Hable con ella Aurora (Vanishing Waves, 2012), de la lituana Kristina Buozyte, está planteada como una película de ciencia ficción pero forjada sobre los pilares de una pasional historia de amor con tintes melodramáticos. Lukas (Marius Jampolskis) es un científico que foma parte de un equipo que experimenta entrando a la mente de personas en estado de coma. Por las características que presenta es el elegido para empezar el nuevo proyecto y conectarse al cerebro de alguién que se encuentra en estado irreversible. Al principio, Lukas sólo consigue apreciar algunos sonidos e imágenes difusas, pero después de un tiempo comienza a visualizar la figura de una bella mujer desconocida. Cada vez que se conecta con la mente del otro descubre cosas nuevas sobre la joven, llegando a enamorarse de alguien (o algo) que puede no ser más que la creación de su propia imaginación o de la del paciente. Esta relación irreal afectará a su cotideanidad al punto de convertirse en una obsesión. Cuando su vida se derrumba, intentará descubrir quién es la persona en coma y hasta qué punto es real la mujer de los sueños. Premiada en Karlovy Vary, Aurora se inspira en el cine de Stanley Kubrick pero principalmente en las películas de ciencia ficción de Europa del Este, un género en pleno ascenso, aunque desconocido en esta parte del mundo. Sus edificios fríos y paisajes impresionistas producen un efecto llamativo, sobre todo gracias al brillante contraste entre el mundo real y los nuevos territorios que explora Lukas. En algunos momentos Kristina Buozyte juega peligrosamente con el exceso y muchas de las escenas de sexo terminan dando la sensación de que carecen de un significado intrínseco sólido. Pero incluso en los momentos en que todo amenaza con derrapar y volverse demasiado melodramático, los protagonistas logran un estupendo trabajo, dando al conjunto una dimensión humana a través de interpretaciones tan sutiles como potentes.
La libido según las neurociencias. Históricamente los dos pivotes de la fantasía y/ o ciencia ficción han sido la efervescencia conceptual (es decir, la bandera de la futurología y los mundos alternos) y el anhelo de asaltar los sentidos desde un entramado visual acorde con tanta fogosidad discursiva (la introducción de novedades estéticas, o por lo menos de una variación de lo ya establecido, constituía la prerrogativa por antonomasia). La modalidad mainstream del género de nuestros días descuida ambas características en función de un conformismo patológico que opta por clichés y envases tan vacíos como lustrosos. Aurora (Vanishing Waves, 2012), una verdadera rareza de “corazón lituano”, intenta superar la brecha con aplomo y suerte dispar. El tercer opus de la directora Kristina Buozyte se centra en la premisa de la transferencia neuronal y combina elementos de Estados Alterados (Altered States, 1980), El Origen (Inception, 2010), Solaris (Solyaris, 1972) y El Planeta Salvaje (La Planète Sauvage, 1973), aquella obra maestra de la animación de René Laloux. Bajo la vieja y querida excusa de investigar los misterios detrás de la mente humana, un grupo de científicos conecta las conciencias de Aurora (Jurga Jutaite), una mujer en coma, y Lukas (Marius Jampolskis), un miembro del equipo. Entre una imaginería cargada de erotismo y detalles surrealistas, pronto la “profesionalidad” queda en el olvido y los dos inician un tórrido romance virtual. Ahora bien, la película va sumando ítems positivos y negativos a medida que avanza ya que parece estar guiada por una especie de dialéctica de la desproporción, aunque sin la sensatez necesaria para sustentarla como es debido: mientras que por un lado se agradecen la estructura símil sketchs lisérgicos (cada uno de los encuentros del dúo presenta un núcleo temático propio) y el gesto de construir un protagonista bastante antipático (Lukas es un témpano con su pareja en la realidad y traza distancia con casi todos los que lo rodean), lamentablemente a Buozyte se le va un poco la mano con la configuración general de las escenas, volcando en ocasiones el devenir visual hacia el campo de la publicidad ochentosa. También balanceando ingredientes contraproducentes como la ponderación de la música ampulosa y la tendencia a alargar algunos instantes, otro factor a favor de la propuesta pasa por los cambios en la topología de la libido en consonancia con la inevitable aparición del conflicto: paulatinamente el idilio de los primeros momentos deja lugar a la furia de los traumas psicológicos y la irreversibilidad de determinados estados del vivir. Podemos concluir que Aurora resulta una experiencia satisfactoria porque saca a relucir el costado menos luminoso de las neurociencias y -a fin de cuentas- funciona como un contrapeso de toda la levedad uniformizadora de Hollywood y de sus acólitos descerebrados de siempre…
Mundos paralelos Entre el thriller psicológico y la ciencia ficción, esta rareza financiada mayoritariamente por capitales lituanos se estrena de manera exclusiva en BAMA Cine Arte. Aurora es una auténtica rareza. Coproducción europea financiada mayormente por fondos lituanos y vista hace ya tres años en festivales mayormente del este del viejo continente, la película de Kristina Buozyte esconde un sinfín de referencias veladas –y no tanto- al universo de la ciencia ficción en medio de una historia digna de un culebrón vespertino. El film comienza con el científico Lukas (Marius Jampolskis) a punto de iniciar la etapa final de su proyecto de investigación sobre las posibilidades de lograr una transferencia neuronal que permita ingresar a la mente de personas en estado de coma, en este caso una bella señorita recientemente accidentada con su auto. El experimento funciona inicialmente de maravillas, pero con el correr de las sesiones Lukas empieza a tener sentimientos contrapuestos con una mujer a la que encuentra en ese mundo neuronal, al tiempo que también sufrirá las consecuencias en el “mundo real”. Buozyte se toma el tiempo necesario para construir una historia sin fisuras que irá oscureciéndose a medida que avancen los minutos. Ominosa, hipnótica e inquietante, Aurora no termina de redondearse como un film aún mejor debido a cierta tendencia al preciosismo y la estilización.
Erotismo y ciencia ficción a la lituana Esta Aurora lituana es, como la del ballet, bella y durmiente, pero no ha sido víctima de ningún hechizo, sino objeto de un experimento científico, como consecuencia del cual conocerá el amor, aunque suceda en el territorio de los sueños, en el de las mentes o, si se quiere, en el más poético de los espíritus. Del lado de la realidad hay un equipo científico experimentando la posibilidad de establecer vínculos entre cerebros humanos mediante una compleja tecnología, operación en la que tienen decisiva participación un juvenil voluntario asistente de los expertos, con su rapado cráneo cubierto de electrodos, y una hermosa muchacha en estado de coma. Humanos al fin, cederán a la pasión y permitirán a la talentosa Buozyte discurrir sobre sexo y deseo entre provocativas y embriagadoras escenas no siempre fáciles de descifrar, aunque dueñas de una gran sugestión.
Lituania no es un país que uno relacione automáticamente al cine, pero el film de Kristina Buozyte tiene peso cinematográfico propio y escenas difíciles de olvidar. La película de 2012 que recién encuentra su estreno en nuestro país, propone desde el minuto cero una premisa simple: un experimento de transferencias neuronales entre un hombre común y una mujer en coma. Arriesgada y cerebral, la película recuerda la manera en que la ciencia ficción se mostraba entre los sesentas y setentas (Kubrick, Tarkovsky), aprovechando en su totalidad la ventana del widescreen y subrayando el melodrama desde su solemnidad aséptica. Asi, el viaje psicosexual del hombre encontrará en el deseo de la mujer en coma una conexión que los haga sentir algo, aunque sean cosas muy distintas. Mientras el hombre parece manifestar su conflicto a través del sexo (el film comienza mostrando la falta de deseo en su matrimonio) la mujer parece buscar otra cosa, un cierre. El hombre desata su primitivismo, la mujer el dolor. Las Lyncheanas secuencias de ensueño/alucinógenas dentro de la psiquis de los protagonistas recuerdan a una casa de espejos rotantes que resulta una manifestación del (mal) estado mental de sus ocupantes. Estos motivos visuales son a veces obvios en su simbolismo (el mar) pero Buotzyte también utiliza imágenes que invitan a una segunda lectura, y que por su mezcla de belleza y repulsión nos exponen suficiente incomodidad para evocar estados emocionales nacidos en los traumas de esta pareja que navegando en sus recuerdos buscan el eterno resplandor.
Un hombre y una mujer en un mundo onírico En una nueva variante del amor virtual después de, entre otras, las love stories de Harrison Ford y una chica-robot en Blade Runner y Joaquin Phoenix y su sistema operativo en Her, el protagonista de Aurora se enamora de una mujer en estado de coma. En verdad no pierde la cabeza por ese cuerpo inmóvil, tendido sobre una camilla de hospital, sino por la persona que aún vive mentalmente en él. Todo ello es posible en el marco de un experimento de laboratorio que permite la interconexión cerebral entre el voluntario y la mujer comatosa, por medio de electrodos. De origen lituano y coproducida con capitales franceses y belgas, Aurora contrapone –con un romanticismo de ciencia ficción que recuerda el de Andrei Tarkovski en Solaris– un mundo real aséptico, tecnológico y científico y uno virtual de pura ensoñación, al que ciertos cabos sueltos de la trama no le quitan del todo capacidad de sugestión.El guión de Kristina Buozyte y Bruno Samper (ella, de 33 años, es también la realizadora; éste es su tercer largo) presenta datos claves de modo entre descuidado y atropellado. Por qué el protagonista se presenta como voluntario para un experimento azaroso no es un detalle menor, que sin embargo no se aclara nunca. Que no se sepa bien quiénes son y qué quieren exactamente los que dirigen el experimento parece preparar el terreno para sembrar las semillas de un thriller conspirativo, al gusto de una época que sospecha de todo. Que en sus “viajes” al cerebro de Aurora Lukas divise, cada tanto, la sombra de un desconocido, apunta en el mismo sentido. (Al desconocido lo encarna Sharunas Bartas, famoso “autor” solitario del cine lituano.) Finalmente esa construcción conspiranoica se resuelve en un mero crimen de celos, tan decepcionante como descomedidamente bestial.Si no bestial, sumamente intensa es la sexualidad que en esos encuentros virtuales desarrollan los protagonistas, incluyendo deglución y uso erótico de manjares chorreantes, indiscriminadas orgías e intentos de penetración de parte de ella, que tiene un cuerpo hecho para el amor (físico). Amor físico y romántico: al estado de inercia en que se halla la relación con su pareja, Lukas opone la intensidad cuasi adolescente de sus encuentros virtuales. Encuentros que, reforzando la sintomatología adolescente, mantiene ocultos a los científicos y psicólogos a cargo del proyecto, que funcionan así como una suerte de padres simbólicos. Ante la falta de información del viajero (que para liberar su mente deposita el cuerpo en un líquido más o menos amniótico, como la pitonisa de Minority Report), la investigación se empantana. La zona narrativa que tiene que ver con ella, también.El tiempo y espacio paralelos, esos en los que Lukas y Aurora tienen pelo (en el mundo “real” ambos están calvos, para poder soportar en sus cráneos los cascos provistos de electrodos), se desenvuelven de modo “líquido”, en correspondencia con la materia en la que ambos se sienten sumergidos (Aurora fue a parar al hospital tras haber casi perecido ahogada). Como en los sueños, allí los espacios mutan, las velocidades se ralentizan, todo se vuelve misterioso y subacuático, lynchiano (incluyendo una visita a un teatro extraño, con telón que se alza solo). Es esa zona imprecisa la que da su mayor interés climático a esta curiosidad lituana, por otra parte excesivamente larga (más de dos horas).
Entre las variadas coincidencias en los nombres y géneros de la semana con más estrenos en la historia de la distribución vernácula, la ciencia ficción tiene su lugar con brillantes ideas como “In-mortal” (la lucha de dos conciencias en la misma mente) y la que nos ocupa en este espacio, “Aurora”, de origen lituano, estrenada a tres años de su realización. En el primer caso se acierta con el planteo, pero falla casi todo el desarrollo, en esta oportunidad… El experimento científico consiste en lograr conectar una mente humana en pleno ejercicio de su conciencia con la de una persona en estado de coma. Se intuye un deseo de búsqueda de cura desde bien adentro, pero claro, el viaje a la mente reviste ciertas reglas sugeridas por el comité, documentarlo todo (recordándolo), recorrer lo más posible y sobre todo, no hacer contacto alguno. El elegido para esta tarea es Lukas (Marius Jampolskis), un joven científico con buenos conocimientos en los avances de la investigación y que se somete voluntariamente a la jornada histórica. Se rapa, se llena de conectores y transmisores de impulsos nerviosos y se sumerge en una súper cámara de agua hecha con material indefinido pero que se ve muy creíble. La instalación del verosímil funciona. La mente a visitar es la de la mujer del título Aurora (Jurga Jutaite), y obviamente hacen contacto interno. El problema es que estos encuentros se vuelven cada vez más fogosos y Lukas no está seguro de si son reales o imaginarios, pero sí está seguro de lo fenomenal que la está pasando. Como sea, el problema reside en la decisión de no contárselo a sus colegas de equipo. El planteo de la guionista y directora Kristina Buozyte parte de su imaginario visual antes que de una cuestión filosófica razón por la cual, el concepto estético arraigado en los enigmas de la mente humana cobra mayor preponderancia en este libreto. Un verdadero acierto, porque visualmente Aurora propone un crecimiento desde lo abstracto a lo concreto. A medida que las incursiones tienen lugar, el espectador puede dudar sobre lo que se ve en pantalla. Comienza con una constelación de neuro transmisiones, luego imágenes borrosas, luego agua, luego vida. Cualquier similitud con la teoría científica sobre el origen de la vida no es mera coincidencia. En este pasaje, la película está cercana al cine conceptual entregado por Terrence Malick en “El árbol de la vida” (2012). Luego vienen los hechos más concretos. Del cosmos de la sinapsis pasamos a una playa paradisíaca para goce y juego de los dos. ¿Es el cerebro de Lukas el que está queriendo materializar un deseo, o la mente de Aurora la creadora de los escenarios para los encuentros? Kristina Buozyte juega a dos puntas aquí. Por un lado, como si estuviera realizando su tesis de psicología freudiana básica a partir de lo que Lukas encuentra en la mente de Aurora, por el otro, un relato clásico con ribetes de expresionismo moderno para contar una de príncipe enamorado al rescate de su princesa, en un marco saludablemente original. El guión, sin embargo, abandona la importancia del mundo real y casi todo lo concerniente a la investigación per sé. Un punto flojo ya que los lineamientos de la ética a la cual el viajero mental se rebela tácitamente no son lo suficientemente sólidos como para encajar en los entramados de las acciones. Se podría decir que esto último no presta tanta relevancia porque la directora toma las dos puntas antes mencionadas y con eso le alcanza para generar interés y empatía por una historia entretenida a partir de los climas inquietantes y ominosos que dominan casi todo este recorrido.
Tomar la “realidad” como arena que escapa entre las manos A veces, cuando la ciencia se vuelve confusa y no tan precisa, tiene un atractivo interesante. Kristina Buozyte supo aprovechar este espacio que se desarrolla entre lo mesurable y lo inmensurable. Y en esta línea, Aurora se escapa de los rótulos comerciales enfocándose en diferentes aspectos como el romance, la ciencia ficción, el terror y el suspenso. Al conectar, mediante transferencia neuronal, a un hombre con una mujer que se encuentra en estado de coma se intenta esclarecer qué sensaciones vive ella en ese estado. Pero así como indica el Principio de Incertidumbre, explicado con nuestro humilde conocimiento, el observador influye en el medio y modifica ese espacio al observarlo. Es entonces que se construye entre los protagonistas un lugar de encuentro nunca antes explorado, que se desarrolla en el pensamiento de ambos. Podríamos decir de forma metafórica que Aurora se construye de los extremos pero que vive en ese “entre” que proporciona un espacio indefinido. En algunos momentos la película es cálida y en otros cruda y violenta. Empieza mostrándonos un ida y vuelta entre realidad y sueño, pero luego uno y otro ya no pueden disociarse del todo, porque los recuerdos quedan y tienen tanto valor unos como otros. Los espacios en los que se mueve el protagonista empiezan a distorsionarse luego de comenzar con el experimento. Siendo que al principio los lugares se encontraban bien definidos, mostrando en uno la rutina y la vida cotidiana que llevamos todos, y en otro un mundo idílico, lejano a todo tipo de problemas y preocupaciones, a medida que Lucas, el protagonista, entra y sale todo va cambiando de aspecto. Las escenas que representan la “realidad” comienzan a parecer borrosas e imprecisas. Y en cambio, ese mundo que empezó siendo onírico se vuelve más real y palpable, lejos de ese espacio idílico que se presento en algún momento, pero no por eso menos interesante para Lucas. Estos aspectos que la directora modifica para crear esta confusión de zonas están acompañados por una música instrumental que le da profundidad a la propuesta. Asimismo, el uso de la música tiene un aspecto importantísimo porque muchas escenas largas se construyen sin diálogos y esta le da impronta y sentido a las imágenes. En las dos horas de metraje, la variación de momentos y estados son muchos, y hacen del film un lugar más complejo, atravesando sentimientos. Por esta razón podemos decir que Aurora escapa de los rótulos, porque no hay una línea de género que atraviese toda su historia. Es cambiante pero, a su vez, la profundidad con la que se trabaja hace que un momento que nos causa terror nos haga olvidar por completo que veinte minutos antes rodábamos por la arena como niños enamorados junto a los protagonistas.
Una trágica historia de amor que se desarrolla en un mundo fantástico, el mundo de las conexiones neuronales. Ganadora de varios premios en varios festivales reconocidos, entre ellos el de Karlovy Vary, esta película que viene desde Lituania y que es de 2012, nos sumerge en la vida de un científico, que se someterá a un riesgoso experimento: entrar en la mente de una joven en coma y tratar de interactuar con sus recuerdos, sus sensaciones, en una palabra, ser los ojos y la voz de alguien que está en viva en cuerpo pero con sus neuronas dormidas. Con todo el debate sobre la Ley de los Derechos del Paciente y Muerte Digna, es todo un planteo sobre la ética médica y hasta dónde la ciencia puede llegar para mantener un cuerpo si la mente no responde como debería hacerlo. Lukas se involucrará más de lo debido pese a las advertencias del programa que lo tiene como conejillo de indias, va perdiendo su vida para mezclarla con la de Aurora y así tratar de responder una de las preguntas más inquietantes del ser humano, hasta qué punto se está vivo en una condición en la que aparatos y enfermeros mantienes ciertas funciones vitales y cómo podemos comunicarnos con las personas que se encuentran en estado de coma, cómo, poder ayudarlas y acompañarlas para que partan en paz o "descansen" su particular sueño. Marius Jampolskis y Jurga Jutaite, los protagonistas de tan osados roles, ambos tendrán que pelarse a ras, -el personaje de Lukas, lo hace en vivo, frente a cámara-, y Aurora que ya está así luego de un accidente de auto que la tiene inconsciente. No solamente eso, sino que su relación empieza como totalmente instintiva, que se torna violenta, animal, sexual (hay varias escenas de sexo explícito, incluso una orgía) y a medida que se van entrelazando sus pensamientos, sus sentimientos, la carga empieza a equilibrarse en ese nivel psíquico mientras que Lukas empieza a sufrir a nivel conciente demasiados efectos ¿secundarios? del experimento, que lo van encerrando en una encrucijada. Muy buen trabajo de la directora y además creadora del guión, Kristina Buozyte para "Aurora", esta vez, debo decirlo, con un título que tiene que ver con lo que vamos a ver. No es sólo el nombre de la protagonista, sino lo que tiene que ver con el despertar. Si no son impresionables, ya que algunas imágenes son muy descarnadas, es una buena película, algo distinto, ciencia ficción sin naves espaciales y con suspenso.
EXISTIR EN SUEÑOS Pocas veces llegan películas de Lituania a nuestras salas, por eso hay que celebrar que "Aurora" (Lituania, 2012) título local elegido para Vanishing Waves, se estrene comercialmente. Y la celebración no tiene que estar tanto en que finalmente un filme de Lituania reciba el mismo tratamiento comercial que un estreno de otras latitudes, sino que el festejo debe depositarse en la posibilidad de acercamiento a un filme dificil, ríspido, árido, que bucea en la cognición y la mente humana para construir uno de los relatos más apasionantes de los últimos tiempos. Cuando Lucas (Marius Jampolskis) acepta participar de un avanzado proceso de investigación neuronal, nada lo haría suponer que terminaría involucrado en un romance en un plano diferente al que está involucrado. Sabiendo el peligro que correría, igualmente decide continuar para saber qué es lo que realmente pasa con la extraña mujer que, en estado de coma, se contacta en escenas ominosas y sin sentido, para hablarle de algo que se viene manifestando en su interior. Y en el medio del largo proceso en el que se le revelarán sensaciones, imágenes, e impresiones, que comenzarán a alejarlo de la realidad, Lucas intentará encontrar alguna respuestas a las inquietudes que se le plantean. Kristina Buozyte dirige esta fábula surrealista en la que el mundo de los sueños es más importante que la vida real del protagonista y en la que una verdad superior dirigirá sus intenciones a pesar de los obstáculos que encuentre. Puntaje: 8/10
Onirismo con derecho a roce Se puede hacer una obra de ciencia-ficción con muy pocos elementos. Esta película lo demuestra. Cierto que entre esos pocos elementos hay bastante poca ciencia, pero eso al público le importa poco. Sobre todo, porque también se hizo con muy poco vestuario. Abundan los desnudos, y algo más, ya que -según un curioso experimento- un joven voluntario se comunica de cerebro a cerebro con una joven en estado de coma, penetra en sus sueños, y de paso la ayuda a desinhibirse un poco. Perdón, un poco exactamente, no. Por ahí va la trama. Pudo hacerse en chiste, como en aquella película donde alguien penetra en el cerebro de Bob Esponja, o aplicando reales observaciones científicas sobre cerebro y cerebelo, como hizo Alain Resnais en "Mi tío de América" para ilustrar los estudios del Dr. Henri Laborit; hay variantes. En este caso se eligió un raro sentido onírico, una escenografía despojada, iluminación matizada o directamente reducida, varios minutos de semiplena oscuridad, y poca ropa. En lo posible, desnudez total. Y cada tanto algunas filosofadas y compromiso afectivo. No es el mismo compromiso afectivo de "La muerte en directo", donde el hombre sacrifica sus ojos por la mujer que debe estudiar, pero a veces más o menos se le acerca. Lo interesante es que de ese modo, y con una música muy adecuada, la directora Kristina Buozyte logra atraparnos y tenernos sumidos hora y media en la extrañeza. Lástima que la película dura dos horas largas, o así lo parece (debe ser la influencia de Sharunas Bartas, el director de mayor prestigio y capacidad de aburrimiento del cine lituano, que aparece cada tanto entre las brumas). Éste es el primer film lituano de ciencia-ficción, y el segundo de Buozyte, que venía de hacer "Kolekcioniere" (mejor no preguntar de qué colección se trata) y el thriller "Park 79", y después participó en la norteamericana "The ABCs of Death 2". Esperemos que no se adocene en malas compañías.