La otra crisis Los problemas existenciales que atraviesa un hombre pasados los 40 años se ven reflejados en A quién llamarías (2009), película de Martin Viaggio protagonizada por el actor uruguayo Roberto Birindelli junto a Iván Ezquerré y Carla Pandolfi. En A quién llamarías Roberto Birindelli interpreta a un hombre que ha llegado a los cuarenta años de edad con una gran duda que no para de atormentarlo: A quién llamar si algo le sucediera en la calle y una ambulancia se lo tiene que llevar. Esa pregunta que da título al film funciona como metáfora de la crisis por la que atraviesa un hombre que está solo en la vida. Aunque esa soledad no sea literal sino más bien como parte de cierto individualismo. Una pregunta que trae consigo un sinfín de dudas acerca del amor, la familia, los amigos y los lazos afectivos en general. Si bien el personaje central estuvo casado, tiene un hijo pequeño, padres, hermanos, amigos y hasta una ex novia reciente, la crisis por la que atraviesa no lo deja ver su entorno, ni dejarse contener por él, sino más bien todo lo contrario. Es ese hombre quien en cierta medida contiene al resto sin permitirse pedir ayuda o abrirse ante lo que le sucede. Todos lo llaman a él, pero inversamente él no los llamaría. A quién llamarías habla sobre los vacíos por los que uno atraviesa cuando siente que su rol en esta vida pasa por más por el lado de los mandatos que por lo que en realidad se quiere. Nuestro hombre deambula por una ciudad inundada de gente pero él se siente solo. Más que a quién llamar la propuesta pasa por otro lugar ¿Llamarías a los que tenés para llamar o no son las personas que quisieras que estén con vos en una situación límite? Y es ahí en donde radica el conflicto de la historia y que Viaggio capta en su esencia más profunda. Planteando una mirada introspectiva sobre la mente de un hombre en crisis que no está ni tan solo ni tan acompañado, A quién llamarías es una película personal, con ciertas influencias de la nouvelle vague, que respira aires parisinos pero con un sentimentalismo bien porteño. Una historia sobre la crisis, aunque en este caso no la económica sino la personal.
Número Equivocado Viendo películas tan “encriptadas” como A Quien Llamarías, me pregunto si los argentinos filmamos por necesidad de contar historias, o transmitir una necesidad artística o simplemente hacer catarsis. Viendo películas como A Quien Llamarías se me ocurre que no es tan dificil conseguir financiación para filmar, ganar concursos de guiones, realizar un film.
En la pregunta que da título al debut cinematográfico de Martin Viaggio hay una idea llamativa que no se va a concretar y un signo de interrogación que, sin quererlo, deriva a otra cuestión. Su sinopsis bien se encarga de destacar que puede haber una interpretación sentimental respecto de aquello que el paramédico estará obligado a preguntar, y sin embargo, durante un breve lapso, el accidente se espera. Esas largas caminatas nocturnas, las miradas furtivas desde la vereda hacia su pareja, los cigarrillos que no cesan de prenderse y fumarse, uno cree que el personaje de Roberto Birindelli puede ser víctima de un infortunio, lo que abriría una película diferente en la que el título no sería solo una metáfora. Pero eso significaría que se tendría que hacer frente a algo, y para eso ni el personaje ni el realizador parecen preparados. El sueño recurrente del cigarro eterno o el sentirse atormentado por una pregunta para la que conoce la respuesta, son los rasgos de este hombre de 40 años que se sabe solo. No por una cuestión de falta, su familia, amigos y su hijo así lo demuestran, sino una melancolía perpetua cuyas razones nunca quedarán del todo claras. Su problema es interior, la huída a la hora de confrontar a su pareja o el intento de conexión sexual con su ex mujer a través de la cámara web, lo pintan como un sujeto que rehúye al conflicto. Y de igual forma se conducirá la historia, preocupada por preguntar a quién llamar antes de saber incluso si hay algo por lo que vale la pena levantar el teléfono. La película solo servirá como un marco, una gran ciudad para que el hombre deambule listo para disparar su interrogante en los momentos menos oportunos. Y así es que se la notará desprolija durante sus ’84 minutos, descuidada tanto delante como detrás de cámaras. Malas actuaciones, diálogos inverosímiles, escenas forzadas y un final confuso están al servicio de una sola pregunta, cuando en verdad debieron hacerse otra: ¿qué queríamos hacer?.
Interrogantes de un hombre solo La película exhibe cierta precariedad formal, pero también algunos hallazgos ligados más al tono de las atmósferas y el manejo de actores, especialmente la selección de "mujeres fuertes". Un hombre al borde de los cuarenta piensa cuál sería la persona que elegiría para que acudiera si fuera víctima de un accidente. Se obliga a rebobinar hechos: su fracasado matrimonio y sus problemáticas relaciones afectivas, una y otra vez lo llevan al análisis de su posición en la vida. Ex marido, padre de un chico, hijo de un matrimonio cuya felicidad cuestiona, amigo de amigos a los que no se entrega, el protagonista de esta radiografía individual deambula por la gran ciudad buscándose a sí mismo. LOS CLIMAS El director Martín Viaggio intenta construir una suerte de road-movie espiritual, con ciertas temáticas del cine setentista, que recuerdan pasajes de filmes de Rodolfo Kuhn, o Néstor Paternostro. Ni los diálogos, ni las acciones logran transmitir la profundidad de una verdadera crisis existencial. ¿A quién llamarías?, oscila, como su protagonista, sin compromisos profundos, entre lo que el hombre quiso ser y no fue y sus búsquedas erráticas, casi en círculo, luego de una época en que el exterior se le apareció como una posibilidad. La película exhibe cierta precariedad formal, pero también algunos hallazgos ligados más al tono de las atmósferas y el manejo de actores, especialmente la selección de "mujeres fuertes". Es correcto el protagónico a cargo del actor uruguayo Roberto Birindelli, junto a Iván Ezquerre. Destacables las actuaciones de Carla Pandolfi y Bárbara Merlo.
Reflexiones a medias Con una llamada basta para que el protagonista de esta historia, un hombre de unos 40 años, divorciado y con un hijo, descubra que su actual pareja –más joven que él- lo engaña con un hombre mayor pero con dinero. Y a partir de ese descubrimiento, comenzar a entender que para el otro uno se vuelve prescindible o descartable lastima y hiere al ego como en toda relación alcanzada por el desgaste del tiempo, los miedos y las frustraciones que se vuelven cada vez más habituales cuando la necesidad de vivir nuevas experiencias no incluye a aquella persona con la que se comparte un pedazo de la vida. A quién llamarías? es el título de esta película dirigida y escrita por el realizador Martín Viaggio pero también es el detonante que se dispara en un viaje mental -por momentos onírico- donde las reflexiones y las preguntas repiquetean de manera constante en la cabeza de un personaje que vive entre la obsesión y la búsqueda de un amor duradero, el cual se asocia tanto en el terreno de la realidad como el de la fatasía con distintos rostros femeninos, mujeres tanto idílicas como reales que se irán cruzando por el derrotero de su conciencia, así como los afectos de amigos y familia para transparentar que los vínculos mutan con el correr de los años donde todo se vuelve más áspero y honesto. Si bien la premisa resulta interesante como punto de partida va perdiendo fuerza a medida que el relato trastabilla con sus propias limitaciones y se vuelve digresivo y sobre dialogado para dejar visibles las fallas de un guión un tanto ambicioso. Sin embargo, existen momentos en el film donde se conjuga el clima con la situación, en sintonía con las actuaciones de un reparto heterogéneo pero donde se notan dispares niveles de actuación (comenzando con el protagonista Roberto Birindelli) con personajes que no tienen matices y dicen el texto en vez de interpretarlo. Por eso, tratándose de un proyecto que otorga suma importancia a los diálogos sobre escritos y a las atmósferas no contar con actores lo suficientemente versátiles le juega en contra y esa falencia se arrastra durante todo el metraje. En síntesis, estamos en presencia de un film irregular, fallido, que por momentos necesitaría de un director capaz de dirigir actores y que por otro lado logra crear una sensación de intimidad con un prolijo tratamiento de la imagen, aunque nunca llega a consolidarse en lo que hace a lo estrictamente narrativo y cinematográfico.
Un Seinfeld devaluado de Palermo Opera prima de Martín Viaggio, sobre un cuarentón que entra en crisis. ¿A quién llamarías?” pregunta el anónimo y cuarentón protagonista de, sí, A quién llamarías , opera prima de Martín Viaggio. Se lo pregunta a su novia que deviene ex, a su ex -madre de su hijo-, a su amigo abogado, a su padre. A casi todas las personas que se cruza en su deriva urbana, iniciada por su separación y continuada en problemas familiares, histeriqueos y charlas in extremis sinceras que abarcan desde la práctica de la odontología a la duda universal sobre si ellas sabrán “lo importante que es para nosotros que les guste tragar”. Suena fuerte, sí, y de hecho esa provocación a cierta concepción “Susanita” del mundo es el músculo que A quién llamarías atrofia. Lo urbano va cediendo lugar ante la obesidad de un síndrome, digamos, “Arjona” a la hora de los diálogos (el actor Roberto Birindelli es bastante parecido). Al exponer tan caricaturescamente a su protagonista y su cínica visión del mundo, siempre contrastada con la cotidianidad supuestamente pacata que lo rodea, lo convierte en algo ridículo, en una especie nada graciosa y toda gestual de un Seinfeld versión Palermo Soho. Las dificultades narrativas –o ausencia de narración- agiganta esa condición: todo parece diseñado para el retruco superficial. Dentro de cien ejemplos, que abarcan desde el sexo virtual hasta armar equipos de fútbol entre “quienes abortaron y quienes no”, quizás el más crucial es cuando él habla sobre el jugo de cartón: “¿Cómo alguien se da cuenta si un jugo es artificial o no?”. La respuesta vendría siendo: cualquiera que no sea un personaje escrito para ser un sabelotodo en una crisis superficial y, uff, raquítica de humanidad.
Viñetas que no entusiasman Como ha trascendido, el conflicto de esta película parte de una inquietud básica: «Estás en la calle, te pasa algo, te sentís mal, viene una ambulancia y el médico te pregunta a quien llamar, ¿a quién llamarías?». La respuesta es bastante simple (un pariente con sentido común, el abogado, la agencia de seguros, etc.), y una persona previsora ya la lleva anotada en un bolsillo, por las dudas. El asunto es cuando tiene otra clase de dudas. Un hombre hace esta pregunta. Determinadas personas se sienten molestas, en especial si están o estuvieron unidas con él por algún compromiso afectivo. Quizás advierten que la pregunta real detrás de «¿a quién llamarías?» puede ser la molesta e incómoda «¿me llamarías antes que a nadie?». Ese hombre es el personaje protagónico, de mediana contextura, mediana edad, medianos logros amorosos, y logrado fracaso marital. Sonríe con aire comprensivo, se banca al cuñado, al dolor de muelas, y, cariñosamente, a un padre antipático y soberbio, quiere a su hermana, su madre y su hijo, no parece mal tipo, ayuda al prójimo, pero sólo cosecha mujeres rencorosas o cortantes. Las busca mal, quién sabe. Una serie de viñetas va hilvanando la historia, sin mayor progresión dramática. Nadie será puesto a prueba. Queda flotando la pregunta, como la ballena que el hijo cree ver, o acaso ve, un día de playa. Y el padre no lo desilusiona, ni tampoco se entusiasma. Algo parecido sucede con esta película. Tiene situaciones que pueden llegar fácilmente al espectador, diálogos creíbles, personajes reconocibles para cualquier persona que observe su propio ambiente familiar o su círculo de amistades, no es larga ni se hace larga, el elenco es bastante bueno, está bien hecha, dentro del mencionado esquema de viñetas, que varias veces quedan deliberadamente interrumpidas, pero (quizá por esto último) no entusiasma. Protagonista, con la presencia y las mañas que le permiten soportar el peso casi absoluto, Roberto Birindelli, actor uruguayo instalado en Porto Alegre, donde tiene escuela, y Rio de Janeiro, donde participa en telenovelas de buen suceso. Autor, Martín Viaggio, figura del cine publicitario con sello propio, Bufo Films, y larga actividad en los mercados argentino y sudamericano, que con esta obra debuta en el largometraje. También el reparto tiene varias figuras conocidas de la publicidad, y/o del teatro, que acá debutan en la pantalla grande, y conviene atender.
Un hombre en crisis y una familia quebrada Hacia el final de este film uno de sus personajes acusa a otro, el protagonista, de sombrío. Más que acusación se trata de una burla amable, amistosa, aunque completamente acertada. El hombre en cuestión actúa, habla y vive como un nihilista de a pie, un pesimista crónico que no hace más que bufar mientras a su alrededor la gente intenta vivir como le sale. Y lo toleran porque lo quieren, aunque no se entienda nunca por qué. De hecho, en el recorrido de este hombre en crisis y los amigos y familiares que arrastra en su penar ocurren muchas cosas pero ninguna explica ni justifica el interés en seguirlo. Todo comienza con una escena interesante, un hombre que espía a una mujer, su novia, charlando con otro en un bar. Ella le miente, él también, y hasta paga la ayuda de un mozo para completar el cuadro de infidelidad que justifica toda su amargura. Y un machismo que el guión justifica a cada paso. La novia es infiel, la hermana también, la madre es medio tonta y algo resentida, la ex mujer cruel y la potencial nueva novia una histérica intratable. Y en medio de tanta femineidad puesta en negativo está este hombre que se pasea fumando e intentando ponerle un toque de bajón a la vida de todos. Con todo esto alguien podría haber realizado una comedia entretenida, esa que se asoma en un par de escenas que sin enmarcar quedan fuera de tono, pero no es ése el resultado que consigue el director y guionista Martín Viaggio. Cada una de las viñetas, de edición bastante desprolija, que muestran al hombre en cuestión logran empantanar al personaje, que se mantiene establemente insoportable de principio a fin. Aunque el desarrollo de la historia no les da demasiado espacio, se destacan las actuaciones del protagonista (Roberto Birindelli); su novia, Inés (un notable trabajo de Carla Pandolfi), y su mejor amigo, Fredy (Iván Esquerré), interpretado con tanta naturalidad y soltura que por momentos dan ganas de empezar a seguirlo a él y dejar las poses sombrías por un rato. Pero no hay suerte. De principio a fin -con alguna irrupción onírica que no ayuda-, quedamos en las sombras.
La intensidad de los vínculos El film propone reflexionar sobre las inquietudes de un hombre de 40 años, urbano y cosmopolita, con sus preguntas, sus respuestas, sus miedos y sus amores. Un hombre que ha llegado a los cuarenta años de edad con una gran duda que no para de atormentarlo: ¿A quién llamar si algo le sucediera en la calle y una ambulancia se lo tiene que llevar?. Esta pregunta que da nombre al film, utilizada como una especie de Mac Guffin (según el genial A. Hitchcock), en realidad sólo sirve de disparador para relatar la crisis por la que atraviesa un hombre pasados los 40 años que está solo en la vida aunque tenga a la familia y amigos. Lo que trae a mi memoria aquella frase del filósofo y escritor español Miguel de Unamuno que decía “No estés nunca con aquellos que quitan la soledad y no dan la compañía” Pero lamentablemente, la pregunta aparece en el contexto de largos diálogos inconclusos, aburridos y reiterativos, sumados a que el “fisic du rol” de los interpretes no logra adaptarse (o por lo menos convencer al espectador) a lo que proponen dramáticamente los personajes. El film tiene muy buena fotografía, pero con un montaje que no ayuda a la fluidez del relato ni a compenetrarse en la historia, resultando mas un homenaje (o más bien recuerdo) de aquellos films franceses de la década del 60 donde directores que conocían muy bien las reglas del montaje decidían trasgredirlas para generar otro impacto. A quién llamarías es una película que plantea un tema interesante, pero falla tal vez en la historia en que está inserto y la forma de relatarla, lo que da lugar a otro interrogante: ¿A quien llamarías, para verla?
La película no lo dice enseguida, pero lo que parece una suerte de manifiesto nihilista puesto en boca de un personaje que atraviesa una crisis de los cuarenta, es en realidad algo muy distinto. El movimiento se realiza con sutileza pero se nota: A quién llamarías toma una distancia prudencial de su protagonista y, lejos de duplicar su visión de la vida cómodamente escéptica, ofrece un cuadro casi opuesto que rastrea un brillo secreto en los personajes y espacios más recónditos de la ciudad. El conflicto que se establece entre el protagonista (interpretado por Roberto Birindelli) y los que lo rodean se extiende hasta darse entre él y la película misma, y quizás por eso sea que las líneas de Birindelli suenan tan impostadas, falsas e irritantes: su queja de pose cool con toques de misantropía resuena contra los contornos de un mundo que se percibe mucho más robusto y vivo de lo que quiere hacer creer el personaje. Para demostrarlo, ahí están las escenas en una quinta un día de sol, el encuentro con una mujer en un bar o la relación entre su mejor amigo y su secretaria en la que los dos se muestran plenos y felices, llenos del otro. Es casi como si los comentarios constantes de Birindelli se estrellaran una y otra vez contra un universo distinto al suyo, en el que no campean la miseria, el engaño ni el fracaso, signos que en todo caso sí pertenecen al cosmos íntimo del personaje. La operación del director Martín Viaggio consiste en poner una cosa al lado de la otra y comparar: Birindelli junto al mundo, ese contraste pone en evidencia necesariamente el resentimiento del primero y la luz a veces refulgente del segundo. En algunas críticas sobre la película se habló de misoginia, pero las mujeres de A quién llamarías que no apoyan a los hombres (o que directamente los engañan, como la novia del protagonista) tienen motivos de sobra para no ser acompañantes fieles de sus parejas. Además, el enojo de Birindelli toca a las mujeres pero no se queda en ellas, su bronca alcanza a todas las personas sin distinción de sexo. Un cierto aire de gravedad que se presiente en algunas escenas se disipa rápidamente en otras, por ejemplo, en los recorridos nocturnos en auto, donde se respira un aire perteneciente a un cine diferente del presente: el argentino de los 60, la Nouvelle Vague, el Nuevo Cine Argentino. Una buena parte de A quién llamarías transcurre en la calle y de noche, y ese clima impregna también a uno de sus mejores personajes: Viviana, la mujer que conoce el protagonista y que parece mandada por la misma película para ponerle los puntos, para interrumpir abruptamente sus frases y reflexiones berretas (no por nada ella es la primera que le dice que no lo quiere escuchar). Cuando Birindelli se calla la boca y observa la realidad que lo circunda el personaje puede vislumbrar pliegues luminosos que antes permanecían ocultos tras la desconfianza de sus palabras. Cuando el protagonista cuenta al pasar que estudió Letras porque quería hacer poesía (y terminó dejando y sin escribir nada) queda claro que a Birindelli no le va muy bien en el terreno del lenguaje, al que utiliza como simple escudo para defenderse de las cosas que le acontecen. El único verdadero momento de felicidad parece llegar recién al final, justo cuando, en medio de un evento confuso, disruptivo y que prácticamente no es contado por el relato, el personaje se encuentra desarmado en su retórica de la derrota e imposibilitado para hablar.
La invención de los sagrados ¿Una fuga carcelaria en clave metafísica? ¿Un western teológico? La ópera prima de Alejandro Fadel es desconcertante por muchos motivos: sus personajes son volátiles y abandonan la película justo cuando se vuelven protagonistas; del escape inicial de un correccional resulta imposible predecir la purificación ritual con la que culmina la película; además, una obstinación formal secretamente enrarece la percepción: no hay planos medios, de tal modo que del detalle se va al todo y viceversa, lo que constituye la sintaxis elegida para contar una historia. Y, sin embargo, su relato es simple: cinco adolescentes, cuatro varones y una mujer, consiguen huir de una institución disciplinaria. De allí partirán para las sierras y el monte; no parece haber un rumbo preestablecido aunque Simón y su hermano suelen recordar un hogar pretérito y un posible tutor al que llaman "el padrino". En este peregrinaje a través de la montaña se encontrarán con chacareros, posibles convictos, un anacoreta y su cóndor; la presencia amenazante de los jabalíes es la condición visible de lo ominoso, una entidad primitiva que sugiere una función mítica. En algún sentido, Fadel registra el famoso e hipotético estado de naturaleza de los filósofos, el antes de la cultura y en este caso el instante de la invención de lo religioso. Si bien el sexo está presente, el éxtasis y el Edén pasan por una intoxicación química. Ansiolíticos, pegamento y yerba combinados inducen un tipo de experiencia que redobla una situación de existencia de por sí flotante; no es casual que cuando muere uno de los jóvenes, en vez de enterrarlo, se lo despida en una improvisada camilla flotante, un travelling acuático fascinante en el que se insiste con una intuición filosófica y una descripción anímica respecto del comportamiento de los "salvajes": el nirvana, una suerte de bienaventuranza ligada a la muerte. Si el plano de apertura empieza con una plegaria, Los salvajes despliega paulatinamente un juego simbólico, a veces demasiado recargado, con el que se opera una reconstrucción imaginaria del impulso religioso, un salto evolutivo del mero animal a un nuevo estadio de su historia como especie. Es una inquietud legítima, una prueba cinematográfica no exenta de riesgos, pues lo místico y lo sagrado conviven tanto con lo sublime como con lo ridículo, una oscilación que alcanza la lógica misma del filme sin debilitarlo.