Una casa, muchos recuerdos De despojos y costillas es una película dramática nacional dirigida y escrita por Ernesto Aguilar, quien también se encargó de la música y el montaje. Protagonizada por Florencia Repetto, Yanina Romanin y Florencia Carreras, la película está producida por MarGen Cine, una compañía de cine independiente. Luego de dos años sin verse, las tres hermanas Laura (Romanin), Daniela (Repetto) y Alejandra (Carreras) se reúnen en la casa de su madre fallecida para llegar a un acuerdo sobre la sucesión y decidir qué objetos personales se llevarán de allí. Al pasar sus primeros años de vida en ese lugar rodeado de árboles, las anécdotas no tardarán en aparecer así como la reflexión de los variados cambios que ocurren a medida que pasa el tiempo. Estamos ante un film centrado puramente en sus personajes, el crecimiento y las relaciones. Para que esto funcione se necesitaba contar con actrices frescas que en ningún momento hagan dudar de su parentesco. Por suerte, desde el comienzo nos creemos que Laura, Daniela y Alejandra son hermanas, no solo por la interpretación de cada una sino también por un guión que nunca deja de ser natural, cotidiano y realista. La manera en la que interactúan las protagonistas, teniendo en cuenta que hace mucho que no se ven, está plagada de silencios y pensamientos implícitos; a la vez, las peleas por distintas formas de ver ciertas situaciones se hacen presentes en más de una ocasión, siendo notable que, a pesar de ser hermanas, en la actualidad estas mujeres no saben nada una de la otra. Por un lado tenemos a Daniela, la más chica de las tres, la cual pasó gran parte de su vida en Canadá, estuvo en una relación con un francés y le interesa la actuación. A Dani no le interesa hablar sobre la venta de la casa, no quiere quedarse con la llave y se la nota apurada, con ganas de que este asunto termine cuanto antes. Laura, la del medio, se casó con un escritor y ahora le falta poco para dar a luz a Felipe, su primer hijo. Por último está Alejandra, que en cierto modo funciona como la líder, sin embargo sobre su vida no se sabe ni el más mínimo detalle. La silenciosa casa funciona como un personaje más en la historia, uno que hará rememorar la crianza que les dio su madre. La película hace hincapié en cómo determinados comentarios, hechos por alguien que queremos mucho en nuestra infancia, pueden afectarnos hasta la adultez y quizás llevarnos a pensar algo que no es verdadero. Cada una de las hermanas experimenta por sí sola un lapsus que se aleja de la realidad para pasar más al ámbito mental. Estos momentos llegan a comprenderse en Daniela y Laura, ya que hacen referencia a sus propios miedos y necesidad de ser aceptadas, no obstante con Alejandra todo se torna más oscuro y perturbador, no dejando muy en claro qué mensaje se quiere dar. Es así como De despojos y costillas, a pesar de ser un film sencillo, se anima a tocar temas profundos que no dejan indiferente al espectador. La dinámica entre las actrices favorece a crear un relato donde será inevitable dejarse llevar por la vida de estas mujeres tan diferentes entre sí pero que, al fin y al cabo, comparten un vínculo inquebrantable.
Próxima a estrenarse en el Cine Gaumont (Rivadavia 1635 – C.A.B.A.) y producida por MarGen Cine -compañía independiente orientada a los nuevos soportes audiovisuales-, “De Despojos y Costillas” es el último largometraje de Ernesto Aguilar. A exactas tres décadas de debutar con el cortometraje “Eficiencia” (1988), el realizador bonaerense cuenta en su palmarés profesional con una docena de proyectos filmados, guionados o producidos. Florencia Carreras (Alejandra), Florencia Repetto (Daniela) y Yanina Romanin (Laura) encabezan el elenco dando vida a las protagonistas femeninas absolutas de la historia: tres hermanas en pleno duelo por la muerte de su madre que regresan a su casa de infancia para ordenar la herencia de su madre. El reencontrarse en ese ámbito familiar, aflorarán diversos traumas y olvidos que devendrán en un replanteo del vínculo fraternal sacando a la luz lejanos recuerdos. La visita a la antigua casa, como el acto formal para poner en orden los asuntos familiares luego de la pérdida de la madre, se revela un viaje hacia la nostalgia y los recuerdos de niñez/adolescencia. Cada cual de ellas ha crecido individualmente y hecho su camino en la vida; y allí pareciera que el despojo hace referencia al desapego que las une en este presente de pesar. Aguilar, encargado del montaje y la banda sonora del film, concibe una historia en donde prima la relación entre los personajes y las desavenencias que van surgiendo entre los vínculos, pero cuyo derrotero está relatado –e interpretado- con una gran cuota de desinterés, falta de emoción y apatía. Los diálogos cotidianos fuerzan dar pistas acerca de cuanto se conocen realmente sus hermanas entre sí, apostando por el eterno lugar común de las cuentas pendientes de años pasados que guardan su injerencia en el presente. Rubros técnicos encabezados por la fotografía -a cargo de Leandro Díaz del Campo- acompañan con muy poca inventiva y estilismo a una forma narrativa que, de por sí, carece de profundidad y entusiasmo. Prefiriendo retratar los momentos intimistas y propios de la convivencia, la intención se vuelve su mayor lastre. Falto de carisma a la hora de dotar de identidad a su película, Aguilar concibe un producto cinematográficamente pobre y austero, en donde sus 70 minutos de metraje parecen –inclusive- excesivos. El rol del antiguo caserón de campo en el desarrollo de la historia hace un aporte nimio, al convertirse en ese misterioso soporte que funciona como eje del reencuentro, no obstante es de exiguo sustentolo que allí sucede y el matiz simbólico que busca otorgársele aciertos acontecimientos. La comprensión mutua a medida que el vínculo se reconforta y lo psicológico de los recuerdos que intentan saldar las culpas del pasado puede alcanzar cotas peligrosamente risibles.
He visto bastante de la filmografía del realizador independiente Ernesto Aguilar y hay que destacar que este año se han estrenado tres títulos suyos en Espacios INCAA: "Ivi", "Lucy en el Infierno" y este que nos convoca hoy, "De despojos y costillas". Aguilar trabaja con una productora bonaerense pujante, con mucha fuerza y compromiso (Margen Cine), y tiene una extensa carrera como realizador, aunque sus títulos más emblemáticos no son conocidos por el gran público en nuestro país. Para los que me leen habitualmente, brego por que sus trabajos tengan un soporte técnico acorde y que mejore la capacidad de desarrollo de sus proyectos, a través de guiones más interesantes y acordes a las posibilidades de realización concreta. Resistí mucho títulos como "Lucy en el infierno" y por eso, creo que a Aguilar le viene bien explorar otro tipo de tópicos, como el que trae en "De despojos y costillas". La primera impresión es que este es un título que conecta temáticamente con una gran película nacional del 2012, "Abrir puertas y ventanas" (de Milagros Mumenthaler). Escenarios de casa grandes, en el suburbio de la ciudad, y un duelo. Alguien falta. Y esa ausencia es reciente, dolorosa, punzante. Y tres mujeres jóvenes se reunen, a elaborar, de alguna manera, esa pérdida y avanzar con motorizar resoluciones que les permitan seguir adelante. Alejandra (Florencia Carreras), Daniela (Florencia Repetto) y Laura (Yanina Romanin) se reunen en la casa de su mamá, recien fallecida. Cada una viene de universos distintos, la vida las llevó por diferentes caminos y deben reencontrarse, (y reconocerse) en esta díficil circunstancia. Una de ellas está embarazada y viene de una situación complicada con su pareja, otra tiene problemas de relación para sostener a sus compañeros, y la tercera, directamente, vive en el exterior (Canadá) y está de regreso después de un tiempo largo. Aguilar presenta un relato que intenta instalar la discusión sobre las formas de duelar. ¿El impacto de la pérdida es igual para las tres? ¿Qué rencores aparecen a la hora de la desaparición física de su madre? Pero eso no es todo. Dos hermanas quieren vender la propiedad y para eso necesitan una sucesión y la firma de todas. Una de ellas no parece convencida. ¿Qué sucede en esa vinculación con respecto al pasado? ¿Qué sucedió en el último período donde su madre estuvo con vida? Estas y otras preguntas, aparecen naturalmente en el devenir de la cinta. El problema es que su tratamiento no tiene la profundidad dramática necesaria para dar esas respuestas. No creo que sea deliberado. Me da la impresión que el contrapunto entre las hermanas debería registrar mayor voltaje, así como las escenas donde se conectan con la vida. Algo sucede y las actrices describen ese momento, pero no hay pulsión ni energía en esos intercambios. Eso no sucede, y "De despojos y costillas" muestra su costado frío, en términos de calor de pantalla. La cinta avanza, pero las cuestiones, no necesariamente se resuelven. No es que tengan que serlo. Pero al dejar todo abierta, la pregunta natural es... ¿Y qué estamos intentando establecer? Se percibe a "De despojos y costillas" un tanto débil en los diálgoos, hay descripción pero no tanta conexión emocional. No se percibe que haya una intencionalidad que profundice el conflicto y sólo presenta algo de las angustias de tres hijas, conectándose (en mayor o menor medida) con el recuerdo de su madre. Las tres tienen temas sin resolver pero su abordaje no cobra fuerza en ningún momento del film. Los flashback y las apariciones (o alucinaciones), sólo aportan color y quizás no hayan sido necesarias. (Sí por ejemplo conocer más sobre porque las hermanas se llevan como llevan, en términos de afecto y comunicación). Desde ya, que más allá de esta percepción, esta es de las mejores películas de Ernesto Aguilar. Sabe donde va, el camino es claro y su elenco responde al ordenamiento que propone para encuadrar la acción. El hecho de que ruede la mayoría en interiores (excepto el patio de la casa), le permite dominar más los encuadres y el film evidencia un avance en cuanto a cómo venía produciendo Aguilar sus últimas películas. Se nota cierto progreso en la dirección de actores y es una buena noticia para quienes seguimos su cine. "De despojos y costillas" es un producto independiente que muestra una idea sencilla, ejecutada con intérpretes competentes y con un esquema de producción que la hace más amistosa para el gran público que la mayoría de títulos de la trayectoria de Aguilar. Estará en el Gaumont y en la red INCAA y es una buena posibilidad para apoyar a un cineasta que parece haber encontrado la conexión entre sus intenciones creativas, y lo que el espectador promedio necesita para ingresar a ese mundo particular. Celebramos entonces el valor que "De despojos y costillas" ofrece en este contexto.
Una casa vacía, dueña de recuerdos alegres y tristes. La infancia pasó hace tiempo, y sus padres murieron. Ante este panorama tres hermanas llegan en auto a las afueras de un pueblo de la provincia de Buenos Aires para poner las cosas en orden y poder venderla. Ernesto Aguilar encara su largometraje con la idea de contar una nueva versión del desarme y vaciado, de un inmueble familiar, cuando sus dueños han fallecido. Con un austero presupuesto, sin música incidental, sólo en ciertos momentos importantes se escucha alguna risa de bebé, pero lo que predomina es el sonido ambiente como única compañía de un elenco de tres actrices, filmado casi todo en exteriores, con sólo una pequeña parte en el interior de la casa, se desarrolla la historia. Alejandra (Florencia Carreras), Laura (Yanina Romanin), Daniela (Florencia Repetto) paran por un momento en la propiedad para buscar unos papeles pero, inexplicablemente, se quedan allí todo el día. Sobre eso se basa el relato. Charlan, se ponen al día con sus asuntos, almuerzan, encuentran elementos y juguetes de su niñez y recuerdan los tiempos idos, además, toman sol, etc. El film se sustenta en los diálogos y no en las acciones, pues lo que predomina es el letargo y la parsimonia. Tal vez lo más rico sea la personalidad y la biografía otorgada a cada una para que desarrollen sus personajes en consecuencia. Porque. se muestran ante las otras bien, estables, conformes con lo que son y adonde llegaron, pero la realidad es todo lo contrario. Ellas saben cómo disimular para no quebrarse y avergonzarse por su presente, porque tienen y sienten, en la profundidad de sus almas, muchas más cosas en el debe que en el haber. Los únicos instantes en que afloran sus sentimientos, emociones y angustias guardadas son cuando están solas y se encuentran con los fantasmas que las atormentan. La apatía y calma gobierna la narración. Sólo gracias a la borrachera es que Alejandra confiesa su más oscuro secreto, pero las otras hermanas no aprovechan la oportunidad de imitarla. De algún modo se podría trazar una analogía entre lo que les ocurre a las chicas y la historia en sí misma. El conformismo y la intrascendencia es la que sale victoriosa.
Que no se entere Mamá. Da la sensación que la última película de Ernesto Aguilar, realizador independiente que estrena con asiduidad, se encuentra a media cocción, básicamente porque no logra en ningún momento comprometer al espectador con la historia que se intenta reflejar en una puesta en escena austera y con muy pocas ideas. Premisa sencilla y recurrente: tres hermanas reunidas en un caserón para decidir cómo sigue la vida de cada una de ellas tras la muerte de su madre. Ni siquiera el fuera de campo ayuda a generar algún interés por esta madre omnipresente y motivo de conflictos entre Alejandra (Florencia Carreras), Daniela (Florencia Repetto) y Laura (Yanina Romanin) durante su estadía en esa casa que tampoco cobra el protagonismo necesario como personaje no humano, algo que tal vez hubiese significado cierta originalidad ante la propuesta convencional del duelo y las formas de sobrellevarlo. Ninguna revelación en los excesivos 78 minutos supera la cuota de lo predecible, así como tampoco la unidimensionalidad en los personajes femeninos. Sin embargo, lo que realmente falla en este opus responde a la idea de buscar de manera forzada climas y atmósferas que coquetean con las subjetividades de cada hermana, para no anclar un relato sin sustancia y con poco peso dramático a la densidad del tono realista y encontrar en el despegue de la realidad un universo distinto, y mucho más rico que el anecdótico dominante. El nuevo opus de Ernesto Aguilar esta vez se estanca en un espacio muy transitado y no logra vuelo entre otras cosas por el poco apego de las actrices con sus personajes.
Su desarrollo es intimista, con cierta calidez que se logra a través de la fotografía. Este es el reencuentro de tres hermanas que hace 2 navidades que no están juntas, y se reúnen después que su madre fallece para poner en venta la casa de su infancia y su adolescencia. Daniela (Florencia Repetto), trabaja en una agencia de producción y está escribiendo una obra de teatro, vive en pareja en Canadá y dada la distancia fue la hermana ausente; Laura (Yanina Romanin) está embarazada de Felipe y su esposo es Miguel, necesitan el dinero y Alejandra (Florencia Carreras), es la que cuidó a su madre, no suele tener una pareja duradera, es la que menos cuenta y la más introvertida. Una vez juntas en esa casa que se encuentra llena de recuerdos aparece la nostalgia y comienzan a salir a la luz: las heridas, el abandono, la tristeza, un pasado no resuelto, los secretos y el amor. La trama toca un tema universal; las relaciones entre hermanos adultos ante la falta de los padres, aquí todo transcurre en un día, con diálogos superficiales que no resultan del todo interesantes, le falta emoción y dinamismo. Con la utilización del flashbacks se muestra un poco más de ellas, aquí no se ven hombres, solo las relaciones entre las hermanas, hay situaciones que se resuelven de golpe y su relato no termina de llegar al espectador.
Alejandra, Laura y Daniela son tres hermanas muy distantes que, a la muerte de su madre, se reencuentran para rescatar algunos objetos de valor, poner en venta una antigua mansión y recordar secretos inconfesables. Tristes soledades, un embarazo con poca alegría y rencores que van atados a cada una de sus vidas van surgiendo de diálogos en los que se desatan con fuerza cada una de sus existencias. El director Ernesto Aguilar, con el apoyo de las buenas actuaciones de Florencia Carreras, Florencia Repetto y Yanina Romanin, logró así describir una trama cálida, dolorosa e intimista que va puntuando la trayectoria de sus tres únicas y agónicas protagonistas.
ATANDO CABOS ENTRE HERMANAS Tres hermanas llegan a la casa familiar para repartirse los pocos bienes que quedan y organizar la herencia que quedó tras la muerte de la madre. Serán horas de reencuentros (una de ellas vive desde hace unos años en Canadá) y de pases de facturas, entre intentos de recomposición de estas tres mujeres que responden a diversos prototipos -y estereotipos-: Alejandra (Florencia Carreras), la mayor y la más introspectiva; Laura (Yanina Romanín), embarazada y encerrada en una relación que no parece generarle demasiadas satisfacciones; y Daniela (Florencia Repetto), artista, libre y -obviamente- la rebelde de la familia. En De despojos y costillas, el director Ernesto Aguilar persigue una sensibilidad femenina que no aparece con demasiada lucidez, aunque se agradece el esfuerzo por buscarla y exponerla sin mayores influencias del contexto. El drama será, de manera concreta, las tres mujeres; y habría que sumar una cuarta si agregamos a esa madre ausente que se impone en esencia. De despojos y costillas responde a cierto diseño del cine independiente argentino que indaga en el universo femenino (Abrir puertas y ventanas aparece como el ejemplo más explícito). Y si bien las buenas intenciones son evidentes, la película no puede escapar de ciertos lugares comunes que los personajes representan tanto en diálogos (algunos medio imposibles) como en el simbolismo de sus cuerpos. Hay unas escenas oníricas que no sólo no funcionan como tales (especialmente la grotesca que protagoniza el personaje de Daniela), sino que subrayan demasiado aquello que en un comienzo se quiere mostrar como sugerente. Sin profundizar en determinados objetos que vienen a representar de manera evidente la destrucción y posterior recomposición de ese núcleo familiar. La película de Aguilar falla en pretender un vuelo que no encuentra, ni temática ni formalmente. Y va sumando clichés para forzar un final en el que todos los cabos se terminan atando, en pos de una hermandad que termina siendo más amable de lo que parecía en un comienzo.