En el marco de un taller de cine en la escuela armenia Jrmian, ubicada en Valentín Alsina, Lanús, el director Hernán Khouirán interactúa con chicos de distintos niveles para enseñarles y/o hacerlos reflexionar sobre el sentido del séptimo arte, y ayudarlos a indagar acerca de sus antepasados y su historia en relación al Genocidio Armenio. “Acá y Acullá” es una propuesta interesante, ya que plantea preguntas, dudas y cuestionamientos en niños en edad escolar, para que por sus propios medios consigan indagar en su pasado y tener un acercamiento con su propia historia y con las generaciones anteriores. Se nota que los cursos más bajos todavía no tienen noción alguna de qué fue el genocidio o qué significa una matanza de tales características, sino que lo toman como una simple actividad y son los adultos allí los que le agregan la cuota de sentimentalismo y emoción al relato. Los alumnos de grados superiores sí comprenden ya los acontecimientos y lo viven de una manera más seria. Y, a su vez, el documental no es sólo un ejercicio para sus protagonistas, sino también para los espectadores que pueden tener, de la misma forma, un primer acercamiento con dichos sucesos. Además de aportar testimonios sobre el Genocidio Armenio, el film profundiza sobre la temática de la memoria, tanto su importancia como su falta relacionada al paso del tiempo. ¿Qué sucede cuando ya no queda nadie para recordar? ¿Qué pasa cuando los únicos testigos van olvidando poco a poco? En cuanto a lo narrativo no existen dudas de que “Acá y Acullá” es un documento valioso, por las cuestiones anteriormente nombradas. Pero tal vez su estilo no es del todo pertinente para poder llevar este mensaje de una forma clara y contundente. El documental no es convencional, incluso se sale de cualquier parámetro establecido para contar una historia. En este sentido es positivo el riesgo que se corre, pero también trae aparejado algunas desventajas. Tenemos una experimentación desde las imágenes y el montaje, donde alrededor de casi todo el film nos encontramos con superposición de varias secuencias y audios. Esto provoca que, por un lado, el público no sepa muy bien a dónde hacer foco y a qué prestarle atención, si a una especialista que habla sobre su libro, a los niños que aparecen frente a la cámara, etc. Y, por el otro, a veces los audios también se van superponiendo y haciendo un poco de ruido de fondo. Se lo ve algo desprolijo y sucio. Es un estilo elegido que le puede agradar o no al espectador, según sus gustos. En síntesis, “Acá y Acullá” es un documental argentino que busca que las nuevas generaciones indaguen sobre sucesos del pasado relacionados con su propia historia y, que a su vez, todos podamos conocer esos hechos. Un documento relevante que se ve perjudicado un poco por su arriesgado y experimental estilo de presentar el relato.
Acá y acullá es un documental poderoso, de ideas enormes y de ejecuciones brillantes. Vamos por pasos, la idea es simple: en un taller de cine, alumnos del colegio armenio Jramain de Valentín Alsina tienen diversas tareas sobre las historias familiares de cada uno. Los ejes de los trabajos son la diáspora durante el Genocidio Armenio, la huída hacía otras partes del mundo y el desarrollo de una nueva vida para los sobrevivientes. Hernán Khouiran, el director y docente de este taller, sabe que la mejor manera de transmitir las consignas es evitar la linealidad y la gravedad del asunto, no porque no sea pertinente pensar en el peso específico del terrible hecho histórico vivido por la comunidad armenia sino porque la expresión artística está por sobre el mensaje, esa palabra tan trastocada y usada equivocadamente para tratar diferentes problemáticas. Aquí los niños y niñas también se preguntan, entre muchas cosas, “¿Qué es el cine?” o, como sucede al final: una alumna le consulta al sonidista sobre el funcionamiento del micrófono para inmediatamente después hacer ella misma una prueba con los auriculares, la caña y el boom. La otra gran idea del documental está en el barroquismo de sus formas, en la manera de retratar los testimonios a modo de capas superpuestas o de recursos visuales del estilo cuadro dentro del cuadro. Una forma que asemeja el juego de los alumnos al del propio director. Podrá uno confundirse con que este es un documental sobre el Genocidio Armenio desde el punto de vista de las nuevas generaciones descendientes de esos hombres y mujeres obligados a escapar del horror, a modo de reconstrucción oral, pero el velo de este tema gigante no alcanza a tapar que la historia es sobre el primer contacto de esas nuevas generaciones con la educación audiovisual; una nueva manera para ellos de poder comunicar ideas, pensamientos, sensaciones y -por qué no- pasiones. No es casual que en uno de los mejores momentos una alumna cuente una historia de terror que le gustaría filmar, a propósito de una leyenda que circula dentro del establecimiento. También hay espacio para el humor, incluso en las voces de los familiares que colaboran no solo con los trabajos asignados de sus hijos sino también con un intento posible de reconstruir una historia de retazos. Las dudas existenciales también cubren una parcela importante en este recorrido pues, como señala un alumno que no pudo establecer contacto con su abuelo enfermo y dubitativo en su relato, es una angustia que se esparce. La idea de la desaparición en la memoria de los otros representa la desparición de uno mismo como sujeto histórico. Proyectos de esta densidad conceptual y retórica son dignos de celebración porque no solo escapan de una media monotona y perezosa -especialmente en el formato documental- sino que además dan una esperanza para los modos de producción: en esta película hay tan solo dos cursos (uno de primaria y otro de secundaria), una cámara, un sonidista y muchas ganas de explorar formas novedosas, ni hablar de la conexión de la Historia con las nuevas generaciones, el lenguaje audiovisual y las nuevas tecnologías. Entre las diferentes cuestiones que ofrece para un debate, Acá y acullá es un fresco ideal para presentar a modo de ejemplo, en pos de pensar que todas las escuelas deberían tener una materia/cátedra/espacio sobre educación audiovisual; un imperativo que nadie atiende y que es de suma urgencia si tenemos en cuenta que los hábitos de consumo se han transformado y los puentes de acceso a la información y al ocio se dan mediante dispositivos electrónicos. Las tizas y los pizarrones, mientras tanto, permanecen como íconos de una educación anquilosada en el más vetusto siglo 20.
Sobre la diáspora Acá y acullá (2018) es el resultado de un taller audiovisual realizado en el Colegio Armenio Jrimian de Valentín Alsina sobre el genocidio armenio. Este trabajo tiene la nobleza de su valoración de la memoria y las características de un trabajo práctico de formación. El director de este documental Hernan Khourian presenta una investigación de los alumnos hecha en sus casas. Este trabajo recopila el resultado: el registro audiovisual que cada niño grabó del relato de sus familiares, así como también las reflexiones posteriores comentadas en el aula. Diáspora, según el diccionario, significa “la dispersión de grupos étnicos o religiosos que han abandonado su lugar de procedencia originaria y que se encuentran repartidos por el mundo.” Con este punto de partida, el docente vincula un tema universal con otro particular: el origen armenio de los niños. Hernan Khourian superpone imágenes, relatos y actividades de los chicos, quienes a partir del trabajo práctico aprenden de su pasado. El ejercicio pedagógico fomenta así la recuperación de la memoria y compromete a los chicos en edad escolar con un tema que les es ajeno a su vida cotidiana. Las historias narradas por sus familiares acerca de sus antepasados sobre el genocidio armenio son terribles y sin embargo, la visión de los niños les quita el dolor al incorporar con carisma una visión esperanzadora al drama histórico. Acá y acullá es un valioso trabajo pedagógico, profundo y necesario, pero que cuenta con todas las cualidades de un ejercicio escolar, por más tratamiento visual que el director quiera impregnarle.
Más preguntas que respuestas El genocidio armenio es uno de los aberrantes crímenes de lesa humanidad que aún hoy a más de 100 años de haberse producido no tiene reconocimiento unánime y sobre el que existe una enorme capa de desinterés, tal vez por tratarse de una comunidad cuya diáspora no guarda correspondencia con algunos lugares o países como puede ocurrir con la otra diáspora más conocida, la judía. Argentina es uno de los países con mayor presencia del pueblo armenio actualmente, por eso la singularidad de este documental no guarda un nexo con algún tipo de idea de reparación histórica sino que parte de una base de pregunta sobre el porqué de la ausencia de transmisión generacional de una historia de casi un siglo, algo que motivó a su director Hernán Khourián a diseñar un taller de cine en el Colegio Armenio Jrimian, de Valentín Alsina, para que los propios alumnos no sólo tomaran conocimiento del manejo de herramientas como una cámara, un lenguaje audiovisual para transmitir mensajes, sino que generaran la inquietud en su entorno familiar para conocer algún aspecto relacionado a la identidad Armenia, a un territorio en un lugar del mundo de donde tal vez alguno de sus ancestros tuvo que escapar de la masacre del Imperio Otomano, entre otros lazos que parecen cortados de cuajo por el silencio, el desinterés por el pasado o las enormes marcas del dolor en casos de destierro tal como la diáspora armenia. La pregunta disparador sobre el olvido y la memoria se unifica al darle voz también a una escritora, tercera generación de armenios que plantea la necesidad de sembrar un presente desde el lenguaje y sin darle tanta cabida al entierro de la historia o la forma parcial en que se relata la suerte de la diáspora. Lo desaparecido necesita aparecer transformado y la memoria generar preguntas más que recordar respuestas. Pero eso solamente es un apartado de esta experiencia que involucra alumnos de primaria y secundaria para aplicar el lenguaje audiovisual como fuente de producción de contenidos, buscar la materia prima en el afuera a la vez de involucrarse con historias familiares, siempre abierto a la devolución de las demandas de ellos en materia de creación o resolución técnica. Si uno tomase las referencias que estos alumnos traen cuando se les pregunta como una de las consignas antes de pasar a la propuesta de la diáspora, causas, consecuencias, dudas, emociones y lo que surge, qué es el cine, de inmediato aparecen respuestas que tienen en común dos conceptos: espacio para compartir y familia. Quizás desde un taller de cine que es un espacio donde se comparten historias también se pueda aprender Historia, lejos de los libros de texto o las lecciones autómatas que llegan a destiempo para esta adolescencia 3.0 porque la inquietud por saber siempre se produce cuando menos se la fuerza o intenta al menos trazar una línea entre lo real y lo imaginado. ¿Se puede olvidar el olvido? ¿se puede estar sin estar? ¿se puede pertenecer a un lugar que jamás se conoció? Sea acá o acullá, siempre que existan más preguntas que respuestas y documentales de tanta creatividad expuesta como este nada es imposible.
Alumnos reflexionando sobre la memoria y sus linajes son la propuesta de este documental que lamentablemente no logra trascender su origen y presenta un resultado realmente de baja calidad que termina traicionando su idea fresca de que los jóvenes reflexionen sobre su identidad.
A partir de un taller que dictó en el colegio Jrimian en 2015, cuando se conmemoraron los cien años del genocidio armenio, Hernán Khourian armó este documental que reúne los registros audiovisuales de varios alumnos que grabaron los testimonios de sus familiares. Central a esos relatos es el concepto de diáspora, una dispersión que fue producto de la deportación forzada impulsada por Turquía durante la Primera Guerra Mundial. Se calcula, además, que entre 1915 y 1923 fueron asesinadas un millon y medio de personas. Khourian trabaja con mucha imaginación, superponiendo imágenes para tejer una densa amalgama que une un pasado doloroso con un presente en el que persiste la memoria.
“Acá y acullá”, de Hernán Khouiran Por Mariana Zabaleta La imaginación es una facultad compleja, escurridiza. Este ensayo audiovisual encara la complejidad de dicha facultad como un tratamiento, el ensayo que sana. El genocidio Armenio es una herida acallada a fuerza de apatía, el silencio se instaló como dinámica de su comunidad. ¿Cómo acercarse a tan espinosa reliquia? Hernán Khouiran reflexiona junto a Ana Arzoumanian sobre este estado de situación, se animan a la destrucción del continúo entendiendo que el ejercicio de la memoria es lúdico. Para ello trabaja con la “cuarta generación”, la parte más joven de la comunidad. Mediante el ejercicio en el aula los chicos y chicas del Colegio Jrimian parecen encontrar definiciones cerradas acerca de la Diáspora. En ese preciso instante la fisura se señala, la tensión entre lo comprendido y la memoria hace estallar el continuo por el propio peso de un pasado encriptado. ¿Quiénes mejor que los chicos para romper con lo miserable de la reliquia? Entonces la imagen se resignifica ardiendo, fotos familiares, el instante de la pregunta y el posterior relato de los padres y ancianos de la comunidad se encuentran encauzados bajo la mirada atenta y juvenil. Un ejercicio planteado desde el aula trasgrede los muros de la escuela y dispara directamente a la propia comunidad. Como un bumerang las imágenes y textos encendidos, superpuestos, construyen un no-lugar mucho más ameno. Desde allí, desde “ningún lugar” múltiples idiosincrasias sobreviven como fragmentos, juegos de desequilibrio y compensación. Una imagen que “toca lo real” ejercitando la imaginación colectiva. ACÁ Y ACULLÁ Acá y Acullá. Argentina, 2019. Guion y dirección: Hernán Khouiran. Duración: 65 minutos.
El genocidio armenio, como cualquier acto aberrante perpetrado contra la humanidad, necesita de la concientización y el debate para no caer en el olvido. Lo que hace Acá y acullá es reflejar cómo en una escuela armenia de Lanús, a partir de un taller de cine que da el director de la película, a alumnos de variadas edades y hasta pensamientos, hace reflexionar a ellos sobre lo acaecido entre los años 1915 y 1917. ESPECTÁCULOS SUSCRIBITE Buena Crítica de “Acá y acullá”: Con el valor del recuerdo Lo testimonial es lo que prima en este trabajo experimental sobre alumnos de un colegio y el genocidio armenio. Los chicos y el genocidio armenio. En un taller escolar. PABLO O. SCHOLZ 24/04/2019 - 17:56 Clarín.com Espectáculos Cine Cine DocumentalSpotGenocidio Armenio El genocidio armenio, como cualquier acto aberrante perpetrado contra la humanidad, necesita de la concientización y el debate para no caer en el olvido. Lo que hace Acá y acullá es reflejar cómo en una escuela armenia de Lanús, a partir de un taller de cine que da el director de la película, a alumnos de variadas edades y hasta pensamientos, hace reflexionar a ellos sobre lo acaecido entre los años 1915 y 1917. NEWSLETTERS CLARÍN En primera fila del rock | Te acercamos historias de artistas y canciones que tenés que conocer. TODOS LOS JUEVES. Recibir newsletter Por ello el valor de este trabajo documental. Porque les pide a los niños que indaguen en sus propias familias, que averigüen y que lleven ese material al taller. Los más pequeños parecen no tener mucha idea, son los alumnos de los cursos más avanzados los que sí saben, y son los adultos los que cargan de emotividad al filme, por sus contactos de manera más directa con el genocidio. Y está el tema de la memoria, de cómo puede disiparse y cómo debe mantenerse encendida. Pero si nos basamos en la manera en la que está armado, con imágenes yuxtapuestas, y distintas ventanas en la pantalla, el efecto de novedad y sorpresa se termina pronto, y más que ayudar a prestar atención a lo que se ve y escucha, logra el efecto contrario. La experimentación –no es éste un documental digamos convencional, aunque tenga las ya famosas “cabezas parlantes”- sumada a la yuxtaposición antes mencionada, paradójicamente, no suma para facilitar el mensaje.
Este documental es el resultado de un taller de cine que Hernan Khourian dictó en el colegio armenio Jrimian en 2015, al recordarse los 100 años del genocidio de ese pueblo. Un objetivo loable porque los problemas de la conservación de la memoria están atravesados por el silencio doloroso, la necesidad de regenerarse y empezar de nuevo, dejando las ataduras del pasado como supuesto impedimento, y las nuevas generaciones que se enfrentan a algo más que los discursos que inevitablemente repiten conceptos a través de los años. Por un lado un lenguaje multimedia, que puede abrumar, pero que seguramente fue el gancho de un medio común a los más chicos, aunque su utilización constante atenta contra lo que se quiere decir. Por el otro las reflexiones de Ana Arzoumanian, una ex alumna y por sobre todo las frescas e interesantes opiniones de los alumnos del secundario frente a la palabra “diáspora” y frente a los testimonios de sus propias familias. Sin dudas esta es una experiencia rica para los que participaron y para quienes vean el resultado de este buen trabajo.
“Habría que desenterrar la tierra” La fecha de estreno de la nueva película del docente y realizador platense es todo menos casual: un día después del 24 de abril, fecha en la cual el calendario nacional fija el “Día de acción por la tolerancia y el respeto entre los pueblos”, recordatorio del inicio del genocidio armenio en el año 1915, con la detención del primer par de centenares de habitantes de ese origen en la ciudad de Estambul. Pero Acá y acullá dista mucho de ser un documental formalmente clásico; mucho menos una conmemoración oficial del Gran Crimen. El director de Las sábanas de Norberto no recurre a la voz en off o al material de archivo y todo aquel espectador que pretenda encontrarse con contextos políticos, cifras y datos históricos deberá echar mano a otras fuentes. El origen de la película no es otro que un taller cinematográfico dictado por el realizador en un colegio armenio (aunque abierto a toda la comunidad) de Valentín Alsina, hace exactamente cuatro años, cuando se cumplió un siglo del comienzo del exterminio. “Habría que desenterrar la tierra”, afirma la escritora argentina Ana Arzoumanian –y ex alumna de esa institución– cerca del final del viaje. La referencia es a una anécdota personal ligada a un viaje al país de sus ancestros, pero puede extenderse de manera metafórica al que posiblemente sea el tema central de Acá y acullá: la construcción personal y colectiva de la memoria, con sus laberintos y callejones sin salida, sus imágenes concretas y tangibles y sus fantasmas difíciles de exorcizar. Las palabras de Arzoumanian se escuchan en más de una ocasión a lo largo de la proyección, su voz y su rostro disueltos u ocultos entre otros planos visuales y sonoros, procedimiento con dejos godardianos (del Godard videasta) que Khourian utiliza de manera constante, como si se tratara de un palimpsesto audiovisual que remitiera formalmente a la propia temática del film. ¿Qué saben los chicos de sexto año de primaria sobre el genocidio, tanto los que pertenecen a la comunidad armenia como los que no? ¿Qué piensan sus padres y sus abuelos, aquellos que recibieron de primera o segunda mano la trasmisión de los recuerdos? El trabajo concreto del taller –la investigación intrafamiliar y comunitaria, el proceso de construcción de un guion– es reconvertido por el realizador en material para su propia película, que incluye algunas de las entrevistas realizadas por los alumnos. Algunas viejas fotografías en blanco y negro conservadas por familiares de sobrevivientes son desempolvadas y exhibidas en clase como parte del proyecto. “¿Qué es el cine para vos?”, escribe bazinianamente un chico en un papelito, antes de que Khourian proyecte un fragmento de un film de Flaherty. Sobre el final, algunos de los alumnos responden a la simple pregunta “¿cómo te imaginás Armenia?”. Las respuestas van de lo aprendido por la fuerza de la costumbre (el Monte Ararat como símbolo máximo) a lo imaginativo y sorprendente, en un cierre que refuerza uno de los conceptos centrales de la película: en palabras de Arzoumanian, la imaginación como práctica primordial “para hacer aparecer lo humano”.
La fecha de estreno de esta película es en la misma semana del aniversario 104 del Genocidio armenio, en el calendario el “Día de acción por la tolerancia y el respeto entre los pueblos”. Acá y acullá es un documental que cuenta una experiencia fascinante. Un taller de cine en el colegio armenio Jramain de Valentín Alsina, incluye como trabajo la exploración de las las historias de los familiares de cada uno de los alumnos. El centro es la diáspora armenia durante el genocidio. El docente y realizador Hernán Khouiran les enseñas Jonas Mekas y Robert Flaherty, entre otros genios del documental y con esas –y posiblemente muchas otras- inspiraciones se va armando un documental no clásico, con muchas ideas y también varios momentos de emoción. El taller parece brillante, la película está un paso por detrás de un documental de calidad cinematográfica, aunque si se lo piensa está mil veces por encima de cualquier experiencia docente en colegios. Una vez más recordemos la fecha: 24 de abril, día en el que se recuerda el comienzo del Genocidio Armenio.
Tres colectividades de inmigrantes se reflejan en otros tantos documentales estrenados esta semana. Sorprende “La experiencia judía”, donde Miguel Kohan va de la tierra de los gauchos judíos hasta Jodensavanne, en Surinam, Sin Eustatius, del archipiélago de las Barlovento, y otros lugares recónditos del continente donde nadie imaginaba que también hubiera aldeas judías, incluso judíos negros, con historias interesantísimas por todos lados. “Lo nuestro no es un árbol genealógico. Es una enredadera”, bromea el gaucho Hugo Arcusin, que también recuerda orgulloso el viejo dicho de sus paisanos: “Sembramos trigo, cosecha- mos doctores”. Otra clase de recuerdos aparece registrada por los chicos de una escuela armenia cuando preguntan, en sus hogares, de qué modo sobrevivieron los bisabuelos al genocidio. La memoria familiar se va perdiendo, y con ella también la historia de la Diáspora, observa uno de los alumnos mayores, mientras los demás juegan alegremente en el patio y la escritora Ana Arzomaunian se pregunta por el futuro del “armenio occidental”. “Acá y acullá”, es el trabajo, surgido de un taller escolar de cine a cargo de Hernán Khourian. ¿Y cuál será el futuro de los senegaleses sudamericanos? En “Estoy aquí (Mangui fi)”, de Bramuglia y Tabacznik, vemos a dos muchachos de suerte diversa. Uno patea la calle desde hace 5 años vendiendo imitaciones, y ahora piensa mudarse a Brasil. Pero antes visita unos días su tierra de gente amable, de puertas abiertas, de pobreza crónica. Otro enganchó una novia porteña y trabaja como traductor en la Defensoría del Pueblo. Hermosos, el casamiento birracial, y las ceremonias alegres, coloridas, en la mezquita de los africanos. Hay unos chiquitos motudos corriendo por ahí. Son los nuevos argentinos.
En el centenario del genocidio armenio, un taller de cine en un colegio de esa colectividad es la excusa para ver cómo se conserva la historia y se la reconstruye. Es probable que el lector no conozca a Hernán Khourián, un más que interesante (es bueno además, aquí no usamos “interesante” para tirar la pelota afuera) realizador argentino volcado a lo experimental y lo documental. Aquí, además, toca sus raíces: en el centenario del genocidio armenio, un taller de cine en un colegio de esa colectividad es la excusa para ver cómo se conserva la historia y se reconstruye o construye la historia.
LOS EJERCICIOS DE LA MEMORIA En 2015, al cumplirse cien años del genocidio armenio, el cineasta Hernán Khourian realizó un taller de cine con alumnos del nivel primario y secundario del colegio Jrimian de Valentín Alsina a donde concurren jóvenes de aquella comunidad. El objetivo era que los propios chicos profundicen en la búsqueda de sus raíces y en los hechos trágicos que atravesaron sus familiares, con la aprehensión de términos como diáspora, pero que fundamentalmente piensen ese fenómeno personal y universal que es la memoria. El cine es tal vez el arte que permite un diálogo más fluido con la memoria, y de aquel ejercicio escolar surgió este documental, que es una suerte de fresco en el que una multiplicidad de miradas y voces se enfrenta a los recuerdos y a la angustia de su posible extinción. Con inteligencia, Khourian reproduce su trabajo sin un emprolijamiento formal que adoctrine y organice las voces, y utiliza recursos del documental moderno y experimental para asimilar ese caos en que puede convertirse el aula escolar cuando la curiosidad convoca a la energía y la imaginación de los chicos. En Acá y acullá los chicos entrevistan a sus familiares, interrogan a sus padres y abuelos sobre qué saben del genocidio armenio a mano de los turcos, qué recuerdan, qué les contaron. Los testimonios nunca toman centralidad, sino que forman parte del estímulo audiovisual que propone Khourian: una fusión entre imágenes y voces que representan una de las nociones fundamentales del documental, la idea de que la memoria es algo individual que se entrelaza con otras memorias para construir algo universal y general. Así como los adultos transmiten a los jóvenes su conocimiento, serán los propios chicos los que volverán a ser comunicantes de un saber general hacia el futuro. Claro, la angustia aparece cuando ese conocimiento se ve limitado, cuando los datos del pasado comienzan a ser difusos, como en el caso del chico que se pregunta cómo ejercer la memoria cuando la salud de su abuelo impide la transmisión correcta de aquellos episodios. Ahí surge la duda sobre si la memoria no es algo finito, pero se fortalece la idea de lo general y su necesidad. Khourian no inhabilita ninguna idea ni forma de acercarse al objetivo. No adoctrina la imaginación de los pibes ni la ciñe a saberes institucionales. Sin embargo, a partir de una entrevista con la poeta Ana Arzoumanian aparece la mirada adulta que complementa el discurso más amplio y disperso de los jóvenes. Pero la presencia de Arzoumanian es más interesante si pensamos que ella misma fue alumna de este colegio, y es indudable que funciona como un puente generacional, además de formar una espiral temporal inagotable. La semilla plantada en los alumnos de hoy puede convertirse en la reflexión sobre la comunidad armenia de mañana, representada en Arzoumanian. Una reflexión que, además, se permite cuestionar decisiones institucionales y resaltar la importancia de que la memoria se complete, incluso, con aquellos detalles del horror, que nos interpelan sobre nuestro pasado y nos fortalecen como comunidad. Porque si Acá y acullá tiene un gran mérito es el pasar sin transiciones de un “ellos” a un “nosotros”, de volver general algo particular como el genocidio armenio, y pensarnos también a nosotros en relación a nuestra memoria aunque no pertenezcamos a la comunidad armenia.
Con un punto de vista mucho más liviano de lo acostumbrado en estos casos, se trata un hecho histórico que conmovió al pueblo armenio en 1915, el realizador Hernán Khourian aborda el genocidio armenio en manos del ejército turco qué, dicho sea de paso, nunca fue reconocido por ellos mismos, desde la mirada de los alumnos de la escuela primaria Jrimian, ubicada en Valentín Alsina. Allí, enmarcado dentro de un taller de cine realizado en 2015, conmemorando el centenario, los chicos participan activamente del documental. Opinan del pasado de sus ancestros, y también el director les encarga la tarea de entrevistar a sus familiares para que cuenten lo que saben de sus antecesores, de quienes murieron, o los que se escaparon y huyeron a otros países, y de qué manera. De tanto en tanto aparece en pantalla Ana Arzoumanian, que hace un tiempo escribió un libro sobre el tema y durante la película cuenta lo ocurrido en tierra armenia, como así también la diáspora provocada por los turcos. Como recurso estético el director superpone imágenes un tanto traslúcidas, que considera importantes, sobre otras que generalmente son del alumnado. Algunos de ellos aportan fotos familiares, pero no se completa con imágenes de archivo o canciones típicas de la colectividad. Así, entre morisquetas de los chicos, se narra una parte importante de la historia mundial, donde se alternan opiniones infantiles con las de los adultos sin profundizar demasiado, conformando un collage variopinto, desparejo y aséptico.