Del otro lado de la vida. La “desaparición” de una mujer brasilera llamada Laura, dejará en soledad a su pareja Israel y a su hijo Lucas, quienes deberán sobrellevar (en especial el padre) una desolación inagotable al enterarse de que, en realidad, Laura ha fallecido en Argentina. Desterro es una coproducción argentino/brasilera dirigida por María Clara Escobar que se propone navegar en una especie de intencionalidad al querer retratar lo estancada que puede llegar a ser la vida humana dentro de la rutina de todos los días, y cómo esto puede afectar la vida de una mujer que ya no soporta verse ligada al sistema. Es así como Desterro avanza en la propuesta de construir un film inquietante a partir de una profundización filosófica de lo que trata la muerte, que a la vez contrasta con todo el enfoque burocrático y materialista que significa morir dentro de un sistema que no entiende de emociones humanas. Los elementos elegidos para contar esta película se basan en encuadres semivacíos (donde el fondo adquiere un protagonismo casi inentendible), primerísimos primeros planos, y un montaje antinatural que por momentos complica la cinta; y hace que, en su búsqueda constante de adquirir características del cine expresionista, se enrede en una telaraña de intenciones que pocas llegan a tener una conclusión adecuada. Si bien las poéticas de la imagen junto con el relato imaginario cumplen en querer hacer de esta película una experiencia mental y cuasi onírica, el film termina descarrilando en otorgarle a este audiovisual un ánimo contemplativo que nunca termina de cuadrar y, por lo tanto, no llega con rudeza al corazón del espectador como podría haberlo hecho.
Una mujer joven desaparece de repente, dejando a su familia totalmente desolada. Un tiempo después, su marido escucha noticias de que han encontrado su cuerpo fallecido en Argentina. La película Desterro busca mostrar los vacíos, la angustia, la ausencia. No es tarea fácil, pero muchos grandes cineastas lo han logrado. En este caso no pasa, porque la directora se pierde en sus propios planos de los que parece enamorada, la película es solo una anécdota, lo que importa es que se note lo inteligente que es al filmar. Desterro, coproducción entre Brasil y Argentina, es uno de esos films de consumo interno dentro de una comunidad en la que todos se palmean la espalda mutuamente y se festejan su condición de artistas sofisticados y valiosos. Un cine sin público, un cine autoindulgente, bastante pretencioso, completamente aburrido, funcional a la tesis de la realizadora, pero que utiliza el cine para otros fines. No gusta del cine, no se interesa por la narrativa, solo se regodea en su condición de película rara. A cierta edad, salvo que uno tenga intereses creados, esta clase de títulos son tolerados si el que los hace es un genio, pero este no es el caso. Como dato curioso hay que mencionar que la película tiene un cartel agradeciendo las políticas culturales de Brasil entre el 2003 y el 2016. Además de lo triste que es poner un cartel así, recordemos que es una coproducción con Argentina y que se completó en el 2020. Pero la demagogia ombliguista mencionada es así. Si gracias a esas políticas culturales se hacen películas así, entonces es hora de revisar esas políticas, porque no parecen muy preocupadas por la calidad.
Esta semana llega al Cine Gaumont «Desterro», una coproducción Brasil-Portugal-Argentina, dirigida por la brasilera María Clara Escobar. Si bien la cinta realizó su estreno internacional el año pasado, presentándose en la Competencia del Festival de Rotterdam, recién ahora se hace presente en nuestro país gracias a la labor del Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales (INCAA) que la proyectará en el ya mencionado complejo. También, tendrá dos exposiciones en Cinear.TV y quedará disponible de forma online y gratuita en el sitio Cine.ar a partir del viernes. La obra cuenta con un largo camino previo a su debut. Se viene gestando desde 2015. Ese año fue parte de la selección oficial del BrLab, un evento anual desarrollado en Brasil, dedicado a futuras películas en fase de desarrollo y financiación, y a la formación de profesionales del sector audiovisual de toda América Latina. En aquella ocasión, «Desterro» fue uno de los doce proyectos seleccionados frente a doscientos treinta y nueve postulantes. Cabe destacar que es la ópera prima de ficción de Escobar. Previamente dirigió el documental «Os dias com ele», premiado en festivales como Tiradentes, Doclisboa y La Habana. Completa su historial dos cortometrajes y la participación en «Histórias que só existem quando lembradas» de Julia Marat, como guionista y asistente de dirección. La sinopsis del film nos anticipa la historia de una mujer joven desaparece de repente, dejando a su familia totalmente desolada. Un tiempo después, su marido escucha noticias de que han encontrado su cuerpo fallecido en la Argentina. Si bien ese es el hilo narrativo, poco importa en el resultado final. La directora nos plantea una historia con múltiples capas: una es la literal que se apoya en «lo que se ve», y la otra corresponde a «lo que se siente» que encuentra lugar en todas aquellas sensaciones y sentimientos que desbordan aquella calma y estancamiento que se percibe a primera instancia. Estamos frente a una típica cinta destinada a recolectar galardones en cuanto festival de cine se le cruce. Son claras sus intenciones de construir un relato poco convencional, basado en la utilización de recursos novedosos y sin un claro objetivo. Mientras el cine habitual intenta que cada toma tenga un sentido y cada segundo de pantalla aporte algo de información, en este tipo de piezas se disfruta de la extensión de sus escenas, la extravagancia de sus encuadres (que no respetan las reglas de composición y abundan de extensos vacíos de imagen) y los divagues de sus diálogos que apuntan a generar reflexiones y complejos pensamientos en el espectador. Obviamente, dependerá de los ojos que la reciban decidir si esta desorientación constante y curso existencialista derivan en un aceptable trabajo audiovisual, o no. Si retomamos los conceptos de calma y estancamiento, mencionados más arriba, debemos hablar del estilo cinematográfico escogido. Se divide en tres fragmentos ordenados de forma anacrónica, predominan los planos estáticos y extensos, y se desiste de transiciones fluidas, tomando preferencia por el corte abrupto, buscando el choque visual producto de la yuxtaposición de imágenes que normalmente se considerarían un error. También se hace mucho uso de voz en off, primeros planos bien cerrados y un particular manejo del rompimiento de la cuarta pared en formato de entrevista, que se sale de todo el pacto ficcional instaurado desde un principio. Por el uso desmedido de la última técnica citada, por momentos se torna en una obra profundamente discursiva. La densidad de esos diálogos y anécdotas relatadas por muchas mujeres funciona muy bien como una declaración de principios, desde la posición de la mujer hasta la situación política del país, de su realizadora frente al Brasil actual. Pero no resulta tan agradable que, en la segunda mitad del metraje, los monólogos releguen la historia troncal a un segundo plano. Entendemos que, entre tantas ideas planteadas a lo largo de sus minutos, el eje central termina siendo la omnipotente necesidad del ser humano de escapar de la cotidianidad y el sentirse vivo. Es claro que «Desterro» no tiene en la mira lograr una aceptación masiva, ni sacar un rédito económico. Pero aquellos que puedan disfrutar de sus minutos, se van a quedar con una buena sensación pos visionado. Se trata de una de esas películas que, cuando terminan su exposición, apenas empiezan.
La realizadora brasileña María Clara Escobar propone al espectador una película basada en la dialéctica entre lo onírico y lo documental -ciertos testimonios a cámara recuerdan pasajes del cine del maestro Eduardo Countinho-. Con esos recursos y una atmósfera extrañada intenta contar vacíos, soledades, tristezas y melancolías de la vida cotidiana. Laura, y su esposo Israel, y su hijo Lucas, son una pequeña familia de rutinas y palabras dichas sin demasiado espesor. Laura viaja sorpresivamente y muere, sin motivo aparente, en algún paraje de Argentina. Israel deberá buscar su cuerpo y enfrentarse a los trámites y al no saber por qué, ni cuándo, ni cómo pasó; ni saber si la muerte de su esposa resume, de otra forma, el vacío de la vida urbana y burocráticamente capitalista. Difícilmente Desterro pueda ser considerada más allá de algunas intenciones formales que, con el correr del metraje parecen solo buenas búsquedas sin otra consistencia que su acumulación y repetición. Dividida en tres partes, la primera cuenta la vida cotidiana familiar y anticipa, en planos simples y logrados, un destino fantástico, salido de la realidad, perdido en un tiempo-espacio desnaturalizado. Allí aparecen también registros exteriores a la vida familiar: conversaciones entre personajes desconocidos, miradas a cámara en silencio, relatos de historias íntimas. Todo ello se repetirá convirtiéndose, en muchos momentos, en manifiestos obvios e innecesarios. Escobar elige durante dos horas planos fijos, sin ángulos, con bajo contraste y casi sin saturación. Logra momentos intensos y cargados afectiva y simbólicamente, pero los mismos no son sino mojones en una película que no agrega nada interesante en la mayoría de sus escenas. El clima, que efectivamente se constituye en la película, no es asfixiante ni envuelve al espectador. Es apenas un murmullo, una suerte de mantra visual que, al poco tiempo de rodar, se agota. DESTERRO Desterro. Brasil/Portugal/Argentina, 2020. Dirección: Maria Clara Escobar. Intérpretes: Carla Kinzo, Otto Jr., Rômulo Braga y David Lobo. Duración: 127 minutos.
Lo primero que hay que decir acerca de «Desterro» es que no es un película convencional. Dicho esto, podremos avanzar en algunos elementos emergentes que nos parecen destacables, dentro de una propuesta totalmente alejada de lo comercial, planteada como objeto artístico y reflexión a través de la imagen y el sonido. La cinta que pensó y plasmó María Clara Escobar, en sus propios términos es «un sentimiento, una atmósfera a construir». Nada más exacto para definirlo. «Desterro» es una experiencia inmersiva distinta, incómoda y hasta áspera para todos aquellos que estamos habituados al cine de todos los días. Parte de la premisa de una búsqueda, pero es más que eso porque bucea con una singularidad de temáticas complejas en virtud a las emociones que se perciben en dicho ambiente. Todo parte del dolor de Israel (Otto Jr), marido que se encuentra abandonado y desestructurado por la partida abrupta de su mujer, Laura (Carla Kinzo). De hecho, no ha logrado ni procesar ese hecho cuando escucha lo noticia de la aparición del cuerpo de su mujer en otro país (en este caso, Argentina). Todo el bagaje de emociones y sentimientos contradictorios comienzan a desplegarse en virtud de pensar o fantasear sobre cuáles fueron las motivaciones que llevaron a Laura a tomar esa decisión. En ese sentido, se ven en el film dos grandes momentos, uno donde hay una historia definida y narrada bajo la visión onírica de Escobar, y la otra, más plural donde hay en juego otras cosas, en relación a una serie de monólogos muy interesantes que prefiero no anticipar. En términos de lo que se puede percibir, cinematográficamente, «Desterro» es un fresco donde nada es claro ni determinado. La lente de la directora genera enfoques donde los cuerpos hablan y la realidad se deconstruye todo el tiempo. Es difícil explicar como funciona además, la película, porque creo que en cada espectador con apertura, provocará sensaciones diferentes. En lo personal, creo que Escobar hace cine experimental, por así decirlo, ya que no presenta (ni está remotamente interesada, creo) en mostrar una progresión de conflicto tradicional, ni nada cercano a eso. Sí siento que hay una preocupación en crear climas (y aquí juega mucho el sonido) para permitir una conexión con lo que supuestamente es el conflicto central que se nota en cada fotograma. Es innegable que hay mucho diseño de arte en «Desterro» y una gran libertad creativa por parte de su directora, quien jugó su obra con todos esos elementos a su favor. Sin embargo, para todo espectador no familiarizado con este tipo de cine, no es una cinta amistosa y sin dudas, está reservada para quienes posee una perfil familiarizado con el arte, en toda su dimensión o son cinéfilos curiosos a quienes les interesa explorar toda singularidad en la cartelera porteña.
Desterro busca lo trascendental en la vida cotidiana El film de la brasileña María Clara Escobar se luce por la belleza de la composición de sus planos, aunque su narración fragmentaria y algún subrayado emocional conspiran contra el resultado final Un hombre y una mujer conversan en la cocina mientras desayunan. La mujer comenta que un cometa pasará cerca de la Tierra y que si desvía su camino explotará todo. Él asegura que si va a morir prefiere no enterarse. Ella, en cambio, dice que no tendría problemas en ver a la muerte llegar. Lo único que no quiere es morir ahogada. Y a diferencia de su compañero, cree que siempre es mejor saber. La escena funciona como un anticipo, ya que el mundo que está por colapsar es el de esa pareja de clase media brasileña con un pequeño hijo en común conformada por Laura (Carla Kinzo) e Israel (Otto Jr.). Esta frágil estabilidad llega a su fin cuando Laura desaparece de un día al otro. Poco después, Israel se entera de que murió en la Argentina. Desterro (“Destierro” en castellano), escrita y dirigida por la brasileña María Clara Escobar, es una película elíptica cuyo sentido se construye a través de esos diálogos en apariencia banales e inconexos como los que la pareja sostiene durante el desayuno, que van desde la necesidad de que el niño coma papaya para ir al baño hasta por qué se le dice “luna de miel” a la luna de miel, y que dan cuenta de la desconexión entre ambos. Algo que la directora reafirma haciéndolos dialogar sentados a la misma mesa pero sin cruzar jamás sus miradas, desfasados el uno del otro. La disposición de los cuerpos y lo que cada uno de los personajes hace con ellos es central en esta película, que tuvo su estreno en el Festival de Rotterdam de 2020. Es por eso que el brusco salto de Israel a la pileta en la que Laura y su hijito están flotando plácidamente aporta más información acerca de la distancia que los separa que cualquier declamación redonda y frontal. Lo mismo sucede con la liberadora danza de Laura al ritmo del tema “Ana María”, del trío Odemira, en un bolichón de ruta, en una lograda escena que remite al baile final de Denis Lavant en Bella tarea, de Claire Denis. Por su carácter fragmentario y no lineal y la belleza de la composición de sus planos, la primera ficción de Escobar –quien entre otras cosas escribió el guion de la celebrada Historias que solo existen al ser recordadas, de Julia Murat (2011)– recuerda al cine de Angela Schanelec, sobre todo a su última película, Estaba en casa, pero... (2019). Sin embargo, mientras que en la película de la cineasta alemana desaparecía un niño que retornaba al hogar, en esta coproducción argentino-brasileña la protagonista se embarca en un destierro impulsado, probablemente, por ese miedo a morir ahogada que manifiesta al principio del film. Esta asfixia relacionada con el “deber ser” femenino es reforzada por la película a través de los testimonios de un puñado de pasajeras que comparten con Laura el micro de Brasil a la Argentina. Estos relatos a cámara y de tono confesional van desde el de una esposa abandonada por su marido hasta el de una madre que se siente presa de su familia, en un subrayado quizá algo excesivo para una película que alcanza un logrado equilibrio en sus omisiones.
Un drama sobre la familia y el tiempo de María Clara Escobar Dirigida y escrita por María Clara Escobar esta coproducción brasilera construye una estética y atmósfera particular, marcada por una idea poética en cada una de sus imágenes. Entre lo experimental y lo documental el film se convierte en una obra de ficción que indaga sobre la posibilidad de observar a sus personajes y un trabajo sobre el paso del tiempo tanto visual como en la manera de organizar el relato. En una familia de Brasil, Laura (Carla Kinzo), una madre joven ha desaparecido luego de irse de viaje dejando a su familia, sobre todo a su esposo Israel (Otto Jr.), muy abatidos. Lentamente se va mostrando que ella ha fallecido en Argentina y su esposo tiene que ir a repatriar el cuerpo. Se encontrará con problemas burocráticos y a la vez tiene que lidiar con la noticia entre los demás familiares. De la misma manera sostener la relación con su hijo Lucas (David Lobo) que ha quedado a su cargo. Finalmente, la película muestra el camino que transitó Laura (Carla Kinzo) hasta el final de sus días en presencia de Julio (Rómulo Braga). Desterro (2020) es atrapante por su estilo contemplativo y sus movimientos de cámara, que varían entre la rigidez de planos fijos y planos secuencias de larga duración, creando una atmósfera donde la historia se cuenta desde lo visual. La película tiene un interesante trabajo poético sobre el tiempo y el paso del mismo. El espacio escenográfico y urbano también se convierte en un personaje importante para la composición de los planos. Así mismo la organización de las imágenes tiene algunos momentos que podrían ser semejantes a películas de Michelangelo Antonioni o de Jean-Luc Godard, sobre todo en la idea del montaje entre planos fijos para una conversación, obviando el plano y contraplano y, además, intercalar primeros planos, muy cercanos, para mostrar al personaje que observa o realiza una acción. También el uso constante de planos detalle sobre el cuerpo, como la mano y los ojos, y así con ello se logra que surjan distintos matices. Lo mismo sucede con el tema de los personajes y su manera natural y no natural para relacionarse. Produce extrañeza y a la vez profundiza el drama cuando todos se quedan inmóviles o miran directamente a cámara. De otro lado, están las escenas de conversación, la de la pareja protagonista en tono íntimo y reflexivo, y la de otros personajes que suceden con suma naturalidad como si fueran extractos documentales. Finalmente, resulta emotivo la estructura que presenta esta historia. La idea de mostrar un antes de que la madre se vaya y a la vez, ver lo que sucede con el padre cuando ella ya no está. Por un lado se cuenta el proceso burocrático del padre para repatriar el cuerpo de su esposa desde otro país, y la relación con su hijo, y por el otro se narra la historia del viaje y los días finales de la madre. Generando así que el tiempo mismo sea una metáfora sobre la vida y a la vez, una abstracción.
Una mujer que se exilia de sí misma, que sabe que debe irse, no importa a donde pero en el mundo donde tenía sus roles asignados de madre y esposa, no se halla, no se soporta, no se sostiene ni se habita cómoda. Una decisión final que la llevara a un destino nómade. La directora María Clara Escobar, también autora del guión, divide a su película en partes donde muestra a esa mujer que se va en su entorno familiar, la espera de su pareja y su hijo, la noticia de su muerte y los trámites de repatriación de sus restos y finalmente su camino, su viaje, donde otros testimonios de pasajeros constantes cuentan sus motivos. Film de creación de climas, con manejo del uso del color, de juegos de encuadres, de situaciones que se acercan al misterio pero que buscan retratar la intimidad de las dudas y deseos más íntimos de nuestra existencia.
El vencimiento en tanto condición inevitable se siente en la profundidad de cada espacio. Los cuerpos rendidos se confirman en sus múltiples modos. Desterro medita acerca del fin —de una relación, de las palabras, del mundo— desde el comienzo del relato. En las escasas frases que intercambian Laura (Carla Kinzo) e Israel (Otto Jr.) mientras desayunan, surgen temas cotidianos como la crianza de su hijo o un almuerzo familiar, junto a otros de tipo existenciales como la extinción de la vida en la Tierra. Al respecto, ella afirma que le gustaría presenciar ese momento, él discrepa. De fondo se comprende que esto no es lo único donde no logran ponerse de acuerdo, sino que los puntos de vista se apartan de forma irreversible.
DESTELLOS LIBERADORES Mediante montajes fragmentados, saltos temporales y cuerpos en un estado de resistencia permanente, María Clara Escobar desnuda el vínculo agotado de una pareja que tiene un hijo pequeño. Absorbidos por la rutina y el deber ser, ambos difieren de manera sistemática en las conversaciones –en apariencia triviales– de cada mañana. No se miran a la cara ni perciben al otro cuando hablan, más bien ocupan un espacio específico dentro de la sofocante cocina delimitado por líneas invisibles y por cierta idea de roles: él está sentado en la mesa o frente a la heladera abierta; ella calienta el agua o se ubica en la silla del costado. Las posturas, incluso, evitan cualquier contacto y, si por casualidad coinciden en un gesto o lugar, enseguida algún recurso cinematográfico genera la idea de que conviven en mundos paralelos. La directora no vacila en dejarlo claro: Israel y Laura se diferencian por las formas de experimentar sus deseos frente a los mandatos sociales y, en la puja, ella –como representación del colectivo femenino– queda ahogada o a merced de las voluntades ajenas. En medio de semejante agobio, brota una revelación visceral. Ya no hay tiempo para la contención, ahora se vuelve imprescindible recuperar la libertad. Como el agua que sigue cayendo sobre la taza y rebalsa sobre la mesada. Para conseguir la autonomía, Desterro se construye a través de los choques. La película consta de tres capítulos que aparecen de manera desordenada. El primero es “Somos los mismos”, luego pasa al tercero “El cuerpo de Laura” y finaliza con el segundo “Todo estará bien”. Un recorrido que parte de la distancia máxima entre los dos disfrazada de rutina hacia una visión más completa de cada personaje y la reconfiguración de ambos con un fondo revelador. La historia primero se centra en él, en cómo debe lidiar con la repentina ausencia de la mujer en tanto hombre y padre y en la corrosiva burocracia para recuperar el cuerpo de Laura. Mientras que el episodio final intenta restituir lo que sucedió con ella durante el viaje a Argentina. Otro de los impactos se concentra en los diálogos. Frente a la parquedad de las charlas cotidianas, incluso aquellas con tintes existenciales, las partes tres y dos saturan de información. El desborde de Israel en la secuencia que se desliza por la ciudad o los primeros planos de las mujeres en el micro son los grandes ejemplos. El tono y la lente cambian: todo fluye rápido y con visión directa. Ya no se evita nada, al contrario, todo se expone en su máxima crudeza. El hombre se pierde frente a un sistema que lo engulle de todas las maneras posibles; por su parte, los relatos de las diferentes pasajeras conforman un corolario de paradigmas que descomponer. Resulta curioso que la brasileña se apoye en los medios de transporte –el autobús de larga distancia o el subte, al principio– como los vehículos literales y narrativos para las confesiones. El último tiene que ver con los movimientos. Antes de ejecutar cualquier acción, los cuerpos figuran rígidos, inertes. Se muestran incómodos, como si no pertenecieran a los lugares donde suelen emplazarse o si aguardaran para ser maniobrados por algún ventrílocuo o titiritero. Y, de repente, Laura baila sin parar en un bar perdido en la ruta o Israel corre sin rumbo en medio de la oscuridad al compás de la música. La aceleración se apropia de los músculos derribando las prisiones propias y las externas. El gran inconveniente es que estas oscilaciones terminan por erosionar el discurso. Entonces, la película se carga de frialdad y pesadez, en lugar de confrontar los estereotipos y las rigurosidades sociales. Las herramientas cinematográficas pierden toda fuerza narrativa y/o visual y la cárcel de infusiones, tostadas y yogur se instaura en cada rincón, aun sin la puesta en escena del inicio. Los hilos invisibles sujetan, una vez más, a los cuerpos obligándolos a actuar contra su voluntad. Ya no queda ni una chispa errante, todo es un ciclo de anulaciones cada vez más entumecidas.
DEMASIADA DISTANCIA Antes de que arranque su historia, Desterro presenta un cartel con un texto cuando menos llamativo: allí se agradecen las políticas culturales llevadas a cabo en Brasil entre el 2003 y el 2016, y se asevera que la película pudo concretarse gracias a ellas. El texto llama la atención no solo por las circunstancias particulares del film (que es en verdad una coproducción brasileño-argentina, estrenada recién en el 2020), sino también por el tono: es casi un exabrupto ideológico, que nos hace pensar que la realizadora va a poner en primera instancia el contenido/mensaje antes que las formas. Sin embargo, los problemas de la película de María Clara Escobar van por otro lado. El relato -y su conflicto- se van construyendo de forma fragmentaria, centrándose en la rutina de una familia donde los rituales se repiten, todo parece calmo y, al mismo tiempo, se perciben tensiones no procesadas del todo. Hasta que todo estalla, pero de forma particular y elusiva: Laura, la madre y esposa, emprende un viaje sin retorno y desaparece sin dejar rastro ni explicaciones que justifiquen sus acciones. Si ya el desconcierto en la familia era grande, se potencia cuando a Israel, el marido, le llegan noticias de que Laura ha fallecido y que su cuerpo fue hallado en la Argentina. A partir de ahí, emprende un viaje donde intentará averiguar qué sucedió, mientras lidia con el dolor por la pérdida. Si la falta de respuestas domina la trama de Desterro, la puesta en escena de Escobar potencia esto desde su puesta en escena, pero de forma negativa: la fragmentación y el distanciamiento, más el tono monocorde de las actuaciones, llevan a que todo sea cada vez más críptico, quebrando toda posible empatía. El film parece más preocupado por diseñar una estética muy propia del cine festivalero que por generar los mecanismos apropiados para que el espectador pueda conectar con los conflictos. Se puede intuir que Escobar procura explorar las insatisfacciones de la clase media burguesa brasileña y el malestar que muchas veces ronda las estructuras familiares aparentemente consolidadas. Lo mismo puede decirse de la necesidad insatisfecha de respuestas frente a las ausencias temporarias o definitivas. Pero son apenas lecturas superficiales que pueden extraerse con un análisis casi clínico, no por las atmósferas o las decisiones de los protagonistas. De ahí que Desterro sea un film que es pura cáscara estética y narrativa, aunque tenga muy poco para ofrecer en cuanto agota sus herramientas técnicas. Si las remarcaciones ideológicas amenazaban con ser el problema central, lo que se termina imponiendo como obstáculo -realmente insalvable- es la frialdad que invade su relato.
Una joven pareja vive su rutina, agobiante pero por un tiempo soportable. No son lo que esperaban ser y tampoco lo que su entorno espera que sean. En esas grietas intentan encontrar su lugar, darle sentido a sus vidas y a lo que tienen alrededor. Llevan varios años juntos, comparten un hijo en común y una costumbre. Israel (Otto Jr.) y Laura (Carla Kinzo) parecen conversar de muchas cosas menos de lo que realmente les preocupa. Entre la apatía y la desconexión mutua se filtra la vida diaria, las responsabilidades y los mandatos familiares que nunca dejan de pretender salirse con la suya, una situación que solo parece encontrar un escape en la súbita desaparición de Laura. Buscar Alta Peli CRÍTICASDesterro (REVIEW) por Matías Seoane publicada el 10/11/2021 Desterro, la muerte que despabila. Crítica de spoiler imposible Una joven pareja vive su rutina, agobiante pero por un tiempo soportable. No son lo que esperaban ser y tampoco lo que su entorno espera que sean. En esas grietas intentan encontrar su lugar, darle sentido a sus vidas y a lo que tienen alrededor. Llevan varios años juntos, comparten un hijo en común y una costumbre. Israel (Otto Jr.) y Laura (Carla Kinzo) parecen conversar de muchas cosas menos de lo que realmente les preocupa. Entre la apatía y la desconexión mutua se filtra la vida diaria, las responsabilidades y los mandatos familiares que nunca dejan de pretender salirse con la suya, una situación que solo parece encontrar un escape en la súbita desaparición de Laura. La sinopsis de Desterro es tan irrelevante como difícil de poner en palabras, porque su propuesta no se trata de llegar desde un punto a otro a través de una secuencia de eventos como en el promedio de las películas, y hasta puede parecer “desordenada”. Desterro está separada en tres actos, cada uno con su característica: uno dedicado a Laura con un tono algo onírico, otro a Israel cargado de angustia frente a una situación inabarcable que lo sobrepasa, y uno compartido entre ambos, que con perspectiva y límites temporales difusos nos pone en situación respecto al clima de opresión general en el que viven. En cada una de estas partes cambia el punto de vista de la narración pero además no siguen un orden temporal lineal y estricto, situación que colabora para construir el clima que cada parte necesita. Buscar Alta Peli CRÍTICASDesterro (REVIEW) por Matías Seoane publicada el 10/11/2021 Desterro, la muerte que despabila. Crítica de spoiler imposible Una joven pareja vive su rutina, agobiante pero por un tiempo soportable. No son lo que esperaban ser y tampoco lo que su entorno espera que sean. En esas grietas intentan encontrar su lugar, darle sentido a sus vidas y a lo que tienen alrededor. Llevan varios años juntos, comparten un hijo en común y una costumbre. Israel (Otto Jr.) y Laura (Carla Kinzo) parecen conversar de muchas cosas menos de lo que realmente les preocupa. Entre la apatía y la desconexión mutua se filtra la vida diaria, las responsabilidades y los mandatos familiares que nunca dejan de pretender salirse con la suya, una situación que solo parece encontrar un escape en la súbita desaparición de Laura. La sinopsis de Desterro es tan irrelevante como difícil de poner en palabras, porque su propuesta no se trata de llegar desde un punto a otro a través de una secuencia de eventos como en el promedio de las películas, y hasta puede parecer “desordenada”. Desterro está separada en tres actos, cada uno con su característica: uno dedicado a Laura con un tono algo onírico, otro a Israel cargado de angustia frente a una situación inabarcable que lo sobrepasa, y uno compartido entre ambos, que con perspectiva y límites temporales difusos nos pone en situación respecto al clima de opresión general en el que viven. En cada una de estas partes cambia el punto de vista de la narración pero además no siguen un orden temporal lineal y estricto, situación que colabora para construir el clima que cada parte necesita. Dentro de esa estructura, los eventos en sí nunca son tan importantes como la forma en que son narrados o los efectos que buscan provocar en el público. Con estos fragmentos de la vida de Laura e Israel, la directora Maria Clara Escobar se dedica a construir climas que hablan mucho más que las líneas de diálogo recitadas. Por eso Israel y Laura no hablan de ellos ni de lo que les preocupa; siguen adelante hasta que Laura toma el valor de hacer lo que siente que necesita y sacudir esa jaula donde comparten cautiverio. Planeada o no, es una acción tan drástica que desequilibra definitivamente el microcosmos de la pareja y abre la puerta para que cada cual se replantee su presente. Cómo lo harán y si deciden hacerlo ya es algo que dependerá de cada uno de ellos, porque tienen búsquedas personales diferentes que enfrentar y es un camino que nadie más puede indicarles cómo seguir. Esta es una experiencia compleja de interpretar racionalmente y aún más de poner en palabras, porque Desterro apela antes que nada a las emociones para transmitir lo que pretende decir y logra que una charla trivial y rutinaria entre dos personas refleje lo que hay por debajo, lo que no pueden decirse en voz alta ni a sí mismos.
Una película que deposita sobre nosotros interrogantes existenciales. ¿Cuáles son nuestros deseos más íntimos y que estamos dispuesto a arriesgar para obtenerlos? “Desterro” funciona sin caer en la linealidad, problematizando y cuestionando en espejo, la narrativa construida de nuestro mundo. Es un retrato partido; a la vez un trayecto de una mujer en movimiento, tanto como el velo descubierto de la propia identidad mutada. La tragedia que se desarrolla es también una posibilidad de pensarnos a nosotros mismos. Existen hechos concretos, como una vida rutinaria, una desaparición y una llamada fatal, pero también puede pensarse de modo más alegórico y la metáfora enriquece a esta propuesta experimental. Presentada en el último festival de Rotterdam, “Desterro” alude, en su título a una referencia idiomática que grafica, por un lado, la ausencia de tierra material, y, por otro, a la carencia de suelo emocional donde pisar. Esa falta de hogar, ese nido vacío que vislumbra la atmósfera de desapego que atraviesa al film. ¿Adónde volver si no se puede pertenecer? El primer largometraje de ficción de María Clara Escobar nos presenta las intenciones estéticas de una realizadora a tener en cuenta, proponiendo una mirada contemplativa, vanguardista y sensible. Una experiencia audiovisual fragmentada que nos convidará de alternativas formas de lidiar con el dolor. Se constata en “Desterro” un contraste de conflictos efectivo en niveles más abstractos, como impresión de secuencias poéticas que reflejan la propia conciencia de los protagonistas. Es una reflexión acerca de la condición humana, acometida con llamativa organicidad.
¿Hay una trama en Desterro? Podría ser ésta: Israel y Laura, una joven pareja brasileña con un hijo pequeño, parecen haber llegado a un punto muerto en su relación: poca conexión, largos silencios, sensación de hartazgo. De pronto, Laura desaparece inesperadamente y, al poco tiempo, a Israel le avisan que encontraron su cuerpo en Argentina y debe ir a reconocerlo.