Venganza argenta Un sujeto decide vengarse de la invasión de supermercados chinos de la década de los noventa. ¿Cómo lleva a cabo esta idea? Instalando un local argentino en esas tierras asiáticas. Es normal hoy en día encontrar a un supermercado chino en el barrio. Moneda corriente y con ofertas mediante, estos tipos de negocios fueron un derrotero para los almacenes argentinos allá por la última etapa del siglo pasado. En lo principal, varios mercados de barrio sin tanto poder se vieron afectados y nos les quedó otra que continuar sus rumbos de otra manera. Con el paso de los años, y con la realidad aceptada, un film se plantea una especie de venganza. Facundo, interpretado por su también director Federico Marcello, cuyo padre fue uno de los principales damnificados, se dirigirá a China para abrir un supermercado con productos argentinos. Una premisa de suma atracción propone De Acá a la China, la cual desde su inicio deja bien en claro que lo que acontecerá será toda una travesía. Al ritmo de la cumbia y en medio de un asado familiar, se nos presenta el personaje principal, quien empaca sus pertenencias dispuesto a partir lejos de su hogar. Todo es convicción y desafío en sus gestos. A partir de allí el viaje es una cómica osadía sincera y deseada sobre un hombre que lo único que pretende es desquitarse. Pero la vida siempre te tiene preparada una sorpresa: un verdadero viaje interno. “No tengo cambio, te doy caramelos” es un comentario naturalizado en el almacén y que Facundo ejemplifica en el local denominado La Mano de Dios. Productos de nuestras tierras forman parte del paisaje: yerba, mate, dulce de leche, golosinas y más alimentos producidos acá. Y, si por si esto fuera poco para la identificación, el típico gatito de la fortuna que mueve su mano es reemplazado por uno con la cara de Maradona. Acompañado siempre de su aventurado amigo (Pablo Zapata), Facundo comienza a relacionarse con sujetos de la zona, iniciándose en la noche china, pero siempre con la idea de no involucrarse. Su objetivo es claro: vengarse y regresar. De Acá a la China es una película divertida que bien podría confundirse en primera instancia como una especie de documental (esa era la idea original del director). Filmada en su mayoría en el exterior y con los claros valores de pertenencia inculcados, el largometraje funciona de manera perfecta a la hora de entretener y emocionar. Sin embargo, el gran sustento del film es la clave. De Acá a la China nos hace sentir identificados. Es inevitable caer en el hecho de muchas veces odiar a aquel invade. Ahí está el error, el no conocer y desestimar al sujeto que viene. Sin dudas, su historia es representativa. Todos somos iguales, todos seres humanos, sea de la cultura que sea.
UN CUENTO ARGENTINO En los 90’s, el almacén del padre de Facundo tuvo que cerrar debido a una competencia de los supermercados chinos que no se la hizo nada fácil. Con algo de rencor, pero especialmente con un sentido de la búsqueda de oportunidades típica de un treintañero, Facundo cree tener un plan perfecto: ir a China, poner un almacén argentino y volverse, recién, cuando “uno de ellos” cierre. De acá a la China es un film dirigido, escrito y protagonizado por Federico Marcello que reflexiona con inteligencia, desde una atmósfera de comedia dramática leve y sin aspavientos, sobre aquellos miedos sociales que nos hacen distanciar del otro. De acá a la China, que ahora encuentra estreno comercial en salas, tuvo un proceso de realización singular: Marcello tomó sus ahorros, imaginó un documental sobre la vida en el país asiático y viajó con un pequeño equipo, que se iba agrandando a medida que se sumaban interesados en participar de la particular empresa. Sin embargo el documental terminó dando paso a la ficción y el rodaje se hizo un poco a escondidas de las autoridades chinas, recelosas respecto de la forma en que se muestra el país hacia el exterior. La forma en que la película se realizó se continuó en los mecanismos de exhibición: lejos de los caminos del INCAA, el director viajó de pueblo en pueblo, de ciudad en ciudad, encontrando lugares donde mostrarla por fuera de los circuitos comerciales. Ese espíritu artesanal e independiente se agradece, básicamente porque la película nunca hace de eso una justificación para sus carencias. Todo lo contrario, De acá a la China luce profesional y sólida narrativamente. Y no nos obliga a celebrar un proceso por encima de los resultados. Con un aire semi-documental, el director registra obsesivamente los entretelones administrativos para poner en funcionamiento el mercadito argentino en China. Y en paralelo seguimos a Facundo, mientras va limando sus diferencias con ese entorno que se le hace extraño y un poco indeseable: es interesante cómo Marcello no remarca en exceso las diferencias culturales porque sabe que una cámara atenta las hará sobresalir de todas maneras. Y eso es lo que tiene la película como mejor carta de presentación, una atención a los detalles para evitar caer en los lugares comunes, algunos desde los cuales Facundo construye su mirada sobre lo otros. Al final De acá a la China será el retrato de un fracaso, aunque será también el documento de un triunfo, que es el del cine por encima de las especulaciones.
Proveniente del ala más indie del cine argentino, De acá a la China parte de una situación digna de una comedia: un treintañero cuyo padre tuvo que cerrar su almacén de barrio a raíz del avance de los supermercados chinos decide emprender una revancha personal viajando hasta el gigante asiático para abrir un mercado. El objetivo es que, así como fundió su padre, ahora les toque a ellos. Quien cruza medio planeta es Facundo (Federico Marcello, también director y guionista). Lo hace con la excusa de estudiar mandarín, algo para tranquilizar a una familia que nunca conocerá sus verdaderas intenciones. Allí lo espera un viejo amigo y futuro socio del emprendimiento (Pablo Zapata), con quien se instala en la provincia desde donde proviene la mayoría de los inmigrantes que llegan a la Argentina. La película arranca con las típicas situaciones alrededor de las diferencias idiomáticas y culturales. Así, entre ocasionales fiestas y múltiples referencias al mate y al dulce de leche, el relato amenaza con ir hacia los lugares comunes de las películas sobre extranjeros intentando insertarse en un lugar que no les pertenece. Pero, a medida que empiecen a presentarse algunos problemas relacionados con la imposibilidad de conseguir una habilitación, el film adoptará un tono más melancólico y tristón, menos volcado al chiste que a la angustia y ajenidad de esos amigos cuya batalla era menos contra los chinos que contra ellos mismos. A fin de cuentas, lo que ellos buscan no es otra cosa que un lugar de pertenencia, aunque más no sea a miles de kilómetros de distancia.
Con la sangre en el ojo porque el padre tenía un almacén de barrio hasta que llegaron los chinos, un hombre decide pagar con la misma moneda y pone un supermercado argentino en la mismísima China. Más exactamente, en Xiamen, provincia de Fujian, que es donde vienen casi todos los chinos a poner supermercados en la Argentina. La idea es muy buena, los apuntes son llamativos, el tono amable, los colores apagados, parejos a la gente amable y el cielo gris de aquellos lares, y la música medio murguera, con inesperadas estrofas del “Libertango” a cargo de un cuarteto local, o “En el país de la libertad” cantado en chino por un cliente amigo. En las estanterías, sopa de pulpo en lata junto al fernet y el dulce de leche. En la puerta (nada es perfecto) el inspector que debe aprobar la habilitación del local. Logrará nuestro héroe la venganza? Por lo pronto, empieza a compartir con aquellos inmigrantes la misma aflicción y la necesidad de sacrificarse de veras y trabajar en serio. Y encima aprender el idioma. Autor, Federico Marcello, documentalista viajero. Intérpretes, él mismo, Pablo Zapata, Hu Xiao Song, Ho Ning, que en la vida real tenían acá un supermercado pero en 2002 se volvieron, y otros comedidos. También comedidos, Tuco y Esteban De Bonis, autores del breve dibujo que acompaña los títulos. Esta película se hizo a pulmón. No tiene ni pide créditos, subsidios ni espacios del Incaa. Es verdaderamente independiente.
Es una encantadora propuesta de Federico Marcello, responsable de la dirección y del guión. El plateo original de una venganza: el protagonista de la historia, que cuenta como el almacén de su padre se fundió con la invasión de los supermercados chinos en su barrio. Una introducción que tiene el buen aporte de un corto de animación muy bien logrado. Con ese recuerdo infantil en la cabeza taladrando su existencia, el protagonista pergeña la delirante revancha: Instalar un supermercado argentino en la ciudad de donde vienen la mayoría de los chinos instalados en nuestro país. Y de eso va el film de cómo cumplir con el objetivo, que los chinos se conviertan en fanáticos de la yerba y el dulce de leche, más otras delicias autóctonas. La inteligencia de la película se basa en que con la vestimenta de la comedia se cuela una seria reflexión sobre la inmigración, las dificultades de adaptación, de la integración y la ternura que se mezcla con la capacidad de observación, la comprensión, y su aliada, la solidaridad. Muy buenos actores, hallazgos graciosos y tiernos, El director es el perfecto protagonista con un elenco muy bien elegido. Regocijante y conmovedora.
En las antípodas Las dificultades de todo tipo (lingüísticas y económicas, además de aquellas ligadas al desarraigo) que el protagonista sufre en carne propia del otro lado del planeta comienzan a acercarlo, cada vez más, hacia aquellos a quienes consideraba sus enemigos naturales. Lo logrado por Federico Marcello y Pablo Zapata -director y productor, respectivamente, de De acá a la China; ambos protagonistas- es destacable por partida doble. Por un lado, su largometraje ultra independiente, que anduvo circulando por el país en la mejor tradición de los cines ambulantes de comienzos del siglo XX, vuelve a demostrar que -no sin esfuerzos de por medio- es posible producir cine en nuestro país siguiendo caminos alternativos. Por el otro, aquello que, en un primer momento, aparentaba ser apenas un relato costumbrista y superficial sobre un particular método de venganza deviene en una fábula sobre los dolores de los migrantes que aterrizan en tierras extrañas para comenzar una nueva existencia, signada por el trabajo arduo y el sacrificio personal y familiar. La vida de Facundo (Marcello) está envenenada por un trauma del pasado: el almacén de su padre en el barrio de Saavedra, otrora floreciente en sus propios términos, debió cerrar durante los años 90, cuando los supermercados chinos comenzaron a florecer de forma exponencial. Dos décadas más tarde, el muchacho intenta algo imposible y, ciertamente, absurdo: viajar a las antípodas junto a su mejor amigo y poner en marcha un mercadito argentino en Xiamen, en la provincia de Fujian, lugar de origen de la gran mayoría de los inmigrantes chinos instalados en nuestro país. Un dibujo de Maradona en la marquesina invita al descubrimiento de lo exótico y productos nac&pop como la yerba mate y el dulce de leche se transforman en los cimientos de la imposible invasión. El recuerdo de Fuckland, la película de José Luis Márques que imaginaba una recuperación de las Islas Malvinas a partir del embarazo masivo de isleñas, puede llegar a presentarse como una desafortunada sombra durante los primeros minutos de proyección. Minutos después, resulta claro que el tono y las intenciones de De acá a la China son bien distintos: las dificultades de todo tipo (lingüísticas y económicas, además de aquellas ligadas al desarraigo) que Facundo sufre en carne propia del otro lado del planeta comienzan a acercarlo, cada vez más, hacia aquellos a quienes consideraba sus enemigos naturales. Y lo hace con humor y una capa de melancolía que le suma profundidad a la historia. A poco de instalarse, el dúo de argentinos sale a matear a la vereda con la intención de llamar la atención de los posibles clientes. En momentos puntuales, el protagonista entra en una suerte de trance, al tiempo que el ciudadano chino más cercano le recita algún retazo de sabiduría confuciana. Cerca del final, poco antes del desenlace, uno de los personajes secundarios -un chino algo bohemio al cual todos llaman Momo- termina zapando una versión en mandarín de “El país de la libertad”, de León Gieco, puente metafórico entre dos culturas muy diversas. Rodada con un reparto binacional de actores no profesionales -incluido, desde luego, el propio Federico Marcello-, la película, que comenzó como un proyecto de largometraje documental sobre la inmigración china en nuestro país, fue transformándose lentamente en otra cosa, un relato ficcional que nunca llega a ocultar por completo su carácter de fantasía bajo una capa de realismo formal. Si algo le sobra a De acá a la China, verdadero objeto artesanal, es honestidad intelectual y ganas de hacer cine.
Una grata sorpresa en la cartelera de esta semana, es la inclusión del título "De acá a la China", una película con alma donde los personajes son queribles y te los podés encontrar a la vuelta de la esquina. Un plan un tanto descabellado pero posible en la mente de un argentino/porteño: vengarse de los supermercados chinos que hicieron que en la década de los 90 el padre de Facundo tuviera que cerrar su almacén de barrio por quedarse sin clientela. ¿Cuál es su idea? Irse a la China misma e inundar sus calles con productos e idiosincracia argentinos. Tamaña empresa requerirá de socios, tal vez los menos pensados. Los símbolos y amuletos orientales se volverán argentos sobre el mostrador mientras se espera a nunca pronunciar la letanía profana del "no tengo cambio" seguida por unos caramelos. Más que el ejercicio cinematográfico, el director nos va a mostrar lo difícil que es la emigración de la vida cotidiana, de los afectos, de un idioma y unos rostros muy diferentes y que esto vale para los dos lados. El hecho es que Federico Marcello con su equipo argentino y chino ha hecho un esfuerzo descomunal para que esta peli independiente pueda circular y hacerse pública en las pantallas del Centro Cultural de la Cooperación sobre Avenida Corrientes y en el MALBA. Pueden dejar sus comentarios en la página de Facebook de la película. La recomiendo "de acá a la China".
La Mano de Dios Desde que era niño, Facundo guarda un rencor que ahora de grande pretende encauzar en una venganza, aunque sea una pequeña devolución de gentilezas al azar. Recuerda con añoranza el almacén de su padre, centro de la vida comercial del barrio, hasta que inmigrantes chinos comenzaron a abrir supermercados y lo forzaron a cerrar por no poder competir, una herida que le dura abierta y que pretende compensar abriendo un almacén en China con la única meta de hacer cerrar a uno de ellos en su tierra. Aunque a la familia le dice que viaja para estudiar el idioma, parte a reunirse con un amigo de la infancia que lleva un tiempo preparando el terreno y ya tiene un contacto que los ayudará a dar los primeros pasos, buscando un lugar apropiado e iniciando los trámites para habilitarlo. Así consiguen un pequeño local en las afueras, con un altillo en el que no caben mucho más que unos colchones en el suelo, donde se propone vender, además de productos básicos, varios otros importados desde argentina como yerba y golosinas, rarezas para los chinos. Tras un inicio más lento de lo esperado, poco a poco los locales se van acercando a comprarles en parte gracias a Momo, un músico que ronda por las calles del barrio y parece ser amigo de todo el mundo. Es él también quien los hace conocer gente y lugares interesantes, ayudando a que vayan entablando relaciones con algunos de sus vecinos y otros inmigrantes. Xiamen, provincia de Fujian La trama presentada por De Acá a la China, de Federico Marcello, es tan simple como suena, mezclando el drama con algo de comedia para replantear las durezas de la vida de un inmigrante en tierras muy lejanas, cosas que siente en carne propia Facundo desde el mismo momento que llega y nadie lo entiende, o todo un colectivo se lo queda mirando con extrañeza. Sostiene por un tiempo la férrea voluntad de cumplir la misión con la que desembarca, festejando pequeños triunfos como poder dar vuelto en caramelos en vez de monedas o ver chinos tomando mate. Pero la distancia con sus orígenes y el cansancio por el duro trabajo que tiene que llevar adelante, inevitablemente lo hacen desviarse y no puede sostener con la misma intensidad ese rencor que lo llevó hasta allí. La historia narrada no va más allá. Aunque le falta algo de contundencia en el relato, en el fondo es más una excusa para ir presentando personajes que bien podrían ser reales con sus pequeñas historias de vida en formato semidocumental. Muchas veces están relacionadas a la inmigración y las dificultades que llevan a Facundo a replantear sus deseos. Hay un fuerte clima de nostalgia y desarraigo en De Acá a la China, oportunamente cortado cada tanto con humor inocente que no deja de compartir esos mismos sentimientos, siempre más cerca de la empatía que de la burla.
Simpática propuesta en la que una venganza termina convirtiéndose en una aventura. El chiste se agota rápidamente para terminar convirtiéndose en un análisis doloroso sobre las diferencias y el engaño, demostrando que aún en el lugar más lejano del mundo el argentino sigue haciendo de las suyas.
He aquí la otra cara de la comedia argentina que, junto a Callcenter, representan los aciertos y desaciertos del género en el país. De acá a la China, ópera prima del director, escritor y actor Federico Marcello, parte de una base estupenda, una que rebosa de momentos promisorios que finalmente inducen a una carcajada pequeña y corta para luego hundirse en la melancolía absoluta dentro de la historia.
Un joven de más de treinta años tiene un plan: viajar a china para abrir un mercado argentino. Sí, así como hay en Argentina pequeños mercados chinos, él busca hacer lo mismo allá. ¿El motivo para esta empresa? Los mercados chinos llevaron, años atrás, a que su padre tuviera que cerrar su almacén en Buenos Aires. Su proyecto alocado es ser el primero de cientos, provocando allá el mismo efecto que los mercados chinos provocaron acá. Averigua de donde vienen la mayoría de los inmigrantes chinos y viaja a esa provincia. Allí se asocia con un amigo que lleva tiempo viviendo en China y lo espera con la información necesaria y los trámites correspondientes. Todo empieza como una comedia, con los esperados conflictos idiomáticos, pero por suerte la película es más compleja que eso. Ponerse en el lugar del otro, eso aprende el protagonista de la historia. Ser el que no habla el idioma, el que no tiene cambio, el que tiene que aprenderse los trucos del lugar. El que tiene que pelearla muy lejos del hogar. La amenaza de una película canchera y sobradora que en teoría podría surgir se deshace por completo. Los protagonistas aprenden humildad, fraternizan con los locales y también descubren que ellos son capaces de trabajar y mantener la frente en alto con honestidad. La película tiene humor, melancolía, personajes simpáticos y un corazón oculto que se va mostrando a medida que avanza la trama. Una pequeña sorpresa que quedó dando vueltas en la montaña de estrenos nacionales todos parecidos entre sí. Les recomiendo buscarla.
Unidos por el desarraigo El mérito de este film de neto corte independiente de Federico Marcello, también protagonista, reside no tanto en su técnica y factura sino en las formas de sortear lugares comunes a toda película costumbrista. En ese sentido, los escenarios de Buenos Aires y China no sólo transmiten desde lo visual una atmósfera cercana a la melancolía y la identidad sino que auspician el concepto de desarraigo y extrañamiento que atraviesan las dos culturas por igual. Todo comienza con un plan de venganza, una de esas argentinidades en que pretenden saldarse cuentas del pasado como la llegada de los almacenes chinos en los ’90 a partir de ese modelo que hizo mella y destruyó economías domésticas, o hizo peligrar el futuro de muchos almacenes locales de ramos generales como el caso del padre del protagonista, ubicado en pleno barrio de Saavedra. La idea de vendetta se transforma casi en obsesión y una vez ideado el plan de arribo a China para ubicar productos argentinos como el mate, el dulce de leche en un almacén llamado La mano de Dios, y que este acontecimiento haga trastabillar a un almacén chino al punto de hacerlo desaparecer es el motor y motivación primaria del protagonista. De allí, la primera impresión es que el enemigo no es tal y la comunidad tampoco parece tan cerrada frente al extranjero como se prejuzga. Con cierto tono de frescura, alguna gragea de humor y el equilibrio entre la comedia y el drama, De acá a la China demuestra con pocos elementos y sin ampulosidad las aristas invisibles del desarraigo. Remarca la importancia de valores como la solidaridad o la amistad sin dejar de lado la honestidad cuando las situaciones extremas nos llevan a tomar a veces decisiones que van a contracorriente con la esencia de lo que somos. Algo que parece olvidado en estos tiempos, la cultura del trabajo dice presente pero también las trampas de la burocracia en un sistema cuando la defensa de la economía local es mucho más enfática y eficaz que la liviana y marquetinera flexibilidad de países en vías de desarrollo o con urgencia de ganar un espacio en mercados grandes como el nuestro. Por todos esos detalles que no son menores, la ópera prima de Federico Marcello es permeable a diferentes lecturas más allá de la “picardía” criolla (sobrevuela el nefasto ejemplo de la película Fuckland) o la anécdota de otro fracaso argentino.
Con una interesante propuesta, Federico Marcello dirige, escribe y protagoniza este pequeño pero encantador film que propone una venganza en tono de comedia pero que luego decide ir por un costado más adulto, más contemplativo y melancólico sobre la migración, el choque de culturas, el desarraigo y el idioma como frontera respecto a una cultura bastante diferente a la nuestra. El largometraje cuenta la historia de Facundo (Marcello), quien decide emprender un viaje a China con una meta bien clara. Su padre tenía un almacén de barrio en pleno corazón de Saaveedra, el cual se vio obligado a cerrar durante la década de los ’90 con el advenimiento de los supermercados chinos. Treinta años después, Facundo viaja al otro extremo del planeta con el único objetivo de vengarse abriendo el primer supermercado argentino en China, decidido a no volver hasta que algún comercio chino termine cerrando por su llegada. Para eso contará con el apoyo de su amigo Pablo, que se encuentra de mochilero por allá y quien hizo contacto con un gestor que los ayudará a conseguir el permiso para poder abrir el comercio. El relato está muy bien construido con un guion que evita la risa fácil y los lugares comunes, prefiriendo volcarse más hacia las emociones y las situaciones tanto a nivel social como psicológica que va atravesando el protagonista a medida que va adentrándose en la sociedad China y su idiosincrasia. Por otro lado, los personajes están bien elaborados y matizados, en especial los secundarios que adornan la historia con ciertos momentos de verdadero ingenio mediante las interacciones que mantienen con los personajes argentinos. Facundo se quedó con una imagen de la infancia que lo marcó a fuego (presentado en una bella secuencia animada) y con aquel sello decide poner en práctica una venganza que, como era de esperar, no será tan sencilla de llevar a cabo. El film se pone a reflexionar sobre la inmigración, los problemas o conflictos de adaptación así como también la barrera idiomática que en más de una oportunidad perjudica al protagonista para conseguir su meta de manera más sencilla (en especial en una desopilante escena en un ascensor). Es en ese escenario que Facundo empatizará con sus amigos y conocidos que surgirán del continente asiático, llevándolo al camino del entendimiento y la solidaridad y, en definitiva, a la madurez. “De Acá a la China” es un pequeño pero prolijo film con mucho corazón que sorprenderá por su astucia y por lo que nos quiere transmitir su director. Un viaje melancólico y sensible para comprender las particularidades de la globalización y el choque de culturas.