Inundadados Cuerpos de agua (2014), de Juan Felipe Chorén, mezcla la ficción con el documental para contar las trágicas inundaciones que en 1985 dejaron bajo el agua a 4.5 millones de hectáreas bonaerenses y la poblada que el 19 de noviembre de ese mismo año evitó que la ciudad de Bolívar desapareciera del mapa. La docuficción del escritor y cineasta Juan Felipe Chorén aborda de manera original la inundación ocurrida en 1985 en la provincia de Buenos Aires. En una primera parte presenta el conflicto a través de testimonios de los protagonistas, grabaciones televisivas de la época y la recreación ficcional de algunos hechos. Mientras que la segunda se centra en el levantamiento de los pobladores que dinamitaron dos tramos de la ruta 226, para así evitar que el agua hiciera desaparecer la ciudad. Ambos segmentos del film bien pudieran funcionar como dos películas independientes entre sí, pero en este caso lo hacen complementariamente para contar todas las aristas de una misma historia. En uno hay una construcción narrativa y estética mucho más personal, con toques de "cine autoral", donde se mezclan relatos en off del pasado, con testimonios tomados en la actualidad y escenas recreadas sobre las consecuencias personales provocadas por las inundaciones. Contrariamente en el otro, Chorén juega más con los géneros cinematográficos, trabajando la trama como un policial o thriller para, desde la voz de sus protagonistas y el material archivo, narrar la poblada del 19 de noviembre y sus consecuencias. Cuerpos de agua tiene lo que a muchos documentales les falta: una concepción cinematográfica diferente que se aleje del típico formato televisivo. Chorén logra construir una docuficción que, más allá de de lo que cuenta, es interesante por cómo cuenta lo que cuenta. Y ese es un valor agregado que merece ser rescatado, sobre todos en momentos donde el cine documental parece priorizar los contenidos por sobre las formas.
A mediados de los años ochenta, millones de hectáreas fueron anegadas como consecuencia del desborde de ríos y lagunas en la provincia de Buenos Aires. El agua cubrió la totalidad de la ciudad de Bolívar y permaneció por casi dos décadas en esos suelos, dejando los campos totalmente improductivos. El director Juan Felipe Chorén logra un documental que no sólo muestra esos destrozos de la naturaleza, sino que también enfoca su cámara en esos ganaderos, peones, concejales y gente simple que perdió todo. Documental sin duda elocuente de aquellos años de tristeza y de angustia, Cuerpos de agua es un fiel retrato de esas ciudades inundadas. Pero fundamentalmente es un canto a la decisión de pobladores arrinconados por una naturaleza hostil que los jaqueó durante años. Sobre la base de excelentes primeros planos de rostros carcomidos por el temor, de torrentes líquidos y de pueblos transformados en míseros caseríos, este documento habla bien a las claras del sufrimiento de esa gente que debió, durante décadas, esperar una ayuda que nunca llegó y una esperanza que poco a poco se fue marchitando.
Evocación de desastres sin solución definitiva Hace más de un siglo, el sabio Florentino Ameghino propuso un detallado plan de trabajos de nivelación y excavación de canales de desagües en la Cuenca del Salado, para evitar el desborde de varios ríos bonaerenses y sus consecuentes inundaciones. Desde entonces hubo temporadas lluviosas como la de 1978, con sus nueve inundaciones seguidas de sequía intensa, y asuntos sucios, como la distracción de dineros del Fondo Hídrico Nacional originalmente destinados a un plan maestro de canalización y remoción de obstáculos, algo que hubiera salvado del desastre a San Antonio de Areco. Pero nunca, soluciones definitivas. Esta película evoca una patriada de pueblo chico, en medio de una de las peores catástrofes. Pasó en noviembre de 1985. En dos semanas, el agua de las lagunas "encadenadas" convirtió los campos en mar, arrasó Epecuén y asoló Carhué y Guaminí. Entonces algún inteligente mandó cerrar las compuertas de un canal, derivando el peligro hacia otro lado. Ese otro lado era la ciudad de Bolívar. Forzada por el terraplén de la ruta 226, cuyos constructores habían olvidado hacer los debidos pasos de escurrimiento, el agua no tenía otro camino. Un grupo de pobladores decidió entonces hacer una operación comando totalmente ilegal: consiguió dinamita y así abrió dos brechas en el terraplén. Eso permitió derivar parte del agua y reducir su velocidad, que de este modo apenas afectó algunas partes de Bolívar. Los chicos de entonces recuerdan el entusiasmo con que se pusieron a pescar mojarritas en la vereda. Esta película registra a los mayores, que recuerdan aquello como un drama. La desesperación de los días previos, la angustia de los productores rurales, la comprensión de algún acopiador y el aprovechamiento de otro, capaz de estafar a los que ya venían perjudicados, la depresión de quien perdió todo, el nerviosismo de las dos comisiones formadas para enfrentar la crisis, la discusión con el gobierno provincial que mandó recomponer la ruta y apresar a los dinamiteros, entre ellos el propio intendente, el apoyo inmediato del pueblo, y en medio de todo esto la muerte de un funcionario municipal, arrastrado por las aguas. Juan Felipe Choren, escritor, poeta y hombre de teatro, vivió todo eso cuando era chico. Acá lo evoca, y evoca a su padre agobiado por las pérdidas. Entonces, en sus manos, "Cuerpos de agua" entremezcla el registro documental, los testimonios de víctimas y protagonistas, y el poema melancólico de amor y tristeza por el ser querido que perdió la alegría. Agrega también la escenificación de un episodio cruel de cacería, y el llamado de alerta: las imágenes aéreas de vastas tierras inundadas que se ven en esta obra no son del 1985. Son actuales.
Pinta tu aldea... Todo pasa y todo queda, podría ser el lema de Cuerpos de agua, el documental de Juan Felipe Chorén que cuenta el lado humano de una inundación sin igual, la que hace 30 años castigó a varios pueblos de la llanura pampeana. En 1985 Epecuén, Carhué, Guaminí y sus alrededores eran páramos sitiados, millones de hectáreas sumergidas y el agua amenazaba a Bolívar, la ciudad del director. Con el tono íntimo de quien se sabe parte, con los recursos poéticos de un autor que se pone en la piel de los suyos, la película avanza en varios planos superpuestos. Cuenta la tragedia de los productores, las miserias de algunos acopiadores, la precariedad de los obreros y la pueblada de Bolívar, cuyos habitantes volaron la ruta 226 para que no los tape el agua. Un relato emocional que iba a ser novela y que, a partir de un mosaico de historias confundidas unas y otras, se convirtió en un testimonio del pasado y del presente. Y cómo no, si el agua dejó campos anegados por más de 20 años, si los productores tuvieron que vender, si los bancos “les tiraban salvavidas del plomo”. El insomnio, las ejecuciones de tierras, y de hombres, las separaciones, los exilios. Ronda siempre la posibilidad del suicidio, del asesinato. Pero también hay lugar para las reivindicaciones. Figuras como la de Alberto Carretero, ex intendente de Bolívar, artífice de la voladura de la ruta, o Juan Carlos Bellomo, ahogado, mártir de la pueblada que salió a parar al Ejército enviado a reconstruirla. ¿Cómo iban a rehacerla si la explosión fue festejo, si el agua se iba? Historia de una catástrofe, con gente común, héroes y traidores.
El difícil desafío de mostrar la desesperación de los hombres frente a las inundaciones de mediados de los ochenta y la pueblada que culminó con la decisión drástica de dinamitar la ruta nacional 226 como única salida para que la inundacion no arrase con la ciudad de Bolívar. Testimonios íntimos, protagonistas, el desarrollo de la decisión, las víctimas, la muerte y la voluntad de enfrentar al poder central indiferente.
Salvavidas de plomo Varias corrientes narrativas o ríos que confluyen en el mismo margen son los afluentes más originales y dignos de un documental que se atreve a la ficción y rompe el molde de lo que podría haberse sintetizado en un recuento sumario de testimonios y material de archivo para narrar desde otro lugar, y asumiendo la condición de autor, la historia de una inundación acaecida hace tres décadas –más precisamente 1985- y que anegó a varias ciudades como Epecuén, Carhué, Guaminí, con millones de hectáreas sumergidas y la amenaza latente sobre Bolívar, la ciudad del director. Un relato donde chacareros y pobladores además de haber quedado sepultados por el agua lo perdieron todo y la fuerza de la naturaleza demostró una vez más su furia y su distancia infranqueable con la condición humana como parte de un conflicto que parece no tener mediadores o soluciones. Tampoco se puede modificar o arreglar la miseria de los hombres cuando pretenden sacar tajada del dolor ajeno o se aprovechan de la desesperación para acopiar riquezas o recursos en detrimento de los padecimientos de las víctimas. Bolívar fue un ejemplo, para ese entonces, de resistencia popular ante el peor panorama tras los embates de la inundación, la desidia de los poderosos y la falta de solidaridad en muchos niveles. Su relato antes y después del agua fluye desde los testimonios desgarradores y cada uno de esos micro universos contiene el argumento básico de una tragedia familiar. Esa es la principal vertiente que alimenta desde la docuficción Cuerpos de agua, de Juan Felipe Chorén, quien en base a una estética muy personal y a riesgos en la puesta en escena reconstruye más que desde lo cronológico desde las sensaciones y emociones la crónica de lo que fue considerado uno de los mayores anegamientos de la historia de la provincia de Buenos Aires. Desde textos que le piden prestado a la poética de las palabras el recurso para calar hondo en el espectador hasta un puñado de testimonios lo suficientemente ilustrativos para ampliar la mirada sobre las causas y las consecuencias, Cuerpos de agua se diferencia de otros documentales por apelar a la fuerza de sus imágenes y sobre todo de esa voluntad que ante cualquier catástrofe natural emerge por capricho. Resulta casi inevitable no trazar un paralelismo entre aquella inundación que llevó a un pueblo a tomar la drástica decisión de volar con dinamita la ruta 226 para evitar el avance del agua y de ese alud mortal con las imágenes de los noticieros de la actualidad cuando la lluvia asola y la indiferencia de los gobernantes sólo arroja salvavidas de plomo.
Durante la década del 80 hubo una gran inundación en Buenos Aires que afectó a los argentinos en general,y a los de esta provincia en particular, con distintos estragos según la región. Quien escribe recuerda a ese San Pedro con playas tapadas por el agua que llegaba casi al pie de la barranca. Las imágenes vienen solas a la memoria, aisladas. Como si la mente hubiera querido borrar o cortar algunos fotogramas para dejar cuadros como ese largo puente que une Baradero - San Pedro con el agua casi llegando a las vías, vista desde la ventana del tren. Por suerte para los desmemoriados Juan Felipe Chorén avanzó en “Cuerpos de agua” con una investigación que se adivina exhaustiva, profunda, llena de material, pero sobre todo cargada con cierto aire de tristeza legendaria. El director posó su mirada sobre la zona de Bolívar de aquellos años para recordar cómo a partir del avance irrefrenable del agua la historia de la gente se vio afectada hasta cambiar sus vidas para siempre. A través de un texto evocador y contundente, vamos conociendo un aspecto general mientras la edición se va deteniendo en algunos personajes que cuentan su experiencia desde el que perdió algo hasta el que perdió por completo, aunque el contexto deja muy claro que aquella vez perdimos todos frente a la implacable fuerza natural y la desidia de un estado que nunca tiene un plan “A” de contingencia y al no haber capacidad de anticipación (ni entonces, ni ahora), pues todo depende de la solidaridad y de la buena voluntad de la gente. El texto va allanado con pericia el camino que lleva al momento más duro, cuando los habitantes de Bolívar decidieron dinamitar la ruta 226, ante la desesperación por un lado y la falta de reacción estatal por el otro. “Cuerpos de agua” basa lo mejor de su estructura en la evocación seguida de la acción sana y necesaria de la investigación. Es allí, con algunas sutilezas y decisiones de contenido, donde el espectador puede apoyarse para tener una versión clara y concisa de esta parte de la historia. Un documental que no necesita atacar a nadie en particular, porque las huellas que el hecho dejó sobreviven hoy con la vigencia suficiente Una obra que deberían ver todos los espectadores, en especial aquellos a cargo de manejar estas situaciones, no sólo para aprender del pasado, sino para evitar en la gente la sensación de ausencia y abandono.
Historias extraordinarias Las inundaciones ocurridas en la provincia de Buenos Aires en 1985, más específicamente en la zona de la localidad de Bolívar, son el principal elemento del que se nutre Cuerpos de agua, muy interesante documental de Juan Felipe Chorén, que por un lado exhibe una notable investigación periodística alrededor del suceso -que tuvo connotaciones épicas- y por otro la voluntad del realizador por no quedarse sólo en la mostración documentada del episodio y convocar un espíritu más autoral tanto formal como narrativamente. Y si bien puede que los 108 minutos sean un poco excesivos y a veces la parte ficcional no termine de cuajar completamente con el informe y las entrevistas a los habitantes de aquella ciudad, Cuerpos de agua tiene el gran logro de convertir su tema en un elemento dramático y emocionar al dimensionar perfectamente el hecho. Aquellas inundaciones tuvieron sus peculiaridades. Por un lado, la propia del desastre que arrasó con viviendas y dejó pueblos totalmente sumergidos, pero por otra parte la acción de los habitantes de Bolívar que ante la posibilidad de que su ciudad siguiera igual destino tomaron decisiones por encima de las autoridades políticas del momento, como dinamitar la Ruta 226 para posibilitar que el agua escurriera hacia otros destinos. Cuerpos de agua va progresivamente ingresando al espectador en ese clímax, aunque antes se detiene en sucesos particulares y en experiencias de vida. Chorén divide su documental en dos partes ostensibles. En una de ella tenemos la narración del episodio sostenida en relatos a cámara e imágenes de archivo. En la otra, una sucesión de voces en off de marcado corte literario, que convierten el drama íntimo de quienes sufrieron las inundaciones en una suerte de continuación bonaerense de aquellos cuentos de Quiroga: son historias de locura y muerte, tragedias inmensas de vidas simples contaminadas por ese agua que sacó a la superficie -tal vez- un submundo de impotencias y dolores enterrados en la tranquilidad de la vida pueblerina. Ese costado del documental, seguramente el más riesgoso, tiene a su favor el hecho de que Chorén sabe de lo que está hablando y no lleva el asunto más allá de lo decible: son textos de una poesía intrincada y oscura, que traducen acertadamente el espíritu netamente pesimista de esos personajes, protagonistas de un drama pasado por agua. Y si bien puede ser que en algunos momentos la apuesta poética del director se resienta un poco y las historias comiencen a girar en vacío, Cuerpos de agua tiene todavía para contar el desenlace de aquella historia, las horas tensas en las cuales la ruta fue dinamitada ante el apremio del agua que avanzaba y las autoridades que amenazaban. Esas instancias en el documental adquieren la textura del thriller, tienen esa aspereza y esa velocidad, y renuevan el interés del espectador. Ahí se luce el trabajo de montaje y sonido, y Chorén se confirma como un excelente documentalista, capaz de seleccionar las imágenes justas que le brinda el archivo, poetizar alrededor de ellas e incluso adosarle la épica trágica, y convertir a sus personajes en sujetos no sólo del contexto histórico, sino políticos. Como el agua que avanza, el documental poco a poco acumula en su orilla la denuncia a la desidia institucional que -se ve- no es nueva. Más allá de sus partes no del todo acertadamente ensambladas, Cuerpos de agua es un muy interesante trabajo que cumple con aquello que el documental debe cumplir, y más.