La magia del cine. El cine es tan misterioso y loco como emocionante, y su rica historia está compuesta por la más diversa variedad de tesoros artísticos. Pero sobre todas las cosas, el cine es magia y nunca se sabe dónde puede llegar a caer esa chispa que convierte a una película en algo especial, que trascienda a través de los años. En lo que respecta a la historia del cine argentino, hubo obras sumamente importantes pero una muy particular, maldita, casi desconocida, que lamentablemente no pudo ver la luz como hubiese merecido allá por los comienzos de la década de 1990. El film es El Acto en Cuestión, de Alejandro Agresti. El Acto en Cuestión no es cualquier película argentina ni del cine en general, es de esas gemas que surgen muy de vez en cuando. Desde su encantadora fotografía en blanco y negro hasta esa hermosa construcción arquitectónica -que siempre deja expuesto el artificio cinematográfico- y un lúcido manejo de los tiempos narrativos, todo hace de este film una experiencia única, casi irrepetible en la cinematografía argentina. De amor, aventuras, ilusiones, orgullo, denuncia social y las distintas causalidades de la vida es que puede llegar a hablar la película de Agresti, pero eso poco importa para la cuestión, porque en este caso el efecto mágico se da a partir del cine y de cómo el film explota casi todas las posibilidades que este arte le permite para exponer un collage tan fantástico como real. Lo que manifiesta el film de Agresti es la belleza del cine. En cada escenario, o acorde de la funcional música de Toshio Nakagawa, como también en las grandes actuaciones de Carlos Roffé, Sergio Poves Campos, Mirta Busnelli y todo el elenco, podemos descubrir que El Acto en Cuestión no solo fue (casi) un milagro para su época, sino una película que resulta sumamente actual y de una poesía narrativa y visual pocas veces vista en el cine argentino.
Un título nacional tan cómico como emotivo. El Acto en Cuestión se ganó una merecida reputación como una película de culto dentro del cine nacional. La historia del Mago Quiroga era una de esas figuritas dificiles que cada vez que se podia ver, por medios sanctos o non sanctos, uno trataba de no perder la oportunidad. En el marco del Festival de Cine de Mar del Plata, tuvimos el agrado de ver una copia restaurada de esta peculiar película de Alejandro Agresti, aparte de descubrir ahí mismo que gozará de un estreno comercial como corresponde, tras 20 años de trabas legales y prejuicios esteticos. El Acto El Acto en Cuestión narra el ascenso y caída de Miguel Quiroga (Carlos Roffe), un caballero que tiene el peculiar pasatiempo de robar libros. En uno de estos libros, sobre magia y ocultismo, aprende un particular truco para hacer desaparecer objetos, y hasta incluso seres humanos. Naturalmente este acto lo llevara a recorrer el mundo, al mismo tiempo que tiene desaveniencias con su representante y sus amantes. Por el universo que tiene, los personajes y los mecanismos narrativos que posee, es seguro decir que las influencias literarias que rodean al argumento de El Acto en Cuestión son sendas, pero decir que ese es su aspecto mas destacable seria quedarse corto. La pelicula tiene una narrativa muy fluida y escenas tremendamente comicas; pero comicas en el sentido que entrega dialogos que quedan en la memoria. Si he de ser sincero, me estaba esperando un drama, pero he sido volteado del caballo y en buena lid. La Cuestión La técnica de El Acto en Cuestión es impecable, y no lo digo solo por la fotografia en blanco y negro (que en la copia restaurada se ve una pinturita), sino por detalles que suelen pasar desapercibidos en producciones argentinas, como la direccion de arte y la musica. Estos dos apartados contribuyen a crear un universo fantastico, casi de libro de cuentos, dentro de un mundo tan real como el que pisamos dia a dia. Que decir del aspecto actoral. Carlos Roffe, quien supo ser un habitual del cine de Agresti, entrega una querible y multidimensional interpretación del Mago Quiroga. Pero no debemos olvidar tambien al gran Lorenzo Quinteros que provee el marco de narrador para toda esta historia, cual Rod Serling, pero menos parco e ironico y mas en sintonia con la tierna comicidad que propone la película. Conclusión El Acto en Cuestión finalmente llega a los cines argentinos, y es motivo de celebración. Es una pelicula con sentimiento, con gracia, con humor y muy humana. No puedo entender que les pasó por la cabeza a los que decidieron que no se estrenara aqui, pero ahora eso no importa. Es hora de ver todo lo que Alejandro Agresti tiene para ofrecernos. Un regalo demorado, pero un regalo al fin.
La película maldita de Alejandro Agresti. Realizada en 1993, sólo exhibida una vez en nuestro país, en la Lugones, en l996, recibida con éxito en Cannes, recién ahora tiene su estreno comercial, remasterizada y digitalizada. Hay que verla, admirar su despliegue inusitado a pesar de un presupuesto mínimo, su creatividad, la historia de un mago que se hace famoso con un truco de desapariciones y quema como puede las copias del libro que le dieron su secreto.
El goce de la creación irresponsable Fausto y el tango, Arlt y el expresionismo alemán, farsa y tragedia del macho argentino, audacia creativa y puesta en abismo son algunos de los muchos elementos que se confabulan en este film tan crucial como maldito del cine nacional. Como ese chico rumano (o búlgaro, según la escena en la que se lo aluda) al que el héroe de El acto en cuestión hace desaparecer por un tiempo antes de poder devolverlo a esta dimensión, la película más mítica de Alejandro Agresti se estrena en Argentina veintidós años después de terminada, tras haber atravesado una serie de enredos legales, de derechos y hasta de laboratorio, que la tuvieron todo este tiempo desaparecida de hecho. Escrita y dirigida por Agresti en radiante blanco y negro, desde ya que El acto en cuestión no deja de aludir a otras formas de desaparición, más concretas y siniestras, que la historia argentina conoció. Pero parece hacerlo un poco porque hay que hacerlo, para cumplir con el tema y pasar a otra cosa: no es esa la metáfora central de la fábula que narra. La película que el realizador de Buenos Aires Viceversa rodó por Europa, antes de regresar al país y volver a irse luego, reescribe uno de los mitos centrales de la porteñidad: el del pobre diablo que “la pega” con un invento y “se salva”, vendiendo en el camino su alma al diablo. Fausto y el tango, Arlt y el expresionismo alemán, farsa y tragedia del macho argentino, audacia creativa y puesta en abismo.“Hay tres clases de minas”, se dice a sí mismo Miguel Quiroga (el malogrado Carlos Roffé, en el papel de su vida), en el pico de su delirio misógino. “La que te cagó, la que te va a cagar y la que está con vos porque no te pudo cagar.” Suerte de biopic imaginaria que transcurre en un espacio y tiempos dotados de cierta cualidad sincrética, El acto en cuestión narra el pasaje del héroe, de la condición de vagoneta (auto)ilustrado a la de alta celebridad internacional. La parábola que describe El acto en cuestión se parece a tantas del tango, pero con el género invertido. No es la milonguita sino el varón el que traiciona sus orígenes. Bibliófilo capaz de reconocer el año de edición de un libro por el olor, ladrón de libros que todos los días se afana uno distinto (pero sólo de librerías de viejo; el hombre tiene su ética), un día, como si el destino o el azar hubieran puesto un ojo en él, el ya bastante veterano Miguel da con un libro de magia que le cambia la vida, gracias a una disparatada técnica de desaparición que da resultado.De allí en más, el hombre dejará a la naifa (Mirtha Busnelli) y el ispa y se consagrará en Europa, volviendo millonario y loco a la Buenos Aires querida. El tipo nunca deja de ser un chanta. Ni cuando vive de arriba mientras la mujer trabaja (de vendedora de Gath & Chaves, como las chicas de Mujeres que trabajan, de Manuel Romero) ni cuando hace pasar por propio el secreto del desconocido librito. El que cambia es el punto de vista. Durante buena parte del metraje (más de la mitad), el film parece tan ilusionado como él con la invención, que Agresti aplica a las formas visuales y la puesta en escena, dejándose llevar por el goce de la creación irresponsable. En el último tercio, y sobre todo a partir del momento en que Miguel conoce en París a la francesita de rigor, la película pasa a adoptar el punto de vista de este personaje. Así lo hace manifiesto la escena en que ella resulta ser la única en advertir que la presunta desaparición de la Torre Eiffel, consagración definitiva de Quiroga.“París, la ciudad donde todo argentino quiere triunfar y yo lo logré”, anuncia Miguel, dando inicio a su fase megalómana. De allí hasta el final, la farsa se pone cada vez más oscura, con el chanta otrora simpático deviniendo monstruo paranoico y misógino. El monstruo argentino. La de Agresti, sobre todo en los dos primeros tercios de película, es una creatividad insolente, que sorprende por su falta de límites y a veces deslumbra más de lo que aporta. Con una notable fotografía de Néstor Sanz (el mismo de El amor es una mujer gorda) y música orquestal del nipón To-shio Nakagawa, el opus 8 de Agresti cuenta con un narrador que, poniendo en abismo la figura del director cinematográfico, vive entre muñecas y maquetas (Lorenzo Quinteros).Esa voluntad metalingüística da por resultado el recurso de puesta en escena más famoso y virtuosístico de la película: la exhibición del decorado que representa una pensión de varios pisos donde viven el protagonista y su jermu, a la manera de lo que antes habían hecho Buster Keaton en El cameraman y Jerry Lewis en El terror de las chicas. ¿Reflexión sobre la figura del creador y la criatura? No está muy claro: en el cine Agresti, la efusión inventiva siempre va de la mano con la disciplina creativa. Vista hoy, El acto en cuestión resulta la última película argentina en la que se habla “en porteño”. En un porteño histórico, lunfa, tal vez arcaico pero todavía sabroso y expresivo.Es que, a diferencia del cine posterior (recuérdese que El acto en cuestión es pre-Nuevo Cine Argentino), Agresti, nacido en un barrio-barrio en 1961, no le temía al costumbrismo. En él no se hundía sino que lo recreaba, haciéndolo chocar contra una modernidad cinematográfica que la autorreferencialidad evidencia. Es un objeto complejo El acto en cuestión, que de a ratos da la sensación de ser menos de lo que parece y sin embargo, tal como confirma su revisión dos décadas más tarde, siempre da la sensación de tener alguna carta nueva para jugar.
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Una obra inspirada y avasallante Hubo que esperar más de veinte años para que esta gran película de Alejandro Agresti se estrene comercialmente. Radicado durante años en Holanda, Agresti forjó una filmografía vasta e irregular que hasta incluye una estación en Hollywood, con Keanu Reeves y Sandra Bullock como protagonistas (La casa del lago, de 2006). Son muchos los cinéfilos que todavía recuerdan aquel revelador ciclo organizado por la Sala Lugones en 1996, armado en base a sus notables primeros largos argentinos y un puñado de los que filmó en Europa. Todavía no había irrumpido aquella ola renovadora que luego se conocería como "Nuevo Cine Argentino" (Pizza, birra, faso es de 1998) y el cine de Agresti lucía moderno, atrevido, distinto. El acto en cuestión es parte de ese cuerpo de obra rupturista y anticipatorio, es también una de las mejores películas de Agresti y probablemente de lo más inspirado que produjo el cine argentino en su rica historia. Su protagonista es Miguel Quiroga (notable trabajo de Carlos Roffé, fallecido en 2005), un bicho bien porteño, ladronzuelo de libros que puede determinar el año de cada edición apelando apenas al olfato. Vive en una modesta y pobladísima pensión con una mujer con la que se lleva a las patadas (Mirta Busnelli) y parece condenado al oprobio sentimental y económico. Pero de pronto descubre en un ignoto libro de ocultismo una fórmula para hacer desaparecer objetos, primero, y personas, después. Su primera reacción es buscar trabajo en un circo, pero de allí, gracias a la astucia del ambicioso dueño del lugar, salta a una vida fenomenal, se vuelve rico, famoso y admirado, emprende exitosas giras por Europa y conquista bellas mujeres hasta que el fracaso y la paranoia reaparecen fatalmente en su vida. Todo ese periplo es narrado por la omnipresente voz en off de un fabricante artesanal de muñecas (Lorenzo Quinteros) que el destino unirá con el fantástico protagonista de la historia. A lo largo de un relato de ritmo sostenido y cargado de humor, Agresti pone en juego decenas de referencias claves para su formación intelectual (Arlt, Borges, Bioy Casares, Spinetta, el tango, Lacan, Tolstoi), ataca al machismo, se burla de Hitler, alude lateralmente al peronismo y, sustancialmente, edifica una poderosa alegoría sobre el siniestro programa de secuestro y desaparición de personas en la última dictadura argentina equilibrando a la perfección acidez con melancolía. Todo apoyado por una pregnante banda sonora del japonés Toshio Nakagawa y un trabajo de puesta en escena prodigioso que respira identidad porteña a pesar de no tener un solo plano rodado en Buenos Aires, y que remite tanto a Georges Meliès como a Orson Welles. Una película avasallante, inolvidable.
Mago y vagabundo argentino Finalmente se estrena aquí el filme en el que el ilusionista es la excusa de Agresti para hablar del ser argentino. Mérito de Alejandro Agresti, de la hipocresía argentina, o de las leyes de oferta y demanda que siempre beatifican lo que nos falta, El acto en cuestión debe ser el clásico del cine argentino que menos gente vio. Película de culto desde que se proyectó en 1993 en Cannes, recorrió luego salas europeas y vino a la Lugones para una retrospectiva del director, que por fin pudo mostrarla aquí. Ahora, 22 años después, tiene su estreno comercial en versión remasterizada. No es ésa la única paradoja de esta historia, la de un mago ilusionista de San Cristóbal. Porteña hasta la médula, la película tiene sello holandés. Se filmó con actores argentinos, pero íntegramente en Europa. El ilusionista es la excusa de Agresti, que en la piel de Carlos Roffé, el mago Quiroga, traza la silueta del homo argentino, un vagabundo intelectual que vive al día robando los libros que consume sin parar en su pensión. Hasta que aparece El libro. Magia y ocultismo. El acto en cuestión. Y nace el mago, cambia su vida haciendo uso de un truco que robó de un libro también robado. El salto a la fama, la conversión del vagabundo en argentino triunfador. Ese azar que está en otras películas de Agresti. Esos trucos que aquí son recursos cinematográficos, experimentación con la historia del cine. ¿Qué es ser actual en el cine? Miren la escena inicial, o la de los campos alemanes, o las maquetas armadas por este contador de historias. Remiten a otros cines, pero tienen vida propia. ¿Qué es viejo? ¿El blanco y negro? ¿La voz en off? ¿El contrapicado? Son juegos que Agresti se permite, como usar la palabra desaparecer, reorientando la tragedia argentina. El todopoderoso mago falla con un niño búlgaro, dos años desaparecido está el pibe, y le gritan de todo a Quiroga en tono cómico, metafórico, y también directo: “aparición con vida” le dicen. Agresti inventa. Hasta Hitler quiere a Quiroga como su ministro de propaganda. Es desopilante, interpeladora y nostálgica la historia de este personaje y sus miserias. Desafío para espectadores y críticos formateados. Vemos a Roffé, a Lorenzo Quinteros y son actores de otra época, pero el cuentito no. Desaparecer, salvarse, dominar, tener minas, fama, son más que ilusiones ahora, acá, y en muchos otros lugares. Da para tomarlo con humor, pero de ninguna manera es joda. ¿O sí?
La oveja negra del cine original El acto en cuestión (1993) podría definirse como la película argentina menos argentina de los años 90. Única, indescifrable y frenética, no se parece a ninguna otra del período ni se inscribe en ninguna tradición nacional. Es una especie de “oveja negra” que, filmada en 1993 en Italia, Bélgica, Holanda, Francia e Israel nunca, hasta ahora, había sido proyectada en el país. Alejandro Agresti, un exiliado cultural en Holanda al momento del rodaje, es el director de la pieza. Entonces era un joven cineasta de 32 años que solo había filmado tres películas y por cuya ópera prima, El amor es una mujer gorda (1987), había obtenido el premio al mejor director novel en el Festival de San Sebastián. Una promesa. Y parte de esas expectativas sobre el director se ven reflejadas en una película vitalizante, joven y arrolladora que recupera el espíritu de la literatura fantástica, el arrabal y lo más conventillesco del ser porteño. Un cine con personajes de variedades, nutrido de ilusiones -tanto en su puesta en escena como en el contenido de su trama- y que pretende el entretenimiento. La versión que se estrena, remasterizada por iniciativa de la revista especializada Haciendo Cine, ofrece, veinte años después de su aparición en el mundo, una relectura lúdica de aquella película mitad maldita/mitad de culto cuyo tema central es la desaparición. Hoy, con la herida un poco más sanada, el público argentino puede aproximarse al tema sin la sensibilidad ni los reduccionismo de otros tiempos. El acto en cuestión es “una bomba”, según la define el director argentino Daniel Burman. Una película abrumadora por su ritmo, desopilante por su historia, irremediablemente atractiva por su manera de estar filmada. Una cámara inquieta -que el propio Agresti operó-, en un registro grotesco que muy bien sabe llevar el elenco elegido. Inolvidables, Carlos Roffe -como el porteño devenido mago Miguel Quiroga, “el hombre con pajaritos en la cabeza”-, la extraordinaria Mirta Busnelli en un registro que le queda como anillo al dedo y Lorenzo Quinteros, como el fabricante de muñecas, en un rol que oscila entre narración y comentario. Con una estructura delirante, espiralada y caótica, El acto en cuestión pone en desequilibrio al espectador. ¿Cómo pensar en los desaparecidos de una manera no política? ¿Cómo alivianar un término asociado a tanta violencia y muerte? ¿Por qué abordarlo desde su costado fantástico? Y más allá del desconcierto, la pregunta latente: La película de Agresti, ¿de verdad piensa en los desaparecidos? Más que como reflexión histórica o denuncia, toma el tema como quien rescata de cierta atmósfera lo que sobrevuela, lo que anda por ahí. Así, Agresti se apropia de la desaparición -que en la Argentina siempre remitirá a los desaparecidos por la última dictadura cívico militar- pero desde otra perspectiva que, aunque no se pretenda política, siempre lo será.
TRAS 22 AÑOS, AL FIN SE ESTRENA "EL ACTO EN CUESTIÓN" , LA OBRA MÁS INSPIRADA Y MÁS PORTEÑA DE ALEJANDRO AGRESTI Gozoso film, entre cuento universal y burla rioplatense Unos 20 años, "El acto en cuestión", aventura de un mago que hace desaparecer cosas y personas, les abrió la cabeza a unos cuantos que hoy escriben o viven del cine. Auténtica rareza de escasas exhibiciones en el país (una vez en la Lugones, dos en Cronistas, luego un largo olvido, copias vhs para iniciados, crecimiento del mito, etc.), el año pasado sus admiradores de la revista "Haciendo cine" impulsaron todo un trabajo de rescate, restauración del sonido, limpieza de la imagen, etcétera. Así se presentó en los festivales de Mar del Plata y Bafici, y ahora al fin se estrena. Precisamente, la revista cumple 20 años y lo celebra de esta manera. ¿Valió la pena el trabajo? Por supuesto. Basta ver los primeros cinco minutos, fascinantes, de ostentoso talento, y otros cuantos más, desperdigados a todo lo largo, gozar de su exquisita fotografía en blanco y negro recorriendo lugares perdidos y rostros perdidosos, percibir su clima de fábula ácida, con diálogos y personajes casi arltianos, los ecos de Macedonio Fernández, la narración canyengue sobre fondos de la Vieja Europa, la música con insertos confesos de Gardel y Corsini e inconfesos de Milhaud, Spinetta y otras fuentes inesperadas. Todo eso muy bien armado, metatextual y jodón (no hay sinónimos), cayendo a veces en lo escatológico y neurótico (único defecto), entre cuento universal y burla rioplatense, para desnudar la pesadilla de cualquier artista: ninguna idea es nueva, de algún ejemplo olvidado nos viene la inspiración. Y alguien del público puede saberlo y evidenciarlo. Pero el sentimiento del artista, ése sí es enteramente propio. Pocas veces Alejandro Agresti se mostró más porteño, y más inspirado. Pueden preferirse otras obras suyas, como "El amor es una mujer gorda", "Un mundo menos peor", "Valentín", pero "El acto en cuestión" ocupa un lugar de privilegio. Pocas veces, también, una producción europea se rindió enteramente al ingenio criollo. Porque este film lo costearon dos empresas holandesas, y el equipo técnico fue mayormente integrado por directores de arte que venían de trabajar con Greenaway, etc. Pero los artistas en escena son nuestros (el recordado Carlos Roffé, Lorenzo Quinteros, una jovencita Busnelli, Poves Campos), el fotógrafo es Néstor Sanz, la narración es típica de estos lares, su (mal) humor también, y el autor. Vale la pena.
Hay muchas maneras de evaluar o juzgar una película, desde las más espontáneas hasta las más reflexivas, pero al final yo creo que la única que no falla es la del tamiz del tiempo: ¿qué películas o qué escenas permanecen en nuestra memoria? Después podemos, fríamente, analizar por qué, inventar una explicación, pero algo tienen. Y El acto en cuestión pertenece sin dudas a esas películas que no se te borran más. La película de Alejandro Agresti se estrena hoy pero se filmó en 1993 y se vio por primera vez en Buenos Aires en una retrospectiva en la sala Leopoldo Lugones del Teatro San Martín en el año 1996. Ahí la ví yo. Tenía 18 años, acababa de terminar el secundario y el cine argentino estaba muerto. Y en el medio de biopics baratas de Eva Perón, comedias románticas con Aleandro y Alterio y un Subiela cada vez más gagá, las películas de Agresti fueron un cachetazo de cine: originales, divertidas, con sentido del humor, bien actuadas, técnicamente virtuosas, juguetonas, excesivas. El acto en cuestión era la más extrema de todas ellas. Nunca la había vuelto a ver, pero el recuerdo de aquella tarde de invierno de 1996 permanece hasta ahora: esa pensión/maqueta y Mirtha Busnelli colgando de una grúa vestida de novia, en un blanco y negro súper expresionista, y aquel Carlos Roffe desconocido y con una presencia y una forma de decir el texto con tanto aplomo y naturalidad me deslumbraron. Un año y medio después se estrenó Pizza, birra, faso y el cine argentino empezó a resurgir pero nada de lo que vino luego tuvo -ni siquiera hoy- la creatividad desaforada de El acto en cuestión. Quizás sólo Historias extraordinarias se haya aventurado con esas historias bigger than life inexistentes en nuestra cinematografía, pero El acto en cuestión no sólo narra esas historias -también hay un narrador con personalidad e histrionismo: Lorenzo Quinteros en este caso- sino que también las emparda con unos planos y movimientos de cámara maximalistas. Bueno, pero ¿qué es El acto en cuestión? Se trata de una película con tema, director y protagonistas argentinos, filmada en Europa y con produción y equipo técnico casi completamente holandeses. Cuenta la historia de Miguel Quiroga, un buscavidas que vive con su novia Azucena en una pensión y se la pasa leyendo los libros que roba. Uno de esos libros se llama El acto en cuestión y enseña un truco para hacer desaparecer objetos. Quiroga lleva el truco a un circo, consigue un representante y se hace millonario. Deja a su novia y da la vuelta al mundo haciendo desaparecer primero objetos y después personas, pero con una creciente paranoia: ¿y si alguien descubre que sacó el truco de un libro? La historia tiene los condimentos clásicos de las fábulas -y una alegoría bastante directa a los desaparecidos aunque la película está ambientada en los años cuarenta- y está contada como tal: un narrador que duda -y ahí está Borges a pesar de robalibros arltiano-, un intento de moraleja y una banda sonora que transmite cierta épica, enrarecida por temas como “Miss Lilly Higgins Sings Shimmy in Mississippi’s Spring”, de Les Luthiers, y una versión de “La montaña”, de Luis Alberto Spinetta, a la manera de chanson francesa, pero cantada en castellano por la francoparlante Nathalie Alonso Casale. Volví a ver El acto en cuestión este martes en el Gaumont, casi veinte años después, y comprobé que las escenas que recordaba eran tal cual como las recordaba -inmejorables por la memoria- pero que también había muchos otros momentos que estaban ahí, en algún lado, semiolvidados pero no del todo idos: inflexiones de la voz portentosa de Roffe, las cadenas y el acento de Alonso Casale, la afirmación “Perón te hace ministro”. Se pueden escribir mil notas sobre El acto en cuestión, hay mil formas de elogiarla, pero al final lo mejor que puedo decir de ella es que la ví una vez sola hace veinte años y no me la olvidé nunca más.
Asunto pendiente Miguel Quiroga es un ladrón compulsivo de libros, una manía de estudiantes que veinte años atrás tenía prestigio contracultural. Pero Quiroga es un señor mayor; habita un oscuro departamento en Barracas al que la cámara muestra siempre oblicuo, como si Quiroga fuera Caligari. Y en ese ámbito porteño pero transfigurado, mezcla de El proceso de Welles con expresionismo alemán, Quiroga descubre un libro de magia que enseña trucos sin explicación, y munido de ese libro conseguirá empleo en un circo ambulante donde la ilusión ya está amplificada (ecos de La strada); y así Quiroga (Carlos Roffé), su empleador (Sergio Poves Campos) y su biógrafo (Lorenzo Quinteros) deambulan una Buenos Aires anacrónica y nocturna, como la comparsa borracha de El sueño de los héroes. A 22 años de su aparición en Europa, el tardío estreno local de la obra maestra de Alejandro Agresti es, no obstante, adecuada a este tiempo, que sabrá tratarla mejor. Incrustado entre el fin del alfonsinismo y la instauración de la economía neoliberal, El acto en cuestión, como 76 89 03 o Eterna sonrisa de New Jersey, es un film angular de una historia reciente que sin embargo se ve lejana; la clase de trabajo desencantado con la realidad política que sólo encuentra refugio en el arte (que, para los argentinos, tuvo su referente en una imagen utópica del under). Antes del retorno al realismo de los Traperos y los Caetanos, El acto en cuestión lanzó el peor agravio al establishment: una mirada extraña, resuelta en una carcajada (la misma de Cha cha cha y El otro lado en la televisión). No inmune a la ignorancia, Agresti respondió con Buenos Aires Viceversa y este inmenso film quedó boyando como un diamante perdido, el documento de un cine que pudo haber sido y no fue.
Todas las vidas, mi vida “Soy un fraude“, podría decir Miguel Quiroga, y yo podría hacer propia la frase. Calculo que alguien alguna vez se va a dar cuenta. Porque casi nadie sabe lo que cuesta escribir, lo que cuesta lidiar con la propia mierda. Con la sensación de sentirte una simuladora. Pero como todo simulador, hay que ir para adelante, para que el tiempo no te alcance, para que no se note, para que los caracteres te aplasten. Y corran a una distancia irrecuperable, inmensa. Inmensas son también algunas películas, que como huracanes vienen y arrasan todo a su paso, como monstruos desmedidos, como entes descomunales difíciles de procesar. El Acto en Cuestión es una de ellas. Porque en su centro se mezclan la amistad cómplice, el amor como dependencia, el éxito como problema, la mentira como sistema de vida. Pero también están los secretos, el ascenso social, el engaño, la fascinación, la frustración. Pero la película de Agresti es también una puesta en abismo (como la tapa del disco Ummagumma de Pink Floyd, que se encierra a sí misma hacia el infinito a través de un cuadro): es una historia dentro de otra, como esa casa de muñecas infinita. Y el acto en cuestión puede ser cualquiera de esos actos, uno solo o todos ellos juntos, además del acto de magia que es su centro. Pero también el acto de escribir sin saber, de escribir abrumada. No me pasa muy seguido eso de sentir que estoy frente a una película tan universal, un testamento fílmico sobre la vida y la humanidad. Tal vez esa sensación esté en parte relacionada con cierta grandilocuencia técnica, ese blanco y negro y los planos oblicuos y cenitales, perfectamente compuestos, que le dan un aire de suntuosidad y magnificencia. O con la banda de sonido original de Toshio Nakagawa. O con la presencia de ese personaje descomunal, Miguel Quiroga, el mago que robaba y leía libros compulsivamente y que encontró, en uno de ellos, la clave del éxito y la fortuna. Pero también el talón de Aquiles de su farsa. El Acto en Cuestión funciona como el reverso de El Ilusionista (2010), la película de animación dirigida por Sylvain Chomet y basada en un guión escrito por Jacques Tati, que cuenta la historia de un mago en decadencia que visitaba un pequeño pueblo, donde conocía a una chica que estaba convencida de que él era un mago de verdad. En una de las escenas finales, Tatischeff, el protagonista, dejaba escrito en una nota la frase “Los magos no existimos”, como declaración absoluta de su invisibilidad ante a sí mismo y ante al mundo. Ser frente a los demás es esa mierda: en algún momento sentimos que alguien va a notar que tenemos la bragueta baja. Y todo se derrumbará. Miguel Quiroga es el opuesto de aquella película. El ilusionista de San Cristóbal que estuvo esperando durante mucho tiempo la oportunidad y que, una vez que la encontró, de manera azarosa, la explotó, erigió su vida sobre ella y disfrutó de su fama desmesurada. Lo que todos veían (cómo hacía desaparecer cosas) alguien no podía verlo. Su novia Sylvie no veía lo que los demás podían ver, era inmune frente a su magia y era quien terminaba desencadenando el principio del fin. El Acto en Cuestión es un truco bien contado, una historia que se siente enorme. ¿Era Miguel Quiroga un mago de verdad o un simple producto de la ilusión y la credulidad de su público? Ese interrogante nunca se resolvía pero tampoco importaba demasiado. Lo que importaba era el camino que uno elegía y cómo se lo contaba al mundo. El mudo Antonio era buen fotógrafo pero nunca había logrado transmitir el verdadero sentido de su arte. En el circo, para triunfar, antes que cualquier truco, lo importante era venderse bien, saber ganarse al público. Todo, en definitiva, es un acto, un gran truco que hay que saber montar. Un buen truco es desaparecer detrás del procedimiento. Que nunca se note que en el fondo todo es un acto de charlatanería. Y El Acto en Cuestión es eso: un truco bien contado, una historia que se siente enorme pero que no es más que una pequeña porción dentro de ese gran paisaje que es la vida como un entramado infinito de simulaciones, vidas de distintas personas que, miradas desde lejos, parecen marionetas de una gran casa de muñecas, digitadas por una fuerza superior invisible que las mueve. Una historia dentro de otra más grande que, a su vez, es contenida por otra aún mayor. Por eso El Acto en Cuestión se siente inmensa, inabarcable, como la obra de teatro que Philip Seymour Hoffman intentaba montar en Synecdoche New York (Charlie Kaufman, 2008), otra película sobre la existencia y su representación. Y sobre el fracaso del mundo personal que se deshace debajo de los pies. La vida es como un acto de magia, uno se engaña a uno mismo y a otros, haciéndoles creer que lo que uno hace es importante y digno de atención. La vida es como un acto de magia, uno elige cómo contarla, qué condimentos ponerle y el remate final, y trata de hacerla durar lo más que se pueda sin que nadie descubra la verdad. Ojalá funcione, una vez más. Así es la vida y así es El Acto en Cuestión.
Pasaron 22 años para que se estrene este film. Si te gusta el buen cine esta película es imperdible. Esta película tiene una particularidad, y es que tardó 22 años en estrenarse comercialmente en nuestro país, ahora remasterizada y digitalizada, pese a todo no perdió vigencia. Sólo fue exhibida una vez en nuestro país, en la sala Leopoldo Lugones, en 1996 y recibida con éxito en Cannes. La dirección y Guión es de Alejandro Agesti (“El amor es una mujer gorda”, “Boda secreta”, “Crímenes modernos”), fue filmada casi en su totalidad en Bélgica y en algunos países de Europa del Este y conto con un gran elenco: Carlos Roffé, Sergio Poves Campos, Lorenzo Quinteros, Mirta Busnelli y Natalie Alonso Casale, entre otros. Cuenta la historia de Miguel (Carlos Roffe de brillante actuación) un hombre que vive en un conventillo junto a su novia Azucena (Mirta Busnelli, una gran actriz que sabe lo que le gusta a Agresti), y que pasa sus días buscando trabajo y robando los más diversos libros, que cuenta con una estupenda memoria pero la relación con su esposa no es buena y una de las cosas que le reprocha es la vida que lleva y la pensión donde viven. Pero un día la vida de Miguel cambia definitivamente en ese encuentro con distintos libros, llega uno muy especial de magia y ocultismo, aprende un truco de magia con el que hace desaparecer primero objetos y luego personas. Quiroga consigue entonces un representante e inicia un viaje por Europa, donde el truco tiene mucho éxito. Se encuentra con diversos personajes: una joven adolescente en un tranvía, un extraño coleccionista de muñecas (Lorenzo Quinteros) y el dueño de un circo ambulante Amilcar Liguori (Sergio Poves Campos), entre otros. Pero la repentina fama alterará su vida y le generará consecuencias inesperadas. Su narración es brillante, maravilloso plano secuencia inicial, va mostrando los distintos personajes, las distintas habitaciones de una pensión del barrio porteño de Almagro y un pequeño dormitorio repleto de libros repartidos por el suelo, además cuenta con una gran estética, ácida y melancólica, acompañada por una música armoniosa compuesta por: tangos, música clásica y rock argentino . Un gran movimiento de cámara para seguir al personaje principal, entre otras situaciones, la historia es creativa, filmada en blanco y negro, nos ofrece varios mensajes que el espectador sabrá interpretar, tiene toques de humor, políticos y filosóficos y la banda de sonido del japonés Toshio Nakagawa. Una pena que el gran actor Carlos Roffe falleció en el 2005 a los 62 años y no pudo ver este estreno.
EL VALOR DEL ARTIFICIO “Dicen que la felicidad está en las cosas pequeñas –comenta Miguel–. Por eso, nunca me afano un libro grande”. Una risa escondida entre los labios, un pequeño festejo por parte de los espectadores en el cine. En ese instante de identificación y complicidad, se confirma la expectativa: el gesto funciona; Miguel logra triunfar también por fuera de la pantalla. Pero, ¿cuál es el secreto de su éxito? Ante esa pregunta sólo hay que rastrear los orígenes del protagonista, una suerte de víctima/victimario. Tras una dura infancia y la muerte de su madre, la familia para la cual ella trabajaba como empleada doméstica lo adopta. Sin embargo, a Miguel Quiroga (Carlos Roffé fallecido en 2005) la vida de la alta sociedad le provoca sentimientos encontrados, una relación de amor/odio hacia el lujo y todo lo que ello representa. En consecuencia y como forma de preservación, no sólo desarrolla su memoria a través de una ávida lectura, sino también un marcado egocentrismo y cierta astucia, que convierte en avivada. Estos rasgos construyen al protagonista y, al mismo tiempo, moldean su propio contexto. No es casual que la solución a la vida de Miguel –que vive con su novia Azucena (Mirta Busnelli) en un conventillo y mantiene el hábito de robar libros de segunda mano– provenga de un ejemplar llamado Magia y ocultismo con la suerte del hallazgo de un truco para hacer desaparecer objetos que nadie conoce. Pero sí, su viveza le provee de ese secreto que se llama El acto en cuestión. Entonces, aquel hombre egocéntrico y avivado se convierte en el egocéntrico, avivado y famoso ilusionista de San Cristóbal. Alejandro Agresti refuerza el guiño llamando a la película El acto en cuestión – realizada en 1993 y recién ahora estrenada de forma comercial en Argentina – puesto que el público, dentro y fuera de la pantalla, ansía no sólo experimentar el truco, sino sobre todo descubrir su secreto. Agresti lo sabe y entonces expone a la multitud de personajes – y por qué no también a los espectadores – para ver si alguno es digno de conocer la verdad. Es en esos momentos donde los rasgos antes mencionados conforman el único apoyo del mago, como sostenes e indicadores de confianza. Agresti realiza un gran trabajo de cámara y montaje. Se pueden observar ángulos contrapicados, imágenes superpuestas, simbologías, referencias a otros directores y toda una poética en el uso del blanco y negro. Por ejemplo, cuando Miguel sale del conventillo y mientras camina hacia el frente, o sea, hacia los espectadores, aparece escrito en el pavimento lo mismo que el narrador comenta o también las constantes comparaciones entre un plano general de los diversos cuartos del conventillo con la casa de muñecas del local de Rogelio (Lorenzo Quinteros), amigo de Miguel y narrador. Todos estos artificios refuerzan las ya mencionadas características del protagonista quien transita su propio deterioro inmerso en esa relación de amor/odio hacia la fama y el alcance de la misma. Si antes Miguel buscaba pertenecer a aquel status al cual aborrecía, ahora que lo ha conseguido sólo intenta recuperar su anonimato. De esta manera, El acto en cuestión se torna en algo más que un simple truco: por un lado, se trata de la propia supervivencia y, por otro, de la disposición a ser engañado y creer en ello. Miguel queda atrapado en su propia trampa puesto que, para sobrevivir, se cubre de una serie de mentiras que luego adopta como verdades. Su antigua viveza y egocentrismo flaquean convirtiéndolo en alguien temeroso de ser descubierto en la artimaña. No obstante, tanto el ilusionista como el director aprovechan dichos tormentos para realzar su arte; ambos son lo bastante astutos para hacerse aliados del artificio y ponerlo a su favor. Como bien manifiesta Miguel: “Las cosas no pertenecen al que las enuncia sino al que las lleva a cabo. Ese es el verdadero acto en cuestión”. Por Brenda Caletti redaccion@cineramaplus.com.ar
Después de 22 años de espera, finalmente llega a las salas de Argentina, El acto en cuestión, mítico film de culto de Alejandro Agresti, protagonizada por el recordado Carlos Roffe. “Esto es para vos Miguelito”. La primer imagen del film de 1993 es la de Miguel Quiroga, un mago, sacando fotos. Al fondo, justo encima de él, hay tres pájaros en un nido. La ilusión visual es que los pájaros salen directamente del sombrero de Miguel. El acto en cuestión es una gran ilusión; un acto de magia que ha recorrido el mundo, y gracias al fanatismo de un grupo de cinéfilos, coleccionistas y críticos, el Mago Quiroga regresa a la Argentina para concluir el acto. Alejandro Agresti estuvo varios años desaparecido y 2014 marca su retorno. No solamente por el estreno de este film, sino porque en la última edición del BAFICI se pudo ver No somos animales, otra película maldita de su factoría protagonizada por John Cusack, y porque ha vuelto a los rodajes, con Mecánica popular, que se espera que se estrene pronto. Con notable creatividad, Agresti narra en esta obra, la historia de Miguel Quiroga, un ladrón de libros, que vive en una pensión junto a su mujer, que el director la muestra como si fuera una casa de muñecas. No es casual, que el film esté narrado por Rogelio –Lorenzo Quinteros– un fabricante de muñecas con aires de poeta o trovador. Un día Miguel descubre un libro de magia negra, y por puro accidente se cruza con “el acto en cuestión”, el cual dramatiza ante el director de un circo, que lo lleva a recolectar fama y fortuna por todo el mundo. De esta forma, se puede sintetizar, el ascenso y ocaso de una estrella. Pero, la película de Agresti, habla más que nada de la magia del cine. El realizador, gracias a una estética blanco y negro, concreta una comedia pura y fantástica, donde el artificio es notable desde la primer escena. Desde Meliés hasta Murnau, Agresti despliega un sin fin de referencias, principalmente al cine mudo, más específicamente al expresionismo o surrealismo alemán. Al igual que esta etapa cinematográfica, la intención subliminal del realizador es mostrar a la sociedad argentina pre dictadura militar –aun cuando no sitúa temporalmente las acciones del film- con guiños que desnudan a Quiroga como parte de aquellos miembros de la población que apoyaron el régimen terrorista (literalmente, es un guiño del personaje). Pero, con inteligencia e ingenio, Agresti, prefiere no perder el hilo mágico de su historia. Con notables dosis de humor, romance, ironía y nostalgia, El acto en cuestión es un cuento clásico sobre sueños y codicia. Filmada en Europa principalmente, el director trasladó a un elenco, en su mayor parte argentino, al viejo continente y especialmente, hizo magia con ese gran intérprete que fue Carlos Roffe. Sin la participación del gran actor fallecido en 2005, es posible que el film no haya tenido tanto impacto o trascendencia. Roffe proviene de un teatro clásico porteño. Sus grotescas y patéticas expresiones se acomodan perfectamente a este personaje tan chanta como querible. Acaso el costumbrismo del personaje, provocan que el film no tenga un impronta tan universal, irónicamente. Es una película pensada para generar empatía y complicidad con el público argentino, y este, es el último en verlo.
Tengo el hábito de ver mucho cine nacional, lo saben. Mucho. Pero no había tenido la suerte de ver esta gema local de Alejandro Agresti, perdida aunque nunca olvidada (fue a Cannes y estuvo rodada íntegramente en Europa) de la que se hablaron maravillas en su tiempo, pero por esas cuestiones inexplicables nunca tuvo estreno comercial en Argentina. Les digo más, fue filmada en Europa del Este y su costo se estima en un millón de dólares de ese tiempo, solventados por productores locales y holandeses. Sentía curiosidad por ver si el tiempo pasado había hecho mella en ella, o si su distancia con el presente era tan grande (en cuanto a ideas y técnica) que no sería de interés para las generaciones actuales. Lo cierto es que "El acto en cuestión" es una verdadera pieza de colección. Y no cualquier colección. Esta película de Agresti es un auténtico hallazgo en la cartelera local. Posee un estilo único, desde la fotografía (está filmada en blanco y negro) hasta su banda de sonido (música de orquesta con Toshio Nakagawa a la cabeza), una dirección de arte notable (curiosamente de John Bramble y Wilbert Van Dorp) pasando por estupendas interpretaciones (con Carlos Roffé a la altura de su rol y un sólido Lorenzo Quinteros) y un guión porteño que respira nostalgia y aire ciudadano. Porque de este terruño es Miguel Quiroga (Roffé), un hombre común, con aparentes pocas luces, que ama los libros y todos los días se roba uno distinto (pero sólo de negocios que comercializan usados , hay que decirlo) hasta que en un ejemplar encuentra una técnica de magia que comenzará a cambar su vida, radicalmente. El hecho de aprender a hacer desaparecer cosas llevará a Miguel a una posición expectante, que pronto le dará fama, dinero y mujeres, y por supuesto, una gira para que el mundo conozca su talento. La cuestión es cuanto de cuerdo tiene el hombre y cómo aborda ese condición cuando su trayectoria artística comienza a entrar en crisis... Pero mejor no adelantar nada de lo que Agresti tiene para mostrar. Todo, vale la pena. Los diálogos tienen una poesía triste, melancólica pero potente y sutil. Las alusiones a los desaparecidos, el reflejo de la idiosincracia porteña y el desarrollo de la locura, en esa espiral de ascenso irremediable, son también tópicos que revisten gran forma en la trama. Agresti muestra con este trabajo (de 1994) que su talento atraviesa el tiempo y que a pesar de que no rueda seguido en nuestro país, es uno de los grandes directores locales.
Cómo atrapar las huellas del pasado El film fue recibido con entusiasmo en Cannes, en 1993, pero llegó recién al público argentino después del fervor que despertó en el último Bafici. Este relato de pasión libresca tiene una estructura de cuento tradicional. Si bien fue presentada en el Festival de Cannes en el 93, en la sección Una cierta mirada logrando aplausos por gran parte de la crítica, junto a films de Agnes Varda, Pilar Miró, Tony Gatlif, Francesca Archiburgi, entre otros, El acto en cuestión debió esperar más de veinte años para estrenarse en nuestro país. Y fue a raíz del admirable recibimiento que mereció en la última edición del Bafici de este año que, finalmente, la podemos conocer hoy. Tan errático y viajero incansable como el personaje de este film, un tal Miguel Quiroga del barrio de San Cristóbal, Alejandro Agresti se mueve entre las ciudades de Holanda y Los Angeles, como asimismo su espacio natal, Buenos Aires. Y El acto en cuestión, si bien es un film que destila el perfume del porteñismo, con ecos de la obra de Roberto Arlt y Raúl González Tuñón y con alusiones a motivos de la obra de Borges y Bioy Casares, no fue filmada en momento alguno en esta mítica ciudad. Esta suerte de construcción de un espacio ilusorio apunta a otros lugares de rodaje, tales como Praga y Budapest, Munich y Bologna, París, Karlovy Vary, Sofía, Ghent y algunas más. Y sin embargo, desde sus más reconocibles motivos, asoma una Buenos Aires con música de tango y milongas, del mismo Spinetta y desde un lunfardo que se derrama desde la boca de sus personajes. Igualmente, en este caleidoscopio de figuras cambiantes, que se mueven al son del deseo de su protagonista, desde una voz en off que lo va modelando conforme su oficio artesanal, El acto en cuestión nos lleva a los mismos orígenes del cine, a esa ensoñación que nos viene acompañando desde ese primer día en el que ingresamos a una sala. Historia de una pasión libresca, que captura fechas de ediciones desde el olfato, el enigmático personaje de Miguel Quiroga, interpretado por el recordado Carlos Roffé (Pobre mariposa de Raúl De la Torre, El impostor de Alejandro Maci, otros films del mismo Agresti y tantos más), se nos presenta como un pícaro que se lanza, tarde tras tarde, a visitar librerías de segunda mano. Y ya en el interior, dando rienda suelta a su estratégica picardía, pone en acto su pasión por robar. Sí, robar esos ejemplares que lo llevan a burlar la mirada del librero, a salir de ese santuario y perderse por las calles. En un ángulo de un barrio de San Cristóbal, Miguel Quiroga habita con su vociferante mujer, de nombre (con la letra equívoca) Azusena, un destartalado cuarto en uno de los pisos de esa pensión, en la que los libros pueblan cada uno de los rincones. Una pensión que nos es transfigurada como una casa de muñecas y que nos lleva a recordar, por ese corte vertical con que se nos muestra, a esa gran casona en la que se mueve, ordenado por miles de mujeres, el personaje que interpretaba Jerry Lewis en el film de principios de los sesenta, El terror de las chicas. Desbordante de una feliz cinefilia, El acto en cuestión es una obra de una hipnótica megalomanía, como la que pasará a experimentar su personaje a partir del momento en que ponga en acto lo que ese libro ahora, esa tarde, le comienza a proponer, desde su título: Magia y Ocultismo. Por un crescendo de ciegas ambiciones, Miguel Quiroga abrirá desde su propia escena un espacio para apostar a su más auténtica y creativa originalidad, debiendo para ello, en un primer instante, deshacerse del mismo texto, controlar que el mismo no esté en librería alguna, anular toda huella fundacional. Y es aquí, donde desde una ironía manifiesta, y siempre desde la voz de quien lo narra, como si de un marionetista se tratara, asoma este acto en cuestión de que lo que somos hoy tiene que ver con todo aquello que nos ha precedido. Así, sobre este planteo conceptual, Alejandro Agresti nos ofrece una de las obras más audaces y creativas de la historia de nuestro cine, en la que, tras los pasos de los artistas circenses y tantos personajes funambulescos asoman los trazos de la memoria misma del cine. Narrada desde un blanco y negro que nos lleva a evocar ese clima onírico que nos sorprende insomnes, "El acto en cuestión" rinde homenaje al cine de los años veinte (tiempo después, se estrenará esa gloriosa apuesta que es "El artista"), se interna por los callejones del cine negro y se redescubre continuamente en los toques de la comedia. Pero, igualmente, desde su gran capacidad metafórica, esta atípica obra de nuestra cinematografía, desde el devenir de su personaje, desde sus propias acciones, engaños y ardides, alude a los comportamientos de los sistemas totalitarios desde una línea que va desde los tiempos del fascismo europeo hasta la Argentina de los años de la dictadura. Desde ese instalado truco en su personaje, engreído y autosuficiente, que encadena a los otros a su despótica voluntad, la palabra "Desaparecido" quiebra toda aparente calma. En su alternancia de tonos, El acto en cuestión asoma desde la voz del narrador, Rogelio, (en la figura de un destacado Lorenzo Quinteros), como una gran novela modelada a la luz de los cuentos tradicionales, con cierto aire de leyenda y de libro de memorias. Un film que se eleva por encima de historias repetidas, que se levanta por encima de los techos bajos y que proyecta su omnipresente figura desde su frágil condición mortal. Una obra fraguada y creada en los talleres de un alquimista, de un constructor de catedrales, de un desafiante creador.
Finally, after more than twenty years, Argentine Alejandro Agresti’s El acto en cuestión, has had a local commercial release after overcoming never ending distribution problems. It was first presented at Cannes right after it was made, then in Holland, and years later it was screened in a retrospective at the Sala Lugones, last year at the Mar del Plata film fest and this year at the BAFICI. Funded by the Dutch TV network VPRO, El acto en cuestión is regarded as Agresti’s best film to date. It wasn’t shot in Argentina but in Rotterdam, Munich, Ghent, Karlovy Vary, Paris, Budapest, Sofia, Romania, Bologna and Prague. And while many scenes take place on location, much of the film transpires in especially made soundstages and settings. In this unusual feature, Agresti has truly created a world that resembles nothing you’ve probably seen before. The lead character, Miguel Quiroga (deftly played by the late Carlos Roffé) is a two-bit go-getter who has specialized in stealing books from libraries and bookstores he visits regularly. One of such books is devoted to occultism and provides him with a magic trick to make things and people disappear. Sooner than later, he sets up a disappearing act he performs at circuses and fairs. In no time, he becomes famous and admired. But what would happen if someone found another copy of the same book and learned how to perform the same trick? How would people at large react if they knew his act is not his own creation? Filmed in lustrous black and white, with an imaginative mise en scene where more is more, tilted camera angles, distorted spatial proportions, a highly inspired cinematography, and a dramatic musical score, Agresti’s finest film is shaped as a fable, but also has a strong allegorical edge as it hints at the disappearance of people during the 1976-1983 military dictatorship in Argentina. But unlike many films from that period, which relied too much on allegories and failed to properly develop the literal story, El acto en cuestión offers a set of aesthetics that is as cinematically innovative and ideologically insightful. Like in Ray Bradbury’s Fahrenheit 451, books are burned here too. Also, there are other and more visible literary references to the likes of Roberto Arlt, Jorge Luis Borges and Adolfo Bioy Casares, as well as an assessment of the traits that make up the idiosyncrasy of Porteños. The rest of the cast, that is to say, Mirta Busnelli, Lorenzo Quinteros, and Sergio Poves Campos in the leading roles, delivers colourful and more than adequate performances. From a distance, El acto en cuestión may come across as too exuberant and perhaps too heavy on formalism and symbolism, but in the context of time it becomes even more valuable. Production notes El acto en cuestión (Argentina, Netherlands,1993) Written and directed by Alejandro Agresti. With: Carlos Roffé, Sergio Poves Campos, Mirta Busnelli, Lorenzo Quinteros. Cinematography: Néstor Sanz. Editing: Stefan Kamp. Music: Toshio Nakagawa. Distributed by: Zeta Films. NC13. Runtime: 110 minutes.
La película en cuestión Con escasas proyecciones en Argentina, el film que se estrenó oficialmente en nuestro país en la última edición del Festival Internacional de Cine de Mar del Plata, y que la semana pasada se pudo ver en el BAFICI, llega finalmente a las salas comerciales luego de 20 años de su aparición en Cannes. El acto en cuestión nos presenta la historia de Miguel Quiroga, un porteño sin destino que vive en un conventillo y roba libros de segunda mano a diario, hasta que un día en uno de ellos descubre la fórmula para hacer desaparecer cosas, empezando por un telescopio hasta personas y así recorre el mundo, le llega la fama y lo que ella implica. Sin lugar a dudas esta película llegará a las aulas de las universidades de cine, si es que aún no lo ha hecho, porque la experimentación que presenta ofrece una variedad de estilos, homenajes, recursos narrativos y estéticos que se amalgaman armoniosamente dando como resultado una interesante obra. Desde trucajes a lo Méliès, pasando por movimientos de cámara que nos recuerdan a Orson Welles, hasta escenas montadas como Buñuel. El film de Alejandro Agresti es fiel en su discurso de que todo ya fue enunciado por otro anteriormente y menosprecia el temor que sufre el protagonista de que se sepa que su truco no es suyo, más allá de que él sea el único que puede llevarlo a cabo. el acto en cuestion2 La ilusión es expuesta, reconocible y atraviesa la película en todos sus puntos: un bello blanco y negro con sombras duras, sobreimpresiones surrealistas, arte perfecto pero sobre todo vivo, un personaje que a la vez de voz en off también habla mirando al espectador y situaciones absurdas que aceptamos de buena gana. A pesar de lo distante de su rodaje, no solo en el tiempo sino también en distancia ( la película fue rodada en Bélgica(, la narración es muy cercana, plagada de costumbrismos con un lenguaje muy rioplatense, y toca temas tan propios como la desaparición de personas. No sé si como dicen por ahí “es la mejor película del cine argentino”, pero lo seguro es que todo aqul amante del séptimo arte no debe perdérsela.
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De la vida de las marionetas Se estrena en la Argentina, luego de 22 años de haber sido filmada, la película “El acto en cuestión”, de Alejandro Agresti, producción que terminó de catapultar a su creador, al menos con categoría de autor, con algo para decir y con búsquedas estético-narrativas más allá de la seguridad que otorgaría el clasicismo a ultranza. En definitiva, resultó ser una realización de nulo movimiento en los circuitos de distribución y exhibición comercial, muy poco tratada y examinada y, al mismo tiempo, constituirse en uno de los trabajos más complejos de un director del que también resulta, aún hoy, difícil de catalogar. Muy lejos de la protocolo pomposo del cine producido en los inicios de la democracia, como de las sobrevaloradas producciones cinematográficas hiperrealistas del llamado “Nuevo Cine Argentino”. Hasta se la podría considerar como antecesora precursora, en tanto al planteo, diseño, y búsqueda de una estética particular y propuestas narrativas diferentes, con la salvedad que en este caso sabe que contar, que decir, y como hacerlo. La historia hasta parece, a priori, sencilla. “El acto en cuestión” cuenta la historia de Miguel Quiroga (Carlos Roffe), un hombre que vive en un conventillo junto a su novia Azucena (Mirta Busnelli), quien pasa sus días buscando trabajo y robando los más diversos libros. Alguien dijo que los libros no se prestan ni se devuelven, entonces, ¿robar un libro sin fines comerciales, ni lucro pecuniario, podría hasta establecerse como que no es un delito? Pero un día, gracias a uno de ellos, Miguel aprende un truco de magia con el que hace desaparecer primero objetos y luego personas. Quiroga consigue, entonces, un representante e inicia un viaje por Europa, donde el truco tiene mucho éxito. Pero la repentina fama alterará su vida y le generará consecuencias inesperadas. Estamos frente a un cine que hace bandera en la intertextualidad, el manejo de la ironía, el sarcasmo, aplicados ambos sobre un fondo de nostalgia articulada por una ingenuidad extraviada a partir de los avances técnico científicos, que invadieron la vida cotidiana y desplazaron al olvido aquello que todavía podría sorprendernos, constituido con un simulado desorden, como si todo se superpusiera por relaciones aleatorias. La explicitación del dispositivo, en tanto espacios fílmicos escenográficos varios construidos en estudios, las rupturas narrativas en tanto relato encordé, la amalgama de géneros, alocuciones heterogéneas, para reformularlas y utilizarlas de modo personal. Lo que además se despliega fuertemente, y atraviesa al espectador en su lugar de receptor anodino, es el tratamiento visual, en realidad la multiplicidad de recursos que utiliza el director, desde el blanco y negro, hasta el retorno a los principios del cine, que obstruyen cualquier espejismo de realidad, incluso los efectos especiales, los tan mentados FX, que son a mi entender un claro homenaje a George Mèliés. Lo mismo ocurre desde la variable narrativa, el texto puede, debe, empuja a ser leído como autorreferencial, en una doble variable, la del director y la del espectador. No es menor la presencia de un narrador, Rogelio (Lorenzo Quinteros), ya desde las primeras escenas para termina siendo redefinido en otro estamento dentro del texto, lo que modifica la determinación del personaje por si mismo. El único posible problema del filme es que, es tanto lo que hay para ver, oír, pensar y volver a empezar, por momentos, mientras la estamos viendo, abruma, sus cortes temporales, los flashbacks, los fowards presentan un “no” orden planificado, podemos cruzarnos tanto con una estética que hace alusión a la década de los ‘40, tanto en la Argentina como en Europa: Perón de manera implícita, Hitler explícitamente, el segundo con clara intención político discursiva, al mismo tiempo escuchar al flaco Spinetta, o hacernos pensar en la dictadura militar argentina que finalizo en 1983. Todo está, es lícito y posible. Hasta se podría decir que lo que se plantea constantemente en el filme es la puja entre la originalidad a ultranza del “como” construye, narra y la intertextualidad del “que” nos cuenta, apoyándose en las posibilidades de cada espectador para escudriñar, desarmarlo y volverlo armar, sin dejar de ser el director quien mueve los hilos invisibles que subyugan, hipnotizan desde un principio. Contar algo más de la historia seria atentar contra las propias bondades de la obra como producto audiovisual.
El traficante de ilusiones La película de Agresti, tanto por su contenido como por los avatares que precedieron a su postergado estreno, cabe perfectamente en el siempre cuestionable grupo etiquetado como obra maestra. También le cabe lo de película de culto y cine maldito, denominaciones que generalmente van de la mano con el desentendimiento del público que suele dar la espalda a las historias no convencionales. “El acto en cuestión”, que se estrena 22 años después de haber sido filmada, con actores argentinos pero con sello holandés, suma a sus contrariedades legales y de todo tipo, el hecho de que su protagonista principal, el actor Carlos Roffé, falleció hace ya una década. Exhibida en ocasiones especiales en su país y en los prestigiosos festivales de Sitges y Cannes, finalmente después de tantos años acaba de llegar a nuestra ciudad, creando desconcierto, rechazo o admiración por partes iguales. Rodado en blanco y negro, el opus 7 del director es un cóctel que en primer lugar homenajea a la historia del cine y a su personaje, al que trata con cariño y nostalgia, aunque no se lo merezca. Combina la magia del circo con la literatura y la inconfudible picardía criolla. Es para tomarla con admiración y un humor pesimista, como espejo del que también destila el film, a medida que despliega un truco tras otro. De la omnipotencia a la falibilidad El acto en cuestión es la biografia imaginaria de un lumpen porteño que, como el protagonista de la novela de Arlt, “El juguete rabioso”, roba libros y los disfruta, a medio camino entre la delincuencia y la megalomanía. Así conocemos a Miguel Quiroga, desocupado ingenioso que vive, mantenido por su mujer, en una pensión laberíntica. Su afición es hurtar un libro por día, en librerías de viejo y leerlos en una sola noche. Hasta que cae entre sus manos un manual de magia donde encuentra un truco para hacer desaparecer y aparecer. Ese es el pasaporte a la fama. El flamante mago autodidacta busca la ayuda del dueño de un circo que, en rol de interesado manager le propondrá atravesar el océano para difundir la maravillosa experiencia, que llegará a despertar el interés del mismísimo Hitler. Pero la magia no siempre funciona: hay un niño búlgaro al que le lleva dos años su reaparición y algo similar pasa con la torre emblemática de París, que todos sienten desaparecer, menos la francesita, una mujer de la que el mago se enamora y a la cual, en consecuencia, encadena en un amor asfixiante y posesivo. La película no deja de aludir a otras formas de desaparición, pero esa lectura política no es el centro de la fábula narrada sino que lo es la interpelación del mito tan argentino del don nadie que apelando a algunas mentirillas llega a tener fama pero vendiendo en el camino su alma al diablo. La parábola que describe “El acto en cuestión” se parece a tantas letras del tango malevo que narran el devenir de ida y vuelta del chanta argentino: el vende-humo. Aunque también, y a la par, funciona la irónica identificación entre la figura del mago y el rol de cineasta. Ilusiones, reflexiones y paradojas Durante buena parte del metraje, el film describe un recorrido ascendente del protagonista, hasta que -luego de la mitad- el periplo se torna cada vez más oscuro. Se profundiza la ambición de que nada se le resista, a pesar de que él mismo proviene de un truco robado. La película da varios giros -incluso del punto de vista-. Uno es pasar del libro ensalzado (la teoría) , al libro superado por la praxis. El manipulador de ilusiones comprende hasta qué punto estamos confundidos con la realidad, cuando regresa con más locura que gloria a su lugar de origen y busca el reencuentro de su amigo (Lorenzo Quinteros, que tiene una clínica de muñecas, oficio desaparecido pero que en la época reconstruida era habitual). Allí, entre maquetas, juguetes y marionetas se permite desplegar la parte más irónica y filosófica de la película, donde resuenan las reflexiones sobre creadores y creaturas. Se evidencia libertad genuina en esta obra sincrética de lo universal y lo local que duda hasta de sí misma. Literalmente, muchas escenas se filman entre humo, con esa atmósfera nubosa que le da la irrealidad de un sueño, que aparece y desaparece imprevistamente, incluso como la magia del cine (la gran protagonista) que concluye cuando se desvanece la oscuridad de la sala.