Dolorosa experiencia cinematográfica sobre el duelo y el poder que se podrá ver durante ocho únicas funciones en la Sala Lugones. Nelson Carlo de los Santos Arias desnuda desde el folklore y la religión, las diferencias de clases que marcan los pasos de un grupo de seres a merced del poder político y la indiferencia.
Papá no está de viaje La noticia de la muerte de su padre le llega tarde y fragmentada a Alberto. Lleva tiempo alejado de su familia, en parte por vivir en la capital trabajando como jardinero pero más que nada por haberse convertido a la fe evangélica, algo que lo pone en conflicto con las costumbres semi paganas dentro de las que fue criado y que su familia aun practica. Cuando finalmente regresa a su pueblo esperando participar del funeral, se entera que su padre lleva un mes muerto y que fue asesinado por un teniente local que oficia al mismo tiempo de usurero. A su llegada se encuentra con dos situaciones de las que no quiere formar parte; por un lado la familia se prepara para iniciar una semana de rezos y rituales para despedir al difunto y, por el otro, su hermana espera que él cumpla con su rol dentro de la familia y se encargue de vengar la muerte del padre. Limitado por su nueva fe y por una relación bastante menos que ideal con su padre, Alberto deberá decidir si se mantiene fiel a sus nuevos principios o cede ante la presión de su entorno. Los Rezos La mirada que hace Cocote del entorno en que se sitúa está regida por dos ejes principales: el misticismo y el descreimiento por las instituciones completamente podridas por la corrupción; son dos temas de los que Alberto parece haberse distanciado viviendo en la capital, trabajando para una familia acomodada, y que le plantean un fuerte conflicto al regresar, aunque no quede del todo explícito cómo lo afecta ni cómo se decide a resolverlo. Sin una trama compleja que relatar, la historia parece ser lo que sucede entre los segmentos donde el director se dedica a mostrar repetidamente los paisajes naturales y extensos rituales religiosos que se llevan adelante para despedir al difunto, sin desarrollar como prometía los conflictos internos de su protagonista, quien eventualmente decide un camino de acción sin dejar grandes fundamentos de sus motivos para hacerlo. Conclusión Aunque con algunos conceptos interesantes, Cotote se vuelve redundante mostrando varias versiones de lo mismo, tanto que su narración se vuelve lenta y aburrida.
Alberto (Vicente Santos) es un jardinero que vive en una casa de clase alta, en Santo Domingo y pide unos días libres para ir hasta Oviedo a visitar a su familia tras el sorpresivo fallecimiento de su padre. Cuando vuelve a su pueblo natal, se encuentra con niños que juegan en el patio y tras ellos, una mujer le confiesa que en verdad el hombre fue asesinado por un ajuste de cuentas, a pedido de un tal Martínez.
La ley de Talión El cineasta Nelson Carlo de los Santos Arias, cuyo debut fue un tributo al escritor Roberto Bolaño con Santa Teresa & otras historias (2015), premiada en el 30 Festival Internacional de Cine de Mar del Plata, trabaja ahora sobre las diferencias religiosas de su país para ofrecer un estudio antropológico de la violencia civil en la comunidad dominicana. Cocote (2017) se centra en Alberto (Vicente Santos), hombre evangélico, que abandona temporalmente su trabajo de jardinero en casa de una familia adinerada de Santo Domingo para asistir al funeral de su progenitor en un pueblo costero. Pero al regresar a su viejo hogar descubre haber sido víctima de un engaño orquestado por las nuevas matriarcas de la familia. Así, las mujeres no sólo lo forzarán a presenciar los rituales sincretistas del entierro del padre que entran en conflicto con su religión; también le obligarán a vengar su muerte, asesinado por un policía corrupto. Nelson Carlo de los Santos Arias narra disruptivamente la historia durante los cinco días que duran los funerales por el alma del padre en una suerte de documental inducido que mezcla ficción con realidad, mostrando un país diferente al que puede verse en cualquier catálogo turístico y utilizando todo tipo de recursos cinematográficos. Desde un montaje alternado a encuadres imposibles pasando por el cambio de blanco y negro a color o la utilización de distintos formatos, todo sin una aparenre explicación, Nelson Carlo de los Santos Arias toma una serie de decisiones formales dando la sensación de que también son decisiones políticas acerca del tipo de cine que le interesa hacer. Un cine que se corre de todo sistema y donde el riesgo es el denominador común.
La selva oscura que late en el jardín El primer largo de ficción del realizador dominicano, premiado en el Festival de Locarno, tiene la riqueza de ser varias películas a la vez: una historia de duelo que es también un drama familiar, el retrato de una crisis de fe y un relato de venganza. Aunque el cine es una construcción subjetiva que no debe ser tomada como un reflejo absolutamente fiel de la realidad, ni siquiera en los géneros que trabajan directamente sobre ella como el documental, ante una película como Cocote, debut en la ficción del cineasta dominicano Nelson de Los Santos Arias, es difícil no sentir que de algún modo se está siendo testigo del espectáculo de la verdad. Hay algo de prodigioso en la forma en que este joven director ha decidido representar una historia de duelo que también es un drama familiar, el retrato de una crisis de fe y un relato de venganza. Una verosimilitud tal que consigue hacer olvidar durante buena parte de la proyección que se está ante una puesta en escena. Como si se tratara de un film rodado con cámaras ocultas que captan lo que le ocurre a un conjunto de personas reales, y no de personajes ficticios que responden al dictado de un guión. Cocote narra lo que le ocurre a Alberto, un jardinero que trabaja en un caserón de Santo Domingo cuando vuelve a su pueblito en el interior, una aldea selvática junto al mar Caribe, tras recibir la noticia del asesinato de su padre. Pero esa no es más que una excusa argumental que le permite a De los Santos Arias observar y retratar no solo el interior profundo de la cultura afroamericana para dar cuenta de las tensiones que la atraviesan, sino para hacer extensivo ese conflicto al conjunto de la sociedad dominicana. La película se convierte así en una excursión alucinada al corazón de la América insular, una experiencia cinematográfica con algo de aventura antropológica en la que una cultura ajena se abre para mostrar sus misterios, maravillas y zonas oscuras, pero con una potencia tal que es imposible terminar de saber si lo extraño está en lo que se ve o si por el contrario habita en la mirada del propio espectador. Eso convierte a Cocote en una experiencia paradojal ante la cual es inevitable no sentirse ajeno, pero sin dejar de intuir que hay algo familiar en el fondo de su historia. Un núcleo universal habitando en el retrato que De los Santos Arias hace de su propia aldea. El director potencia esa sensación a partir de las herramientas del cine. En primer lugar experimentando con distintos juegos formales, como modificar el ratio de pantalla, yendo del casi cuadrado 4:3 al más amplio 16:9; intercalando soportes de grabación para obtener diferentes texturas de imagen; o pasando de la brillantez de los colores en full HD a un contrastado blanco y negro. Todo esto permite detectar en De los Santos Arias un linaje cinematográfico que lo vincula con colegas como el mexicano Carlos Reygadas, el tailandés Apichatpong Weerasethakul o, por qué no, con el argentino Lisandro Alonso. Con ellos comparte cierta forma de observar y retratar un entorno que les es propio por el azar de la nacionalidad, pero que a la vez también les es ajeno desde lo social. A pesar de ese abismo de clase que separa al observador del observado, el director dominicano demuestra una sensible empatía con los personajes y la historia que ha decidido contar. Aunque no resulta sencillo descubrir una lógica narrativa que ordene todas esas alteraciones formales, las mismas encuentran distintos correlatos a lo largo de la película. Así se las puede vincular tanto a los diferentes modos en los que los personajes perciben la realidad, como al choque de opuestos que se produce entre el enorme jardín con pileta en el que trabaja Alberto y la aldea selvática donde se desarrolla el drama familiar que lo tiene como eje. Pero también a las tensiones que se generan entre distintas formas de espiritualidad, una profundamente asentada sobre las raíces de la ancestral cultura negra y la otra más cercana a la fe de los conquistadores, un cristianismo de perfil evangelista pero también transformado por la persistente influencia de la negritud. De Los Santos Arias consigue unir todos esos opuestos a partir de un principio de circularidad que se vuelve literal en el último acto. Ya sea desde lo formal, con un par de escenas en las que la cámara gira sobre su propio eje 360° para realizar un paneo panorámico, como desde lo narrativo, terminando con un plano fijo sobre la piscina de la casa donde trabaja el protagonista que es idéntico al que da comienzo a la película.
Por eso rezo Tras pasar por muchos festivales alrededor del mundo, incluido el Festival Internacional de Mar del Plata, el Festival de Locarno (de hecho fue la primer película dominicana presentada en la historia del festival) y el Festival Internacional de Cine de Toronto, Cocote llega a la Argentina y se proyectará desde el 31 de marzo en la sala Lugones. Una propuesta complicada. Alberto (Vicente Santos) es un jardinero de temple pacífico, que trabaja como jardinero en una mansión con una pileta enorme que refleja de alguna manera su carácter. Tiene que partir de Santo Domingo hacia su pueblo para presenciar los funerales de su padre, asesinado a manos de un policía por una deuda pendiente. Alberto es cristiano evangélico y su familia sigue practicando la religión de sus ancestros, que tiene muy marcada la figura de Jesucristo pero a la vez incorpora otros santos y figuras paganas. Los funerales son ruidosos, llenos de instrumentos de percusión y cánticos a los gritos, con los que Alberto debe convivir porque comparte con su familia el deseo que el alma de su padre encuentre la paz. Para reflejar este choque de religiones, su director, Nelson Carlo de los Santos Arias, utiliza una amplia gama de recursos estéticos muy diferentes entre sí: largos planos fijos y milimétricos planos secuencia, blanco y negro, color y sombras o la combinación entre fílmico y digital. Su director de fotografía, Roman Kasseroller, pone el foco más en las proyecciones de luz que en la prolijidad de los encuadres, alejándose del estándar que estamos habituados a ver. Otros dos elementos a menudo excluyentes que el director combina son ficción y documental. Para los ritos, y gracias al vínculo que había desarrollado con la gente del pueblo, instaló micrófonos en la casas para registrar, durante tres horas a lo largo de cinco días, los rezos y los misterios. Pero a la vez, estos rezos son una recreación, porque no se rezaba a un muerto real. Decía inicialmente que es una propuesta complicada. La problemática, la cultura, la religión, nos son completamente ajenos como argentinos. Y si además la propuesta no es clásica, cuesta mucho más involucrarse. En lo personal, se me hizo eterna y confusa, y los cánticos a los gritos se volvieron intolerables. Reconozco la propuesta y las intenciones, pero no es una película que vaya a gustarle a todo el mundo. Es más, posiblemente se le haga muy cuesta arriba al espectador habitué de cine clásico. Cocote. Para los dominicanos significa cuello o esperanza de que algo suceda. La esperanza de Alberto es vengar a su padre. La de de los Santos Arias es que el cine latinoamericano desarrolle su propio lenguaje.
El director Nelson Carlo de los Santos Arias se presentó hace dos años en el Festival Internacional de Cine de Mar del Plata con “Santa Teresa y Otras Historias” (2015), film que le valió un galardón al Mejor Guion. El año pasado volvió con “Cocote”, una película que cuenta la historia de Alberto, un jardinero de una familia adinerada de la ciudad, que regresa a su pueblo natal al enterarse de que su padre falleció. Y ahora llega a la Sala Leopoldo Lugones con ocho únicas funciones. Cuando Alberto llega a su hogar, se da cuenta de que su papá murió hace un mes a manos de un poderoso teniente de la zona por contraer deudas y que su familia lo convocó para realizar una serie de ritos con los que él no está del todo de acuerdo. Además, una de sus hermanas esperará que vengue a su progenitor. “Cocote” nos muestra de una manera no convencional cómo es la cultura de República Dominicana (a través de paisajes y conversaciones) y cuáles son los ritos que se realizan luego del fallecimiento de un ser querido. Aquí nos encontraremos con mucha música presente, elemento que significa una especie de catarsis para los asistentes. Asimismo, la temática religiosa será abordada de manera exhaustiva, sobre todo contraponiendo la fe del protagonista con las creencias (o descreencias) de su familia, un valor que pondrá en jaque a los implicados y servirá como un conflicto para dividirlos. De todas maneras, nos topamos con ciertos hechos que no se condicen con lo que venía ocurriendo en la trama, haciendo que se generen algunas incongruencias en el guion y cambien un poco la personalidad del protagonista, que tenía una posición determinada y de un momento a otro ésta se modificó. En relación a las cuestiones técnicas, existe un cambio constante del color al blanco y negro y de la relación de aspecto para presentar las imágenes de una escena a la otra, sin una razón narrativa aparente, pero con una decisión estética marcada. En síntesis, “Cocote” es un buen reflejo de la cultura dominicana, de sus creencias, rituales, violencia, aunque por instantes se sientan extensos los momentos en los cuales se abordan estas cuestiones. Con una estética interesante, existen ciertos aspectos del guion que no permiten que la película impacte de una mayor manera.
“Para mí el estilo es solo el exterior del contenido, y el contenido, el interior del estilo, como el exterior y el interior del cuerpo humano. Ambos van juntos, no pueden ser separados”. Jean-Luc Godard Entender el cine desde una perspectiva godardiana es interpretar las formas bajo un prisma que jamás interpela sobre las bondades del experimento, instantáneo (como su cine) y liberador. Godard sostenía su dialéctica en base a un universo de ideas e imágenes que intentaban profesar nuevas formas, las cuales parecían existir con el fin de resucitar la obra cinematográfica. Él creía que el cine, en parte, ya estaba acabado. Con la llegada de los 70 emprendió su peregrinación divina hacia una fe en el fílmico menos absoluta, y emancipado de ella forjó una unión sagrada con el video. Eso que parecía un disparate se transformó en disparador, haciendo que la mera experimentación estética pasase a un plano trascendente. Godard creía firmemente en la imagen, en el registro a 24 cuadros por segundo, sin importar el formato. Su cine siempre tuvo formas más allegadas al video, al experimento, que al fílmico -Imaginen Sin aliento (À bout de souffle, 1960) filmada en video y no hallaríamos mucha distancia. Hablar de Godard y su cine es expresar un triunfo involuntario. Esa visión (o trofeo, por qué no) sigue latente hasta el presente. Me atrevo entonces a decir que Cocote (2017) es legado y parte de ese enorme triunfo. Un manifiesto sobre la experimentación cinematográfica bien entendida, sin actos de artificio maleducado. Cocote ejerce dicha experimentación bajo conceptos godardianos y -paradojas aparte- los enumera de manera entomológica. Esos reglamentos, antes insospechados, transfiguran también ese mismo cine, pues aquel se metamorfosea con el paso del tiempo. El cine ante todo se adapta. Su realizador cambia del registro documental al fílmico y luego al digital, y del color al blanco y negro. Trabaja sobre distintas texturas y cuando puede esconde la cámara tras cortinas, bordes de muebles y hasta personas. Algunos primeros planos, en un elegante blanco y negro, nos recuerdan aquellas proezas pioneras y vírgenes de la Nouvelle Vague, entre diálogos y registros de lo cotidiano. La gracia es saber dónde y cuándo hacer los cambios de formato sin que resulte caprichoso; un deliberado cóctel estético. Por ello Cocote expone su lado documental cuando el registro de lo cotidiano, en ese pequeño pueblo extasiado por sus creencias (católicas, evangélicas) lo requiere. Como si la cámara, con su necesidad de transmitir el mundo, fuese único testigo de quienes con elocuencia nos hablan del mal rondando la zona. Por momentos ese dispositivo (la cámara) se vuelve objeto del mal, como si de un diablo voyeur se tratase: espía gallinas, cabras y perros que (nos) muestran los dientes en momentos donde la presencia humana es nula. La cámara entonces se vuelve signo del mal porque quizá no terminamos de entender ese mundo, tal vez jamás podríamos ser parte de él. Y si nos atrevemos a hablar del mal, de un mal que duerme mientras deja a los humanos hacer sus fechorías, podemos mencionar a Chabrol, otro influencer de la Nouvelle Vague. En su cine, plagado de asesinatos impunes y una sensación de muerte acariciando la nuca de cada ser bajo la lupa de la cámara testigo, el mal siempre triunfa. Cocote lleva a cuestas todos esos elementos. En el film – que mezcla involuntariamente las manías experimentales de Godard y las formalidades narrativas de Chabrol- ese acercamiento a un movimiento que sirvió como respuesta subversiva allá por los 60 no se torna ilógico. Con su tono tragicómico, rupturista, esquiva por momentos los conceptos clásicos que parece (el parece es una aclaración que remite al engaño) ir tejiendo en medio de algunas ideas que pueden alienar al público (se detiene por momentos muy extensos a indagar sobre cómo esa gente toma la religión y adapta su cultura a ella). Su fin, su cometido, se vuelve entonces netamente funcional. Ese todo nos recuerda que se puede hacer cine de manera novedosa, aún cuando muchas de sus ideas ya fueron plasmadas décadas atrás. Cocote cuenta una historia de venganza. Alberto, jardinero evangelista, abandona su trabajo para una acomodada familia de Santo Domingo. La excusa es volver al pueblo que lo vio crecer a partir de la noticia del fallecimiento de su padre. En medio de un paraje selvático que a veces resulta paradisíaco y otras salvaje e inhóspito, el protagonista se debatirá entre su fe religiosa y la posibilidad de enfrentarse a quien degolló, como gallina sin suerte, a su padre. Su familia le reclama no solo su fe, sino que tome las riendas y actué. En el transcurso del relato, Alberto será testigo de un largo ritual fúnebre, en un mundo casi olvidado por Dios y plagado de quienes claman por su divina presencia. Errante, y a la vez prisionero de sus decisiones y creencias, el personaje caerá en una espiral de oscuridad y violencia. Nelson Carlo de los Santos Arias construye un film que exhibe ciertas temáticas ancladas en el cine latinoamericano (religión, violencia, clases sociales, poder), pero escapando a formalidades evidentes como lo pintoresco y la denuncia (Ciudad de Dios es un claro ejemplo). Hay escenas contundentes filmadas con precisión, así como otras que defienden el poder del registro instantáneo e intuitivo del documental, sin reparar en su imperfección. Dicha contradicción estética, más que confundir agranda su potencial, entre el desequilibrio cinematográfico amateur y la habilidad profesional del experimentado.
Realizada con aportes de Alemania, Qatar y Argentina (uno de los productores es el austríaco Lukas Valenta Rinner, formado como Nelson Carlo de los Santos en la FUC de Buenos Aires), Cocote demuestra no solo el talento impar -parte intuitivo, parte cerebral- para la puesta en escena del director dominicano sino también la posibilidad de acercarse a temas habituales del cine latinoamericano (religión, violencia, diferencias de clase) sin caer en estereotipos, subrayados ni pintorequismos. Cocote es una película de mixturas: visuales (fílmico y digital, color y blanco y negro, múltiples texturas y formatos), formales (ascéticos planos fijos y coreográficos planos secuencia); sociales (comienza y termina en la piscina y jardines de una casona de clase alta, mientras que el corazón del relato está ambientado en un más que humilde pueblo costero del sur), étnicas (la cultura blanca y la cultura negra) y religiosas (lo católico, lo evangélico y el sincretismo). Con todos esos elementos, contradicciones y matices Nelson Carlo de los Santos Arias construye un film de espíritu tragicómico, que aborda problemáticas extremas (como el ojo por ojo, la violencia armada en manos de civiles a los que ni las fuerzas de seguridad se animan a enfrentar) sin caer en la solemnidad e incluso con sorprendentes dosis de humor negro y absurdo. La trama principal tiene que ver con el regreso de Alberto (Vicente Santos), jardinero evangelista que trabaja para una familia acomodada de Santo Domingo, al pueblo natal, donde su padre acaba de ser degollado por un influyente y poderoso referente de la zona. Mientras las mujeres de su familia le piden (le exigen) que vengue la muerte de su progenitor se ve forzado a participar de una serie de rituales (de varias horas por día durante 9 jornadas) con rezos, llantos y cánticos al ritmo de los tambores que remiten a la cultura afroamericana. La película de la sensación por momentos de ser un poco caótica y desprolija, pero con el correr de los 106 minutos, en la acumulación de ceremonias religiosas y la interacción entre los diversos personajes, se va construyendo un universo tan desconocido (para nosotros) como fascinante, envolvente y seductor, incluso cuando la tensión de la venganza esté siempre latente. El cine dominicano, de la mano de Nelson Carlo de los Santos, llegó para quedarse.
"Cocote" es una película histórica para la filmografía centroamericana. Fue la primera cinta dominicana presentada en la historia del prestigioso festival de Locarno y también tuvo participación en Toronto, Hamburgo, San Sebastián, Lisboa y Mar del Plata. Se presenta en exclusiva, desde esta semana en dos salas, el Gaumont (a las 17:30 diariamente) y en la Sala Lugones (21:30). Una auténtica sorpresa para el cinéfilo degustador de ofertas fuera de lo común. Mucho se ha escrito sobre "Cocote" y yo debo confesar que cuando llegué a sala, tenía muchas referencias previas sobre lo que iba a presenciar. Quizás más de las adecuadas. Auspiciosas, en su mayoría. Y lo que sentí, a medida que se iba desarrollando la historia, era que la forma en que Nelson Carlos de los Santos (el director) construye el relato, ofrece un guión no tan pulido, pero de base popular, antropológica y potente. Podremos discutir mucho sobre si las secuencias de rezos y ritos paganos que plagan el film son o no necesarias. Y también si la perspectiva de la fotografía es la adecuada para lo que se intenta transmitir. Eso, sin incluir que quizás ésta sea una película donde el nivel actoral tampoco sea descollante. Sin embargo, cuando tenés la predisposición de sumergirte en ese universo rural y misterioso, en esa relación estrecha entre vida y muerte, mediada por lo religioso, todo se ve desde otro lugar. Esta es la historia de Alberto (Vicente Santos), un jardinero tranquilo, evangélico, que trabaja en una mansión de gente acomodada. Tiene una vida rutinaria y confortable en el lugar donde está. Cierto día le avisan que su padre ha muerto y que debe regresar a presentar sus respetos a su pueblo natal. La cuestión es que su papá, no murió de muerte natural. Fue asesinado por un personaje singular del lugar, al que se le debía dinero. Cuando Alberto regresa a sus pagos, la familia tomará cartas en el asunto e impulsará un operativo "clamor" para que él se vengue del asesino de su padre. Pero Alberto, es otro hombre ahora. Además de sus principios religiosos, realmente su vida es otra y no tiene mucho que ver con el mundo donde giran sus vínculos familiares. Y encima para complicar más las cosas, él no tenía una relación de cercanía emocional con su padre. Pero el debate moral es fuerte y se instala. Y además, se suma lo religioso. La familia organizará un evento para recordarlo y es entonces que la cinta transitará por ese homenaje a su papá durante varias jornadas, en las cuales, las oraciones serán centrales en esa función. "Cocote" integra varias líneas de acción para el espectador. Propone debatir la cultura de la zona, sus valores y creencias religiosas. Ofrece un material genuino y crudo para mirar un universo particular. Impulsa un mix extraño donde por momentos el público parece estar en presencia de un registro cuasi documental, con mucho tiempo de contemplación y una estructura que coquetea con lo real todo el tiempo. Eso puede jugarle en contra al público más "mainstream" en el visionado. En resumen, "Cocote" es una propuesta directa, intensa y original. Su formato quizás ostenta poco equilibrio. Sin demasiadas luces en las líneas que cada personaje trae (aunque con mucho humor, extraño y a la vez muy eficiente), pero con el poder narrativo suficiente para generar revuelo. Santos Arias plantea una realización destacada para su geografía y celebramos el hecho de que pueda conocerse en Buenos Aires, (Argentina la coprodujo) donde el egresado de la FUC comparte su segundo trabajo (el primer largo fue un documental) con colegas y espectadores en el ámbito donde cursó sus estudios.
Esta sorprendente película dominicana –que se estrenará en la Sala Lugones en solo ocho funciones, todos los días a las 21.30 a partir del sábado 31 de marzo– es uno de los filmes latinoamericanos más originales y creativos de los últimos tiempos. Cuenta la historia de una venganza familiar pero en un tono alejado de cualquier convencionalismo narrativo o estético. No hay muchos filmes como COCOTE, una suerte de experiencia cinematográfica que observa, analiza y transmite a flor de piel los conflictos religiosos, sociales y políticos de su país (República Dominicana) de una forma alejada de cualquier convencionalismo, mezclando lo que sería una suerte de ritual religioso casi con la forma de un musical con situaciones de humor absurdas para contar la historia de una venganza familiar. A mí no me había terminado de convencer su radical adaptación de Roberto Bolaño de su opera prima, pero COCOTE engancha desde el primer texto en off en el que se escucha a un hombre ofrecer productos comerciales a cualquier persona que pruebe la existencia de Dios. Y Dios será un tema central en el filme, especialmente las diferentes maneras de entender su figura de acuerdo a las distintas religiones. Alberto trabaja como jardinero en una famila de clase alta y es evangelista. Cuando se entera que han matado a su padre regresa a su pueblo y su familia quiere que se vengue de esa muerte. Pero sus creencias se lo impiden. Ellos, en cambio, devotos de cruzas religiosas más propias de América Central (santería de origen yoruba) no ven con malos ojos esa venganza y tienen sus rituales religiosos un tanto más creativos y espirituales que los evangelistas para intentar que eso se produzca. Pero la situación es compleja, además, porque al padre lo mataron por contraer deudas con peligrosos gángsters y no solo es la religión la que lo hace dudar a Alberto de meterse con los asesinos. De todos modos, la película no intenta construir una trama policial convencional con su historia, si bien la tiene como eje narrativo. Nelson parte de estas circunstancias para armar una cruza de drama familiar y social contado casi como un cuento de espíritus, danzas tribales, tambores, bailes y conversaciones absurdas, especialmente ligadas a noticias que se escuchan por televisión, lo que le dan al filme una bienvenida ligereza. Se han hecho comparaciones con el cine de Glauber Rocha y son bastante justas. Es por ahí que circula la apuesta del realizador dominicano. COCOTE (lo que en Argentina llamamos “Cogote”, en referencia a la forma en la que el padre de Alberto murió, ahorcado) cumple con la consabida tarea de pintar su aldea de la manera más original y menos convencional posible, metiendo la cámara en sus conflictos religiosos, sociales y políticos y haciéndola bailar en medio de todos ellos.
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La escalada triunfal de Cocote en los festivales, incluido el de Mar del Plata, es un signo saludable para una cinematografía en crecimiento. Nelson Carlo de los Santos Arias se anima a pasar por encima ciertas convenciones narrativas y construye un cuadro mixto en el que alterna la historia propiamente dicha con un registro documental de rituales, supersticiones y creencias religiosas. Tal sincretismo es mostrado desde una organización caótica que se estructura en partes, con segmentos intensos, largas secuencias festivas y momentos de humor. Todo lo anterior está atravesado por un tono naturalista cuya mirada proyecta pesimismo: no hay forma de evitar la violencia en un país donde las diferencias sociales son insalvables y no existe un marco de legalidad posible. Los dos planos que abren y cierran la película son elocuentes. Vemos una casa de ricos, una mujer que llama al jardinero como si fuera un perro y luego una fiesta donde la dueña canta patéticamente una especie de bolero. Allí trabaja Alberto, el protagonista. Cuando recibe un llamado de la familia, debe viajar a Oviedo. A partir de entonces comienza un calvario donde deberá contraponer su fe evangélica a las creencias del resto y hacerse cargo de una venganza por la muerte de su padre en manos de un militar de la zona. Durante la estadía en el lugar, Alberto tratará de no tentarse a involucrarse en un episodio de violencia. El director alterna este martirio con imágenes televisivas, algunas grotescas, en las que se desprende la idolatría hacia figuras religiosas e incorpora escenas de bailes, sacrificios y funerales. A medida que transcurren las horas, la tensión va en aumento y el protagonista queda preso entre sus convicciones y las presiones para que se haga cargo de la venganza, situación que se dilata más de lo aceptable. El problema principal aparece cuando el director se muestra por sobre la situación y los personajes, es decir, cuando ostenta su virtuosismo con movimientos de cámara innecesarios, cambios de formato o pasajes del color al blanco y negro para cortar diálogos intensos. Son varios los tramos donde se interrumpe el clima dramático por decisiones cuya finalidad no es otra que la afectación. En Santa Teresa y otras historias, su película anterior, el procedimiento estaba justificado por el carácter experimental de la propuesta. Aquí se aproxima más a la pose. Sin embargo, hay que destacar la fuerza que transmiten las imágenes en términos generales para construir esa mezcla de lo cotidiano con la devoción desenfrenada. Volviendo al marco que envuelve la historia y que involucra esos dos planos referidos al jardín que rodea una mansión, el lugar de trabajo de Alberto, cabe pensar en su inclusión como un universo aparte, ajeno a todo el calvario que ocupa el nudo de Cocote. Es un mundo material encuadrado a la distancia por el director porque no hay manera de pertenecer a él. De allí la frialdad y la frivolidad que transmite. Más allá está el pueblo, la gente real, la que vive en la pobreza, inmersa en la violencia y en la ceguera de sus convicciones, marginados y a la deriva. Con justicia, la cámara se acerca y baja al infierno familiar diario, con sus conflictos eternos y sus despojos para plasmar un destino inevitable. Cuando el pecado es de omisión, la muerte es moneda corriente. Por Guillermo Colantonio @guillermocolant