Ruthy Pribar inicia su camino en el terreno cinematográfico con «Asia», una película dura, sentida y realista sobre una madre soltera que debe afrontar la enfermedad degenerativa de su hija adolescente con la que lleva una relación conflictiva. Un drama familiar emotivo que logra una madurez y una agudeza en su intensidad que llama la atención en una ópera prima. El largometraje se centra en Asia (Alena Yiv), una madre soltera que tuvo a su hija durante la adolescencia. Hoy en día ella tiene 35 años y parece vivir en una especie de letargo entre su compleja y atareada jornada laboral como enfermera y su vida emocional que se divide en entre su compleja relación con Vika (Shira Haas, la actriz revelación de «Poco ortodoxa», la miniserie de Netflix), su hija que se pasa el día con sus amigos skaters; y una relación sexoafectiva informal que guarda con un colega del hospital. No obstante, la vida de Asia dará un giro de 180 grados cuando la salud de Vika empieza a deteriorarse. En ese momento, ambas buscarán acercarse la una a la otra para tratar de afrontar ese momento de desesperación. Esta enfermedad se terminará convirtiendo en una oportunidad para que aflore el amor de madre-hija y que se dejen de lado las diferencias que las separaban para juntarlas antes de que sea demasiado tarde. Pribar demuestra un tremendo trabajo en la dirección y un pulso inspirado para llevar adelante un drama que en manos equivocadas puede llegar a incurrir en los habituales golpes bajos o en falta de empatía y sutilidad. Si bien hay momentos fuertes y movilizantes, el relato logra sostenerse gracias a esa sensación de realidad que se imprime en el mismo y la estupenda química entre Yiv y Haas. Esta última hace un trabajo superlativo en la composición de Vika que se la nota entre enojada y confundida, emociones habitualmente transitadas durante la adolescencia, pero exacerbadas por su deteriorada salud que le impiden continuar con los tradicionales ritos de la juventud, como salir con amigos, el despertar sexual y la experimentación, así como también la audacia o esa sensación de invencibilidad que lo llevan a uno a hacer cosas arriesgadas que en esta ocasión parecen ser interrumpidas en la vida de la joven israelí. Es en estos aspectos que el film parece abrazar el costado del estilo coming of age, pero más que nada para contrastarlo con el otro punto de vista de su madre. Constantemente ambos mundos son visitados para ver cómo impacta uno en el otro, y es en estos puntos donde el relato cobra fuerza, viendo como tanto la hija como la madre cometen errores por la inexperiencia y también por la falta de comunicación entre ambas. «Asia» explora y reflexiona sobre la maternidad, así como también con la lucha frente a la adversidad. Una película potente que pese a navegar por terrenos conocidos, da su propia perspectiva sobre el asunto, evitando caer en moralinas o golpes bajos para dar un sentido y emotivo acercamiento a la desgarradora vida de estos personajes.
Asia y Vika son madre e hija pero no son muy cercanas. Asia tuvo a Vika muy joven y el padre se quedó en Rusia cuando ellas se mudaron a Israel siendo Vika muy pequeña. Esta no guarda recuerdo de su padre que desde entonces desapareció, con lo que Asia tuvo que hacerse cargo de su hija sola. Esta maternidad difícil derivó en que Asia concentrara más su atención en su trabajo como enfermera. El horario con frecuencia nocturno de las guardias acentuó la incomunicación entre ambas. Por su parte Vika es una adolescente que guarda cierta distancia con su madre, que prefiere pasar el tiempo con sus amigos y tiene, además, una enfermedad degenerativa que le va dificultando progresivamente los movimientos y que eventualmente puede poner en riesgo su vida. Vika sigue los tratamientos de mala gana mientras Asia controla sus frecuentes recaídas, hasta que una serie de episodios dan cuenta de que la enfermedad no solo avanza inexorablemente sino que su ritmo parece haberse acelerado. La precaria rutina que Asia sostiene se derrumba y esta tendrá que dedicarse con más urgencia al cuidado de Vika y pasar más tiempo con ella, sin poder tampoco dejar de cumplir con sus obligaciones laborales. Esta situación de necesidad imperiosa es también, y paradójicamente, la oportunidad para que madre e hija se acerquen y profundicen una relación que hasta entonces había sido débil y superficial. El desafío para Asía es convertirse en la madre presente que hasta ahora no fue y estar ahí para su hija. En su primer largometraje, la realizadora israelí Ruthy Pribar trabaja con material muy sensible como el deterioro físico, el dolor por los seres queridos y la cercanía de la muerte. Una temática que se presta fácilmente y se explota frecuentemente para la administración del golpe bajo y la manipulación. Pribar sortea con elegancia estos desafíos y tentaciones y elude la salida fácil para ofrecer un relato que respeta a sus personajes sin por eso dejar de ser emotivo. No es que no haya escenas duras ni esté ausente el sufrimiento, pero Pribar, también autora del guión, no se regodea en ello. Lo que le interesa mostrar es la relación íntima entre estas dos mujeres. Una madre que quizás no sepa, o no cree que sepa, muy bien cómo serlo. Y una hija que se rebela a los intentos de control de su madre, a los que siente como un menoscabo a su autonomía, pero a la vez se encuentra en una situación de cada vez mayor indefensión y necesita de su presencia. La enfermedad y su avance ponen a prueba el vínculo entre ambas y les plantea un desafío para los que nadie puede estar preparado (ni siquiera una trabajadora de la salud como Asia). Ambas tienen entonces que aprender a convivir y comunicarse y replantear su vínculo de otra manera. Pribar muestra ese vínculo en su complejidad en un recorrido que incluye el conflicto, el amor, el resentimiento, la culpa, la impotencia, el hastío, el sacrificio y la complicidad. La enfermedad no está siempre en primer plano y algunas de las mejores escenas las muestran compartiendo momentos de diversión cuando descubren que en medio del dolor pueden reírse juntas. Sobre los hombros de las dos actrices protagónicas, Alena Yiv (Asia) y Shira Haas (Vika), recae la tarea no menor de encarnar ese vínculo complejo al que hacen creíble recorriendo todos sus matices. Asia es una rareza dentro de un tipo de films que se dejan tentar muy fácilmente por la estridencia y el chantaje emocional. Por el contrario, Ruthy Pribar en su destacable debut opta por la sobriedad, por una mirada íntima y humana. ASIA Asia. Israel, 2020. Dirección: Ruthy Pribar. Intérpretes: Alena Yiv, Shira Haas, Tamir Mula, Gera Sandler, Eden Halili, Or Barak. Guión: Ruthy Pribar. Fotografía: Daniella Nowitz. Música: Karni Postel. Edición: Neta Dvorkis. Producción: Yoav Roeh, Aurit Zamir. Duración: 85 minutos.
Las cosas nunca fueron fáciles para Asia. Enfermera de un hospital, tiene 35 años y una relación complicada con esa hija adolescente a la que ha criado sola, con dosis iguales de esfuerzo y sacrificio, de voluntad y valentía. Esa chica se llama Vika y está en una etapa plena de descubrimiento, con largas jornadas entre amigos no exentas de atracción hacia uno de los chicos. Es en ese momento que avanza una enfermedad muscular degenerativa que, más temprano que tarde, afectará sus pulmones. Una película sobre una madre joven con una hija aquejada por una enfermedad terminal enciende las luces de alerta ante el potencial riesgo de sentimentalismo y golpes bajos, de esos que solo buscan la lágrima fácil, que suele implicar las historias de este tipo. Pero la realizadora israelí Ruthy Pribar logra con su ópera prima un respetuoso, sobrio y genuinamente emotivo acercamiento a la relación de estas dos mujeres ante la certeza de la muerte. Pribar describe las rutinas de esas mujeres a través de sus acciones cotidianas. Rutinas que irán confluyendo a medida que la enfermedad avance y Vika (Shira Haas, protagonista de la miniserie de Netflix Poco ortodoxa / Unorthodox) sienta cómo su cuerpo deja de responderle, obligando a Asia (Alena Yiv) a dejar de lado el poco tiempo dedicado a sí misma. En este logrado drama doméstico, cuyas acciones están mayormente circunscriptas al hospital y la casa, salen a la luz cosas no dichas y los miedos ante la muerte enfrentados con entereza por las mujeres. El espectador, entonces, como observador privilegiado de una situación tan dolorosa como inevitable.
La vida de Asia (Alena Yiv) se divide entre los pasillos del hospital donde trabaja como enfermera, el cuidado de sus pacientes, los baños periódicos a una vecina de su edificio y la ardua tarea de ser madre de una adolescente. Asia tuvo a su hija Vika (Shira Haas, la estrella de Poco ortodoxa) cuando era muy joven, por ello la maternidad quedó adherida a su propio crecimiento, al aprendizaje de su adultez y la conquista de su independencia. En las primeras escenas, la ópera prima de Ruthy Pribar construye con paciencia y sobriedad la vida de ambas, de generaciones tan lindantes, ceñidas por el peso de esa cercanía etaria: el esporádico coqueteo con la liberación en los encuentros con un médico casado de Asia; las idas al parque de Vika con sus amigos, la adrenalina del skate, el alcohol, el sexo promisorio. El progresivo empeoramiento de la enfermada de Vika, que asoma como una densa niebla en los primeros minutos, nunca empuja a la película al melodrama lacrimógeno. En ese perfecto límite en el que basculan las emociones de ambos personajes se edifica la tensión, con una puesta en escena sencilla pero no por ello imperceptible. Es interesante cómo Pribar redimensiona el hogar a partir de los cambios de situación y de la llegada de un nuevo habitante: angosta sus espacios internos en virtud de una fuerza que retiene a Vika, torna invasivo ese afuera que materializa los temores de Asia. Un balcón ofrece la imagen lejana de las calles de Jerusalén, con sus lucecitas nocturnas, como un punto de fuga impreciso; sin embargo es el mundo interior, invisible, el que se resignifica a partir de lo que ellas comparten, descubren de sí mismas, encuentran de manera inesperada. Asia es también inmigrante, ha llegado desde Rusia a un país extranjero, ha asumido la crianza de su hija en soledad. Pribar delinea el interés del personaje por los demás a partir de las tareas de cuidado con sus pacientes, la conversación con la asistenta filipina de la vecina, la observación de esa misma responsabilidad en Gabi (Tamir Mula), un joven enfermero que conoce en el hospital. Esas situaciones cotidianas brindan a Asia la espesura de su carácter, conjugada con la juventud postergada, las salidas nocturnas como descargas de adrenalina contenida, el intento de comprender a su hija sin olvidarse de sí misma. Si bien la interpretación de Shira Hass puede resultar más llamativa por las exigencias de su composición y el manejo corporal que consigue en el último tramo de la historia, es interesante cómo Alena Yiv dota a su personaje de profundas emociones sin histrionismos ni subrayados, condensando en su contenida expresión todo aquello que resulta imposible de poner en palabras. Y Pribar esquiva los lugares comunes en las resoluciones, si bien siempre parece tentada de precipitar ese mal paso. Su universo nunca ser agrieta por un sentimentalismo superficial, ni por la pretendida euforia de la superación. La cámara acompaña el devenir de los personajes con la paciencia del observador, confiado en que el respiro de la vida asoma tras los hilos del drama.
Un dramón maternal de Ruthy Pribar con Shira Haas Esta película israelí es un crudo relato sobre el vínculo entre madre e hija a partir de una enfermedad terminal. Películas sobre restablecer el vínculo filial hay muchas y de diferentes índoles. Asia (2020) lleva este drama intimista hasta los límites del sufrimiento y la redención. Asia (Shira Haas) tiene 35 años y trabaja de enfermera en un geriátrico. Ser madre soltera en su juventud hace que no tenga la mejor relación con Vika (Alena Yiv), su hija adolescente. Un golpe del destino hace que su hija contraiga una enfermedad física degenerativa y ella tendrá una última oportunidad para dedicarle el tiempo y el cariño adeudado. Hay un par de ideas interesantes en el guion del film escrito y dirigido por Ruthy Pribar. El trabajo de Asia en primer lugar la pone siempre al cuidado de extraños en contrapartida con la atención que reclama su hija. La relación con el sexo opuesto (con un gran subrayado de la importancia del sexo) es otro de los recursos utilizados para recomponer el vínculo filial. En este tipo de films es fundamental la interpretación y química entre las actrices para que la tensión -y recomposición- del afecto funcionen. El trabajo de ambas actrices es preciso desde los gestos y el cuerpo, siendo el sostén -de una en la otra- simbólico y real. Las pequeñas frases y reproches describen el afecto sin necesidad de explicaciones innecesarias. Sobre el final la película apela de manera gratuita a golpes bajos, haciendo primerísimos primeros planos del sufrimiento sin dejar que el espectador pueda apartar su mirada. Recurso que se siente efectista porque la dolorosa historia de redención ya estaba contada.
Qué cosa terrible la película de enfermedad. Es un género de hierro con un contrato claro e innegociable que exige someterse a la historia de una desgracia que destruye la vida de un pobre infeliz y de los que lo rodean. Entre el presente más o menos pleno y la promesa de una muerte segura (o de un final que la sugiere), se abre la secuencia interminable de los detalles que anuncian la degradación y que constituyen uno de sus principales atractivos. Uno puede reaccionar mejor o peor, puede entregarse o no de buen grado, pero no puede ignorar que se trata de un contrato tipificado y estipulado con la suficiente claridad como para atraer a interesados y espantar a cualquier posible detractor. Para el que no disfruta de la crueldad pautada del género, de las enseñanzas que vienen a darle sentido a la tragedia irreversible, de la lucha que la voluntad pierde contra el cuerpo arruinado, para esos no (nos) queda otra que situarse en los márgenes de la película y buscar allí, lejos de los destellos del relato, de los sufrimientos más espectaculares, alguna forma evanescente de placidez, un trazo apurado, un plano filmado sin querer, cualquier cosa que suavice un poco el conjunto y lo vuelva tolerable. Se trata, a fin de cuentas, de ver cómo mira la película cuando mira algo distinto de la enfermedad y sus estragos. Y la israelí Asia dentro de todo mira bien, es una película con buen ojo. Asia es madre soltera y trabaja en Tel Aviv como enfermera haciendo guardias interminables. No se la ve muy entusiasmada con nada, y a Vika, la hija, tampoco. Asia estruja su soledad en pubs o en encuentros furtivos con un compañero, y Vika tantea por su lado, aunque no muy convencida, con los chicos del lugar. Antes de que se establezcan los peligros de la enfermedad de Vika (Shira Haas, de Poco ortodoxa), cuando los problemas todavía se reducen mayormente al mundo del trabajo y de la adolescencia, la película funciona como un drama atemperado que vuelve interesante todo lo que filma, sea una guardia de hospital o una pista de skate donde los chicos de la zona se juntan. Si uno se comporta de acuerdo con lo esperado por el género, es imposible no leer en ese presente banal y sin sobresaltos las marcas de un destino funesto que sabemos cercano. Pero Asia tiene cierto cariño por sus personajes y no está dispuesta a sacrificarlos tan velozmente, lo que no es poco para una película así, y les regala un rato de dramas cotidianos con frustraciones y pequeños momentos de felicidad. No es algo para despreciar, porque en esa primera parte, cuando Vika todavía puede moverse y salir y hacer sus cosas, y la madre alterna sus guardias con alguna salida ocasional o un polvo a escondidas en el auto de un médico, se proyecta otra película posible, un drama tenue sobre dos mujeres que sobrellevan el día a día como pueden. La directora Ruthy Pribar sigue a sus protagonistas buscando siempre un gesto elegante o seductor, cada una dentro de un registro propio: la madre no pierde el fulgor de lo que alguna vez fue y la hija prueba suerte en el mundo de los acercamientos con los chicos. Claro, después la enfermedad barre con todo y la película se vuelve hermética, la desgracia cubre todas sus zonas y ahora es difícil buscar un lugar seguro al margen del sufrimiento protocolizado. Imposible cumplir con estas expectativas y escapar del miserabilismo, pocas o ninguna película puede realizar semejante proeza. Algunas, como Maggie, se las ingenian con una mezcla improbable entre drama de enfermedad y zombies; cuando llega el momento final, entonces, se nos obsequia con algo más que los dolores y el aire fúnebre de la partida, y hay también que luchar para defenderse de un monstruo asesino. Una excepción que confirma la regla poco feliz. De todas formas, Asia sabe en qué momento parar; un poco como la protagonista en sus guardias de enfermera, la película puede regular el goteo de tragedia y administrarlo con economía, la suficiente como para permitir todavía alguna que otra sonrisa o deseo cómplice entre la madre y la hija que las aparten por unos momentos del programa terrible que el género impone.
NO NECESITO TU LÁSTIMA Así como el cuerpo de Vika (la joven estrella israelí Shira Haas) lucha contra una enfermedad degenerativa que le contrae los músculos y le va limitando los pulmones progresivamente, la película de Ruthy Pribar hace chocar un drama social de mujeres con los clichés de las películas sobre enfermedades terminales. El acierto de la directora es nunca dejar tentarse por el lado más lacrimógeno del asunto y centrarse en la experiencia de sus protagonistas, pero también en aquello que una película con semejante premisa puede hacer para escapar de la encerrona del golpe bajo. Asia, la madre pero también la película, tienen pequeñas huidas, salidas laterales que siempre las devuelven al centro en una lucha constante por nunca dejarse vencer. El esfuerzo es encomiable pero también sutil, gracias a un guion que siempre encuentra la forma de decir las cosas sin tener que subrayarlas o gritarlas a los cuatro vientos. Lo laboral, la vida de los inmigrantes, la ancianidad, la diaria de la clase trabajadora, las mujeres solitarias que crían a sus hijos sin presencia masculina (“vos sos lo único que me dio un hombre”, le dirá Asia a Vika) son dramas que se muestran sutilmente. Que la película lleve el nombre de la madre y no de la hija enferma es un detalle interesante. Es también la demostración de que el punto de vista del film será ese, el de la persona que se enfrenta a la pérdida y no tanto de la que padece y sufre. Pribar lo deja en claro dedicándole desde el primer hasta el último plano a esa mujer y madre laburante, y algo desconcertada por lo que le toca vivir. Y ahí tenemos a Alena Yiv, actriz enorme que construye un personaje atravesado por múltiples pesares pero que tiene la capacidad de afrontar lo suyo con enorme hidalguía. Si la película es por momentos un vehículo al servicio de la joven Haas y su figura explotada internacionalmente a partir de la serie Poco ortodoxa (por las características del personaje, es la actuación evidente de la película), lo de Yiv es impresionante, sin un gesto de más, transmitiendo una paleta de emociones que no elude el humor y la complicidad materno/filial con un grado de ternura enorme. Asia es siempre un relato de dos, que en un comienzo están distantes y lentamente se van acercando y fortaleciendo un vínculo un poco a los golpes. En las primeras escenas seguimos a la madre en su trabajo en el hospital y asistiendo a fiestas, mientras la hija escapa con sus amigos y zigzaguea entre los múltiples estímulos de la adolescencia. Y si bien cuando la enfermedad se hace presente representa un cisma para el relato, Pribar tiene en claro lo que quiere contar: la historia de una madre solitaria, atrapada en un trabajo en el hospital que no le permite respiros económicos y una situación afectiva pendiendo de un hilo mientras mantiene una relación extramarital (por parte de él) con un médico. Básicamente Asia es un drama social de gente a la que le pasan cosas extraordinarias. En todo caso la enfermedad es un detalle, que se escenifica perfectamente en esa escena en la que Vika se descompone pero la cámara mira por la ventana mientas divide el plano entre el interior del departamento y la calle con su vida habitual, indolente ante lo que sucede con los individuos. Como ejemplifica Vika en una escena clave (clave para la película porque es un momento incómodo y porque representa una de esas tantas instancias en las que parece romper su ética y merodear lo innecesario) no hay que tenerle lástima. Porque Asia es un relato que exhibe el dolor no como una forma de extorsión emocional, sino para representar que la vida está llena de momentos horribles y bellos, y que incluso a veces conviven como en la última terrible escena. Asia no es una película de consecuencias, sino más bien de decisiones.
Poco a poco el cine del mundo busca nuevamente su espacio en la cartelera argentina. Una cinematografía bastante frecuente en los circuitos es la israelí y Asia es un nuevo film de esa nacionalidad. Tiene como gancho comercial el que una de las dos protagonistas sea Shira Haas, recordada y querida protagonista de la miniserie Poco ortodoxa que hace un año causó furor en Netflix a nivel mundial. También la vimos en la serie Shtisel, otro gran éxito en el streaming. La película cuenta la historia de una madre y su hija. Asia (Alena Yiv) una mujer que ha tenido a su hija cuando era adolescente, por lo cual ella y Vika (Shira Haas) está tan cerca de la maternidad como de la amistad. Asia, enfermera, lleva una vida de mujer joven, sin preocupaciones y le da a Vika toda la libertad que quiera, como si fueran amigas. Hasta que un día Vika necesita una madre. Vika enferma y ese padecimiento degenerativo la consume rápidamente. Entonces Asia debería tomar su rol de madre, protegiéndola, cuidándola y estando cerca en un proceso tan duro como inevitable. La película es siempre dramática, no tiene sorpresas ni golpes de efecto, va directamente al corazón de dolor y se instala allí, para rescatar la conexión entre ambas en el momento de mayor angustia. La película se sostiene con verdadero amor por sus personajes y en eso radica su mayor logro dentro de un tema tan difícil de ver.
Hablar con franqueza del instinto maternal, de la difícil relación de una madre y una hija que vivieron alejadas, de las decisiones más difíciles, es lo que nos propone el duro e intenso film de Ruthy Pribar. La realizadora no le teme a ahondar sin bisturí en muchos temas tabú. Como la maternidad casi adolescente que transforma a la protagonista en casi una hermana de su hija Vika. Viven juntas pero en mundos paralelos que se entrecruzan en algunos momentos cotidianos sin comunicación. Hasta que un hecho brutal y frontal refunda el sentimiento materno adormecido, la ternura, el compañerismo, el tiempo, la dedicación, la generosidad. No hay intenciones de melodramas ni emociones de golpe bajo. Lo inapelable y la templanza y después, en una decisión que evidentemente fue hablada lejos del espectador, que solo ve los resultados. Una película que por momentos quita el aliento, por lo valiente, íntima y desgarradora. Los trabajos de las dos actrices son excepcionales. Shira Haas a quien aprendimos a admirar en “Poco ortodoxa” hace una composición precisa, emocional, digna de los mejores elogios. Alena Yiv compone a esa madre distraída primero y abnegada después que se impone por su calidad. No se pierda esta gran película israelí.
"Asia", con Shira Haas: una adolescente en problemas La opera prima de la israelí Ruthy Pribar ofrece una pequeña historia de aristas dolorosas, pero sin golpes debajo del cinturón, confiando en el excelente trabajo actoral de sus dos actrices y en un guion conciso que no intenta darle lecciones de vida a nadie. El afiche publicitario de Asia, opera prima de la israelí Ruthy Pribar, aporta un dato que posiblemente ayude a atraer espectadores: la coprotagonista no es otra que Shira Haas, cuyas facciones resultan reconocibles de inmediato gracias al notable éxito de dos series distribuidas por Netflix, Shtisel y Poco ortodoxa, aquí en el papel de una adolescente llamada Vika. El otro pilar actoral está a cargo de la actriz ruso-israelí Alena Yiv, como una mujer a quien todos llaman Asia, esforzada enfermera en un hospital público de Jerusalén y madre de Vika. El ruso fluido de Asia señala de inmediato su carácter de inmigrante y no es casual que los rusos judíos internados en el sanatorio la prefieran a la hora de vaciar la chata o cambiar la vía intravenosa. En el escaso tiempo libre que le queda, Asia –que anda por los treinta y cinco y es madre desde jovencita– se baja un par de tragos en algún bar, indecisa ante los avances de los hombres. Vika, en tanto, practica con un skate, sale con su mejor amiga y coquetea con los chicos del barrio, pero una escena temprana permite colegir que su escasa resistencia al consumo de alcohol tiene un origen desafortunado. Asia podría anotarse sin demoras en la lista de films “de enfermedades terminales” (Vika sufre de una enfermedad degenerativa que, según los médicos, es irreversible), pero la realizadora logra darle un par de vueltas de tuerca a los lugares comunes del subgénero al centrarse en los vaivenes del vínculo madre-hija y a la relación especular entre la juventud presente de una con aquella del pasado de la otra. Un vínculo tan amoroso como terrible. La veinteañera Haas, cuya escasa estatura es consecuencia de los tratamientos para un cáncer de riñón sufrido durante la infancia, aprovecha esa característica física como apoyo para construir el personaje, sumándole otras señales físicas cuando la enfermedad ha avanzado. Pero lejos del histrionismo y la afectación, el sufrimiento de Vika corre por dentro y sólo explota cuando las tendencias autodestructivas salen a la superficie. Asia hace malabares con las pocas horas de sueño e intenta llevar la situación lo mejor posible, consolada por un médico amigo (con beneficios), con quien mantiene una relación física no demasiado cómoda. Si hay una subtrama innecesaria en la película es aquella ligada al deseo de Vika de perder la virginidad, potenciada por la aparición de un joven enfermero que alterna su trabajo en el hospital con los cuidados hogareños de la muchacha. Ganadora de tres premios en el Festival de Tribeca y de casi una decena en los galardones de la Academia Cinematográfica de Israel, Asia no es inolvidable desde ningún punto de vista, pero a cambio sabe ofrecer una pequeña historia de aristas duras y dolorosas sin golpes debajo del cinturón, confiando en el excelente trabajo actoral de las dos actrices y en un guion conciso que no intenta darle lecciones de vida a nadie.
Madres, hijas y su vínculo indisoluble La actriz Shira Haas deja los barrios ultraortodoxos que transitó en “Shtisel” o “Poco ortodoxa” y se interna en una Jerusalem cosmopolita y laica para coprotagonizar “Asia”, un relato sobre el ciclo de la vida y la muerte, el amor y el sexo y las relaciones entre padres e hijos. Haas interpreta a Vika la única hija de Asia (Alena Yiv), una enfermera divorciada que no tenía como objetivo ser madre. La relación entre ambas es distante con picos fugaces de emotividad, aunque poco a poco se van revelando los motivos tanto de Asia como de Vika para que su vínculo haya tomado ese rumbo . Sin embargo, un hecho puntual hará que tanto Vika como Asia se abran a un conocimiento más cercano y profundo. Contrariamente a lo que sucede en este tipo de películas sobre relaciones entre padres e hijos, en “Asia” todo sucede con naturalidad. Tanto el desinterés mutuo como la ternura entre ambos personajes no necesitan de una banda sonora ni cámara que subraye lo que ya es evidente: que los vínculos son inestables, que se construyen poco a poco, que en el medio también hay momentos de fastidio y otros de cariño. “Asia” sorprende por su emotividad sobria, su tono ligeramente indolente sobre la trascendencia de la vida y la muerte sin por eso llegar al cinismo. Para poner en pantalla esa idea, la directora previamente ofrece pantallazos sobre cómo es el trabajo de Asia. En el hospital convive con la fragilidad de la vida y allí dedica esmero y paciencia para contener a aquellos pacientes que saben que, quizás, mañana ya no estén en sus habitaciones a pesar de todos los cuidados que se pueden ofrecer.
Siempre son interesantes los exponentes israelíes que llegan a nuestra cartelera. Y esta vez no es la excepción, con la ópera prima de Ruthy Pribar que abre esta semana en Buenos Aires. No soy afecto a los dramas o el subgénero que puede construirse a través de la travesía de dolor y cambio físico que implica el tránsito por una enfermedad terminal. Como muchos de ustedes, he visto y reseñado, además, una enorme cantidad de títulos en ese sentido y claramente si no hay un enfoque original, distinto, son films que me cuestan. Lo reconozco. Sin embargo, “Asia” logra mostrarse como una propuesta valiosa y personal. Las cintas que mejor funcionan no son las relacionadas con la agonía y el sufrimiento, sino las que logran transmitir con emoción la vinculación profunda que se produce en la pareja protagónica del film. Muchas veces hay un interés romántico ahí, pero también en otros, se presenta una relación familiar como el epicentro emotivo de la trama. Esto es lo que sucede en “Asia”. La historia nos presenta a una enfermera que fue madre joven que da título al film, (Alena Yiv) y que cría a su hija Vika (Shira Haas), sola. Son dos mujeres que parecen tener una relación más de convivientes y amigas, que de madre e hija. Asia tiene horarios complicados por su trabajo (hace guardias nocturnas) y Vika se va quedando sola, y en esa vuelta se reúne con los chicos del barrio, intentando ser una más.Pero Vika, no lo es. Sufre una enfermedad que, al principio de la película parece controlada y permite cierta organización familiar en virtud de que no impide ciertos desplazamientos y acciones, pero con el correr de las primeras escenas, el cuadro cambia y el deterioro de la salud de Vika se vuelve evidente y preocupante. Desde ya que el diagnóstico es reservado y por mucho esfuerzo de parte de Asia, su destino parece ser el de ir en viaje de ida hacia el deterioro físico en su máxima expresión. Asia, en ese sentido, pasa de tener cierta distancia real hacia su hija, a revincularse en forma intensa y reformular su rol. Pribar logra construir un escenario dinámico donde las emociones van edificando un clima denso, melancólico pero a la vez, humano y potente. Esta es una cinta dirigida con madurez y soltura, que se apoya en los excelentes trabajos de Yiv y Haas (que es una estrella desde “Poco ortodoxa” de Netflix), quienes presentan un brillo particular al construir esa relación fraternal y única que se da entre madre e hija.En síntesis, un drama sólido y vistoso, pleno de candidez y emoción que no deberías dejar pasar, si sos habitué del género.
Ganadora de los premios a Mejor Dirección, Mejor Actriz (Shira Haas) y Mejor Fotografía en el Festival de Tribeca, la recientemente estrenada Asia, escrita y dirigida por Ruthy Pribar, no es una película fácil para cumplir dignamente con su premisa. Todo relato que aborde un tópico tan delicado como el de acompañar a una persona hasta el día de su muerte puede desbarrancarse en varios niveles. Ni hablar si se trata de una madre sola que nunca abandona a su hija adolescente a la que no le queda mucho tiempo de vida. Más doloroso todavía es que la enfermedad que sufre es de carácter neurológico y se traduce en una degeneración de funciones motrices y cognitivas. Esta historia puede narrarse utilizando, al menos, un par de géneros muy usuales. Podría ser un melodrama – ¿por qué no? – , pero tendría que ser un melodrama sin excesos, de esos que trabajan desde la contención y el retraimiento. Y, aparte, tendría que evitar el llanto fácil y, en cambio, apuntar hacia una angustia contenida que sí conmueva, pero de otra manera. La directora israelí Ruthy Pribar ha elegido que sea un drama intimista el molde para este relato. De hecho, el drama no es solamente el de la adolescente, incluso se podría decir que está en segundo plano, sino el que se genera en el vínculo entre madre e hija, que ya de por sí era complejo y ríspido. Ahora, Asia (Alena Yiv) , que es una enfermera dedicada y sacrificada – pero, a la vez, una madre que dista de estar presente cuando se la necesita – se enfrenta a que su propia hija va a tener que recibir todos los cuidados que una madre le puede y tiene que dar. Porque si no la distancia entre ella se va a marcar aún más: no por nada Vika (Shira Hass) se pasa casi todos los días enteros con sus amigos en el parque y atenta contra su propia salud al no respetar qué puede y qué no puede hacer para evitar un pronto deterioro. Claro que es material para melodrama, pero aún sabiendo que la directora elige el formato del drama intimista, Asia sigue siendo una película difícil de lograr exitosamente. Porque aquí la clave es el tono. Es más, no solo el tono, sino la cohesión del tono general con cada elemento en particular. Si es demasiado distante para evitar el sentimentalismo, no va a funcionar. Si es demasiado cercana y cae en el error asfixiar al espectador con tanto dolor, tampoco. Es un punto intermedio, el que conmueve pero no descoloca, el que aquí se logra con creces. Narrar desde el dolor es necesario, pero también desde el amor. Debe haber ternura y empatía, pero también agobio y hastío por lucha tanto sabiendo cómo va a terminar todo. Y hasta se pueden colar algunos momentos de goce. Siempre los hay incluso en la peor de las tormentas. Entonces, creo yo, el mejor tono posible es el que resulta de una amalgama sin fisuras. Y eso es exactamente lo que pasa en Asia. A veces momentos muy breves, casi fugaces, los que más emocionan. Otras veces, en cambio, hay escenas no tan breves que estrujan el alma. Y otras veces, son de pura placidez, de amorosos encuentros entre madre e hija que no podrían ser más reales. Lejos de esquivar lo más difícil de ver, Asia, la película, apuesta a mostrar, y mucho, sin tapujos, pero tampoco sin regodeo. Otra muestra más del equilibrio de la película como un todo. De las actrices, basta con decir que son extraordinarias. Todos los otros adjetivos que se puedan agregar son innecesarios. Y todo lo innecesario que esta película podría tener está ausente. Acá no hay relleno. Solo vale la esencia.
Asia (Alena Yiv) y Vika (Shira Haas) son madre e hija, inmigrantes rusas que viven en Israel. Asia es una madre soltera de 35 años, que trabaja de enfermera. Por las noches busca refugio en algún bar cercano del hospital, para ahogar sus pesares en el alcohol. Mientras que Vika es una adolescente, hija única, que pasa sus días rodeada de amigos en una pista de skater.