Un romance de otro tiempo El film retrata una historia de amor que se mueve entre el deseo y la locura. Julia (Irene Visedo, la actriz de El Espinazo del diablo) es una cuidadora del Museo del Prado que está convencida que aparece en una pintura flamenca, junto a un hombre (Eduard Fernández, visto en Alatriste y La piel que habito) que asegura es su amante. Con este interesante planteo el director Beda Docampo Feijoó construye un relato rico en detalles que parece pertenecer a otra época. El film transcurre en dos tiempos diferentes y el protagonista, un prestigioso psiquiatra, comienza a tratar Julia, la mujer que supo amarlo cuatro siglos antes. Con el marco escenográfico de Brujas, la película se mueve entre diálogos que por momentos resultan excesivos y no dejan fluír la imágen por sí sola, que tiene peso propio. Una mujer y un hombre, un pasado que golpea fuerte en el presente, el enfrentamiento entre la fe y la razón y algún secreto que será revelado sobre el desenlace, forman parte de esta propuesta que no deja de ser interesante en manos del cineasta de El mundo contra mí y Buenos Aires me mata, inclinado siempre por las historias dramáticas. Amores locos llega con un retraso de cuatro años, quizás como reflotando un romance de antaño.
La temática de la locura ha sido abordada repetidas veces en el género del drama romántico; siempre ha sido una buena forma de crear cierta empatía con el ñpersonaje, ya sea por gracia o lástima; pero grandes amores de la pantalla han tenido su cimiento en la demencia de uno (o ambos) miembros de la pareja. El español con fuerte presencia en Argentina Beda Docampo Feijoo parece haber tomado nota de esto, y en base a esta premisa construyó su último film que, en realidad, data de 2009, Amores Locos; y aunque aquí seguramente no estemos frente a un gran amor que perdurará en el recuerdo de la pantalla, sí logró crear un film correcto, eludiendo algunos lugares comunes esperados, eso sí, dije algunos. Enrique (Eduard Fernández) es un psiquiatra que vuelve a España desde los EE.UU., en una visita al Museo del Prado se encuentra con Julia (Irene Visedo) una guía y cuidadora del lugar; y como un flechazo, ni bien ella lo vea caerá desmayada. Es que ella está convencida de que ellos son los protagonistas de una pintura anónima del Siglo XVII, “La clase de música”, y como una suerte de reencarnación están destinados a continuar con el amor que siglos atrás, asegura, quedó trunco. Enrique aceptará, escuchará sus argumentos a cambio de que poder tratarla como paciente, secretamente la analizará para un ensayo sobre la demencia en la pasión desenfrenada. Julia demuestra tener visiones sobre la imagen de esa pintura, y de cómo continúa la historia y lo que la rodea. Muy pronto el psiquiatra descubrirá que hay algo más, una historia oculta a revelar. Este no es el único romance que atraviesa la película, aleatóriamente podríamos decir que todos los personajes, en mayor o menor medida se encuentran signados por algún amorío; un colega y amigo de Enrique se enamora de una prostituta a la que trata como una novia en alquiler, la hermana quiere quedarse embarazada para retener a su amante casado, la ex esposa infiel utiliza todas las armas para reconquistarlo, su hija recibe cartitas de un compañero; y por el lado de Julia, su abuela recibe poemas anónimos desde un celular, además de esa otra historia oculta. Docampo Feijoo, hizo un film más que sobre el amor, sobre la pasión, sobre eso que no podemos controlar, y se pregunta si eso es algo que puede tratarse clínicamente, la respuesta estará en cada espectador. Con una trayectoria despareja en la que encontramos puntos notables como "Quiéreme" y el telefilm "Locos de Contentos", pero otros insufribles como "Buenos Aires me mata", "El mundo contra mi" y "Ojos que no ven"; aquí maneja tanto la historia como la estética con solvencia, la película se sigue con un ritmo cálido y evita los golpes bajos, aunque en los tramos “históricos” (como ya lo ha demostrados en otros de sus filmes) cae en cierta ampulosidad. Otro dato en contra es que ciertas incoherencias o puntos flojos en la trama la pueden debilitar, será cuestión de creer todo lo que se nos muestra. Fernández y Visedo logran buena química, y sobre todo ella luce muy luminosa aunque su personaje podía ser algo oscuro; y el resto del elenco, en el que contamos entre otros con Marisa Paredes como la abuela de ella, acompaña de manera sólida. "Amores Locos" no es film perfecto ni mucho menos, es un drama correcto, menor, para amantes de este tipo de historias en donde el amor flota en el aire y todos se rigen por él. A estos, público al que va dirigido, les hará pasar una y media grata y ligera; quienes busquen algo más tal vez la vean algo cursi, son cuestiones del romance, no siempre entiende de razones.
De psiquiatras y pasiones Presentada por su director Beda Docampo Feijóo hace dos años en Pantalla Pinamar, Amores locos (2010) es un relato que cruza la racionalidad más ortodoxa con la pasión inexplicable despertada a partir de una pintura. ¿Suena conocido? Si, Rebecca (1940), Vértigo (1958), Rosaura a las diez (1958), son algunos ejemplos de una historia abordada reiteradas veces. Julia (Irene Visedo) es una joven que trabaja en el Museo del Prado convencida de aparecer en una pintura flamenca del museo junto a un hombre de espaldas en el cuadro. Un día se topa con Enrique (Eduard Fernández), de gran parecido al hombre de la pintura, al que Julia conquistará reproduciendo la pasión flamenca del cuadro. Enrique es psiquiatra y ve a Julia como una joven enferma y aprovecha sus investigaciones y la convierte en su paciente. Un romance comenzará entre ambos. Amores locos es una película por demás correcta que comete el pecado de caer en los lugares comunes del género: a nivel temático la historia de amor prohibido irracional, con resoluciones dramáticas un tanto previsibles. A nivel cinematográfico el film abusa del convencional efectismo para reforzar los puntos fuertes del argumento. La historia del cuadro que despierta pasiones inexplicables, con personajes dobles de la vida real, ya fue retratada como hemos dicho anteriormente. El film de Beda Docampo Feijóo cruza las teorías psicoanalíticas para explicar médicamente el proceso de enamoramiento. La pintura articula las fantasías de los protagonistas en tal estado de pasión. Sin embargo, y más allá de la exploración psicoanalítica que pueda hacerse del fenómeno, la situación es retratada desde un clasicismo convencional que no aporta sino retrotrae a las formas cinematográficas del melodrama televisivo de décadas anteriores.
La pasión tiene razones que la psiquiatría no entiende Filmada en 2008 y presentada en España en 2009, donde ganó el premio del Jurado Joven del Festival de Málaga, y en EE.UU. en 2010 como "The House in Bruges", varias veces anunciada y postergada entre nosotros, abruptamente se estrenó ayer esta historia romántica, que no será, quizá, lo mejor de su director, pero es igualmente atendible. El tema, las sugerencias que va proponiendo su historia, la apelación a un tipo de cine capaz de transportar a las almas soñadoras, son atractivos aquí presentes. El personaje protagónico es una joven guardiana de sala del Museo del Prado. Todos los días laborables, horas y horas sentada frente a un cuadro flamenco del Siglo XVII, donde se ve a una joven de espaldas tocando el clavecín, bajo la mirada de su profesor, también de espaldas. Ella se siente como esa joven. ¿Acaso no pudo ser ella misma, en otra encarnación? Hasta que un día un visitante se para frente al cuadro igual que el profesor allí pintado, con una mano atrás, exactamente igual. Y la guardiana se desmaya. No diremos mucho más. Sólo que ese visitante no es un profesor de música, sino un psiquiatra que se interesa en la chica por meras razones de investigación científica. Está haciendo una tesis sobre obsesiones amatorias sin fundamento. ¿Pero si en una de esas existe un fundamento? ¿Qué historia estaba viviendo aquella pareja de tantos años atrás? ¿Qué historia pueden vivir las dos personas de ahora, el doctor y su terco conejito de Indias, entre la certeza de la imaginación y la incertidumbre de la razón? ¿La razón es más fuerte que la percepción? ¿De veras el amor perfecto sólo existe en la imaginación? Rodeando a estas dos figuras hay una abuela centrada en la realidad virtual de su computadora, un amigo también psiquiatra volcado al amor hacia una mujer naturalmente exótica (o quizás estemos frente a otra representación), y el misterio de los padres de la joven, que hay que desentrañar para desengañarla o para acompañarla, y un par de sorpresas más, y un viaje a Brujas. Georges Rodenbach situó en esa hermosa ciudad medieval una novela sobre gente que descubre lo que quiere ver, y se enamora. Hugo del Carril leyó esa novela e hizo una de sus mejores historias, la romántica y trágica "Más allá del olvido". ¿Habrá también aquí un desengaño trágico? Beda Docampo Feijóo es el autor de estos "Amores locos". Acaso el guión resulte mejor que la puesta en escena. El actor se la enfría un poco. En cambio la actriz está exacta en su papel de loca enamorada, con todo lo que corresponde de fragilidad y firmeza. Ella es Irene Visedo, que inmediatamente después protagonizó a la duquesa de Alba en la miniserie "Cayetana". Docampo, en cambio, no hizo ninguna otra película, acaso porque ésta era la número 12 de su filmografía. Pero se volcó a las miniseries por internet. La primera, sobre otra clase de gente obsesionada: los hinchas del Atlético, cuando ganar algo todavía era un sueño imposible para ellos. Digamos que ambas historias tuvieron un final bastante feliz, dentro de lo que cabe.
En un ángulo oscuro del Museo del Prado Co guionista de Camila y Miss Mary, ambas de la recordada María Luisa Bemberg, el realizador español Beda Docampo Feijóo invita a atravesar un hipnótico relato de fronteras borrosas. Un film con el aliento de los melodramas de los años 40 y 50. De manera sorpresiva, tras su presentación primero en el Festival de Málaga a principios del 2010, y luego su estreno, en nuestro país, en el Festival de Pinamar del mismo año, nos ha llegado esta silenciada realización del cine español que trae nuevamente a la cartelera a un director que tuvo una presencia muy relevante en nuestro cine. Sólo citar que en su condición de co guionista participó en el aplaudido film de la recordada María Luisa Bemberg, Camila, y posteriormente en Miss Mary; momento en el que llegó a nuestra ciudad la notable Julie Christie, su protagonista, acompañada por parte del equipo del film, incluida la visita del mismo Beda Docampo Feijóo. Realizador muy personal, nacido en Vigo en el año 1948, Beda Docampo Feijóo nos ofrece ahora, en el aquilatado y repetido espacio de una cartelera serializada en fórmulas, una obra que podemos caracterizar como reposada y anacrónica. Y esto en el mejor sentido de ambos vocablos, ya que el trazo de una escritura muy personal se reconoce en el mismo devenir de esta historia, que acusa las huellas de tantos otros films; algunos de ellos ya clásicos, que se orquestan en torno a la figura y al motivo de una obra pictórica. Ya, desde el nombre del film, Amores locos, su director y co guionistas nos proponen recrear esa categoría que sale al encuentro de su autor, André Breton, quien a fines de la década del '30 da a conocer su obra L'amourfou, un inclasificable y antológico texto que incluye diferentes registros y referencias, menciones a films y autores, que nos lleva a pensar este Amor Loco como lo que nos provoca el azar, el deseo, la renovación de la mirada, el hipnotismo; algo muy presente en la obra, en la escena del ideario del Surrealismo. El film de Beda Docampo Feijóo, que no recurre a artificios tecnológicos, nos llega como un film que tiene el aliento de los melodramas de los años 40 y 50, que trae a nuestro teatro de la memoria los nombres de Fritz Lang y Alfred Hitchcock, y en nuestro cine a Hugo del Carril y Mario Soffici. Así, desde ese primer momento en la que se nos presentan a dos figuras disímiles, que tendrán su primer encuentro en una de las galerías del Museo del Prado, están delineados dos modos diferentes de comprender el mundo, de aprehenderlo, de volverlo materia del lenguaje. Y entre ellos dos, una sugestiva obra pictórica, anónima, del siglo XVII, perteneciente a la escuela flamenca, llamada "La clase de música", que pasa a ser un motivo circular, como la misma escalera del film Vértigo, del maestro Alfred Hitchcock, sublime y abismal. Y así, como en este film del 59, la mirada se detiene sobre el rodete de la protagonista, Madeleine,(una inolvidable Kim Novak) al observar la pintura en el museo, del retrato de Carlota Valdés; ahora, en el film que hoy comentamos, la atención de la protagonista, Julia, se fija en el gesto de la mano del hombre que está a su lado, Enrique, en relación con la obra que la lleva a abrir el diálogo. Julia está a cargo de uno de los salones del Museo del Prado. Su historia está marcada por silencios y ausencias. Vive con su tía Ana, entregada en sus horas de ocio a una ruleta virtual. Entre ambas hay historias aún por decirse. Y en el otro carril, Enrique, reconocido psiquiatra que ostenta un feroz racionalismo, que fundamenta sus teorías en leyes generales de la biología y la química. Observador vigía de las reacciones humanas, de las conductas de los otros, lo que lo lleva a categóricos reduccionismos y etiquetamientos. Será él, entonces, quien a partir de unos suspendidos comentarios de Julia respecto de esta obra pictórica, la que presente esta experiencia en el marco de un Congreso. La vida de Enrique transcurre frente a lo que aún no pudo enfrentar. Y ahora ha regresado de Roma y ya en Madrid, tendrá lugar el reencuentro con amigos. Y también con su hija ya adolescente y su ex compañera. Entre ambos,también, hay un renglón de puntos suspensivos. ¿Quién es para Enrique ahora esta pequeña mujer, de mirada muy penetrante, que se mueve esquiva y pudorosamente en un ángulo del Museo del Prado? ¿Qué es lo que le está sugiriendo que ya no puede explicarse desde esas leyes que defiende a ultranza? ¿Qué giro en su vida está comenzando a insinuarse, como lo experimenta de la misma manera, pese a su resistencia, el personaje que interpreta Colin Firth en el último film de Woody Allen, Magia a la luz de la luna?. Así, esta obra, que no es la homónima de Jan Vermeer, abre un pasadizo y un lugar de encuentro. Una obra que redescubre interrogantes como la que se nos van planteando frente a ese acontecer diferente que nos lleva al asombro. En palabras del director, cuando su estreno en Málaga, donde fue premiada por el Jurado Joven, en el punto de partida de este film está su deseo de "contar una historia sobre cómo sostenemos las ganas de vivir, cómo nos afanamos en acortar las distancias entre nuestros sueños y la otra realidad. Y pensé, entonces, en la imaginación". Lejos de anticipar el camino a seguir por nuestros personajes, sólo dejar ver cómo asoma de entre los pliegues del tiempo la ciudad de Brujas. Desde su mención en diferentes pasajes del film, a las fábulas que la fueron construyendo, el nombre de Brujas marca un anclaje en otro título del cine argentino. Y es que la novela Brujas, la muerta, de Georges Rodenbach, publicada en 1892, motivó a que el guionista, actor y director Hugo del Carril llevara al cine en 1956, la que para muchos de nosotros es, junto con Rosaura a las diez, de Mario Soffici, otro de los más eximios títulos de nuestro cine. Nos referimos, ahora, a Más allá del olvido, con guión de Eduardo Borrás, film que se anticipa en tres años a Vértigo y que cuenta, en esa atmósfera gótica y fantasmática, a Laura Hidalgo en su doble rol, junto a Eduardo Rudy y el mismo director. La obra pictórica, el retrato de una mujer, o bien una escena con más personaje, ha despertado a numerosos realizadores el deseo de construir un relato que se juega en límites borrosos. Este film, que forma parte de un desván de sueños, tal vez nos lleve, por igual, no sólo a transitar por más de hora y medio el viaje que proyectan sus personajes; sino, también, desear redescubrir la filmografía de este más que particular realizador. Y así, de entre los años ochenta y principios de los noventa, elegir, rever, algunos de aquellos títulos que lo tenían como habitual invitado en nuestras carteleras: Debajo del mundo, co guionado junto con Juan Bautista Stagnaro, historia que transcurría en un pueblo de Polonia, cuando la invasión nazi, interpretado por Bárbara Mujica, Sergio Renán, Víctor Laplace, film estrenado en el 87. Un año después Jorge Marrale compone al autor de La metamorfosis, junto a Susú Pecoraro y Villanueva Cosse en Los amores de Kafka, ambientada en Praga, a principios del siglo XX. Y ya en el 93, Beda Docampo Feijóo estrena la risueña comedia a lo Oscar Wilde, El marido perfecto, con Tim Roth, Ana Belén, Jorge Marrale y Aitana Sanchez Gijón.
La temática de la locura ha sido abordada repetidas veces en el género del drama romántico; siempre ha sido una buena forma de crear cierta empatía con el ñpersonaje, ya sea por gracia o lástima; pero grandes amores de la pantalla han tenido su cimiento en la demencia de uno (o ambos) miembros de la pareja. El español con fuerte presencia en Argentina Beda Docampo Feijoo parece haber tomado nota de esto, y en base a esta premisa construyó su último film que, en realidad, data de 2009, Amores Locos; y aunque aquí seguramente no estemos frente a un gran amor que perdurará en el recuerdo de la pantalla, sí logró crear un film correcto, eludiendo algunos lugares comunes esperados, eso sí, dije algunos. Enrique (Eduard Fernández) es un psiquiatra que vuelve a España desde los EE.UU., en una visita al Museo del Prado se encuentra con Julia (Irene Visedo) una guía y cuidadora del lugar; y como un flechazo, ni bien ella lo vea caerá desmayada. Es que ella está convencida de que ellos son los protagonistas de una pintura anónima del Siglo XVII, “La clase de música”, y como una suerte de reencarnación están destinados a continuar con el amor que siglos atrás, asegura, quedó trunco. Nuestro prtagonista aceptará, escuchará sus argumentos a cambio de que poder tratarla como paciente, secretamente la analizará para un ensayo sobre la demencia en la pasión desenfrenada. Julia demuestra tener visiones sobre la imagen de esa pintura, y de cómo continúa la historia y lo que la rodea. Muy pronto el psiquiatra descubrirá que hay algo más, una historia oculta a revelar. Este no es el único romance que atraviesa la película, aleatóriamente podríamos decir que todos los personajes, en mayor o menor medida se encuentran signados por algún amorío; un colega y amigo de Enrique se enamora de una prostituta a la que trata como una novia en alquiler, la hermana quiere quedarse embarazada para retener a su amante casado, la ex esposa infiel utiliza todas las armas para reconquistarlo, su hija recibe cartitas de un compañero; y por el lado de Julia, su abuela recibe poemas anónimos desde un celular, además de esa otra historia oculta. Docampo Feijoo, hizo un film más que sobre el amor, sobre la pasión, sobre eso que no podemos controlar, y se pregunta si eso es algo que puede tratarse clínicamente, la respuesta estará en cada espectador. Con una trayectoria despareja en la que encontramos puntos notables como "Quiéreme" y el telefilm "Locos de Contentos", pero otros insufribles como "Buenos Aires me mata", "El mundo contra mi" y "Ojos que no ven"; aquí maneja tanto la historia como la estética con solvencia, la película se sigue con un ritmo cálido y evita los golpes bajos, aunque en los tramos “históricos” (como ya lo ha demostrados en otros de sus filmes) cae en cierta ampulosidad. Otro dato en contra es que ciertas incoherencias o puntos flojos en la trama la pueden debilitar, será cuestión de creer todo lo que se nos muestra. Fernández y Visedo logran buena química, y sobre todo ella luce muy luminosa aunque su personaje podía ser algo oscuro; y el resto del elenco, en el que contamos entre otros con Marisa Paredes como la abuela de ella, acompaña de manera sólida. "Amores Locos" no es film perfecto ni mucho menos, es un drama correcto, menor, para amantes de este tipo de historias en donde el amor flota en el aire y todos se rigen por él. A estos, público al que va dirigido, les hará pasar una y media grata y ligera; quienes busquen algo más tal vez la vean algo cursi, son cuestiones del romance, no siempre entiende de razones.