Los esclavos de hoy Bolishopping (2014), ópera prima de Pablo Stigliani, se centra en el trabajo esclavo que se realiza en los talleres textiles clandestinos que funcionan en la ciudad de Buenos Aires y que emplean a bolivianos indocumentados. Interpretada por Arturo Goetz, Juan Carlos Aduviri, Olivia Sandy Tórrez y Rafael Ferro, entre otros, Bolishopping gira en torno a Marcos, un apático hombre dueño de un taller de costura clandestino, y Luis un trabajador boliviano indocumentado que ingresa al país para cumplir tareas como operario. Todo está más o menos controlado hasta que Luis decide traer también a su esposa e hija. A partir de ese hecho comenzará a desestabilizarse el aparente control que Marcos ejerce sobre sus “esclavos” hasta perder el control. En su primera película, Pablo Stigliani recurre a una estructura fragmentada a partir del uso de dos temporalidades diferentes. Una contada desde lo que irá sucediendo en el taller, y otra en la que se mostrará a la esposa del protagonista relatando cronológicamente el derrotero sufrido desde que ingresó al país hasta que pudo librarse de la esclavitud a la que era sometida. Con una imagen sucia de cámara en mano y uso de primeros planos, Bolishopping relata la historia a través de un montaje paralelo alternado y la utilización de elipsis temporales marcadas por constantes fundidos a negros y cortes abruptos entre las diferentes escenas. Más allá de algunos cuestionamientos formales, Bolishopping, trae al cine argentino un tema de suma actualidad y del que se prefiere hacer la vista gorda, tanto por intereses políticos, policiales y hasta sociales.
Esclavos modernos Difícil hablar de cálculo, pero lo cierto es que un mes y medio después de que el tema de los talleres textiles clandestinos se instalara en la agenda mediática a raíz del incendio de uno de ellos y la muerte de dos niños, llega a la cartelera comercial una película centrada en los avatares de un grupo de inmigrantes bolivianos que busca “hacerse la Argentina” pasando sus días y sus noches sentado frente a una máquina de coser. Filmada hace dos años, Bolishopping es, también, una de las últimas oportunidades de ver en pantalla grande a ese actorazo de inicio tardío y muerte prematura que fue Arturo Goetz. El protagonista de Derecho de familia, El asaltante y La sangre brota es aquí Marcos, un empresario solitario y de apariencia bondadosa que, sin embargo, esconde una faceta oscura, mercantilista y explotadora exhibida en su rutina diaria al mando de un taller textil ilegal. Esa dualidad inicial y la tendencia de Marcos a disfrazar de beneficio cosas que no son se construyen mediante gestos y actitudes, mostrando a Pablo Stigliani como un director de pulso firme, seguro en el manejo de la cámara en mano y de la dosificación de información. Hasta ese taller llega Luis, quien aspira a trabajar algunos meses con el objetivo de juntar dinero y después volver a su Bolivia natal. El asunto se complica cuando traiga a su mujer y, para sorpresa de Marcos, también a su hija. La relación entre empleador y empleado -o, mejor dicho, esclavista y esclavo- empieza a tensarse, hasta llegar a un punto de quiebre que aquí conviene no adelantar, pero que le terminará quitando potencia a un relato hasta entonces social, observacional y enigmático hasta convertirlo en un thriller tan convencional como efectivo. Su presencia fantasmal en las salas permite augurar un fracaso comercial a un film que, con una difusión un poco más cuidada por parte de sus hacedores, hubiera dejado bastante tela para cortar.
En nuestro país hay más de 3.000 talleres textiles clandestinos, nos dice la placa introductoria del film dirigido por Pablo Stigliani, y aclara también que la historia de la película está basada en hechos reales. Es que ésta es una historia de ficción que retrata una realidad a veces no conocida tan hasta el fondo. El actor Arturo Goetz interpreta a Marcos, un señor grande a cargo de un taller textil, un hombre solitario en su vida personal (lo más cercano a una relación de pareja es la relación asidua que mantiene con una prostituta y visita a su madre enferma internada que ni siquiera es consciente de que él está ahí) que brinda promesas a un grupo de bolivianos sobre una “tierra de las oportunidades” pero en realidad se aprovecha de sus situaciones (su falta de hogar, de dinero y sobre todo de documentos) para explotarlos. Porque si bien es cierto que las personas que entran a trabajar para él lo hacen por motus propio, hay que tener en cuenta que Marcos sabe pintar las cosas del color que quiere y disfraza así de beneficios diferentes rasgos de la sobre explotación hacia los trabajadores. El protagonista está interpretado por Juan Carlos Aduviri. Es un boliviano que llega tras un aviso por la radio a este taller y, por otras circunstancias, su mujer y su hija terminan encerrados allí dentro también, y la presencia de ellas dos complica los planes de Marcos. A su vez, Rafael Ferro interpreta a un representante de alguna marca de ropa importante y es quien está sobre él. El film deja expuestos el maltrato, las promesas rotas, la imposibilidad de salir siquiera para realizar tranquilo una llamada telefónica, las extorsiones que sufre esta gente que sólo quiere trabajar, que necesita trabajar. Con un presupuesto muy pequeño, Bolishopping es una película honesta y cruda, que probablemente pase muy desapercibida por la cartelera (es curioso incluso que se estrene la misma semana que “La Salada”) y que se pone en tema con una realidad que de a poco comienza a hacerse más conocida, por lo que es muy importante preguntarse, como bien recalca en su sección Lorena Pérez (la bloggera de blocdemoda.com.ar): ¿Quién hizo mi ropa?
Mucha tela para cortar Es una historia atrapante que, con muy buenas actuaciones, muestra una espeluznante realidad. Los talleres clandestinos que funcionan en Capital Federal y el Gran Buenos Aires eran, hasta hace poco, una realidad oculta. En los últimos tiempos, las denuncias de diversas ONGs le dieron cierta visibilidad al tema, que ganó espacio en los medios de comunicación. Bolishopping -filmada hace dos años pero recién estrenada ahora- viene a completar el cuadro de situación. No es un documental, pero está tan eficazmente realizada que lo parece: el resultado es una pintura de esos centros de trabajo esclavo -aunque, valga la aclaración, no todos los talleres clandestinos lo son- desde adentro. “En la Argentina funcionan tres mil talleres clandestinos, que emplean a 40 mil personas”, informa la placa introductoria que le da marco a la “ficción”. La película se desarrolla casi en su totalidad dentro de una precaria casa en la que convive una decena de bolivianos: allí trabajan, duermen, comen. Con el correr de la historia, nos vamos enterando de los mecanismos mediante los cuales son reclutados y algunos de los padecimientos a los que son sometidos: están privados de documentos, sólo pueden salir a la calle con autorización y por breves períodos de tiempo, trabajan casi sin descanso y reciben -si lo reciben- un pago caprichoso. Pablo Stigliani narra con eficaz pulso de thriller la historia de dos de ellos, un matrimonio de bolivianos que vive allí con su hija de cinco años y, en determinado momento, decide que es hora de escapar. Para eso la pareja deberá enfrentarse a Marcos, el dueño del taller: uno de los últimos trabajos de Arturo Goetz, en otra gran actuación que hace lamentar una vez más su prematura muerte, el año pasado, a los 70 años. El suspenso va in crescendo, aunque hay una elección narrativa que le quita fuerza: intercalado con la acción en sí misma aparece el testimonio de la mujer del matrimonio, que declara ante un funcionario y repasa todo lo que vivió. Esto agrega un indeseable tinte pedagógico, es redundante y funciona como anticlímax de una historia tan atrapante como espeluznante. Y que puede estar ocurriendo, sin que lo notemos, a la vuelta de la esquina.
La película de Pablo Stigliani, recrea con precisión y una verdad inapelable el mundo de los trabajadores esclavizados en talleres clandestinos, despojados de todos sus derechos, encerrados, obligados a la humillación permanente. Gran elenco encabezado por Arturo Goetz
Una familia boliviana llega a la Argentina seducida por avisos radiales que prometen trabajos de costura en nuestro país. Sin saberlo van a caer en un taller clandestino en la Capital Federal, donde el dueño mantiene a su numeroso grupo de trabajadores de manera ilegal a través de engaños y coacciones que tienden a ocultar la verdadera naturaleza de la relación laboral. Nuestro protagonista no tardara demasiado en advertir esta situación pero no será tan simple escapar de esta red de explotación humana. Bolishopping está inspirada en hechos reales y funciona como denuncia a estas formas de esclavitud moderna que nos llegan bastante seguidas a través de los noticieros pero que la ficción en nuestro cine argentino viene dejando de lado hace muchos años. Película oscura y con mucha tensión que se construye inteligentemente en dos tiempos distintos, por un lado el relato principal que nos muestra a Luis, su trabajo en el taller y la relación con su patrón Marcos, por el otro, somos testigos de las declaraciones de su mujer, con un estilo (talking head) que remite al cine documental y que nos anticipa que lo que estamos viendo va encaminado hacia un destino trágico. El director Pablo Stigliani nos entrega un primer largometraje promisorio e interesante, arriesgado y polémico, de un realismo inusual logrado gracias a la captura de la acción con cámara en mano y planos cortos. El estilo remite al cine de Pablo Trapero en el plano nacional y en el internacional puede asimilarse a la estética del cine rumano de estos últimos años. Por último destacar el gran trabajo de todos los actores, en especial del maestro Arturo Goetz, que a casi un año de su partida nos deja este testimonio de su grandeza, creando al corrupto y manipulador Marcos, que al mismo tiempo carga con muchas carencias emocionales por su soledad y la relación con su madre enferma. Un rico personaje, con un abanico de personalidades que Goetz supo como capitalizar, alcanzando así uno de sus mejores trabajos junto a El Asaltante y Derecho de Familia. El duro papel del trabajador Luis, está compuesto por el gran actor boliviano Juan Carlos Aduviri, que hace unos años brilló en la sensacional También la lluvia de Iciar Bollain, aquí vuelve a componer a un personaje explotado que debe revelarse y luchar para cambiar esa situación. Estamos en presencia de una película necesaria, de gran valor social, un documento esencial para pensar en la situación actual de muchos trabajadores en nuestro país, que probablemente no tenga todos los elementos para llegar a convertirse en un éxito comercial pero que si tiene futuro como obra educacional.
Ajustado retrato de la explotación En la Argentina -informa la película en su inicio-, hay unos 3000 talleres cladestinos de confección de ropa que emplean, en negro y en condiciones cercanas a la esclavitud, a unas 40.000 personas, la mayoría de ellas provenientes de Bolivia. El estreno de Bolishopping llega un par de semanas después del incendio de un taller textil en el barrio de Flores, que provocó la muerte de dos niños y tuvo gran despliegue en los medios. Y lo cierto es que la historia funciona como síntesis precisa y ajustada de las penurias de esos trabajadores explotados impunemente, de su monótona vida cotidiana y de sus módicos sueños por lo general truncados. Stigliani define con rigor y convicción el territorio de esta cruda ficción realista y consigue que el siempre eficiente Arturo Goetz -actor fallecido en julio del año pasado- se luzca otra vez, encarnando al dueño de un taller transformado en cómplice necesario de una situación que ya lleva demasiado tiempo sin resolverse en el país, mientras los políticos y la sociedad miran para otro lado.
“Bolishopping”: testimonio valioso, realización mediocre Por: Diego Curubeto "Bolishopping" (íd., Argentina, 2013). Dir.: P. Stigliani. Int.: A. Goetz, J. C. Aduviri, O. Torres, R. Ferro. Sin duda el tema del trabajo esclavo es de actualidad, y tiene todo el dramatismo para potenciar un buen drama social con toques testimoniales y carácter de cine policial, ya que el asunto es un delito. Todas estas posibilidades estan desaprovechadas en "Bolishopping", una película que por su titulo parecería acercarse al tema con algún tipo de humor o ironia que no aparece en las largas, convencionales escenas que describen las amargas vivencias de un grupo de bolivianos que llega a la Argentina buscando un trabajo digno, y encuentran algo bastante peor. La historia es interesante, y necesariamente hay partes donde la descripción del método de los que regentean un taller clandestino está expuesta de una manera distinta de la que el espectador puede ver en un informe televisivo. Sólo que por momentos el estilo naturalista testimonial elegido por el director se vuelve poco verosímil debido a flojas actuaciones y diálogos endebles. Lo peor de "Bolishopping" es el recurso de interrumpir la acción con la constante declaración de una de las victimas, la madre que comete el error de traer a su pequeña hija al trabajo en la Argentina, detalle que determina el mayor conflicto del guión. El largo testimonio de la protagonista, que evidentemente no tiene mucha experiencia actoral, vuelve la película cuesta arriba.
Prendas manchadas La opera prima de Pablo Stigliani es una propuesta irregular, a menudo avasallada por el tema que está contando. Por momentos visualmente interesante, con planos largos que dan al film un tono de cine documental -algo que también se puede adivinar en su intención por los testimonios en paralelo de Mónica (Olivia Torres)-, el guión es sin embargo donde flaquea una narración que rescata algunas secuencias actoralmente lúcidas, que tienen en el Marcos de Arturo Goetz su punto más alto. Pero vamos al tema que atraviesa el relato: los talleres clandestinos y su explotación esclavista de la inmigración boliviana, cuestión que anduvo en boga hace menos de un mes por el desmantelamiento de talleres que actuaban bajo importantes firmas en la Ciudad de Buenos Aires. Parece oportunista que el estreno haya sido realizado en estas fechas, pero la vigencia del tema está demostrado en que la película fue filmada hace más de dos años, cuestionando una problemática que va mucho más allá de los primeros planos televisivos que se le da ocasionalmente: es un tema de larga data que se ha mantenido constante desde mediados de los noventa. Para aproximarse, la película narra desde la ficción lo que sucede en el taller clandestino de Marcos, un hombre gris y solitario que es el encargado de uno de estos espacios donde ejerce total autoridad. El arribo de una familia de inmigrantes bolivianos modifica el esquema del taller y sus vínculos, llevando a que se desate una crisis que tiene duras consecuencias. La película inicialmente se centra en la figura de Marcos: su soledad, el vínculo con su madre convaleciente a la que va a visitar asiduamente a un sanatorio y, finalmente, la forma en que rige en el taller. La figura de patrón esclavista tiene un peso específico muy grande y aquí está uno de los mayores problemas de la película: se intenta construir un relato que no sea maniqueo con el personaje interpretado por Goetz, pero lo cierto es que es imposible no ver a los segmentos de su vida como soltero solitario o el vínculo con su madre como segmentos dramáticos que intenten “humanizar” al personaje. Si bien no es de la grosería con que se maneja la cuestión en películas como Vidas cruzadas, de Paul Haggis (recordemos el policía “malo” de Matt Dillon, siendo explicado al final como un tipo al que se debe comprender porque, después de todo, tiene un padre enfermo al que cuida y acarrea muchas frustraciones), es artificioso y descontextualizado en el marco de la narración de la película. No así es el relato de Luis (Juan Carlos Anduviri) y su desesperación por sobrevivir en el terreno hostil del taller, donde el porvenir que buscaba se le hace añicos y tiene que lidiar en el pico dramático del film con la enfermedad de su hija, a la cual no puede buscar una asistencia adecuada. De todas las decisiones formales que toma Stigliani en su film, la mejor es sin lugar a dudas la de introducir planos largos y cerrados que recorran el taller de Marcos desde su perspectiva. Da un clima opresivo que se complementa perfectamente con la temática de Bolishopping y sus personajes, encerrados entre corredores y pasillos aislados del mundo. Sin embargo, uno extraña por momentos que la cámara repose más allá del taller -propiamente dicho-, para poder tomar dimensiones del espacio más allá de la perspectiva subjetiva de Marcos. Por supuesto, a esto se complementa la perspectiva de Luis, desde la cual vemos los humildes habitáculos donde vive con su familia. Más cuestionable es la decisión del travelling final, que tiene una cuota expresiva que se contradice con el tono realista y frío que recorre el resto de la película. En todo caso, Bolishopping es un relato crudo que consigue no sólo hacernos tomar conciencia, sino contar una historia entretenida que, a pesar de sus grietas, se sostiene en grandes actuaciones.
La llegada a la Argentina de inmigrantes de diversas nacionalidades, en busca de trabajo y un buen porvenir, siempre fue algo común. También es común que muchas de estas personas, sin andar muy prevenidas, se topan con individuos aprovechadores y maltratadores, y lo que podía haber llegado a ser un sueño deviene en la pesadilla más desagradable. Uno de estos hechos verídicos inspiró Bolishopping. Luis (Juan Carlos Aduviri), su mujer (Olivia Torres) y su pequeña hija, los tres de nacionalidad boliviana, se mudan a un taller clandestino de costura, en Buenos Aires. Allí quedan en manos de Marcos (Arturo Goetz), un jefe dispuesto a mantener a flote su negocio, aunque eso signifique exigir de mala manera a sus empleados. No pasará mucho tiempo hasta que Jorge y su familia se cansen del maltrato y hagan lo posible por escapar de esa terrible situación. La película se mete con una temática real, contemporánea e indignante. Con un estilo cercano al del documental y la tensión creciente propia de un film policial, el director Pablo Stigliani cuenta la historia desde el punto de vista de los inmigrantes bolivianos que son explotados en talleres ilegales, y también se mete con Marcos; lejos de demonizarlo (tiene arreglos con la policía y con empresarios poderosos, y es capaz de impedir que el matrimonio protagonista lleve a su hija enferma al hospital), lo muestra en su vida privada, donde se lo ve solo y cuidando de su madre enferma. Otra excelente labor de Goetz, mostrando el lado más humano de un individuo desagradable, y uno de sus últimos trabajos antes de morir en 2014. No menos destacable es el desempeño de Juan Carlos Aduviri, quien tiene unos tensos contrapuntos con el personaje de Goetz. Más allá de algunos recursos que no terminan de funcionar bien, como fundidos a negro muy prolongados y sin relevancia, la película conserva su potencia y nos adentra en un mundo tan cotidiano como duro, corrupto y cuestionable. Ideal para concientizar sobre injusticias que todavía parecen no tener solución.