Al igual que otros héroes anónimos, el procurador general alemán Fritz Bauer fue reivindicado tiempo después de su muerte. A mediados de los años 50, en su rol de jefe de los fiscales, inició una quijostesca investigación sobre el paradero del tristemente célebre Adolf Eichmann, oficial del SS y responsable de la deportación masiva de judíos. Bauer había recibido la información de que Eichmann estaba viviendo en Argentina y decidió rastrearlo y llevarlo a juicio a como de lugar, cosa que logró, pero su propósito no contó en su momento con el apoyo estatal. De ahí que a la película inspirada en su caso le sienta mejor como título la traducción del original Der Staat gegen Fritz Bauer (El Estado contra Fritz Bauer) que su "bautismo" local Agenda secreta. Encarnado por Burghart Klaubner (con un sorprendente aire al escritor Ricardo Piglia), el Bauer de Lars Kraume es un viejo zorro de las leyes, tan astuto como mañoso. Su condición de judío y socialista le basta para estar enfrentado al poder de turno, que, a más de diez años del fin de la Segunda Guerra Mundial, todavía parece mirar con nostalgia al nazismo y se niega a colaborar en la búsqueda de Eichmann. Bauer sólo contará con la ayuda de Karl Angermann (Ronald Zehrfeld), un fiel fiscal al que aprecia, quizás por ciertas preferencias en común que no conviene develar. Juntos, desafiarán al sistema judicial alemán y recurrirán al Mossad, jugándose no solo el cargo sino también el pellejo. Apoyado por la sólida pareja protagónica (el maestro y el alumno), el film oscila entre las convicciones y la burocracia que impide llevarlas adelante. Es cierto que las pistas que recibe Bauer respecto a Eichmannn son algo endebles (una carta proveniente de nuestro país y un presunto cambio de identidad), por lo que el guión se esfuerza en otorgarles la verosimilitud necesaria para que la trama no pierda vigor. La película también le da espacio a la vida personal de Angermann, que se sacrificará en beneficio de la investigación (habrá que remitirse a los hechos reales para verificar esas circunstancias) Una curiosidad respecto a la elección de las locaciones. Antiguos vecinos de la zona norte de Buenos Aires podrán dar fe de que en esa época el lugar donde se ocultaba Eichmann era poco más que campo, pero, ¿una playa en San Fernando? (quizás haya una confusión con Villa Gesell, donde también se afirma que hubo desembarcos nazis). Si se omiten esas observaciones (proclamadas, claro está, desde nuestro país), Agenda secreta es una película correcta, tanto desde lo político como de lo estético, que no descolla, pero que recupera una figura fundamental para que en Alemania rija la justicia.
Llega el estreno de Agenda secreta, la nueva película de Lars Kraume. Un año después del estreno de la muy comentada Laberinto de mentiras, llega un nuevo relato sobre el encubrimiento Alemán de la post guerra y la obsesión de un fiscal por desenmascarar la conspiración. En este caso, es la historia del procurador general Fritz Bauer, un judío homosexual que salvo su vida gracias a traicionar sus ideales, y que una vez vuelto a Alemania, está decidido a llevar a juicio a todos los nazis que pueda. Claro que lo que va a encontrar es a un sistema político y judicial conformado por todos ex SS que harán lo imposible para que la verdad no salga a la luz. Tal como sucedió con su antecesora, el tema que trata Agenda secreta es de tan vital importancia que su construcción y las decisiones del relato terminan siendo anecdóticas, al tiempo que la resolución del conflicto es lo que el espectador va a focalizar. Desde la apuesta del director, la reconstrucción de época es sin duda el más logrado aspecto de este film. Escenarios, vestimenta y hasta la forma de filmar, remiten a finales de la década del 50. Solamente la música, una mezcla de jazz y cabaret, queda descolocada en un relato que es por todos lados, muy prolijo. Burghart Klaussner encarna a Bauer de manera magistral, poniendo en el personaje toda la carga de la época, la determinación, pero también el pesar de una vejez prematura causada por el desasosiego y el horror vividos. Lo acompaña con una muy buena actuación Ronald Zehrfeld, a quien vimos protagonizando Barbara y Ave Fenix ambas de Christian Petzold, quien interpreta a Karl Angermann, un empleado del sistema judicial que encuentra en Bauer un guía, no solo para su carrera laboral sino también, para su complicada vida sentimental. Agenda secreta es complejo, extiende demasiado su argumento y termina complicando mucho la trama, a veces en detrimento del ritmo y la atención del espectador, pero nuevamente, es la importancia de la historia narrada lo que va a interesar al público.
El caso Fritz Bauer Agenda secreta (Der Staat gegen Fritz Bauer, The People vs. Fritz Bauer, 2015) es la última producción del alemán Lars Kraume, cineasta con trayectoria nacional ya bastante amplia. A pesar de una estética (tal vez demasiada) clásica, este biopic tiene el mérito de cumplir con una función informativa de alto vuelo y sin nunca caer en la apología a todo precio de su protagonista. Doce años después del fin de la guerra, Alemania está luchando contra las fantasmas de su pasado. Fantasmas en realidad bien presentes ya que algunos de los altos responsables del Holocausto todavía siguen libres, la mayoría escondidos a fuera del país. Fritz Bauer, fiscal general, tiene la tarea de investigar a estos jefes nazis con el objetivo de llevarlos a juicio. Lo difícil es que el gobierno de entonces (muy influenciado, según la película, por los servicios secretos) aunque democrático, no colabora mucho a esta búsqueda de justicia. Podrido desde el interior, el Estado alemán sigue conservando los mismos asesinos a su cabeza. Es contra esta situación que Bauer se levanta y esa será por lo tanto la intriga. Centrar el guion sobre el personaje del fiscal general tiene algo muy valiente en sí, ya que la película decide mostrar el tras bambalina: la búsqueda, la investigación, las preguntas éticas. Es decir lo que precede y lleva al momento clave del juicio. Lejos de ser pintado como héroe, Bauer es visto antes que todo como hombre, con sus luchas internas, sus demonios y sus complejos, lo cual despierta en el espectador una sensación de cercanía, hasta se podría hablar de un personaje casi cómico, sus réplicas siendo teñidas de cierto humor incisivo. Su búsqueda de justicia se cruza con una voluntad marcada de cuidar el futuro de Alemania, que “tiene que lidiar con su pasado”. Es esta voluntad en la cual se inserta su caza solitaria a Adolf Eichmann, escondido en la Argentina, lo que constituye el hilo conductor de la acción. Esta batalla caótica está representada por contraste por una fotografía, y una estética en general, muy prolija. Los planos son fijos y cuidados, acercándose de la estética de Ave Fénix (Phoenix, Christian Petzold, 2014), película alemana que ocurre también en la Alemania de los 50’s. La luz en particular, cálida, tamizada, da un efecto teatral a algunas escenas, y viene contrariando la violencia de la intriga. Sobre todo las secuencias de noche, como las que ocurren en el cabaret. De hecho, el lugar del cabaret, como espacio de marginalidad y transgresión, es clave. En efecto, en una sociedad alemana postguerra donde las reglas de vida son todavía muy rígidas, viene a señalar la absurdidad de esta época donde la gente se tiene que esconder para poder vivir su sexualidad, pero donde los asesinos están protegidos por el Estado. Lo placentero para el espectador es que sin que el Bauer de la película lo sepa, aunque pierda una batalla, está preparando el terreno para los históricos juicios de Núremberg, dando un sorprendente aspecto anacrónico a la relación entre el protagonista –ficticio pero real- y el espectador.
Un incansable cazador de nazis El título original no es caprichoso, responde estrictamente al contenido de este film que, con algunas libertades, retrata al fiscal general del estado de Hessen, el abogado alemán Fritz Bauer, y la larga incansable lucha que llevó adelante con el propósito de colocar ante la justicia a muchos de los principales responsables de la deportación y exterminio de innumerables judíos durante la negra noche del nazismo, y al mismo tiempo muestra el clima político e intelectual de la sociedad germana de la posguerra, en las décadas del 50 y el 60, cuando todavía perduraba el racismo y eran muchos los enemigos que habían logrado permanecer infiltrados en los diversos círculos del poder. Era, pues, él, buscador de justicia, versus quienes preferían el silencio, o el olvido. No lo guiaba el espíritu de venganza sino la voluntad de infundir en las generaciones más jóvenes la necesidad de asumir su identidad y confrontarse con un pasado que desconocían y que los mayores preferían olvidar a pesar de que las huellas del régimen nazi estaban extendidas por toda Alemania. Bauer (encarnado por el excelente Burghart Klaussner) fue un personaje decisivo sin cuya participación muchos de los procesos que juzgaron a criminales de guerra no habrían podido concretarse. El más famoso de todos ellos fue el que llevó al descubrimiento del paradero de Adolf Eichmann en la Argentina, su captura (o secuestro) y su posterior enjuiciamiento y ejecución en Israel, ya que en ese complejo procedimiento, a falta de la colaboración de la CIA y de los organismos de espionaje alemanes (probablemente temerosos de que los posibles enjuiciados mencionaran sus nombres y destaparan sus pasados en las SS), intervino el servicio secreto israelí. ("A veces -se justifica en el film cuando confía información confidencial al Mossad- para beneficiar a la patria hay que traicionarla". El guion, se ha dicho, toma sus libertades. Incluso incorpora un personaje -el del joven fiscal Karl Angermann (Ronald Zehrfeld), indispensable y leal colaborador del protagonista, aunque no dueño de la misma aconsejable discreción- seguramente para extrapolar a través de él la presunta condición homosexual de Bauer, según revelaban archivos policiales sobre una antigua detención registrada muchos años antes en Dinamarca. Esa imaginada secreta vulnerabilidad (la homosexualidad siguió siendo severamente penada en Alemania hasta mucho después del fin de la guerra) también fue utilizada por los que se oponían o desacreditaban las investigaciones del judío Bauer. Un añadido que puede ser útil en términos narrativos, pero no agrega demasiado a la historia, a pesar de contar con una cuidada interpretación del carismático Zehrfeld, a quien hemos visto en Ave Fénix. El sólido trabajo de Kraume no exhibe demasiada originalidad en su construcción, pero se sigue con sostenido interés hasta el final y además luce una muy cuidadosa ambientación de la época.
A la caza de un nazi Un valioso testimonio histórico que deja en segundo plano las flojas tramas secundarias del filme. La batalla que el fiscal general Fritz Bauer libró para juzgar al nazi Adolf Eichmann es la llave de Agenda secreta para recrear el clima político de la Alemania occidental a fines de la década del ‘50. Claro que la película pretende ser también un homenaje a este hombre que luego fuera uno de los grandes artífices de los procesos de Auschwitz. Pero aquí damos con la mirada alemana sobre la búsqueda judicial de un nazi y las contradicciones y miserias que esa investigación desataba en el país gobernado entonces por el canciller Konrad Adenauer, en plena Guerra fría. La película recurre a un metalenguaje curioso para narrar la lucha casi solitaria de este hombre. Vemos en la escena inicial a Bauer casi muerto en la bañera de su casa. La imagen es un anticipo de lo que le ocurriría diez años después, cuando muera de esa manera. Pero más allá de los guiños, de las historias paralelas que entreteje el director Lars Kraume, también guionista, resulta muy valiosa la perspectiva con la que se encaran los hechos. Hechos que por cierto involucran a nuestro país, ya que a nadie escapa que Eichmann se escondió y fue capturado luego por el Mossad en la Argentina. Es conocida esa historia. La de Eichmann celebrándose culpable del exterminio de judíos en una entrevista con Willem Sassen en Buenos Aires, escriba del panfleto nazi Der Weg. Por cierto, la película vincula a Sassen con Perón, pero nada de esto es eje del filme. La mayor denuncia de la película, de hecho planteada en aquel entonces por Bauer, es contra sus colegas, su entorno cercano, el propio gobierno. “Nadie, de Bonn a Washington, quiere un juicio a Eichmann”, dirá. Toda la trama gira alrededor de esa confrontación, desatada en sus propias oficinas, que todavía están llenas de nazis. Hay un conflicto generacional allí. Y hay una lectura, tal vez benevolente, de su relación con el Mossad, la única vía que encontró para capturar a Eichmann. La exagerada edad del protagonista (adrede para confrontar el tema generacional) y varios lugares comunes en el vínculo con el joven y fiel fiscal que lo secunda en su batalla, atentan contra la historia mayor, que al final se impone. La infelicidad, el aislamiento de un hombre valiente enfrentando los resabios de la jerarquía nazi, buscando justicia con pocas armas y muchas ideas como ésta: “Se pueden tener leyes, pero lo que necesitamos es gente que viva con ideas democráticas”.
Sólido thriller político sobre Adolf Eichmann Los hechos que aquí se narran son ciertos. A sólo 12 años del fin de la Segunda Guerra Mundial, en tiempos del Milagro Económico y la política de reconciliación nacional del canciller Konrad Adenauer, el fiscal general Fritz Bauer pretendía que los tribunales de su país se hicieran cargo de rastrear, mandar arrestar y juzgar a unos cuantos nazis. Pero los tribunales, y la sociedad en general, pretendían mirar para otro lado. Así las cosas, cuando él halló la pista de un pez gordo, y advirtió que los servicios secretos alemanes evitarían su pesca, decidió pasarle el dato a los servicios secretos israelíes. Estamos hablando del caso Adolf Eichmann, secuestrado y sacado ilegalmente de la Argentina en 1960, juzgado y colgado públicamente en Israel en 1962, sin siquiera devolverle el cuerpo a los familiares. En su momento, la localización de Eichmann se atribuyó pura y exclusivamente a Simon Wiesenthal. De haber probado su infidencia, los alemanes habrían juzgado a Bauer por traición. Precisamente, el título original de esta película es "Der Staat gegen Fritz Bauer", el Estado contra Fritz Bauer. Y lo que vemos son los entretelones de una interna que abarca a exnazis reubicados por todas partes, incluyendo al propio Hans Globke, mano derecha de Adenauer, secretos de los gobiernos alemán y norteamericano, que no querían destapar ninguna olla, rarezas del Gobierno israelí (Ben Gurion propició la compra de armas a Alemania), etc. Como un conflicto lateral que influye en la trama, se agregan aquí las orientaciones sexuales de un ayudante desorientado que arriesga caer entre las piernas de un travesti (para satisfacción de Seguridad del Estado). Esto último suena ficcional, puesto para crear suspenso y atraer más público. Pero casi todo lo demás se acerca bastante a los hechos históricos, con alguno que otro nombre cambiado, igual que nuestro paisaje rioplatense. En síntesis, película interesante, bien llevada y muy bien actuada, con el veterano Burghart Klaussner a la cabeza (Harald Ott en "El puente de los espías"). Guión, Lars Kraume, también director, y Olivier Guez, novelista y periodista francés. Para quien quiera ver otra sobre aquel conflicto, se recomienda "Laberinto de mentiras", de Giulio Ricciarelli. Y para quien quiera investigar sobre nazis en la Argentina, Wilhelm Sassen y el mensuario "Der Weg. Revista de Cultura y Reconstrucción" existieron de veras.
El último de los hombres justos El procurador general Fritz Bauer fue el único alemán interesado en capturar a Adolf Eichmann cuando se encontraba prófugo en Argentina. El film de Kraume evita los clichés del thriller para profundizar en un retrato crítico de la Alemania de posguerra. No sólo el Mossad siguió de cerca los pasos de Adolf Eichmann en Argentina, a fines de los 50, comienzos de los 60. También lo hizo el procurador general del Estado alemán de Hesse, Fritz Bauer. Aunque su participación en la detención del máximo responsable de la “solución final” del nazismo no se conoció hasta varias décadas más tarde. Curioso destino, la clandestinidad, para el intento de captura, por parte de un alto funcionario del Estado, de uno de los mayores criminales de guerra del nazismo. Esa amarga circunstancia es la que narra Agenda secreta, film alemán que participó de los festivales de Locarno, Toronto y Berlín. La película dirigida por Lars Kraume sigue la investigación de Bauer desde el momento en que recibe una carta desde la lejana Buenos Aires, avisándole que un delgado vecino de anteojitos de la localidad de San Fernando no es otro que quien tres lustros antes planificó el envío sistemático de los trenes de la muerte a los campos de exterminio del Reich.Nadie parece interesado en capturar a Eichmann. Las autoridades alemanas, por una combinación de complicidad y cola de paja. Los israelíes, porque prefieren combatir a los árabes antes que a los nazis. De raigambre judía y socialista, el sesentón Fritz Bauer parece el único ser sobre la tierra dispuesto a seguir las pistas hasta el último confín (léase: Argentina) y traer de allí a aquél en quien Hannah Arendt verá la representación perfecta de la banalidad del mal. Habituado a abrir el correo y recibir amenazas de muerte, Bauer (Burghart Klaussner) es lo que la Torá llamaría el último de los hombres justos. El Secretario de Estado, Hans Globke, es un ex SS que cuenta con un informante en las oficinas de Bauer y que obligará al Procurador a moverse entre sombras.Que Globke sea Secretario de Estado hace que la máxima autoridad del país, Konrad Adenauer, no mueva un dedo para atrapar a ningún criminal de guerra: cualquiera que caiga podría denunciar a Globke, haciendo caer detrás de él a todo el gobierno como efecto dominó. Bauer tiene de su lado a un único escudero fiel, el fiscal de Estado Karl Angermann (Ronald Zehrfeld, coprotagonista de Bárbara y Ave Fénix, de Christian Petzold), que comparte con él cierto secreto íntimo que da lugar a una subtrama de clandestinidad sexual. Ésta deja claro que la Alemania del “milagro” no sólo escondía sucias complicidades con el nazismo en sus más altas esferas, sino la existencia de un estado policial-moral, capaz de perseguir, chantajear y detener a un ciudadano por sus preferencias sexuales.En versión Hollywood, Agenda secreta pondría el acento sobre los elementos de thriller: las amenazas sobre Bauer, la jadeante intensidad de la búsqueda de Eichmann, la persecutoria vigilancia de Globke sobre el protagonista, el cerco tendido sobre su ayudante. A Kraume le interesa más ver a través del caso Bauer-Eichmann en sí, en escorzo, la posguerra alemana in toto, con una soterrada herencia del nazismo de tal peso que el único modo en que la clandestinidad, la “traición a la patria” incluso, resultan las únicas vías con que cuenta un funcionario oficial, socialista y judío, para investigar a uno de los más notorios criminales de guerra del régimen caído.
El mundo contra mí La historia del fiscal Fritz Bauer, que persiguió a los jerarcas nazis tras la Segunda Guerra Mundial, narrada lejos del bronce. El fiscal alemán Fritz Bauer fue uno de los máximos referentes de la batalla por sentar en el banquillo de la justicia a los jerarcas nazis desparramados por el mundo después del fin de la Segunda Mundial, entre ellos el devenido argentino Adolf Eichmann. Lo hizo enfrentándose no sólo al poderío y los voluminosos contactos de esos hombres, sino también a un Estado poco dispuesto a mirar hacia su pasado reciente. La acción de Agenda secreta transcurre en los años ’50, con las heridas del Holocausto todavía en carne viva tanto en la sociedad con en las altas esferas de poder. No por nada los servicios secretos rehuyen a cualquier investigación, lo que coloca a Bauer en una posición incómoda, a contramano de la voluntad de varios de sus superiores. El film recupera la gesta de aquel abogado mostrando cómo dio con Eichmann, además de los debates morales y éticos a la hora de hacer su trabajo. Así, el realizador Lars Kraume deja de lado el bronce y la pátina heroica de la gesta para convertir al protagonista en un hombre frágil y por momentos dubitativo y temeroso, y a su película en una interesante aunque demasiado prolija y gélida aproximación a las consecuencias del nazismo.
Un hombre valiente La película se centra en la figura de Fritz Bauer, el fiscal general de que probó que Adolf Eichmann estaba en la Argentina. El nombre del criminal nazi Adolf Eichmann se ha vuelto una especie de símbolo en Occidente. Cimentó la leyenda de la eficacia del Mossad, el servicio secreto israelí que lo secuestró en la Argentina en 1960, e inspiró el concepto de "banalidad de mal", creado por Hannah Arendt cuando cubrió el juicio en Jerusalén para la revista The New Yorker en 1961. Mucho menos conocida -fuera de Alemania donde se lo considera un héroe nacional- es la intervención de Fritz Bauer, la figura central de Agenda secreta, el fiscal general de que probó -en secreto- que Eichmann estaba en la Argentina y posibilitó su captura. La película dirigida por Lars Kraume se centra en ese episodio de la vida de Bauer y muestra la compleja trama de intereses políticos -nacionales e internacionales- que este tuvo que enfrentar en sus investigaciones sobre criminales nazis durante el gobierno de Konrad Adenauer (canciller alemán desde 1949 a 1963). El trabajo de Bauer fue fundamental para mantener viva en la conciencia de Alemania que el nazismo no había caído del cielo ni había sido erradicado con la derrota en la Segunda Guerra Mundial sino que sus responsables seguían ocupando cargos en el gobierno, en la policía, en la Justicia y en altos niveles de las empresas más importantes del país. Si bien se toma algunas licencias biográficas, Agenda secreta expone todos los matices del temperamento de Bauer, aunque siempre lo deja bien parado. Incluso en su relación con el fiscal que colabora con él -Karl Angermann- y cuyas peripecias conyugales y sexuales componen la zona más melodramática de la película. Agenda secreta
Deconstruyendo el nazismo Una constitución democrática no crea una república. Esa es la idea de “Agenda secreta”, premiada película sobre Fritz Bauer, fiscal general de la Alemania de posguerra, promotor de los Juicios de Auschwitz y de la captura de Adolf Eichmann, el ideólogo del exterminio nazi capturado en Argentina. Muy bien actuada (un excelente Burghart Klausner, “Puente de espías”, “El lector”) y documentada, con algunas licencias funcionales a la ficción y una puesta en escena que recrea la década del 60, el filme narra en tono de thriller -con intrigas políticias, chantajes y sexo- la compleja vida de Bauer. Judío y ex prisionero, financió con su dinero parte de la investigación que lo obsesionó: llevar a juicio a los criminales de guerra, pero, sobre todo, hacer que Alemania, empeñada en superar el trauma del Holocausto, enfrentase su historia. Bauer está ligado a otras dos películas que, cada una a su modo, enfocan el mismo tema. Una es “El lector”, ficción con Kate Winslet y Ralph Fiennes, sobre una mujer condenada en aquellos juicios, y otra, “Operación Valquiria”, con Tom Cruise. El actor interpretó a Claus von Stauffenberg, el aristócrata y militar que planeó el primer atentado contra Hitler. Fue Bauer quien en los 50 llevó a juicio a un general alemán que intentó defenestrar la memoria de Stauffenberg. Como se ve, el ex fiscal estuvo en todos los detalles.
Quiere la casualidad que en la misma semana se estrenen dos películas, diferentes entre sí, pero con una coyuntura en común, las trabas estatales frente a ciudadanos que intentan hacer bien su labor. Una es la ganadora del último BAFICI, la hindú La Acusación, la otra la alemana Agenda Secreta, de la cual hablaremos en estas líneas. Ya venimos hablando en otras ocasiones, del nuevo aire revisionista en el cine alemán actual. Aquel que durante años se negó a hablar del nazismo, o lo hizo de manera superficial, hoy se anima a punzar sobre sus errores y contradicciones históricas como Estado. El nuevo film de Lars Kraume (con una filmografía variada en estilos) se inscribe en esa línea. Fritz Bauer fue una figura reconocida de Alemania por su actividad política de resistencia durante el régimen de Hitler y su posterior labor como fiscal. Es en este segundo aspecto donde el film hace hincapié. Transcurren los años ’50, Bauer, es Fiscal en grado de jefe; y pese a todos los contratiempos, inicia una investigación para dar con el paradero de Adolf Eichmann, Teniente de la SS, responsable de la Solución Final y del traslado de judíos a los campos de concentración. Los datos dicen que Eichmann se encuentra oculto en Argentina, y el fiscal decide rastrearlo para enjuiciarlo. Pero la tarea no será sencilla, Bauer tropezará una y otra vez contra la negación del Estado Alemán para que su actividad sea llevada a cabo, hay algo enquistado que parece que más de una década después aún se encuentra en las esferas de poder. Todo héroe necesita de su coequiper, Fritz Bauer cuenta con el apoyo de Karl Angermann, fiscal más joven que Bauer, con el que entabla una suerte de relación profesor/alumno. Retomando la “forzada” comparación con La Acusación, aquí también el director decide mostrarnos cómo afecta en su vida personal, las trabas durante la investigación. En este caso, dividida en los dos personajes, sus puntos en común, y quizás más focalizada en Angermann sobre este aspecto personal. Aquí, el guión, también de Kraume, pareciera tomarse algunas libertades para enfatizar ciertos aspectos en la personalidad de los personajes, lo cual puede afectar al conjunto de la veracidad pero no afecta al resultado como film. Agenda Secreta es un film riguroso, quizás frío, y con algunos apuntes técnicos que hace que sea mejor ir con cierto background de información antes de apreciarla. La labor de Kraume es correcta tanto desde las elecciones técnicas, sobrias; como desde la dirección de actores, con la suficiente fluidez entre los personajes. Burghart Klaußner y Ronald Zehrfeld, como Bauer y Angermann respectivamente cumplen con solidez sus roles y hay entre ellos una química dinámica, justa y precisa. Cierta falta de pasión o vigor, y un ritmo más bien lento – su duración no es extensa pero se siente como tal -, sumado a algunos datos locales que no nos cierran del todo (datos imprecisos sobre nuestro país que hacen dudar de la investigación previa), descuentan en un film que se sigue con interés si bien no llega a la grandeza. Es hora para Alemania de secar sus trapos al sol, y el cine parece ser un bastión fundamental. Películas como agenda secreta quizás se aprecien mejor dentro de la localía. De todos modos, sus valores cinematográficos y el rigor con el que es llevada a cabo, redondean una propuesta interesante para quienes quieran ir más allá del entretenimiento.
Cuando el Estado debe investigarse a sí mismo Los alemanes siguen revisando su pasado de manera insistente y sistemática. El capítulo de su historia marcado a sangre y fuego por el nazismo no cesa de generarles un sinfín de interpretaciones, consideraciones, reflexiones, confesiones, críticas, autocríticas, excusas, deambulando siempre el entendimiento entre luces y sombras. Un capítulo que se niega a cerrarse y que siempre está abierto a nuevas miradas, opiniones, recreaciones, elucubraciones, que intentan explicar aquel fenómeno que tuvo a ese pueblo como protagonista. Un fenómeno que se ha erigido como único en la historia universal, por sus características, y paradigma de cuanto horror y crueldad se le pueda atribuir a la especie humana. Una mancha en la memoria colectiva de los alemanes, que siempre incomoda y perturba, y que reclama una especie de expiación a perpetuidad. El cine, la literatura, el teatro, el arte y en todas las manifestaciones culturales en general, no pueden eludir ese estigma, que se lleva como un conflicto nunca resuelto del todo y siempre vigente, ya sea explícitamente o de manera implícita. “Agenda secreta”, la película de Lars Kraume, ofrece una nueva versión de los sucesos previos a la sustanciación de los Juicios de Nüremberg, en la década de 1950 a 1960, que tuvieron como protagonista principal al fiscal general del Estado de Hessen, el abogado Fritz Bauer. Kraume presenta a un Bauer (excelente trabajo de Burghart Klaussner) como un hombre que se ha tomado en serio su trabajo de investigar los posibles crímenes cometidos por los nazis durante la Segunda Guerra Mundial. Pero, como se sabe, las dificultades a las que se enfrentaba eran muchas y muy difíciles de superar. El remanente del nazismo seguía todavía muy vivo y presente en la mayoría de las instancias estatales y en muchos ámbitos no había predisposición a contribuir ni a colaborar con esa investigación, ya que, de prosperar, se ventilarían verdades incómodas para muchas personas todavía en funciones. El Bauer interpretado por Klaussner es un hombre vulnerable, solitario, consciente de la debilidad de su posición, pero con una gran voluntad para intentar seguir adelante pese a todo. Tiene poca gente de confianza (“mi propia oficina es territorio enemigo”, dice) y aunque a veces duda y vacila, esas dos o tres personas están ahí para alentarlo a continuar. Entre sus asistentes, se destaca el joven fiscal Karl Angermann (Ronald Zehrfeld), quien resulta de gran ayuda. La obsesión de Bauer era obtener algún logro que pudiera ofrecerse a la opinión pública como fruto de sus esfuerzos y que le dé sentido a su trabajo, que estaba siempre entorpecido y atacado de manera soterrada por las mismas estructuras estatales que debían asistirlo en su tarea. Cuando tuvo información de que el criminal nazi Adolf Eichmann había sido visto en la Argentina, donde supuestamente estaba exiliado y viviendo bajo una identidad falsa, Bauer vio la posibilidad de reivindicarse ante la sociedad y ante sí mismo, y recobró fuerzas, reforzó su voluntad y encaró con decisión la búsqueda del prófugo. Para ello, no dudó en contactar con los servicios secretos israelíes, el Mossad, algo que no le estaba permitido por las leyes alemanas. Se movió con astucia, asumiendo riesgos y lo intentó todo para confirmar la ubicación de Eichmann y procurar deportarlo a Alemania para llevarlo a juicio ante tribunales de su país. Pero, como es sabido, no pudo conseguirlo ya que la misma Corte alemana no lo autorizó. Eichmann finalmente fue capturado por el Mossad, llevado a juicio en Israel y ejecutado. Y Bauer tuvo que resignarse a no poder coronar su empeño con el éxito que hubiera deseado. Sin embargo, su trabajo fue reconocido de manera póstuma, como un valioso antecedente que posibilitó los posteriores Juicios de Nüremberg. La versión que Kraume ofrece de aquellos episodios es una suerte de sinopsis de información que se da por sabida y conocida por todos, y se detiene en recrear el espíritu de la época, condimentando su relato con aspectos de la vida personal de Bauer y también de su asistente Angermann, a quienes se los tacha de homosexuales. Esta cuestión (aun no del todo confirmada por la historia oficial), al parecer, enturbió más su desempeño y complicó su tarea, ya que en esa época, la homosexualidad estaba penada por la ley en Alemania. En síntesis, “Agenda secreta” es un nuevo aporte a la eterna revisión histórica de su pasado oscuro que ofrecen los alemanes al público, para cumplir quizás con algún mandato no escrito que los obliga a la expiación recurrente de aquellas viejas culpas.
De Lars Kraume. Alemania, doce años después de terminada la segunda guerra mundial, un apasionado fiscal general quiere que los nazis vayan a juicio y se encuentra con una sociedad que los protege. Pero cuando se entera que Adolf Eichmann está en nuestro país no duda de colaborar con el Mosad, con la esperanza traerlo frente a un tribunal en Frankfurt. Clima de amenazas traiciones y lealtades.