El paso del tiempo El segundo largometraje de Daniel Barosa acerca de la relación de dos personas en el transcurso de siete años es un relato íntimo y sensible pero no por eso melodramático. El director recibido en la Universidad del Cine de Buenos Aires lleva a cabo un relato austero que se sostiene en parte gracias a las actuaciones del dúo protagónico. Beatriz (Ailín Salas) es una adolescente de no más de dieciséis años que ha perdido a su madre hace poco y vive con su padre en San Pablo. “¿Preferís morir siendo joven y famoso o viejo y que nadie te recuerde?” le dice a Rogelio (Caco Ciocler), el líder de una banda que conoce en un recital y con el que inicia una relación que persistirá a través de los años. Con sus idas y venidas, Barosa despliega esta historia sobre dos personas que están perdidas. Podría trazarse algún paralelismo con Perdidos en Tokio (Lost In Translation, 2003) de Sofia Coppola en cuanto el tratamiento que se hace de los personajes y la importancia que tiene el escenario que los rodea. En la película protagonizada por Scarlett Johansson y Bill Murray, sus personajes se encuentran por azar y si bien se sugiere más de lo que sucede, son dos individuos que se encuentran atascados en sus relaciones de pareja y muy solos. En Boni bonita (2018), los protagonistas luchan por encontrar su lugar en el mundo. Mientras Beatriz procesa un duelo y se flagela para sentirse viva, Rogelio lucha contra el fantasma de la fama de su abuelo, también músico. Dividida en cuatro capítulos, la película dibuja la relación con sus momentos más altos y bajos que se traducen en secuencias filmadas fuera de foco y una cámara en mano nerviosa que anuncia el estado de ánimo de los protagonistas. Daniel Barosa lleva a cabo un relato sin sobresaltos y cuenta para eso con las muy buenas actuaciones del dúo protagónico que junto al paisaje, tal vez el tercer protagonista de la historia, le dan forma a una película cuyo tema es tan universal como íntimo.
Una relación tormentosa y el paso del tiempo: La voz en off de un hombre habla de recuerdos de juventud, de la osadía de atravesar en soledad San Pablo para ir a ver a su banda favorita y en el concierto encontrarse en familia. La banda toca en fuera de campo y vemos el rostro de una joven que se menea al compás de la música y mira embelesada hacia el escenario. Es otoño de 2007, momento del encuentro entre Beatriz (Ailin Salas), una joven de 16 años y Rogerio (Caco Ciocler), el líder de la banda. Así comienza Boni Bonita (2018), primer largometraje de ficción del director brasileño Daniel Barosa, que es una coproducción argentino brasileña y se encuentra filmado en calidad 16 mm viejo y digital, dando cuenta de la textura del paso del tiempo en este incipiente vínculo, a la vez que lo sitúa como un pasado nostálgico. La historia de amor y desamor entre Beatriz y Rogerio se va contando a lo largo de cuatro capítulos en un arco temporal que va desde el año 2007 hasta el 2016. Poco a poco, Barosa va brindando elementos para situar a sus personajes, conservando un tono intimista, sensible y teatral, pero sin caer en el patetismo melodramático. El primer acto acontece el día posterior al encuentro en el concierto, en la imponente casa de descanso en la zona de la Represa Jurumirim, en las afueras de San Pablo. La casa es propiedad del abuelo de Rogerio, que es una leyenda de la música brasileña de fines de los años 70 y los 80. Rogerio, que lleva el mismo nombre que su abuelo, está llegando a sus 40. Le va relativamente bien musicalmente, pero no logra la fama ni el reconocimiento pleno. Rogerio tiene que luchar con el peso del fantasma legendario de su abuelo, intentando encontrar su propia voz y su propio lugar en la escena musical. Beatriz está en el comienzo de su vida, es una adolescente que, luego de la muerte de su madre, se ha mudado a Brasil junto a su padre, de quien a través de su carácter díscolo y sus escenas, espera recibir atención y afecto; pero obtiene el efecto contrario haciéndose echar. Para Beatriz, a falta de un lugar en el deseo paterno, Rogerio aparecerá como un hombre en el cual intentar encontrar un lugar mediante el amor. Ambos protagonistas son entonces almas solitarias y en pena, que buscan su lugar en el mundo. En el paseo en barco por el rio Beatriz le hará un pregunta a Rogerio: ¿Que preferís? ¿Ser un músico famoso y morir joven, o llegar a viejo pero no ser reconocido? Rogerio elige la primera alternativa, pero en ambas opciones, se cifra una relación con la pérdida, con un goce limitado, propio del goce fálico. Beatriz hablará de una aguaviva que puede autogenerarse a partir de un fragmento propio y ser así inmortal. Aquí ya caracteriza el director la relación de la mujer con un goce ilimitado y con el sin límites de la demanda de amor. La diferente relación en el modo de goce de uno y otro, cifra ya aquí el desencuentro en el encuentro mismo. Esta diferencia en el modo de goce de cada uno está también muy bien trabajada por el director a través del uso de la cámara. A Rogerio la cámara lo toma en planos encuadrados y estables, marcando su relación con el límite, con la sensatez de la razón; mientras que a Beatriz la seguirá en su deambular, marcando su nerviosismo, su inestabilidad y su intrepidez. La minoridad de edad de Beatriz, marca a este vínculo en tanto prohibido; pero Beatriz, mediante su seducción, empujará a Rogerio a transgredir el límite. La dificultad de Beatriz para tolerar la separación, el corte, el punto de fin; su imperiosa necesidad de ser alojada en el amor, la llevan a forzar hacia una permanencia un vinculo que estaba destinado a lo efímero de un encuentro sexual. Beatriz, insiste una y otra vez por tener un lugar en Rogerio, con diversas estrategias: seducción, escenas de celos. Pero Rogerio nunca expresa una palabra de amor, aunque haya un afecto construido por el mismo vínculo y el transcurso del tiempo. Cada vez que Beatriz experimente de parte de Rogerio no tener un lugar en el amor se ve tomada por una angustia desbordante e intenta producirlo en lo real marcándose el cuerpo con cigarrillos u objetos filosos. El paso del tiempo y las estaciones del año irán marcando el devenir de la relación de Beatriz y Rogerio. Verano del 2009, será el momento de esplendor signado por la estadía estival de Beatriz en la casa, la espera de Rogerio de un llamado de la MTV y las furiosas y encendidas escenas de Beatriz hacia él buscando su atención, cifradas en su malla enteriza de color rojo. La introversión de Rogerio, siempre en interiores componiendo, preocupado, ensimismado y reservado, contrastará con Beatriz, siempre rodeada del paisaje natural, locuaz, indómita y descontrolada en ciertos momentos. La parquedad de Rogerio y la búsqueda de palabras de amor por parte de Beatriz. Desencuentros y reconciliaciones. Invierno del 2013 marca el declive para Rogerio con la muerte de su abuelo y el abismo infranqueable entre ambos. Los protagonistas evolucionan de manera dispar, el tiempo los marca de manera diferente. Mientras que Rogerio se hunde en la decadencia y la soledad, el paso de los años significará la maduración y la emancipación de Beatriz. Este cambio está insinuado en la permutación de las marcas lastimosas en el cuerpo de Beatriz por los tatuajes que adornan su piel y en que su voz de alto se erige como límite para él. La diferencia etaria cifra así una diferencia más profunda, el malentendido entre los sexos que no puede ser salvado, porque a pesar de un gran afecto, no hay amor que supla esa distancia estructural. Manteniendo un tono intimista y sutil y mediante una lograda performance de la pareja protagónica (donde destaca especialmente Ailin Salas), Barosa nos introduce en un viaje nostálgico a través del tiempo mediante una historia de desencuentro amoroso, enmarcada en un paisaje de gran belleza fotográfica. Como la vibración de los acordes que se prologan en el tiempo y en los fotogramas, pero que están destinados a finalizar, los protagonistas buscan prolongar el mayor tiempo posible aquello que está signado por un fin inevitable. La repetición del desencuentro con el correr de los años quizá se abra a la posibilidad de aceptar el imposible.
El director brasileño recibido en la Universidad de Cine de Buenos Aires, Daniel Barosa, presenta su segundo largometraje, el primero de ficción, luego de realizar un documental musical. Explorando esta vez como eje secundario el tema de la música, la coproducción argentina-brasilera “Boni Bonita” se centra en Beatriz (Ailín Salas), una joven de 16 años que recientemente perdió a su madre y debe mudarse con su padre de Buenos Aires a San Pablo. Sin embargo, su relación es bastante conflictiva y tensa. Una noche conoce a Rogelio (Caco Ciocler), el líder de una banda, que a sus 30 años debe luchar contra la sombra de la exitosa herencia musical de su abuelo. Es así como el film buscará abordar este vínculo complejo entre ambos a lo largo del tiempo. Centrándose en momentos de 2007, 2009, 2013 y 2016 como capítulos dentro de una historia, “Boni Bonita” nos muestra fragmentos de la intensa relación que mantienen Beatriz y Rogelio, no solo por la atracción que presentan teniendo tanta diferencia etaria (sobre todo que en algunos de estos pasajes ella todavía es menor), sino por la toxicidad con la que cada uno tiene que convivir. Mientras que Beatriz tiene que lidiar con la reciente muerte de su madre, canalizándolo en prácticas autodestructivas, Rogelio lucha contra el fracaso y el hecho de no ser lo suficientemente bueno en la música como lo supo ser su abuelo, viviendo constantemente tras su sombra. Por momentos se hacen bien, por otros proyectan esas dificultades en el otro, lastimándose física y emocionalmente. Si bien “Boni Bonita” no es una historia totalmente original, ya que pudimos ver varias películas donde los personajes principales tienen una atracción amorosa durante un período de tiempo, con sus idas y vueltas, sí nos ofrece un relato sencillo e íntimo que se sostiene sobre todo por las actuaciones de sus protagonistas, la química que se genera entre los actores y la construcción de sus papeles. Además, cabe destacar que la película está completamente hablada en portugués, donde Ailín Salas realiza una buena labor. Existen pocos roles secundarios y los que aparecen lo hacen en relación a Beatriz y Rogelio; son una simple excusa para servir como tercero en discordia o provocar algún tipo de reacción en alguno de ellos. En cuanto a los aspectos técnicos, no tenemos una mayor puesta en escena. La película presenta un paisaje austero y despoblado, aunque muy bonito, que genera el clima del film. La soledad no se encuentra solo internamente en los personajes. Asimismo, las situaciones se suelen dar siempre en las mismas locaciones, sobre todo en la casa de él, donde la relación cobra vida. Igualmente, tenemos una impronta estética marcada respecto a cómo está filmada y a la fotografía, con algunos momentos fuera de foco, efectos para generar nostalgia o el uso de la cámara en mano. En síntesis, “Boni Bonita” es un relato sencillo e intimista sobre dos personas complejas en sí mismas que presentan un vínculo intenso a lo largo del tiempo. Apoyándose en las actuaciones de sus protagonistas y la química que mantienen, nos ofrece una buena exploración de las relaciones sentimentales.
A pocos kilómetros de San Pablo, en una casa sobre la playa, viven Rogério y sus fantasmas: la sombra de su abuelo, mito de la música popular brasileña; el temor a su propio fracaso como cantautor, y el errante deseo de una responsabilidad postergada. El encuentro con Beatriz, una adolescente argentina de padre ausente y con fantasmas propios, se escalona a lo largo de varios años: la exploración del deseo, de los celos y de una extraña convivencia se conjuga con los sucesos de la vida de ambos. Daniel Barrosa consigue una película íntima, delimitada por el granulado de la imagen, que recuerda alguna foto vieja, y por la inasible sensualidad de Ailín Salas. Y pese a cierta condescendencia que le inspira su personaje, encuentra un lugar propio de observación, ese en el que triunfos y fracasos exponen sus más descarnadas huellas.
Una historia de seres perdidos por distintas razones, con edades diferentes, que se atascan en una relación de varios años, sin entregarse, jugando entre la atracción sexual, cercados por el silencio. El realizador Daniel Barosa, ubica a sus personajes en una playa, en una suerte de hotel. El un músico con su banda de rock que sueña con la fama y solo tiene de ella los colaterales de algunas conquistas y compañeros más interesados en la diversión que en los ensayos. Un rocker a punto de envejecer, en el límite de lo patético. Y ella una adolescente que perdió a su madre, que se escapó de la tutela de su padre, que se le adosa, no por admiración de fan, sino porque es una salida a la elaboración de su duelo. El se resiste, ella se le entrega. El elige a otras mujeres, ella lo imita. El se emborracha, ella se flagela. Cada uno lucha por acomodarse en un mundo que los expulsa. El tiempo es el tema. Y lo que hace con ellos también. El director sabe crear los momentos exactos, captar los detalles, y cuenta especialmente con el trabajo de los actores. Una Ailín Salas que puede ser una niña mujer cuando quiere, y al poco tiempo una adulta. Y Caco Clocler, que envejece y engorda solitario, y cada vez menos atractivo.
Un romance entre dos personajes perdidos en la vida, solitarios, que se cruzan una y otra vez frente a la playa. La historia comienza cuando la adolescente Beatriz se fascina con Rogério -de más de treinta años y líder de una banda- durante un concierto. Compartirán a lo largo de los años una relación de angustias y dolores que nunca terminará de encontrar tierra firme. El estilo opaco y melancólico de los personajes, su oscuridad y su angustia intentan ser plasmados con un tono contemplativo, por momentos intencionalmente frío, siempre buscando un tiempo de largos planos para mostrar cada situación. No hay emoción alguna en la película, independientemente de sus intenciones, y poco a poco el interés por los personajes se va apagando. No hay, más allá de algunos detalles, nada que le dé a la película un sentido final o un encantado que le termine de dar forma.
Heavy coming of age. Daniel Barosa se acomoda demasiado rápido en el ámbito y territorio donde pretende desarrollar un vínculo entre una adolescente y un cuarentón. Ese vínculo pasa por los estadios del idilio a la toxicidad cuando son las soledades de dos personajes carentes de todo sostén las que marcan los compases de una melodía desencadenada y triste. Pero si a eso le agregamos el rock o la cultura del rock, el resultado es una película de alta intensidad, anárquica por momentos e intimista por otros. A la idea intimista se la dimensiona desde la propuesta visual que desde un celuloide gastado y un tono setentista trae la referencia de la home movie, o tal vez el derrotero de una groupie cuando convive con un músico de rock, que no lo es tanto como su abuelo y ese es su mayor obstáculo para conectar con su presente y buscar amores adolescentes a una edad bisagra y de replanteos existenciales. En el cruce de ese puente generacional, la adolescente interpretada por la actriz Ailín Salas aporta un temperamento avasallador, la necesidad de encontrar en un hombre al padre ausente en pleno duelo por la muerte de su madre en Argentina, pretexto para vincularla con Brasil y desde ese instante con las obsesiones del músico fracasado. En cuatro episodios o etapas, todo cambia en siete años, las escenas fuera de foco y la mutación de pieles conecta con el cuerpo, el sexo como herramienta de extorsión emocional e incluso la autoflagelación como sustituto de masturbación en el caso de ella y como una de las tantas maneras de poner en escena el deseo ante tanta fragilidad de corazón. Boni bonita es un interesante retrato heavy de un coming of age al que no le falta ni le sobra nada.
Una historia de amor y desamor Ambientada en San Pablo, esta coproducción brasileño-argentina describe la conflictiva relación de una pareja a lo largo del tiempo. Historia de amor y de desamor, pero también de deseos insatisfechos y dolores irreprimibles, el primer largometraje de ficción del brasileño (nacido en los Estados Unidos) Daniel Barosa describe la relación entre los dos protagonistas a lo largo de casi una década, dividiendo el relato en cuatro capítulos. No se trata de una estrategia novedosa en la historia del cine, aunque las marcas personales de las criaturas y su devenir en conjunto no le deben mucho a la tradición del melodrama clásico. Barosa estudió cine en la muy porteña Universidad del Cine y esa doble nacionalidad creativa se extiende tanto a la forma de producción de Boni Bonita, con aportes brasileños y argentinos, como a su reparto central. La argentina Ailín Salas nació en Brasil y su fluido manejo del portugués le permite pronunciar los diálogos sin mayores problemas; el resto, fiel a un estilo de actuación elaborado a lo largo de más de una veintena de títulos, está más relacionado con el cuerpo, las miradas, los silencios. Ella es Beatriz o simplemente Bea, una chica argentina recientemente mudada a San Pablo junto a su padre, una adolescente de quince o dieciséis años que parece estar transitando un período de mucho dolor. Tal vez de duelo. El actor y realizador paulista Caco Ciocler es Rogelio, un músico treintañero que al comienzo de la historia está a punto de atrapar algo parecido al éxito. El primer y más extenso de los episodios, rodado en un 16mm desteñido, en ocasiones fuera de foco y atravesado por las típicas rayas y manchas de la emulsión, marca el encuentro entre la muchacha y el hombre, una relación con mucho de groupie y su objeto de fascinación, aunque la agenda de Bea –tan inteligente como emocionalmente quebrada– no se acaba en la simple admiración de una figura del mundo de la música. El marco es una casa de campo con pileta y río cercano, un ambiente bucólico y liberador que, sin embargo, irá perdiendo para los personajes casi todas esas cualidades veraniegas. Un intento de separación fallido, el sexo y las marcas de la violencia autoinfligida por la huésped le ceden el lugar, en el segundo episodio –dos años más tarde–, a la aparición de los celos y la desatención, pero también, irónicamente, al comienzo de una comprensión más profunda entre ambos. Tal vez algo parecido a la amistad. Boni Bonita es también un relato sobre paternidades, maternidades y orfandades, literales y metafóricas. El padre de Rogelio es un famoso músico popular, al tiempo que el de Bea encarna en una figura ausente en gran medida. Es una suerte que el guion de Barosa nunca explicite con mecanismos “psicologistas” los vínculos que intenta representar, aunque en los últimos tramos un dejo de romanticismo formal comienza a empañar el relato. En los segmentos finales la imagen se estabiliza y su definición comienza a ser nítida y estable; si bien la película fue rodada intermitentemente a lo largo de tres años, resulta difícil dilucidar si esas alteraciones en la cualidad visual se deben a una decisión estética (en tal caso, algo caprichosa, aunque atendible) o a un cambio en los elementos técnicos durante la producción. A medida que las peleas anticipan una nueva separación, la relación entre Bea y Rogelio comienza a revelarse como única e insustituible, con matices amorosos pero también evidentes rasgos de toxicidad. La melancolía será finalmente el tono definitorio de la fábula, subrayada en pantalla por una fugaz aparición de Ney Matogrosso, vehículo para la descripción de una época que fue hermosa pero también terrible.
Historia de amor y desamor de dos seres que se aman pero que a la vez saben que en la libertad de cada uno está la clave para seguir juntos. Una imagen simil diapositiva ayuda a enmarcar esta historia que deja un sabor amargo como aquellos amores imposibles.
La ópera prima ficcional de Daniel Barosa, Boni Bonita, cuenta con dos interpretes en puntos altos para narrar una humana relación que no siempre adquiere el vuelo necesario. El cine romántico tiene su vertiente más popular en el clásico romance de grandes acontecimientos con enredos, desencuentros, personajes disímiles, y disparadores que funcionan como estallidos para ponerlos en marcha. Ya sea en comedia o drama, son películas efusivas que viven el amor como un acontecimiento mágico, trascendental (casi de única relevancia vital), y apasionante. También hay otro formato que intenta ser más realista, enfocarse en los dos personajes con sus miedos y dudas, sus diferentes facetas, en los diálogos entre ambos, y en el ir acercándose hasta encontrarse. La clásica trilogía de Richard Linklater adhiere a este formato y son quizás el clásico más recordado y a tomar como referencia. "Boni Bonita", co producción brasilero – argentina, segundo largometraje, y ópera prima ficcional de Daniel Barosa, adhiere a este segundo estilo, aunque aportándole un clima muy local. En este caso tenemos a dos personajes que irán desarrollando su historia a través de los años, con todos los devenires que eso implica. Luego de la muerte de su madre, Beatriz (Ailin Salas), una adolescente de dieciséis años, viaja de Argentina a San pablo para encontrarse con un padre ausente y reiniciar su vida en otro contexto. Durante un concierto, conoce a Rogério (Caco Ciocler), el líder de una banda con el que inmediatamente tiene química, bastante mayor que ella, atraviesa su tercera década. Ambos tienen un bagaje a cuesta que los emparenta, a la vez que no los deja avanzar en forma plena. Una sombra de dolor y frustración por el territorio que se perdió, y por un éxito profesional que no llega. A Beatriz, inicialmente se le suma el duelo, el rearmar una relación con un padre al que no conoce, y encontrarse en una tierra que no es la suya. A sus jóvenes años, se encuentra en una etapa en la que no encuentra las respuestas que busca, y para seguir sintiendo algo, se flagela. Rogério, quiere trascender en la música, pero tiene la vara del éxito de su abuelo al que nunca puede igualar. Ni él, ni ella, son personajes en su plenitud. "Boni Bonita" irá desplegando su historia a través de once años, en los que, lógicamente iremos viendo como Beatriz pasa de su pura adolescencia a la adultez, manteniendo el bastión de Rogério, con el que no llega a establecerse. El título del film es el de una canción que retrata los devenires entre ambos personajes, que no serán lo más sencillo. "Boni Bonita" no alcanza la hora y media, y en ese plazo ocurre más de una década de historia. Aquí encontramos una diferencia fundamental con otras películas del estilo. Linklater se tomó tres películas, cada una bastante extensa, para presentarnos su historia de relación a través de los años y momentos de una pareja. Otras similares, como "Nuestros amantes", o "Perdidos en Tokio", presentan un momento, un episodio, no juegan con la temporalidad, nos hablan de un encuentro que marcará la vida de los personajes de n ahora en más que ya no veremos. En "Boni Bonita", ese encuentro sucede, pero seguiremos el cambio entre ambos durante un extenso período. Esto la convierte en un film condensado y de clima variante. Dividido en cuatro capítulos, etapas, pareciera que cada uno tiene un estilo diferente; y lo que amalgama a todos, más allá de la pareja en sí, es el prevalecer los pequeños momentos por sobre los grandes acontecimientos. No sucede demasiado en "Boni Bonita". Por más que veamos un largo período temporal, no existirán, por lo menos argumentalmente, esos episodios movilizantes que impriman nervio, o nos planteen ¿y ahora qué? Quizás como la vida misma, que transcurre sin tantos sobresaltos. Narrativamente esto le otorga realismo, pero le quita peso, hace que no siempre se sostenga el interés inicial. Afortunadamente, cada vez que el guion decae en innovación, aparecen dos actores como Salas y Ciocler que apuntalan el cuadro y permiten llega a buen destino. Salas es una actriz ideal para Beatriz. Su postura y decir habitual, le otorgan el tono gris necesario a un personaje que trata de encontrar de nuevo su ánimo. Ni Salas ni Beatriz son abúlicas, tienen un brillo y magnetismo propio. Ellas serán el motor de la propuesta. Ciocler logra una gran química con su partenaire, y también veremos un crecimiento en su personaje. En esta mezcla marcada por la diferencia de edad, en donde la relación mutará de un tono a otro, el juego entre ambos actores es influyente para su valoración. Barosa juega con la cámara, pretende un lenguaje visual a través de los movimientos de cámara, los enfoques (y desenfoques), y el montaje diferenciado. Como si esa visión ajena fuese otro personaje. "Boni Bonita" es una película de relaciones que no siempre se encuentra al mismo nivel. Así como estos dos personajes atraviesan por diferentes etapas, lo mismo sucede con el film; e idénticamente, cada vez que se pierde(n), sabe(n) que están ellos dos para salvarla/se.
“Boni Bonita”, de Daniel Barosa Por Jorge Bernárdez Bea (Ailin Salas) está saliendo de la adolescencia, su madre ha muerto y su padre la recibe en su departamento de San Pablo, aunque en realidad la bienvenida es a medias, con un papá ausente que no parece interesado en ejercer su rol. Por otra parte está Rogerio (Caco Ciocler), músico, roquero, tiene un abuelo que es una de las glorias de la música popular de su país. Bea ve un show de la banda de Rogerio, el músico la ve a Bea después del show en la fiesta post espectáculo. La adolescente y el rockero bastantes años mayor que ella se enredan en una relación que los marcará. Tanto que la película empieza en 2008 y termina diez años después. Separada en cuatro capítulos que narran las distintas etapas de la pareja, desde el momento en que se atraen pasando por la muerte del abuelo de Rogerio o la espera por saber si la banda del músico será aceptada por el canal MTV. Se puede decir que la historia de la película no es de lo más original pero su tratamiento sí lo es, la química entre Ailin Salas y Caco Ciecler funciona, pero el motor es ella. Diez años de vida a través de una relación de pareja, una experiencia que vale la pena. Una más de las coproducciones que Argentina y Brasil están presentando, esta vez el resultado es óptimo y para aquellos que aman la música brasileña, hay una participación de Ney Matogroso. BONI BONITA Boni Bonita. Brasil/Argentina, 2018. Guion, dirección: Daniel Barosa. Intérpretes: Ailín Salas, Caco Ciocler, Ney Matogrosso, Daniela Dams. Producción: Nikolas Maciel, Daniel Werner, Joao Segall. Distribuidora: Compañía de Cine. Duración: 84 minutos.
Su trama se encuentra dividida en cuatro capítulos que transcurren en el 2007, 2009, 2013 y 2016. Los protagonistas Beatriz y Rogério (Ailín Salas y Caco Ciocler), son seres que buscan rehacer sus vidas y reencontrarse con su interior. Por un lado, Beatriz luego de pasar por un gran vacío y momentos de angustia viaja a Brasil en busca de nuevos horizontes. Allí circunstancialmente en un concierto, conoce a Rogelio, un músico que trata de mostrar su talento y que no lo comparen con su abuelo quien fue un músico muy exitoso; juntos comienzan un romance tempestuoso a lo largo de distintas etapas. La cinta se desarrolla en una playa bajo un paisaje despoblado, tan solitario como estos protagonistas, no hay personajes secundarios, resulta bastante intimista, para resaltar ciertas emociones se implementa el uso de la cámara en mano El ritmo es lento y con el transcurrir de los minutos va cayendo y se esfuma el interés.
Desde siempre los rockeros deslumbraron, y con su música sedujeron a las mujeres. Mucho más si es el líder y cantante de una banda. Es un prototipo que las enloquece. Ese papel lo encarna Rogério (Caco Ciocler), un músico de más de treinta años que está al frente de un grupo de rock alternativo en Brasil. No les va mal, pero quisiera ser mucho más popular, exitoso y adinerado, como lo fue su abuelo que, con esta comparación permanente, se siente bajo su sombra y no le encuentra la salida. En las redes del frontman queda atrapada una adolescente, Beatriz (Ailín Salas), menor de edad, todavía es alumna del colegio secundario, está peleada con su padre desde que abandonaron Buenos Aires cuando murió su madre, para instalarse en San Pablo. Esta coproducción brasilera-argentina se centra en la vida de ellos dos, únicamente. Hay muy pocos personajes secundarios, que resultan ser funcionales a la trama y a la evolución cronológica de la historia. Porque esta comienza en 2007, conformando en total de cuatro etapas sucesivas hasta llegar a 2016. Las dos primeras, como elemento estético distintivo, fueron filmadas en las clásicas cintas fílmicas, con sus colores y marcas sobre las imágenes que denotan antigüedad, diferenciándose notoriamente de las últimas dos, más cercanas en el tiempo, realizadas en digital. El director Daniel Barosa, que también escribió el guión, cuenta una historia de fascinación, deseo, encuentros y desencuentros de una pareja despareja. Porque Rogério no termina de aceptarla, ya que la considera muy chica para él. Mientras, en paralelo, se emborracha y seduce a mujeres que le duran una noche. Y Beatriz, apodada como "Bonita" por el protagonista, está totalmente rendida a sus pies. Pero no es correspondida. El relato describe con lentitud las características personales de cada uno. Porque ambos, con distintas herramientas, son autodestructivos. Se maltratan a sí mismos cuando las cosas no salen como piensan. Pero, dentro de esos vaivenes emocionales, se muestra mucho más madura la chica. Los puntos de giro de la narración están bien delimitados, tienen la fuerza necesaria como para cambiar el rumbo del relato, donde el mismo se puede prolongar en el tiempo, porque es un tire y afloje permanente, en el que ellos dos pudieron tenerlo todo. Desde el amor, felicidad, fama, fortuna, reconocimiento de sus pares músicos, pero, el dolor de lo que no pudo ser es mucho más fuerte e irreparable.
EL AMOR DESPUÉS DEL AMOR Similar a la relación que mantuvieron Ana Bolena y Enrique VIII, un efímero amor mutuo que sostuvieron a lo largo de un año de los miles de días vividos en matrimonio, Boni bonita también -sin volcarse a ese extremismo histórico- mantiene algo de ese génesis de idas y vueltas e idolatrías platónicas o desamores vividos en el ocaso de una relación. Este primer proyecto del graduado en la Universidad del Cine de Buenos Aires Daniel Barosa, nacionalizado en Brasil pero de origen estadounidense, expone correctamente un drama atravesado por una década y dividido en cuatro capítulos situados en una misma locación veraniega: un caserón con pileta frente al río. Beatriz, interpretada por la siempre fresca Ailín Salas -cuyo portugués fluido hace referencia de sus orígenes brasileros-, aparece en el primer episodio como una adolescente de 16 años que vive en San Pablo, huérfana de madre y despreocupada de la vida. Beatriz es mostrada como una groupie musical que seduce a un cantante de rock treintañero casi famoso en esta coproducción argentina/brasileña. El primer relato es contado en un formato de 16 milímetros con las características típicas de estos dispositivos con manchas de emulsión y rayas. Tal vez para buscar cierto sentido del pasado y la nostalgia que marca el primer encuentro entre Beatriz y un Rogelio, más paternalista ante la diferencia de edad dentro de esa naciente “relación”. Estamos ante la unión de dos almas solitarias que comienzan desde lo prohibido al estilo Lolita, para desembocar en una evolución dual de reencuentros a lo largo de los años al estilo la trilogía de Antes del amanecer (1995-2013). Aunque en Boni bonita abunda más el tono intimista latino de los cuerpos, el silencio y las miradas que el romanticismo formal. La sigue una segunda parte con dos veranos de posteridad donde empiezan las primeras crisis, celos y engaños como, a la vez, un creciente “compañerismo” producto de los años compartidos. Un compañerismo insustituible y tóxico a la vez. Sin embargo el tercer acto, situado en un invierno lleno de melancolía, cuatro años después (y en contraposición a ese mismo escenario que estallaba de calidez y vibración liberadora tiempo atrás), encuentra a un Rogelio cada vez más avejentado y sin rumbo en la música. Un declive relacionado a la muerte de su abuelo y mentor musical como el abismo irreversible que atraviesa la pareja. Vemos cómo los protagonistas evolucionan de formas distintas con un quedado y solitario Rogelio que busca contención en el alcohol y otras mujeres que recuerdan el desenfado original de la Beatriz púber. Y por el otro extremo, Beatriz más madura con proyectos establecidos y sin la necesidad de auto-infligirse dolor como parte existencialista de su juventud. La autoflagelación da paso ahora a la aparición de múltiples tatuajes en la vida adulta de ella, como otra forma de recordar lo vivido. Una postura evolutiva que prosigue hacia la última entrega de este drama donde su director eligió diferenciar esta etapa con una filmación en formato digital para centrarnos a un presente más cercano. Con todos estos recursos, el director Daniel Barosa construye un drama simple pero interesante exponiendo los cambios internos de las personas con el pasar del tiempo y su exteriorización para con el otro, donde el tiempo tirano pesa más que los sentimientos atesorados. Aunque como dicen por ahí, el tiempo todo lo cura.
Boni Bonita es la segunda película del director Daniel Barosa y está protagonizada por Ailín Salas y Caco Ciocler. Beatriz es una chica de 16 años que después de la muerte de su madre se muda de Argentina a Brasil con su padre “ausente”. En un concierto, conoce a Rogerio de 30 años, líder de una banda de rock. Podría decirse que ambos se encuentran por azar, que el destino quiso que sus vidas se crucen. Ella atravesando un duelo, en medio de la adolescencia. Él con su carrera musical a la sombra de su abuelo, también músico. Boni Bonita es una coproducción argentino-brasilera y tiene la particularidad, hoy en el año 2019, de estar filmada en fílmico. Hablamos de los dos protagonistas, pero lo cierto es que hay un protagonista más -como clara decisión del director-, y es el paisaje, las locaciones que se decidieron para que sean parte de esta película. La melancolía de Boni Bonita termina resultando excesiva, con largos planos contemplativos.