Quién te mira y quién te ve Delicia (2017) podría ser un melodrama convencional pero no lo es. Su estética teatral y manera fragmentada que elige el director Marcelo Mangone para contar las vicisitudes de sus protagonistas, la aleja del golpe bajo moralizador. Esto, sumado al oficio de Hugo Arana y Beatriz Spelzini que se cargan el film al hombro, evita que la película se derrumbe a pesar de los lugares comunes que transita. Beatriz Spelzini personifica a Delicia, una enfermera que llega al barrio tras sufrir un accidente. Su trabajo es cuidar al no vidente que interpreta Hugo Arana, un hombre ermitaño y malhumorado que también debe reencontrarse con su hija con quién no mantiene una buena relación. Delicia es un film de segundas oportunidades, cuestión potenciada al tratarse de personajes que transitan la tercera edad y sobrellevan una discapacidad. La película cuenta con todos los elementos para ser una historia lacrimógena, sin embargo es la manera soberbia de narrar aquello que la corre de la previsibilidad en la que podría caer. El film se recuesta en sus protagonistas que, con actuaciones contenidas a través de gestos y miradas, expresan sus dolores y alegrías. Arana y Spelzini, injustamente condenados históricamente a ser personajes secundarios, se lucen trasmitiendo desde sus rostros todas las emociones de la película y demostrando que pueden sostener e incluso acrecentar cualquier historia. Promediando la hora de relato, el guion de María Laura Gargarella (Tokio) cae en un recurso facilista de telenovela, un enredo que genera el conflicto dramático hasta el final. Un recurso burdo y evitable, con los que el film coquetea todo el tiempo y trata de evadir. Dicho esto, hay otros recursos del guion muy interesantes como el trabajo del personaje de Arana de recepcionista de un albergue transitorio. El hombre que no puede ver los rostros de los clientes. En esta línea Delicia tiene algunas cosas interesantes y otras obvias y previsibles. Lo importante es que logra hacer un relato emotivo y sensible cuando tenía todo, desde el título hasta las discapacidades de sus personajes, para ser un culebrón. No lo es, gracias a la dirección minimalista de su director y las actuaciones de dos monstruos (en el mejor de los sentidos) de la pantalla como lo son Arana y Spelzini.
Delicia, de Marcelo Mangone Por Marcela Gamberini Construida a la sombra de las ideas sobre puesta en escena y minimalismo de Aki Kaurismaki, Delicia es una película pequeña y previsible. El primerísimo primer plano de una mujer cincuentona, con la piel demasiado ajada, los ojos opacos y un pasado insalvable abre la película haciendo foco en esa figura femenina. Delicia transita el camino de la comodidad, atraviesa lugares comunes del melodrama que une a dos solitarios, mayores, con vidas pasadas de las que no se revelará casi nada, él ciego, ella renga. Dos personajes que carecen de mucho pero sobre todo de afecto. La puesta en escena es básica, la paleta de colores fuertes remarca el “toque Kaurismaki”, personajes que deambulan en largos planos secuencias que dejan ver poco y nada del contexto. Los vacíos o las carencias del relato son tan agudas que a veces, perdemos la empatía por esos personajes que están pensados, guionados, para conmover. El desarrollo de la trama es obstaculizado constantemente por pequeños nudos narrativos que no tienen resolución. La falta de nombres de los personajes, inclusive la falta de filiación entre ellos explica un poco la trama: el lenguaje, que es el que “nombra” no puede ponerle nombre a esos personajes que tal vez, metafóricamente apelan a un universal. Y en este caso el universal es poco interesante, incluso la falta de referencias a la época en la que transcurre la película también puede apelar a esa vocación de universalizar pero a la vez le quita identidad a la película. Al comienzo, esa mujer espera en una parada de colectivos (que será la misma en la que los personajes cerrarán la película a modo de circularidad) donde en un grafiti de fondo se ve un nombre borroneado. ¿Podemos pensar en una referencia política? ¿Un nombre propio debajo de esa sobreescritura? ¿Un nombre que reemplaza al de los personajes?. No lo sabemos, tal vez sea solo una interpretación hiperbólica dentro de la previsibilidad de Delicia. DELICIA Delicia. Argentina, 2017. Director: Marcelo Mangone. Intérpretes: Marina Glezer, Beatriz Spelzini y Hugo Arana. Duración: 100 minutos.
Una historia de amor entre adultos, seres que ya no guardan ninguna esperanza de cambiar sus vidas. Ella es una mujer que llega para trabajar a una pequeña ciudad donde todos se conocen. Ella es un misterio, la única razón que le da al director del hospital donde será enfermera es que necesita un cambio en su vida. Ella tiene una leve renguera. El dueño de la casa donde se hospeda es un señor hosco, encerrado en si mismo, que no nació ciego, pero perdió la visión. Lo que parece imposible sucede. Mas que por las vueltas de guión que no son apegadas a la lógica, por el empeño, el talento y la ternura que transmiten esos dos grandes actores que son Hugo Arana y Beatriz Spelzini. Ese entendimiento, esa química es lo que perdura en el espectador, más que la historia. Dirige Marcelo Mangone.
Fiel a sus raíces teatrales, el director Marcelo Mangone construye en Delicia un relato denso y sensible que retrata el encuentro y desencuentro entre dos almas solitarias. Felisa (Beatriz Spelzini) se baja del tren con su valija y empieza a caminar, a cada paso que da se asoma su renguera. Camina hasta un hospital para tener una reunión con el director. En su nuevo destino va a ocupar una vacante de enfermera, pero primero necesita un lugar donde vivir. El mismo que le ofrece el trabajo le brinda una solución. Un paciente posee dos casas lindantes y gemelas, una ocupada por él y la otra deshabitada. Lo único que pide a cambio es que se encargue de las tareas domésticas. Felisa acepta sin dudarlo. Al presentarse ante él, Felisa descubrirá que Amado (Hugo Arana) es ciego y que además es un hombre de pocas palabras que no busca sociabilizar con nadie. En medio de su soledad, ambos se encuentran para compartir pequeños momentos de la vida diaria. Entre ellos nacerá un vínculo extraño y poco convencional, pero necesario para sobrellevar los días. El film retrata la soledad de la vejez y la construcción de vínculos a través de dos personajes muy diferentes, pero que al compartir su intimidad se dan cuenta de que están en la misma situación y que, además, ambos sobrellevan una discapacidad. Una temática interesante para visualizar, sin embargo la historia cae en los lugares comunes de una telenovela y no logra conectarse con el público. Los enredos y el conflicto final no tienen coherencia suficiente y su resolución es por demás previsible. Es a través de las expresiones y la naturalidad de las actuaciones de Arana y Spelzini que el relato se sostiene. Otra de las fallas es la estructura teatral que elige Mangone, para cambiar de escena funde en negro la pantalla simulando la bajada del telón. Eso hace que la narración se haga larga y tediosa.
CUANDO LA CAUSALIDAD ES EL PRINCIPIO CONSTRUCTOR Por lo general, en el inconsciente colectivo de nuestra sociedad suele circular la imaginaria y complaciente frase “todo pasa por algo”. Ya sea bueno o malo, al pensar que nuestras acciones son incontrolables y que hagamos lo que hagamos no podríamos cambiar lo sucedido, la suma de los acontecimientos de nuestra vida se vuelve un pequeño escalón en la inmensa red de nuestra existencia. Delicia, la nueva película de Marcelo Mangone, reflexiona, de una forma simple, tierna y silenciosa, sobre que cómo la vida nos sorprende y sobre cómo la casualidad o la voluntad de poder de los individuos modifican nuestra existencia. El film es sencillo, presenta la historia de una enfermera (Beatriz Spelzini) que decide cambiar su vida y su trabajo, trasladándose a un pueblo de provincia que posee un solo hospital y en donde, la amabilidad y la sencillez de los tratos interpersonales, caracteriza a su nuevo lugar de residencia. Desentonando con esto, se encuentra Amado, un señor ciego que trabaja de recepcionista en un albergue transitorio, y quien le ofrece alojamiento a Felisa, la recién llegada, a cambio de ayuda por los quehaceres hogareños. Establecido dicho pacto, comienza una relación algo tirante y tensa, donde Felisa la entabla desde el diálogo y la amabilidad y donde Amado se posiciona desde el silencio y la introspección para con los otros. Sin embargo, la relación irá mutando en el devenir de la historia, permitiendo la reflexión sobre cómo si sabemos aprovechar las oportunidades que nos presentan la vida, esta puede enriquecerse y transformarse por completo. La puesta en escena es sencilla: las casas de los protagonistas, el hospital, la calle. Se destaca el tratamiento del uso del color, ya que las tonalidades de los espacios permiten identificarlos con los personajes a los que pertenecen. Además, se utilizan (sobre todo en la ambientación de la casa de Felisa, rebautizada Delicia hacia el promedio del film) colores rebosantes de vitalidad (rojo, verde, iluminación colorida), que nos remite (fugazmente) al tratamiento de color tan característico de Vicente Minelli (hay que destacar también que Felisa mira telenovelas y posee un tocadiscos, el mismo que le permite desnudar su sencillez ante Amado y bailar para concretar su relación). Abundan los primeros planos para entrar en la subjetividad de los personajes, denotando unas actuaciones acertadas y unos personajes bien definidos. La historia es conocida, sencilla y acotada, pero funciona. El arte nos permite reflexionar sobre nuestro alrededor y nuestra propia existencia, y para ello no hay límites de edad. Ahora sí, no esperemos toda una vida para empoderarnos de nuestras propias acciones o esperando que la casualidad nos sorprenda sin tomar acción, será que Delicia intenta que no se repita la pregunta clave del film “Decime, ¿por qué tardaste tanto en llegar?”. No tardemos, ni esperemos. Actuemos… y rápido.
El presente largometraje del director Marcelo Mangone llega en un momento donde la temática resulta trillada en las propuestas vigentes de la cartelera nacional que abarcan la última etapa de la vida de las personas. La trama responde fielmente al título: encarna la vida de una mujer de avanzada edad con espíritu emprendedor que decide cambiar su rutina y, en consecuencia, pone su destino al azar trabajando de enfermera en una nueva localidad. Allí, el director del hospital le ofrece hospedarse en la casa de un ermitaño ser, viudo, que padece ceguera y trabaja como conserje en un albergue transitorio, en consecuencia, es esquivo con todo ser que camina por la tierra e intenta acercarse a él, incluyendo a su propia hija con quien se reencuentra por la enfermedad de su nieto. En este marco, la trama se tiñe de drama y recurrentes golpes bajos mientras pivotea con idas y vueltas entre estos dos personajes con capacidades diferentes que se redescubren en cada instante que comparten juntos. Curiosamente, Mangone mimetiza a Felisa con el icónico perro lazarillo sometido a los maltratos del dueño del hogar durante su estadía y le añade la arista de esclavitud intrínseca en un juego de intercambio de intereses cuyo alojamiento allí dependerá de que mantenga en orden la casa. Este modo de ver no exige grandes desafíos al espectador más que el deseo de ver un avance en el correr de los 100 minutos del largometraje que difiera al desenlace que el título vaticina semióticamente. Sin embargo, desde el correr de la primer escena la trama no denota mayores preámbulos que el accionar de la dupla protagónica de lujo que le da vida a estos personajes: Amado (Hugo Arana) y Felisa (Beatriz Spelzini) puestos al servicio del leitmotiv “Lo esencial es invisible a los ojos” de Antoine Saint-Exupéry. El guión gira en función a ver la mutación de Felisa cuya vocación de servicio y carácter dócil la impulsa a cuidarlo hasta redescubrir en él un atractivo peculiar. En este sentido, el eje narrativo se centra en ahondar la complejidad de personas con capacidades diferentes como un alarmante llamado de solidaridad e integridad social. La puesta en escena acompaña plagada de sueños y ambiciones truncas en sintonía con las locaciones elegidas: pálidas y sin matices. Aquí lo más jugoso es la puesta en escena del poder simbólico discursivo que nutre a los personajes en una simbiosis materialista y poética que se entremezcla en las escenas. Por un lado, Felisa está cansada de caminar con esos zapatos viejos; se observa cuando Amado le dice “Ese sonido… remite a que Usted arrastra un pasado oscuro, como si quisiera escaparse de algo”; a lo que Felisa responde “Soy renga. Ahora Usted cuénteme porqué todas las noches vuelve tan tarde a casa”. Entretanto, la situación entre ellos se pone intensa: La ceguera de Amado y obsesión por vivir en un orden (físico y psíquico) altera sus emociones mientras Felisa fuma desconsoladamente en esas cuatro paredes que los aísla de la sociedad. En este sentido, el cigarrillo ironiza la situación que atraviesa en pos de su deseo de cambiar el destino cuando se fuma hasta en pipa su vida. El ritmo, lineal, se mecha con alguna elipsis en un collage interpretativo que construye un relato impregnado de retóricas que, cual pesadilla, los encierra en la oscuridad. No obstante, estos diálogos resultan cruciales para interpelar al público sobre su presente y si es, o no, conveniente dejar atrás el pasado y valorar el espacio-tiempo presente… ¿Podrán superar el deseo de indagar el detrás de escena que los cruzó causalmente? Delicia es una ficción que propone la interacción al diálogo y rechazar la grieta social, pero la visión de Mangone no logra su resultado al enfatizar en Amado su resistencia al cambio reforzando mediante constantes golpes bajos cómo estos individuos se entierran en carne viva. La trillada trama del hombre enojado con la vida, por momentos, rememora la película sueca Un hombre llamado Ove (2016), dirigida por Hannes Holm. Quizás hubiese sido bueno encarar esta ceguera desde un lado más positivo como la ópera prima árabe Tramontaine (2016), del director libanés Vache Boulghourjian que desde un formato clásico trasciende a través de la bondad del protagonista el drama de la ceguera no sólo física de su protagonista sino también de aquellos que no quieren ver su pasado, o bien encauzar su antítesis como hizo Martin Brest en Perfume de mujer (1992), protagonizada por Al Pacino.
Dos que se dan al amor. El rostro de una mujer ajada por el tiempo abre la escena. Delicia (Beatriz Spelzini) sufrió un accidente que la dejó renga y se presenta como la enfermera que deberá cuidar del hombre mayor y ciego que compone Hugo Arana. Ambos personajes vienen golpeados por la vida, aunque poco sepamos de sus pasados, el haber vivido se nota en sus rostros. En Delicia, el director Marcelo Mangone dedica mucho tiempo a observar los rostros de sus personajes, en especial de sus protagonistas. Como si sus gestos transmitiesen más que sus palabras. Algo de razón tiene, mucha. El hombre es hosco y su ceguera no ayuda. Vive encerrado y quizás esa no salida al mundo exterior se deba a la mala relación que tiene con su hija, con quien debe iniciar un reencuentro. Delicia, de alguna forma, será la llave para que las cosas empiecen a cambiar, aunque ella también lleve sus pesares. La de Delicia es una historia de amor simple, y no hay ninguna intención desde el guion de María Laura Gargarella en complejizarla, más allá de algún vericueto ya bien adentrado el film. A Gargarella parecen gustarles los romances de personas mayores: es la guionista de Tokio, aunque en el fondo cueste reconocer el glamour noïr jazzero de aquel film en el costumbrismo clásico de este. Sin embargo, puede entreverse que los personajes con una vida ya vivida que buscan una segunda chance, y alguna redención, son los que le agradan. De Mangone recordamos la subvalorada e injustamente poco recordada La demolición. Y sí, hay algo de su estética teatral aquí, también del impulso narrativo a través de la composición de imagen, que parece simple pero trasluce una historia en sí misma. En cierto modo, estos dos seres mayores podrían haber formado parte de ese film sobre un empleado a punto de jubilarse que se atrinchera en una fábrica; ese grito de todavía querer vivir. Dos actores y una forma de ver la vida: Casi todo lo que sucede en Delicia puede adivinarse, no se trata de un film de grandes sorpresas. Sin embargo, habría que preguntarse si esa previsibilidad no fue buscada intencionalmente. Delicia es una propuesta sencilla, porque la vida de sus dos protagonistas busca el detalle en las cosas simples. La cámara abunda en primeros planos, encuadres simétricos y planos secuencias. Tampoco su estructura es del todo lineal, convirtiéndose en una suerte de viñetas de vida. Este estilo, llamativo, además de restarle el aire teatral impuesto por las pocas locaciones y los pocos personajes, le suma una comprensión en los detalles de gestos, colores, y formas. También resulta llamativo la no claridad de un espacio tiempo en el que todo se desarrolla. Casi como en el film Hortensia (aunque en menor grado), el escenario se carga de un estilo retro, pero pareciera por otro lado ser actual. Por último, otro de sus aciertos (y ciertamente el mayor) es depositar todo el peso de la historia en sus dos protagonistas. Beatriz Spelzini no tuvo la suerte en su carrera para protagonizar más, pero ¿recuerdan El gato desaparece? Bueno, de ese pedazo de talento actoral hablamos. Spelzini actúa con su mirada, con gestos mínimos, y un decir muy propio, Delicia es querible en su cuerpo y voz, y como espectadores deseamos arroparla. ¿Se puede decir algo más del talento de Hugo Arana? La ternura que puede transmitir el actor de La historia Oficial es única. Su personaje mantiene una gracia cercana al humor negro, y aunque deba ser parco inspira emoción. Entre ambos hay química y se nota que nace algo progresivamente. Algo que el film aprovecha depositando toda su fuerza en ellos. Conclusión: Delicia es un drama melancólico, simple, y con notas inspiradoras. Su estética detallista y la potencia de sus protagonistas lo son todo para redondear un resultado cumplidor.
“No hay nada menos propio que el nombre propio”, reflexiona Amado (Hugo Arana). Y probablemente esto sea muy cierto en el caso de Delicia (2017). Porque, ¿qué tienen que ver los nombres Amado y Felisa con estos dos personajes solitarios y protagonistas de la historia? Si se llaman así, ¿por qué están solos? Con esto pareciera jugar con leve torpeza la película. Felisa, interpretada por Beatriz Spelzini, llega a un pueblo de Argentina para ocupar un puesto de enfermera. Allí, el director del hospital le encontrará un sitio donde vivir. Amado posee dos casas colindantes: una ocupada por él y la otra, deshabitada. A cambio del alojamiento, le pedirá ayuda en las tareas de su casa. Felisa acepta y al presentarse ante él, descubrirá que Amado es ciego. La película parece carecer de rumbo por los fundidos a negro tan reiterativos. Sin embargo, la soledad trazada por el guión de María Laura Gargarella con ambos personajes y entre quehaceres en silencio, distracciones de música taciturna y espaciados diálogos, enriquece ciertas escenas. Hay gestos en el rostro de Beatriz Spelzini que recuerdan a la Meryl Streep de Los Puentes de Madison (The Bridges of Madison County, 1995). Se suele decir que las comparaciones son odiosas, pero cierta mirada, cierto jugueteo de insatisfacción con los labios, al comienzo de la película, hacen recordar que ambos conflictos entre soledad y confort espejean por momentos. Hay un encanto en los encuentros nocturnos entre Felisa y Amado. El silencio donde los cuerpos saben de la presencia del otro es una complicidad que Spelzini y Arana manejan con atino. Si bien Arana no deja mucha marca con su interpretación de la ceguera, mitificada por cómo interactúan los demás pueblerinos con él, la química entre ambos actores principales tienta la constancia de la mirada por saber qué ocurrirá. Donde se enreda el guión es en el melodrama de la hija y el nieto de Amado. Abusa de la casualidad de ciertos encuentros para mantener en movimiento la trama. La actuación de Marina Glezer pasa desapercibida en contraste con la presencia de Spelzini, pero cumple su cometido como el resto del elenco. Y lo que nos regalan Gargarella y Mangone es un final sencillo como este amor a oscuras y de risas cómplices donde lo que vale es la mirada de Spelzini. Un final así deja con ganas de algo más, al mismo tiempo que le da perspectiva a la intimidad del filme.
Cuenta con las sólidas actuaciones de Hugo Arana y Beatriz Spelzini, que lo dicen todo a través de las miradas, los gestos, los silencios y todo lo corporal, algo similar sucedía en “Tokio” (2015) con Graciela Borges y Luis Brandoni. “Delicia” es una historia tierna, sencilla, agradable, que nos habla de las segundas oportunidades, del amor y la soledad. A pesar de caer en lugares comunes y previsibles, algunas escenas resultan interesantes. Daría para una obra teatral.
Amado (Hugo Arana) es un hombre ciego, huraño, gruñón, que vive solo en un pueblo tranquilo, de casas bajas, donde no pasa nada y la serenidad es absoluta. Él tiene una vida rutinaria, trabaja en la conserjería de un hotel alojamiento, luego se da una vuelta por el bar y más tarde, se va a su hogar. Hacia ese lugar llega con el tren Felisa (Beatriz Spelzini), una enfermera muy bien calificada que podría estar en un hospital importante de alguna gran ciudad, pero, por algún motivo que desconocemos, decidió ir a emplearse allí. Para su sorpresa le consiguen una vivienda perteneciente a Amado, contigua a la suya, cuyo trato es que le haga los quehaceres domésticos al dueño. Y, como si esto fuera poco, para alterarle la tranquilidad que tenía el protagonista hasta ahora, también llega de la ciudad, su hija Analía (Marina Glezer), cuyo hijo tuvo que internar de urgencia en el hospital donde trabaja Felisa. El entrecruzamiento de personajes es permanente, así como también la distancia que mantienen padre e hija, porque hay un resquemor antiguo no resuelto, y, además, él mismo no es amable con la enfermera. Pese a que ella se quiere acercar con afecto se siente rechazada, pero se esforzará sutilmente en hacerlo cambiar de opinión. El film dirigido por Marcelo Mangone propone la idea de ver como dos personas solitarias y de personalidades tan disímiles se pueden relacionar y llegar a enamorar. Ese es el desafío principal que tiene por delante el realizador, y se basa principalmente en el duelo actoral de los coprotagonistas, que están a la altura de las circunstancias demostrando una vez más la gran experiencia actoral que tienen ambos. La película tiene buenas intenciones en el aspecto narrativo, pero las largas e innecesarias caminatas por el pueblo, las escenas donde no sucede nada interesante que aporten algo fundamental a la obra, el abuso de los fundidos a negro para resolver el final de las escenas, la nula información del pasado de los personajes, porque nadie cuenta qué es lo que les pasó, no lo saben los personajes ni el espectador, dejándolo totalmente en ascuas. todos estos factores producen que el relato sea lento y anodino en algunas partes, contraponiéndose a ciertos momentos, o detalles visibles o sonoros, que están bien logrados, pero que no alcanza para hacer un largometraje compacto y entretenido, pese a las pretensiones preliminares.
Marcelo Mangone director de La Demolición, dirige Delicia. Protagonizada por Beatríz Spelzini y Hugo Arana. Felisa (Beatríz Spelzini) llega al pueblo para suplantar a una enfermera. En el hospital, su director, le consigue lugar donde quedarse, la casa de Amado (Hugo Arana). Él, que ya es una leyenda en el pueblo por su ceguera, tiene dos casas, una en la que habita y otra al lado. De requisito para quedarse en ella le pide que lo ayude con las cosas de la casa. Paralelamente el nieto de Amado, está internado en el mismo hospital. La trama se desarrolla en esa relación distante que se va acortando de a poco, entre Amado y Felisa. Sin embargo el conflicto no está bien planteado, o por lo menos no fundamenta el mal entendido final. La fotografía está casi todo el film subexpuesta, mayormente en las escenas de interiores. Por otro lado para la resolución de los cortes de escena utiliza en demasía el recurso del fundido a negro. Que aunque quizás se lo pueda relacionar con la ceguera de la trama, lo termina agotando. Las actuaciones protagonistas dan en el blanco, en especial la de Arana. El resto del elenco acompaña, pero se empequeñece con las actuaciones, como si se vieran los hilos de los títeres y les faltara naturalidad. Un film, que no termina de cerrar, con una historia dulce, que debería conquistar al público. Pero que se queda corta. Así mismo, ojalá los espectadores puedan llegar a verla, ya que las pequeñas y medianas producciones del cine nacional o las producciones más independientes a nivel internacional, (que no vienen de los EE.UU.) lamentablemente no duran más de dos semanas en cartelera.