La expresión ‘Bocanada de aire fresco’ define sin mucha originalidad pero con bastante elocuencia la principal virtud de AninA, coproducción uruguayo-colombiana que desembarcará este jueves en el BAMA Cine. De hecho, la historia de la misteriosa sanción escolar impuesta a una nena de nombre capicúa -Anina Yatay Salas- supone una propuesta narrativa y estética distinta de aquélla que catacteriza a las adaptaciones de comics y demás aventuras seriales protagonizadas por criaturas deformes y/o hípertecnologizadas. Alfredo Soderguit (co)escribió y dirigió esta versión animada de la novela que Sergio López Suárez publicó en 2003. El dato de que el realizador ilustró aquel libro original aumenta la sensación de que esta película fue hecha con conocimiento de causa. Pasaron diez años entre la publicación del libro original y la primera presentación de la película en el 63° Festival de Cine de Berlín. AninA carece de los efectos especiales y guiños que las megaproductoras de cine para chicos suelen desplegar con el propósito de contentar, no sólo al público infantil, sino a los acompañantes adultos. En cambio luce una estética artesanal capaz de retrotraernos a una infancia y a una Montevideo que cuesta (re)encontrar en la actualidad. Por otra parte nos presenta a personajes tan queribles como la protagonista, sus padres y abuela, su mejor amiga Florencia, su archi-enemiga Yisel, su maestra favorita. Algunos espectadores percibirán en la caracterización de las docentes -sobre todo en la distinción entre la maestra buena, aquélla severa y la directora de escuela- cierta tendencia a un estereotipo por momentos gasallesco. Acaso el homenaje a la amistad, a la solidaridad, a la diversidad humana termine pesando más que ese reparo. AninA desembarcará en Buenos Aires con un premio porteño bajo el brazo: aquél acordado por el público del 15° BAFICI en una de las dos categorías donde el largometraje compitió (aquélla internacional). Contamos cuatro años desde entonces, y sin embargo perdura la refrescante sensación que la adaptación de Soderguit dejó en abril de 2013.
El film uruguayo de animación fue una de las sorpresas del BAFICI hace unos años. La película de Alfredo Soderguit, basada en la novela de Sergio López Suarez, es una pequeña película que habla de una jovencita con una “maldición”, su nombre es tres veces capicúa (ANINA YATAY SALINAS) y piensa que además es horrible. Sus padres intentan convencerla de que es hermoso y su abuela le arma un listado de los nombres más feos del mundo. Pero los niños son crueles, y CAPICUA es el mote que recibe todos los días en el patio cuando va al recreo. Una niña, Yisel, a quien Anina no soporta, termina un día provocándola luego que ella le tirara su sándwich al piso. Anina le dice ELEFANTE y ahí la pelea. Son convocadas a la dirección al otro día con sus padres y la directora les da un sobre lacrado y una semana en suspenso del castigo acorde a la situación. Y ahí comienza verdaderamente el filme, porque no hay nada peor para un chico que el “no castigo”. La ansiedad de no saber qué pasará en el futuro los planes que elucubrará para saber qué puede contener el bendito sobre. Película con un aura y atmósfera reconocibles (las calles, los colectivos, las milanesas con papas fritas, las viejas chusmas, la maestra mala, la buena, el patio, la lluvia), “Anina” aboga por una simplificación de los procesos y un retornar a lo simple. La maestra mala (Srta. Agueda) grita y canta “la letra con sangre entra” o “castigo y sanción para todos” y Anina la enfrenta, y ahí se convierte en la heroína de sus compañeros y comienza a empatizar con Yisel. Hermana de otros personajes entrañables del cine y la TV como Madelaine, Matilda y Olivia, Anina reflexiona sobre la niñez y el aprendizaje sin golpes bajos y con un enorme amor al cine. Gran mensaje, destacada realización.
A cuatro años de su presentación en el Festival de Berlín y en el BAFICI, se estrena en BAMA Cine Arte esta simpática película de animación uruguaya. Seleccionada en principio para el BAFICITO (la sección infantil del festival), esta producción de animación uruguaya (con apoyo colombiano) llegó luego a la Competencia Internacional de la edición 2013 de la muestra porteña. La película me gustó bastante, pero no sé si estaba como para jugar en esas ligas mayores (recuerdo que unos años antes se programó en la sección principal del BAFICI la también animada y bastante superior Mary & Max). Una nena de quinto grado, Anina, vive traumada por su nombre capicúa (también lo son sus dos apellidos). Su padre está obsesionado con los palíndromos, pero en la escuela todos se burlan de ella. Luego de una pelea con la chica que más odia, recibe de la directora un castigo que figura en un sobre lacrado (y que no debe revelar), pero -claro- allí aflora la curiosidad de los pequeños. La película -construida con una sencilla y efectiva animación artesanal- expone con sensibilidad y creatividad las fantasías, contradicciones y temores del universo infantil. Es un verdadero crowd-pleaser familiar y una demostración de que el cine latinoamericano puede hacer -con los recursos a su alcance- buen cine de animación para todo público.
Las desventajas de ser especial La buena recepción de esta coproducción animada entre Uruguay y Colombia, basada en el libro infantil de Sergio López Suárez, Anina, en festivales como Bafici y otros se puede explicar básicamente por dos elementos: solvencia narrativa y frescura en el planteo de una fábula orientada al público menudo. Sin grandilocuencia ni espectacularidad, la textura plana de la animación otorga al film un aire artesanal que dista mucho de las limitaciones lógicas a nivel técnico como puede especularse en un principio para dejar establecido que lo importante no es el dibujo animado per se, sino la historia y su trasfondo, que transforma el universo de los adultos en un mundo gigante para la mirada de una niña de 10 años. La impronta de la singularidad en la protagonista Anina Yatay Salas es su mayor conflicto con el entorno escolar, pues sus compañeros de clase se burlan de los tres capicúas que anteceden su nombre completo, elegido por su padre, quien no puede ocultar todavía su obsesión por los palíndromos (cifras o palabras que se leen igual tanto de derecha a izquierda con una correspondencia en las letras). En ese sentido, la niña capicúa intenta resistir ante los embates burlones de los niños, así como expresa cierta rebeldía en sus apresurados actos de defensa. Pero todo se complica a partir de la rivalidad con una compañera de clase, Yisel, también objeto de las burlas de terceros y de la propia AninA por su apariencia física. La pelea deriva en una visita a dirección y en un curioso castigo por parte de la directora, con una clara moraleja detrás. La sencillez de esta propuesta cinematográfica dirigida por Alfredo Soderguit por un lado busca rescatar el mundo imaginario de los niños como respuesta ante las situaciones que atraviesan durante su proceso de crecimiento, y por otro el contexto y costumbrismo de una ciudad en la que no queda definido el tiempo cronológico en el que transcurre el relato. Ese mundo imaginario que respeta el punto de vista de la protagonista (muy buen recurso la voz off) sumerge al espectador en una aventura entretenida y con subtramas más complejas relacionadas siempre con el entorno adulto y con la manera de entender la educación de los propios niños. Hay dos modelos educativos representados en la escuela, el viejo y disciplinario que se resume en la frase “la letra con sangre entra” y otro que busca la reflexión a partir de la experiencia, y que no ve el castigo como parte constitutiva de la propia enseñanza. La fábula funciona de la A a la Z, la película adopta con criterio detalles y construcción de situaciones a la medida del punto de vista ingenuo y genuino de una niña, con sus miedos a cuestas y su curiosidad por lo prohibido en una constante tensión que hace del suspenso su principal recurso narrativo, con algún que otro apunte humorístico que busca exacerbar los estereotipos pero siempre desde la inocencia y no bajo una postura superior o cínica.
La niña capicúa Basado en un libro para niños, AninA (2013) es una tierna y simpática película de animación infantil centrada en la heroína de diez años Anina Yatay Salas y el “lío de novela” en el que se ha metido. El director, Alfredo Soderguit, es quien ilustró el libro original, y aquí importa el mismo estilo simple y naif de sus dibujos a través de un proceso de animación similar al Flash. Es una co-producción uruguaya y colombiana, pero está hecha y ambientada en Montevideo. Las penurias de Anina se remontan a su nombre, que es fuente de muchas burlas en la escuela y amerita el sobrenombre “Capicúa” (“Tengo un nombre que es un chiste!” se queja a su padre, que tiene una extraña obsesión por los palíndromos). Una pelea durante el recreo envía a Anina y a “la elefanta” Yisel a la dirección, donde se les administra un castigo inusual: cada una recibe un sobre sellado con lacre que deberá entregar intacto dentro de una semana. ¿Qué hay dentro del sobre? Anina y su mejor amiga Florencia encabezan la trama, intentando descubrir sus contenidos sin violar los términos del castigo. Pero la historia es suelta y dispersa, y admite varias subtramas que se relacionan apenas vagamente una con la otra: la infatuación que Anina siente por su compañero Yonathan, la severidad de una maestra cuyo lema es “La letra con sangre entra” (lo cual termina convirtiéndose en un pesadillezco número musical) y la caprichosa relación que tiene con sus padres son algunas de las líneas narrativas que la película sigue. Estas historias mínimas llevan a las típicas, sanas conclusiones de película infantil: hay que valorar lo que uno tiene, con la violencia no se aprende, no hay que juzgar a los demás por las frivolidades de su nombre o su aspecto, y lo más importante de todo, hay que atesorar aquello que nos hace especiales. En el caso de Anina, se la pasa absorta en la peculiaridad de su nombre, que dice le ayuda “a ver las cosas de ida y de vuelta” (otra forma de decir “reflexionar”). AninA no es muy diferente a otras películas para niños que pueden tener más gags, más risas y una mejor animación, pero es impermeable al cinismo que está presente, en mayor o menor medida, en todas las cintas que Disney y Pixar producen hoy en día. No necesita de golpes bajos para ser entrañable.
Es una película de animación coproducida entre Uruguay y Colombia, con la dirección de Alejandro Soderguit un guión adaptado de la novela de Sergio López Suárez. Una bella anécdota de la infancia, con zonas oscuras, perfecta para grandes y chicos. La historia de una niña cuyo nombre y apellidos son palíndromos, que se leen igual hacia delante o hacia atrás. Una chica capicúa como la llaman en el colegio. Y lo que le ocurre con compañeras fieles, un chico que no repara en ella y una enemiga se arma un argumento lleno de matices hasta el descubrimiento de verdades que les encantarán a los más chicos. Con sueños y pesadillas muy bien logrados, donde el talento y la creatividad suplen el presupuesto acotado, con una animación simple pero poética y bien lograda. Un verdadero hallazgo.
Con bastante retraso llega uno de los films animados que más sorpresa causó en los últimos años, por lo menos en esta región del mundo. Anina de Alfredo Soderguit, es el film uruguayo que hace cuatro años tuvo el honor de participar en el festival BAFICI, tanto en la competencia BAFICITO como en la Competencia Internacional. Basada en la novela de Sergio López Suarez, es una pequeña película que habla de una niña con una “maldición”, su nombre es tres veces capicúa (Anina Yatay Salinas) y piensa que además es horrible. Sus padres intentan convencerla de que es hermoso y su abuela le arma un listado de los nombres más feos del mundo. Pero los niños son crueles, y Capicúa es el mote que recibe todos los días en el patio cuando va al recreo. Una niña, Yisel, a quien Anina no soporta, termina un día provocándola luego que ella le tirara su sándwich al piso. Anina le dice Elefante y ahí la pelea. Son convocadas a la dirección al otro día con sus padres y la directora les da un sobre lacrado y una semana en suspenso del castigo acorde a la situación. Y ahí comienza verdaderamente el filme, porque no hay nada peor para un chico que el “no castigo”. La ansiedad de no saber qué pasará en el futuro los planes que elucubrará para saber qué puede contener el bendito sobre. Película con un aura y atmósfera reconocibles (las calles, los colectivos, las milanesas con papas fritas, las viejas chusmas, la maestra mala, la buena, el patio, la lluvia), “Anina” aboga por una simplificación de los procesos y un retornar a lo simple. La maestra mala (Srta. Agueda) grita y canta “la letra con sangre entra” o “castigo y sanción para todos” y Anina la enfrenta, y ahí se convierte en la heroína de sus compañeros y comienza a empatizar con Yisel. Hermana de otros personajes entrañables del cine y la TV como Madelaine, Matilda y Olivia, Anina reflexiona sobre la niñez y el aprendizaje sin golpes bajos y con un enorme amor al cine. Los trazos de su animación son tan simples como entradores, Hay algo de dibujo a crayón, de pegado de papel, de pura infancia. Es difícil saber su aceptación en otras partes, verla en este rincón del planeta es viajar directamente a los recuerdos de nuestra infancia. Pero también hay algo que atraviesa lo generacional, su purísima inocencia la convierte en ideal tanto para niños (más bien chicos) de ahora como los que atravesaron esa edad hace ya varias décadas. Tierna, graciosa, reconocible, preciosa, tenemos otra oportunidad de ver Anina en salas, créanme, hay que aprovecharla.
Vista en el Bafici porteño y festivales internacionales, esta delicada, artesanal y muy artística película de animación uruguaya se centra en la historia de una nena que detesta su nombre. Anina no quiere llamarse así porque el palíndromo -que se puede leer igual de atrás para adelante- genera las burlas de sus compañeros en el colegio: Anina Yatay Salas. A ella le gustaría un nombre más normal, y a medida que crece empieza a hartarse de la obsesión de su padre por los palíndromos, que encuentra y forma por todas partes, incluidas canciones y curiosos regalos que a Anina ya no le hacen gracia. Más allá de la anécdota, que quizá no es lo suficientemente atractiva como para sostenerse a lo largo de 78 minutos, Anina brilla por la belleza de sus dibujos, como cuadros de una Montevideo reconocible en sus detalles: el ómnibus, la parada, las fachadas de los chalecitos grises artdecó, las calles vacías de árboles pelados y su extraña gracia. Las voces de los personajes infantiles tienen la frescura y la gracia de las voces de niños y niñas que suenan naturales, como las de los personajes adultos, poco impostados. A través de las situaciones que vive el personaje en su mundo exterior -el colegio, las amigas, las maestras- y el ámbito de la casa, se arma y redondea una película sensible y original que observa, los efectos de las manías, mandatos u obsesiones paternas en los hijos. Y lo hace con ternura y sentido del humor.
Anina: aventuras de una niña capicúa Anina es una niña de 10 años cuyo nombre es un palíndromo lo que provoca las burlas de sus compañeros de escuela. Agotada su paciencia, se peleará con una compañera y será reprendida por la directora que le entrega un sobre lacrado que contiene la sanción pero que no puede abrir por una semana. Esto la llevará a vivir una serie de aventuras entrañables. Coproducido entre Colombia y Uruguay, el film de Alfredo Soderguit logra una gran ternura a partir de las travesuras por las que debe transitar esa niña bondadosa. Impecable en su realización, logra, sobre todo, la intención de brindar a los pequeños una entretenida aventura.
Sensatez y sentimientos en un logrado film de animación Que una nena se llame Anina Yatay Salas, es decir, que tenga nombre y apellidos capicúas, suena gracioso. Salvo para la nena, porque los chicos la llaman "niña capicúa". Peor es que le digan "elefanta", como ella le dice a una grandota de anteojos en medio del recreo. Pelean, y las mandan a hablar con la directora, quien les da un castigo muy raro, al cabo del cual, se supone, las nenas habrán tenido tiempo de reflexionar y de conocerse mutuamente. Ese castigo es tan raro que sólo puede aparecer en la cabeza de las mejores directoras. O en un cuento. En este caso, una simpática historia del escritor uruguayo Sergio López Vázquez, que habría hecho las delicias del cordobés Juan Filloy, célebre coleccionista y creador de frases palindrómicas. La ilustró el salteño (de Salto, Uruguay) Alfredo Soderguit, y luego también la llevó al cine, convertida en el dibujo animado que ahora vemos. Tuvo buena ayuda: Alejo Schettini, director de animación, Bruno Boselli, músico, con artistas invitados, César Troncoso en la voz del padre de Anina, y otros, todos en estado de gracia. Hay momentos enternecedores. Y otros de memorable fantasía, como el de una pesadilla infantil donde la maestra antipática aparece multiplicada al infinito cantando a coro "La letra con sangre entra". Y ese es apenas un ejemplo. En resumen, una joyita. Para las nenas que se reconocen gozosamente en varios aspectos. Para los amantes de los dibujos sencillos, imaginativos y encantadores. Y en especial para los grandes de ambos lados del Plata, porque además tiene una ambientación retro que nos devuelve con todo cariño al mundo de nuestra infancia.
Imágenes en sintonía con el relato. Coproducción entre Uruguay y Colombia, basada en la novela infantil Anina Yatay Salas, de Sergio López Suárez, narra una semana en la vida de la niña en cuestión. Más allá de cierto didactismo biempensante, la película logra mantener la tensión y la atención hasta el desenlace. En el futuro, los libros sobre la historia del cine uruguayo dirán que el primer largometraje de animación realizado en el país vecino fue Selkirk, el verdadero Robinson Crusoe. Y estarán en lo cierto: el film del veterano animador Walter Tournier le ganó la pulseada del estreno comercial, por algunos meses, a AninA, película del Uruguay en coproducción con Colombia que aterriza de este lado del Río de la Plata con mucho retraso, luego de haber formado parte de la Competencia Internacional del Bafici en el año 2013. Basada en la novela infantil Anina Yatay Salas, de Sergio López Suárez, AninA (así, con A mayúscula al final) narra una semana en la vida de la niña en cuestión, afectada por la maldición de su palindrómico nombre, herencia de un cariñoso padre que, sin embargo, parece estar obsesionado con esa particularidad de la lengua. “Capicúa”, le grita con sorna una compañerita de escuela y es a partir de su respuesta, “Elefanta”, que comienza una pelea en pleno recreo. El particular castigo elegido por la autoridad escolar, protegido por un sobre lacrado que no puede ser abierto antes de tiempo, es apenas una excusa para que el film siga a su protagonista, sus padres, amigos y vecinos en un film que encuentra rápidamente un tono entrañable que nunca cae en la ñoñería. El director del proyecto, Alfredo Soderguit, experimentado dibujante de libros infantiles –entre muchos otros, de aquel en el cual se basa la película– y su equipo de animadores crearon un estilo visual bien definido y satisfactorio, tanto a nivel técnico como artístico, que hace que las peculiaridades de Montevideo sean perfectamente reconocibles en pantalla, pero, al mismo tiempo, encarnen en una ciudad que bien podría ser cualquier otra de Latinoamérica. Por momentos, AninA se asemeja a una ilustración infantil en movimiento, aunque el diseño de las imágenes nunca se ubica por encima del relato. Una historia que, a pesar de su dimensión para nada épica –a contramano de gran parte de la animación de gran presupuesto contemporánea–, logra en gran medida mantener la tensión y la atención hasta el desenlace. De hecho, gran parte de los detalles narrativos se concentran en actividades cotidianas: los juegos en la escuela y en las calles del barrio, la hora de la leche con sus tostadas con manteca y tortas fritas, la relación con su padre y su madre. La caracterización de las vecinas chismosas –una de ellas, profesora jubilada– o de la directora (con su saquito colgando de los hombros, sin hacer uso alguno de las mangas) aportan un preciso aguafuerte social de tintes humorísticos, aunque sin abandonarse al esperpento y, mucho menos, a la burla. Por momentos, el estilo del trazo o del dibujo en su conjunto cambia radicalmente: en ciertos recuerdos de la protagonista, por ejemplo, o en el sueño circense que pone a la pequeña heroína al borde de un trampolín y a punto de saltar a una sartén con grasa hirviente. También en la pesadilla que hace las veces de clímax dramático y que parece homenajear el estilo expresionista de clásicos alemanes como El gabinete del doctor Caligari, al ritmo de una canción cuyo estribillo reza “Con sangre la letra entra / Sólo se aprende con sufrimiento”, al mejor estilo pedagogía del siglo XIX. Sobre el final, la rivalidad entre las dos chicas quedará superada gracias a la comprensión mutua. Y si bien es verdad que el film no logra escaparle a cierto didactismo biempensante en sus tramos finales, ¿cuántas películas destinadas al público infantil evitan por completo la tentación del aleccionamiento? Al fin y al cabo, muchas directoras de escuela no son tan malas como parecen y algunos de sus consejos pueden incluso resultar provechosos.
Esta es la opera prima de Alfredo Soderguit y resulta de una coproducción entre Colombia y Uruguay, en esta película animada, basada en la novela de animación Anina Yatay Salas, del escritor uruguayo Sergio López Suárez. Soderguit realizó las ilustraciones del libro de Sergio. Su trama es sencilla, te lleva a la reflexión y varias enseñanzas. Contiene un buen trabajo de fotografía, de dirección, sus escenas con un buen contraste de colores, muy cuidada y visualmente cuenta con una interesante estética. Tiene una artística novedosa y diferente a la que solemos ver.
Anina es una nena, tiene diez años, va a la escuela primaria, es soñadora, romántica y fantasiosa, pero por sobre todas las cosas es un dibujo animado. En una coproducción de Uruguay y Colombia, Alfredo Soderguit dirigió esta película basándose en los clásicos problemas que tienen los chicos a esa edad, tanto en la relación con sus padres, sus maestros, sus compañeros, amistades y gente que no soportan, hasta llegar al punto de pelearse. Anina es un palíndromo, y su nombre completo es Anina Yatay Salas, así que pueden imaginarse ser el objeto permanente de burlas por parte de sus compañeritos. Porque, como ella misma se define, es capicúa multiplicado por tres. La protagonista vive permanentemente conflictuada por su nombre, hasta tiene pesadillas con los nombres feos. Cuando se pelea en el patio de la escuela con una compañera suya llamada Yisel, la directora, como castigo, les da un sobre negro lacrado a cada una de ellas para que dentro de una semana los abran y se informen de la reprimenda que les será impartida. La intriga y la impaciencia alentada por su mejor amiga, más que por ella misma, para saber el contenido del sobre, le hacen tomar decisiones equivocadas que más tarde pueden llegar a lamentarlas. La historia es sencilla, mínima, con un relato muy infantil, dirigida para chicos bien chicos, donde siempre mantiene un ritmo constante, haciéndola entretenida y generando la permanente atención del espectador. No hay nada de originalidad en este film, más allá del nombre y los apellidos que son para leer de ida y vuelta. Es un cuento bien contado, con todos los ingredientes escolares con los que la gente de todas las edades pueda sentirse identificado, provocando cierta melancolía por el tiempo pasado y que les deja una cierta reflexión para los niños que van a ver a esta película animada.
CON EL ESPIRITU DE LOS LIBROS DE CUENTO Recuerdo cuando mi madre nos contaba cuentos no sólo a mí y a mis hermanos, sino también a los niños que vivían cerca de la casa de una de mis abuelas, en Villa Domínico, por Avellaneda: enseguida captaba la atención de todos y era imposible no zambullirse en la historia, sea de aventuras, drama, policial o incluso terror. Cuando por ejemplo leía uno de los cuentos de ¡Socorro!, de Elsa Bornemann, no había manera de que no se te pusiera la piel de gallina. Ahora que lo pienso, habían dos factores que explicaban su éxito: primero, sabía elegir muy bien qué textos leer; y segundo, siempre daba en la tecla justa a la hora de escoger el tono apropiado en la voz y de calibrar las pausas. Uno siempre sentía que el cuento le hablaba, que lo que escuchaba era no sólo posible, sino que definitivamente estaba pasando. Eso en el fondo revelaba que mi madre nunca subestimaba al oyente y que lo interpelaba directamente. Digo todo esto porque la experiencia de ver Anina implicó en cierto modo recuperar parte de esa experiencia infantil. Y eso fue así porque el film de Alfredo Soderguit, basado en la novela Anina Yatay Salas, de Sergio López Suárez, se apoya fuertemente en el espíritu de las narraciones para niños, con un diseño visual que explota con eficacia esquematismos y estereotipos, y la voz en off de la protagonista como un elemento clave para generar empatía. El relato se centra en una niña cuyo triple nombre capicúa la tiene siempre a maltraer por las burlas que recibe y que termina metiéndose en una pelea con una compañera de la escuela, que es su eterna antagonista. A la hora de implementar el castigo, la directora toma una decisión desconcertante: les entrega a Anina y su compañera un sobre a cada una, ordenándoles que no lo abran durante una semana. Cuando se cumpla el plazo, les tocará abrir los sobres y saber cuál es el castigo. A partir de ahí, esa semana adquiere toda clase de significaciones en la vida de Anina, que terminará reconfigurándose por completo. El film se irá tomando su tiempo para ir desplegando el mundo que rodea a su protagonista, que incluye a su mejor amiga, el niño que le gusta, la típica maestra buena y la típica maestra mala, y, por supuesto, sus padres. Anina es una película que exhibe una sabiduría notable para retratar diversos ámbitos, que nace de la atención por el detalle en la configuración de espacios y de la paciencia para darle entidad (y hasta textura) a los tiempos. Por eso el colegio, la casa de Anina, el almacén donde va a hacer las compras, el colectivo donde debe viajar cada día, tienen una bella verosimilitud: son auténticos, tangibles, definitivamente reales. Pero Anina no se contenta con ser un film realista desde la animación, porque también sabe usar ese soporte genérico para crear secuencias donde la imaginación es apabullante (hay una escena que gira alrededor de los apellidos que es realmente estupenda) y que son fiel reflejo de la mentalidad infantil, de cómo impacta la noción del castigo, la mirada respecto a la autoridad y el vínculo con las figuras materna y paterna. Y todo eso no está en función de un mero exhibicionismo, sino de una historia de crecimiento y aprendizaje, porque después de abrir el sobre, Anina seguirá siendo la misma y a la vez no: más bien, entenderá mucho más ciertas cuestiones sobre quienes la rodean y sobre sí misma. Pequeña y agradable sorpresa, Anina es un film de una dulzura infrecuente, sumamente didáctico pero que no necesita remarcar sus enseñanzas. Y que por un rato me hizo volver a la infancia, recordándome cuando mi madre, cansada pero con todo su amor a cuestas, me leía cuentos antes de ir a dormir. A veces, el cine, como la lectura, sólo necesita de cariño y devoción por lo que se hace. De eso, Anina tiene a montones.
Después de algunos años de su realización llega finalmente, a los cines de Argentina, la cinta animada Anina de Alfredo Soderguit. Anina es la protagonista de esta historia: una niña de 10 años. Anina Yatay Salas tiene un nombre palíndromo o capicúa. Por este motivo recibe burlas en el colegio y se lleva mal con Yisel. Ambas pelean y son castigadas con la indicación de que no abran un sobre que les entrega la directora hasta su próxima reunión. Diferentes situaciones llevarán a Anina a replantearse la relación con Yisel y atravesará otras aventuras en el camino. Esta coproducción uruguaya-colombiana explora los conceptos de la identidad desde el punto de vista de una niña. Lo hace con el uso narrativo de la voz en off, para enfatizar más lo que piensa su protagonista. Y se sumerge en varios estereotipos clásicos que se crean en la mente de un chico de esa edad: la profesora buena y la mala, las vecinas “chusmas”, la directora como figura de autoridad y los diferentes compañeros. Incluso la historia da bastante lugar al espacio que ocupan los padres, en este caso bastante liberales, que prefieren que Anina descubra y aprenda las cosas por sí misma. Desde el punto de vista estético, la película fusiona elementos digitales con una tonalidad acuarelable que denota el trabajo técnico y preciso que puso el equipo de animación. Por momentos la misma es lenta y da lugar a que se aprecien los fondos y por otros es rápida y muy bien compaginada con la acción y el sonido (como en la pesadilla musical que atormenta a Anina). La película es una historia con un mensaje sencillo y claro, de reflexión, de no juzgar a los demás. Aspectos que son aplicables a cualquier cultura y que muchas veces no vemos en el cine de Hollywood. Donde se repiten una y otra vez los caminos del héroe y que algunas veces son ajenas a la realidad que viven los chicos que ven la película. Este no es el caso de Anina.
Muy bien 10 (Felicitado) Esta pequeña joya de animación uruguaya basada en una novela juvenil que tiene varios puntos en común con el público local divierte, emociona y llama a reflexionar sobre los prejuicios. Muy en la línea de personajes para niños (y no tanto) como Mafalda, llega al BAMA AninA, una de esas pequeñas joyas de la animación artesanal que no cuenta con tanta tecnología como Disney /Pixar o Dreamworks pero le gana ampliamente en originalidad y argumento. Por eso, mientras esas compañías han alcanzado un punto tan alto que ahora sólo les queda repetirse a sí mismas, AninA encuentra su base en la novela Anina Yatay Salas (2003) del escritor y dibujante uruguayo Sergio López Suárez que desprende no sólo ternura y diversión sino también la posibilidad de hacer que los chicos también reflexionen un poco sobre las relaciones humanas. Anina es una nena de 10 años a la que sus compañeros conocen como la “nena capicúa” debido a la colección de palíndromos que figuran en su documento. A pesar de todo, ella es amiga de sus compañeros, con excepción de Yisele, una nena que ama los sánguches de mortadela y a la que ella se refiere como “la Elefanta”. Lo cierto es que ambas no tardan en chocar en el recreo, y son llevadas a la presencia de la directora que les impone un castigo de lo más extraño: llevar un sobre cuyo contenido sólo conocerán el día que deban comparecer frente a ella. Desde ese momento, Anina y su mejor amiga urdirán un plan para quitarle el sobre a la pérfida Yisele, sin imaginarse lo que descubrirán en el camino. La película, obra del guionista Federico Ivanier y del director y dibujante Alfredo Soderguit (que además hizo las ilustraciones de la novela en su momento), es una aventura infantil hecha y derecha, que derrocha encanto y simpatía en cada escena. Pero además, llama la atención como Soderguit ha logrado tan buenos efectos de animación con escasos recursos pero una creatividad e imaginación que equilibran la ecuación. La narración visual de la película está muy bien llevada a cabo, como si estuviéramos hojeando un libro de cuentos, con diseños de personajes que funcionan muy bien en la pantalla y con las interpretaciones de los sueños de la protagonista, que además de divertidos son originales, al materializar los pensamientos de una nena de 10 años. Pero lo mejor de AninA es el mensaje que lleva a los chicos: la familia como el lugar de confort, las amistades como el refugio y la posibilidad de ver más allá de las apariencias. La película, que es del 2013 y ya se presentó alguna vez en Buenos Aires, regresa a la ciudad dentro del programa del BAMA y estará disponible para ver hasta el martes.
La coprodución Uruguay-Colombia nos trae una obra honesta y simpática. Tarde pero seguro. Tras 4 años de su estreno oficial en Uruguay, llega la película animada de Alfredo Soderguit que conecta la igualdad, la honestidad y la peripecia de una estado casi olvidado, la niñez. Anina se puede ver de atrás para adelante, de adelante para atrás. La historia de una época a través de la mirada de una pequeña niña quien pertenece a colegio público rioplatense. No es fácil olvidar los recuerdos del la escuela pero resulta aún más difícil recrearlos. Es justamente la osadía de una dirección noble lo que destaca a este film animado, siendo el segundo de este categoría en su país (“Selkirk, el verdadero Robinson Crusoe”, la obra del animador Walter Tournier, le ganó la pulseada estrenándose unos meses antes). Anina Yatay Salas no es un chica cualquiera, tiene características particulares, pero ella hace vehemente foco a uno al que le parece una tragedia minúscula: su nombre. El padre deicidio darle llamarla así por un juego de palabras: “Ser triple capicúa es de la buena suerte“, aunque la protagonista no lo crea así porque dice que es el nombre más feo de la historia. Además de que su dichoso nombramiento le trae problemas en los recreos del colegio. Anina tiene que lidiar contra el bullying y el abuso de la autoridad de las maestras. Es así cómo se desarrolla la primicia del inicio donde el enfrentamiento con una de sus compañeras que odia le descaderara una tarea inusual por parte de la directora, tendrá que mantener cerrado un sobre misterioso por una semana. Entre preguntas, curiosidad y resistencia psicología, la chica descubrirá nuevas cosas a su alrededor que le eran impensadas antes de meterse en líos menores. La animación propuesta por el uruguayo nos invita a viajar a una etapa con dificultades muchas veces olvidadas. “Los adultos corren para escapara, los chicos para descubrir”, dijo Walter Veltroni (ex alcalde de Roma) para hablar de su último film, y que en menor medida resume esta maravillosa desventura de una estudiante de 7 años. El director confía plenamente en sus bocetos (recreados con prodigioso y recóndito empeño), en un nivel superior a la mayoría de las producciones animadas en América Latina y con mucha más magia que sus pares internacionales. “Anina” es una propuesta que merece no solo su visión sino su reconocimiento en el mundo animado.
“Mi nombre es Anina Yatay Salas, tengo 10 años y estoy metida en un lío de novela”: así comienza una de las películas de animación más encantadoras que se pueden ver por estos días en Netflix, y por una coincidencia feliz, también en el cine Gaumont. Dirigida por el uruguayo Alfredo Soderguit y basada en la novela Anina Yatay Salas, del también uruguayo Sergio López Suárez, Anina tiene la particularidad de ser la primera película de animación producida en ese país, y después de los casi diez años de trabajo a pulmón que llevó terminarla tuvo un recorrido brillante: se estrenó en el Festival de Berlín en 2013, pasó por otros festivales como el Bafici, donde participó de la Competencia Internacional en el 2013 (una rareza para una película de animación, que normalmente hubiera sido programada en el Baficito), y recién este año tuvo su estreno comercial en Argentina. Ahora Netflix pone al alcance de muchxs la historia de Anina, la niña capicúa a la que no le gusta su nombre y vive en un barrio de casas bajas y almacén que fía, al que muchxs espectadores de ambos lados del Río de la Plata podrán reconocer como el propio. Anina va a la escuela pública y lo hace en colectivo; como sus padres son fanáticos de todo lo capicúa, no solo le pusieron ese nombre que puede leerse en ambos sentidos sino que también la incitan a coleccionar boletos, frases y todo lo que se pueda poner del revés. Pero a Anina no parece haberle traído mucha suerte esa costumbre, y un día en el recreo, sin querer, se lleva puesta a una compañera que se llama Yisel, una nena grandota a la que apodan “la elefanta”. Las nenas se empiezan a pelear y terminan en la dirección, donde se les impone un castigo misterioso: cada una deberá llevarse a la casa un sobre negro cerrado con lacre y no abrirlo por nada del mundo durante una semana. Así comienza la aventura de Anina, que es la de imaginarse qué hay adentro de ese sobre y producirlo, una y otra vez, en pequeñas secuencias animadas que van cambiando el estilo de dibujo para proyectar en la pantalla lo que la nena fantasea. Con la sensación de estar pasando las páginas de un libro, la película va desplegando al mismo tiempo el mundo imaginario de Anina y el mundo familiar y barrial en el que se mueve, cada uno de ellos abundante y querible, sobre todo por el tiempo que se les dedica: hay, por ejemplo, tiempo para detenerse en las tortas fritas que la mamá prepara en una sartén, y en los segundos que lleva esperar que se doren un poco más, mientras Anina, preocupada por los retos de la directora del colegio, se imagina a sí misma teniendo que saltar en una sartén gigante. Hay tiempo para construir un mundo donde están, sí, la mamá y el papá de Anina, comprensivos y divertidos, y esa compañerita-enemiga a la que vale la pena mirar un poco más de cerca, pero también las viejas chusmas del barrio que parecen estar de acuerdo con la maestra más mala de la escuela en un punto que a Anina le suena fatal: el de que “la letra con sangre entra”. El de Anina es un mundo en el que lxs adultxs no son iguales ni están todxs de acuerdo, y los más satirizados entre ellos son los que hablan a lxs niñxs con ese repertorio viejo y oxidado que tiene como base la desconfianza, la idea primordial de que unxs y otrxs no pueden entenderse más que a través de la autoridad, del que salen frases tan gastadas como “En mi época esto no pasaba”. La película transforma esas ideas en una especie de país de las maravillas suavemente siniestro, y como contrapartida se llena de luz y de canciones para contar el amor, el de los padres de Anina, el de Anina por un compañerito del colegio o el de Anina, la película misma por lxs chicxs que viven en un barrio, hacen mandados, comen milanesas caseras y todavía juegan a la mancha en el recreo.