Detener la humillación Como otras terceras películas recientes de figuras claves del horror anglosajón del nuevo milenio que quebraron en parte un patrón artístico y al mismo tiempo retuvieron elementos fundamentales del pasado, en línea con esa ciencia ficción de Nope (2022), de Jordan Peele, que parecía negar el terror más directo de ¡Huye! (Get Out, 2017) y Nosotros (Us, 2019) pero siempre conservando el entramado discursivo irónico, y con esas aventuras agitadas de vikingos de El Hombre del Norte (The Northman, 2022), de Robert Eggers, que poco tenían que ver con la claustrofobia del espanto de La Bruja (The Witch: A New-England Folktale, 2015) y El Faro (The Lighthouse, 2019) aunque reteniendo el gustito por la antropología más ampulosa, la comedia negra surrealista Beau Tiene Miedo (Beau Is Afraid, 2023), de Ari Aster, se aleja significativamente del satanismo de El Legado del Diablo (Hereditary, 2018) y el horror folklórico de Midsommar (2019), un planteo retórico que una vez más no debe hacernos olvidar que las superficies suelen ocultar ingredientes invariantes porque los seres humanos -los creadores culturales, en este caso- no pueden dejar de ser ellos mismos, algo que en pantalla se impone de manera bastante clara porque Aster continúa cerrando el cerco de la tensión y hasta completa una especie de trilogía acerca de la angustia porque así como El Legado del Diablo exploraba la destrucción y/ o metamorfosis de una familia y Midsommar hacía lo propio en relación a una pareja en crisis en concreto, en esta ocasión el eje del proceso -en parte de devastación y en parte de cambio francamente resistido, como decíamos con anterioridad- es el vínculo con la madre, el primero y más importante en la vida del varón y el modelo inconsciente crucial para todos los intercambios posteriores con el popurrí de especímenes que componen la sociedad. El cineasta judío y neoyorquino aquí ventila su sadismo torturando al personaje principal, el siempre frágil Beau Wassermann (Joaquin Phoenix de adulto, Armen Nahapetian cuando joven), a lo largo de la friolera de tres horas en lo que parece ser un suicidio comercial orientado a sacarse de encima a los fans de sus dos primeras propuestas y conservar únicamente al núcleo más duro y arty de su público, uno que ya sabía cómo sería el tercer largometraje porque resultaba evidente que combinaría la premisa narrativa de Beau (2011) con aquel canibalismo emocional materno de Munchausen (2013), dos de sus cortos más famosos que lidiaron con sus obsesiones de siempre, sobre todo la cobardía, la pasividad posmoderna y el control en el marco privado. En este sentido se puede afirmar que Beau Tiene Miedo expande tanto el sustrato paranoico de Beau, centrado en ese afroamericano del título (Billy Mayo) al que le roban el equipaje y las llaves de su departamento en el pasillo del edificio cuando estaba por embarcarse en un viaje hacia la casa de su madre, como la crucifixión conceptual de un muchacho sin nombre (Liam Aiken), cortesía de su propia progenitora (Bonnie Bedelia), de Munchausen, parodia tácita y muda del montaje del inicio de Up (2009), de Pete Docter, ahora haciendo que la madre señalada caiga en un caso más que trágico de Síndrome de Münchhausen por Poder, un díptico genial sobre problemillas tácitos o explícitos de índole familiar que a su vez se completa con el cortometraje que hizo conocido a Aster en el ambiente cinematográfico de Estados Unidos, Lo Extraño de los Johnson (The Strange Thing About the Johnsons, 2011), tanto su tesis para el Instituto Estadounidense del Cine (American Film Institute) como un exponente a toda pompa del shock horror, en este caso acerca de una parentela de negros en la que el padre, Sidney Johnson (Mayo de nuevo), es una víctima de larga data de abuso sexual por parte de su hijo, Isaiah (Carlon Jeffery cuando niño, Brandon Greenhouse de grande). El guión del director comienza con un primer acto en el que refrita las situaciones de antaño: Wasserman es un hombre de mediana edad que vive en una ciudad repleta de vagabundos, psicóticos y ladrones, Corrina, y que está completamente controlado por su madre Mona (Patti LuPone de mayorcita, Zoe Lister-Jones más bisoña), ricachona cabeza de un imperio farmacéutico e inmobiliario que le dijo que su padre falleció durante el mismo orgasmo en el que fue concebido como consecuencia de un soplo cardíaco fatal que Beau supuestamente heredó, por ello el vástago se mantuvo virgen y siempre enamorado de una muchacha que conoció en un crucero vacacional cuando ambos eran niños, Elaine Bray (Julia Antonelli de púber, Parker Posey en su acepción adulta), una futura empleada de la celosa, maquiavélica, autovictimizante y manipuladora Mona, lo que deriva en un trance calcado del corto del 2011 porque cuando se prepara para viajar al aeropuerto y tomar un vuelo para visitar a su madre por el aniversario de la muerte del padre “alguien” le roba las llaves del departamento y su valija, definitivamente un vecino que no lo dejó dormir con música incesante durante toda la noche para “vengarse” de algo que el protagonista jamás hizo, de hecho subir el volumen del estéreo al máximo o siquiera encenderlo en su hogar. Mediante flashbacks varios, secuencias de suspenso exacerbado, otras volcadas al ridículo freak y muchos personajes que pasan de la tranquilidad a la vehemencia homicida en un santiamén, Aster nos ofrece un periplo enajenado y francamente imprevisible en el que Beau atraviesa una retahíla de retos que por momentos se parecen a sketchs de los Monty Python aunque pasados por ácido y sin la más mínima pretensión de dejar contento a nadie, por ello Wassermann entra en pánico cuando ingiere un medicamento experimental que le recetó su psiquiatra (Stephen McKinley Henderson) aunque sin esa agua que parece crucial, cuando los homeless toman posesión de su departamento mientras compraba una botellita en una tienda, cuando un empleado de correo (Bill Hader) descubre a su madre muerta después de que su cabeza fuera aplastada por una lámpara de araña caída, cuando sorprende a un desconocido escondido en el techo de su baño y cuando sale corriendo desnudo a la calle, se enfrenta a un policía nervioso y termina atropellado por una camioneta y atacado sin piedad por un lunático. A partir de este punto Beau Tiene Miedo comienza a abandonar la ciudad, relacionada con el caos y la falsedad, y da rienda suelta a un repliegue por etapas hacia el ecosistema bucólico que nos acerca al solipsismo y a una verdad deformada pero verdad al fin, por ello primero tenemos una fase intermedia centrada en los suburbios ya que el personaje de Phoenix despierta dos días después en el domicilio del cirujano Roger (Nathan Lane) y su esposa Grace (Amy Ryan), quienes lo cuidan y en simultáneo lo dejan a merced de chiflados importantes como la hija adolescente y sádica de la pareja, Toni (Kylie Rogers), la cual lo desprecia porque está alojado en su habitación, y el colega castrense del otro vástago, el “muerto en acción” Nathan, un tal Jeeves (Denis Ménochet) que vive en una casa rodante en el jardín, excusa para saltar hacia lo inhóspito verdusco una vez que la histérica de Toni se suicida bebiendo litros y litros de pintura y Grace culpabiliza sin más a Wassermann y envía al energúmeno hiper violento de la milicia para que lo asesine, así se topa con una troupe teatral, Los Huérfanos del Bosque, y se imagina a sí mismo como el protagonista de una obra de índole metadiscursiva, en esencia un hombre que pierde a su familia durante una gigantesca inundación, para de golpe encontrarse con un sujeto extraño (Julian Richings) que le informa que su progenitor está vivo, no obstante Jeeves reaparece, desata una masacre y lo obliga a huir otra vez, ya sin llegar a tiempo al funeral de Mona. Aster retoma mucho de aquellos miedos masculinos de Cabeza Borradora (Eraserhead, 1977), de David Lynch, el sarcasmo alucinógeno de Terry Gilliam, las minucias del teatro del absurdo modelo Samuel Beckett, Eugène Ionesco y Tom Stoppard, el costado más neurótico del primer Luis Buñuel, la frialdad y parsimonia de Stanley Kubrick, las sátiras surrealistas recientes del griego Yorgos Lanthimos, el ardor carnavalesco por antonomasia, el grotesco circense de Federico Fellini y Ken Russell, la misantropía estándar de Lars von Trier, los latiguillos de las road movies existenciales, el encadenamiento fantástico de Las Aventuras de Alicia en el País de las Maravillas (Alice’s Adventures in Wonderland, 1865), de Lewis Carroll, la animación elegíaca artesanal de idiosincrasia indie -hoy condensada en el estupendo segmento de la obra teatral entre la arboleda, a cargo de los chilenos Cristobal León y Joaquín Cociña, aquellos de la experiencia lúgubre en stop motion La Casa Lobo (2018)- y la paranoia burguesa del thriller de invasión de hogar, tan cerca del apocalipsis aporofóbico capitalista como de Casa Tomada (1946), el célebre cuento de Julio Cortázar. Si bien la película puede leerse como una sátira del mundo actual, uno agresivo, castrado, ciclotímico, aburrido, impulsivo, calamitoso, timorato, hipocondríaco, irreflexivo y bastante necio, asimismo ofrece -y exige- una paciencia y una profundidad que ya casi no existen en el reino de la idiotez fetichizada del mainstream hedonista de nuestros días, todos recursos volcados a transformar a Beau en una metáfora del costado dependiente, sentimentaloide, endeble y tendiente a la martirización eterna/ cíclica del vulgo contemporáneo, a lo que se opone la madre devoradora, oligárquica, visceral y ególatra en la piel de LuPone, actriz que nos regala un tour de force al igual que el inconmensurable Phoenix, aquí por momentos rozando la locura. Entre la experimentación terrorista y autoindulgente y un estudio bizarro sobre un Edipo mal curado que deriva en la imposibilidad de detener el masoquismo y la humillación, el realizador filma la comedia como si se tratase de terror y crea el remate perfecto para cada escena, siempre aprovechando la tensión acumulada a contrapelo del frustrante cine actual, basta con pensar en el último acto en la casona de Mona y la hilarante introducción de una Elaine petrificada, la vigilancia de mami, el doppelgänger en el altillo, el monstruo fálico -papi, nada menos- y la inquisición de las postrimerías del “no relato”, a mitad de camino entre la farsa masculina/ femenina y una inmadurez que todo lo sabotea…
Beau Is Afraid, la tercera película de Ari Aster, es el vivo ejemplo de que no todas las ideas son buenas. La película protagonizada por Joaquin Phoenix es rara, trágica, ridícula e interminable. Muchos conceptos sin conclusiones. Un delirio que no necesariamente es malo. Sin embargo, es muy difícil sentirse identificado con alguien que diseña una historia específicamente para que la odies. Algunos la entenderán como el arte de incomodar y eso lo puedo entender. Pero me deja sabor a poco. A fin de cuentas, será el tiempo el que determine si este film finalmente se trata de una obra maestra, o la venta de humo que parece ser. Beau (Joaquin Phoenix) es un hombre neurótico de mediana edad que vive aterrado. La ansiedad y abstinencia controlan su vida a tal punto de no poder tomar básicas y grandes decisiones. Para la película es un completo perdedor sin suerte. Pero, aun que el personaje no se atreve a decirlo en voz alta, puede excusarse manifestando que el origen de su errático comportamiento es producto a una maldición relacionada con la muerte de su padre, y la crianza de su madre. Para Beau Is Afraid, Ari Aster pone todos sus miedos y creencias en el asador. Un mundo ficticio lleno de los peores males de la sociedad. Prejuicios e inseguridades que lo hacen inhabitable. Al inicio de la película somos espectadores del nacimiento de Beau, un bebe que parece saber lo que le deparaba desde el inicio. El niño que no quería nacer. Luego, en el presente, vemos como asiste a terapia. Su terapeuta le prescribe una nueva droga que debe tomar si o si con agua. Advertencia, que le termina generando un terror más existencial con el que debe vivir. Luego de su sesión, intenta llegar a su departamento que está en un barrio repleto de personajes rebeldes y violentos. Allí Beau vive una serie de eventos desafortunados que le hacen imposible visitar a su madre como era planeado. Ocasionando en ella una decepción más con la que nuestro protagonista debe convivir. Un día después, recibe un misterioso llamado que le informa la caricaturesca muerte (o no) de ella. La noticia le produce un quiebre en todos los sentidos. Esto viene a ser el primer, y largo, acto que termina con nuestro miserable protagonista siendo arrollado y apuñalado. Para el segundo acto, Beau presenciará dos posibles escenarios de su vida. El primer es uno más cercano, pero peor, al actual. Luego de ser atropellado, despierta semi-secuestrado con un brazalete en un tobillo en el cuarto de la niña de los responsables del accidente. Una extraña pareja (Nathan Lane y Amy Ryan) que viven su vida llorando a un hijo que perdieron en la guerra. También pasan sus horas manteniendo fuera de peligro a una pequeña hija que odian y a un exmilitar con serios problemas mentales. Al más puro estilo de Funny Games de Michael Haneke, parece que, con todo este pasaje, que termina con el suicidio de la hija, Aster quiere hablar sobre la oscuridad en la sociedad estadounidense. Oscuridad que no solo está en los pobres barrios, sino también en los perfectos hogares americanos. El segundo escenario que se le presenta a Beau es más optimista, aunque no es perfecto. Luego de escapar, el personaje de Joaquin Phoenix recorre perdido un bosque. Allí consigue a una extraña compañía teatral que lo invita a presenciar una obra de teatro. Beau se ve sumergido en una realidad ficticia digna de un viaje de LSD. Paisajes coloridos y animados creados por los cineastas chilenos Cristóbal León y Joaquín Cosiña. Beau será testigo de lo que podía haber sido su destino de no ser por la relación con su madre. Una vida tranquila y pacífica en la que viviría del campo y tendría tres hijos. Un mundo que no es posible por su realidad. Pero, no todo sería buenas noticias. Una gran inundación lo separaría de su familia. Luego de muchos años deambulando por el mundo los termina consiguiendo, pero bastan tres palabras para que el personaje caiga en cuenta de que todo es una gran mentira. Un producto de su cabeza. La realidad de nuestro pobre personaje se vuelve a presentar. El tercer acto, debe ser uno de los actos más crueles que recuerde en una sala de cine. Beau termina llegando al funeral para darse cuenta de que ya había pasado. Estando ahí se encuentra a Elaine (Parker Posey), la chica que conocimos en un sueño anterior. Sin mucho preámbulo, tiene un encuentro íntimo con ella mientras suena el hit de 1995 de Mariah Carey Always Be My Baby. Es la primera vez que tiene sexo, debido a la maldición del padre (si es que hay tal maldición). Lo cierto es que a Beau su madre le dijo que no puede eyacular. De hacerlo, literalmente morirá, porque así le paso a su padre. Sin embargo, está vez si mucho que perder el decide hacerlo. Y, sorpresa, no muere él, sino Elaine. Antes de que podamos reflexionar lo que acaba de pasar, vemos como su madre aparece en la habitación. Regresó entre los muertos para recriminarle varias cosas a su hijo. Entre ellas, llegar tarde al funeral y tener sexo en su cama con ella fallecida. Él le exige la verdad, y ella le muestra la verdad. Beau sube al ático. Un lugar frecuente en sus sueños y que será el climax de la película. Descubre que su padre vive, y es nada más y nada menos que un pene gigante viviente que puede hablar. Acto seguido, Beau enfrenta a su madre e intenta asesinarla, pero rápidamente se arrepiente. Escapa de su casa en un bote y terminar atrapado en lo que parece ser un estadio. Allí, ante la mirada de miles se le hace un juicio por ser un malagradecido con su madre. Sin mucha defensa posible es condenado a muerte. El bote se da vuelta y muere ahogado. De fondo, mientras aparece gigante el cartel de «ESCRITA Y DIRIGIDA POR ARI ASTER», vemos como la multitud se va en silencio del estadio. Igual que en la sala de cine donde probablemente veas la película. ¿Y ENTONCES? Si sigues leyendo esta crítica, quizás te preguntes por qué decidí escribir detalladamente lo que pasa en la película. Y es que más allá de la sensación inicial que tuve cuando aparecieron los créditos, es importante entender que para saber lo que uno realmente piensa sobre una historia, hay que primero pensar precisamente en la historia. Para mí, la manera más fácil de hacer esto es escribiendo sobre lo que pasa en la película. En este ejercicio de análisis uno siempre consigue variantes que modifican tu pensamiento. Para mal o para bien. Así, y todo, no puedo dejar de llegar a la misma conclusión. Beau Is Afraid es una constante fallida. Debo ser de los principales defensores de los ideales del cine de autor. Cuando hay cineastas que dicen que hacen las películas para ellos y solo ellos, me parece algo magnifico. Pero cuando Kubrirck dijo “Si puede ser escrito o pensado, puede ser filmado”, dudo que mucho se haya referido a algo como Beau Is Afraid de Ari Aster. Estoy seguro de que la película de Ari Aster está repleta de referencias y conceptos, pero si no se entiende ni uno solo, no sirve de nada. Y no es una cuestión de que yo, como persona individual, no entendí nada y por ende no me gustó la película. Tampoco es un tema de interpretaciones, no es que Aster quería hace la Mulholland Drive de nuestra generación. Todo lo que vemos en pantalla está colocado de manera adrede, con la intención de, quizas, provocar algo. Si el cine se tratara solo de eso, todos seriamos cineasta. Muchos saldran a defender esta película. Dirán que es incomprendida para nuestros cerebros y que el tiempo la pondrá en su lugar. Puede ser, no sería el primer caso. La verdad no me interesa esa discusión. Otros aprovecharán esto para sacar a relucir su odio al cine de A24 publicando tweets de como Tom Cruise sí salvo el cine. Eso tampoco me interesa. Acá la verdadera víctima de todo esto fue mi vejiga que sufrió durante 2 horas y 59 minutos sin razón alguna. CONCLUSIONES Beau Is Afraid de Ari Aster es el sueño de cualquier estudiante de cine que recién empieza. Tener muchos millones y total libertad para mostrar que es una persona diferente. Que ve lo que tú no puedes ver. Yo no dudo de las intenciones de Aster. Creemos que la película quiere hablar de su condición de judío; de sus miedos y deseos; del complejo de Edipo y los mommy issues, y de miles de cosas más. Tampoco lo voy a crucificar diciendo que odia al cine como hicieron con Chazalle. Incluso, lo mejor que puedo hacer, es actuar como si esto no hubiera pasado. Esta todo bien Ari, no pasa nada. Es más, cerremos con una buena. El trabajo de Joaquin Phoenix es excelente. De 10 puntos realmente.
You made me cry, you told me lies But I can’t stand to say goodbye Mama, I’m coming home LA MUERTE DE LOS PADRES Vivimos una época extraña para aquellas películas ambiciosas, expansivas, de corte autoral, que buscan en la gran pantalla su espectador ideal. Si el auge del streaming parecía condenar a la producción audiovisual de larga duración al consumo hogareño, el escenario post pandemia reconfirma el interés por la experiencia colectiva en la sala oscura, lejos de las distracciones y ansiedades propios de la soledad. Esta renovación de votos entre audiencia y grandes pantallas -sumada al desencanto de las productoras con los números de las plataformas- han abierto una ventana para la concreción de proyectos cuya duración y ambiciones por encima de la media (como la reciente Babylon, de Damien Chazelle, o la futura Oppenheimer, de Christopher Nolan) solían mantenerlos en el cajón de los irrealizables. Ciertamente, Beau tiene miedo integra esta tendencia y posiblemente sea su exponente más audaz; eso no lo convierte, lamentablemente, en el más afortunado. La película de Ari Aster -que se había hecho la fama con dos películas de horror (El legado del diablo y Midsommar) cuya extensión ya desafiaba la vejiga promedio- se anticipaba, en esta ocasión, como una extraña comedia. Sus producciones anteriores no prescindían del humor: una mirada atenta ya permitía detectar arrebatos de oscura ironía y cierta predilección por el absurdo dispersos en una visión pesimista e inmisericorde del mundo. En ese aspecto, Beau tiene miedo no ofrece nada nuevo e instaría a quien pretenda llevarse algo de esta estridente, jactanciosa e hiperinflacionaria película a desprenderse de cualquier etiqueta de venta que pudiera traer aparejada. Que Beau resulte inclasificable dentro de los géneros convencionales podría resultar estimulante, a la vez que responde a una pregunta para ChatGPT: ¿qué ocurriría si un personaje de Woody Allen quedara atrapado en el universo de David Lynch? Es un poco lo que le pasa al hipocondríaco protagonista (un Joaquin Phoenix desbocado, abandonado a sus peores manierismos), que malvive en un departamento deprimente rumiando asuntos irresueltos: un Edipo asfixiante con su madre autoritaria (primero Zoe Lister-Jones, más tarde Patti LuPone), la pérdida temprana de un padre y el idilio inconcluso con su crush de la infancia (primero Julia Antonelli, luego Parker Posey). Fuera de las cuatro paredes donde habita Beau, la ciudad es un caos, una invitación permanente al ataque de pánico. Tal vez este haya sido el punto de partida del guion, consistente en una aglomeración de ocurrencias que serían la pesadilla de quien padece trastorno de ansiedad generalizada. Eventualmente, el hombre deberá abandonar su zona de -cuestionable- confort para reencontrarse de manera simbólica, alegórica y concreta con su madre: una especie de odisea metafísica que clausura en la misma nota agorera que las anteriores invenciones de Aster, esta vez con un matiz burlón que fastidia más que nunca, tomando en cuenta el display de episodios vagamente conexos a los cuales nos someten sus tres extenuantes horas. No es que al director le falten destrezas: por momentos hay una lograda construcción de climas y hasta un coqueteo prometedor con el cine de animación. Pero el corolario es tan vacuo, tan satisfecho de su propia insustancialidad, que resulta difícil no ver en él cierto desprecio por el espectador que ha soportado cada una de estas caprichosas escenas, ninguna de ellas particularmente inspirada. Quizás esta sea una estrategia de Ari Aster para inmunizarse contra las críticas conforme avanza su carrera; yo creo que todavía tiene maneras de hacerlo sin bajarse el precio.
Lo primero que me salió decir cuando terminé de ver Beau tiene miedo fue: raaara (así, alargando el adjetivo). Es el tipo de película que en el videoclub Gatopardo de San Telmo (discúlpenme centennials), te alquilaban a tarifa mínima por cinco días. No diría que es mala ni tampoco que es buenísima… por momentos es graciosa, por momentos muy bella, bizarra y definitivamente patética (en el sentido en que despliega la pena y el ridículo del protagonista). Vamos por partes: un primer acercamiento podríamos hacerlo a través del género. En algunas reseñas se la califica como terror, terror surrealista y hasta comedia con tintes pesadillescos. Para mí la incomodidad que genera tiene que ver en algún punto con esa imposibilidad de clasificarla dentro de un género. Sí podríamos marcar cinco “actos” (como en una obra de teatro) con registros distintos. Arrancamos con un nacimiento desde el punto de vista del recién nacido (miedo y confusión) y hacemos un corte abrupto a una escena de terapia psicoanalítica. Entendemos que nuestro protagonista Beau (Joaquin Phoenix, que cada día actúa mejor) tiene una madre controladora y demandante y que él se deja. A partir de ahí, como en una novela de Aira, la realidad se va enrareciendo y terminamos con una escena —que no spoilearé porque no tiene sentido— completamente fuera de esa realidad o (también vale) completamente adentro de esa psiquis. Digamos que, ante la muerte de la madre, Beau tiene que viajar a su funeral y que tres de estos actos de la peli son las peripecias por las que atraviesa hasta llegar. El primer acto nos sumerge en una realidad postapocalíptica —que un señor butacas atrás mío señaló como “parecida a Constitución”—, hay un segundo acto en los suburbios, y luego una obra teatral en una aldea jipi. Los otros dos actos suceden una vez llegado a la casa materna. Siempre estamos viendo desde distintos ángulos el vínculo de hijos y madres/padres. Dura tres horas que ciertamente no se hacen largas porque hay un estímulo visual e intelectual constante (mucho símbolo, como la foto borrosa del padre ausente) … pero bueno, de ese terror que te produce sensaciones en el cuerpo, no es. Creo que más bien es de esas pelis que se aman o se odian (yo todavía estoy pensando con qué sentimiento me identifico más).
El pasado jueves llegó a la gran pantalla la última producción del director Ari Aster, quien cautivó al público con películas tan originales, dispares y sorprendentes como Hereditary y Midsommar. Se trata de Beau tiene miedo (Beau Is Afraid) otro film de terror, donde se apuesta al humor negro. Dado que presenta un papel protagónico, donde un hijo busca regresar a los brazos de su madre, no es raro que el actor elegido haya sido Joaquin Phoenix. Como siempre, el resultado es desconcertante y algo fascinante. De seguro despertará en les espectadores varias sensaciones que irán desde la diversión, la incomodidad hasta el terror.
Consagrado como un gran director de terror con solo dos películas en su haber, “Hereditary” (2018) y “Midsommar” (2021), el neoyorkino Ari Aster adquirió estirpe de autor de culto de modo casi inmediato. Consumando el inagotable embrujo sobre sus incondicionales fans, regresa a la gran pantalla con una infernal odisea freudiana extra large. Luego de ver trunco su plan de ser estrenada en el último Festival de Cannes, “Beau Tiene Miedo”, producida por la ascendente A24, arriba a las salas no despojada de cierto escepticismo. El presente es un film concebido para fans acérrimos. Escrita en 2014 (anteriormente titulado “Dissapointment Boulevard”), fue pensada para ser la ópera prima de Aster. Curiosamente, y por los extraños designios de la creación, el producto acaba siendo terminado casi una década después. Inspirado en ciertas atmosferas, ideas y ritmos visuales provenientes del cortometraje de su autoría “Beau” (dado a conocer en 2011 y del cual difiere en absoluto su desenlace), Aster coloca en el centro del desbordante relato a un protagonista que evidencia ansias, temores e inseguridades bien concretas. Cambiando rotundamente de registro respecto a sus anteriores criaturas enmarcadas en el género de su preferencia, se aboca en su tercer opus en explorar el mundo de los sueños, penetrando el inconsciente de su perturbado personaje principal. En pos de desentrañar su conducta y comportamiento, nos adentramos en la cosmovisión de un autor que rebasa todo límite y no teme en rozar el colmo del sinsentido. A primera vista encontramos la indeleble huella de autor presente en el film. El factor maternal ha marcado, de modo innegable, la breve pero contundente obra del cineasta; la presencia femenina se asume como polémica y discordante en el retrato aquí pergeñado. Aster, salvaje por naturaleza y quien acuñara el terror elevado del modo más perturbador, trae consigo un par de marcas de la casa: una puesta en escena elaborada y una simbología sobrecargada son la exacta medida y molde de forma adaptándose a contenido. Un mordaz y desbordante análisis psicológico prima en esta comedia negra sazonada con toques kafkianos. Llamativamente, hacia la segunda mitad del metraje, su forma muta extrañamente en un absurdo felliniano de lo más abstracto y difícil de asimilar. A veinticuatro fotogramas por segundo, Aster lleva a cabo la realización de una gigantesca y desaforada pesadilla, depositando en el talento del enorme y magnético Joaquin Phoenix gran parte de la suerte de un film excesivo por naturaleza. El presente del protagonista del relato es francamente desolador: anulado por la sociedad moderna y por la figura de su castradora madre, se resguarda en la seguridad de su apartamento, mientras afuera, en las calles, el crimen, la gente desquiciada y la violencia reinan a sus anchas. Fuera de su zona de confort, lo aguardan aventuras dispuestas a atormentarlo más pronto que tarde. Frustrado sexualmente, establece una compleja relación con su progenitora. La premisa justa para burlarse de aquel personaje que encasilla: ¿hasta dónde puede llegar el cariño de mamá? ¿sería capaz de quitarle la vida a la mujer que se la otorgó? Menos no es más en manos del ambicioso director; un cúmulo de buenas ideas originales acaban siendo víctimas de la misma pretensión, porque la víctima que siempre es carne de cañón y a su encuentro acude Aster, para despedazarla. Hasta el agotamiento intelectual, disemina miedos extremos y elevados a la enésima potencia. Metáforas de la sobreprotección y la manipulación resultan la preferencia simbolista, a lo largo de tres horas de metraje escurridas entre significantes. Somos testigos del monumental viaje físico y espiritual que realiza el perturbado Beau, camino a enfrentarse con sus peores amenazas. Un cuadro psicológico de dimensiones paroxísticas, se asemeja a una probable cruza entre David Lynch y Darren Aronofsky. De fondo, la pintura deja ver matices del tenebroso cuadro de situación de la sociedad americana. Ante nuestros ojos se desarrolla la obra audiovisual más desconcertante del año. La exageración cómica es el registro utilizado a la hora de visibilizar los problemas que atraviesa un inadaptado social rumbo a emprender el regreso a casa más siniestro y trastornado que podamos imaginar. Aster no deja detalle librado al azar, cumpliendo con su condición de esteta: la parafernalia visual es potenciada como telón de fondo para exponer la mala salud mental. Su desarrollado gusto artístico integra animación con realidad. Intuitivo, estudia los espacios de modo brillante. Puede que acabe dando una lección de cine y consumando una broma pesada a la vez. Puede que ni uno ni lo otro. El resultado es una pieza de autor autoconsciente de su capricho, y que no porta manual de instrucciones para ser decodificada.
Consagrado como un gran director de terror con solo dos películas en su haber, “Hereditary” (2018) y “Midsommar” (2021), el neoyorkino Ari Aster adquirió estirpe de autor de culto de modo casi inmediato. Consumando el inagotable embrujo sobre sus incondicionales fans, regresa a la gran pantalla con una infernal odisea freudiana extra large. Luego de ver trunco su plan de ser estrenada en el último Festival de Cannes, “Beau Tiene Miedo”, producida por la ascendente A24, arriba a las salas no despojada de cierto escepticismo. El presente es un film concebido para fans acérrimos. Escrita en 2014 (anteriormente titulado “Dissapointment Boulevard”), fue pensada para ser la ópera prima de Aster. Curiosamente, y por los extraños designios de la creación, el producto acaba siendo terminado casi una década después. Inspirado en ciertas atmosferas, ideas y ritmos visuales provenientes del cortometraje de su autoría “Beau” (dado a conocer en 2011 y del cual difiere en absoluto su desenlace), Aster coloca en el centro del desbordante relato a un protagonista que evidencia ansias, temores e inseguridades bien concretas. Cambiando rotundamente de registro respecto a sus anteriores criaturas enmarcadas en el género de su preferencia, se aboca en su tercer opus en explorar el mundo de los sueños, penetrando el inconsciente de su perturbado personaje principal. En pos de desentrañar su conducta y comportamiento, nos adentramos en la cosmovisión de un autor que rebasa todo límite y no teme en rozar el colmo del sinsentido. A primera vista encontramos la indeleble huella de autor presente en el film. El factor maternal ha marcado, de modo innegable, la breve pero contundente obra del cineasta; la presencia femenina se asume como polémica y discordante en el retrato aquí pergeñado. Aster, salvaje por naturaleza y quien acuñara el terror elevado del modo más perturbador, trae consigo un par de marcas de la casa: una puesta en escena elaborada y una simbología sobrecargada son la exacta medida y molde de forma adaptándose a contenido. Un mordaz y desbordante análisis psicológico prima en esta comedia negra sazonada con toques kafkianos. Llamativamente, hacia la segunda mitad del metraje, su forma muta extrañamente en un absurdo felliniano de lo más abstracto y difícil de asimilar. A veinticuatro fotogramas por segundo, Aster lleva a cabo la realización de una gigantesca y desaforada pesadilla, depositando en el talento del enorme y magnético Joaquin Phoenix gran parte de la suerte de un film excesivo por naturaleza. El presente del protagonista del relato es francamente desolador: anulado por la sociedad moderna y por la figura de su castradora madre, se resguarda en la seguridad de su apartamento, mientras afuera, en las calles, el crimen, la gente desquiciada y la violencia reinan a sus anchas. Fuera de su zona de confort, lo aguardan aventuras dispuestas a atormentarlo más pronto que tarde. Frustrado sexualmente, establece una compleja relación con su progenitora. La premisa justa para burlarse de aquel personaje que encasilla: ¿hasta dónde puede llegar el cariño de mamá? ¿sería capaz de quitarle la vida a la mujer que se la otorgó? Menos no es más en manos del ambicioso director; un cúmulo de buenas ideas originales acaban siendo víctimas de la misma pretensión, porque la víctima que siempre es carne de cañón y a su encuentro acude Aster, para despedazarla. Hasta el agotamiento intelectual, disemina miedos extremos y elevados a la enésima potencia. Metáforas de la sobreprotección y la manipulación resultan la preferencia simbolista, a lo largo de tres horas de metraje escurridas entre significantes. Somos testigos del monumental viaje físico y espiritual que realiza el perturbado Beau, camino a enfrentarse con sus peores amenazas. Un cuadro psicológico de dimensiones paroxísticas, se asemeja a una probable cruza entre David Lynch y Darren Aronofsky. De fondo, la pintura deja ver matices del tenebroso cuadro de situación de la sociedad americana. Ante nuestros ojos se desarrolla la obra audiovisual más desconcertante del año. La exageración cómica es el registro utilizado a la hora de visibilizar los problemas que atraviesa un inadaptado social rumbo a emprender el regreso a casa más siniestro y trastornado que podamos imaginar. Aster no deja detalle librado al azar, cumpliendo con su condición de esteta: la parafernalia visual es potenciada como telón de fondo para exponer la mala salud mental. Su desarrollado gusto artístico integra animación con realidad. Intuitivo, estudia los espacios de modo brillante. Puede que acabe dando una lección de cine y consumando una broma pesada a la vez. Puede que ni uno ni lo otro. El resultado es una pieza de autor autoconsciente de su capricho, y que no porta manual de instrucciones para ser decodificada.