapata) y Simón (Agustín Gregori), dos hermanos (¿o novios?) que se dedican a grabar covers de canciones famosas y que sueñan con triunfar en la industria de la música. El dúo emprende una gira por la Patagonia, donde esperan realizar un concierto durante nochebuena. Debido a que no cuentan con mucho dinero para hospedarse en el hotel, deciden comprar una carpa y pasar las noches en un camping. En la búsqueda de ese camping, y tras un accidente con el auto, se toparán con Alan (Bernardo Francese): una especie de empresario chamánico que mezcla el marxismo con el marketing empresarial. Este excéntrico y bizarro personaje, que viste de traje pero anda descalzo para estar en contacto con la naturaleza, será una especie de guía para nuestros protagonistas. Alan cuestionará el mundo al que estos artistas están acostumbrados. Mía y Simón comenzarán a plantearse cuál es al camino hacia el éxito. El futuro de Los hermanos karaoke se verá incierto debido a los planteos que se realizará cada uno de los integrantes. A pesar de los intentos de la película porque uno termine reflexionando sobre la pasión y el amor por lo que uno hace -sobre todo en cuanto al arte-, este mensaje queda en un segundo plano por las constantes situaciones a las que Alan expone a los hermanos/novios. Si bien los interrogantes que este empresario chamánico les plantea a los protagonistas son interesantes -al menos varios de ellos-, se terminan dando respuestas banales que poco aportan a ese eje. Tampoco queda muy en claro las verdaderas intenciones que tiene Alan con los protagonistas. Más allá de que sea un personaje contradictorio en general -por momentos da discursos sobre la espiritualidad o el marxismo pero luego da consejos basados en el marketing más puro-, las actitudes que tiene tanto con Simón como con Mía generan más interrogantes que otra cosa. Por momentos su discurso pseudobohemio parece tener una única intención: hacer que los hermanos/novios se separen.
Pepo: la última oportunidad de Cristian Jure y Juan Irigoyen Luego de su paso por el Festival de Mar del Plata, llega a las salas Pepo: la última oportunidad, una película dirigida por Cristian Jure y Juan Irigoyen que narra la historia del excéntrico cantante de cumbia. Rubén Castiñeiras, mejor conocido como El Pepo, lideró Los Gedes, una de las bandas más importantes de cumbia de Argentina. Cuando estaba en uno de los puntos más altos de su carrera todo dio un giro (in)esperado: tras una condena de robo calificado, tuvo que pasar seis años en el penal de Ezeiza. Ahora, luego de su paso por la prisión y completamente rehabilitado de su adicción a las drogas, se anima a contar su historia de vida. Pepo: la última oportunidad inicia con la voz en off del cantante. Allí nos cuenta que ganó fama, plata y cariño. Pero que al final, perdió. También comenta que la vida da segundas oportunidades, y que él no es la excepción a esa regla. Luego de los seis años que tuvo que pasar encerrado se le volvió a presentar una chance: regresar a los escenarios. Y esta vez no la quiere desaprovechar. La película pasa por las diferentes etapas de su vida, tanto a nivel artístico como a nivel personal. Pepo: la última oportunidad cuenta los detalles de cómo se formaron Los Gedes, de cómo surgieron ciertas canciones y de algunos de sus conciertos más emblemáticos, pero también hace mucho foco en su vida íntima: su paso por el penal de Ezeiza, su adicción a las drogas, su rehabilitación y su relación con las mujeres. En este documental-ficción, Rubén Castiñeiras se ve actuando de El Pepo por primera vez en su vida. Haciéndole frente a sus miedos, se pone en la piel de aquella persona que fue pero que no quiere volver a ser. Asegura que hacer esto es hacerle frente a aquello que tanto lo atormentó. Rubén/Pepo interpreta los momentos más oscuros de su pasado, aquellos en los que sabe que tocó fondo. Pepo: la última oportunidad cuenta, en su mayor parte, el pasado del artista. Esto se hace desde un punto de vista actual, pero siempre mirando hacia el futuro. Él ya no se odia por su pasado, entiende que tiene que aceptarlo para poder progresar. Sólo se arrepiente de que su padre no lo haya podido ver en esta última faceta. Ahora, rehabilitado y en libertad, disfruta de sus dos grande amores: su madre y la cumbia.
En su primer largometraje, el cineasta italiano Simone Godano presenta Mujer y marido, otra comedia que propone el cambio de cuerpos entre los protagonistas. La película se centra en el matrimonio de Sofia (Kasia Smutniak), una columnista de televisión. y Andrea (Pierfrancesco Favino), un médico neurólogo. Luego de más de 10 años de matrimonio, y dos hijos de por medio, comienzan a aceptar que la relación no va hacia ningún lugar. Cuando todo parece encaminarse al divorcio, Andrea decide probar a Charlie -una máquina que permite conectar los pensamientos de dos personas- con su esposa. Como era de esperarse, un accidente ocurre en ese test, lo que decanta en que la personalidad de uno vaya a parar al cuerpo del otro y viceversa. La propuesta que plantea Mujer y marido no es nueva, ya se vio en otras oportunidades a lo largo de la historia del cine. Aun así, el film del director italiano Simone Godano le da una impronta renovadora: aplicarlo a una pareja que está a un paso de divorciarse. De esta manera, luego del cambio de cuerpos, veremos cómo ellos, a lo largo del metraje, comienzan a entender qué es lo que siente el otro y por qué reaccionan de determinadas maneras. Si bien ambos actores se desenvuelven bien en sus respectivos papeles, Kasia Smutniak logra un equilibro a la hora de interpretar los diferentes personajes. Cuando se pone en la piel de Andrea, convence por completo con su interpretación. Genera simpatía y complicidad. Por su parte, Pierfrancesco Favino sobreactúa bastante sus escenas a la hora de interpretar a Sofía. Muestra una feminidad exagerada que ella nunca realiza a la hora de interpretar a dicho personaje. La mayoría de los gestos que hace caen en los típicos clisés con respecto a la mujer y lo femenino. La película deja en evidencia ciertas miradas que existen sobre ambos sexos en la sociedad. Si bien la feminidad que adopta Favino a la hora de interpretar a Sofía es exagerada, no se aleja de la mirada global que existe con respecto a las mujeres y sus maneras de actuar. Situaciones como la del tampón, muestran otro tabú muy típico en cuanto a los géneros. El hombre parece estar completamente excluido de entender por lo que atraviesa una mujer en esos días -algo un poco trillado en este caso, ya que él es médico y debería saber cómo se coloca un tampón más allá de su género-. A pesar de caer en varios lugares comunes en su trama -sobre todo en lo que a una comedia romántica respecta-, Mujer y marido logra ser una comedia ligera y entretenida. Las situaciones, sin ser novedosas, se generan de una manera natural. Si bien la trama pasa por el cambio de cuerpos, la película deja un claro mensaje de que las parejas necesitan ponerse en el lugar del otro para poder construir y mantener una relación.
El popular personaje de videojuegos Lara Croft (que fue interpretado previamente por Angelina Jolie) regresa a la pantalla grande. En esta ocasión es interpretada por Alicia Vikander y dirigida por Roar Uthaug. El personaje de Lara Croft nació en 1996 bajo la franquicia de Tomb Raider, un videojuego desarrollado por Core Desing. El mismo se volvió un éxito debido a su original manera de jugarlo. En el 2013, la compañía Square Enix presentó un nuevo juego de esta saga, el cual relata los intensos y conflictivos orígenes de Lara Croft. La película dirigida por Roar Uthaug se basa en esta última creación. En esta adaptación, la trama presenta a Lara Croft, una joven de tan sólo 21 años que se niega a firmar la herencia que le corresponde, ya que eso significaría aceptar que su padre, quien lleva 7 años desaparecido, está muerto. En lugar de eso, la protagonista trata de ganarse la vida trabajando como mensajera en la ciudad de Londres. Tras una serie de eventos, y también de rompecabezas, Lara comenzará a investigar qué fue lo que realmente ocurrió con su progenitor. Para ello emprenderá una aventura hacia una isla ubicada en algún lugar de la costa de Hong Kong, un lugar silvestre dónde se ubica la tumba de Himiko, una antigua reina de la muerte japonesa. En su primera parte, el film podría compararse en varios puntos con un videojuego. El jugador/espectador conoce algunos antecedentes de la protagonista, el personaje sabe que tiene una misión y, como es habitual, comienza a adquirir las habilidades de a poco, para luego lanzarse hacia la aventura. De hecho, la película toma algunas de las secuencias icónicas que ocurren en el videojuego, tal como el escape del avión y la caída en paracaídas. A diferencia de la Lara Croft interpretada por Angelina Jolie (2001 y 2004), la de Vikander muestra un lado mucho más humano del personaje. La protagonista no destaca solamente por las escenas de acción, sino que se toma en cuenta su lado más sentimental. La adaptación de Roar Uthaug muestra una Lara que se lastima y que siente dolor como cualquier otra persona. Para alejarse también del estereotipo que representaba la Lara de Jolie -que estaba basada en los primeros videojuegos de la franquicia (una industria completamente machista en aquel momento, por cierto)-, la cual se destacaba por sus prominentes curvas y su diminuta vestimenta, ahora se presenta una Lara más ajustada a la época actual: sus motivaciones no pertenecen a un interés romántico, es simplemente una persona que trata de sobrevivir a la amenaza que se le presenta.
Los cineastas Daniela Castro y Nicolás Ordóñez presentan Alias Yineth, un documental que profundiza -desde una perspectiva más bien emocional/sentimental- el conflicto armado que aún afecta al pueblo colombiano. Para entender la historia de Yineth, protagonista de este documental, es importante contextualizar un poco con la historia de Colombia. Hace poco más de un año, el presidente Juan Manuel Santos llegó a un pacto con las FARC: ambas partes firmaron un acuerdo de paz. De esta manera, el pueblo colombiano le puso fin -aunque no del todo- a un medio siglo que estuvo atestado por las ciento de miles de matanzas, secuestros y desapariciones. El documental en sí se centra en la historia de vida de Yineth, una mujer que cuando tenía sólo 12 años fue reclutada por la guerrilla colombiana. En la actualidad, luego de 17 años de aquel acontecimiento, la protagonista dejó de lado las armas. Ahora trabaja para el Gobierno en programas para la desmovilización y reinserción de combatientes de la guerra. Yineth cuenta su historia: nació en Remolino Alto Porte Orteguaza, un pueblo ubicado en el departamento de Caquetá, pero que ni siquiera aparece en el mapa. Ella cambió el uniforme de combate por las remeras y los jeans; las botas de combate por los zapatos. Ahora estudia contaduría pública e inglés. Yineth ya no tiene miedo. Se abre frente a la cámara. Permite que conozcamos cada parte de ella. Nos brinda un relato conmovedor donde deja al descubierto sus miedos, sus sueños, sus alegrías y, sobre todo, sus recuerdos. El documental recorre la vida de la protagonista: desde que era una joven combatiente hasta su figura actual. Las imágenes y videos de archivos acompañan el relato, permiten conocerla, que uno se acerque a su historia. Probablemente uno de los puntos cruciales sea el comienzo cuando se prueba diferentes prendas de ropa. Se deja ver con los vestidos que pertenecían a su madre, hasta con el uniforme militar que se vio obligada a llevar. Alias Yineth no es sólo una historia sobre la guerrilla en el pueblo colombiano, también lo es sobre la superación. Los acontecimientos no afectaron a los involucrados solamente desde un lado físico, sino que también lo hicieron en lo mental. El documental muestra la historia de Yineth, cómo logró hacer frente a aquellos acontecimientos para seguir con su vida.
Protagonizada por Jennifer Lawrence y a cargo de Francis Lawrence (Los juegos del hambre), llega a las salas de cine Operación Red Sparrow, un thriller de espías lleno de sexo, violencia y, como no podía faltar, amor. La historia gira en torno a Dominika Egorova, una bailarina que debe abandonar su carrera luego de que un compañero le quiebra el tobillo durante una presentación en el Teatro Bolshoi de Moscú. Sumida en la desesperación por no saber cómo podrá pagar los gastos que conlleva la enfermedad de su madre, acepta una propuesta de su tío Vanya Egorov (Matthias Schoenaerts): trabajar para el Estado ruso. Luego de una prueba, que finaliza con el asesinato de un hombre de alto perfil, la joven deberá asistir al Sparrow School, una institución que enseña a dominar las artes de la manipulación psicológica y sexual, para así participar de las operaciones encubiertas. Una vez fuera del instituto, su tío le ofrece la primera misión: acercarse a Nate Nash (Joel Edgerton), un agente de la CIA que mantenía contacto con un topo dentro del gobierno ruso. El objetivo de la protagonista será que Nate le revele quién es el hombre en cuestión. Si bien todo parece marchar en un principio, las cosas dan un giro (in)esperado: ambos personajes se involucran sentimentalmente. El papel de Nate Nash parece tener una única función: ser el príncipe azul que rescata a la dama en apuros de las aterradoras garras de los villanos, en este caso, los rusos. La relación que mantiene con la protagonista surge de la nada, ambos parecen estar dispuestos a dar la vida el uno por el otro. Esto a pesar de que los momentos que comparten en la pantalla son escasos y poco convincentes para dar lugar a un lazo amoroso. En pocas palabras: relación forzada. Si bien la película cuenta con los típicos elementos que se ven en una película de espionaje (misterio, suspenso, engaños), se deja de lado la acción propiamente dicha -algo casi infalible en este tipo de género-. Las escenas tan típicas de persecución o de explosión brillan por su ausencia. Operación Red Sparrow es una película más psicológica que física. Toda la tensión se centra en el factor psicológico de los personajes. A pesar de los intentos de alejarse de los lugares comunes y dar giros que buscan ser inesperados, Operación Red Sparrow cuenta con personajes que constantemente caen en el clisé: espía estadounidense de buen corazón, antiheroína enamorada de su contrincante -por decirlo de alguna manera-. Los personajes secundarios también cometen el mismo pecado, desde el villano más malo de la historia, hasta la compañera envidiosa que buscará destruir la carrera de la protagonista. Como si todo eso fuera poco, la película cae en el mayor tópico de este estilo de películas hollywoodenses: estadounidenses buenos, rusos malos. Constantemente se esfuerzan por mostrar cómo los yanquis son personas generosas que sólo buscan el bien, mientras que los rusos son seres crueles y desalmados. Ni hablar del hecho de que los personajes rusos son interpretados, al fin y al cabo, por estadounidenses.
En su intento por abrir camino a nuevos superhéroes -fuera de los conocidos Iron Man, Thor y Capitán América-, el denominado Universo Cinematográfico de Marvel (UCM) apuesta ahora por Pantera Negra, el primer superhéroe negro de la franquicia. Tras casi una veintena de películas en su haber, Marvel decidió dejar a los superhéroes tradicionales de lado -los cuales por algún motivo siempre son blancos, heterosexuales y, obviamente, estadounidenses- y llevar a la pantalla grande a Pantera Negra, personaje que ya había sido presentado hace dos años en Capitán América: Civil War. Con una intención de dar más lugar a la diversidad -aunque se podría discutir qué tan real es esta nueva actitud adoptada tanto por Marvel como por Hollywood- este proyecto a cargo del cineasta Ryan Coogler (Creed) cuenta con un elenco conformado casi en su totalidad por afroamericanos. La película nos lleva a Wakanda, una nación ficticia ubicada en el continente africano. Debido a que el lugar se encuentra oculto a los ojos de la humanidad, el país se muestra ajeno a las constantes amenazas que se viven en el mundo externo. Además, los múltiples avances tecnológicos -los cuales se deben a las altas reservas del supermineral vibranio-, generan un fuerte paralelismo con el estilo de vida que llevan las tradicionales tribus que habitan el lugar. Es por eso que Wakanda es un lugar tan campestre como futurista. Tras la muerte del rey T’Chak -quien falleció durante el atentado terrorista perpetrado por Zemo (villano de Capitán América…)-, su hijo T’Challa (Chadwick Boseman) deberá asumir como nuevo líder de Wakanda. En un principio, la amenaza principal de Pantera Negra será Ulysses Klaue (Andy Serkis), un contrabandista de vibranio. Con el correr de los minutos, un nuevo personaje ocupará el lugar de villano principal: Killmonger (Michael B. Jordan), un misterioso personaje que hará todo lo posible para destruir al héroe y quedar al mando del país. A pesar de las constantes luchas feministas, el machismo continúa presente en casi todos lados: entre ellos el mundo de los superhéroes. La mayoría de los personajes principales tanto de Marvel como de DC son hombres. De hecho, todas las películas que adaptó hasta el momento el UCM son protagonizadas por hombres. Los personajes femeninos suelen ocupar un lugar completamente secundario, donde no son más que un mero objeto. Pantera Negra decidió, para bien, dar un cambio a esta imagen tan retrógrada. Si bien Pantera Negra está protagonizada por un hombre, la principal fortaleza de la película es la participación de los personajes femeninos. Lejos de caer en los típicos clichés donde las mujeres son débiles y necesitan ser rescatadas, ellas le harán frente a cada amenaza que se presente. Personajes como Ayo (Florence Kasumba), Nakia (Lupita Nyong’o) y su hermana Shuri (Letitia Wright), son los que realmente se adueñan de la pantalla. Ellas dejan en claro que no son un simple adorno o una cara bonita. Otro punto en el que se diferencia esta película de las anteriores que venía realizando Marvel es en el no uso de la comedia. Tras el éxito que tuvo Guardianes de la Galaxia, el UCM decidió utilizar el humor en sus nuevas adaptaciones. Guardianes de la Galaxia 2, Spider-Man: de regreso a casa y Thor: Ragnarok, contaban insistentemente con escenas que pretendían ser graciosas, aunque resultaban más tediosas que otra cosa. Pantera Negra muestra un tono más serio y maduro. La película no está atestada de escenas de acción ni tampoco de comedia. Lo importante es el desarrollo de cada personaje. Tanto el protagonista como el villano y, también, los personajes secundarios, tienen un motivo para ser cómo son. Se ocupa el tiempo necesario para desarrollar a cada uno de ellos, ya que ninguno importa más que el resto.
Dos almas rotas que se encuentran de manera accidental, así se podría resumir en pocas palabras Emma. En su tercer largometraje, el cineasta Juan Pablo Martínez habla sobre la complejidad de las relaciones humanas. La película hace foco en la relación que logran formar dos personas que, cada cual a su manera, están aisladas del mundo. Por un lado está Anna (Sofía Rangone), una mujer polaca que vive en la Patagonia argentina y que no domina del todo -por no decir nada- el idioma español. Ella tiene que enfrentar sola un mundo que le es completamente desconocido. Por otro lado está Juan (Germán Palacios), un hombre de mediana edad, que trabaja en una mina de carbón en la ciudad de Río Turbio. Un día, casi por arte de magia, el destino entrecruzará sus caminos. De esta manera, Anna y Juan comenzarán de a poco a construir una relación. Lejos de las historias románticas a las que el cine mainstream nos tiene acostumbrados, Emma plantea una relación en donde las serenatas de amor no tendrán lugar. El vínculo que se genera entre ambos personajes no se construye a través de las palabras y la música romántica, sino que todo se va desarrollando durante el sexo y, a veces, con el simple hecho de compartir un café. Anna y Juan. Juan y Anna. Dos almas rotas y perdidas que se conectan tras su propia desconexión del resto del mundo. Mientras que Anna enfrenta la desaparición de su esposo, Juan se deja morir de a poco al rechazar tomar los medicamentos que debería. Emma es una película sobre el amor, pero también, y a igual medida, sobre la soledad. Es un film sobre la complejidad de las relaciones humanas y sobre cómo un pasado trágico y una vida solitaria pueden unir a dos personas. Juan Pablo Martínez crea una historia donde lo importante no son las palabras. De hecho, el metraje casi no cuenta con diálogos. Lo que se ve tiene mucha más importancia que lo que se pueda decir. El guion transmite, de una manera casi literal, la soledad en la que están envueltos ambos protagonistas. Nada de lo que pronuncien en voz alta podría tener tanto valor como aquello que expresen con sus miradas. El cineasta brinda la menor información posible para que sea el espectador quien vaya descubriendo la trama de a poco. Los colores y los paisajes son una parte fundamental de Emma, casi como un tercer protagonista. En su inicio la película cuenta con tonos más fríos y un paisaje completamente desolador que, por momentos, es hasta hostil. Hacia el final, en cambio, comienza a predominar una paleta de colores mucho más variada y cálida.
Con base en el Holocausto pero el foco puesto en la lucha por la identidad, llega a las salas de cine El testamento, una coproducción israelí-austríaca escrita y dirigida por Amichai Greenberg. La película se centra en Yoel Halberstam (Ori Pfeffer), un historiador judío ortodoxo que trabaja en el Instituto del Holocausto de Jerusalén. Su objetivo actual consiste en que el gobierno austríaco reconozca que durante la Segunda Guerra Mundial, un total de 200 judíos fueron asesinados en los campos de Lendsdorf, un pueblo ubicado en Austria. El problema radica en que luego de veintiún excavaciones en la zona, no se localizó ninguna fosa común. Además, al parecer, no hubo testigos de aquella masacre. Un día, durante el desarrollo de su investigación, se topará con algo que afectará para siempre su propia identidad: un testimonio clasificado de su madre. Ahí descubrirá que aquella mujer no es realmente quien aseguró ser durante todo este tiempo. Esto llevará al protagonista a cuestionarse todo lo que cree saber sobre sí mismo y sobre su pasado. Yoel no sólo deberá continuar con la investigación sobre lo ocurrido en Lendsdorf, sino que además tendrá que enfrentar su nueva identidad. A pesar de que Amichai Greenberg busca hacer foco en dos historias dentro de la película -por un lado la masacre, por otro la lucha del protagonista por su identidad- falla en el intento. El clima de misterio, que se busca generar por la crisis existencial del protagonista, atenúa por completo la lucha contra el gobierno austríaco por descubrir la verdad sobre aquella masacre. Si bien el cineasta intenta constantemente unir ambas cuestiones, la realidad es que parecen dos historias completamente diferentes a pesar de estar directamente relacionadas la una con la otra. Aun así, el principal problema de El testamento consiste en su personaje principal. Si bien Yoel cuenta con los suficientes motivos para general algún tipo de empatía en el espectador, termina ocurriendo completamente lo opuesto. Debido a la constante antipatía que genera durante todo el metraje, se vuelve complicado generar algún tipo de preocupación por la crisis existencial que le trae su verdadera identidad.