Hechos en Taiwan Ya desde su primera imagen con la cámara ubicada estratégicamente en un plano abierto y fijo, Arribeños nos enfrenta con dos espacios muy distantes pero a la vez coexistentes: las vías del tren algo desvencijadas y detrás, atravesando un arco, el Barrio Chino, cuna porteña de los taiwaneses y chinos que llegan a la Argentina para quedarse y así, de generación a generación, ir construyendo algo de su identidad en una tierra tan lejana a la natal, al tratarse de la más austral del planeta. Esa identidad que encuentra en el mosaico de testimonios, con la clausura explícita de las cabezas parlantes para que sea el colectivo armónico el que exprese la voz de la colectividad taiwanesa desde los matices de las distintas voces que pelean con el castellano pero se hacen entender, encuentra también su costado complejo y melancólico cuando de desarraigo se trata y las anécdotas tristes se cruzan con los sueños de emprendimientos, desde el humilde supermercado hasta empresas más ambiciosas. La cultura del trabajo y del esfuerzo es el denominador común en cada relato que Marcos Rodríguez nos entrega con absoluta generosidad, así como las imágenes con que ilustra la cultura y sus recovecos tanto en lo que hace a los rituales religiosos, como al quehacer cotidiano de un barrio que despierta por la mañana y parece no querer dormir. Uno de los ejes de Arribeños, sin lugar a dudas, es una poesía que viaja junto a la cámara atenta al recorrido, al viaje desde la distancia que propone la mirada integral y no sectaria o reduccionista, poema sencillo pero elocuente que habla del barrio chino como esa conjunción de dos patrias y del futuro como un error de cálculo.
Un cuento chino Tras su paso por la Competencia Argentina del último BAFICI, llega este muy interesante acercamiento a la dinámica interna de la comunidad china y taiwanesa en Buenos Aires. Una historia oral y visual -que no es estrictamente lo mismo que audiovisual- es lo que propone este cálido y revelador documental que parte de la descripción del Barrio Chino de Buenos Aires para luego ir explorando detalles de la inmigración china y taiwanesa, de sus distintas historias y etapas, a partir de los testimonios de diferentes miembros de las comunidades, todos con historias y anécdotas distintas según su procedencia y tiempo que están en el país. El sistema utilizado por Rodríguez para contar esto es riguroso e inteligente. El film se compone, en su mayoría, de planos fijos de las pocas cuadras que componen el Barrio Chino (Arribeños, entre Juramento y Olazábal, y un poco más) y, mientras vemos esos escenarios en su actividad cotidiana, escuchamos las voces en off de las distintas historias que se nos van contando, como una suerte de collage sonoro de distintas experiencias, la mayoría de ellas no identificables con nombre y apellido. Esa suerte de relato coral de experiencias y la ajustada combinación con las imágenes del Barrio Chino (y de algunas otras zonas) conviven generando rn un relato de la comunidad china en la Argentina rico en anécdotas pero, más que nada, revelador en cuanto a su complejidad y su riqueza cultural. Una gran película que se asoma con sinceridad y cariño a un universo que, tanto en la Argentina como en muchas partes del mundo, está más rodeada de mitologías en su mayoría insustanciales que de verdades comprobables.
De paseo por el Barrio Chino En apenas dos cuadras del barrio porteño de Belgrano se concentra una enorme variedad de historias de vida. Son dos cuadras de la calle Arribeños (entre Juramento y Olazábal) en las que funcionan decenas de comercios en lo que se conoce como Barrio Chino. Marcos Rodríguez, director que había debutado en 2012 con La educación gastronómica, estrenada en la Competencia Argentina del Festival Internacional de Cine de Mar del Plata, agrupa varias de esas historias narradas por sus propios protagonistas, inmigrantes e hijos de inmigrantes que revelan en un trabajoso y simpático cocoliche detalles de su llegada al país, experiencias y anhelos. Rodríguez eligió no mostrar a esas personas que brindan sus testimonios, cuyo audio funciona como contrapunto de diferentes imágenes del barrio usadas para sintetizar su dinámica y su espíritu. Con esa decisión, el director naturalmente resignó algo (el lenguaje gestual y corporal de una persona también comunica), pero también ganó espacio para develar con más claridad, con una serie de planos generales fijos, la identidad del lugar que eligió describir. El Barrio Chino se fue armando en torno a la comunidad taiwanesa llegada a la Argentina en los años 70 y 80. Una comunidad relativamente cerrada que, de a poco, se ha ido integrando a través de su celebrada gastronomía y sus festividades (hoy, los festejos callejeros del Año Nuevo Chino son un clásico para los porteños). A pesar de la presencia notoria y constante de los taiwaneses en el país en los últimos 40 años, no hay demasiada producción audiovisual sobre ellos. Arribeños es un buen aporte para paliar ese curioso silencio. Aporta información interesante sobre esa porción de la sociedad porteña que enriquece a todos culturalmente. Y se estrena en el marco de un ciclo programado por el Malba (Taiwán y su nueva ola), que incluye largometrajes de grandes realizadores, como Ang Lee, Edwad Yang y Hou Hsiao-hsien.
Made in Taiwan Es un acercamiento a esa incógnita que es, para la mayoría de los porteños, la comunidad taiwanesa. Casi todos caminamos alguna vez por esas cuadras del Bajo Belgrano conocidas como Barrio Chino, pero pocos conocemos las historias de los inmigrantes que les dieron su identidad. Arribeños es un acercamiento a la comunidad taiwanesa de Buenos Aires, un intento de contar las vivencias de gente que abandonó su país para ir a buscar suerte en las antípodas. Para subrayar el carácter colectivo de lo que está narrando, Marcos Rodríguez tomó dos fuertes decisiones formales. Por un lado, filmar en planos generales, con cámara fija, largas tomas de situaciones cotidianas del barrio. Así, aparece la esquina de Arribeños y Juramento, con su característico arco de entrada, en una mañana cualquiera, o un comerciante subiendo la persiana de su negocio. Sobre estas imágenes, se escuchan los testimonios de taiwaneses o hijos de taiwaneses: no vemos sus rostros ni sabemos sus nombres, sólo escuchamos sus voces, cada una como una parte más de la expresión oral de una comunidad. Este modo de narrar le quita cierto atractivo a la película, porque, después de todo, el corazón del Barrio Chino consta de sólo dos cuadras: inevitablemente, los planos estáticos terminan repitiéndose. Y sólo algunos de ellos muestran más que lo evidente y conocido: una calle más de Buenos Aires. La cuestión cambia cuando la cámara se adentra en la clase de un colegio, o en un templo mientras se desarrolla una ceremonia budista. Con los testimonios pasa algo parecido: no todos revisten el interés suficiente como para formar parte de un documental de este tipo. Pero hay algunos conmovedores, como el de la mujer que admite que trabaja todo el día e ignora hasta el nombre del colegio de sus hijos; y otros graciosos, como el del hombre que cuenta que su nombre en castellano es Carlos porque así lo bautizó un mozo que no podía recordar su nombre en chino. Este tipo de anécdotas logra compensar la frialdad de la forma y son el alma de una película que no tiene pretensiones de ser un informe periodístico lleno de datos duros, sino una respestuosa semblanza de la colectividad taiwanesa.
Postales de inmigrantes del otro lado del mundo "Una vez al mes me dirijo en tren hasta Belgrano,/ a donde está mi patria sola entre dos calles". Así escribió Song Lin, que vivió tres años en Buenos Aires. Hablaba de las dos cuadras de calle Arribeños, entre Juramento y Olazábal: el Barrio Chino. Lo tradujo Miguel Angel Petrecca, para su antología de poetas chinos contemporáneos "Un país mental". Y ahora lo escuchamos en la dulce voz de Sofía Ching Yin Lin, y lo leemos después, en silencio y pensando en la gente que acabamos de conocer, y en nuestros abuelos de distintas patrias, que apenas conocimos. En un trabajo de enorme dedicación y sentimiento, Marcos Rodríguez nos acerca a las vidas de esos inmigrantes venidos del otro lado del mundo, en sucesivas camadas y con distintas lenguas. Muchos no tenían ni idea de lo que iban a encontrar. Una mujer, la confesión más dolorosa, no tiene ni idea de la escuela a la que fueron sus hijos. Durante 25 años, ella sólo tuvo tiempo para trabajar y trabajar. Y así se alternan los relatos, desde el hijo de un chino que llegó en 1954 y se casó con una vasca, en adelante. Algunos hablan el español a los ponchazos, otros ya suenan como auténticos porteños. Se apellidan Tiang, Li, Mxie, Kuo, pero ya se llaman José, Margarita, Susana... Escuchamos sus voces mientras presenciamos la síntesis de un día en el barrio. El amanecer, los negocios que empiezan a abrirse, los lugares de mucho movimiento y los de calma, las fiestas, las ceremonias, el Año Nuevo, la escuela. La maestra observa que, para las nuevas generaciones, el chino ya es una lengua extranjera, en tanto gentes de otras razas se acercan con curiosidad o con respeto. O con hambre. "Empezaron a abrir el paladar", observa uno. El mundo cabe en dos cuadras, y también el consuelo, el buen humor, la nostalgia y el orgullo. Hermosos, los temas de fondo de Jiang Wen-ye: la "Formosan Dance", las "Bagatelles". Buen documental, vale la pena.
Una calle, un barrio Una calle en un barrio. Para muchos esta información es algo común y no dice nada. Pero si ésta calle está anclada en uno de los barrios más pintorescos de la ciudad de Buenos Aires la situación puede ser completamente diferente. Arribeños (2015), dirigida por Marcos Rodríguez (La educación gastronómica, 2012), es un viaje hacia el interior de la comunidad chino taiwanesa que desde hace años habita en el corazón del barrio de Belgrano. A través de entrevistas -en las que nunca vemos a los interlocutores-, vamos conociendo la calle que da nombre al film, las vías del tren que lo delimitan, las fachadas de los pintorescos negocios que los fines de semana se ven repletos de ávidos consumidores de productos orientales y ocasionales turistas. Rodríguez deja hablar a la gente en su lugar y permite un acercamiento que, en la distancia de no ver al que está hablando, posee más contundencia que si se lo mostrara. El registro documental es esencial para transformar la película en casi una crónica histórica y periodística de los orígenes de este particular barrio. La apertura diaria de los locales, los estantes llenos de objetos de plástico y cerámica colorida, los alimentos exóticos y los productos frescos de mar, son como sensaciones emitidas en cada una de las imágenes que se escogen. En Arribeños los recuerdos de aquellos que lo conformaron van urdiendo un minucioso relato que en lo micro de las anécdotas, fotos, y datos fidedignos, terminan hablando sobre la diversidad y abrazando a cada uno de los entrevistados. La educación, los festejos del año nuevo chino, los contrastes que encontraron algunos al llegar (“ibamos al Supercoop y comprabamos 20 sachets de leche, en China era muy cara”), la pasión por el karaoke, el baile, la preservación de sus tradiciones; son algunos de los tópicos con los que el director dispara las preguntas para que hablen los protagonistas. La cámara quees puesta hábilmente en un lugar secundario, se convierte así en un integrante más de una comunidad que busca su propia identidad en la preservación de sus recuerdos.
Made in Taiwan. Arribeños es la segunda película de Marcos Rodríguez (también es crítico de cine), que desde el principio traza su particularidad, un mérito en tiempos de sobreoferta de documentales. Tal diferenciación está en la elección del tema: la inmigración taiwanesa asentada en el Barrio Chino de la Ciudad de Buenos Aires, precisamente en la intersección de las calles Juramento y Arribeños, en las Barrancas de Belgrano. El inicio nos deja en las puertas del barrio, cuando un tren (que atraviesa el cuadro de derecha e izquierda) termina de pasar, dejándonos ver el arco de entrada a modo de presentación del espacio físico, situado en la calle Arribeños. Un inicio visual austero -pero sofisticado a la vez- nos introduce a una historia que tiene dos niveles bien demarcados: planos de observación del barrio, acompañados de relatos en off en primera persona de inmigrantes taiwaneses. La prolijidad es otra de las luces que exhibe este documental, la división simétrica en cuarto partes tiene un ordenamiento en cuatro temas: la llegada a la Argentina, la adaptación a la comunidad, la vida de los que llegaron siendo niños y que ahora ya son adultos y, finalmente, el relato de aquellos que integraron la primera oleada migratoria desde Taiwán, allá por mediados del siglo XX. El pulso reposado del armado visual y sonoro permite -como si se trata de una combinación balanceada en una suerte de estéreo cinematográfico- seguir el relato en off y las imágenes bajo una suma atención. Hay puntos álgidos notables, como el poema (que tiene una reproducción en una imagen con el ideograma cantonés al final) o la historia del inmigrante que “occidentalizó” sus trabajos como artista visual para luego regresar al estilo de pinturas orientales, que realizaba antes de su llegada a Buenos Aires. El factor del tiempo es otro elemento fundamental en la arquitectura precisa del trabajo realizado por Rodríguez (advertido en la división en elipsis por estaciones, a partir de la imagen), otro cuidado especial más como parte de una prolijidad general, la cual no atenta en la dinámica de la historia. Arribeños es una película que arropa muchas cuestiones, desde la descripción más ulterior de un fenómeno migratorio (quizás opacado por el snobismo turístico que atrae el barrio) hasta una lectura sociológica sobre el comportamiento y el desenvolvimiento de esta comunidad –ya completamente asentada- en un contexto que les resulta completamente ajeno, al menos a algunos que todavía dicen extrañar su patria de nacimiento. Más allá de lo atractivas que resultan las historias, el equilibrio surge como pieza fundamental en esta película porque es la ideología adoptada para enaltecer los rasgos temáticos que surgen de ellas; las verdaderas estrellas de esta pequeña gran obra documental. Lo formal al servicio del tema.
Historias de vida Hoy en día decir Barrio Chino en Argentina nos transporta a esas cuadras del barrio porteño de Belgrano. Y Arribeños, el documental de Marcos Rodríguez (el mismo de La educación gastronómica), se ocupa de recorrer ese espacio, de presentar a sus protagonistas y de lograr un acercamiento a ese lugar por medio de un puñado de historias de vida que merecen ser contadas. El documental cuenta sobre los orígenes, los primeros locales, supermercados, escuelas y la iglesia que con la camada de inmigrantes que llegaron a principios de los 80’s hicieron crecer de a poco el lugar. Pero también resaltan otras temáticas, como la discriminación que hacen los chinos hacia los taiwaneses, lo difícil de adaptarse al país (el idioma fue una de las complicaciones para los más viejos), lo cerrados que eran como colectividad, los primeros festejos del Año Nuevo Chino en el barrio, el intento por mantener su lengua con las nuevas generaciones, que de a poco la van perdiendo. Todo esto es contado por la voz en off de los protagonistas sobre imágenes de negocios, asociaciones, eventos que la comunidad tiene en la zona. Hay momentos divertidos como cuando cuentan que los nombres al español que recibieron no fueron por decisión propia o por readaptación de su nombre original a nuestro idioma, sino por decisiones arbitrarias tomadas por gente que se relacionaba con ellos (el mozo de un café al que concurrían al no saber pronunciar sus nombres les dijo “vos vas a ser Pablito y vos Carlitos”). Desde lo formal, Arribeños no trae nada nuevo al documental, pero son las historias y lo que sienten los entrevistados lo que le da vuelo a el film.
Un doc que deja a Todos Contentos Aunque parezca contradictorio, este retrato de la comunidad taiwanesa asentada sobre la calle Arribeños, en un radio que no excede de las cuatro o cinco manzanas, se revela en verdad como un vívido fresco de la esencia del ser argentino. Aunque Arribeños, del argentino Marcos Rodríguez, es en términos estrictos un documental sobre la colectividad chino-taiwanesa asentada en el Bajo Belgrano, que con el tiempo acabó dando forma a lo que hoy todo el mundo conoce como el Barrio Chino de Buenos Aires, una mirada más amplia y detenida confirma que en realidad se trata de un documental sobre la Argentina. O sobre argentinos. Porque aunque parezca contradictorio que un retrato de la comunidad taiwanesa pueda en realidad ser un fresco de la esencia del ser argentino, en efecto lo es y la verdad que eso no debería sorprender a nadie. Pero, ¿cómo? ¿De qué manera se puede llegar de lo particular (los chinos de la calle Arribeños) a lo general (los argentinos)?Pues bien, de la misma manera en que las comunidades italianas, árabes, alemanas, paraguayas y los cientos de otros colectivos inmigrantes que aportaron su flujo humano y cultural para construir lo que hoy representa este país al sur de todo, así Arribeños demuestra que en ese Barrio Chino tal vez ya no quede ningún chino, sino argentinos nacidos en Taiwán. Sobre esa idea maravillosa (aunque nunca enunciada de modo explícito) es que Rodríguez construyó ésta, su segunda película.Sutilmente compleja, Arribeños se estructura a partir de una variada sucesión de planos fijos.Sutilmente compleja, Arribeños se estructura desde lo formal a partir de una sucesión de planos fijos de diferentes espacios, reconocibles para quienes hayan estado alguna vez ahí, de ese Barrio Chino que ha tomado el tramo inicial de la calle Arribeños, a metros de la estación Belgrano C del ferrocarril Mitre, como espina dorsal en torno de la cual organiza su actividad económica y social. Son esos planos fijos los que permiten la mirada “amplia y detenida” a la que alude el párrafo anterior. Y no hace falta más. Ahora que algunos directores mexicanos parecen haber descubierto la pólvora del plano secuencia híper barroco, Rodríguez y la directora de fotografía y operadora de cámara Ada Frontini (directora del documental Escuela de sordos) demuestran, tal vez sin habérselo propuesto, que el plano fijo es una herramienta cinematográfica de una riqueza tanto o más formidable, capaz de transmitir justamente lo opuesto de lo que el propio nombre del recurso pareciera significar. Porque en los planos fijos de Arribeños lo único fijo es la cámara. Delante de ella se desenvuelve la vida misma. La vida a veces apacible y otras bulliciosa de ese organismo colectivo que es cualquier barrio, compuesta por el entramado de las miles de vidas de quienes lo habitan o visitan, de las actividades que ahí se desarrollan y las historias que en silencio tienen lugar sobre sus calles, día tras día. Para conseguirlo sólo hizo falta tener la inteligencia narrativa de elegir el lugar y el momento precisos en dónde fijar la cámara. Parece fácil; no lo es.Sobre esos planos, las voces de distintos miembros de la colectividad taiwanesa, vecinos del Barrio Chino porteño, dan cuenta de lo que ese espacio representa. Aunque lo que cada una de las voces cuenta es una experiencia individual, el hecho de que los relatos se mantengan en un off estricto, sin revelar nunca el rostro de quienes los enuncian, permite aquello que se mencionó antes. Que lo particular se vuelva general y esa pluralidad de voces construya un discurso colectivo. Y todavía más: que cada una de esas historias que dan cuenta de las dificultades propias que debieron sortear los inmigrantes chinos y taiwaneses, no sólo puedan ser traspoladas a los inmigrantes de otras naciones orientales (japoneses, coreanos, etc.) sino, de la manera más amplia y universal, a cualquier hombre o mujer de buena voluntad que alguna vez haya tomado la decisión de habitar el suelo argentino.Es así que en algunas de las historias podría obviarse el hecho de que son contadas por una voz con el característico castellano de los inmigrantes orientales e imaginarlas narradas con una tonada francesa o italiana para caer en la cuenta del carácter ampliamente argentino de dichos relatos. Arribeños no es, entonces, el retrato acotado de un barrio que no tiene más de cuatro o cinco manzanas, sino un relato universal de inmigración. Un cuento de inmigrantes, sencillo pero potente, que vuelve a contar desde el lugar menos pensado, la historia de un país compuesto por gente que, entre muchos otros orígenes posibles, desciende de los barcos.
Llegados mayormente a principios de la década de 1980 con familia y capital suficiente para comenzar actividades comerciales, la de los taiwaneses no es una migración pobre. Su instalación en el barrio de Belgrano fue conformando con el tiempo uno de los lugares atractivos de la ciudad de Buenos Aires: el Barrio Chino definido por las calles Arribeños, Mendoza, Juramento y Montañeses. Ese es el espacio que describe este documental. La decisión estética de Marcos Rodriguez para su segundo film que se estrenó el jueves, es bien concluyente: una primera sucesión de planos fijos y generales son acompañados por voces en over y viceversa: las voces se sostienen sobre el plano general, mayormente fijo. Y aunque la voz no tiene una función descriptiva con respecto a la imagen, se puede suponer que los espacios significativos levemente diferentes que ambas producen refieren a la multidimensional de una comunidad, a su riqueza cultural, a su diversidad. Es que este documental trata sobre los taiwaneses del Barrio Chino de Buenos Aires. Asi, al plano de una galería comercial le corresponderá un relato sobre una clase de Lengua, al frente de un local de comidas, los nombres argentinos traducciones arbitrarias de los nombres chinos “demasiado difíciles de recordar”, un largo plano de la via del tren es narrado a partir de una voz que cuenta la vida en un pueblo en Taiwan y cómo se anunció a la familia el viaje a ese lejano lugar que es Argentina. La yuxtaposición de ese recurso termina siendo algo monótono, propone también cierta curiosidad sobre qué caras, qué rostros corresponden a qué voces. Completar lo incompleto para terminar validando en fin ese argumento de la diversidad. Hacia los 30 minutos un travelling desde el tren, rompe la monotonía, y una voz narra un texto poético que reemplaza a la voz anectdotica. “Belgrano ocupa el lugar de la patria”. Ese momento se completará hacia el final de la película. El documental gana en los momentos de observación: el ritual religioso en la calle o el rezo en el templo, pierde cuando repite sin rumbo, o cuando descompensa su ritmo con algunos momentos extremadamente largos. Se exhiben todos los viernes de febrero en Malba Cine a las 20hs junto con el ciclo de Cine de Taiwan. Funciones en BAMA todos los días a las 19.40hs
Hay un problema central en Arribeños, el documental sobre el "barrio chino" que le da color y multiculturalidad al populoso pero solemne barrio de Belgrano. Y el problema es que los primeros minutos de cinta, que parecen funcionar como intro de un relato que se desarrolla de a poco, en lugar de avanzar y transformarse en texto cinematográfico, terminan por agonizar durante poco más de una hora de palabras en off y mucha, demasiada, distancia entre la cámara y sus personajes. La calle que le da título al documental es la que compone el corazón de la zona más oriental de Buenos Aires. Tres cuadras de Arribeños, a metros de las Barrancas de Belgrano. Allí recalaron centenares de chinos hace ya varias décadas y, al día de hoy, la comunidad tiene en esa zona de la Ciudad, poblada por miles de asiáticos, una referencia obligada a la hora de encontrar señales de nacionalidad, guiños a su vida pasada o la de sus antecesores. Todo esto está contado en el film de Marcos Rodríguez, pero la distancia es tal que en ningún momento ni siquiera podemos conocerle la cara a los que ponen su voz al relato, armado a partir de anécdotas personales de los involucrados. Entre ellos se incluye el locutor Carlos Lin, toda una celebridad de la comunidad china que suele brillar en las celebracines de fin de año. A él tampoco lo vemos en pantalla. No hay mayores atractivos en Arribeños más que algunas imágenes bien montadas, sobre todo la que muestra las calles vacías del barrio, cuando los comercios levantan las persianas y arrancan con su jornada de productos de bazar, regalos económicos y vestimenta típica. El resto provoca una sensación de pesar por lo que podría haberse hecho, que era mucho y variado.
Escuchá el audio haciendo clic en "ver crítica original". Los sábados de 16 a 18 hs. por Radio AM750. Con las voces de Fernando Juan Lima y Sergio Napoli.
Arribeños is the name of a well known street in the neighbourhood of Belgrano, which years ago was part of a quiet middle-upper class residential area with few stores, restaurants, or even coffee shops. And while today the street largely remains that way, since the late 1990s a change has been taking place on the two blocks between Juramento and Olazábal: the Barrio Chino (Chinatown) now sits there, a busy commercial section where different generations of Chinese and Taiwanese people have settled. Arribeños is also the name of the cleverly written and directed documentary by Marcos Rodríguez (La educación gastronómica) and delightfully photographed by Ada Frontini (Escuela de sordos), which places a candid, clear, and sometimes intimate gaze at a universe otherwise known only from the outside. Not that Arribeños is a behind-the-scenes work about how business and deals are conducted in Barrio Chino, but in its place — and far more interestingly — is a comprehensive exploration of how the different types of migrants (and their descendants) live and relate to others in a place of their own that blends in the local culture. It’s in the human element where Rodríguez’s documentary finds its unique inspiration. As in most documentaries, there are many testimonies, but unlike most documentaries they are not conveyed in a conventional manner. Instead, they are communicated exclusively via voice over while stylishly images of the area are shown — so the usual boring talking heads are not to be seen. And these voices carry different feelings and thoughts from diverse folks: there are those who hardly speak Spanish, those who strive hard to learn it whereas others actually care more for Mandarin and Taiwanese. Also, there are those who feel they are downright Argentine, those who are homesick and still wish they’d go back, and some who are lingering somewhere in between. What’s most gripping is how effortlessly all these people open up for the filmmaker and how the filmmaker must have asked the right questions to get them to address common issues as well as singular details that define the many layers of an identity both established and in the making. You’d think that a string of statements would become tedious at one point or another, and yet that’s not the case at all. Much attention has been paid to language so what is said and how it’s said is never anecdotic or redundant. And there’s the alluring interplay with visuals. Frontini’s cinematography avoids clichés and often goes for large static and frontal shots that provide an overall view of the neighbourhood, its shops and diners. Imagine pictures of bright colours with an assortment of shapes and textures that come across as a living backdrop for the verbal stories. No specific actions are depicted; it’s not necessarily about showing people doing this or that for the camera. Instead, it’s about informally showing people with their things in their milieus just as they are. Original, insightful and far from solemn, Arribeños is a different and accomplished experience in the field of the ever increasing creative documentaries that seek to sing their own songs. Production notes Arribeños (Argentina, 2015). Written and directed by Marcos Rodríguez. With José Tseng, Máximo Li, Margarita Xie, Ana Kuo, Susana Cheng, Hugo Wu, Gustavo Ng, Antonio Lang, Carlos Ling, Roxana Huang, Lin Hsiao Chen. Cinematography: Ada Frontini. Editing: Matías Mercuri, Federico Mercuri. Running time: 76 minutes. @pablsuarez
El texto de la crítica ha sido eliminado por petición del medio.
En las últimas décadas el barrio porteño de Belgrano incorporó a su mundo el ya famoso Barrio Chino, asentado en la calle Arribeños, entre Juramento y Olazábal. En ese segmento de la gran ciudad se entrecruzan varios mundos en paralelo, con sus diversas culturas, idiomas, creencias, representadas por originarios, y sus descendientes, de chinos y taiwaneses, entre otros, llegados al país en los ‘70 y ‘80. Recorrer hoy ese tramo es apreciar un amplio espectro comercial, colorido y dinámico, para encontrarse con quienes casi no hablan el español y otros que deben aprender el mandarín, algunos que se consideran porteños de toda la vida, y otros que hace 40 años sueñan con el regreso a su terruño de origen. Marcos Domínguez se propuso en “Arribeños” echar una mirada a ese micromundo de la ciudad y compartirla mediante éste documental, para ello transitó esa zona a lo largo de un año utilizando cámara fija y escuchando el audio de las historias narradas en off, entrando en contacto con la comunidad taiwanesa. Según concluye el realizador, las comunidades solucionaron casi todo lo que respecto a su asentamiento y convivencia, abriendo al cineasta y a su equipo el acceso a conocerlos invitándolos a asistir a reuniones, fiestas, ceremonias religiosas, estudio, y poder apreciar la participación de las familias en todas sus actividades, revelando la cultura del trabajo y del esfuerzo de sus integrantes. La historia está reflejada a través de cuatro estaciones, conformando una narración global: Llegada a la Argentina; Adaptación a la comunidad; Los que llegaron niños y ahora son adulto; La primera oleada de inmigrantes. Todo lo registra una cámara curiosa ante la cual van desfilando, alternándose en apropiado ritmo expositivo, imágenes en vivo, fotografías y documentos para brindar, en un espacio tan reducido, un relato universal de las migraciones, de las cuales nuestro país tradicionalmente ha recibido tantas y tan diferentes a lo largo de su historia. Un trabajo cinematográfico prolijo que aporta al espectador curioso, tanto como lo fue cámara, el interés por enriquecer su cultura como habitante, o visitante, de la gran ciudad
Marcos Rodríguez construye un bello documental de observación sobre esa isla rara que es el Barrio Chino de Belgrano. Lo extraño y lo cómico aparecen hasta que nos damos cuenta de que los extranjeros en ese pequeño mundo somos nosotros. El film hace lo que debe: descubre un universo que, aún al alcance de la mano (o del colectivo), pasa inadvertido ante nuestros ojos. Y algo más: lo comparte y nos invita a compartirlo.
Culturas híbridas Arribeños es un documental que narra la historia y el presente del Barrio Chino de Buenos Aires. Una tintura poética destaca en Arribeños, documental sobre el Barrio Chino instalado en los confines de Belgrano. Se trata de una poesía que fortalece el contenido antropológico, que le da nobleza al objeto de estudio. Su director, Marcos Rodríguez, no sólo observa estas curiosas calles camufladas por el kitsch oriental, también las contempla hasta descubrir en ellas una profunda belleza. El documental se narra con habilidad económica: traza la historia del barrio al tiempo que ofrece una postal de su presente. Esta búsqueda resulta atractiva, ya que nunca vemos chinos contando frente a cámara sus peripecias en Argentina, aunque los escuchemos en off permanentemente. El relato de los emigrados se acompaña de encuadres simétricos, estáticos y sublimes, mostrando cada rincón del Barrio Chino. Una narración coral que irá dotando de emoción la arquitectura; cada calle y esquina se resignificará en el transcurso del filme. Son las postales del barrio las que terminan sustituyendo a los rostros velados. Pero no sólo las voces transforman el espacio, Arribeños decide retratar al Barrio Chino en sus cuatro estaciones, haciendo del paisaje una alegoría oriental clásica. Y en este punto es obligatorio resaltar el trabajo fotográfico de Ada Frontini, directora de la premiada Escuela de Sordos. Su labor es descomunal, apabullante y gloriosa: logra que el urbanismo sobrecargado y desprolijo de estas zonas comerciales luzca obsesivamente ordenado. No hay un solo encuadre carente de virtud, desde los planos generales con el arco de ingreso hasta los planos detalles de las mercaderías. Todo es milimétrico, minimalista, imágenes pensadas como haikus. Una de las mayores dificultades al abordar temáticas antropológicas es caer en la condescendencia o en la apología, pero Marcos Rodríguez deja que la historia del barrio se cuente con simpleza, jamás manipula ni exacerba el desarraigo. Su rol como director consiste en intuir dónde la musicalidad de los relatos coincide con la fascinación de los lugares. De este modo, el relato fluye con naturalidad, las anécdotas no redundan y los encuadres alcanzan una respiración perfecta. Bajo esta intuición, Arribeños se convierte en una película empática en el mejor sentido. A la comunidad taiwanesa asentada en la Argentina se la analiza, sí, pero antes se la respeta. Cuando la cámara ingresa al templo, la voz en off desaparece, invade el silencio. Cuando emerge la singular historia de un pintor, la cámara transmuta hacia espacios microscópicos e imaginarios. Estos detalles formales hacen al filme honesto y consecuente, casi un aculturamiento invertido: es Marcos Rodríguez quien empieza a sentir como oriental, arrastrando el relato hacia terrenos nostálgicos, pensando hasta qué punto una tradición extranjera invadió un país tan cosmopolita como el nuestro.