Este más que digno thriller judicial (con toques noir) está basado en la primera de las cuatro novelas sobre el abogado Mick Haller escritas por el nuevo rey del género (¿el sucesor de John Grisham?) Michael Connolly (a él le gustaría ser considerado, seguro, la reencarnación de Raymond Chandler). Matthew McConaughey es el encargado de interpretar a este abogado canchero, cínico, habituado a pequeñas trampas y a tomar casos difíciles, que intenta hacer una buena diferencia económica defendiendo a un chico rico de Beverly Hills (Ryan Phillippe) acusado de golpear a una prostituta. La cosa, claro, será bastante más seria y peligrosa que eso. Hay decenas, cientos (¿miles?) de films sobre juicios, testigos que aparecen a último momento, presiones de todo tipo en el ámbito policial/legal, personajes que no son lo que parecen e inesperadas vueltas de tuerca. En ese sentido, Culpable o inocente no ofrece nada demasiado novedoso. Pero se trata de un entretenimiento de suspenso bien construido (el encargado de la transposición es John Romano, de la serie Monk), bien narrado por Furman () y sostenido por un brillante elenco de actores secundarios (la gran Marisa Tomei, Josh Lucas, Frances Fisher, William H. Macy, John Leguizamo, etc.) que tienen muy buenos momentos para poder lucirse. Un film que podría ser etiquetado como menor por adscribir a ciertas fórmulas genéricas, pero que no por eso deja de ser inteligente y disfrutable a la vez.
Que la inocencia te valga Culpable o inocente (The Lincoln Lawyer, 2011) es una película de abogados. Esa es la forma más fácil de definirla a la hora de otorgar una información concisa y práctica para aquel espectador que decida ir al cine. El film es principalmente un thriller, con ingredientes conocidos, pero que no defrauda en absoluto y con un protagonista que vale la pena conocer. Mickey Halley (Matthew McConaughey) es un abogado penal que representa a aquellas personas que otros rechazan por cuestiones éticas. Su profesión lo posicionó en un lugar cínico: aprovechando las fallas del sistema judicial y sus defectos Mickey arregla sus casos manipulando gente y engañando incluso a sus clientes. Gracias a su fama consigue representar a un joven millonario acusado de golpear a una prostituta, pero su investigación sobre el caso no resultará la esperada, y se encontrará con un oponente tan sagaz como él, que lo ubicará en un lugar sin salida. Mickey trabaja para hacer justicia pero en su accionar bordea el límite entre lo correcto y lo cuestionable. Dicha cualidad es fundamental para completar la trama del film, si bien varias veces se redunda acerca del proceder del protagonista para que el espectador no tenga dudas al respecto. La película convierte a Mickey en un rival difícil de vencer: astuto, rápido, carismático; sin embargo el director produce un giro argumental en el cual será una de sus principales debilidades las que pondrán en juego su carrera y hasta su vida. Culpable o inocente es uno de esos films en donde no se puede adelantar gran parte del argumento sin estropear la intriga y es por eso que la información en esta nota puede resultar acotada. Sin embargo, sí se puede mencionar que el film se propone descubrir ciertos vericuetos del sistema judicial que, llevados a la práctica pueden perjudicar a inocentes o favorecer culpables. La película se centra en un personaje que sufrirá una transformación a nivel profesional y por la cual deberá pagar un precio alto. Es en la combinación entre lo general y lo particular que el film consigue su eficacia. Si bien muchos elementos para manejar el suspenso y la intriga son típicos de cualquier thriller, la trama se las rebusca lo suficiente para que el interés se acreciente. Podría cuestionarse cierto exceso de información que, en ciertos momentos, puede desconcertar; y también cierta manipulación para hacer del protagonista un héroe. Dado que desde el argumento se pretende utilizar la mala fama de los abogados para construir este personaje, dicha idea podría haberse continuado y hacer una trama aún más solida y coherente con la propuesta original. Aún así, el film no pierde credibilidad y el personaje logra convencer a cualquier audiencia.
Revisando mis últimas críticas en la página, noté un factor común que sinceramente me resulta un poco cansino. Resulta que en este tipo de películas que obedecen los más férreos parámetros del “mainstream”, si bien, por un lado, resulta notoriamente evidente que no se puede esperar un trabajo demasiado "incisivo" sobre lo que sea que se haya elegido para contar; por otro lado, tampoco se puede evitar notar que la despersonalización de los protagonistas es cada vez mayor, y (valga la redundancia) cuanto mayor es esta, por tal o cual motivo, mayor es el poder que se le otorga para gozar protagónicamente de una carta blanca moral que lo habilita a una mayor identificación con el espectador. Es decir, a grandes rasgos, que, quizás, si conociésemos un poco más a nuestro personaje, probablemente no aceptaríamos con tanta inmediatez los juicios sobre el bien y el mal que nos propone. Esto, justamente, hoy en día, rara vez es trabajado. Uno de los últimos casos excepcionales donde se nos muestra la fragilidad del trasfondo moral de un personaje repleto de contradicciones, oscuridades, angustias, odios, temores (es decir, un verdadero ser humano); y un trabajo de montaje donde esta multiplicidad de facetas se maneja a través de interesantísimos simbolismos es, por ejemplo, Petróleo Sangriento. En esta magistral película el espectador es llevado hasta el final a través de los cavernosos caminos internos del protagonista (genialmente interpretado por Day-Lewis), donde la oscuridad paulatinamente comienza a predominar y donde finalmente el espectador es obligado a confesar a ciencia cierta que, como Hitchcock demostró en Psicosis, esa identificación con un personaje tan oscuro (como lo fue, en su momento, el legendario Norman Bates) sólo es posible si este también posee esa oscuridad adentro, por mucho que le pese y le cueste admitir. Y, de hecho, le cuesta admitirla por ver, hacia el final, lo que es capaz de hacer esa persona en cuya piel se encontró inmerso. Claro está que, como cualquiera se debe haber percatado hasta aquí, poco tiene que ver esto con la presente película. Así, nos encontramos en la piel de Mick Haller, un abogado que se pavonea (como muy bien sabe hacer el eterno “meat-loaf” de McConaughey) de acá para allá en su antiguo coche Lincoln (véase el título original), cosa que de por sí, teniendo en cuenta la edad de nuestro protagonista y al ver que el film se sitúa diegéticamente en la actualidad, resulta un tanto extraña y no “pega” demasiado con el protagonista. Dicho automóvil, al menos al comienzo, es conducido por un muchacho de color (no importa la época, no importa la situación, es una constante la noción de servir al hombre blanco) que luego durante un buen rato no vemos más. Cuestión que el tipo se pasea con el coche haciendo lo suyo: negociando para liberar delincuentes livianos, haciendo tramoyas varias, y todos esos gags que ya conocemos. Es una suerte de “abogado sucio” que defiende gente medianamente pesada, ya que resulta que su papá le dijo una vez hace mucho que es muy difícil defender gente inocente porque nunca se tiene certeza de dicha inocencia. Ese, justamente, es el punto más alto de lo absolutamente poco que sabremos de nuestro protagonista, a la par del cual se sostiene una ex-esposa, Marisa Tomei, que juega al soy y no soy; una hija que no tiene ni rostro ni voz. Repentinamente, al muchacho se le empieza a caer todo el sistema ya que se entera que está defendiendo a alguien (Ryan Phillipe, por el amor de Dios, dedicate a ser modelo y nada más) que cometió un asesinato por el cual él mismo encarceló injustamente a otra persona equivocada (y además, latinoamericana por supuesto) tiempo atrás. A partir de allí, la película se hunde durante un buen rato ya que el protagonista, por un lado carece de un verdadero antagonista. Por un lado está el mencionado rubiecito cuyo peso actoral es casi nulo y no vemos directamente ninguna de sus maldades, y por otro está el de Josh Lucas (el fiscal) que se la banca bastante bien, pero se lo despacha muy rápido. En el medio está lo mejor de la película, en la piel de William H. Macy, el investigador de Haller, cuya muerte en manos de su defendido es lo que produce la crisis del abogado en torno a “el bien y el mal”. Hay que reconocer que la estrategia del argumento, para mostrar como el abogado utiliza su conocimiento de trampas y atajos para liberar al acusado (y enemigo); valiéndose del fuera-campo, resulta un tanto interesante, al menos en el vilo de la expectativa acerca de cual será su accionar al respecto de las circunstancias. Pero el problema fundamental es la reflexión rancia y perezosa que el film trata de hacer respecto al tema del bien y el mal, de la culpabilidad y la inocencia. Esto, si se quiere tratar, no debe limitarse únicamente a que su personaje salga airoso o un repentino cambio de parecer en cuanto a la moralidad que este tenía desarrollada, sino algo que a partir de su persona apunte a interrogantes problemáticos en torno a la cuestión. Y esto no significa que la película, para hacerlo, no pueda obedecer férreamente a un género o no pueda ponerse al servicio del más concreto “mainstream”. ¿O acaso no vemos, en la última de Batman, de Chistopher Nolan, una cantidad innumerable de matices entre el bien y el mal, entre la ley y la moral, entre la locura y la cordura, trabajados a través de sus personajes, en pos de una transposición de un comic masivo, exhibido con bombos y platillos a escala mundial? La conocida frase “no podemos pedirle a un película de género más de lo que su género implica”, aún no me la trago. La moral resultante aquí, sin embargo, es obvia: según producciones como estas por más malo que se haga el abogado, por más “callejero” que se muestre, a la hora de los bifes se va a decidir por la verdadera justicia. En el fondo es bueno y no hay nada que temer, ya que todos los abogados trabajan para meter a los malos presos.
Basado en el bestseller de Michael Connelly (segunda obra del autor adaptada a la pantalla grande, Clint Eastwood fue el encargado de la primera en la decepcionante "Blood Work"), "The Lincoln Lawyer" es un solido y entretenido thriller judicial, un subgénero medio olvidado que alcanzó su máximo esplendor en los años 90 con las variadas adaptaciones de la obra de John Grisham ("The Pelican Brief", "The Firm", "The Client", "A Time to Kill", "The Chamber", "The Rainmaker"). El (prácticamente desconocido) director Brad Furman ("The Take") ofrece una típico producto de este subgénero, con sus interrogantes y giros inesperados, planteado con buen pulso/ritmo y guiado por la convincente actuación de Matthew McConaughey (quien abandona las horribles comedias románticas para componer a un abogado con acento sureño, muy similar a su personaje en "A Time to Kill") junto a un envidiable elenco secundario compuesto por Marisa Tomei, Ryan Phillippe, William H. Macy, Josh Lucas, John Leguizamo, Michael Peña y Bryan Cranston. Sobre el final tiene una vuelta de más, un par de escenas que podrían haberse evitado, aunque esto no afecta el buen resultado conseguido.
¿Será justicia? Matthew McConaughey en un sólido thriller legal. En los años ’80 y ’90, thrillers legales como Culpable o inocente eran casi rutina en la cartelera porteña. Pero los cambios tecnológicos, la obsesión de los estudios por ofrecer superproducciones en 3D –para un target de público- y comedias románticas –para otro-, hicieron que este género fuera desapareciendo, o quedara relegado a la televisión (series como La ley y el orden ), donde allí sí se multiplican. Este retorno del thriller judicial basado en un best seller (de Michael Connelly) merece ser celebrado no sólo por devolver al público esos placeres del policial de abogados con una vuelta de tuerca tras otra, sino por lo bien que Brad Furman se las arregla para crear un entretenimiento sólido, competente y, si bien no del todo original, al menos intrigante y bien actuado. Matthew McConaughey, tomándose un descanso de las comedias románticas, vuelve a sacar esa sonrisa de dientes blancos, pero en este caso hay algo perverso en ella: es la risita típica del abogado ganador, canchero, que sabe cómo sacar clientes de las garras de la ley sin importarle si son o no culpables. El título original – The Lincoln Lawyer - viene de un detalle que lo pinta claramente: Mick no tiene oficina, maneja sus negocios desde su auto, un Lincoln Continental. Un caso aparentemente sencillo se torna más que complicado y es el punto de partida del filme: Louis, un joven millonario y arrogante (Ryan Philippe), de familia poderosa, es acusado de golpear a una prostituta. El hombre se declara inocente, pero las pruebas no son contundentes a su favor. El caso se irá complicando porque se conecta con otro anterior que manejó Mike y en el que una prostituta fue asesinada. ¿Será Louis el responsable de ambos? ¿Y, de ser así, qué hará Mike tomando en cuenta de que se trata de su cliente? Más allá de lo intrincado que se va volviendo el asunto (tal vez el filme tenga un par de giros y finales de más), lo importante de Culpable o inocente no es tanto la plausibilidad de la trama como su interesante galería de personajes (y actores). Mike tiene una relación no del todo definida con su ex esposa (Marisa Tomei), también abogada, y su “investigador” es un personaje bastante peculiar que encarna a la perfección William H. Macy. John Leguizamo, Bryan Cranston, Josh Lucas, Frances Fisher y el propio Philippe agregan solidez y credibilidad al filme. Lo mejor de Culpable o inocente , sin duda, es su tono de la “vieja escuela”, su manera de contar sin apresuramientos, sin grandes efectos ni escenas de acción forzadas, construyendo un universo antes que generando impacto tras impacto. Sin llegar a la maestría de Clint Eastwood o Sidney Lumet, Furman parece seguir igualmente esa escuela (como Ben Affleck, por dar un ejemplo similar), y la de los viejos autores de cine negro, y crea aquí la versión cinematográfica de un personaje ya popular en la literatura de bolsillo. No sería extraño que, a la manera de tantos abogados/detectives de policiales recientes, Mike Haller (sobre quien Connelly ya escribió cuatro novelas) siga por un buen rato en la pantalla.
Mick Haller es un joven abogado que, como dato curioso, tiene su oficina en su auto marca Lincoln, conducido por un chofer que es, al mismo tiempo, su mayor confidente. Ha pasado su carrera defendiendo a criminales de poca monta, traficantes que controlan toda la droga de Los Angeles, conductores ebrios y motoristas que, a veces, ponen en peligro la vida de los transeúntes. Algo cansado de su carera sin demasiadas sorpresas, Mick (un buen trabajo de Matthew McConaughey) decide tomar un caso mucho más complicado: defender a un rico empresario de Beverly Hills acusado de intento de violación y asesinato. Lo que en principio parecía un caso sencillo y muy bien remunerado se convierte de pronto en un duelo letal entre esos dos maestros de la manipulación. ¿En verdad el magnate fue culpable de los cargos que se le imputan? El abogado, casi convertido en un hábil detective, comenzará a indagar los más íntimos meandros de su cliente, mientras que éste tratará de esconder su vida privada. Así, entre el thriller y las muchas preguntas sin respuestas, el director Brad Furman logró imponer su calidad para describir esta historia que posee todos los elementos necesarios, entre ellos un exacto clima y una madeja que poco a poco a poco se va desovillando con gran suspenso. Los rubros técnicos -una impecable fotografía y una música que apuntala las más interesantes secuencias de la historia- apoyaron esta combinación de suspenso, de mentiras y de verdades contadas con indudable calidad y una suficiente dosis de interés.
Camino conocido pero bien llevado Matthew McConaughey interpreta a un cínico abogado que pasó toda su vida defendiendo a criminales y debe defender a un rico empresario, acusado de intento de violación y asesinato. Con Marisa Tomei y William H. Macy Tal vez el espectador al ver Culpable o inocente (The Lincoln Lawyer) tenga la sensación de transitar por terrenos ya conocidos. Y es así, porque la película promete comenzar una nueva serie de adaptaciones de novelas de abogados a la pantalla grande. Culpable o inocente se basa en el libro de Michael Connoly, creador del personaje de Mick Halley (interpretado aquí por Matthew McConaughey). Connoly parece destinado a ocupar el lugar que en los ’90 ocupaba John Grisham. Grisham fue llevado al cine con películas como Fachada, Tiempo de matar (también con McConaughey) El cliente y El poder de la justicia. De Michael Connoly un libro ya fue llevado a la pantalla, nada menos que por Clint Eastwood en su película Deuda de sangre. Está claro que ni aquellos films, ni este que se estrena hoy, son clásicos perdurables de todos los tiempos. Y aunque algunos son mejores que otros –El poder de la justicia, de Francis Ford Coppola, era muy bueno– no hay en ninguno de estos títulos más que el deseo de plantear un film industrial bien construido, con algunas sorpresas y que otorgue una buena dosis de suspenso y entretenimiento. En este caso, el abogado Halley tiene un historial de cínico defensor de ladrones que nadie más ha querido defender. Donde otros ven dilemas éticos, Halley ve la oportunidad de burlarse del sistema. Pero claro, por más que él tenga siempre todo bajo control, está claro que el argumento basará su conflicto en una situación compleja que da vuelta todo su mundo de seguridad. Cuando Halley acepta el caso de un joven rico acusado de atacar a una prostituta no se da cuenta que su ambición y autosuficiencia lo está exponiendo al desastre. Nada más se puede adelantar de la trama por razones obvias. Sí hay que destacar las actuaciones no sólo del protagonista, sino también de los grandes actores que lo acompañan, en particular Marisa Tomei y William H. Macy. Es justamente la efectividad de estos actores lo que permite que este entretenido film se vea más sólido y atrapante de lo que realmente es. En el medio, y aunque no sea su objetivo principal, la película es un buen ejercicio para reflexionar sobre la ética, ya no sólo de los abogados, sino de las personas en general. En el fondo, lo que moviliza de cualquier film es su conexión con nuestra propia existencia.
Michael Connelly es uno de los autores más exitosos que surgieron en el género policial en los últimos 20 años. Su serie de novelas con el policía Harry Bosch se convirtieron en best seller internacionales que fueron traducidos a 35 idiomas. Como suele ocurrir con muchos escritores que producen libros en masa, su trabajo después de un tiempo se volvió (al menos en mi opinión) sumamente repetitivo y el personaje de Bosch es como que terminó por cansar un poco. En el 2005 Connelly le dio un giro a su carrera con la novela “Culpable o inocente (The Lincoln Lawyer” , con la que brindó un trabajo totalmente distinto a lo que venía haciendo hasta ese momento. La historia estaba protagonizada por un nuevo personaje, el abogado Michael Haller, hermanastro de Harry Bosch, y brindó una excelente trama de suspenso relacionada con los conflictos judiciales. Una historia en la línea de los trabajos que suele escribir John Grisham. La película que se estrena esta semana es una brillante adaptación del trabajo de Connelly que no va a defraudar a nadie que le gusten los thrillers con temáticas judiciales. Parecería que los abogados son los personajes perfectos para Matthew McConaughey. En 1996 impulsó su carrera en Hollywood con su trabajo en Tiempo para matar, gran historia de Grisham, y ahora vuelve a presentar su mejor interpretación que brindó en los últimos años. El actor capturó a la perfección al abogado Michael Haller y la verdad que está excelente en toda la película. Connelly debe estar contento con lo que hicieron en este film porque trasladaron su novela con muchísima fidelidad. La película al igual que el libro te mantiene interesado por los constantes giros que presenta la trama y por el personaje de Haller que es atractivo por sus atípicos métodos de trabajo. El guión está muy bien construido y hubo un gran trabajo de los personajes secundarios a cargo de Marisa Tomei, Josh Lucas, Ryan Phillippe y William H. Macy. Cualpable o inocente no es una obra maestra del cine, pero sí una gran propuesta de suspenso para quienes deseen ver una película entretenida y bien hecha. Hay dos libros más con este personaje que tranquilamente podrían ser llevados al cine. Para quienes disfrutaron de este film recomiendo que consigan la novela “El Veredicto”, que continúa los hechos de esta historia y reúne a Michael Haller con el policía Harry Bosch. Otro gran laburo de Connelly.
Pacto de confidencialidad Nunca pasarán de moda las series y películas centradas en el mundillo de los abogados con resultados dispares y un sinfín de títulos que caminan por los andariveles del entramado de la lucha en el estrado. Tampoco es novedad el retrato de abogados ambiciosos e inescrupulosos que defienden personajes de dudosa reputación social, léase asesinos, violadores, narcos, políticos corruptos y la lista puede seguir porque la maldad humana no tiene límites. Esos tipos de clientes son la especialidad de Mick Haller (Matthew McConaughey), quien solamente toma casos que lo reditúen económicamente porque maneja los resortes de las trampas legales al dedillo. Es por eso que cuando lo tientan con un caso fácil, en donde tendrá que demostrar la inocencia de un joven millonario de Beverly Hills (Ryan Phillippe) acusado por una prostituta de haberla golpeado salvajemente, no titubea un segundo tratándose de un victimario que se ajusta al perfil de su clientela. Sin embargo, el axioma reza que todo lo que parece sencillo en realidad es lo más difícil. Así, a medida que Mick investiga -gracias al aporte de su amigo detective Frank (William H. Macy)- descubre una serie de aristas oscuras que lo pondrán a prueba. Sin adelantar mucha más información, sólo resta decir que como thriller judicial Culpable o Inocente, segundo largometraje de Brad Furman, funciona con una trama sólida que va ganando complejidad a medida que avanza el relato. Sin un exceso de vueltas de tuerca innecesarias –como suele ocurrir en muchos productos de estas características- sumada la buena elección de casting empezando por el protagonista y su antagonista Ryan Phillippe, las labores actorales de Marisa Tomei en el rol de ex esposa y de William H. Macy -anteriormente citado- completan un buen cuadro de secundarios. Por otra parte, el caso es lo suficientemente atractivo para mantener entretenido al espectador que quiere saber lo que va a pasar y eso simplemente se consigue a partir de un buen guión, que siembra inteligentemente la información y no traiciona la adaptación de la novela de Michael Connolly (ya escribió cuatro protagonizadas por este personaje) sin desmerecer claro está la correcta dirección de Brad Furman y la convincente interpretación de Matthew McConaughey.
La verdad desnuda El realizador Brad Furman, un novato en materia de cine, se cargó una exigente película y no muy fácil de llevar, con un resultado austero. La historia ronda en Mick Haller (Matthew McConaughey) un abogado penal de Los Angeles que tiene su oficina en la parte trasera de su Lincoln Continental Sedan. Pasa su carrera defendiendo criminales de poca CULPABLE O INOCENTEmonta cuando, inesperadamente, le llega el caso de su vida: defender a un rico empresario inmobiliario de Beverly Hills (Ryan Philippe), acusado de intento de violación. Una película con muchas piezas sueltas que cuando comienzan a ordenarse, el director se encarga de volver a desordenarlas y seguir confundiendo al espectador, sin saber cuál será el resultado final de este traumático relato. El film cuenta con un gran reparto: Marisa Tomei, en el papel de la ex mujer de Haller; Frances Fisher, como la madre del joven acusado; William H. Macy, Bob Gunton y John Leguizamo, entre otros.
Una muy buena trama narrada de una forma dinámica e inteligente que no da descanso al espectador. Lamentablemente no vamos a encontrar nada que ya no hayamos visto en otras películas de juicios o de abogados, pero aquí los elementos ya conocidos y vistos están...
VideoComentario (ver link).
Un abogado que las sabe (casi) todas El novelista Michael Connelly empezó a llamar la atención casi una década atrás, cuando Clint Eastwood puso el ojo en uno de sus libros y sacó de allí uno de sus thrillers menos recordados, pero más eficaces: Deuda de sangre. Parece que ya lo hacía antes, pero a partir de ese momento Connelly siguió escribiendo como si en eso se le fuera la vida, al punto de que tiene acumulados una docena de personajes, a quienes les dedica series enteras, como el detective Harry Bosch, del Departamento de Policía de Los Angeles, protagonista de quince o dieciséis novelas. El abogado Mickey Haller es el hermanastro de Bosch y tiene su propia saga de policiales, la primera de las cuales (titulada El inocente, en castellano) dio lugar a la película The Lincoln Lawyer, que ahora llega a su estreno porteño como Culpable o inocente. Rápido, canchero, siempre ganador, Haller (Matthew McConaughey) se ocupa de casos difíciles y no tiene muy buena reputación entre sus colegas, quizá porque no le asusta tener a criminales y asesinos como clientes. Su marca de identidad es el cochazo con el que se mueve de un juzgado al otro de Los Angeles, un viejo Lincoln Continental de los años ’70, en cuyo generoso asiento posterior trabaja como si fuera el escritorio de su bufete. A su disposición tiene un chofer negro y una secretaria rubia que conocen todos sus trucos y necesidades. Y en una de sus idas y vueltas, un lenguaraz de los que nunca faltan (John Leguizamo) le propone que se haga cargo del caso de Louis Roulet (Ryan Phillippe), un rico heredero detenido por el intento de asesinato de una prostituta. “Pan comido, plata fácil”, piensa Haller. Pero como ya aprendimos en las novelas de Raymond Chandler, las cosas nunca son como parecen... Aunque más de una vez la trama se desvíe del noir para pisar el terreno siempre más lucrativo de los thrillers judiciales a la manera de John Grisham, hay buen material de base en Culpable o inocente: el ambiente, los personajes, el cochazo de marras y un sólido elenco secundario, que además del petiso Leguizamo incluye a la gran Marisa Tomei como la ex de Mickey, y al veterano William H. Macy como un investigador privado amigo del abogado. Es verdad que el protagonista, Matthew McConaughey (¿de dónde salió?) es un poco de madera, pero ése no sería el mayor problema. Lo que le falta a Culpable o inocente es un director con estilo, que se anime a sacarles más jugo a las locaciones, que reniegue del montaje clipero, que renuncie a esos pequeños ataques de zoom que ya están viejos hasta para la serie 24. Bueno, no parece el caso con Brad Furman, lamentablemente.
Basado en un libro de Michael Connelly llega a la pantalla grande otra película de abogados que pelean en un courtroom como si fuera un ring de boxeo. El galante Matthew McConaughey es el protagonista de este thriller jurídico. ¿Podrá con esta actuación demostrarnos que no es solo un actor solo apto para público femenino? Quince años atrás se estrenaba en el país Tiempo de Matar, una película de abogados en el que el protagonista también era McConaughey en ese entonces junto a Samuel Jackson, también basada una novela, en este caso de John Grisham. Desde ese tiempo a esta parte, McConaughey hizo uso y abuso de su belleza y fue protagonista de cuanta chick flick estuviera en cartel; películas ligeras, con poco argumento y melosas, muy melosas. Este año se nos presenta con Culpable o Inocente, toma por las astas a un abogado nada estereotipado; Mick Haller vive en Los Ángeles y pasa todo el día dentro de su Lincoln al cual denomina “oficina”, es sagaz, divertido, rápido y tiene lo que nosotros llamaríamos viveza criolla. Haller no pierde un solo caso al cual le pueda sacar rédito y es así que se topa con Louis Roulet, un nene de mamá con mucho dinero que es inculpado por un delito que el alega no haber cometido. Es en ese momento cuando Heller se ve en un compromiso consigo mismo, creer o no creer en su cliente, confiar o no hacerlo; con ese punto de partida se abren las apuestas de los espectadores. McConaughey junto a un reparto impecable que incluye al brillante William H. Macy y a Marisa Tomei, logra un personaje descontracturado, convirtiendo lo que podría haber sido una película monótona y estereotipada, en un thriller entretenido, ágil y con un final inesperado.
Mickey Haller es un abogado criminalista que dirige su negocio desde el asiento trasero de su coche Lincoln, con el que recorre las calles de Los Ángeles. Entre su clientela figura gente de todo tipo, pero todo se complica cuando es contratado por un hombre adinerado de Beverly Hills arrestado por atacar a una joven. Basada en la novela homónima de Michael Conelly del 2005, The Lincoln Lawyer es la primera que introduce al personaje Mickey Haller. No es costumbre que en las películas de temática legal la cámara se cierna sobre la figura del abogado defensor, algo que sí ocurre en series de televisión. A estos habitualmente se los ve con ojos críticos, juzgando su elección como protectores de los acusados. Un punto a favor que tiene esta adaptación de Brad Furman es la de mostrar ese lado que suele no tener espacio fuera de la pantalla chica, el costado simpático y humano del abogado del diablo. Y para esto hace falta un actor como Matthew McConaughey, que con su carisma, su acento sureño y su hablar como metralleta puede comprar a quien quiera. No es un hombre comprometido con su causa como el abogado de la defensa que interpretó en A time to kill, sabe que representa a gente de lo peor y esto no le quita el sueño. Esto no significa que no tenga algo de conciencia, su elección profesional no sólo le acarrea las críticas de todo aquel que lo conoce, sino que hay un temor legado por su padre. El defiende a cualquier tipo de criminal, pero vive preocupado por la posibilidad de que alguna vez el condenado sea un inocente, que estar tan acostumbrado a la culpabilidad de sus clientes le impida ver cuando uno esté realmente limpio. En lo que es un interesante giro en la trama causado por un momento de revelación, el relato pasa a enfocarse más en el aspecto thriller de la película. Este cambio, que se basa en la introducción de un personaje fundamental al que jamás se había hecho algún tipo de referencia, rápidamente deja de hacer ruido para ensamblarse en forma correcta con lo desarrollado. Mientras que en general este tipo de cartas se guarda hasta el final, aquí no hay inconvenientes en mostrar que tienen la mano ganadora, contestando el interrogante del título en castellano a mitad de la película. Hay algunas muy buenas interpretaciones que acompañan al protagonista, tanto de los principales como William H. Macy junto a Marisa Tomei y Ryan Phillippe, estos dos últimos efectivos en roles recurrentes, así como también de otros con papeles con menor protagonismo como Josh Lucas o Bryan Cranston, a quien finalmente le llega algo de reconocimiento. El problema que se puede encontrar en The Lincoln Lawyer es que se termina imponiendo una mirada algo condescendiente para con su protagonista. Más allá de que se busque resaltar en el desenlace que él vivió todos estos acontecimientos sin obtener ningún tipo de aprendizaje, la realidad es que en el desarrollo en más de una oportunidad se perciben rasgos de crecimiento. A pesar de las buenas intenciones del comienzo, el ojo crítico acaba colándose en la consideración de un personaje de moral dudosa, al que se termina revalorizando como padre, colega y defensor de la Justicia.
Atractiva mezcla de thriller, cine negro y drama tribunalicio Mezcla de thriller, cine negro y drama tribunalicio, «Culpable o inocente» tiene a su favor una trama ingeniosa y, sobre todo, muy buenos actores, empezando por el personaje protagónico a cargo de Matthew McConaughey, pero cuidando cada actor que aparece cubriendo roles secundarios. Sólo le falta un poco más de suspenso, pero nunca deja de tener muy buen nivel. McConaughey es el abogado al que se refiere el titulo original, y lo mejor de la película es la descripción de los ardides poco escrupulosos de este picapleitos que literalmente tiene su oficina en un auto con el que recorre las calles asistiendo clientes que son invariablemente culpables de los delitos de los que los acusan. Por ejemplo, una reunión entre el asesor legal y sus clientes puede ser en la banquina de una aautopista cuando lo interceptan unos «hell angels» que quieren que libere a su principal «agricultor». Este tipo de detalles pintorescos más los astutos trucos del abogado para liberar tipos que le harían mejor a la sociedad si estuvieran tras las rejas, no logran que la policía tenga en gran estima al protagonista, ni tampoco su ex mujer, que está a cargo de la Fiscalía. Pero el hombre tiene una justificacion para su especialidad: un consejo de su padre abogado afirmando que la peor pesadilla puede ser un cliente inocente al que no se logra salvar de una condena injusta, mientras que si se falla con un delincuente culpable, no existirán demasiados problemas de conciencia. El asunto es que la defensa de un millonario que se jura absolutamente inocente de una acusación de ataque violento e intento de violación contra una prostituta coloca al abogado en el peor punto de aquellos temores paternos. Aparentemente podría estar defendiendo al culpable de un crimen por el que actualmente está preso un viejo cliente que juraba ser inocente, afirmación a la que, por supuesto, no le prestó atención, dada su línea de trabajo. El film empieza de manera contundente, pero, a medida que el director deja de describir el modus operandi del abogado estelar para centrarse en la trama policial, al asunto le falta un poco de tensión para thriller. Por suerte, funciona mejor cuando se asiste al juicio en el que un defensor quiere liberar a su cliente sólo para que lo puedan acusar por otro caso. Entre los brillantes actores secundarios, el que más se destaca es el talentoso William H. Macy en un rol de detective totalmente distinto a los papeles que ha interpretado a lo largo de su carrera.
Se presume inocente The Lincoln Lawyer o Culpable o Inocente, como más les disguste llamarla, cuenta las andanzas de un abogado defensor de delincuentes de poca monta, llamado Mick Haller, que tiene su centro de control en el asiento trasero de su Lincoln Continental. Este atípico abogado, que es conocedor de las leyes de la calle (o en este caso de los tribunales) como la palma de su mano, recibe la oportunidad de su vida al ser solicitado para defender a un jovencito que parece estar involucrado en un crimen que no cometió. Cabe destacar que la historia se encuentra basada en la novela del escritor Michael Connelly. Más allá de no presentar ningún aspecto que se "salga del libreto" convencional de un Thriller con tintes de Policial Negro, Culpable o Inocente basa sus fortalezas (que no son pocas) en un gran pulso narratorio a cargo de Brad Furman, unas actuaciones que sostienen la verosimilitud del relato en todo momento y una historia muy bien contada que no se enrieda en vueltas de tuercas innecesarias o golpes de efectos encandilantes. Con esto quiero decir que este más que digno thriller representa una de las sorpresas de esta temporada, ya que no es común encontrarse con este tipo de propuestas donde la prolijidad y el entretenimiento son priorizadas para dar un disfrute más que importante y placentero a quienes asistan a verlas. Todo lo que estamos acostumbrados a ver en una película de juicios pasa en Culpable o Inocente, encubrimientos, trampas, presiones, soplones pagados, asesinatos, testigos de último momento y demás cuestiones que ya conocemos, pero no por eso deja de ser una propuesta altamente eficaz en su cometido. Mientras salíamos de la función comentábamos con Ulises lo bien que le quedó este personaje a Matthew McConaughey, que al comienzo de la obra no difiere demasiado del canchero galán que interpreta siempre, pero que con el pasar de los minutos dará un valor dramático a su interpretación que no se corresponde con sus anteriores trabajos, representando éste uno de sus mejores laburos de los últimos años. Por otra parte tenemos a la hermosa y talentosa Marisa Tomei que una vez más cumple con el rol que se le asigna y también una vez más regala a su público (entre los cuales me incluyo) una escena de sexo para que admiremos las curvas que tan bien conserva. Culpable o Inocente representa una de las primeras sorpresas de la temporada por vender y contar perfectamente una interesante y atrapante historia, lo cual en estas épocas no es poco.
La lucha contra la infamia Existen algunas profesiones que parecen más proclives a ser filmadas. La preferencia de Hollywood por policías y abogados, más que curiosa, resulta sintomática. El presente histórico devela un orden jurídico. La justicia equiparada a la venganza no es prerrogativa de la Casa Blanca; la práctica empieza en el cine y se extiende fuera de la pantalla. Culpable o inocente es uno de los tantos thrillers jurídicos que se producen todos los años. En este caso, se trata de Mickey Haller (Matthew McConaughey), un abogado narcisista que suele trabajar en las zonas grises de su profesión y cuyo despacho es el asiento trasero de un Lincoln. Los motoqueros de Los Ángeles cuentan con sus servicios; es el favorito de prostitutas y adictos, y, si bien no es propenso a ceder ante la corrupción, la manipulación y la negociación no están excluidas de su ejercicio profesional. El gran desafío –sostiene– no es defender a los culpables sino a los hombres y mujeres inocentes: asumir el error ante los inocentes y la culpabilidad concomitante ante un fracaso jurídico es superior respecto de salvar a un sinvergüenza. Un policía lo recomendará para un nuevo caso. El hijo de una ricachona es el presunto culpable de una golpiza a una prostituta. Quizá fue una trampa para sacarle dinero entre el proxeneta y algunos amigos; quizá no es más que un delito menor en la vida del joven cuya madre no ahorra gestos para descubrir por detrás de su sobreprotección algún indicio de insania. Habrá giros, intrigas, amenazas, un poco de justicia y una muerte. Basada en la novela El inocente, de Michael Connelly, parece dirigida en automático. Excepto por algunos planos secuencia de transición (al inicio, por ejemplo, mientras Leguizamo y McConaughey caminan por los pasillos de una comisaría), la concepción estética del filme es esquemática. Lo que importa es sostener un relato dinámico sin dejar de sorprender al espectador. Culpable o inocente apenas llega a delimitar su dilema moral. Los abogados, como los sacerdotes y psicoanalistas, a veces se confrontan con el secreto de sus clientes. Esa intersección delicada entre la confidencia y la defensa de la verdad y la justicia, entre la confesión ajena y el peso de la propia conciencia, que a veces obliga a resguardar la infamia, tan sólo se esboza en la fluidez de un relato sin otra pretensión que ser un pasatiempo.
Suspenso en la Corte “Culpable o inocente” tiene una fórmula conocida como es la del relato de suspenso con un abogado poco transparente y un incriminado acusado de golpear a una prostituta. El personaje protagónico, a cargo de Matthew McConaughey, a pesar de su falta de principios cumple con su deber: dejar en libertad a clientes aunque su honorabilidad resulte bastante dudosa. Hasta que ocurre un milagro y es convocado para defender a un sinuoso personaje con los millones suficientes para cambiar su destino. Si bien el filme no se aleja demasiado de los clichés sobre el subgénero jurídico policial, “Culpable o inocente” contó con un sólido elenco de actores y actrices y una dirección capaz de mantener el suspenso hasta el final y darle interés a la trama.
Guilty Culpable o inocente de Brad Furman es un nuevo film de un género que se encuentra un tanto desgastado en Estados Unidos: el thriller, en el cual se impuso el típico cliché que entre un crimen principal y diversos hechos policiales, el personaje principal tendrá que esquivar distintas adversidades para conocer la verdad. La película en cuestión narra como Mick Haller (Matthew McConaughey), un excéntrico y poco convencional abogado penal, se gana la vida amparando a malhechores de la baja sociedad. Pasará de una oficina ambulante dentro de su Lincoln negro a defender a Louis Roulet (Ryan Phillippe), hijo de una millonaria que es acusado de violación e intento de asesinato. Este caso podría resultar una gran oportunidad para el protagonista; pero esto no será tan sencillo, como resulta lógico en este tipo de films nada es certero y los inconvenientes aparecerán al por mayor en lo que respecta a su entorno humano. A pesar de por momentos ser entretenida, la obra del inexperto Furman peca de poca originalidad en todo sentido posible, cada segmento que se construye entorno a la estructura narrativa del film es sumamente predecible, a la película le falta un factor sorpresa que le de un vuelco importante a la trama, y más aun un hilo tensionante que vaya desarrollando los hechos para que esto ocurra. Como acostumbra el cine estadounidense últimamente, Culpable o inocente es un thriller que no tiene nada que ver con toda la enseñanza que pudo haber dejado el gran Alfred Hitchcock, pareciese que en la actualidad sólo se puede narrar una historia de un crimen en dónde un abogado/periodista/policía pueda encontrar la evidencia para poder desencadenar un misterio que nunca existió, ya que todo resulta muy predecible y monótono para el espectador, más que nada por la falta de ideas y los endebles guiones. No muchos realizadores han podido concretar buenas historias en torno al género en los últimos años, David Fincher sería una buena excepción con películas como El Club de la Pelea o Zodiaco, las cuales se destacaban por tener una serie de situaciones interesantes que podían despertar algún sentido de la sorpresa o mantener latente el suspenso a lo largo de la narración. En el caso del film de Furman nunca se produce ningún intento de estupor, y mucho tiene que ver el muy flojo libreto de John Romano, que exponiendo personajes carentes de carácter, diálogos convencionales y acciones tortuosas y repetitivas, lo único que hace es empobrecer la historia. Culpable o inocente es otro film trivial que brinda el cine norteamericano actual; la película de Furman es tan intrascendente que poca pretensión tiene; sólo deja un thriller desabrido que en nada enorgullece al género.
Anexo de crítica: La primera hora de Culpable o Inocente (The Lincoln Lawyer, 2011) se mueve como un más que interesante “courtroom drama” basado en un correcto desarrollo de personajes y un planteo auspicioso (un abogado tiene a un cliente inocente convicto y a otro que sabe responsable de ambos casos aunque debe defender muy a su pesar). Lamentablemente durante su segunda mitad el film de Brad Furman desperdicia en parte las posibilidades y cae en un torbellino de vueltas de tuerca, algunas pasables y otras demasiado rebuscadas. En promedio el resultado final es positivo gracias al desempeño de un elenco sólido encabezado por Matthew McConaughey…
La ley de la calle En la década de 1990 se pusieron de moda las adaptaciones de novelas sobre abogados, especialmente las escritas por John Grisham: Fachada, Tiempo de matar, El informe pelícano, El cliente. Con sus bemoles, y disculpen los correveidiles de Francis Ford Coppola (que veían en El poder de la justicia una nueva genialidad), ninguna alcanzaba un nivel más allá de la corrección. El asunto con las novelas de Grisham era que funcionaban (sin ser nunca grandes obras) en el nivel literario, pero escasamente lo hacían como expresión cinematográfica: había juego con el suspenso, pero a Grisham lo seducían los grandes temas y estos se resolvían a pura parrafada. De todos modos, el subgénero tribunalicio es toda una marca de origen hollywoodense, y cada tanto alguien revuelve sobre sus desechos tratando de encontrar nueva vida: se trata en todo caso de un territorio que permite las vueltas de tuerca, que siempre busca sorprender, que tiene reglas y elementos claves, y que además conlleva un aprendizaje moral. Todo esto, por qué negarlo, gusta al público. Una nueva vuelta a estos territorios se da con Culpable o inocente, adaptación al cine de una novela de Michael Connelly, considerado por muchos como el nuevo John Grisham. Connelly ha creado (entre otros, también fue el autor de Deuda de sangre, aquella de Clint Eastwood) al personaje de Mick Haller, un abogado que se ha formado profesionalmente en las calles, que conoce códigos barriales y que juega constantemente sobre la línea del bien y del mal. El título original de Culpable o inocente es The Lincoln lawyer, referencia directa al lugar donde Haller tiene su despacho: el asiento trasero de un Lincoln, un enorme automóvil negro, bien cuadrado como le gusta a los americanos. Haller ha defendido siempre a matones y gente poco recomendable, lo que lo ha convertido en un tipo bastante creído de sí mismo, soberbio, canchero, y con ganancias menores a otros leguleyos. Y en la travesía que lo embarca Culpable o inocente (una de las cuatro novelas escritas por Connelly sobre este personaje), se enfrenta a un caso singular: un multimillonario es acusado de intentar violar y golpear a una prostituta. Haller está por primera vez ante la posibilidad de conseguir un caso que le reporte buenas ganancias. Sin embargo las cosas se enredan demasiado. Como tiene que ser. A diferencia de lo que ocurría con las novelas de Grisham, el mundo de Connelly es más reconocible, cercano. Y, además, en la buena traslación que hace el director Brad Furman, la historia adquiere una atmósfera de película callejera, con un manejo acertado tanto de la tensión como de los conflictos éticos y morales que atraviesa su protagonista: la música funk y el hip-hop que inundan buena parte de la banda sonora, pintan de alguna manera cada rincón que visita Haller. En Culpable o inocente hay cierto espíritu del cine de Clint Eastwood. Y desde lo narrativo hay, además, un elemento acertado y es que el habitual giro del final está puesto en el medio, lo que hace que las fichas se reacomoden ante nuestros ojos y que los personajes tengan que modificar sus estrategias. Culpable o inocente está planteada como un juego, divertido y fluido, con sus diálogos irónicos y un mordaz punto de vista sobre el sistema de justicia: por una vez, las cosas no dejan de funcionar por obra y gracia de un personaje corrupto, sino que lo que queda en evidencia es que la justicia por vías administrativas es totalmente perfectible. Y que del aprovechamiento de sus grietas es que se va construyen el mundo. Lo que sale de eso, bueno, es lo que tenemos. Claro que Culpable o inocente es tan imperfecta como el sistema que muestra: le sobran 20 minutos y su epílogo está repleto de vueltas de tuerca innecesarias, que encima enmarañan un poco el punto de vista de sus personajes. De todos modos, reconocer que en su rol del abogado Haller, Matthew McConaughey encuentra el papel de su vida. Lo de McConaughey se termina pareciendo a lo de Tom Cruise: funcionan mejor en roles donde sacan a relucir el cinismo del mundo. La diferencia de Matthew es que se nota un poco más humano y cuerdo, lejos de la locura de Cruise. Después de todo, no de gusto ambos brillaban en Tropic thunder.
Es una verdadera lastima que los distribuidores tengan esa, a veces maldita, costumbre de cambiarle el titulo a las películas, con el único fin de que el nuevo titulo tenga más enganche en el espectador. Pero qué sucede cuando esto provoca, además, que se crean falsas expectativas en derredor del relato. El titulo original es “The Lincoln Lawyer”, en las primeras imágenes vemos que Mickey Haller (Matthew McConaughey) es un abogado que se pasea en un auto Lincoln, cosa que da la sensación de ser uno de esos abogados que hicieron fortuna con la profesión. Nada más alejado de la realidad, rápidamente nos constituyen al personaje como un profesional que se dedica a defender a hampones de poca monta, y a quienes les saca unos pocos beneficios, ya sean económicos o en especies, apunto tal que su chofer negro entra en la segunda categoría. Pero toda su suerte parece cambiar cuando es contratado para defender a un joven blanco de buena familia adinerada, acusado de intento de violación y asesinato de una jovencita. Louis Roulet (Ryan Phillippe) dice que le tendieron una trampa, con su cara de ángel rubio convence a nuestro protagonista y también al espectador. Esta disyuntiva de culpable o inocente es rápidamente definida, ahora el filme se quiebra y se transforma en un thriller, ¿Quien es el engañado? ¿Quién Miente? ¿Quién desnaturaliza la realidad y los hechos? Los mismos interrogantes que se hace Arthur Kirkland personificado por Al Pacino en “Justicia para Todos” (1979) los tiene el bueno de Mickey Haller, con algunos adicionales, el no haberle creído la inocencia a uno de sus defendidos anteriores, y que ahora cumple una condena de cadena perpetua, es un pasado que lo tortura. Para no caer en los mismos errores contrata a su amigo personal, un ex policía devenido investigador privado, Frank Levin (William Macy), quien será uno de los que le ayude a develar el misterio. También aparece su ex esposa, Maggie McPherson (Marisa Tomei), una fiscal de distrito, todavía enamorada, pero que sabe de lo difícil que es convivir con alguien que tiene los códigos de moral un poco tergiversados. El relato esta muy bien contado, no aburre, ni siquiera confunde, a pesar de las intrincadas vueltas de tuerca que intenta generar el guión, con buenas actuaciones, destacándose el ya nombrado William Macy, Frances Fisher, en el personaje de la madre de Louis Roulet, y Marisa Tomey. En relación a los rubros técnicos, todos son de buena factura, si bien no hay ninguno que sobresalga del resto, esto es, montaje clásico, una correcta fotografía, y música que insufla los climas correctos a las imágenes, ya que el énfasis de relato esta puesto en el suspenso que genera esa especie de duelo que forja la antinomia de dos manipuladores.
Un mundo culpable Sería engañoso definir a Culpable o inocente como “una de abogados”, porque lo es, pero eso tapa todo lo que la película también es y que la hace sorprendente, original, extraña de ver y nítida en el recuerdo. Primero, Mick Haller (Matthew McConaughey) es un abogado que recorre una Los Angeles ultra decadente en un auto con chofer, pero vive en una casita miserable y está separado de la también abogada Maggie (Marisa Tomei, re maquillada, con peinado de señora un poco vulgar, cálida y hermosa como siempre). Los dos frecuentan un bar después del trabajo en el que a veces se emborrachan, y apenas pueden con sus propios cuerpos pero la pilotean. A él le toca defender al niño rico desagradable Louis Roulet (Ryan Phillippe, acá apropiadamente odioso, como siempre), al que se acusa de haber atacado a una prostituta (la linda Margarita Levieva que puso el culo dentro de un jean ochentoso en Adventureland y la cara en Spread, película inesperadamente amarga que se vendió como comedia romántica). El planteo se llena de misterio porque Mick nunca sabe si su cliente dice la verdad y porque de repente recuerda un caso sospechosamente parecido por el que un latino fue a la cárcel. ¿Roulet es culpable o inocente? ¿El latino era culpable? Lo mejor de la película es que la tensión de estas preguntas, que enfrentan al abogado con el dilema de defender a alguien que puede ser un asesino y por otra parte mandar a la cárcel a un inocente, se traduce en primeros planos febriles de la cara pétrea y los ojos vidriosos de Mick, que por momentos lo único que tiene a su favor es eso que por acá llamamos “calle”. La película se mueve entre las calles turbias de una Los Angeles sin glamour y las vueltas de un sistema judicial igualmente turbio, sorprendentemente realista hasta en la sala de la corte elegida para el juicio, donde Mick y el fiscal (Josh Lucas) son por momentos apenas dos tipos estresados que saben, no cínica sino desesperanzadamente, que el éxito o fracaso no dependen tanto de la verdad como del timing y la astucia para presionar al oponente. Culpable o inocente construye un mundo áspero, hostil, donde una borrachera puede ser a veces la única salida y donde las arrugas en las caras de todos los actores, despiadadamente iluminados, parecen marcas de la lucha por la supervivencia antes que otra cosa. En ese mundo se mueve Mick, entre canchero y derrotado, y se juega todo entre oponentes dignísimos: John Leguizamo, Josh Lucas, Ryan Phillippe, Marisa Tomei y William H. Macy, un equipo increíble para una película menos promocionada de lo que merece.
El columnista insiste con su prédica. Persiste. Todos están equivocados cuando se quejan de que “no hay nada para ver” y lloran por el “estado actual del cine estadounidense”. Hay mucho, y muy bueno. Es más, el columnista propone un sensacional cuádruple programa. Habitualmente, muchos críticos usan expresiones como “entre la pobreza de la cartelera se destaca...” o “brilla tal o cual cosa entre la medianía de los estrenos”. No tengo ganas de discutir esas expresiones demasiado automáticas, sino de ofrecerles un menú bien balanceado para que redescubran el placer de ir al cine (el placer de la emoción, la reflexión, la diversión y la pasión). Empiecen a la tarde, pero temprano, cerca del mediodía (una hora rebelde para ver películas más bien nocturnas) por Scream 4, el regreso de una saga mucho más reflexiva que sangrienta. Uno de los grandes directores que ha dado el género de terror, Wes Craven, sabe jugar con el componente cinéfilo freak y con eso hacer algo así como una metacomedia de terror, o un film cómico de metaterror. Scream 4 está todo el tiempo rizando el rizo con sustento intelectual disfrazado de gritos. Lástima que Courteney Cox se haya convertido en alguien que –ridículamente– intenta engañar al tiempo y haya terminado con el labio superior inmóvil. Por suerte, hay grandes golpes (no ejemplifico con claridad para no revelar nada) bien dados, hilarantes y a la vez genuinos. Tan genuinos como la calidez de Neve Campbell. Luego continúen con Culpable o inocente, un thriller judicial de personajes creíbles. Sí, creíbles: pero no por un realismo sucio y sin glamour sino porque cada actor es conciente de su condición y, un poco a la manera de las estrellas clásicas, incorpora su carisma estelar para componer un ser humano reconocible, a la vez que no reniega de su brillo y de su fotogenia. Matthew McConaughey, Marisa Tomei y William H. Macy nos dejan con ganas de más. Comprueben lo que son actores en estado de gracia, fluidos, en una película lanzada a velocidad, con mucha cámara en mano, que acompaña la sensación de urgencia planteada por diálogos afortunadamente mucho más inteligentes que los de la vida real. Lejos de categorías-yunque como “obra maestra” o “imprescindible”, Culpable o inocente es una de esas películas que nos recuerdan porqué nos gusta tanto esto de ir al cine. Por más que tanto Scream 4 como Culpable o inocente tengan componentes de comedia, ninguna maratón de cine está bien balanceada si no hay una comedia cabal. Y eso es Una esposa de mentira, la mejor película-Sandler desde Como si fuera la primera vez (2004). Pero cómo, ¿a este columnista no le gustaba Funny People? Sí, por supuesto, pero esa no es una película-Sandler sino una película de Judd Apatow con Adam Sandler. Una esposa de mentira está dirigida por Dennis Dugan, el máximo director de las películas-Sandler (actuadas, producidas y dominadas por Sandler). Una esposa de mentira es una comedia de enredos e imposturas (en un momento hay tres o más mentiras enroscadas entre sí). Una esposa de mentira es una remake de Flor de cactus, de 1969, a su vez basada en una obra de teatro. Pero Una esposa de mentira, como muchas otras remakes (todos están equivocados cuando se quejan y se quejan de las remakes antes de verlas) es una película singular, de una singular etapa de Sandler: en Son como niños, en Funny People y en esta película, Sandler interpreta a millonarios. Ya van tres películas en la que Sandler se permite bromear con el dinero. Y como todo espectador realmente lúcido sabe, no hay nada más serio que las bromas de las buenas comedias. Y Una esposa de mentira se mete también con la obsesión por las cirugías, y le premite a Jennifer Aniston jugar –como comediante filosa– de igual a igual con Sandler (el intercambio de agresiones en la primera presentación de Aniston como esposa es ejemplar, pero hay mucho más). Por último, para completar el día y ahorrar un poco de dinero, les recomiendo una película en DVD, la comedia agridulce Cyrus, con John C. Reilly, Jonah Hill, Catherine Keener y... Marisa Tomei (seguro que se quedaron con ganas de más Marisa luego de Culpable o inocente). Cyrus es una de esas comedias pequeñas, de tono un tanto enrarecido, reconcentradas sobre pocos personajes y pocas peripecias. Una película ideal para bajar la adrenalina de lo que vieron en el cine si siguieron estos consejos, quizás tan equivocados como los de los que afirman que “la cartelera es un desastre”, pero brindados por alguien que se pone en momentos como este, a punto de salir para el cine para ver Rápidos y furiosos: 5in control y comprobar si es tan buena como afirman varios amigos.
Basada en el best seller de Michael Connelly, Culpable o inocente exhibe, de a ratos, un encanto singular en relación con el mundo recreado. Esos títulos iniciales, encajados en un mosaico de imágenes urbanas y ritmo de funk, hacen preveer un muestrario de objetos sofisticados, pero no se trata más que de una simple introducción. El personaje central, Mickey Haller (Matthew McConaughey), es un abogado sin escrúpulos que recorre la ciudad en su lujoso Lincoln Continental conducido por un chofer negro. Cuando abandona ese auto –su fachada, su oficina– el contexto se nos revela tal como es, y una Los Angeles sucia, árida, hiphopera y desprovista de glamour hollywoodense se despliega ante nuestros ojos. El canchero Mickey no se preocupa. Le va bien con lo justo, aunque no le vendrían mal unos dólares extra. Al ofrecerle uno de sus amigotes (John Leguizamo) la defensa de un tal Louis Roulet (Ryan Phillippe), no duda en aceptar. Roulet, un niño rico, fue acusado por una prostituta de propinarle una paliza descomunal. Todo parece normal hasta que el protagonista se descubre en medio de una trampa relacionada con un viejo asesinato a cuyo condenado también le tocó defender. Las remembranzas de aquellos thrillers judiciales de los 80 y los 90 inspirados por las novelas de John Grisham (uno de ellos, Tiempo de matar, que también protagonizó McConaughey) son palpables. También se detecta, más lejana en el tiempo, la influencia de algunas obras maestras (Doce hombres en pugna o Anatomía de un crimen son palabras mayores, pero la identificación, aunque borrosa, persiste). Ante todo, Culpable o Inocente es un film de género más, donde cada elemento es aprovechado al servicio de la expectativa. Sería injusto buscar reflexiones profundas de ética y moral, deliberaciones sobre el Bien y el Mal que no parezcan extraídas de un folleto y personajes cuya densidad psicológica nos desborde. Nada de eso hay aquí y no está mal que así sea. A la película de Brad Furman le alcanza con un puñado de situaciones ingeniosas y un elenco notable. McConaughey no es un gran actor pero se las arregla bastante bien con su carisma de yanqui sureño. Lo acompañan el siempre sobresaliente William H. Macy como su detective privado, la siempre hermosa Marisa Tomei como su mujer y el siempre ochentoso Michael Pare como el policía que le hace la vida imposible, además de los mencionados John Leguizamo y Ryan Phillippe. El caso de este último es curioso: su irremediable aspecto de universitario orgulloso y prepotente coincide con la naturaleza del personaje que interpreta, y su performance, con todas las limitaciones acostumbradas, termina por resultar más o menos convincente. Se advierten, no obstante, algunos puntos débiles en la trama. El desenlace se extiende más de lo necesario y la narración sufre por algunas vueltas de tuerca sin demasiado sentido. De todas maneras la eficacia del producto final excede dichas flaquezas, y la última escena, con el tropel de motoqueros a lo Hell’s Angels rodeando el Lincoln, nos entrega esa imagen pintoresca, distintiva, que tampoco debería faltar en una buena obra de género.
Mickey Haller es un joven abogado criminalista que dirige su profesión desde el asiento trasero de su coche Lincoln, con el que recorre las calles de Los Ángeles. Entre sus clientes hay gente de todo tipo, desde motociclistas hasta artistas, pasando por conductores borrachos o dealers. Todo se complica cuando Haller es contactado por un playboy de Beverly Hills arrestado por atacar a una prostituta. Lo que al principio parece un caso sencillo, termina por convertirse en un verdadero infierno para Haller en su búsqueda de la verdad. Interesante thriller de abogados, con una trama inteligente e intrincada. Conteniendo algunos clichés, el filme se presenta muy atrayente y capta la atención del espectador que se involucre con el caso que se está desarrollando. Matthew McCounaghey se calza su personaje con mucha dignidad y lleva adelante el relato, hasta un sorpresivo final (medio tirado de los pelos, pero...). El tratamiento es bastante clásico, y tiene el aroma de las películas de fines de los 70´s que, tranquilamente, podría haber protagonizado un joven Al Pacino. Gran lista de reconocidos actores aportan su profesionalismo en roles de reparto: Ryan Phillipe, Marisa Tomei, William H. Macy, Frances Fisher, Michael Paré, John Leguizamo, Michael Peña, Bob Gunton y Josh Lucas.
Las estrategias de un abogado Suele decirse en el teatro que una pieza que transcurre en la sala de un juzgado siempre resultará entretenida; el concepto, válido en el cine, ha dado pie a una infinidad de títulos a lo largo de la historia del séptimo arte. Sin embargo, en los últimos años (y bajo el dominio de los efectos especiales y del 3D), el género parece haber quedado relegado a las series de televisión. El director Brad Furman, sobre el argumento de una novela de Michael Connelly, retoma el tema y entrega una narración interesante (a pesar de cierta confusión en los primeros minutos), con la que logra mantener la atención de los espectadores a lo largo de casi dos horas de proyección. El realizador dispone de un elenco sólido (sobre todo en los roles secundarios, con buenos trabajos de William H. Macy y de Marisa Tomei) y solventes personificaciones de los protagonistas, Matthew McConaughey y Ryan Phillippe. Pero el logro más significativo del filme está en la manera de contarlo, un poco "a la antigua", sin estridencias, sin escenas explosivas pero con muy buen ritmo. La trama (densa, sustanciosa) colabora en la construcción de los climas; los giros del argumento se van dando con naturalidad, sin mayores arbitrariedades, y las complicaciones que va sufriendo un caso aparentemente sencillo van sorprendiendo al espectador al mismo tiempo que al protagonista. Este abogado inescrupuloso, que tiene su oficina montada en un antiguo automóvil Lincoln (el título original es "The Lincoln lawyer"), tiene siempre presente una máxima de su padre: el hombre sostenía que era muy difícil defender a un inocente porque un error conduciría indefectiblemente a una enorme injusticia. El letrado enfrenta, en un caso aparentemente sencillo, la posibilidad de enmendar un error cometido en el pasado, pero deberá proceder con gran astucia para lograrlo. En la línea de las películas inspiradas en las novelas de John Grisham, este "thriller legal" resulta muy satisfactorio.
Un thriller con chicos lindos, autos emblemáticos y una fórmula conocida. El pochoclo lo invita la casa! El abogado Mickey Halley, en la piel de Matthew McConaughey, ha devenido en un penalista que tiene a su cargo la defensa de losers que nadie quiere representar. Y como los abogados mienten por definición (bueno, el 90%) suele solucionar todo por medio de la mentira a la justicia y a sus propios clientes. Hasta aquí nada soprendente, un cínico más creado por la industria de Hollywood. Pero como todos parecemos tener un día de suerte, le llega su momento y accede a representar a un millonario acusado de violencia de género contra una trabajadora sexual. Para que haya trama, bueno, tejido, bueno… un hilo de conflicto, las cosas no son lo que parecen y su representado encarnado por Ryan Phillipe, un lindo para nada, es mucho más que un golpeador de mujeres, tiene una conexión con Mickey que éste comprueba más tarde y le exige el uso de toda su astucia y lo lleva a cuestionar sus valores en torno del bien y del mal cuando su cliente asesina a su investigador. La anagnórisis del abogado llega, porque en USA hay justicia siempre aunque sea poética y también triunfo del bien, ¿o acaso los americanos no pueden lograr todo lo que se propongan? (Obama dixit), ya que esa pérdida, su vínculo indecidible con su esposa, una desperdiciada Marisa Tomei y el redundante cuestionamiento sobre quienes van al Averno y quiénes al Paraíso no cesan como los replicantes de Blade Runner, sólo que aquí hacen imprescindible el pochoclo. Lo que no hace más que recordarme el chiste final de Filadelfia, en el que Denzel Washington preguntaba ¿qué son 4 abogados atados a una piedra en el fondo del río? Y él mismo se respondía: un buen comienzo. Reformulo: ¿qué son 4 años de nuestras vidas sin estos thrillers fallidos que hacen revolcar en su tumba a Hitchock? y me respondo: Un buen descanso…
Un abogado con contactos Matthew McConaughey interpreta a Nick Haller, un abogado algo excéntrico (en lugar de oficina, atiende sus asuntos dentro de un bonito automóvil con chofer), despreocupado y bastante insensible en este thriller de Brad Furman, un director con poca experiencia y que quizá comencemos a recordar después de esta interesante propuesta. Cuando un joven de clase alta lo busca para que lo defienda en un juicio de acoso sexual y agresión, Haller deberá poner toda su sapiencia a prueba para ir descubriendo la verdad de la milanesa. Culpable o inocente no es una obra maestra, ni tampoco un filme memorable. Se trata de un thriller que comienza muy lentamente, que parece resolverse pronto pero que va desenvolviendo nuevas e interesantes vetas a medida que se va acercando al final. Furman tiene un estilo inquieto, de planos que se acercan y alejan más de lo que el espectador promedio está acostumbrado, aunque sin llegar a la estética videoclipera de un, digamos, Boyle. Marisa Tomei, William H. Macy y el siempre ambiguo Ryan Phillippe engrandecen al elenco y le dan un toque de distinción, ese que McConaughey intenta sostener con su protagónico pero no siempre logra con sus insípidas caras de desencajado. Aunque si es cierto que logra despegarse un poco del formato carilindo con una película que lo mantiene ajado, preocupado, estresado y desaliñado todo el tiempo. No será un filme estupendo pero le sirve a Furman como carta de presentación hacia el futuro. Veremos cómo le va.
Elegancia judicial The Lincoln Lawyer (el título original, mucho más elegante y menos obvio) es la adaptación de la novela policial de Michael Connelly que lleva el mismo nombre, y que cuenta la historia del abogado penalista Mick Haller, un tipo escaso de escrúpulos, que se ve involucrado en la defensa de un joven ricachón que es acusado de golpear y querer asesinar a un mujer de dudables intenciones... ¿Será o no culpable? No todo es lo que parece. Participan en el Cast un desfile de actores reconocidos y de buena monta como Marisa Tomei (Maggie McPherson), William H. Macy (Frank Levin), Ryan Phillippe (Louis Roulet), Josh Lucas (Ted Minton), John Leguizamo (Val Valenzuela) y por supuesto, el protagonista Matthew McConaughey (Mick Haller). La historia está llevada al cine con bastante respeto y fidelidad hacia la obra del escritor Connelly, realizando las adaptaciones justas para poder ser disfrutada en la gran pantalla. Se plantea un 1er interrogante fuerte, que a mediados de la cinta se esclarece, pero lo bueno del film, es que justamente esta resolución, hace aflorar muchos interrogantes más que pondrán en evidencia la oscuridad y los secretos de las personas involucradas. Los personajes son bastante ricos en sus dimensiones, mezclando interpretaciones secundarias que realzan el papel que le toca a McConaughey, que también hace un buen trabajo. Quizás el problema de que no se convierta en un clásico digno de guardar en la videoteca, es que el séptimo arte ha estado históricamente plagado de cintas de suspenso policial y/o legal, adaptadas de un sin fin de novelas parecidas, por lo que destacar en este rubro es una tarea extremadamente difícil. Aunque la cinta del director Brad Furman sortea con elegancia este inconveniente, no logra la contundencia necesaria para pasar a la historia. The Lincoln Lawyer, sin ser un peliculón, se configura como un Thriller Policial-Judicial que entretiene al espectador durante 118 minutos y que entrega buenas actuaciones, buena fotografía y un toque de "coolness" encarnado en su protagonista que parece sacado de la publicidad del perfume de Dolce & Gabbana. Casi me olvidaba, el Lincoln (auto) está increíble también.