Hay que atender cuidadosamente dos elementos en Amanda para constatar que estamos ante una obra detallista: los árboles y la carpintería (sea esta de madera o metálica). Un solo visionado no basta para precisar que estos objetos están trazando un entorno de diálogo entre las circunstancias que rodean a David y Amanda, como también al resto de los personajes en menor medida. Los primeros dos planos de la película contienen árboles. El primero es una copa de hojas verdosas que se agitan levemente. El segundo plano es una parte de otra copa y su sombra plasmada en la pared de ladrillos de la escuela a la que asiste Amanda. Una mirada más atenta se percataría de si ya en esta pared hay ventanas. Sumado a esto, David es un podador contratado por la ciudad para mantener los jardines, parques y demás espacios arbóreos de París. David también es el hermano de Sandrine, madre de Amanda. No son pocos los planos donde ellos tres aparecen frente a puertas o ventanas cerradas, entreabiertas o accesibles. La recurrencia de este elemento nos está tendiendo vínculos puntuales entre los protagonistas y sus dinámicas. Es un detalle simple trabajado de forma persistente a lo largo de la película. Además el catálogo de puertas que parecen ventanas es amplio, lo que sugiere detenerse más de una vez en esos objetos y las imágenes que se desgajan de la obra. Estos dos factores de carácter más objetivo están sustentados por actuaciones francas. En principio llama más la atención Vincent Lacoste, quien tiene que llevar la historia después de que fallece Sandrine. El guión le brinda una relación diversa con Amanda y paciencia para acompañarla, pero la mirada de él resulta inquieta y nos da pistas de que el proceso es doloroso. Un corte sumamente preciso nos muestra su duda frente a la posible custodia con una mirada caída luego de la pregunta sobre si se sentiría cómodo ante tal responsabilidad. Es además el personaje que más llora en la obra. Si lo contrastamos con las seis actrices que hay en el elenco, la película está lidiando subrepticia y orgánicamente con el prejuicio de que los hombres no lloran o lloran menos que las mujeres. Por su lado, Stacy Martin, Ophélia Kolb, Marianne Bassler y Greta Scacchi sosteniendo la espesura emocional que deja un atentado terrorista. Que este hecho no devore el guion es otro logro del film, que no se distrae con los procesos de cada personaje. Tampoco está de más atender al vestuario monocromático que propone Caroline Spieth. La selección va de rojos, azules y amarillos a remeras con rayas por parte de Léna y Amanda. De hecho, Amanda es la primera que viste dos colores, rosa y azul claros, uno por cada prenda. Y casi al final del film viste prendas rayadas. Desentrañar estos sentidos que parecen inalcanzables en un principio pero gozosamente intuitivos (lucir un solo color en una prenda brinda la idea de unidad) es una tarea dedicada a cada una de las pistas brindadas por la obra. Incluso si la música de Anton Sanko entorpece un tanto ciertas escenas, sobre todo el partido de Wimbledon, esto no impide que la película llegue a buen puerto. Hasta el final parecería que Isaure Multrier (Amanda) no protagoniza la historia junto a Lacoste. La simple explicación provista por Sandrine a su hija en una de las primeras escenas, aquella sobre qué significa “Elvis has left the building”, adquiere una repercusión inimaginada cuando David y Amanda están en un partido de Wimblendon. Mikhaël Herrs, además co-guionista junto con Maud Ameline, nos muestra que el verdadero partido de tenis, la verdadera agilidad en el aprendizaje, viene de Amanda, quien escucha (en un primer plano donde no cabe su rostro completo) el golpeteo de la pelota entre raqueta y raqueta. Cuando el puntaje está desfavoreciendo al jugador que apoya Amanda, ella expresa que “Elvis ha dejado el edificio”. Los espectadores sabemos que ella alude a la explicación de su madre remitida al principio. La ignorancia de David en ese momento le permite a él contenerla y a nosotros sentir que Amanda algo ha aprendido en este plazo de tiempo. Sin necesidad de la psicología (mencionada tres veces), sin necesidad de internados en apariencia terapéuticos y sin que se nos muestre el proceso para la custodia legal de David; Amanda retrata las complejidades cotidianas sin perder de vista que es a partir del lenguaje articulado que nuestras vivencias se entraman y resuelven.
Madurar en el dolor. Crítica de “Amanda” de Mikhaël Hers.InicioUncategorizedMadurar en el dolor. Crítica de “Amanda” de Mikhaël Hers. 29 octubre, 2019 Bruno Calabrese Una película que comienza como una alegre comedia francesa para transformarse en un drama profundo y realista sobre el proceso de duelo en los vínculos familiares. Por Bruno Calabrese. David, interpretado perfectamente por Vicent Lacoste, es un joven agradable que regentea apartamentos y es podador voluntario de los árboles de la ciudad. Su vida sería la de un solitario sino fuera por su hermana Sandrine (Ophelia Kolb), una madre soltera con una hija de siete años, la dulce y tierna Amanda, maravillosamente interpretada por Isaure Multrier. Un día, Léna (Stacy Martin) entra en la vida de David, y comienza un coqueteo cursi entre ambos reflejado con una tonta escena donde él le presta un bolígrafo arrojándolo desde su apartamento a través de la ventana. Mientras tanto Sandrine saca entradas para él y su hermano para ver el tenis en Wimbledon en Londres. La única pista de que la vida no es fácil llega cuando se revela que su madre inglesa se ha puesto en contacto por primera vez en 20 años, y David insiste en que no quiere verla. Todo lo endulzado de ese acto de apertura, que nos deja en una zona de confort propia de las comedias románticas, se transforma en una historia triste y realista cuando un acto de terrorismo cambia la vida de los protagonistas para siempre. Sandrine no sobrevive al ataque y el tono cambia cuando vemos a David tratando de sobrellevar las secuelas. Pero el director evita el discurso victimario y estigmatizante para volcarse a los procesos por los que tienen que pasar las familias de las víctimas del terrorismo, desde las realidades burocráticas hasta el efecto psicológico que tiene en todas las partes. El enfoque de la película cambia a Amanda y su relación con David, cuyo vínculo era tierno en un principio, a pesar de sus carencias. Un vínculo establecido desde la primera escena, en la que David lucha para recoger a una paciente Amanda de la escuela. Gracias la excelente interpretación de Lacoste, el film funciona como un estudio del proceso que debe afrontar David, las responsabilidades sobre Amanda, el madurar de repente, trazando las etapas de su crecimiento acelerado junto con el curso de su dolor. La película observa mini dramas trascendentales en las partes más mundanas de la resolución de una vida perdida: cuándo sacar el cepillo de dientes del lavabo del baño, por ejemplo, o cómo dar la noticia a los conocidos cuando preguntan por los muertos. Todo la mochila emotiva que debe cargar David cae sobre él en una escena notable, cuando no puede contener el llanto en una plataforma de tren abarrotada de gente; pero las responsabilidades a partir de ahora son más fuerte y en un corte abrupto, lo veremos recuperado, continuando con sus actividades diarias. Más allá de la maravillosa interpretación de Lacoste, es Amanda la que sorprende con su madurez para comprender a su tío, conciente de que todo lo que está pasando no es fácil para David. Por eso la niña, en otro súblime momento de la película, cuando la depresión se apodera de ella, le expresa a David que no quiere quedarse en lo de su tía (el otro familiar cercano), que se quiere quedar con él. Pero entendiendo que el joven se iba a juntar con unos amigos a tomar algo, hace de tripas corazón, contiene su angustia y solo se limita a darle un abrazo y desearle que la pase bien con sus amigos. En esa sencillez de esas escenas, la película encuentra una impronta especial, donde el espectador podrá sentir cercanias con las diferentes situaciónes. Pequeños momentos de la vida de ellos cargados de significación, donde cada diálogo y cada instante tiene una razón de ser. “Amanda” es una historia emotiva sobre las traumáticas consecuencias de las víctimas del los atentados, pero que se puede aplicar a cualquier pérdida inesperada. Un film sobre vínculos familiares, sobre el peso de las responsabilidades, cuya característica más notable es que todo se da en el marco de un tono ligero y simple; evitando la postura y la intención agresiva que suele darse en las películas sobre atentados terroristas. Puntaje: 85/100.
De la alegría a la desazón El último film del realizador francés Mikhaël Hers, Amanda (2018), es una obra tan cálida como desgarradora sobre los lazos familiares y las consecuencias del terrorismo en París. La película narra la vida de dos hermanos, David (Vicent Lacoste) y Sandrine Sorel (Ophélia Kolb), que disfrutan de una existencia tranquila de clase media. David es un joven encargado de un complejo de departamentos en alquiler y también trabaja para el ayuntamiento podando árboles, y Sandrine es una profesora de inglés unos años mayor que él que cría sola a su adorable hija de siete años, Amanda (Isaure Multrier). Sandrine le regala a David entradas para el torneo de tenis de Wimbledon, deporte del que él fue jugador y hoy es fanático, una excusa para que los tres visiten a su madre, Alison (Greta Scacchi), que los abandonó cuando eran niños para rehacer su vida en Inglaterra y a la que David no conoce. Mientras divide su tiempo entre sus trabajos, sus estudios y su familia, David inicia una relación amorosa con una bella inquilina, Léna (Stacey Martin), y todo parece un gran idilio en un lugar dichoso y perfecto, la París de los sueños, sin embargo la apacible cotidianeidad de la ciudad es trastocada por un comando terrorista que asesina a mansalva y con crueldad a las personas que descansan en un parque, a su vez una reconstrucción del salvaje atentado terrorista múltiple ocurrido en París en noviembre de 2015. La muerte de Sandrine genera una tristeza desoladora en David y Amanda, y el joven y su tía Maud (Marianne Basler) deberán decidir con quién se quedará la niña. David decide finalmente ir a Londres, encontrarse con su madre y luchar por el amor de Léna, herida durante el atentado y aún en shock por las secuelas psicológicas. Amanda es un film que cambia completamente de humor de un momento a otro. De la alegría se pasa a la desazón, de la París turística a la ciudad sitiada por el ejército, del sueño idílico a la pesadilla. El guión de Hers junto a Maud Ameline crea personajes que sin rencor intentan salir adelante después de perder a un ser querido, siempre en pleno proceso de comprender que la persona que tenían al lado ya no volverá jamás. Las actuaciones de todo el elenco son excelentes, destacándose la encantadora interpretación de Isaure Multrier como Amanda, una alegre y divertida niña que debe enfrentar la repentina pérdida de su madre y los cambios que ello conlleva. La fotografía de Sébastien Buchmann sigue a los protagonistas por París en sus recorridos a pie y en bicicleta en un film que destaca la belleza de Francia, tanto de su capital como de sus ciudades campestres menos bulliciosas y los bosques que las rodean. La música de Anton Sanko acompaña a los personajes en sus tribulaciones y la banda de sonido incluye un gran tema de Jarvis Cocker, Elvis Has Left the Building, canción que resume la filosofía de la obra y le aporta una lectura en clave metonímica a su final. Mikhaël Hers genera un film muy emotivo sobre el valor de la amistad y de los lazos familiares, a la vez que defiende la tolerancia y propone un remedio para las heridas de un país conmocionado por un ataque terrorista cargado de odio que generó pánico en una de las ciudades más bellas del mundo.
La vida continúa Un film emotivo y sutil, que habla de los lazos familiares y de la verdad camuflada tras nuestro accionar. Pero un día la vida puede cambiar su rumbo para siempre y todo depender de una decisión. Mikhaël Hers es el director y co-guionista de Amanda (2018), película en la que David (Vincent Lacoste), un joven parisino que se gana la vida con pequeños trabajos, y evita tomar decisiones que le comprometan, ayuda a su hermana Sandrine (Ophélia Kolb), madre soltera, con el cuidado de su sobrina de siete años Amanda (Isaure Multrier). Un día se enamora de Lena (Stacy Martin), una vecina que acaba de llegar. Pero el tranquilo transcurso de su vida estalla de pronto cuando su hermana mayor muere brutalmente en un atentado. El estilo de Mikhaël Hers es de carácter discreto en cuanto a la dirección y en especial del guion, dado que la información más sustancial aparece de manera dosificada y de forma tácita. El verdadero drama se cuenta entrelíneas y queda claro que el silencio habla mucho más luego del impacto inmediato, ocasionado después de una tragedia. No busca mostrar de manera explícita las reacciones humanas, sino todo lo contrario, trazando un paralelismo entre una calamidad externa y social, y el conflicto interno de un sujeto, consiguiendo empatía en el espectador, sin necesidad de recurrir al melodrama. El director logra credibilidad en cada personaje, debido a la adecuada construcción de los mismos y a las muy buenas interpretaciones, sobre todo en las delicadas actuaciones de los protagonistas. Son notables los primeros planos de las miradas que comunican tristeza y dulzura al mismo tiempo. Los colores de interiores de las casas, de color claro, connotan la inocencia de la niña y del adulto, uniéndolos. Todas las personas acarrean secretos y traumas sin solución, e intentan avanzar en la vida, debiendo continuar con esa carga enquistada en el inconsciente. Algunos deciden ocultar esto hasta de ellos mismos. Es el caso de esta película, en la que el protagonista, se redescubre a partir de un suceso que afectó su vida, y se cuestiona los motivos por los cuáles estaba viviendo de cierta manera. Su vida tomó otro valor, eligiendo el difícil camino de crecer.
Vincent Lacoste (una de las revelaciones de Plaire, aimer et courir vite, película de Christophe Honoré estrenada en el Festival de Cannes 2018) interpreta a David, un parisino de 24 años que se gana la vida atendiendo a turistas que alquilan departamentos y en tareas de jardinería para el municipio. Su padre ha muerto y a su madre (Greta Scacchi), que vive en Londres, no la ve hace mucho tiempo. Por lo tanto, su universo familiar se remite a la relación con su hermana mayor Sandrine (Ophélia Kolb), una profesora de inglés y madre soltera, y a su sobrina de siete años, Amanda (la debutante Isaure Multrier). Más allá de cierto caos y estrés de la vida urbana, todo marcha razonablemente bien para el veinteañero, que incluso inicia un romance con Léna (Stacy Martin), una joven pianista recién llegada a la ciudad. Sin embargo, a los pocos minutos de relato un atentado terrorista sacude a un parque parisino y Sandrine resulta una de la tantas víctimas fatales. En medio de la bronca y del dolor, todavía aturdido y descolocado, David debe hacerse cargo de la pequeña Amanda, que tampoco tiene demasiados recursos como para afrontar semejante tragedia. Lo mejor de este nuevo largometraje de Mikhaël Hers (Memory Lane, Ce sentiment de l'été) tiene que ver con varias cosas que propone, pero también por las que elude. Más allá de algunas escenas que están al límite de lo creíble y de ciertos excesos de la banda de sonido, el film evita caer en el melodrama aleccionador o lacrimógeno, en la bajada de línea y en el subrayado. Opta, en cambio, por un tono austero, por una bienvenida ligereza que no significa superficialidad ni banalidad. Las actuaciones sintonizan a la perfección con el tono que el director busca y, así, la película va del tearjerker al crowd-pleaser con bastante dignidad y nobles recursos.
Al francés Mikhaël Hers le interesa explorar los procesos de duelo, en particular en los casos de muertes inesperadas. Lo hizo en su largometraje anterior, Ce sentiment de l’été (2015), y ahora vuelve sobre el tema en Amanda, donde el fallecimiento de una joven pone patas arriba la cotidianidad de quienes la sobreviven. Como para subrayar la sensación de absurdo e injusticia de la situación, ambas películas transcurren en verano y quienes pierden la vida rondan la treintena. Calor, cielos azules, un espíritu vacacional de picnics, bermudas y bicicletas: el mensaje que da el mundo exterior es, más que nunca, contradictorio con la catástrofe anímica que están viviendo los personajes. Todo indica que el espectáculo debe continuar, pero ¿cómo? El título bien podría haber sido David, porque el verdadero protagonista es el veinteañero que interpreta el ascendente Vincent Lacoste. Además de elaborar la ausencia de su hermana, este simpático tarambana debe hacerse cargo de su sobrina de siete años: todo gira en torno a sus dudas y miedos ante la súbita responsabilidad. En un segundo plano hay otro temor, en este caso colectivo. Hers aborda la amenaza terrorista que pende sobre Europa desde un punto de vista íntimo, poniendo la lupa sobre un puñado de los miles de cataclismos individuales que provoca un atentado sobre la población civil. Si esto no es un terrible dramón es porque se mantiene una prudente distancia del dolor, mostrando la belleza que el verano parisino y las relaciones humanas pueden entregar aun en las peores circunstancias. La cámara nos pasea por rincones poco retratados de una de las ciudades más filmadas del mundo y, en consonancia con el carácter del protagonista, cierta liviandad en el tono narrativo contrapesa la tragedia. A la vez, esa distancia hace que la película sólo de a ratos logre comprometernos emocionalmente con el destino de sus criaturas: dentro de la tibieza general, la frialdad de la indiferencia termina predominando sobre el calor de la empatía.
Una delicada película que pone en el centro el poder de la resiliencia. Una mirada a una Paris ideal donde dos hermanos, el un veinteañero disfrutan de sus vidas. El trabaja como podador y enlace de la llegada de inquilinos a un edificio, es impuntual e individualista. Ella es maestra, decidió ser madre soltera y su hija, la Amanda del film, solo tiene siete años. Los dos planean un viaje para reencontrarse con una madre que los abandono desde chicos, para seguir sus instintos. La vida de los dos se presenta casi bucólica en una ciudad amigable y tranquila. Hasta que un sangriento ataque terrorista a civiles enfrenta al personaje masculino a un cambio fundamental en su vida: Cargar con el dolor imposible de la pérdida de su hermana, hacerse cargo de la nena. El director Mikhael Hers no profundiza en la violencia que blinda a la ciudad, se queda en la observación cotidiana, en los detalles de ese difícil camino de los sobrevivientes que, con avances y retrocesos, llegaran a una resignación, a la elaboración del duelo. Una historia que apunta sin golpes bajos a la emoción, aunque en algunos momentos no fluye. Buenas actuaciones del joven actor Vincent Lacoste, y el encanto de una niña en su debut Isaure Multrier.
“Amanda”, de Mikhaël Hers Por Marcela Barbaro El director francés Mikhaël Hers (Memory Lane, 2010; This summer felling, 2015) presenta una historia contemporánea, que lleva por título el nombre de su protagonista, Amanda, y que habla sobre los procesos de pérdida, el amor y los vínculos, en el seno de una familia que sufre las consecuencias de un ataque terrorista. Amanda (la encantadora debutante, Isaure Multrier) tiene siete años y conoció la música de Elvis Persley a través de su madre Sandrine (Ophélia Kolb), quien le contó una anécdota sobre el cantante al finalizar un concierto. Una noche cuando los fanáticos esperaban e insistían en que el ídolo vuelva a salir al escenario, alguien les dijo: “Elvis has left de building” (Elvis ha dejado el edificio), una frase que anunciaba el final del show, y la evidencia de que no volverían a verlo. Además de estar con ella, comparte la vida junto a su tío David (Vincent Lacoste), un joven de 24 años, hermano de Sandrine, que se dedica a pequeños trabajos en un edificio y en el parque local. David comienza a salir con una joven llamada Lena (Stacy Martin), a quien conoce recientemente, pero nada le impide dividirse y pasar el tiempo libre junto a su sobrina. Pero aquella felicidad apasaible, durante los primeros veinte minutos, cambariará abruptamente, cuando un ataque terrorista sorprende en la ciudad y en plena luz del día. Entre las víctimas que deja, se encuentra Sandrine. A partir de ese momento, nada será igual y David quedará junto a Amanda, asumiendo el dolor que comparten. En su tercer largometraje, Mikhaël Hers opta por un formato clásico y en 16 mm, sin profundizar ni dar detalles del ataque. Sólo ofrece una muestra breve de la escena, lo suficiente para modificar el cambio de tono dentro del relato. Sin embargo, lo que se presenta el escenario apto para un drama intenso, Hers lo trabaja con los matices necesarios para alejarlo del melodrama. Los personajes principales transitan juntos un duelo sorpresivo y obligado, y en ese sentir profundo y subjetivo, deambulan por la ciudad, y se mueven de casa en casa, en busca del equilibrio que perdieron. Ya no son los mismos, y el espectador, acompaña ese cambio interno y paulatino. Uno de los logros de la película, es la elección del actor Vincent Lacoste junto a la pequeña Multrier. La interpretación del binomio familiar, transmite con naturalismo, la vivencia de la pérdida y la complicidad del amor que sienten. Las escenas fluyen en su devenir con ciertos subrayados musicales, destacando los pequeños detalles que hacen a los vínculos, y a los procesos individuales que les permitirán crecer. En su paso por los Festivales internacionales, Amanda recibió en Venecia el premio Magic Lantem; fue elegida como mejor película y mejor guión en el Festival Internacional de Tokyo, y se llevó el Gran Premio del Jurado en el Festival Internacional de Santiago de Chile, 2018. Amanda hace un largo recorrido por el proceso de cambios que atraviesan sus protagonistas, desviándose hacia otras subtramas, como el abandono de la madre de David y Sandrine. Si bien la historia gira en torno a la niña, el relato no se narra desde su punto de vista, pero permanece influido por aquella frase sobre Elvis, que funciona como una metáfora en la vida de Amanda. Una pequeña, que a pesar de no volver a ver a quien amaba, la vida la sigue iluminando de otra manera. AMANDA Amanda. Francia, 2018. Dirección: Mikhaël Hers. Guión: Mikhaël Hers, Maud Ameline. Intérpretes: Vincent Lacoste Isaure Multrier Stacy Martin OphéliaKolb Marianne Basler Jonathan Cohen Greta Scacchi. Fotografía: Sebastien Buchman.Edición: Marion Monnier. Sonido: Dimitri Haulet, Vincent Vatoux, Daniel Sobrino. Música: Anton Sako, Matthieu Sibony. Duración: 106 minutos.
No hay que equivocarse, tras el engañoso arte de “Amanda” (Francia, 2018), de Mikhaël Hers, donde una niña rubia de ojos claros camina, hay uno de los dramas más profundos que el último cine galés ha producido. En Amanda, si está la niña que da título al film, y que es interpretada de una manera única por la joven Isaure Multrier, pero también está David (Vincent Lacoste), un hombre que transita la vida acomodando a los demás hasta que un hecho fortuito le hace replantearse toda su existencia. Debiendo hacerse cargo de su sobrina Amanda, el vínculo entre ambos, otrora fuerte e irresistible, deberá afrontar ahora el dolor de aquello que ya no es, y que debe ser de una manera muy diferente a la que cada uno imaginó que sería su presente y futuro con el otro. Ambos personajes, delineados de una manera precisa, hasta el más mínimo detalle, comenzarán a jugar con el resto del cast, un elenco que permite el lucimiento de sus protagonistas, pero que también pide pista para que cada intérprete tenga su destaque dentro de la narración. En “Amanda” la ciudad es el tercer protagonista, con espacios en los que el vínculo entre David y Amanda comienzan a cobrar otro sentido para ambos. El exterior, aquel que ha quitado algo de los dos, es el cambo de contienda para sus deseos, para sus recuerdos, los que,ahora en soledad, imposibilitan una conexión instantánea y necesaria entre ellos. Hers disfruta de filmar al trío, niña/hombre/ciudad, y a diferencia de otras producciones, en las que el límite del mundo público bien puede afectar la sinergia y amalgama con los actores, aquí expande hacia lugares impensados la continuidad de la historia. Si por ejemplo, recurren a un espacio en el que el sonido está por encima de los diálogos que se dicen, la hábil decisión de hacer de esto un recurso narrativo más, permiten que el espectador se introduzca de lleno en ese universo de verdad y actualidad. En la verdad que se transmite sin estridencias por parte de los protagonistas, en llantos espontáneos que resuenan en las palabras de aquellos que se acercan a la dupla para ayudarlos en atravesar el momento, en la simpleza de mostrar cómo comparten desayunos y caminatas, el arco dramático refuerza la sensibilidad con la que se muestra a los personajes. “Amanda” es la historia de cuerpos y sujetos que se desestabilizan por situaciones inesperadas, y que ante esa sorpresa, deciden avanzar acompañándose a pesar que ni uno ni el otro sepa muy bien qué hacer a partir de ahora con sus rutinas, ausencias, dolores y amor. Lacoste y Multrier le sacan jugo a sus roles, sin estridencias y entendiendo que en la simpleza de gestos y articulaciones se puede configurar muchísimo más que en actuaciones exageradas cargadas de eufemismos y estridencias.
Elvis ha abandonado el edificio David es un joven parisino de 20 años que, de un día para el otro, debe hacerse cargo de la hija de su hermana que muere en un atentado. Él es el único que puede hacerse cargo de Amanda y, si bien, al principio le cuesta su nueva tarea, luego se va acercando a la niña hasta construir una verdadera relación de amistad y familia. Amanda es un drama familiar clásico. Incluye romance, muerte y una niñez trágica. La relación entre David y Amanda avanza como esperamos y el final se vuelve predecible. Al comienzo hay cierta tensión entre los personajes pero luego esta tensión se aliviana y los vemos disfrutar de su relación a su manera. La película aborda temas actuales y polémicos como los atentados y la conformación de la familia que se aleja del trinomio padre-madre-hijo o hija. Se puede entrever una critica a la sociedad moderna y como funcionan las emociones. Amanda logra mostrar a los personajes en su peor momento, intentando mantener un equilibrio entre lo que se siente y lo que se muestra que va mutando a lo largo de la trama. Los dos actores principales logran transmitir esta montaña rusa de emociones, en especial Isaure Multrier (Amanda) hacia el final de la película, cuando la vemos llorar y expresar todo su dolor y liberación finalmente. Mikhaël Hers logra representar de una forma convencional pero con sus elementos simpáticos el trauma de la pérdida familiar, el duelo y el drama que esto conlleva. También podemos decir que el director no asume ningún riesgo y cae en diversos lugares comunes, apelando a la empatía del espectador. Amanda puede resultar una película con un ritmo lento en algunos momentos pero logra que nos compenetremos con la particular historia de David y Amanda y la evolución de su relación.
Tercer largometraje francés de Mikhaël Hers, que se estrenó en la Mostra de Venecia en 2018. David (Vincent Lacoste) es un parisino de 24 años que se gana la vida con trabajos part-time. Este joven solitario y soñador se enamora de su vecina Lena (Stacy Martin). Pero esa vida tranquila se verá trágicamente interrumpida, ya que su hermana, Sandrine (Ophelia Kolb), muere en un atentado en París y entonces deberá decidir si podrá hacerse cargo de Amanda (Isaure Multrier), su sobrina de 7 años. La película comienza con el sonido del timbre de salida de un colegio, ahí conoceremos al personaje principal: Amanda y su cosmos. En montaje paralelo tendremos la presentación de personaje de David, quien se encuentra entregando las llaves de un pequeño departamento a una familia de turistas. Luego, volvemos a Amanda, quien espera sola en la puerta de su colegio porque todes sus compañeres se han retirado ya; entonces, volvemos a David que sigue con sus tareas hasta que recuerda que debió recoger a su sobrina. Ahí comprendemos que son familia. De esta forma el director nos da un avance, no sólo de su parentesco, sino de una habitualidad raramente cotidiana del vínculo entre elles. Posteriormente se desarrollan dos escenas dentro de la casa de Amanda, una con su tío y otra con su mamá, en las que si prestamos atención a sus palabras y detalles visuales, descubriremos indicios a las resoluciones venideras del film, connotando así que su estructura es consecuente a sus protagonistas; lo que denota que la película será llevada hacia adelante por sus actores y actrices. La dirección de actores es bien meticulosa, aunque dentro del film encontraremos largos planos donde les protagonistas, Vincent Lacoste y Isaure Multrier, parecieran tener cierta libertad para improvisar sus estados emocionales en momentos claves de la historia. Esta confianza del director depositada en su herramienta actoral nos habla de la importancia de un trabajo previo en el vínculo entre les actores y su cercanía energética, de la riqueza en el uso de los microgestos y de cómo la forma física expresa opresión en un cuerpo atravesado por un trauma y su automático deseo de control mental por sobre el emocional que une quiere dominar, pues la idea social de “mantener las formas” está bastante implícita en la película. Desde ahí consigue no caer en el típico melodrama moralista, pues el realizador no se quedará en el atentado, sino que seguirá adelante como la vida misma, pues a sus protagonistas les queda seguir viviendo con “eso”. Esa decisión de mirada íntima, entrega un aire humano y empático, dado que la búsqueda de resiliencia de David y Amanda demuestra que debemos transitarlo residiendo más en el interior que en el exterior. Quizás se exceda en escenas con la banda sonora y genere una distancia de la emoción que lo actoral ya brinda sin necesidad de más; igualmente el uso de sonido como herramienta atmosférica modificadora del cosmos de los personajes direcciona inteligentemente al relato, tal es el caso de la secuencia en la cual David se dirige en bicicleta hacia el parque donde ocurre el atentado, sin saber qué sucedió, y mientras va llegando, es el tratamiento sonoro quien nos indica incomodidad, circulando de la música hacia una casi total ausencia de sonidos, involucrándonos como espectadores en la tensión propia del personaje, quien comienza a cuestionarse, sin saber demasiado, en base a algunas señales que visualiza mientras se acerca al lugar. En relación al tono y/o estilo, según lector/autor, podría decirse que se basa en una búsqueda austera en la imagen, la cual sintoniza a la perfección con la trama del film y sus actuaciones, aunque tenderá por momentos a caer en literalidades de plano y guion que subestimarán a les espectadores más sensoriales. Igualmente, dentro de la puesta de Mikhaël Hers, veremos escenas maravillosas con ideas visuales materializadas en sensibles planos que, si bien por momentos suelen quedarse cortas de tiempo en durabilidad boicoteando su propio trabajo, lo loable es que consigue proyectar en pantalla estados de ánimo, por ejemplo: en la escena en que David va caminando de perfil por la rambla (figura de plano) mientras lleva a su sobrina Amanda en brazos, veremos que detrás de elles hay un barco (fondo de plano) que se desplaza en sentido contrario, mientras que la cámara va generando también un travelling lateral de acompañamiento de personajes; todos estos elementos en escena provocan un cruce de horizontalidades que sobreflotan e irrumpen la armonía exterior, reflejando la confusión interna de David quien se encuentra “cargando” en su propio cuerpo una enorme responsabilidad, y mientras va transitando hacia adelante esos espacios, pareciera que avanza mientras retrocede, pues está viviendo más en su mente que en la conexión con el afuera. Si esta escena hubiera tenido una durabilidad mayor para su descanso y desarrollo, la comprensión apesadumbrada hacia el personaje sería más honesta y directa para con les espectadores. Amanda es un drama familiar, basado en las secuelas de un ataque terrorista en París, contado desde una mirada íntima sobre la resiliencia humana, sin caer en golpes bajos, y donde sus actores y actrices son la base del film.
"Amanda": terapia express Un joven parisino solitario y soñador debe hacerse cargo de su sobrina luego de un acontecimiento trágico, que ambos deberán superar. Una de las peores pretensiones del cine (por algún motivo que habría que investigar muy raramente se da en otras formas narrativas) es la de liberar al espectador de su dolor en trámite express, haciendo que su objeto de identificación (el héroe o la heroína) expíe el suyo, en un lapso anormalmente breve. En la vida, hacerlo lleva años. En el cine las cosas urgen, hay poco tiempo. Noventa minutos, un par de horas. De allí que unas escenas después de haber sufrido un trauma psíquico grave, el héroe o la heroína se reconectan con el lado positivo de la vida y vuelven a sonreír, como si en lugar de perder a un ser querido hubieran extraviado un paraguas o un sombrero. Es lo que sucede en este film francés, desbaratando de un solo golpe lo que hasta el momento se había construido no sin algún tropiezo, pero con cuidado y delicadeza. Uno se queda pensando qué necesidad había. De entrada y anticipando lo que va a suceder, más que en la relación entre la pequeña Amanda (Isaure Multrier) y su madre Sandrine (Ophélia Kolb), el relato focaliza sobre Amanda y su tío David (Vincent Lacoste), ya que éste, que tenía que ir a buscarla al colegio, se descuidó y llega tarde. Amanda tiene siete años, es rubísima y le encantan los postres chorreantes de crema. Sandrine trabaja todo el día, por eso necesita pedir a veces la colaboración de su hermano David, que trabaja para una inmobiliaria y talando árboles para la municipalidad. Entre los tres impera una felicidad perfecta. Aquí hay dos posibilidades: o se sigue narrando la felicidad o se la interrumpe bruscamente. Que es lo más común, porque se supone que el cine es una forma dramática y en el drama tiene que haber conflicto. Aquí esa interrupción se opera de la mano de un daemonium ex macchina rigurosamente actual: el atentado terrorista islámico. Que se da no sólo de golpe, como corresponde, sino luego de una elipsis tal que lleva unos segundos (y hasta unas escenas) rearmar la situación. Podría pensarse que es una enormidad narrativa recurrir a semejante disparador. Pero bueno, un atentado sobre blancos civiles es, en sí, una enormidad, y esa enormidad puede afectar a cualquiera. De allí en más la historia es la de la obligada maduración del veinteañero David, que debe hacerse cargo de su sobrina, y la del duelo gradual de Amanda. Como suele suceder en el cine (y en la vida), Amanda demuestra mayor practicidad y decisión que su tío, dándole órdenes y poniéndole límites, mientras David no sabe ni cómo consolarla cuando tiene una crisis de llanto. Hay personajes adventicios, de variada importancia. La más relevante es Léna (Stacy Martin, a quien pudo verse en Nymphomaniac, Godard Mon Amoury Todo el dinero del mundo), una inquilina con la que David inicia una relación, y después están Maud (Marianne Basler), una señora encantadora que es tía de Sandrine y ayuda a David con el cuidado de Amanda, y Alison), mamá inglesa de David y Sandrine (la reaparecida Greta Scacchi, con cabello castaño). David no la ve hace como veinte años y sigue resentido con ella, porque los abandonó de chicos. Oportunidad de reconciliación. Hay algunos signos de que esto no está del todo bien. Que Alison esté como si tal cosa después de lo que pasó es uno de esos signos. Una musiquita melosa que empieza a asomar en ciertas escenas emotivas es otro. Un fuerte abrazo de Amanda, de esos de agarrar y no soltar, estilo “ahora te quiero en serio”, otro. Lo mejor que tiene la película son los llantos de David, bruscos, torpes e imprevistos, que generan una bienvenida incomodidad. Pero es allí que David y Amanda van a un deus ex macchina llamado Wimbledon y basta que un tenista se sobreponga a la derrota para que ¡plop! Amanda pase del llanto a la risa. Y colorín colorado…
Amanda es una historia sobre el después. El después de una tragedia, el después de una pérdida, el después de un descubrimiento. Un atentado terrorista en el corazón de París marca para siempre las vidas de Amanda y de su joven tío David (el excelente Vincent Lacoste). Lo que filma Mikhaël Hers no es el hecho sino sus efectos, en la vida de los sobrevivientes, en la dinámica de la ciudad, en la experiencia del tiempo. Hay una escena que sintetiza la decisión del director. Después del horror que nunca vimos pero entendemos, del desconcierto en la puerta del hospital, de las lágrimas contenidas, David y Amanda (Isaure Multrier) salen a pasear por una París desolada. Se sientan en un banco, dicen las palabras más difíciles, lloran. Las rejas frente a un parque, la figura de un militar en la calle, el vacío que trasciende el espacio e invade el ánimo de los personajes, adquieren una fuerza arrolladora, que no necesita sentencias. Hers confía su película a los pequeños gestos, abraza la tradición de la comedia humana francesa con calidez y convicción, y modela a sus protagonistas en esa imperceptible conciencia de lo perdido que deja lugar a la reconstrucción. Por ello el guiño a la famosa frase "Elvis ha abandonado el edificio" como signo de un posible final, que la madre de Amanda le enseña entre risas y bailes, reverbera en toda la historia, en sus viajes de encuentro con las deudas del pasado, en sus caminos de regreso a las responsabilidades del futuro.
Ante la historia que aquí se cuenta (un veinteañero que debe ocuparse de su sobrina, de 7 años, que pierde a la madre en un atentado), el público bien podría esperarse un dramón agobiante o un melodrama a moco tendido. Para su sorpresa, descubre un relato calmo, contenido, respetuoso de los dolores, tal vez demasiado, tanto que parece quedarse en la superficie del drama. De hecho, no profundiza en sus consecuencias, ni emociona sino recién en la escena final. Pero deja un buen recuerdo. Descubre además a una intérprete promisoria: Isaure Multrier, de 10 años al momento del rodaje. El aturdimiento, los pequeños berrinches, un llanto nocturno, y una escena, la final, jugada en primer plano, donde va pasando por distintas expresiones muy intensas y creíbles, desde el desconsuelo hasta el alivio, esta chica es notable. Hay que anotar el nombre del director, Mikhael Hers, de su coach, Manon Garnier, y su madre, una productora de televisión. Demasiada exigencia, dirá alguno. Más bravo fue lo de Victoire Thivisol, de apenas 4 años cuando en un personaje similar protagonizó “Ponette”, de Jacques Doillon. En este caso, para no agobiar demasiado a la pequeña Isaure, el papel principal queda a cargo de Vincent Lacoste como el tío joven que debe hacerse cargo de la sobrinita huérfana. Dicho tío, por su parte, a la muerte de la hermana suma la aflicción por una novia pianista herida en la mano y la incomodidad de reencontrarse con una madre abandónica que ni siquiera conoce a su nieta (papel a cargo de Greta Scacchi, ¡cómo pasa el tiempo!). Afortunadamente, todo terminará bastante bien. De paso, el espectador tendrá unas vistas del Bois de Vicennes, Burdeos, Perigoux, muy fugaces, el South Wimbledon camino a la cancha de tenis, y el Tamesis, donde los ingleses esperan ver si asoma de nuevo una ballena (es cierto, hace dos años apareció una beluga).
Dirigida por Mikhael Hers, “Amanda” se presentó en el Festival de Cine Francés y ahora llega a los cines, un film que muestra la vida de David (Vincent Lacoste), un joven parisino de 24 años, que hace algunos trabajos como jardinero y a su vez alquilando departamentos a turistas. Su vida familiar se circunscribe a su hermana, profesora de inglés en una escuela secundaria y a su sobrina, la pequeña del título. Después de un hecho traumático y doloroso, David deberá tomar un rol crucial en la vida de la pequeña, que también deberá adaptarse al cambio, tan inesperado. Toda será nuevo para ambos en ésta nueva relación, que se convierte de a poco en padre-hija, desplazando a la anterior de tío-sobrina. Toda una responsabilidad para alguien que no estaba preparado, con lo cual habrá desencuentros. Pero en definitiva, son familia y deberán sortear los obstáculos que se planteen. El guión toma más en consideración la relación entre ambos, la catarsis, reacciones y aceptación de ambos ante la nueva realidad, la pérdida y cómo, entre los dos, pueden salir adelante. Amanda (Isaure Multrier) tiene siete años y su mundo era su madre Sandrine (Ophelia Kolb), de hecho su relación era de complicidad, igual que la de los hermanos. Pero, las cosas cambian de manera radical. En el cuadro también aparece Lena (Stacy Martin) como un interés para David y la madre, Alison (Greta Skakki) desaparecida durante años, y de vuelta en sus vidas. Lo más interesante de ver, además de las actuaciones, naturales, impecables, es la forma, sin golpes bajos, de tratar éste tema de manera adulta. El film con guión de Hers y Amlin, replantea los valores de la familia y ganó el Premio Laterna Mágica en el Festival de Venecia en la Sección “Orizzonti” y fue nominada para dos Premios César, actuación para Lacoste y mejor música del neoyorquino Anton Sanko. Vale la pena. --->https://www.youtube.com/watch?v=cyGC0W8PfoI ACTORES: Vincent Lacoste, Isaure Multrier, Stacy Martin. GENERO: Drama . DIRECCION: Mikhaël Hers. ORIGEN: Francia. DURACION: 107 Minutos CALIFICACION: Apta mayores de 13 años FECHA DE ESTRENO: 31 de Octubre de 2019 FORMATOS: 2D.
ANTE EL DOLOR DE LOS DEMÁS Amanda es un drama con ribetes industriales, es decir, una película destinada a la prolijidad y a la conservación de las formas. Su carencia de desmesura la hace conservadora, pero al mismo tiempo la distingue y la pone a salvo de varias estafas emocionales o productos bañados de una seriedad impostada. No es novedosa su incursión en vínculos que hay que recomponer ni en situaciones que demandan toma de decisiones luego de un hecho traumático. El título hace referencia a una niña que vive con su madre, una joven profesora de inglés. A ellas se les suma el tío David, un veinteañero que, al igual que su hermana, corre para todos lados envuelto en una rutina laboral vertiginosa. La primera mitad está consagrada a una descripción de las relaciones afectivas, incluida una incipiente relación entre David y una chica que alquila un departamento al lado de su casa. Además de trabajar para el municipio, el muchacho oficia como intermediario para rentar alojamientos y ayuda a la hermana con Amanda. Ciertas escenas ofrecen una particular gracia, una naturalidad fotogénica que enaltece a los personajes en esa París que surge luminosa y vital pese a las dificultades. Hasta que se produce un atentado que modifica drásticamente todo y las imágenes azuladas comienzan a gobernar el tinte de un universo donde hay que reformular la vida. En varias películas contemporáneas suelen verse protagonistas que se corren del camino para objetivar la experiencia, para rever el horizonte de sus pasos. Aquí, al joven David la persiana de la existencia le cae tan rápido como el atentado terrorista sobre un parque en el cual muere su hermana y su novia queda herida. A partir de ese momento, la historia deriva en cómo afrontar una especie de paternidad como se puede. Un acierto indiscutible del director es no personalizar al atentado. Se lo muestra como parte de una posibilidad latente sin indicar sus causas ni subrayando una condena. En todo caso, París se transforma en una ciudad sitiada, irrespirable. Está claro que habrá que convivir con esto por largo tiempo y eso no se cuestiona. Se acepta incluso como parte de una coyuntura política, resultado de siglos de dominación indiscriminada. Ahora el paisaje urbano se ha transformado del mismo modo que el paisaje interior ante la pérdida. Amanda y David lo expresarán en diversos desahogos, momentos que, en lugar de provocar la huida o la lágrima fácil, generan sana empatía, sobre todo por la fuerza y la intensidad que transmiten. En este sentido, no hay que temerle a los dramas ni dejarse tentar por la distancia crítica si la búsqueda es legítima. Una canción bien puesta, un llanto creíble y un rostro que trasunta emoción, si no dan vida, matan. Hers lo tiene en claro y construye su propuesta dignamente dentro de los carriles genéricos. Además, descubre a esos personajes y los hace crecer en la pantalla. Su película es más confiable que varios bodrios de chantas celebrados con pretensiones de seriedad. Y el tema es la pérdida y el modo en que se reconfiguran las experiencias. Por un lado, en la ciudad; por otro, entre los personajes. Despojado el exterior de certezas, la intimidad es una fortaleza que las relaciones trazarán paulatinamente. Para ello, no hay que traspasar los cuerpos con la cámara. A veces, la prudencia que marca la distancia sin poses ni estridencias permite un mayor acercamiento del espectador.
David y su hermana Sandrine viven y trabajan en París. Él como contacto para turistas que alquilan departamentos temporales, ella como profesora de inglés. Está claro que, junto a la pequeña Amanda, hija de Sandrine, se tienen el uno al otro como familia, puesto que sólo hay una madre, en Londres, a la que no ven. Hay entre ellos una relación de compañía y apoyo, en unas vidas que transcurren con la aparente placidez de la clase media con empleo capaz de disfrutar del verano parisino con paseos en bicicleta y picnics en los parques. Pero todo termina de pronto, y en brutal silencio, cuando alguien abre fuego en uno de esos parques y mata a decenas, entre las que se encuentra Sandrine. En shock, abrumado por el duelo, el veinteañero David se encuentra de pronto obligado a enfrentar su nueva realidad, incluido el cuidado de su sobrina. Sí, Amanda es un drama para llorar, duro como la imagen de una niña procesando como puede la pérdida de su madre. A cargo de un chico que apenas estaba empezando a delinear su propia vida. Pero el director , junto a sus impecables actores, incluida la pequeña debutante Isaure Multrier, no sólo encuentran la forma de contar esta historia evitando el melodrama burdo, sino que hacen de sus personajes criaturas tan reales y queribles que nos importan, al punto que queremos seguir ahí, cerca de ellos. Conmovidos por su dolor, claro. Pero también atraídos por la forma honesta, serena, y hasta sutil, en medio de la brutalidad de lo que pasa, que Amanda encuentra para contar su historia. Sin desviarse de ellos, la película se arma a través de escenas tan sustanciales como livianas. Y así revela algo que pertenece al cine: cuánta más información puede haber en el detalle de unas manos que se agarran fuerte que en llenar los casilleros acerca del qué, el quiénes, el porqué.
Solida narración cuyo dramatismo y sensibilidad logran trasceder la pantalla Si una noticia de extrema gravedad cuando es informada por los medios periodísticos impacta, ese impacto se magnifica hasta límites insospechados, y con consecuencias inimaginables, al volverse real y tener que enfrentarla cara a cara. Eso es lo que le sucedió a Amanda (Isaure Multrier), una nena de 7 años que vive en París únicamente con su madre Sandrine (Ophélia Kolb), pues su padre no la reconoció. Para sostener el vínculo familiar está David (Vincent Lacoste), su tío, el hermano de Sandrine. Él es soltero, de 24 años, y tiene dos trabajos. La relación entre ellos es muy estrecha y la infancia de Amanda se desarrolla lo más feliz y tranquila posible. Dentro ese micro mundo avanza la historia dirigida por Mikhaël Hers, con un comienzo bastante similar a una ficción televisiva, donde cada personaje que aparece es nombrado, o lo nombran, y dicen a que se dedican. Luego de eso adquiere un clima, un ritmo y una estructura cinematográfica que no la pierde en ningún momento, es más, a medida que avanza la narración, aflora un gran dramatismo y la sensibilidad con la que se cuenta, transciende la pantalla. Porque, como dijimos al comienzo, una tragedia le cambia la vida a cualquiera, y muchísimo más siendo menor de edad. A Amanda y a David les sucedió eso, cuando Sandrine estaba en un parque y un par de personas llegaron allí, les dispararon a todos a quemarropa y ella resultó muerta. El director no precisó recalcar sobre el asesinato y el funeral para transmitir los sentimientos. La fuerza del relato radica en la utilización del fuera de campo para resaltar la ausencia y el dolor del hermano junto a su sobrina. Ellos, como dos sobrevivientes, intentarán reestablecerse como pueden. Vivir juntos, no estaba en sus planes. Elaborar un duelo, mucho menos. David, mientras resuelve lo que va a hacer con Amanda y con él mismo, porque le cayó una gran responsabilidad para lo que no estaba preparado, se apoya en su tía, en amigos. y en un amor distante, para encarrilarse y recomponerse mutuamente. El film describe los sentimientos más profundos con mucha calidez, que afloran principalmente en Amanda, destacándose sobremanera la composición de su pequeña intérprete y de David, mientras transitan el camino de las pérdidas, abandonos y reconstrucciones. Porque, muy a su pesar, les tocó aceptar con resignación las cartas que les fueron repartidas por un invisible croupier, para participar en éste juego que es la vida.
Una película partida en dos, como las vidas que retratas. Grandes actuaciones y una sensibilidad que esquiva los golpes bajos
El duelo responsable Últimamente el cine viene tocando con acierto la temática del abandono materno, esa situación en la que una madre abrumada decide «desaparecer», dejar a sus hijos y pasar a vivir alejada de ellos. Es el tema central de la francesa Nos batailles, de la argentina La omisión, de la canadiense Maman est chez le coiffeur, y vuelve a ser tocado en esta película, aunque sólo parcialmente y como algo pasado, no central para la trama. Pero, sin dudas, es uno de los elementos que nos llevan a entender los conflictos pasados de David, el protagonista, abandonado por su madre cuando él y su hermana eran pequeños.