Un biopic ceñido a 6 días en la vida del escritor Serguéi Dovlátov (1941-1990), del 1 al 6 de noviembre de 1971, en plena era Brézhnev, y en un período menos permisivo que la década precedente. En ese contexto, día a día, se revela una época, cuyo dogma aún vigente dejaba afuera cualquier tipo de expresión literaria ajena a la edificación del sistema soviético. Las razones del desconsuelo de Dovlátov, como del de su amigo Iósif Brodsky (1940-1996), se escenifican desde un principio: el comité literario los califica de prescindibles; el impresionismo poético no vindica el socialismo.
Periodismo militante versus integridad artística. Basta con una escena para sintetizar el espíritu de esta biopic, que gira en torno a la grisácea y triste existencia de un intelectual en la era de la Unión Soviética, Sergei Dovlatov, quien fuera reconocido -como tantos escritores- de manera póstuma al engrosar una lista de artistas que no llegaron a vivir más que cincuenta años. La escena se instala en las calles de San Petersburgo, en un rodaje de una película conmemorativa de la Revolución Soviética en el que actores berretas se ponen en la piel de grandes escritores rusos como Tolstoi, Pushkin y Fiodor Dostoyesvki. El protagonista, Sergei (Milan Maric) tiene que escribir “positivamente” para el periódico del astillero, afín al régimen de Brezhnev, pero fiel a su esencia cínica, a su pensamiento crítico de las políticas de aquel socialismo de los setenta e incluso de su lugar de trabajo, expone entre los escritores contradicciones y deja en evidencia la ignorancia de quienes los interpretan, además de ganarse el repudio de toda la plana del periódico por no obedecer. Así transcurren los seis días elegidos por el director Aleksey German para retratar una época donde el libre pensamiento y el rol de muchos artistas y escritores rusos se vio sumamente afectado tanto por la censura como por las imposibilidades de mostrar su obra, ya sea al no encontrar lugar para publicar como el caso de Sergei o su amigo y poeta Iosif Brodsky, quien fuera premio Nobel en el exilio décadas después. Dovlatov corrió la misma suerte en el exilio aunque no recibió el premio pero sí los elogios a su prosa y escritura. Las energías invisibles que atraviesan el derrotero del periodista y escritor ruso también se entrelazan con su instinto de supervivencia, y tienen que ver con un periodismo militante, siempre sumiso a las bajadas de línea del positivismo absurdo con buenas noticias para las masas, frente a la integridad artística de un escritor fiel a su época, tiempo y realidad social. El rechazo a cualquier texto con visos de ironía o al menos reflexiones sobre la falsedad del relato oficial son apenas apuntes para que la trama no acuda a la bajada de línea de un cine panfletario y contradictorio con lo que pregona. Ficción, subjetividad del protagonista y naturalismo rabioso se yuxtaponen en las charlas con colegas o prácticas clandestinas y peligrosas como por ejemplo el contrabando en la Unión Soviética represiva, y donde la palabra libertad era tan hueca como la mente de aquellos retrógrados que se ubicaban -ya sea por miedo a la cárcel u omisión- en las antípodas de Sergei Dovlatov y su grupo de amigos intelectuales y resilentes.
De las mejores películas de la Competencia Oficial de Berlín 2018, Dovlatov, del cineasta ruso Aleksey German Jr. narra una semana en la vida de Sergei Dovlatov, en 1971, cuando era un joven escritor disidente al que nadie quería publicar por sus puntos de vista alejados de la posición oficial de la entonces Unión Soviética. Con sus exquisitos y complejos planos largos, el hijo del fallecido y mítico director de Hard to Be a God construye una película política y nostálgica, pero a la vez con mucho humor, que reconstruye el mundo en el que Dovlatov y otros artistas, poetas y escritores “marginales” se movían en aquel entonces. La película va sumando anécdotas en la vida de este pícaro e inteligente personaje que debe trabajar en una revista de una fábrica escribiendo loas oficialistas a los héroes de la revolución, los grandes de la cultura soviética (en un genial gag inicial de la película) y otros pedidos en plan “optimismo socialista”, cosa que hace a regañadientes. Pero sus textos no son aceptados por sus ironías o comentarios mordaces. Lo mismo pasa con sus poesías, que no respetan los lineamientos de lo que se debe escribir y que, por eso, no le permiten ser aceptado en el Sindicato de Escritores, condición necesaria para ser publicado. El film cuenta, en un tono más amable y cómico de lo que podía preverse por su tema, las desventuras de Dovlatov con sus textos rechazados, su relación con su ex mujer y su hija, con su madre y, especialmente, con otros escritores en similar situación a la suya, como el luego igual o más famoso Joseph Brodsky, entre otros. Una suerte de broma recurrente ligada a Nabokov y Lolita funciona también muy bien, mientras que un “encuentro” con el pasado ligado a la Segunda Guerra resulta una metáfora un tanto más burda. Con fotografía del polaco Lukasz Zal (Ida), German Jr. vuelve a lucir sus dotes para la composición de cuadros en movimiento perpetuo, con personajes que entran y salen, diálogos que se mezclan y superponen, generando un clima que permite entender, a la vez, la vitalidad del movimiento cultural underground en el que se movía el protagonista y su burocrática y declaradamente kafkiana relación con la “oficialidad” de la cultura soviética. La movida cultural de esos años en Leningrado queda muy bien retratada en lo que es un homenaje a esos poetas que prefirieron ser fieles a sus convicciones que ceder a los poderes de turno. Sin embargo, algún (seguramente obligado) reconocimiento “oficial” en los créditos del final del film hace pensar que German Jr. no es tan radical como sus héroes.
La de Serguéi Donátovich Dovlátov es una de las tantísimas historias de artistas silenciados por el régimen soviético. Filmado en CinemaScope, toda una extravagancia para esta época, este estilizado largometraje de Alexei German Jr. -hijo de un popular cineasta ruso también perseguido por las autoridades de su país- condensa en seis días de principios de los años 70 la enorme frustración que sufrió este escritor de origen judío que nunca llegó a ver publicada su obra en vida y que recién en los años 90 se volvió famoso en Rusia gracias al interés que despertó tanto en la crítica como en los numerosos lectores que lo descubrieron. La historia, está claro, es muy dramática, pero German Jr. le imprime un humor mordaz que la aliviana y consigue que su protagonista genere empatía aun cuando las circunstancias lo terminen cargando de amargura y de cinismo. Mientras intenta, sin éxito, ser admitido por una rígida Unión de Escritores (única chance para editar los textos que produce), Dovlátov gana dinero para llevar una vida apenas austera trabajando como cronista periodístico destinado en los astilleros de Leningrado. La inteligencia maliciosa y el sutil manejo de la ironía alimentan el temperamento de este personaje en pugna con un entorno agobiante. El serbio Milan Maric logra transmitir con eficacia cada sinsabor provocado por esa pelea de un solo hombre contra el peso de un sistema opresivo.
Fruto de una feliz coincidencia en Moscú resultó la reunión con Alexei German Junior (Mladshii, en ruso), director de Dovlatov. En la siguiente nota se han incorporado parte de las observaciones y respuestas a varias preguntas, que muy gentilmente accedió a responder el realizador. En verdad el encuentro se produjo gracias a la intervención de Anton Dolin, uno de los más prestigiosos críticos del cine ruso, autor de varios libros incluyendo uno que contiene una extensa entrevista con Alexei German (Senior). La ocasión fue un homenaje al progenitor, quien falleció hace cinco años cuando casi había terminado de filmar Qué difícil es ser un dios, su sexto y último largometraje. Solo faltó agregar una parte del sonido, tarea de la cual se ocupó su hijo. En la hermosa sala Oktiabr (en la avenida Arbat) se proyectó la versión completa de tres horas de duración, con la presentación por parte del hijo de una obra basada en el célebre libro homónimo de los hermanos Strugatzky (los amantes de la ciencia ficción y cinéfilos los recordarán respectivamente por las novelas Picnic extraterrestre y Stalker; esta última inspiró el film de Tarkovsky). Sergei Dovlátov fue un célebre escritor nacido en la ex Leningrado (hoy, San Petersburgo) que tuvo problemas con el régimen soviético al ser un manifiesto disidente. Aún hoy, como señaló el director, se lo sigue leyendo mucho, inclusive entre los jóvenes rusos. Al preguntarle cuándo empezó su interés por el escritor, indicó que ya desde chico su padre lo conocía pues vivía muy cerca, a menos de dos kilómetros de distancia. Pero fue sobre todo la hija de Dovlátov quien influyó en la decisión de filmar, aunque a ella le interesaba más que se enfocara la obra literaria paterna. Alexei Jr. prefirió pergeñar un relato biográfico, como resulta evidente de la visión de su film. En la película se nombran numerosos escritores extranjeros como Erich Maria Remarque, Gunther Grass, Heinrich Böll, Franz Kafka y Hans Fallada, tales eran los autores preferidos de su padre y de la generación a la que pertenecía. También hay un personaje poco conocido por nuestras latitudes, que sin embargo fue premio Nobel de Literatura. Se trata de Iosif Brodsky, quien optó por el exilio. La nómina de los autores rusos mencionados incluye a Nabokov, Sholojov, Yevtushenko y Solyenitzin, entre otros. Cuando Dovlatov se estrenó en Rusia la crítica no fue unánime y una parte objetó la imagen gris y sombría que presentaba de la ciudad de Leningrado. Pero el realizador se defendió señalando que su intención no era transmitir un mensaje antisoviético, sino más bien describir la ciudad tal cual él la conoció en su juventud. Otra objeción fue la utilización de actores mayormente no rusos en los roles centrales, incluyendo los del propio protagonista, interpretado por el serbio Milan Maric, y su esposa Elena, a cargo de la actriz polaca Helena Sujecka. Nuevamente justificó su decisión enfatizando que pasaron por el casting mil candidatos y que se limitó a elegir los mejores, independientemente de su nacionalidad. La rica banda sonora, en tanto, incluye la canción “Bésame mucho”, muy popular aún hoy en día en Rusia. El film es el quinto dirigido por Alexei German Jr. (y el primero que se estrena en Argentina). Fue presentado en el último Festival de Berlín y todas las obras anteriores del director compitieron en Festivales Clase A (Venecia, Berlín) hasta el presente. Algunas de esas obras se vieron en el Festival de Mar del Plata y en el BAFICI, y ante la pregunta de si estaba enterado del estreno en Argentina respondió afirmativamente, comentando que estaría interesado en visitarnos en el futuro. Actualmente está completando los últimos detalles de su próximo film, ambientado en el primer año de la Segunda Guerra Mundial. Afirmó que sus personajes centrales serán pilotos aéreos, aunque no será un típico film de guerra con profusión de aviones y tanques. Nota: de Alexei German (Senior) se estrenó en nuestro país Mi amigo Iván Lapshin, que al igual que el resto de sus películas se vio en una retrospectiva de su obra en el Festival de Mar del Plata de 2014. Allí incluso se proyectó Qué difícil es ser un dios (hubo una versión anterior del alemán Peter Fleischmann, estrenada en Argentina como El poder de un dios).
Sergei Dovlatov fue un famoso escritor, considerado por muchos especialistas como el padre de la narrativa rusa contemporánea. Pero lo que muestra el film de Aleksey German Jr, son seis días en la vida del escritor en Leningrado, en noviembre de l971, en un crudo invierno. Y con sus planos largos, sus momentos oníricos y reales, no solo muestra la rebeldía del protagonista. Dovlatov por ser disidente con el gobierno de Breznev, no es admitido en el sindicado de escritores y por no pertenecer al mismo no puede publicar en ningún lado. Pero a su lado vemos reflejada a toda una generación joven e inconformista, reunidos para hablar y discutir, para mantenerse informados y vivos. Escritores y artistas pasados y presentes, en un amplio espectro, ofician o son evocados como testigos de una situación que los asfixia. Se sabe que finalmente el escritor emigró a Nueva York, que su mayor éxito llegó después de su muerte, y que en su presente era reconocido pero su inconformismo y su integridad irrenunciables. Irónico, melancólico, el protagonista escribe para un periódico de fábricas y debe entrevistar a trabajadores para exaltar la política de turno. En un momento asiste a una filmación con actores disfrazados de Tolstoi, Puskin y Dostoievsky y cuando les habla solo obtiene respuestas políticamente correctas. En esos pocos días deambula con su hija, discute con su madre, con su ex esposa y se conmueve con sus colegas y amigos. Y aun para aquellos que no están familiarizados con la obra del escritor, lo que logra la película, de manera talentosa y bella, es mostrar esos sentimientos de rechazo continuo, esa frustración constante que las mordazas imperantes provocan, esa necesidad de ser a pesar de todo: íntegro hasta las últimas consecuencias. Un tiempo difícil de sobrellevar cuando la honestidad es la única moneda.
Un fantasma de ronda por Leningrado El film de German Jr. hace de lo íntimo una manifestación capaz de alcanzar dimensión política sin perder la escala humana, personal. A diferencia de su contemporáneo más famoso, Andrei Zvyagintsev, director de El regreso, Elena y Leviatán, todas premiadas en los grandes festivales internacionales y estrenadas también en la Argentina, el también ruso Aleksei German Jr. es un cineasta de la sutileza y la introspección. Mientras el primero usa y abusa de las gruesas alegorías sociales, German Jr. trabaja en el sentido contario: hace de lo íntimo una manifestación capaz de alcanzar dimensión política sin perder la escala humana, personal. Y su película más reciente, Dovlátov, uno de los puntos más altos de la competencia oficial de la última Berlinale, no hace sino confirmarlo. Y como varios de los films que se lucieron en la Berlinale de febrero pasado (entre ellos el alemán Transit, de inminente estreno porteño), Dovlátov también es una historia de fantasmas, de personajes perseguidos y silenciados por la historia. Su relato transcurre en menos de una semana, hacia noviembre de 1971, en ocasión de un nuevo aniversario de la revolución soviética. Son apenas seis días en la vida de Serguéi Donátovich Dovlátov, un escritor de origen judío que nunca llegó a ver publicada su obra en vida en la URSS y que, como informa sucintamente el film, alcanzó una enorme popularidad en Rusia recién a partir de los años 90, poco después de su muerte. Es notable la manera en que German Jr. –hijo de uno de los grandes cineastas de su país, director de obras maestras como Mi amigo Iván Lapshin (1984) y Qué difícil es ser dios (2013)– es capaz de pintar una suerte de gran fresco íntimo, valga la paradoja. Con un uso imponente del CinemaScope, Dovlátov sigue a su protagonista en su rutinaria vida cotidiana, ocupándose de su pequeña hija y haciendo de cronista periodístico de una unidad de trabajo en los astilleros de Leningrado mientras intenta, sin suerte, ser admitido por la Unión de Escritores. Esta obstinación no tiene que ver con la necesidad de reconocimiento: esa pertenencia es lo único que le garantizaría la posibilidad de publicar sus textos en un marco cultural extremadamente restrictivo. Al modo de una Dolce vita eslava, la película de German Jr sigue la deriva fantasmal de su protagonista (interpretado por el serbio Milan Maric, un actor de notable parecido físico con Marcello Mastroianni) mientras comparte interminables tertulias after hours con otros poetas en su misma situación, como su amigo Joseph Brodsky, quien a diferencia de Dovlátov llegó a la consagración en vida cuando, ya exiliado en los Estados Unidos, fue premiado con el Nobel. Con un virtuosismo fuera de norma, German Jr. –ganador del Oso de Plata de la Berlinale con su film inmediatamente anterior, Bajo las nubes eléctricas (2015)– construye unos soberbios planos secuencia que van dando la noción de ese mal sueño del que Dovlátov nunca alcanza a despertar, a pesar de su filosa ironía y de su humor mordaz, que tampoco lo ayudan a granjearse la simpatía de la intelligentsia oficial. La luz deliberadamente brumosa que compone ese maestro de la fotografía que es el polaco Lukasz Zal (el mismo iluminador de Ida y Cold War, de Pawel Pawlikowski) contribuye de manera determinante no sólo a la melancolía que tiñe al protagonista sino también a la idea que subyace a toda la película y que una escena ilustra de manera muy especial: durante una excavación para extender el subterráneo, aparecen los cadáveres de unos niños sepultados por una bomba durante la Segunda Guerra Mundial. Para bien o para mal, el pasado –como quizás no imaginó el propio Dovlátov– siempre vuelve a emerger en el presente.
¿De qué vive un escritor? Aleksey German, quien por la dirección de Dovlatov (2018), se alzó con un premio a la mejor dirección en Belgrado, retrata la vida del emigrado escritor ruso cuando todavía era novel y, bajo los estrictos parámetros de la Rusia Soviética, nadie quería publicarlo. Serguei Dovlátov, uno de los grandes escritores rusos de la segunda mitad del siglo pasado, persiguió incansable un sueño que hasta no haber dejado la Unión Soviética detrás no pudo cumplir. Es más: aunque consiguió publicar en vida, no supo nunca del éxito que su obra cultivó después de muerto. El esfuerzo que lo llevó a darse una y otra vez la cabeza contra la pared en la Rusia comunista fue el mismo que lo dejó sin aliento para llegar a viejo. Murió en Nueva York a los cuarenta y ocho años. La película de Aleksey German, que por título lleva el apellido del escritor, sigue apenas unos días en su vida durante principios de los setenta. Dovlátov, al que ningún editor quiere publicar —porque por aquel entonces había un artificial gusto establecido para lo que se podía imprimir: nada de pesimismo, nada que no alabara al régimen, nada que se olvidara de rendirle una vez más los honores a la figura del proletariado—, está al borde de rendirse. En medio de una separación, queriéndole a toda costa comprarle una muñeca alemana a su hija, y soportando los absurdos de la burocracia estatal, el escritor se pregunta si algún día su literatura saldrá a la luz. En tanto recorte de una figura reconocida para muchos, la película enseña los duros años que precedieron a que abandonara la Unión Soviética, y las ridiculeces que soportó a veces sólo para poder comer. Para quienes no conozcan ni de nombre al escritor, Dovlatov puede que sea el fiel retrato de una aspiración. Un escritor no quiere trabajar —si entendemos el trabajo como la procesión que todos los de a pie tienen que hacer para servirse un pan de la mesa—: quiere —o necesita— escribir. Y mientras no haya publicado nada, ¿quién puede decirse a sí mismo escritor? Ya por la enorme maquinaria estatal, ya por los controles y las autocensuras, el hecho de que nadie quiera publicar a Dovlátov bien podría haber quebrado su entereza si no fuese porque el deseo era más grande. Con una narración lineal y prolija, Aleksey German aporta un testimonio más sobre la capacidad de los gobiernos —y la cultura que imprimen en los pueblos—, sean éstos del color que sean, de ignorar lo que está fuera de su alcance, aquello que no sigue las duras convenciones. Si bien logra dar cuenta de lo grisácea que habrá sido la vida en la Unión Soviética de aquel entonces, por momentos la película se tiñe del mismo matiz y no consigue separarse de la abulia. Las burlas del escritor cada vez más dolido se repiten —a los jefes de los periódicos laboristas, a las mujeres que, quién sabe por qué, tozudas, pretenden darle una mano—, lo mismo que las noches de alcohol y de contemplación ante las bohemias caras conocidas. Dovlatov, que compitió en Berlín, está bien hecha pero no mucho más: al igual que el período de la vida del escritor que retrata, termina por hundirse en la neblina.
La guerra de un solo hombre Nieva en Leningrado, el viento helado se lleva las últimas hojas de los árboles, los afiches a color de Marx, Engels y Lenin se adivinan detrás de la bruma. Es la era de un nuevo endurecimiento después del deshielo, el último suspiro antes de la caída. La película nos sumerge en la vida cotidiana, artística e intelectual de principios los setenta, concentrándose en cinco días con Sergei Dovlatov: un escritor inteligente, impulsivo, cínico y desencantado que se encuentra en un callejón sin salida profesional. El protagonista intenta sobrevivir con pequeñas publicaciones periodísticas para distintos órganos del partido. Su trabajo lo lleva al set de filmación de una película en la que actores amateurs interpretan a grandes escritores rusos, o a una mina donde se descubren bajo sus ojos esqueletos de niños asesinados y enterrados por los bombardeos de la segunda guerra mundial: imágenes de un presente que lo devuelve constantemente hacia el pasado, atormentado por sus muertos de un modo trágico o extravagante. La integridad moral es uno de los temas favoritos del cineasta. Dovlatov se niega a cualquier forma de transacción que lo comprometa. El protagonista está convencido de que tiene razón y batalla contra todo el mundo: es un espíritu brillante perseguido por los mediocres, que sin embargo sigue creyendo en su destino. Sentimos vibrar en él la irreprimible necesidad de escribir, a cualquier costo. El escritor se va construyendo pacientemente, desde la distancia irónica y escéptica de su mirada. En la bohemia por donde deambula Dovlatov, la obsesión con el pasado adquiere ribetes absurdos: una suerte de comedia kafkiana que amenaza con rasgarse para revelar la tragedia subyacente. German reconstruye este mundo lírico y opresivo con largas secuencias hipnóticas marcadas por travellings persistentes: una fiesta improvisada entre jóvenes artistas en la azotea de un edificio, un día de rodaje o una velada con la oficialidad cultural. La cámara se mueve siguiendo las conversaciones entre personajes que se entrelazan, beben y discuten. Los retratos de grupo poseen una fluidez sorprendente, los planos secuencia generan la sensación de una coreografía espontánea y natural. Los diálogos al unísono, agudos e impactantes, revelan tanto la inteligencia de los personajes como su irremediable desesperación. Si bien la acción está acotada a cinco días precisos, la película es en realidad atemporal, lo que provoca una mayor densidad y alcance. La visión incómoda de tanta inteligencia despreciada es universal. A imagen de su héroe, el cineasta no compromete sus elecciones formales y mantiene su estilo inconfundible y fuera de tiempo. El notable dominio del espacio dramático y la extraña dimensión sonora de la película son proezas formales que se ajustan al retrato de un hombre y de una comunidad.
En un momento en el que se habla del boom de las biopics, llega “Dovlatov” de Alexei German Jr. para desmitificar y potenciar ideas sobre la narración de hechos históricos y reales, sobre personas reales, y sobre cómo un recorte específico de hitos biográficos pueden construir aún más sentido que repasar toda la vida en imágenes de un personaje. Qué son las biopics sino otra cosa que la puesta en escena, recreación, inspirada en la biografía autorizada, o no, de aquellos personajes que han marcado a fuego la humanidad y determinadas profesiones y actividades. El cine ha apelado en una infinidad de oportunidades a la puesta narrativa para hablar, además, de hechos que, por adyacencia, terminaban por reverberar en los personajes que se mostraban. Aquí, la oportunidad es la de ver la dura realidad de Serguei Dovlatov, escritor que fue reivindicado después de muerto, y que no pudo ver su obra publicada por más esfuerzos que intentara. Dovlatov fue considerado un paria por sus compatriotas y el film no hace otra cosa más que exponer, con ironía, sentido del humor y una gran precisión seis días en la vida del escritor mientras deambula por la ciudad e intenta ser aceptado por la unión de escritores. Entonces, en esa decisión de sólo trabajar con seis días, lo que vemos es la sucesión de charlas y diálogos con los oportunos transeúntes, colegas y fortuitos vecinos, mientras intenta ordenar su vida y su trabajo. La principal virtud del film es poder plasmar con poesía y una estilización precisa y soberbia un momento en el que la complicidad, el rumor, los miedos y, principalmente, los fantasmas propios, acosaban a aquellos que miraban de otra manera un régimen que oprimía. La fotografía de Lukasz Zal, reconocido por sus trabajos en “Ida” , “Cold War” y “Joanna”, permiten, además, que el disfrute del film sea completo, sumado a la decisión del director de filmar en CinemaScope. La reconstrucción de época, y, principalmente, del estadío de época de la pre Unión Soviética, permite adentrarnos en el universo del escritor y todo aquello que realizaba para vivir por fuera de lo que realmente le interesaba, su profesión y pasión. En momentos en donde la cultura y los oficios son bastardeados, con infinidad de recortes y de mercantilización, precarización y deshumanización de las tareas, el film de German Jr., posee más vigencia que nunca.
“Dovlatov”, de Aleksev German Por Mariana Zabaleta Hay mucho extrañamiento en la obra de Aleksev German, nada de ésto ensucia la puesta, impoluta se regodea en amplios planos en exterior e interior con una cuidadísima ambientación. Podremos disfrutar de los paisajes inhóspitos y helados de la Unión Soviética. Si algo destaca es la necesidad de recrear los espacios y dinámicas de los artistas dentro del régimen, muy a nuestro pesar, es clara la necesidad de contrastar y poner en tensión la antigua y acartonada figura del artista dentro de un régimen estrictamente obrero. Si, Dovlatov cuya obra está teñida de ironía y crítica hacia los límites estrictos del poder soviético se muestra como un artista casi inmaduro, sometido al vaivén de su humor desinteresado y conflictivo para con sus compañeros y familia. Es llamativo pensar la obra de este escritor, cuya idiosincrasia parece retratada como la de un nativo de Central Park, en oposición a lo que podemos a groso modo saber sobre la historia de la literatura rusa. El desarrollo de teorías críticas y técnicas en Rusia es vital para la renovación de la literatura universal, este Dovlatov parece apartado de dichas enseñanzas, criado por fuera del concepto integral que conjuga a la literatura con la practica social. Incluso estos apartados son ridiculizados en varios episodios, al tener que escribir para el periódico de una fabrica la consigna de referirse grandilocuentemente sobre la vida del obrero le parece un absurdo, una tarea a la cual el cuasi millennial escritor renuncia con desdén. Dicen que no hay profetas en su propia tierra, esta película retrata concretamente como el iluminado y sentimental espíritu del artista romántico no tiene lugar en la colectiva y siempre productiva madre Rusia. El espíritu de Dovlatov lo conduce al lugar indicado, su exilio en EE.UU resuelve sus conflictos con la Unión de Periodistas Soviéticos, refugiándose en brazos de nada menos que The New Yorker. El post-realismo que su obra destiñe solo podía tener lugar de desarrollo alejado de los conceptos matrices de comunidad y la diada trabajo-vida, la ironía y la ridiculización del mundo obrero soviético lo colocó necesariamente por fuera del paradigma existencial y creativo de sus coétaños. La película de German se coloca en plena empatía con el escritor, una puesta que es calificada de crítica no explota la confrontación político-ideológica del escritor más que como un pesar propio del genio artístico más burdo. DOVLATOV Dovlatov. Rusia/Polonia/Serbia, 2018. Dirección: Aleksev German. Intérpretes: Danila Kozloysky, Artur Beschastny, Milan Maric, Anton Shagin y Helena Suiecka. Duración: 120 minutos.
Dirigida por Aleksey German Jr. y escrita junto a Yulia Tupikina, Dovlatov repasa seis días en la vida del escritor Sergei Dovlatov, durante los cuales intenta ser publicado en la Rusia Soviética de los ‘7o. Dovlatov es un periodista y escritor de origen judío que se pasa la vida buscando ser publicado. La película de Aleksey German Jr. retrata al autor de La maleta durante seis días de 1971 en los que el escritor deambula intentando que publiquen sus textos para poder entrar al Sindicato de Escritores y sólo recibe rechazo o propuestas de notas intrascendentes. El director filma mayormente a través de largos y virtuosos planos secuencias que se pasean entre la galería de personajes que van a ir acompañando al protagonista en su recorrido, como su amigo escritor Brodsky (quien ganaría el premio Nobel años después), su hija pequeña o su ex mujer. Hay entonces un gran uso del espacio, especialmente de aquellos cerrados. Son destacables el diseño de producción de parte de Elena Okopnaya y la fotografía de Lukasz Zal. Durante dos horas se van pasando estos seis días, como un mal sueño que nunca se termina para Dovlatov, quien acaba de volver a casa de su madre tras separarse y tiene constantes pesadillas. Seis días apenas anteriores a que el escritor termine emigrando, que pretenden retratar una cotidianidad, entre anécdotas, rechazos y la búsqueda de una muñeca grande que quiere su hija. El relato se construye con escenas algunas más efectivas que otras a nivel narrativo y con cierta sensación de repetición en algún momento. “La literatura no puede ser optimista o pesimista. Está ahí o no está”, es una de las reflexiones a las que se llegará entre tertulias. Quizás por eso el film apuesta a un tono amable más allá del contexto y de la introducción de algunos momentos de fuerte carga dramática. De todos modos no consigue transmitir ese tono irónico que caracteriza al escritor. Milan Maric lo interpreta de manera sutil, con su rostro aniñado que le aporta picardía y calidez al personaje. Por otro lado, más allá de estar enfocado en un escritor, la película no bucea demasiado en el trabajo literario de su protagonista quien siempre está escribiendo una novela que no está escribiendo. Esto impide un mayor acercamiento a Dovlatov como artista, a través de su letra.
7 DÍAS EN LA VIDA Dovlatov es la historia de un escritor, pero de alguna manera está siempre escabulléndose de su cometido, como el propio artista retratado. El filme comienza con una mirada a cámara, una voz en off y unas imágenes que bien podrían confundirse por el comienzo de un documental en primera persona. Sin embargo, a paso lento, cansino, el relato avanza. Esa mirada a cámara interpela, “nos” interpela, aunque quizás el “nos” no se refiere a nosotros en sí sino más bien a los ciudadanos rusos o de aquellas potencias a las que el director quiera llamar la atención con esta historia. Últimamente el cine ruso que nos llega tiene en común su crítica al autoritarismo de una sociedad demasiado reglada, aunque con intersticios muy pequeños no de libertad sino, más bien, de anarquía. En este caso, la historia de un escritor soviético en los años 70 que no puede ingresar al cerrado círculo de autores del régimen y que, a causa de ello, no puede publicar. El relato se circunscribe a una semana de ese largo periplo y en ella el protagonista visitará y dialogará con un sinfín de artistas que padecen el mismo destino. Dovlatov transcurre sus días charlando, haciendo (o des-haciendo) lobby, probando suerte en trabajos por encargo, compartiendo sus penas y posibles estrategias con otros artistas; sin embargo, nunca aparece escribiendo, como si la tarea en sí misma fuera lo menos importante en esa URSS crepuscular. Lo que todos tienen en común es la juventud y su situación casi marginal a la que son obligados por no poder desarrollar su arte. Probablemente sea esta una historia (basada en hechos reales) que intente mostrar el autoritarismo de la Rusia de Putin, algo que tomaremos con pinzas por estar demasiado lejanos a aquella realidad. El filme transcurre en una atmósfera intimista, fría, desaturada de colores y falta de grandes gestos, grandes acciones y música extradiegética. La fotografía gélida de los exteriores nos puede recordar a la de Bruno Delbonnel en Inside Llewyn Davis: Balada de un hombre común (Hermanos Coen, 2013), una historia que también hablaba de un artista imposibilitado de mostrar su arte debido a ese otro régimen (no menos autoritario que el soviético) que es el capitalismo. El relato tiene una lógica interna muy coherente en todos los aspectos que acabamos de puntualizar aunque, por momentos, se rompe cierta complicidad con el espectador, cierta atmósfera del devenir divergente de la acción cuando la voz en off irrumpe explicando cosas que no necesitamos que nos expliquen, porque ya han sido mostradas de una u otra manera. Al final, las “obligatorias” placas contándonos el destino de gloria agridulce de los protagonistas parecen querer justificar la importancia de esta historia por la notoriedad en la vida “real” de los personajes. Que hayan sido famosos finalmente, o no, es completamente irrelevante pues ningún ser humano merece el destrato del estado y la obliteración de su obra por no pertenecer a la estructura del poder reinante. Por Martín Miguel Pereira
Sergei Dovlatov fue un periodista y escritor, disidente con el régimen soviético. No pudo publicar su obra literaria en vida y sólo salieron a la luz algunos de sus artículos en revistas literarias. Tuvo que irse a Nueva York con su esposa y su hija por cuestiones políticas, y murió a los 48 años sin haber visto publicados sus escritos. Paradójicamente, sus libros son leídos actualmente y se lo considera uno de los mejores escritores rusos de la historia. Este filme narra seis días en su vida, durante el año 1971, en una particular bohemia donde comparte sus problemas con pintores y escritores que disfrutan del jazz, la literatura, el alcohol, los cuadros y la amistad, mientras se piden dinero entre ellos para solventar su dura vida y cuentan sus sueños divagando sobre la posibilidad de partir a un mejor destino. De esa bohemia habla el filme, de la rigidez de las normas durante el gobierno soviético, de la aceptación de un solo tipo de literatura basada en la realidad y en el pueblo. TIEMPO DE SOVIETS Con pocas pinceladas el director cuenta la vida del poeta, que se está separando de su mujer y al que se lo sigue acompañado de su hija de diez años. Nombres como Dostoyevski, Remarque, Steinbeck, Solyenitzin, Nabokov, Chejov y especialmente Joseph Brodsky, el gran poeta ruso que por aquellos años debió exiliarse en Nueva York por sugerencia de las autoridades soviéticas, circulan entre poetas y escritores. Es evidente en ellos esa necesidad de protesta frente a autoridades burocráticas que se inclinan por una literatura simple, con héroes del pueblo. El mundo de las revistas literarias, del mercado negro de objetos culturales, de hombres que sólo piensan en su arte y se unen en charlas y divagaciones contando sus sueños y aspiraciones, aparecen en este filme original en cuanto a la temática, tradicional en su factura de cronología sencilla, y de cuidada y bella fotografía. Película de la disidencia, donde las utopías pugnan por ser reales pero fracasan una y otra vez frente a la burocracia. Buenas actuaciones de un elenco homogéneo y cierta morosidad en el ritmo.
Este film es el quinto dirigido por Alexei German Jr. (el primero que se estrena en Argentina). Su narración visualmente resulta muy solida sobre ciertos momentos vivido por el escritor y periodista ruso Sergei Dovlatov -1941-1990 (muy bien interpretado por Milan Maric), quien estaba separado de su mujer Elena (Helena Sujecka) y compartía la custodia de su hija, Katya Dovlatova (Eva Gerr). Un hombre envuelto en un universo que sufrió tragedias, tristeza, soledad, miedos y burocracia, quien fue premio Nobel de Literatura. En el film se nombran numerosos escritores extranjeros como Franz Kafka, Erich Maria Remarque, Gunther Grass, Heinrich Böll, entre otras personalidades. El director retrata muy bien lo quiere contar, exaltando los problemas políticos, sociales y económicos, además utiliza una exquisita paleta de colores resaltando los grises, enfatizando los distintos estados de ánimo, incluyendo la muy buena fotografía del polaco Lukasz Zal (“Ida”, “Loving Vincent, Cold War) que va generando interesantes climas. Sergei Dovlatov falleció a los 49 años de edad en el exilio de Nueva York, desconociendo que sus obras fueron muy leídas y fue un escritor ruso muy conocido.
EL ABSURDO TAN TEMIDO Dovlatov tiene todos los componentes habituales de los biopics, incluyendo esas explicaciones típicas que aparecen antes de los créditos y que nos completan aquello que la película no cuenta, pero que por suerte sabe tomar distancia de ese subgénero demasiado administrativo. El film del ruso Aleksey German en primera instancia se limita a contar seis días en la vida del escritor Sergei Dovlatov, cuando los sesentas se terminan y los setentas no parecen ofrecer un panorama demasiado prometedor para los intelectuales que se encuentran prohibidos por el régimen soviético. Ese acotamiento temporal, que no da crédito de eventos demasiado destacados, es todo aquello de lo que las biografías cinematográficas parecen escapar, pero que aquí sirve para explicitar el entorno burocrático por el que el escritor se mueve, condenado a tareas ingratas como la de cronista de medios para nada ilustres. Como en El arca rusa, del coterráneo Alexander Sokurov, la cámara de German se mueve en largos planos que recorren espacios cerrados o abiertos, por donde Dovlatov -el personaje- transita e influye con su presencia. Sin embargo, lejos del historicismo museístico de aquel, lo que luce aquí es el aporte mordaz, irónico, de la mirada del escritor. La historia cuenta que Dovlatov, impedido de publicar por su escasa sumisión a celebrar al estado soviético, finalmente se radicó en Estados Unidos y que murió en los años 90’s, antes de que su obra literaria se consagre y se vuelva indispensable. Lo que la película muestra es precisamente ese vagar casi kafkiano del personaje, ante de decidirse a irse de su país, entre episodios que marcan el absurdo de las instituciones oficiales y el agotamiento existencialista de intelectuales que se veían incapacitados de llevar adelante su tarea. Si Dovlatov merece ser vista es porque German, más allá del academicismo de algunos de sus pasajes en los que se impone la forma de manera asfixiante, le otorga a sus criaturas mucho humor para despejar cualquier dejo de solemnidad. Sin ser una comedia, la película abreva reiteradamente en la ironía y la sátira, especialmente en esos cuerpos humanos que se movilizan alrededor del protagonista y que forman un coro de fondo, muy ruidoso, que le quita razón al pensamiento. Incluso se podría decir que hay algo woodyallenesco en la forma en que la película registra esos círculos intelectuales y el pasear casi voyeurístico del protagonista: “soy un observador”, se define un par de veces el mismo Dovlatov. Mirar y connotar el absurdo, el mejor antídoto contra los totalitarismos.