El amigo americano Que me perdonen Oliver Stone, Caras y Caretas (el órgano cultural kirchnerista que auspicia aquí el lanzamiento de la película) y los chavistas, pero Al sur de la frontera es una película innecesaria, al menos en América Latina. Un film elemental, superficial, construido a fuerza de "grandes éxitos" (highlights) de la historia latinoamericana reciente por un director estadounidense fascinado por lo que la derecha norteamericana (con el canal Fox News a la cabeza) llama dictadores bananeros. Con un estilo a-la-Michael Moore (pero sin el humor ni la ironía de Michael Moore), Al sur de la frontera es un documental torpe, caótico y maniqueo, hecho claramente "para la hinchada". Por lo tanto, resulta incapaz de generar el más mínimo replanteo de los fervorosos adeptos bolivarianos ni de autocrítica por parte de aquellos que denostan con furia a los líderes populistas/izquierdistas como una amenaza a la estabilidad del capitalismo. El director de JFK está "enamorado" de Hugo Chávez y deja que el muy seductor presidente venezolano haga su show unipersonal. A él le están dedicadas tres cuartas partes del film (al matrimonio Kirchner, al menos, le tocan exactos 11 minutos, mientras que a Tabaré Vázquez ni siquiera se lo nombra). Lo único más o menos rescatable del film (además de algunos testimonios que Stone consiguió cara a cara) es el propósito de desnudar el grado de desinformación y manipulación al que es sometida la sociedad estadounidense por Fox News y por CNN, pero Al sur de la frontera no es el primero (ni el mejor) en ocuparse de los grandes conglomerados periodísticos funcionales al poder norteamericano. El material de archivo (casi todo dedicado a la convulsionada historia venezolana) es mediocre y las entrevistas a Luiz Inacio Lula da Silva (Brasil), Fernando Lugo (Paraguay), Rafael Correa (Ecuador) y Raúl Castro (Cuba) están totalmente desaprovechadas. Con Evo Morales, en cambio, Stone mastica hojas de coca y juega al fútbol como gran "hallazgo", y a Cristina y Néstor les da bastante espacio para que se explayen contra el FMI y la administración Bush. Lo mejor que se puede decir de Al sur de la frontera es que sus 85 minutos se siguen -en buena medida gracias al carisma de Chávez- con ligereza y sin esfuerzo (es lo único que lo diferencia de un especial de TeleSUR). Como documento político sobre el fenómeno de la (centro)izquierda latinoamericana, en cambio, es más bien pobre, previsible y rápidamente olvidable. Oliver, "el amigo americano", se dio el gusto de pasear (y de mostrarse) con los líderes de la región, pero no deja de ser un ejercicio vanidoso, intrascendente y -al fin de cuentas- efímero.
La transformación latinoamericana según Stone. Más ácido que en otras oportunidades, como si se tratara de otro Michael Moore, el cineasta Oliver Stone filmó este documental a la manera de una travesía que retrata la situación de Latinoamérica. El director de Pelotón explora los movimientos sociales y políticos a partir de una serie de entrevistas realizadas a siete presidentes: Hugo Chávez (Venezuela), Evo Morales (Bolivia), Lula Da Silva (Brasil), Cristina Kirchner (Argentina), Fernando Lugo (Paraguay), Rafael Correa (Ecuador), Raúl Castro (Cuba). Tampoco queda afuera el ex presidente argentino Néstor Kirchner. Con todo este material e imágenes de archivo, Stone lleva adelante esta película que se ocupa además de mostrar los manejos de la información que hacen los medios de comunicación norteamericanos y cómo cuentan la historia según sus intereses. Crítico de Bush y mostrando a Obama como el hombre que puede transformar el mundo, Al sur de la frontera resulta un interesante documento (ideal para estudiantes) que combina política, charlas informales (Stone mastica hojas de coca junto a Evo Morales y pregunta la cantidad de pares de zapatos que tiene Cristina) e imágenes de fuerte impacto.
Oliver Stone meet Michael Moore Ya desde el título, el director Oliver Stone asienta su punto de vista: el de norteamericano ombliguista ajeno a la existencia de un mundo más allá del Río Bravo. Al sur de la frontera (South of the Border, 2009) no es sino la mirada de un norteamericano que explorando la cartografía, parece descubrir que el sur también existe. Virtual eslabón continuista del díptico sobre el líder cubano Fidel Castro que edificó en Comandante (2003) y Looking for Fidel (2004), el director de la oscarizada Pelotón (Platoon, 1986) y JFK (1991) se pone en el papel de periodista y parte fronteras abajo en búsqueda de la nueva frecuencia policía que, supuestamente, emiten estos países: la revolución bolivariana que motoriza el “socialismo del siglo XXI". El norte al que apunta Al sur de la frontera se establece en la primera escena, un fragmento del paradigma del chauvinismo y conservadurismo republicano que es Fox News, donde una periodista (¿periodista?) se indigna con el presidente venezolano Hugo Chávez, quien supuestamente confesó su adicción al “cacao”. La cara de los colegas evidencia el equívoco: el objeto de perdición del bolivariano no era el cacao, sino la coca. Como un paladín de la verdad, Stone construye un film para socavar el falso ideario que la perorata mediática de CNN y demás cadenas cimentan en una sociedad poco adepta al cuestionamiento y reflexión de lo consumido. Como docente de primaria, conciente de un espectador poco lego en asuntos internacionales, deja de lado el tono socarrón y pedante de Michael Moore y opta por posicionamiento distinto, el de mirar y analizar desde la óptica de un par, con la ignorancia propia de un ciudadano común. Al sur de la frontera es ante todo la road movie iniciática de quien se dispone a descender hasta el supuesto infierno latinoamericano no tanto por instinto periodístico como por la curiosidad socio-política de este supuesto nuevo fenómeno. De allí que los minutos iniciales retratan la frescura y la sorpresa de esa exploración, una mirada casi antropológica obnubilada por el líder venezolano Hugo Chávez, empatía fortalecida por un pasado que los hermanó en las armas. “Comprendo lo que sientes”, lo consuela el veterano de Vietnam al mandatario cuando éste le confiesa que aún carga con la muerte de sus compañeros en la intentona militar contra el ejecutivo de turno, Carlos Andrés Pérez, en 1992. En ese panegírico bolivariano subyace fulgorosa la crítica a los medios de comunicación. Como un artesano del found footage, Stone reutiliza imágenes generadas por distintos noticieros sin distinción de ideologías, desde los más republicanos hasta los antónimos progresistas, para darles el significado opuesto. Deja traslucir el poder de la manipulación, el trastoque malintencionado de lo fáctico para el beneficio de intereses espurios. Las mismas escenas que dieron cuenta de un hipotética rebelión pro-libertad del hastiado pueblo venezolano por el “tiránico” Chávez, ahora son la antitesis: la crónica de la intromisión norteamericana en un golpe militar que, como el de Argentina en 1930, olía a petróleo. Dejada atrás la tierra de Simón Bolívar, Stone, quizá perseguido por la posibilidad latente de un metraje extendido, apelotona mandatarios que, independientemente de la adhesión del espectador al modelo político que pregonan, poseen una indudable riqueza ideológica que enriquecería cualquier film. Desde ahí la espontaneidad muta en falta de rigor y la frescura en crasitud informativa. Sin capacidad de repregunta, virtud que sí muestra Michael Moore, Stone se imbuye en el juego que cada político le propone. Desde la timidez de Evo Morales y su respetuoso tutorial sobre cómo mascar coca, hasta la prepotencia de Cristina Fernández y su tour hogareño, el norteamericano deviene en marioneta y la búsqueda se rumbea hacia el lugar común del latinoamericano ignorante. Al sur de la frontera ya no es la desmitificación sino su opuesto: la certificación de que todo preconcepto es correcto. Al sur de la frontera termina desangelada, presa de clisés y subrayados. La canción que acompaña los créditos lo ilustra a la perfección. Para ellos, Latinoamérica fue, es y será una región bananera.
Oliver Stone y su cámara mirando al Sur Siempre dispuesto a romper con las convenciones, Oliver Stone se embarca en este documental en un viaje por cinco países de América latina para radiografiar a sus actores políticos y sociales. La cámara del realizador procura, a través de entrevistas a siete presidentes elegidos por el pueblo, manifestarse acerca de la percepción errónea que de ellos y sus políticas tienen los principales medios de comunicación del hemisferio norte. El film se apoya en diálogos informales que Stone mantiene con Hugo Chávez, Evo Morales, Lula da Silva, Cristina Kirchner, Fernando Lugo, Rafael Correa, Raúl Castro y Néstor Kirchner. A través de escenas de noticieros, se van presentando las historias recientes de esos países, y así este documental va ganando en interés; más allá de las opiniones de cada uno de los entrevistados, recala en la intimidad de los gobiernos. Al sur de la frontera procura explorar esos movimientos sociales y políticos que emergen detrás de las percepciones sesgadas de la prensa norteamericana y da lugar a algunas controversias que surgen de los diálogos de esos mandatarios con Stone. No todo es tan serio y formal como se podría, porque también, en esos diálogos, se ve la personalidad de los entrevistados entre recuerdos personales y diversidad de opiniones.
Vení que yo te explico Un Oliver Stone didáctico para contar quién es Hugo Chávez a los espectadores estadounidenses. Oliver Stone -visitante hoy de nuestro país- ya le había tomado el gusto al documental político con sendos trabajos sobre Fidel Castro. Y como en la ficción de JFK , el director de Pelotón es didáctico en Al sur de la frontera , un filme que para los que vivimos al sur de ese límite que marca su título no trae ninguna novedad, pero que para los compatriotas de Stone parece una toma de conciencia necesaria. Como si fuera Michael Moore, Stone se pone delante de cámara, entrevista o habla en off. No tiene el timing ni el desenfado del realizador de Bowling for Columbine , pero se las arregla para marcar su punto de vista unívoco. Igual que lo que hace Moore. No es obra de la casualidad que ambos directores apunten sus dardos contra cierta prensa estadounidense, que tergiversa datos e imágenes televisivas. Stone da nombres y muestra extractos de The New York Times o emisiones de la CNN referidas a Hugo Chávez, que es retratado por varios medios como un dictador enemigo de los EE.UU. Porque Al sur de la frontera se centra en el presidente de Venezuela, pero la cámara de Stone va rotando. Enjuicia a los medios por un lado, pero también va más allá al comprender que hay un correlato en Sudamérica con otros presidentes democráticos, de “espíritus bolivarianos”. Y dice: “Hay un problema con la democracia que se practica en el sur: puede crear políticos que se nieguen a aceptar los mandatos de Washington”. A partir de allí seguirá al ex oficial militar luego de haber intentado un golpe de Estado, y que sufrirá él mismo otro golpe. Y presentará al FMI como “controlado por el Ministerio de Hacienda de EE.UU., usando como conejillo de indias a Sudamérica para sus experimentos económicos”. Como se ve, ninguna novedad para el público de estos lares. Sí es provocativo el montaje y la manipulación de imágenes acerca de la represión a chavistas. Tras presentar a Venezuela como el tercer país en abastecimiento de petróleo, y que en los primeros seis años de gobierno de Yávez , como lo pronuncia Stone, la economía se duplicó, y que Yávez trabaja hasta las 2 de la mañana, Stone inicia su recorrido por Bolivia, Paraguay, Brasil, Ecuador y, claro, la Argentina. Y se sabe: en la Quinta de Olivos entrevistó a Cristina y Néstor Kirchner, y a la Presidenta le formula la famosa pregunta de ¿ Cuántos pares de zapatos tiene? “Ah no sé, nunca los conté. Nunca le preguntaron a un hombre cuántos pares de zapatos tiene”, le responde. Pero el tono es amable. Con Kirchner habla de ”su heroísmo” en la Cumbre de las Américas en Mar del Plata. “Ese día no me lo voy a olvidar nunca en mi vida. Tanto que tengo el sillón de esa reunión guardado en mi casa en Calafate”, dice Kirchner en confianza. A partir de esa confianza es que Stone hizo su documental, más necesario al Norte de esa frontera.
Un manual para Homero Simpson En Al sur de la frontera, Stone se hace, como norteamericano, una pregunta tácita: ¿cómo llegamos a ser tan ignorantes? Aunque sobrevuela muy genéricamente la realidad de la región, el documental sirve para alimentar el fuego del debate local sobre el rol de los medios. El norteamericano medio y promedio, parodiado con precisión por Homero Simpson (quien no por casualidad acaba de ser elegido como el mejor personaje de ficción de los últimos veinte años por la muy norteamericana revista Entertainment Weekly), necesita que le den todo masticado. Lo importante de este asunto reside menos en reírse de ese paradigma, del defecto ajeno, que en ver qué de propio hay en ese modelo, porque tampoco es gratuito que Los Simpson sean uno de los programas más vistos y longevos de la televisión argentina contemporánea: algo íntimamente argentino hay en ese gordo prejuicioso, ignorante, ventajero y envidioso. Al sur de la frontera, documental con el que ese buen y muy desparejo director que es Oliver Stone intenta poner en cuestión la imagen que en los Estados Unidos se tiene de los presidentes de América latina en particular, pero de toda la región en términos más amplios, resulta para quienes no pueden evitar convivir con la diaria tarea de ser latinoamericanos un manual para principiantes. En un balance final se debe decir que el documental de Stone es entonces algo así como Latinoamérica explicada a Homero. El motivo para incluir este concepto ya desde el primer párrafo es dejar claro que el trabajo de Stone no hace sino sobrevolar muy acotadamente la realidad de la región, consiguiendo enmarcarla en un relato histórico no mayor de veinte años. De este modo, la gesta chavista aparece como un emergente aislado y repentino, sólo ligado a la revolución cubana, con la muerte del Che en Bolivia incluida, como único antecedente. Como si no hubieran existido Perón, Allende o Sandino, por incluir algunos nombres clave. Es cierto: demasiada información para un pueblo ajeno a todo lo que no sea mirar el propio ombligo. Está claro también que Al sur de la frontera no busca ni puede ser una cátedra de historia. Pero cuando parece que la película de Stone se volverá definitivamente prescindible, allí brota su valor. En este presentar a sus compatriotas su propia visión de la América al Sur, Stone se hace una pregunta tácita: ¿cómo llegamos a ser tan ignorantes? Y comienza a responderse desde la primera escena. En ella se ve a la conductora de un noticiero de la cadena Fox (sí, ¡la misma en la que trabaja Homero!) dando con sorpresa la noticia de que el presidente de Venezuela acaba de admitir que es adicto al cacao. ¡Qué! Sus compañeros sorprendidos tardan en comprender que la chica quiso decir coca, costumbre que Chávez habrá tomado prestada de su colega Evo, en un simbólico cierre de filas. Pero ¿por qué comenzar con esa ridícula gaffe? Porque la guerra de Oliver es, una vez más, con los mass media y su costumbre de embuchar a la opinión pública. A partir de ahí, la película se centrará en el gobierno y la figura de Chávez y su permanente batalla contra los medios opositores (casi todos) que apoyaron y sostuvieron el fugaz golpe de Estado que lo alejó del poder por un par de días en 2002. Pero también en el poder que los medios hegemónicos tienen dentro de los Estados Unidos y cómo lo utilizaron para alimentar, en el sentido común de esos 300 millones de Homeros, la idea de que en Venezuela habita otro Saddam cuando sólo había, hay y habrá petróleo. En su novela Oil! (llevada al cine por Paul T. Anderson), Upton Sinclair escribió: “América tiene derecho a su parte en el petróleo del mundo, y no hay manera de conseguirlo de los rivales extranjeros sin echar sobre ellos la fuerza del gobierno”; o “la diplomacia es una pelea en grande por las concesiones del petróleo”; o “el petróleo está muy por encima de la cultura”. Todo eso en 1927. Está claro: ¡es el petróleo, idiota! O el gas de Bolivia; o el agua de Argentina, si es que uno se va a poner paranoico. Más allá de su utilidad como leña para alimentar del fuego del debate local en torno del papel de los medios, está claro que como documental en la vena de los trabajos de Michael Moore, Al sur de la frontera acumula deméritos cinematográficos. Es tribunera, poco profunda, narrativamente incompleta y comparte los defectos del objeto criticado: vuelve a entregar la comida masticada. Entre sus virtudes puede decirse que, aun en su parcialidad, no miente. Y cuenta con el incalculable carisma de un grupo irrepetible de líderes regionales. En caso de que se quiera ir más profundo en los conceptos que muy esquemáticamente toca Al sur de la frontera (y muchos otros), los interesados pueden conseguir por ahí The corporation, impecable trabajo documental de Mark Achbar y Jennifer Abbott. Porque Homero no se nace y él sólo es divertido cuando lo guiona Groening.
“Es posible, Oliver, cambiar la historia”, dice sobre el cierre de “Al sur de la frontera” el presidente venezolano Hugo Chávez al director de la película, Oliver Stone, como si fuera el mejor actor latino de la Meca del cine del Norte. Ese mismo Norte que apunta al sur del río Bravo, y esta vez en la apertura del documental, a pura mezcla de chauvinismo e ignorancia en la imagen y audio de una ¿periodista? de Fox News en pleno gobierno de George W. Bush, indignadísima con Chávez quien, supuestamente, había confesado su adicción al “cacao”. La cara de sus compañeros de piso enseguida muestran el equívoco: el oscuro objeto de descarrío del líder bolivariano no era el cacao sino la coca. Así, durante los primeros quince minutos, Stone propone una cadena de ejemplos de la perorata mediática de su país contra los nuevos líderes de las democracias latinoamericanas que no están de acuerdo con la política neoliberal de su nación, apuntando, sobre todo, a Chávez y al presidente indígena de Bolivia, Evo Morales. Líderes demonizados por el gobierno de Bush y los medios de comunicación del país del Norte. Y, a la vez, rescatados por Stone, un director también del país del Norte, pero rebelde a los cánones de la Academia. Para ratificar esto solamente basta recordar títulos polémicos tales como “Nixon”, “Pelotón”, “JFK”, “Wall Street” o “Nacido el 4 de julio”. También, “Al sur de la frontera” puede verse como la saga de sus dos documentales sobre Fidel Castro (“Comandante” de 2003, y “Looking for Fidel” de 2004) que continuará, según anunció en su periplo latinoamericano de presentación del filme, con una película sobre Evo Morales. El objetivo inicial es presentar a los líderes del nuevo socialismo del siglo XXI en América latina y el segundo es denunciar a los medios masivos de comunicación de Estados Unidos. Stone, como entrevistador e indagador en la vida y obra de estos nuevos fenómenos, aparece tan dócil como sumiso. Y en este sentido, el laureado director actúa como un espectador más, obnubilado frente a Chávez como Kusturica ante Maradona en su reciente documental. Stone se dio el gusto de pasearse con sus nuevos héroes latinoamericanos pero, para el público de estas tierras, no pasa de eso: de un paseo rápido por las vidas de los presidentes del Sur que no aceptaron las fórmulas de recesión del FMI ni las recetas neoliberales de quienes los precedieron en el poder. Quizá sea una película destinada a informar al público norteamericano. Pero, ¿le interesará?
Oliver Stone visita Latinoamérica. A partir de entrevistas a distintos presidentes de la región, entre ellos principalmente Hugo Chávez (a quien el documental parece haber sido realizado a medida), Evo Morales, Lula Da Silva, Cristina Fernandez de Kirchner, Lugo, Correa y Raúl Castro, consolida demarcar una abarcativa idea de el denominado “movimiento bolivariano”, cambios y sentido de unidad entre líderes sudamericanos ante las históricas y contínuas intervenciones norteamericanas, financieras, políticas y abruptas campañas organizadas para derrocar gobiernos elegidos democráticamente, el uso de los medios de comunicación, la acción del FMI tomando a países de la región como conejillos de indias para los experimentos financieros de su autoría, las innecesarias guerras y asentamientos militares con el único e inobjetable objeto de adquirir recursos naturales (petroleo, gas, agua). El documental abarca una postura de Stone como observador, al lado de los líderes, invitado de honor de Chávez a quien el film intenta elevar a la altura de referentes como Castro o el Che Guevara, caracterizado como un monstruo latinoamericano y dictador, según los programas televisivos con formato de noticieros como en CNN y Fox, destinados a norteamericanos que no se involucran, que desconocen y ciertamente éstas emisiones no hagan más que alejarlos aún mas de la realidad. Chávez es mostrado desde su ascenso al poder, visitando las calles, su lugar natal y hasta jugando como un niño montado en una bicicleta, pero, Stone tambien hace una mirada al costado sobre muchos temas. No interioriza. Es cierto que el documental tiene un formato y duración donde hablar de cada presidencia y el proceso en que cada uno de éstos presidentes ha sido electo, sus políticas dentro de cada país dentro del cual están involucrados está ausente en el film. Si bien todos éstos presidentes tienen una visión en común, han generado evidentes avances en relación a la unidad de Latinoamérica como un bloque politico, sus métodos no son iguales, no todos ellos provienen de los mismos orígenes, uno militar, otro religioso, indígena, o como nuestra presidente actual tan errádicamente describe: “Los actuales gobernantes nunca hemos sido tan similares a los gobernados”. Sin embargo Stone es consciente de lo que ha significado Latinoamerica para los Estados Unidos a través de los años, conoce las operaciones militares, politicas y financieras que disimuladas para los norteamericanos han actuado y han procurado volver a hacerlo. Las mentiras evidenciadas en el archivo de programas televisivos son contundentes. Stone ha perdido algo a lo largo de su carrera cinematográfica, con Comandante, Looking for Fidel o Persona Non Grata, retrataba conflictos de Castro y Arafat, en largos subrayó la conspiración y asesinato de JFK, poniéndose en contra a gran parte de la sociedad Norteamérica a partir de ese gran film polemico y quizas uno de sus mejores, dejó de ser visto como el veterano que estuvo combatiendo en Vietnam mostrando la guerra que vió con sus propios ojos. Nixon y recientemente W., lo notaron interesado nuevamente sobre presidentes norteamericanos, sobre ésta última sin reparar al instante de jugarse con un guión liviano. En breve llega Wall Street: Money Never Sleeps, recientemente presentada fuera de competencia en Cannes, otro film olvidable donde destruye al excelente personaje de Gekko interpretado por Michael Douglas. Al Sur de la Frontera tuvo un estreno atípico en Argentina, las salas más importantes no han albergado al film, una conferencia en la UBA mediada por Jorge Lanata donde Stone cuidó sus comentarios. El film es presentado por dos productoras locales y la participación del Centro Cultural Caras y Caretas.
Mirada simple sobre un movimiento La fascinación del realizador norteamericano Oliver Stone por los mecanismos de poder trazan su recorrido a lo largo de una filmografía que incluye títulos como Wall Street (1987), Alejandro Magno (2004), o las biopics sobre Nixon (1995) y George Bush (W., 2008). Puede incluirse también aquí la entrevista a Fidel Castro, que Stone filmara bajo el nombre Comandante (2003), y que le significara ser considerado, en su propio país, "ideólogo" de la Revolución Cubana. "En Estados Unidos ni siquiera vieron la película", destacó el realizador durante la conferencia de prensa realizada en la Facultad de Derecho de la UBA el pasado jueves, de la que participó Rosario/12. Más aún, Stone calificó de "terrible" la reacción que el público norteamericano tuvo ante la recepción de Al sur de la frontera, en donde el eje del relato pasa a estar ocupado por la figura del presidente venezolano Hugo Chávez. Y si bien el realizador hubo de insistir en que su película "no es sobre Chávez sino sobre un movimiento", no puede soslayarse la elección prioritaria que sobre la figura del mandatario venezolano se destaca a lo largo del film. A diferencia de Comandante, en donde asistíamos a un tour de force obsesivo, casi de rasgos minuciosos así como en JFK (1991), en Al sur de la frontera, Chávez parece no ofrecer mismos puntos de abordaje o interés cinematográficos. De manera tal que Stone lo acompaña entre despachos, calles barriales, escenarios de la infancia, y rememoración de anécdotas. Una de ellas dará pie al director para hermanar sentimientos acerca de compañeros caídos en combate (Stone, habrá de recordarse, es veterano de la guerra de Vietnam). Al sur de la frontera no ofrece una plasmación múltiple, de costados intelectuales o críticos en su retrato de Hugo Chávez, sino una mirada fascinada, adornada con matices rápidos, populares y populistas. Desde un análisis inmediato, Stone entiende la idea de un movimiento de cariz revolucionario que equipara distintas latitudes geográficas, que enarbola su genealogía en la Cuba castrista y que, se diría, deposita sus pies en Argentina. Pero lo que más destaca es la visión que sobre Chávez y diferentes mandatarios los medios de prensa norteamericanos ofrecen. El cultivo de una caricaturización, que oficia a favor de los golpes de Estado en Latinoamérica, es el rasgo sobresaliente del film de Oliver Stone. Si bien simple y expositivo, no por ello menos cierto, además de ser temática que otras de sus películas supieran explorar, tales como La radio ataca (1988) y Asesinos por naturaleza (1994). Actitud crítica que contrasta, habrá de convenirse, con la llanura y patriotismo que expone Las torres gemelas (2006). "Es verdad que en Estados Unidos se puede hablar, pero te critican", respondió Stone al periodista Jorge Lanata. "Hay una situación de macarthysmo", subrayó el realizador en una conferencia de prensa, por lo demás, demasiado llana y sin aspectos relevantes.
Latinoamérica para principiantes Un poco por ignorancia, otro poco por la falta de información y mucho por los intereses del cine hegemónico, para el gran público de los países desarrollados el papel de Latinoamérica se reduce a proveer de imágenes que tienen que ver con la miseria y el exotismo, tal vez porque el puzzle del continente resiste las lecturas apresuradas y las conclusiones simplificadoras. Al sur de la frontera parece ser una caso paradigmático de las buenas intenciones para revelar los siempre incomprensibles -para allá- procesos político-sociales de América del Sur, esta vez a cargo de Oliver Stone, un director enamorado de su propio progresismo, que desde Comandante (2003) y Looking for Fidel (2004), centró su mirada en esta parte del mundo y “descubrió” a un puñado de líderes de la región con un discurso y un accionar común. La intención de Stone de encontrar humanidad en personajes controvertidos funcionó bien con George W. Bush (W, 2008), o Richard Nixon (Nixon, 1995), y aquí aplica el mismo esquema, aunque el resultado es bien diferente. El realizador neoyorquino recurre a las imágenes de noticieros norteamericanos para mostrar su hipocresía, cuando hablan de Hugo Chávez como un dictador o se refieren a Evo Morales como un consumidor de coca –de la droga, no sobre la hoja–. Y bien, una vez que el punto queda lo bastante aclarado, el director, en plan periodístico, pasa a las entrevistas con los presidentes: se fascina por el histrionismo de Chávez (a quien dedica más de la mitad de la película), mastica coca y juega al fútbol con Morales, escucha la exigencia de Lula para que las relaciones con los Estados Unidos se den en un plano de igualdad, y asiente comprensivo cuando Cristina de Kirchner analiza que “por primera vez en la historia los presidentes de la región se parecen a su pueblo” pero no puede evitar preguntarle cuántos pares de zapatos tiene. Es probable que Al sur de la frontera funcione para un tipo de espectador desprevenido, pero lo cierto es que en el proceso de denuncia contra la superficialidad de los medios de su país, Stone devela su propia liviandad para abordar un tema tan complejo
Resulta una inyección de optimismo ver la película de Oliver Stone. Es que desde la perspectiva de norteamericano bien pensante y crítico de su propio país – en línea con Chomsky o con Michel Moore -, el director plantea un documental centrado en los líderes democráticos de la región latinoamericana que sostienen una política más independiente de los condicionamientos económicos de EEUU respecto a los períodos anteriores. El relato arranca con la caída del Muro de Berlín y el fin del mundo bipolar donde el capitalismo y el dominio norteamericano no encuentran ni techo ni antagonismo. En ese nuevo contexto, Al sur de la frontera ve a Latinoamérica como una nueva meca, una alternativa al modelo único en una región del mundo que mediante métodos pacíficos, lleva a cabo un proceso de transformación social y política fuera de recetas foráneas, respondiendo a las demandas de distribución de los sectores más populares. No es nueva la crítica a los EEUU en las películas de Stone. En Wall Street traza un retrato frenético del mundo de las finanzas y en JFK, Nixon o Comandante W también se adentra en los vaivenes políticos de sus altos mandatarios. Stone no anda con sutilezas: la marca ideológica en sus películas siempre es muy precisa. En Al sur de la frontera parte del desconocimiento de la sociedad yanqui sobre América del Sur, basada en la complicidad de los medios de comunicación (Fox News, CNN y otros) en la construcción de una versión endemoniada de lo latino y sus presidentes. Entre esas “noticias” queda claro en los primeros cinco minutos de película con los extractos de TV estadounidense que los periodistas confunden a la hoja de coca con cocaína y hasta con el cacao. Luego se martilla constantemente con la ya trillada idea de que Hugo Chávez - “más peligroso que Bin Laden” - y Evo Morales son “dictadores” y “antidemocráticos”. Dispuesto a seguir la saga que comienza con Looking for Fidel del 2004, Stone sigue una línea que, con la voz cantante de Venezuela, une Bolivia, Argentina de “los Kichner”, Paraguay de Lugo, Brasil de Lula y al Ecuador de Correas con el moño final de Raúl Castro que redondea 50 años de la Revolución Cubana. El realizador interpela en cámara a los siete presidentes a partir de un eje sencillo: la relación actual de esos gobiernos con EEUU y con el FMI. Así, Venezuela tiene un capítulo especial y Chávez es la piedra angular del film. En la retrospectiva, se narra el proceso llevado a cabo desde 1999, primero con el fallido golpe como parte de una fuerza armada popular, luego su triunfo en las urnas, la confrontación directa con el país del norte, el impulso luego del frustrado golpe de estado organizado por el gobierno de Bush, la nacionalización del petróleo como recurso genuino y la posición respecto a la OPEP. Todos hechos asociados y opuestos a los intereses norteamericanos, expuestos con total claridad. El segmento es acompañado por una entrevista más larga que con los demás presidentes.”Aquí está la bomba atómica”, bromea Chávez; a lo que Stone le responde “No diga eso, hombre” dando a entender lo que ya sabemos: que su país por mucho menos que una sospecha, invade a una país petrolero. La “bomba atómica” se trata de una super planta productora de harina maíz que se “exporta barato para alimentar a los pobres”. Y así, la cámara muestra a un Chávez tenaz, convincente y siempre simpático protagonizando gestos políticos y personales como el de subirse a una bicicleta en el fondo de la precaria casa de su infancia y después romperla porque no aguanta su peso. Indudablemente, Hugo Chávez es un regalo para una cámara encendida y un par de preguntas básicas. Al resto de los presidentes, se le dedica una sola jornada de filmación. Vemos a un Evo enseñándole a Stone a masticar coca o a hacer jueguito con la pelota, a Lugo habitando en la misma casa que vivió Stroesner, el torturador de su padre, y a un Lula tan alineado con Chávez cuando dice que canceló la deuda con el FMI y con el Club de Paris, como diferenciado, al señalar que no quiere tener malas relaciones con EEUU. Párrafo aparte para “los Kichner”. Una Cristina un tanto desdibujada, no logra definir un perfil atractivo. Canchera y verborrágica, uno de sus enunciados se incluye en el trailer del film: “en el nuevo proceso que estamos llevando en la región, por primera vez, los gobernantes se parecen a los gobernados”. Puede ser buena la frase enhebrada a partir de la idea de que los líderes políticos responden a demandas devenidas de movimientos sociales y políticos. Pero Cristina no la redondea y al ubicarla en la figura de Evo, restringe seriamente su significado. Mejor resulta su otra intervención cuando Stone le pregunta cuánto pares de zapatos tiene. Ella responde “A los hombre no le preguntan cuántos pantalones tienen”. Luego vemos a un Néstor aplomado, muy tranquilo hablando de sus años de presidente haciendo hincapié en lo que le interesa a Stone: la IV cumbre de las Américas en Mar del Plata enmarcada en la resonada marcha antibush. Nosotros, espectadores de esta línea de pensamiento, no hallamos novedad en lo que nos cuenta Al sur de la frontera. De todas maneras, resulta un documental atractivo que no disimula su punto de vista: un yanqui que se acerca a Latinoamérica con mirada extrañada, simple, a veces embelesado, otras completamente ajeno, nutriéndose de su fuerza, de su diversidad, de su profundidad, aunque nunca indague en sus razones ni causas.
Hay una sola cosa que puede salvar a Al sur de la frontera de ser condenada por ignorante y torpe a más no poder, y es el hecho de que la película es susceptible de ser leída más como el descubrimiento personal del director que como un verdadero documental sobre los gobiernos latinoamericanos. El problema no es la toma de posición de Stone sino su limitadísima visión sobre el tema: salvo por algunas excepciones como Chile, Colombia o Uruguay (que no aparecen en la película), para el director América Latina es un bloque compacto y homogéneo de ideología “bolivariana” donde los países se levantan contra la opresión de los grandes poderes políticos y económicos del mundo (en especial Estados Unidos y sus organismos satélite, como el FMI). El panorama que pinta Stone es impreciso y maniqueo cuando no directamente equívoco: no hace falta estar demasiado al tanto de las realidades políticas del continente para entender que gobiernos como los de Chávez, Raúl Castro o los Kirchner difícilmente puedan ser encajados en una misma etiqueta ideológica. Stone fuerza los conexiones entre los países y el resultado es casi el de un libro de Historia de primaria, en donde todo aparece simplificado de manera burda para una comprensión rápida y segura. Además, al presentar a América Latina como un todo unificado, la película le resta a cada país sus particularidades (geográficas, políticas, sociales) y propone una visión anacrónica e idealizada: el continente viene a ser algo así como un resto colonial que se levanta contra la tiranía imperial (ahora estadounidense en vez de europea) como en una mala película histórica, con villanos y héroes carismáticos incluidos. El final, cuando Stone habla de Fidel Castro y lo compara con el personaje de El viejo y el mar, ofrece la clave de lectura necesaria para hacer un análisis más o menos correcto de la película: Al sur de la frontera no debe verse como un documental político sino como el descubrimiento (cómodo, parcial, a destiempo) de un tema por parte de su director. Las críticas nada nuevas lanzadas contra CNN y Fox News o el relato de cómo los medios masivos de Venezuela se pusieron del lado de la derecha durante el de golpe de estado realizado contra Chávez, son apenas el ingrediente político con el que Stone trata de imprimirle a su película un carácter militante y comprometido, pero el trazo grueso y las simplificaciones dejan expuesto al director como un pésimo comentador del estado de cosas del mundo. Así, la película también puede ser leída como otro discurso generado por los poderes a los que pretende atacar: la falta de conocimiento sobre los países recorridos y su intento de convertirlos en representantes de un supuesto movimiento bolivariano a escala continental (?) parecen estar en función más de una mirada exótica y pintoresca proveniente de esos poderes que de una opinión crítica sobre los mismos.
Oliver Stone fue ganador de dos premios Oscar, por “Pelotón” (1986) y por “Nacido el 4 de Julio” (1988). Ya en esas realizaciones, que contenían ficción, podía vislumbrarse su veta documentalista, la que quedó firmemente impresa con la trilogía compuesta por “Comandante” (2003), “Persona no grata” (2003) y “La mirada de Fidel” (2004) la que lo situó dentro de los cineastas que se comprometen con temáticas trascendentales, a las que, en ocasiones imprime una tendencia y en otras, deja abierto un interrogante que el espectador tendrá que elaborar. Este método ya había sido evidente en su obra “JFK” (1991), a la que se considera lo mejor, hasta el presente, de toda su carrera cinematográfica donde directamente señala que el asesinato del Presidente Kennedy de los EE.UU. fue resultado de una conspiración. Algunas de sus obras de ficción argumentalmente tienen un basamento en la misma vida de Stone, como las que tocan el tema de la Guerra de Vietnam en la que él participó activamente, o contienen una punta de “provocación” al tener en su guión subtramas con temas discutidos por diversos ámbitos sociales, como lo hizo en “Alexander” (2004) donde al contar la vida de Alejandro Magno incluyó la relación homosexual que éste mantuvo con Hefestión. Vuelve esta vez, en la realización que comentamos, al documental, con un viaje por Sudamérica para reportear y poner en la “vidriera” la relación del gobierno de los EE.UU. con siete de los regímenes políticos imperantes en América del Sur, los de Venezuela, Bolivia, Brasil, Argentina, Paraguay, Ecuador y Cuba. Stone, quizá para seguir con su estilo provocador, vuelve a casi comprometerse con sus entrevistados al aparecer él mismo mucho tiempo en pantalla en conversaciones que llegan al coloquio con los presidentes de los países nombrados, algo que la crítica especializada internacional siempre le ha señalado como no adecuado en los documentales y que es una actitud que le ha valido manifiestamente la reprobación de los cubanos residentes en Miami. El realizador estadounidense señala esta vez como mensaje directo que los procesos de elecciones que llevaron a los presidentes Chávez, Morales, Da Silva, Fernández de Kirchner, Lugo y Correa al poder, y la “herencia gubernamental” de Raúl Castro, son en realidad, más que un resurgimiento de la Izquierda, una pacífica revolución sobre la que EE.UU. aún no ha tomado una clara decisión. La edición de este documental, en la que se intercalan continuamente comentarios accesorios sobre el pasado y el presente de cada país, es muy ágil. Con escenas y encuadres atractivos que en ningún momento aburren al espectador y que, según la ideología política que cada uno tenga, arrancarán una sonrisa o un gruñido. Y mucho más allá de lo que se piense políticamente de manera individual, se puede señalar que se trata de un extenso documental en el que es evidente el profesionalismo cinematográfico de su realizador.
El cine como instrumento Latinoamérica se encuentra viviendo los días más agitados del año, con acontecimientos que curiosamente fueron acompañados desde las pantallas cinematográficas de Córdoba con el estreno de dos filmes que abordan explícitamente el momento político de nuestra región. Dos películas muy diferentes entre sí pero que sirven para pensar cómo el cine, que es un arte político por excelencia, puede terminar absolutamente desvirtuado cuando se utiliza para fines extracinematográficos, aún cuando se persigan las mejores intenciones. Y acaso el problema común se encuentre en que tanto Al sur de la frontera, de Oliver Stone, como Lula: El hijo de Brasil, de Fábio Barreto, intentan cada una a su modo clausurar los sentidos, presentar una única lectura del mundo y hasta fundar un mito político, cuando la naturaleza esencial del cine es precisamente la opuesta: abrir nuevos horizontes, expandir los límites de nuestra percepción, plantear nuevas preguntas al espectador. Pero vale detener las comparaciones aquí, pues se trata de películas de dignidades distintas. Empecemos por la mejor. La misma tarde en que el mandatario de Ecuador, Rafael Correa, era secuestrado por un grupo policial -en una operación golpista grosera e impresentable (pero nunca reconocida como tal por los grandes medios ecuatorianos y norteamericanos)-, en el Cine Teatro Córdoba se estrenaba Al sur de la frontera, un filme que sirve al menos para constatar un panorama común en esta parte sur del mundo: la existencia de gobiernos populares que comparten algunas políticas y también algunos enemigos, y que son acosados por grupos de poder locales y extranjeros. Un síntoma de época ya conocido, que tendrá sus bemoles (no figuran, por caso, los gobiernos de Chile, Colombia y Uruguay), pero que vale la pena recorrer a través de la palabra de sus propios protagonistas, una propuesta a la que sin embargo Stone no logra sacarle todo el jugo. De naturaleza eminentemente periodística, al modo de los documentales de Michael Moore (homenajeado explícitamente en el filme), Al sur de la frontera termina siendo apenas un boceto sobre el momento histórico que vivimos, que incluso tal vez hable más de la forma en que los norteamericanos entienden la política que de nosotros mismos, aunque logra poner sobre el tapete algunas de las cuestiones centrales del momento. Confeccionado a partir de entrevistas a los mandatarios afines, comenzando por Hugo Chávez (se lleva la mayor parte del metraje), pero también Cristina y Néstor Kirchner, Rafael Correa y, en menor medida, Fernando Lugo, Lula Da Silva y Raúl Castro, el resultado es una panorámica a vuelo de pájaro sobre la región, una radiografía endeble y liviana que alcanza para puntualizar algunos ejes de la política latinoamericana: la relación con los grandes grupos mediáticos, los problemas con el capital concentrado y el FMI, y los intentos desestabilizadores de todos ellos. Amén de cierta visión idealista de Stone (cuyo pico máximo es el esbozo de una suerte de revolución pacífica del sur hacia el norte, a través de la inmigración), el director parece poco preocupado por profundizar los temas que aborda, e incluso desnuda una visión de la política como mero espectáculo (así, hace jugar al fútbol a Evo y andar en bicicleta a Chávez, poniéndolos en situaciones ridículas), repitiendo aquellos vicios que intenta criticar. Por eso, lo más interesante tal vez esté en el modo en que Stone se relaciona con su propio país, denunciando la complicidad de los medios de prensa con el gobierno de George Bush y sus operaciones en la región, y explicitando la ignorancia cultural de sus compatriotas, un síntoma que sin embargo es compartido por el director, al punto de que la película hoy termina sirviendo más para comprobar qué poco ha cambiado en el país del norte con la llegada de Obama al poder (la tesis justamente contraria a la que postula Stone). Por lo demás, los pecados de Lula: El hijo de Brasil son aún mayores, pues se trata de un filme meramente publicitario, un culebrón televisivo plagado de convencionalismos, golpes bajos y clichés que ni siquiera sirve como propaganda electoral, ya que está muy lejos de hacerle honor al estadista que lo justifica. Especie de biografía novelada, la película narra la vida de Lula desde su nacimiento y hasta su primera postulación presidencial, pero lo hace desde una concepción relacionada más con la publicidad que con el cine. Es más, se diría que el director hasta pretende adoptar una posición apolítica, un discurso centrista que busca agradar a todos pero que termina traicionando a la propia figura que retrata, cuyo peso histórico es demasiado para este novelón propio de la red O Globo. Por M.I.