Momentos de una vida Esta ópera prima estrenada en la Berlinale 2014 y luego premiada en la Competencia Internacional del último BAFICI transita por ese impreciso (y por lo tanto fascinante) terreno en el que lo documental y lo ficcional se confunden de manera permanente. El protagonista es Joâo Carlos Castanha, un hombre de 52 años, homosexual, fumador empedernido y bastante torturado, que vive con su madre de 72 (ella obsesionada por un nieto drogadicto) en un edificio de mala muerte, en un barrio de mala muerte, mientras trabaja todas las noches como artista transformista en un bar gay de mala muerte. Castanha también es poeta, autor e intérprete en pequeños emprendimientos teatrales independientes y, poco a poco, distintos aspectos de su vida (con crecientes conflictos afectivos y problemas de salud) y de sus actuaciones se van “contagiando” mutuamente. Con algunos elementos que remiten a la magnífica Morir como un hombre, del portugués Joâo Pedro Rodrigues, este retrato aborda circunstancias muchas veces extremas con una liviandad, un encanto y una naturalidad difíciles de conseguir. De lo mejor que nos ha regalado últimamente el nuevo cine brasileño.
Detalle de familia Los personajes que Davi Pretto retrata en Castanha (2014) no necesitan presentación, porque en apenas dos imágenes iniciales ya podemos conocer sus deseos, sueños y anhelos más profundos. La película habla de una familia que en medio de sus rutinas intenta ocuparse del otro y a su vez lastimarse sin reparo, reprocharse y luego volverse a amar. Joao es un bohemio artista de la noche, que travestido de mujer suma horas animando espectáculos de segunda línea en cabarets con mala reputación. En la noche se siente libre y la aprovecha para olvidar su presente solitario y enfermo (tiene HIV) con extraños. Habita un pequeño departamento junto a su madre, Celina, una mujer entrada en años, cansada, doblada por el tiempo, quien se desvive, a pesar de los reproches de Joao, por su nieto Marcelo, un joven drogadicto a quien ayuda diariamente en la calle. Entre los tres se arma una dinámica enfermiza, en la que nadie termina por comprender a nadie, y solo en la entrega cotidiana de los quehaceres es como encuentran una actividad para poder tener una razón para existir. Pretto se introduce de lleno y sin concesión en la familia para mostrarnos sin elipsis los descansos, la preparación de los cuerpos, sus efímeras tareas, tan significantes a la vez para ellos. Los planos cercanos y los close ups además afirman la necesidad de intimar con los protagonistas, algo necesario para poder comprender una estructura vincular que pende de un hilo y que en la agresión externa resignifican el escudo necesario para subsistir. Nada en la pantalla es azaroso. Ningún exceso de Joao es puesto para juzgarlo, porque justamente Pretto solo expone, no ubica su lente para bajar línea, solo para acompañar y enseñar circunstancialmente la vida de Joao y Celina. El mayor logro de Castanha es poder a partir de lo micro universalizar con imágenes las relaciones en el presente, un sinfín de vínculos inconexos que solo en la inmediatez encuentran placer.
De lo mejor de la reciente producción brasileña, esta película cruza una y otra vez las fronteras entre documental y ficción para narrar la historia de un hombre que se viste de mujer por las noches para ser maestro de ceremonias en fiestas gay (“Castanha” es su nombre) y al que se lo ve en su vida cotidiana, más que nada en su relación con su madre, quien con sus observaciones y comentarios se termina convirtiendo en casi tan protagonista del filme como él. La relación entre ambos, el trabajo y los sueños de estrellato por lo general frustrados de él (aunque tiene una nueva oportunidad) se combinarán con la tensión que genera la presencia circundante de otro miembro de la familia, adicto, que vive en las calles pero vuelve siempre a pedir dinero o a robar. Partiendo del documental más puro de observación (vemos las protestas callejeras en Brasil por TV), la película va integrando estos universos de ficción en los que se mueve Castanha: del escenario al backstage, de sus pruebas como actor hasta el manejo de su drama familiar que también se mueve en terrenos limítrofes entre ambos registros. Una gran película que pasó por la Berlinale y estuvo en competencia en BAFICI.
Un retrato apasionante Estrenada en el Forum de Berlín y participante de más de 20 festivales, Castanha se centra en João Carlos Castanha, actor, performer travestido, gay, que vive con su madre en un modesto departamento de Porto Alegre. El joven director Davi Pretto trabaja sobre un personaje real y su ópera prima es un retrato ficcional con no pocos aspectos documentales. Acechaban diversos riesgos: patetismo, sensiblería y subrayados estilísticos que fueran un yunque para el atractivo personaje. Pero, más allá de un breve momento de exceso onírico -poético- sangriento, Pretto no solamente evita cada potencial problema, sino que, a fuerza de versatilidad, empatía y un manejo muy claro de la distancia frente al protagonista logra un retrato variado, apasionante e íntimo que incluso para mostrar el sufrimiento, la violencia y hasta la desesperación elige como camino la amabilidad.
Mezcla de documental y ficción de un artista que se traviste, crea espectáculos y vive en los bordes de la sociedad.
Si Castanha se siente tan real, tan tangible y cercana, eso es en parte porque la película es un retrato ficcional del verdadero João Pedro Castanha, artista y crossdresser, pero también porque el director Davi Pretto parece hacer todo bien: su cámara sigue al protagonista durante su vida cotidiana (una vida que, intuimos, no debe ser tan distinta de la del Castanha por fuera del cine) y evita todos los escollos con los que suele chocar un relato sobre la marginalidad. Acá no hay regodeo en la miseria ni ninguna clase de subrayado: el día a día de Castanha y su madre en un barrio pobre de Porto Alegre es mostrado con una voluntad de comprensión que barre enseguida con cualquier comentario social; para Pretto lo que cuenta es la observación de las condiciones de existencia material de sus personajes: cómo es que se levantan (o se acuestan muy temprano), se cansan, discuten fuertemente con sus vecinos, viajan y vuelven del trabajo (casi siempre de noche y atravesando callejuelas desoladas). La película adquiere su propia textura directamente de los espacios y criaturas que filma, siempre buscando la imagen justa que no sirva para explotar la pobreza, que trabaje en un sentido distinto.Que trabaje, claro, porque la película trata, en buena medida, de las distintas formas del trabajo físico: de los esfuerzos de la madre para ir a visitar a su ex esposo al geriátrico o para llevarle comida a su nieto que vive en la calle; de las múltiples caras que asume Castanha en sus distintos espacios laborales: travestido en un pub gay, hombre cincuentón de cara lavada en una obra cómica o haciendo de extra en una filmación; de qué tan implicado está el cuerpo en el proceso de ganar dinero: la figura del protagonista, derrumbada en un asiento de su camarín, parece agotado por la edad y una vida nocturna que hacen sentir su desgaste en su estado de salud cada vez más precario. Por su parte, el mismo Castanha resulta fascinante porque carece de los tics más comunes que suelen adosársele a los personajes gay, en especial a esos que se ubican en los bordes de la indigencia: el tipo es egoísta, nada solidario, y el asco con el que se refiere a su sobrino (un chico perdido por la droga que acosa incansablemente al protagonista y a su madre) cuando dice que le gustaría matarlo para que deje de molestarlos, habla de un personaje algo deleznable que, sin embargo, resulta increíblemente humano y vivo. En especial cuando la película lo filma durante el show en el bar, casi como si fuera un documental, con la cámara ubicada lejos suyo y casi siempre mezclada con el público: ahí, Castanha, vestido grotescamente de mujer, con gestos exagerados y un humor picaresco nada sofisticado, olvidado por un momento de sus dolores y penas diarias, se nos presenta como uno de los personajes fundamentales de este Bafici. Publicado en Cinemarama el 11 de abril de 2014
Con el estilo híbrido como virtud Aunque el film comienza como un documental clásico acerca de un transformista y su vida sobre y fuera de las tablas de Porto Alegre, al poco tiempo queda claro lo tenues que son en el relato los límites entre ficción y realidad. Presentado en el marco de los así llamados “Encuentros con el cine brasileño”, Castanha es el cuarto largometraje de ese origen estrenado en el cine Gaumont en el transcurso de los últimos meses. Esas proyecciones han permitido paliar –en una minúscula parte– la ausencia de películas del país vecino en las pantallas argentinas. Pero no es la primera vez que la ópera prima de Davi Pretto se ve por estas comarcas: el film formó parte de la Competencia Internacional del último Bafici y fue uno de los varios films en esa sección que hicieron gala de un gran desenfado a la hora de hibridar ficciones y realidades, mixturando territorios cuyos límites eran considerados hasta hace poco tiempo inexpugnables. Parido seguramente gracias a una comunicación muy fluida entre director y protagonista, el film –luego de un travelling sangriento que introduce una de sus variantes performáticas– comienza como un documental clásico acerca de un transformista y su vida sobre y fuera de las tablas de Porto Alegre. A pocos minutos del comienzo de la proyección, sin embargo, es claro que los límites entre realidad y ficción son tan tenues como innecesaria es la escisión entre ambos universos. João Carlos Castanha interpreta a Castanha, un hombre de unos cincuenta años, HIV positivo y fumador en cadena que vive con su madre anciana (la madre real de Castanha, el actor) y que, por las noches, actúa en un club de strippers masculinos como transformista –mezcla de drag queen y macchietta grotesca–, amén de su participación en una obra de teatro under. Las primeras escenas alternan momentos cotidianos, tanto en su departamento como en el ámbito laboral, con diálogos aparentemente banales que, lentamente, van desarrollando la personalidad de los personajes/personas, al tiempo que despliegan varios conflictos familiares e interpersonales. Como en un juego de cajas chinas de piezas intercambiables –ninguna es mayor o más importante que el resto–, el actor, el personaje central y las criaturas que Castanha interpreta dentro de la ficción/realidad del film van armando un rompecabezas cuya forma nunca llegará a apreciarse en su totalidad. Según sus propias declaraciones, Pretto rodó el film en apenas veinte días, pero el trabajo de preparación y escritura del guión fue intenso y complejo. ¿Cuánto hay de realidad y cuánto de ficción en la película terminada? Poco importa. Y tal vez la pregunta deba tomar otra dirección y concentrarse en el concepto de “verdad”, que el film intenta aprehender a partir de Castanha, su entorno y relaciones, su trabajo, creaciones y anhelos. La relación del protagonista con su madre y la de ésta con su nieto, un joven atrapado en el consumo de drogas duras, ocupa una parte esencial del relato, pero el film de Davi Pretto evita los caminos más tentadores para esta clase de historias: la sordidez y/o la falsa ternura. Castanha no es un melodrama exacerbado ni un drama realista de manual, y el estilo híbrido que lo atraviesa –incorporando recuerdos, sueños, fantasías e incluso una película dentro de la película– se transforma en la mayor de sus virtudes. Eso y una nocturna melancolía que salpica el relato de principio a fin.
A veces el cine se inclina por retratar vidas paralelas: una real y otra deseada. Este es el caso de João (João Carlos Castanha), un artista transformista que entre lo turbulento de su entorno y su pasado, prefiere sumergirse en su universo más interno, en dónde dominan los personajes que él mismo interpreta, ya sea en un teatro o en un club nocturno. Este film brasileño tiene un encanto bastante particular, ya que propone un relato ficticio sobre una persona real, y -con todo lo que ello implica- esa intercepción entre lo (casi) documental y el relato de ficción hace que esta historia tenga un interés sumamente peculiar. Castanha de Davi Pretto es un film lúcido en varios aspectos, que bajo una oscura fotografía y un clima desolador, narra una historia sumamente perturbadora sobre la relación de un hombre con su entorno social -ya sea laboral o familiar- y todo el delirio que implica enfrentarse a sus demonios más personales: entre la cruda realidad y un dejo surrealista, la obra expone imágenes más que contundentes. Con un estilo que se asemeja tanto temática como visualmente al universo de los films de João Pedro Rodrigues, como por ejemplo Morir Como un Hombre, el realizador compone un cine tan poético como desgarrador que termina exponiendo un mundo sumamente asfixiante que engloba a los distintos personajes y sus caóticos porvenires. Quizás su único inconveniente sea que por momentos se torna un tanto densa, aunque esto no es condición para que la película carezca de interés, sino todo lo contrario.