En varias oportunidades se ha mencionado que Hollywood parece estar relegando su cuota de originalidad a dos géneros puntuales, la animación y la comedia. La animación es considerada de esta manera debido a la forma en que ha expandido los horizontes del cine infantil, por lo que podríamos reescribir lo dicho y afirmar que la originalidad proviene de la comedia y del cine “para niños” en su totalidad (en esta película, así como en todas las películas supuestamente “para niños” podemos ver que esta denominación es vaga y poco coherente con las dimensiones que pueden adoptar algunas películas inicialmente orientadas al público infantil). No es casual que dos de los directores más personales del Hollywood actual, como Wes Anderson y Spike Jonze, se hayan volcado en el mismo año, con apenas un mes de diferencia en su estreno en Estados Unidos, al cine infantil. Si uno analiza con detenimiento los estrenos de los últimos años, se puede apreciar claramente que algunas de las películas más complejas y originales fueron pensadas, específica u originariamente, para el público infantil. No es casual, entonces, que dos directores que, con pocas películas en su haber, han logrado ganar un espacio único en el amplio espectro americano, hayan aprovechado el mejor momento del cine infantil, para acercarse por primera vez a este universo. Para este salto, ambos han optado por refugiarse en la pluma de dos grandes creadores de obras infantiles, en este caso, en Maurice Sendak (más conocido por su trabajo como ilustrador que como autor), y en el caso de Anderson, en Roald Dahl. Tanto la obra de Sendak como la de Dahl se caracterizan por no subestimar al niño lector ni a su particular universo. Pero ahora centrémonos en el caso de Where the wild things are, este interesante abordaje de Jonze del mundo infantil. Considerar que esta película es para niños es sumamente imprudente. Jonze tuvo varios conflictos con la producción a la hora de realizar esta adaptación del libro ilustrado de Sendak, e incluso el resultado final carece de la ligereza que se espera de una película para niños. El planteo, sin ser oscuro (la inmersión de un chico incomprendido por su familia en un mundo fantástico habitado por monstruos), lejos está de ser condescendiente y liviano, de hecho se sumerge en la oscuridad interna del niño protagonista, con su necesidad de encontrar un poco de comprensión, y su enfrentamiento con el mundo adulto. El mundo imaginario no es Narnia, ni Fantasia (el mundo de La historia sin fin), es decir, el niño no pasa a formar parte de una aventura fantástica, sino que ingresa en un universo donde se siente más amado y protegido, pero cuyo enemigo no es externo sino interno. No hay buenos y malos, sin embargo, una vez que Max ingresa en este mundo y se autoproclama rey, comienzan a surgir los conflictos internos. La sucesión de estos y el modo en que afectan al vínculo entre las criaturas y Max lo hacen llegar a la conclusión de que no es fácil gobernar incluso la propia imaginación, menos cuando se cree que gobernar o liderar es apenas un juego de niños. Como puede apreciarse, el mundo de las criaturas salvajes no dista de la supuesta civilización en la que vive Max, aunque Jonze rápidamente se ocupa de sumergirnos en el mundo paralelo, relegando la complejidad del mundo adulto a la desatención de la madre de Max (Catherine Keener, brillante como siempre), dando por sentado un paralelismo entre ambos universos. El conflicto principal de Max no es poder convivir con los adultos o con los monstruos, sino afrontar la terrible idea de que su monstruo interno va camino a ser despojado de todo salvajismo y que, en algún momento, deberá entender a los adultos, porque él mismo será uno de ellos. Nada más desolador, para Max o para cualquier niño espectador, pero así como está hecha esta advertencia, cabe decir que lo mejor de Jonze es que se acerca al niño sin un discurso pedagógico, sin suponer que está en el lugar del adulto aleccionador que cree entender su mundo. Jonze le habla respetando su imaginación, pero a su vez, se dirige al proyecto de adulto que hay en él, con sus conflictos internos antes que con una aventura lisa y llana. Jonze se ha formado un nombre gracias a sus dos únicas películas antes que esta, y más allá de las diferencias entre Being John Malkovich, Adaptation y esta última (además del universo infantil, una diferencia central con las anteriores es la ausencia de Charlie Kaufman, con su peculiar ingenio narrativo, que tanto bien les hizo a aquellas y que en esta hubiese hecho demasiado ruido), en las tres puede hallarse un hilo común en la necesidad de comprensión del torbellino interno que azota a los protagonistas de cada una de ellas. En este caso, Jonze apela a un relato más clásico, pero no por ello menos complejo, y para eso cuenta con varios aciertos. El primero, después de la materia prima que significa la obra de Sendak, es la colaboración de Dave Eggers en el guión. Eggers, que hace poco se ha destacado además como coguionista de Away we go, demuestra con ambas películas que es un autor capaz de ingresar al interior de sus personajes y captar la esencia de ellos. El mayor acierto seguramente es la elección del pequeño Max Records para el rol protagónico, un actor que está a años luz del resto de los niños actores del Hollywood actual, y que no sólo le aporta una enorme frescura y espontaneidad a su personaje, sino que ha sabido entender el conflicto interno de su personaje, no quedándose en una mera histeria, o en una simple dosis de carisma. Su fuerza actoral parece sugerir un enorme futuro profesional, si la industria lo sabe aprovechar y no lo termina destruyendo en el camino. A este acierto se le suma el de la mencionada Keener, y las voces de Chris Cooper, James Gandolfini y Forest Whitaker, capaces de darle a cada una de las criaturas que les toca interpretar, una dimensión real. El otro acierto evidente es la construcción de las criaturas. Jonze, pudiendo refugiarse en la animación digital, ha apelado a la artesanía visual que conoció y amó en su infancia, y convocó a la Jim Henson Company, herederos del talento creativo del creador de los Muppets, y de Laberinto, quienes aquí han logrado un trabajo de una asombrosa perfección. Y con este dato se refuerza la idea de que, con esta película, Spike Jonze no pretende seducir al niño actual, sino acercarse al niño de su generación, a su propio niño, al niño universal, sin complacencias de ningún tipo, sumergiéndose en el torbellino que implica ser un niño en un mundo dominado por adultos, y logrando una preciosa pintura de esta compleja realidad.
Basado en el clásico cuento infantil de Maurice Sendak escrito en 1963, "Where the Wild Things Are" es un drama para toda la familia con una historia simple repleta de fantasía y aventura. El cuento original se resumía en solo 14 lineas pero el director Spike Jonze (quien anteriormente dirigió "Adaptation") realizo un gran trabajo creando una película fantástica a partir de esas pocas lineas. Un film que tuvo varios problemas de producción supuestamente por el tono original, que se dice era muy oscuro y podía asustar a los chicos. Pero si sufrió modificaciones valió la pena, porque el resultado es una de las películas mas tiernas que vi en mucho tiempo. Y esto se debe principalmente a las bestias que viven en la isla que Max visita. Estos enormes muñecos son simpáticos, expresivos y dan ganas de abrazarlos fuerte. Todas sus expresiones reflejan perfectamente cada una de sus emociones, y la forma en que duermen, todos amontonados, no puede ser mas tierna. Estas 7 bestias fueron diseñadas por Jim Henson Company (creadores de los Muppets), quienes lograron hacerlos muy reales, acompañado de algunos efectos especiales que permiten crear las expresiones faciales. Las voces están a cargo de actores reconocidos como Chris Cooper, Forest Whitaker, Paul Dano y principalmente James Gandolfini que le aporta mucho a su "bestia". El papel de Max esta a cargo de Max Record, una gran revelación en una interpretación impresionante. Un cuento infantil que no conocía (que ya comprare para leerle a mis hijos) se convierte en una película hermosa para toda la familia.
La bestia interior Apenas aparece el primer fotograma de Donde viven los monstruos y ya algo empieza a hacer ruido en la mirada del espectador. Los logos de Warner Brothers y Legendary Pictures (las compañías productoras del film) aparecen con garabatos dibujados encima, como si un chico hubiera estado haciendo algún lío con el negativo original. Inmediatamente nos vemos sorprendidos por la violencia con la que irrumpe la primera escena, con una cámara en mano nerviosa y a baja altura que sigue al protagonista de la película, un chico de 9 años llamado Max, mientras baja las escaleras de su casa desaforadamente y rompe todo a su paso en la persecución de su perro. Esta introducción, tan incómoda para lo que en principio iba a ser una película “para chicos”, nos está indicando algo vital para la visión de la película entera, y es el punto de vista que va a tomar el director para contarnos dicho relato. En el cine para chicos estamos acostumbrados a una cierta mirada por parte de un protagonista infantil. Usualmente solemos ver cómo la imaginación de un chico que aún no llegó a experimentar los problemas de la adultez sirve como escape hacia un mundo mágico en donde se puede sentir seguro y resguardado de los problemas de la vida real (podemos citar ejemplos desde La historia sin fin hasta la reciente Alicia en el país de las maravillas, pasando por Laberinto, Mi vecino Totoro y Coraline). Lo que hace Spike Jonze, adaptando un popular cuento infantil de Maurice Sendak publicado en 1963, es completamente opuesto en estética y desarrollo a cualquier película de esta clase que se haya visto antes. La del cuento de Sendak es una historia básica, la de un chico de 9 años llamado Max que, al ser castigado por su mama por desobediente, crea un mundo en su imaginación en donde se declara rey de un grupo de monstruos gigantes y peligrosos. Lo que hizo Jonze es llevar esta premisa básica para contar, no una película para chicos, sino una película sobre lo que se siente ser un chico. Yo no sé si otros habrán tenido la infancia que yo tuve, pero los recuerdos que más me quedan desde que tenía 7 años hasta los 13 son los de un chiquilín insoportable que quería hacer lo que él quisiera, y al que la disciplina de sus padres nunca le alcanzaba para frenar esas actitudes. Mi mamá siempre me recuerda hasta el día de hoy lo pesado e insistente que era para que todos los viernes de la semana me fueran a comprar un autito de juguete en el kiosco de la esquina de mi casa de aquel entonces. Por eso, cuando vi esos ataques de furia de Max al comienzo de la película, no pude más que sentirme reflejado en algún punto. Creo que esta es la primera vez que una película muestra a la perfección esa mezcla de inseguridades, miedos, alegrías y desbordes que tienen los chicos a esa edad. Cada monstruo que habita la isla representa diferentes aspectos y actitudes tanto de Max como de las personas más cercanas que lo rodean. Su espejo más visible será el monstruo principal, Carol, un ser tan descontrolado y sensible que necesita sí o sí de un rey que lo gobierne, que le ponga límites. Al declararse rey de su propio universo imaginario Max pareciera haber encontrado lo que siempre quería, deshacerse de los límites impuestos por el mundo de los adultos y tener el control absoluto de todo lo que lo rodea. En este caso, de las criaturas y sus tierras, a las que utiliza a su antojo para jugar a tirarse barro o edificar un fuerte en donde “vamos a construir una máquina que le coma el cerebro a los que no queramos que entren”, según sus propias palabras. Pero a medida que pase el tiempo Max se dará cuenta de lo difícil que es vivir en un lugar sin reglas ni supervisión y esto lo llevará a adoptar una mirada objetiva sobre sus relaciones con sus seres queridos y con el mundo real en el que vive. El director no sólo es capaz de capturar esa sensación particular de ser un chico sino que (sobre todo cuando la película transcurre en la isla) la traslada a todos los aspectos técnicos y estéticos del film. Donde viven los monstruos no tiene ese típico diseño de película infantil, pulido y lleno de colores brillosos. Aca todo es sucio, caótico, desordenado. La fotografía de Lance Acord se vale de luces naturales y cámara en mano frenética en muchos pasajes, tanto los escenarios naturales como el diseño de los monstruos (otro gran mérito de Jonze es el de no usar nunca efectos digitales) nos hacen creer que este mundo es palpable, tangible, cercano a nosotros (a diferencia de la artificiosidad de la Wonderland de Tim Burton). Cuando vemos a Max en el bosque jugando con los monstruos, chocando con los árboles y cuidándose de no quedar aplastado por alguna de estas criaturas, sentimos temor por su vida (lo que extrañamente me hizo recordar a Jackass, programa del que Jonze fue productor). Quizás esta no sea una película fácil a primera vista. Jonze no busca que salgamos de ver el film con una sonrisa ni con tristeza. Lo que provoca Donde viven los monstruos es cierta melancolía por eso que fuimos cuando teníamos la edad de Max, hasta que llegó el momento en que tuvimos que hacer un clic y liberar ese animal interior que todos llevamos dentro.
"Imagina un mundo en que suceda todo lo que quieras..." Spike Jonze se toma el atrevimiento de alargar al MAXimo posible este reconocido cuento infantil de Maurice Sendak, para construir una típica película suya, que invita a la reflexión propia, la interpretación individual y, sobre todo, una libertad extremadamente delirante y provechosa para las emociones del afortunado espectador. La historia es delirante a más no poder, hasta para los que conocen el cuentito. Pero de eso se vale el director de Being John Malkovich para crear un ambiente cálido y nostálgico en medio de las travesuras con alto grado de salvajismo (hasta violento) por parte de estas bellísimas criaturas y el insufrible niño Max. Éste último, protagonizado por el histriónico y sorprendentemente talentoso Max Records -que se lleva la película por delante-, es el eje principal de la trama en la que debemos rendirnos al universo que propone Jonze para poder disfrutarla, o -mejor dicho- vivirla. Es que si hay algo que se le debe agradecer con creces a este director es la facilidad con la que los que supimos amar la niñez nos reflejamos o reconocemos en la imaginación librada a la eternidad por parte del protagonista y sus amigos imaginarios. El ambicionar aún más imaginación en medio de un mundo imaginario, valga la sagrada redundancia, (ejemplo: la maqueta del tierno personaje de Carol, una de las escenas más bellas del cine que parió el 2009), creer que la mejor forma de canalizar la rabia es una guerra de tierra, pasear por un desierto que desemboca en un mar paradisiaco, o sin ir más lejos, hacer un iglú con la nieve, es un homenaje a la creación de los hijos de la tierra, que disfrutan más jugando con cosas hechas por sí solos que con elementos de "diversión" prefabricados. Párrafo aparte merecen los monstruos, quienes son verdaderos reflejos de las emociones más extremas del ser humano cuando realiza ese doloroso viaje en bote desde la orilla de la niñez hasta la orilla de la adolescencia, cuando la imaginación queda en un segundo o tercer plano para abrir paso a la realidad a secas, cada día más parecida a "lo que viene después del polvo", como dice Carol en la gloriosa escena del desierto y la charla sobre el sol. Mientras el "rey" gobierna a su manera su propio mundo, donde sucede todo lo que anhela, la traviesa inocencia, la incomprensión, el escepticismo, el tedio, la agudeza, la violencia y el desahucio pasean salvajemente por sus inestables y extremas inmediaciones naturales, cobijándolo como un amigo más de la familia, cumpliendo sus deseos, viviendo sus sueños y padeciéndolos. Jonze, a pesar de que alarga demasiado una historia que fue contada de manera más simple, y que encima queda pendulando entre infantilismo y reflexión adulta, entrega un espejo en el que cada uno podrá verse reflejado, de buena o mala manera, principalmente porque lo que menos tenemos en cuenta es que esto es cine, más allá de la fotografía exquisita -contraluces asombrosos y una amplia gama de colores puestos al servicio de la vieja usanza titiritera-, la aceptable dirección, y probablemente la mejor banda sonora del año de la mano de Karen O, de los Yeah Yeah Yeahs. Y todo eso lo logra porque, como bien dice el póster, cada uno de nosotros lleva un monstruo salvaje dentro. Emoción pura, nostalgia, ternura, violencia y diversión. Todo servido en bandeja para nuestro deleite, de la mano de un director tan libre como Jonze.
Un reino problemático Max es el rey de su propio mundo. Atravesó tempestuosos mares para llegar a una tierra recóndita y enfrentarse a enormes, gigantes y atemorizantes monstruos. Pero su mayor enfrentamiento tuvo lugar en un lugar mucho más común y menos anecdótico. O no. Max es apeñas un niñito revoltoso: pero no es malo. Contruye un fuerte con hielo, y se tirando bolas de nieve a los amigos (y novio) de su hermana, a quien él ama. Siente recelo de la nueva pareja de su madre (no sabemos que es de la vida de su padre) y cada tanto, se pone un poquito loco, saca el salvaje de adentro, y practica lucha libre con su perro. Por eso, que Max llegue a una isla llena de monstruos no signfica pavor para él, sino casi, un lugar que ya conoce. Después de todo, cada una de las criaturas que conocerá y con las que compartirá momentos emotivos, no son más que extensiones o analogías de su propia vida. Aunque la ambigüedad fantasia/realidad sobre lo sucedido tiende a ser menor que en otras películas, uno no puede dejar de ver todo como la cosmovisión, la intromisión en la cabeza de un chiquito. Con sus miedos y alegrías. Spike Jonze es el director de una las mejores películas de la década pasada. En El ladrón de orquídeas, nos metiamos de lleno en la mente de un atribulado guionista. Y también viviamos las emociones del resto de los personajes. Ahora, este director de algunos videoclips memorables, se dispone a meternos en la cabeza de Max. Ya desde los títulos de las productoras queda claro, cuando vemos el logo de WB tachado y reemplazado por "A movie by MAX RECORDS". Que Jonze es un buen director, no lo niego. Aquí se nota en la performance de Max Records (hablando ahora del actor). Hay que saber manejar a los niños, y muchas veces ellos son buen indicador del trabajo con actores de un director. De hecho, si uno quisiera alegar más a favor de Jonze, podría hablar sobre el tono arriesgado de la película que, para este crítico, es algo frívolo. Es toda una apuesta en una película para chicos tratar las decepciones infantiles (mejor dicho: humanas) y problemas contempóraneos de una manera tan melancólica y hasta oscura. Uno de los momentos más bellos del film, y que explica un poco esto que quiero transmitir, tiene lugar en medio del desierto. Max y Carol (el monstruo con el que establece la relación más estrecha, y el que lo coronó rey) empiezan a hablar sobra la fugacidad de las cosas, del mundo y de la vida. De hecho, el lugar no es casual. Ese desierto solía ser algo. Ahora es sólo arena. Todo pasa, con mayor o menor rapidez. Y en eso, Max habla sobre el Sol, más específico: sobre la muerte del Sol. Y su enorme y peludo amigo no lo puede creer. Él es grande, enorme, y Max es el rey. ¿Cómo se pueden preocupar por una cosa tan chiquita como el Sol? Yo no tendría problema si la película más o menos mantuviera ese tono (o ese nivel de poder emocional) todo el tiempo. Pero parece que la adaptación falla un poco acá. Asistimos a juergas entre los monstruos, rituales, peleas de barro, e incluso a la construcción de un edificio al tono de la música empalagosa (o mejor dicho, que en el film empalaga) y a ritmo de videoclip de Karen O. Pero la película se hace un poco larga. Jonze decidió no hacer tanto un film para chicos sino uno para adultos. Y también declinó convertir a los monstruos en monigotes CGI para que, siendo trajes reales, su textura no fuera artificial y permitieran una conexión emocional mayor. Aquí otra de mis críticas: si bien es algo bueno, no dejan de parecer muñecos cuando corren, saltan o se tiran bolas de barro. Mientras más quietos están, mejor. La clave del film es ver todo a través de los ojos de Max. Hay emociones encontradas, y nada parece demasiado seguro. La pelea de barro que en un momento es puro regocijo, se convertirá en algún que otro llanto, malentendido y terminará por opacar cualquier atisbo de felicidad. No importa en que lugar se encuentre Max. Aprenderá que en ninguno las cosas son exactamente como él quiere, por más que sea rey. "La felicidad no es la única manera de ser feliz" dirá un monstruo al joven mandatario. Y quizás el no lo entienda, como el público más joven, pero es algo que Max aprenderá en el transcurso de la vivencia en la isla. En todos lados hay peligros, preguntenlé a Dorothy, la chiquita que tenía que cuidarse de la Malvada bruja del Este, sino. En el cuento de Maurice Sendak, era claro que Max se embarcaba hacia lo más profundo de su imaginación para escapar no de un drama familiar mayor (para nosotros) sino de un reto de su mamá. No salía de su habitación, pero cruzaba el océano y llegaba a una isla misteriosa. Los monstruos lo querían comer, lo terminaban adoptando como rey, y cuando llegaba el momento, él los abandonaba. "Te comeremos, no te vayas" decían los melancólicos bichos. En las ilustraciones, ellos eran una combinación de diferentes animales (claro, para los chicos todo tiene cara de perro o gato, como en La historia sin fin). Y había un dato para nada menor: la luna, cuando Max comenzaba el viaje, estaba media llena. Al llegar estaba completa. Ahora, para mí el relato es más emocionante y entretenido (y corto) que toda la película. Pero bueno, tampoco está tan mal.
En el mundo salvaje de la niñez Es una pena sin reparo que la última película de Spike Jonze no haya conocido estreno comercial. Si la propuesta para el público no estuviese -cada vez más alineada por los mandatos comerciales y su impericia cerebral, debiera existir el lugar de pantalla para un film como éste. A ello se suma, como posible razón, el lugar inclasificable que el realizador ocupa, de modo admirable, dentro de la industria del cine. Estamos hablando de Spike Jonze, el mismo responsable de títulos atípicos como ¿Quieres ser John Malkovich? (1999) y El ladrón de orquídeas (2002). El caso de Donde viven los monstruos repara, por una parte, en el interés por su libro fuente, obra de Maurice Sendak. Por otro lado, es excusa que dispara la brillantez salvaje de Jonze. Pocas veces se ha plasmado -sobre todo en estos tiempos tan "cinematográficamente correctos" lo inasible del comportamiento infantil. Porque Max (Max Records) patalea, grita, gruñe, estruja a su perro, y muerde a su mamá. Corre como un condenado, como un loco. Harto de todo y de todos. Su mundo se destruye y reconstruye. Max se refugia donde puede. Y es allí cuando aparecerán los monstruos más bellos que el cine hace tanto tiempo nos debe. Lo mejor de todo es que son grandes, que no son digitales, que se mueven como lo haría alguien disfrazado, con el peso enorme de lo que viste. Y cargan con una melancolía que es dorada y terrosa y desbordada. El mundo dentro del mundo podría ser una de las maneras de acercarse al film de Jonze. El mundo de los adultos, el mundo de Max, el mundo de Carol (el gigantesco peluche bestial con voz de James Gandolfini), y el mundo del sol, ese sol que -dice el maestro habrá de apagarse algún día. Salirse de un mundo para entrar en otro. Y desde la visión del film recordar las etapas que personalmente se han vivido, que se vivirán, para compartir la melancolía aludida. Una belleza. Hay un encanto muppet en Donde viven los monstruos, y no es casual. La Jim Henson Creature es la encargada de dar vida a estos seres de mundos tan cercanos como imaginados, más el arte de las marionetas que ejerce el propio Jonze. A partir de ello, recordar el inicio de la misma ¿Quieres ser John Malkovich?, capaz de sembrar luces en el medio del caminar apurado de la ciudad. Donde viven los monstruos es, afortunadamente, una rareza. Tiene tanta vida y ganas que la hacen indigerible para los films que garantizan hoy el éxito y las estupideces afines. El monstruo Carol es la encarnación más hermosa y terrible. Todo lo destruye y todo lo reconstruye. Nadie lo termina de entender. Tampoco él puede entenderse. Se debate con todos y consigo. Aunque recurre a la violencia sabe también cuándo llorar. Cuando lo hace, tiembla el mundo con su tristeza. Y lo mejor de todo, como gran film que es, es que a Donde viven los monstruos se le han perdido las moralejas.
Una Fantasía Surrealista Una vez más Spike Jonze se propone un viaje al inconciente de sus personajes. En su más reciente Donde Viven los Monstruos (Where the Wild Things Are, 2009), basada en la novela del norteamericano Maurice Sendak, elige a un pequeño niño llamado Max (Max Records) y sus problemas familiares para relatar una fantástica travesía a tierras lejanas de modo absolutamente real. El poder de la imaginación, como motor del film, se concreta con la llegada del joven Max a una tierra de mounstros que hasta ese entonces era ingobernable. Disfrazado de conejo y con una habilidad suprema para la fábula, logra imponerse en un mundo de seres gigantes que sufren por la falta de dirigencia. Allí es lo que siempre quiso ser. Logra obtener aquel deseado control que en su vida cotidiana se le escapa. Adquiere la obligación de ser quien media en las relaciones, como así también el poder de modificar una realidad que se creía perdida. Max es el profeta de una tierra lejana donde es puesto a prueba, donde reconocerá cual es su verdadera realidad y cómo comportarse en ella. Los monstruos, parte muñecos y parte animación, otorgan un carácter crudamente realista al relato del niño. Es fácil olvidar sus apariencias y percibir el modo en que las relaciones interpersonales se tejen entre ellos. El mundo de las cosas salvajes, es la proyección del mundo real que tanto afecta a Max. La oscuridad que adquiere la imagen por la preponderancia de tonos grises y tierras otorga al film cierto carácter onírico. Spike Jonze parece construir cada espacio tomando como referencia los cuadros de la etapa surrealista de Salvador Dalí. Bosques, mares y playas se completan con la existencia de objetos que inundan un espacio que parece quedarles chico. La naturaleza como lugar primitivo que posibilita la percepción de todo aquello que Max no puede comprender escondido en su cuarto, detrás de su disfraz. El carácter verídico o falso del viaje nunca es puesto en cuestión. Ya sea porque forma parte del inconciente del niño, porque haya tenido acceso a un verdadero universo fantástico o que todo sea producto de su imaginación. El director de ¿Quieres ser John Malcovich? (Being John Malkovich, 1999) prefiere no develar la incógnita. Donde Viven los Monstruos no es una película para niños, sino para aquellos que ya dejaron la niñez y que perdieron la habilidad de crear con su imaginación un mundo nuevo.
Siempre recuerdo con vehemencia la primera clase de Literatura Infanto-Juvenil en la que el profesor nos aclaraba que en realidad no existía- o no debería existir- esa categoría o definición. Lo que existen son lectores ideales que pueden ser niños, jóvenes o adultos al cual el artista intenta hablar .Por eso de entrada afirmo que en las pocas líneas que consta el relato de Maurice Sendack uno entiende con qué maestría supo reflejar no sólo el mundo infantil con sus miedos y fantasías, sino llevar al adulto que leía el relato a una comprensión más profunda de lo difícil que es crecer, convivir y encajar en el mundo adulto siendo niños y que los niños en definitiva no viven en una burbuja, ellos también padecen los miedos y frustraciones, las culpas y exabruptos que muchas veces nos reservamos sólo para nosotros incomprendiéndolas en los más chicos. Todo lo cual parecieramos olvidar cuando crecemos. Y considerando que llevar un texto literario al cine es realmente más difícil aun, es todavía mucho más sorprendente cómo Spike Jonze y Dave Eggers escribieron un guión (con constantes consultas a Sendak) que terminó por completar aún más magníficamente ese relato.Porque el argumento no es otro que el de un niño con mucha imaginación que un día hace enojar a su madre y en plena discusión-bastante violenta por cierto- termina huyendo de casa y después de "vagar por bosques y mares" llega a la tierra de estos monstruos tan encantadores como temidos. Regodeo de psicólogos y pedagogos, este film es uno de los más simbólicos que he visto este año, auténtica alegoría de un sinfín de temas como el enfrentamiento con nuestro monstruo interior- como dice el poster, "todos llevamos uno dentro"- las inadaptaciones sociales, las soledades, la amistad, el amor, la familia, los modelos, los celos. Es que nada, nada queda sin contemplarse en este mini universo de Max, un niño interpretado por Max Records, al que todos no alaban en vano, gran actor está ganando la industria con este pequeño demonio _Eres el dueño de este mundo!.- En esta época de pleno 3D, digitalizaciones y otras yerbas, sigo insistiendo que el hecho que Jonze haya apelado a utilizar marionetas en este film y que siga siendo efectiva, es más que notable. El haber convocado a la Jim Henson Company, la misma de la genial Laberinto o los Muppets no es para nada gratuito.Da esa atmósfera de nostalgia que muchos de los que pasamos los 30 vamos a apreciar más que ninguno. El mismo Jonze se cansó de defender este proyecto al que todo el mundo quería llevar a la animación, y lo aplaudo más que nunca. Le dio además un toque que para mí- apreciación totalmente personal- me sonó a ochentoso donde era más creíble seguramente encontrar niños que se refugiaran en su imaginación para evadirse y no detrás de un teclado o Joystick como los niños de ahora. Estos montruos son semblanza del los famosos amigos invisibles!. ¿Conocen algún niño que ahora tenga uno?. Pura armoniosidad entre fondo y forma, con Donde viven los monstruos se disfruta con todos los sentidos, con los seis!, porque así como la música es sensacional (gracias a Karen O.) y la fotografía inquietante- y digo inquietante porque hasta los contraluces enamoran tanto como perturban- lo emotivo no falta y no hablo del lloriqueo sentimental sino de la verdadera identificación con Max y cada uno de sus alter egos en su camino... redentor(¿?). -La felicidad no es siempre el mejor camino para ser feliz- Muchos le han criticado muchas cosas a este film: que es emocionalmente manipulador, que queda bien parado desde lo visual, que con tanta tecnología a la mano es un desacierto la estética que usa, que el argumento es simplón!. Yo no prejuzgo a quienes este film no les haya gustado, ciertamente hay público para todo, quizá no los entienda como muchos no entenderán cómo padecí Moon!, pero sí les recomiendo verla. Verla sabiendo que serán inmersos en un film contemplativo, psicológico, un drama. Pero a la vez, si bien no es un film "infantil", y si bien tiene sus escenas de tono virulento, no está mal dejar que los chicos la vean. Mi hija- ya saben mi gran compañera cinematográfica a veces y testeadora- quedó encantada al verla, siempre con las explicaciones pertinentes tras estar subtitulada, claro, y para prevenir algún susto en las actitudes de estos monstruos tan temibles como adorables.
¿Cómo filmar la infancia? ¿Cómo filmar una edad que, con el paso del tiempo, se supone superada para siempre o tal vez involuntariamente olvidada? La infancia, decía J-F. Lyotard, es una edad de la vida que nunca cesa; vive en el adulto entre los intersticios de su discurso, pues se trata de una prehistoria (privada) cuyas huellas legibles son más jeroglíficos que signos descifrables. En clave pop y alucinada, Spike Jonze impregna cada fotograma de ese tiempo sin tiempo llamado infancia. Lo que se calla se ve, lo que se olvida deviene fábula. En efecto, la infancia, en Donde viven los monstruos, fulgura y se materializa como imagen del mundo, un cosmos inestable, poblado de criaturas y paisajes imaginarios, en el que un niño intuye una verdad intolerable: la soledad no es un accidente sino un principio y un destino. Max es un niño de 9 años. Vive con su madre y su hermana mayor. En un memorable pasaje edípico, Max, acostado debajo del escritorio, juega con las medias de su madre mientras ella escribe en la computadora. Se miran, se reconocen: es la postal de una simbiosis física y genética. Ese lazo idílico será puesto en riesgo por dos hombres: un pretendiente podría robarle la exclusividad afectiva, pero es su profesor de ciencias quien, indirectamente, habrá de causar su mayor ansiedad e inquietud: el sol algún día morirá. Es una predicción científica que Max retomará de vuelta a casa mientras su madre maneja, y que volverá a presentarse cuando en un ataque de bronca se escape de su casa y se refugie en un mundo imaginario al que llegará navegando. Allí, Max será el rey, y sus súbditos, unos monstruos amigables, esperarán que conjure el miedo. El resto es aventura y juego. Basada en un breve cuento ilustrado de Maurice Sendak (18 dibujos, 338 palabras), Donde viven los monstruos reproduce la percepción de la niñez y su lenguaje. La altura de cámara casi siempre coincide con la perspectiva de Max; los diálogos parecen escritos por un niño. Si en ¿Quieres ser John Malkovich? Jonze intentaba imaginar cómo se veía el mundo desde el cerebro de un actor reconocido, aquí su intento pasa por vivificar una experiencia alguna vez vivida como niño pero ahora totalmente inconmensurable, al menos, para la conciencia de todo adulto. Una panorámica de Max en su navío diminuto en altamar compendia la conquista de su empresa: Jonze transcribe un estado de ánimo en planos cinematográficos. Mientras que un ogro verde cuya marca registrada son las flatulencias y los provechitos invade las salas (y la imaginación) de la ciudad, los monstruos que importan viven en otra película. Carol, KW, Judith, Ira y Alexander, monstruos inolvidables, no venden sus almas para promocionar hamburguesas y esperan por nosotros.
Sensatez y sentimientos El nuevo filme de Spike Jonze -director de ¿Quieres ser John Malkovich? y El ladrón de orquídeas- forma un particular trío junto con El desinformante -la más reciente película de Steven Soderbergh- y El Fantástico Sr. Fox -último opus de Wes Anderson-. Las tres fueron dirigidas por autores consagrados por las instituciones críticas y académicas; polémicos y con numerosos desniveles -la filmografía de Soderbergh, por ejemplo, alcanzó un momento de casi nulo interés-; pero con un imaginario particular, que han tenido una fuerte repercusión incluso en la taquilla. Sin embargo, a pesar de que amagaron con estrenarse en cines, sus distribuidoras argentinas terminaron mandándolas al fangoso y poco prometedor terreno del directo a DVD. Esto ya de por sí es un paso atrás, pero si lo pensamos en términos de calidad, uno empieza a preguntarse por qué se estrenan en cines porquerías absolutas, mientras se dejan de lado a grandes obras como estas. Basada en una novela corta de Maurice Sendak, Donde viven los monstruos vuelve a quedar asociada a Fantastic Mr. Fox e incorporando un nuevo vértice en Toy Story 3. En las tres se percibe una atmósfera artesanal y personal, donde los cuerpos y/u objetos adquieren un carácter palpable: el espectador siente a cada momento el impulso de “tocar” la película. Esto se da por las composiciones plásticas y táctiles de los filmes, pero también porque los distintos protagonistas producen una identificación y cariño tan fuerte que invitan a zambullirse dentro de la pantalla. Hay un fuerte perfil transitivo y sensitivo, en el que las tramas impactan de manera mayúscula en la memoria emotiva del espectador. En el caso de Where the wild things are, se debe señalar que es un filme infantil sobre la infancia -lo cual puede parecer redundante, pero no lo es tanto-, lo cual no significa que necesariamente lo puedan ver los chicos. De hecho, los ejecutivos de Warner -productora y distribuidora del filme-, que convocaron a Jonze con la intención inicial de apuntar al público infante, se mostraron furiosos con el realizador. Es que con lo que se encontraron fue con un drama familiar expresado a través de las fantasías, miedos y deseos de un niño. Jonze, junto al guionista Dave Eggers, fue hilvanando una reescritura del material original, que respetó el espíritu de lo escrito por Sendak, pero utilizándolo como punto de partida para volcar en el ámbito cinematográfico obsesiones y metas personales. Se pueden intuir dentro del relato de Donde viven los monstruos varios trazos vinculados al poder de la imaginación ya presentes en la filmografía de Jonze, que esgrime numerosas herramientas de sus orígenes videocliperos en pos de la construcción de un mundo fragmentado en imágenes y sonidos, que no es más que la expresión audiovisual de la búsqueda de identidad de los personajes. No es infantil. No es mera adaptación fiel al cuento. Es un filme personal de Jonze, con apuntes de su infancia. Que sea sobre la infancia, no significa que lo puedan ver los chicos. El niño protagonista, Max, crea un mundo que parece hecho a su medida, lejos de los límites impuestos por su madre (quien parece demasiado ocupada para prestarle atención), su hermana mayor (demasiado concentrada en hacer amigos de su edad) y su padre ausente. Las criaturas que pueblan su universo lo consagran rey, y todo parece ir bien. Pero resulta que cada uno de ellos tiene sus propios problemas, motivaciones, deseos, virtudes y miserias. Está la que es negativa todo el tiempo; la de comportamiento adolescente y rebelde; el que se siente incomprendido y no escuchado; el que es sabio, aunque no sea capaz de liderar; el fiel a toda prueba, incluso negativamente; el que encabeza todas las iniciativas, aunque le cuesta lidiar con esa responsabilidad y las ansias que lleva adentro. Todos son como una pequeña parte de Max, quien pasa a tener el poder de un Dios, eje de todas las miradas, poseedor de todas las respuestas. Aunque en verdad, la mayoría de las veces no sepa qué hacer con todo ese poder y en vez de argumentaciones sólidas, sólo tenga dudas. De repente, es como el Padre de todas las Criaturas, y sólo aprenderá lo que pueda, paso a paso, incluso a costa de sentir y causar dolor. Donde viven los monstruos es en sí una reflexión oscura y a la vez luminosa sobre la religión y sus figuras, del peso que cae sobre ellas, de las edificaciones ficcionales y mitológicas alrededor de ellas. Igualmente sobre el arte, su poder de inventiva, su capacidad de crear nuevas realidades y cómo los elementos creados por la mente pueden adquirir autonomía. Spike Jonze especula sobre el rol creativo, sin dejar de explorar nociones referidas a la infancia como espacio-tiempo de choque frente a las convenciones adultas. Con todas estas variables teóricas y narrativas, Donde viven los monstruos no deja de ser un filme arrollador, triste y melancólico en su tono general, aunque a la vez profundamente vital. Indudablemente contradictorio, usa esas mismas contradicciones como instrumento pensante y sensible. Da todo y pide todo, sin medir las consecuencias. Una valentía así es digna de aplauso.
Derroche de estilo, arte por donde se la mire. Cada apartado, no esta solo bien, es exquisito. Meticulosamente diseñada. Bueno, todas las pelis tienen su diseño meticuloso, pero aquí, lo que me llamó la atención es que pareciera que cada pequeña pincelada esta hecha con la mayor delicadeza para que todo quede espléndido. Detallista. Artística. Suave. Honda. Debo aclarar que no sé si gustará a todo mundo, de hecho ya he leído criticas que la tildan de aburrida, de sin sentido, y demás. Y es que si no nos dejamos llevar probablemente nos aburra. Si buscamos el clasicismo donde todo es lo que parece, los monstruos no nos traerán una historia de monstruos, pero si nos adentramos en el universo que cuenta, en las profundidades que pincela esta peli, el retrato que logra es ES PEC TA CU LAR. (sí, con mayúsculas). Si desgloso los apartados, tenemos genialidad en cada uno. Una fotografía que camina por la paleta de luces y sombras, manteniendo sin embargo el amarronado predominante, con unos planos generales que te inundan la vista de belleza y unos planos cortos que te llenan de ternura. Los estados de animo hechos imágenes. Dos actuaciones para destacar, la del protagonista, que transmite tan bien su “estoy más perdido que todos ustedes”, y la actuación de Keener, la madre del protagonista, que aparece poco pero de una manera soberbia. Pudieron captar ambos, en sus rostros, sensaciones demasiado complejas emocionalmente. Mezcla de sentimientos encontrados. Un guión preciso, punto inicial mostrando la situación y, corte, nos metemos en un “bosque”, disfrutamos, tememos, paseamos por todos los sentimientos, y corte, volvemos. La mente viaja por tantos lados. Nosotros con ella. Ese es el juego y si uno se mete en él, la peli es un disfrute. Ni hablar del diseño de los monstruos, seres con la misma ambigüedad de carácter como los sentimientos en las caras de protagonista y madre. Unas inmensas delicias de peluche que pueden ser muy “aterrorizantes” por momentos. Los diálogos, sutiles y no sutiles, mezcla de juego y reflexión, en cada cosa puede haber un consejo, en cada actitud puede uno encontrarse con sus actitudes. Todo esta en todos lados. Y en esa mezcla, somos. Recomendadísima. Link para pasear por la web de la peli, no tiene desperdicio. Recomiendo la ficha técnica ;)
Donde viven los monstruos, y la infancia. Adaptación del libro más famoso de Maurice Sendak que se titula como la película, Where the wild things are, es un viaje bastante preciso a la mente de un niño, que como muchos en la actualidad, debe lidiar con problemas familiares que dejan marcas inevitables en la personalidad, y por supuesto, debe enfrentarse también al reto de crecer y superar los monstruos de la niñez. Esta película está dirigida por Spike Jonze, conocido por dirigir numerosos videos musicales de artistas como REM, The Chemical Brothers, Björk y Fatboy Slim, y por otro lado, como cineasta, tuvo a cargo la dirección de películas como Adaptation (Ladrón de Orquideas en Argentina) y Being John Malkovich. Si vieron algunas de estas 2 películas o los clips musicales de los artistas nombrados, caerán en la cuenta de que Spike Jonze no es un director convencional ni cerca, y que las palabras "raro" y "conceptual" son adjetivos que lo describen muy bien. Es por esto que la decisión de entregarle el proyecto para dirigir esta adaptación es muy acertada en mi opinión, ya que para meterse en la cabeza de un niño es necesario desestructurar los esquemas de adulto a los que estamos sujetos la mayor parte del tiempo. En los 101 minutos que dura el film, podremos realizar una placentera regresión a nuestra niñez y a cuando inventábamos historias, personajes fantásticos y tenebrosos, y situaciones totalmente absurdas que en nuestra mente de niño tenían perfectamente sentido. Nos encontraremos con Monstruos de aspecto divertido, cuyas personalidades neuróticas son dignas de personajes que podrían verse en una película de Woody Allen. Los que tienen training fílmico, reconocerán las voces de grandes actores como James Gandolfini, Forest Whitaker o Catherine O'Hara. En nuetro país pasó sin pena y sin gloria, por lo que seguramente muchos no la habrán visto, pero a no procuparse que ya está en dvd hace rato. A los que son un poco estructurados en cuanto a como debe ser una película "con sentido" les digo, ¡cuidado!, acá no hay introducción, problema, desenlace y resolución como en las películas tradicionales. A los que prefieren experimentar un poco y pegarse una "fumada" cinematográfica, anímense, en una de esas se llevan una sorpresa increíble. ¡Ah!, casi me olvido, la banda sonora es Espectacular. Yo digo, ¡Aplausos largos y cascabeles cortos!
Es una pena que la distribuidora no apostara por un lanzamiento en cines de esta pieza del director Spike Jonze que cuenta con los talentos vocales de Catherine O’Hara, James Gandolfini, Forest Whitaker, Chris Cooper y Paul Dano, entre otros reconocidos actores. Estrenada directo en DVD y Blue Ray, “Dónde viven los monstruos” nos trae a Max, un sensible niño de nueve años que se escapa de su casa para navegar a través de los mares y convertirse en el rey de un maravilloso mundo repleto de increíbles monstruos gigantes. Pero ser rey es una tarea más difícil de lo que parecía. Algo de la magnética dulzura de “El mundo mágico de Terabithia” se cuela por los poros de esta adaptación del clásico literario de Maurice Sendak. Su fracaso de taquilla habrá que buscarlo en la cadencia de la narración, la cual cansa a los más pequeños antes de tiempo, haciéndoseles prácticamente imposible aguantar hasta el final del relato.