Amor siglo XXI La ópera prima de Frédéric Beigbeder, basada en su novela homónima, intenta descifrar el misterio que esconden las relaciones de pareja. Protagonizada por Louise Bourgoin y Gaspard Proust, El amor dura tres años (L'amour Dure Trois Ans, 2012) posee todos los condimentos de una comedia romántica, sin descuidar el estilo propio y reflexivo de la cinematografía francesa. ¿Es posible que el amor continúe con el correr del tiempo? ¿Cuál es el rol de la tecnología en la tradicional conquista? Esas son algunas de las preguntas que plantea El amor dura tres años. Todo comienza cuando el crítico literario Marc Marronnier (Gaspard Proust) se divorcia de su mujer, pese a intentar revertir los problemas generados por la convivencia. Completamente devastado y deprimido, Marc decide escribir una manual en el que certifica que el amor no puede durar más de tres años.A pesar del éxito rotundo del libro, cada una de sus palabras empieza a perder sentido cuando conoce a Alice (Louise Bourgoin), la esposa de su primo. Y esa construcción que creó para el afuera utilizando un seudónimo deja de tener vigencia en su vida personal.Aunque en apariencia no es el típico galán, Marc consigue conquistar por sus sentimientos, los cuales van cambiando a lo largo del film hasta transformarlo en un hombre que debe luchar por el amor de Alice. Gaspard Proust y Louise Bourgoin forman una pareja distinta a las que suelen exhibir las clásicas películas románticas porque su relación está situada en una sociedad actual atravesada por el ritmo posmoderno y la tecnología. La búsqueda de trabajo y la inminente llegada de los 30 años, son algunos de los aspectos presentes en las situaciones. Además de ser un guiño perfecto, la participación del reconocido artista Michel Legrand musicaliza de la mejor manera una de las escenas clave. En El amor dura tres años, Frédéric Beigbeder expone numerosos interrogantes con los que el espectador se sentirá identificado. Solamente hay que atreverse a descubrir si el título de la película es cierto.
Un poco de tedio francés “El amor dura tres años”, dice el protagonista, un crítico literario que da una imagen bastante creíble de un perdedor nato. Ese patetismo que muchos llevan con orgullo y del que hacen un culto, y que a veces funciona como una característica seductora para con las mujeres, es lo que convierte a este crítico en un escritor de best sellers. Su libro, que lleva el título del film, plantea una tesis -al menos lo intenta- que postula que el amor tiene un tiempo límite. Esa impresión, que podría ser producto de la calentura por el final de su matrimonio, se amplifica y provoca que la historia pierda de vista la tesis inicial. El pobre diablo en simultáneo -además de alcanzar el éxito con su debut- se enamora de una chica que odia la novela por misógina, aunque desconoce que él es el autor porque está publicada bajo un seudónimo. Que el protagonista rompa la cuarta pared en la primera década del siglo XXI en una búsqueda patética -como su forma de ser- de complicidad con el espectador, que sus amigos sean igual de salames que él, que cada acción iniciada tenga la etiqueta de “fracaso”, que los chistes atrasen varias décadas, que la química entre chico-chica no funcione ni de casualidad, que el protagonista -además de todo lo mencionado- juegue el rol de “pobrecito yo, cómo me apalean las mujeres con su locura” a lo Adrián Suar en Un Novio para Mi Mujer, que las actuaciones -a excepción de Valérie Lemercier- sean terribles, entre otros yerros, hacen que una premisa tan simple se transforme en un tedio insufrible. Si en una comedia, que se cree canchera desde la idea del amor en términos materiales y limitados en el tiempo, disfrutamos de los pifies del protagonista y además queremos que le vaya mal, es que algo funciona a contracorriente de lo intencionado por el director...
El amor tiene fecha de vencimiento Cuenta la historia de Marc Marronier, un crítico literario que luego de divorciarse, escribe a modo de catarsis una novela donde asegura que el amor dura tres años. Pero cuando se enamora de Alice –la hermosa Louise Bourgoin, actriz de Un Suceso Feliz-, que está casada con su primo, se convierte en un romántico empedernido, lo cual lo pone en conflicto con su propia teoría. El film está basado en una novela del mismo título escrita en el año 1997 por el director. La novela está dividida en tres actos: el primer año el enamoramiento, el segundo la ternura y el tercero el aburrmiento, que es lo que muestra la secuencia de créditos iniciales del comienzo de la película donde vemos a Marc y su novia, luego esposa y finalmente ex esposa. El personaje divide los tres años en la siguiente frase: “El primer año se compran los muebles, el segundo se cambian de lugar y el tercero se reparten los muebles.”...
Reflexiones y un aire a cine yanqui El amor dura tres años, ópera primera de Frédéric Beigbeder basada en su novela homónima pareciera una máxima al estilo Sebastián De Caro, pero en realidad es una comedia francesa que a pesar de querer tomar vuelo propio con algunos recursos ingeniosos no puede escapar del espejo de la trillada comedia romántica norteamericana. No necesariamente eso es malo para un espectador habituado pero sí le quita sustancia y sorpresa a un relato anclado en lo literario que encuentra el cine como pretexto de comunicación más que como puente artístico en sí. Si en una película el texto supera a sus personajes hay algo que no funciona y esa es la sensación que termina produciendo este coqueteo constante por el lugar común que se apoya en las idas y venidas de la pareja protagónica, él crítico literario con aspiraciones a escritor y divorciado que vuelve a apostar al amor tras conocer a la esposa de su primo. El, cínico al comienzo y dolido con la experiencia como marca indeleble y ella que representa a la mujer para enamorarse a primera vista no sólo por lo prohibido sino por esa irresponsabilidad y sentido de la libertad a flor de piel. El contexto de esta historia se arraiga en lo contemporáneo y apela a los clichés de la informática y las nuevas comunicaciones amorosas desde la impronta de la fugacidad y de ese estado virtual que a veces cobra más realidad que la vida misma. A pesar de depositar en un personaje una solapada crítica a los histéricos estereotipos del cine yanqui simplemente subrayando la extravagancia de una francesa hablando el inglés cuando los franceses defienden a rajatabla su propia lengua le suma un puntito a la obviedad de las situaciones que marcan la dialéctica del encuentro y desencuentro. Por momentos el humor aparece y está bien logrado gracias a la sobria actuación de Gaspard Proust que se complementa y consigue la química con Louise Bourgoin, de una fotogenia inapelable. El amor dura tres años no supera el pasatismo de su propuesta pero entretiene lo suficiente por su frescura que sabe dosificar las reflexiones más profundas con las banalidades sin forzar situaciones, aunque su perfume huele a cine yanqui.
La mujer de mi vida Frédéric Beigbeder es una estrella mediática en la sociedad francesa: crítico literario, exitoso escritor, animador de TV, editor periodístico y, ahora, también director a partir de una película basada en su propia novela autobiográfica El amor dura tres años. En los títulos de apertura hay una suerte de videoclip con estética publicitaria que resume el enamoramiento, esplendor, decadencia y fin de una pareja durante los tres años a los que alude el título. Luego del divorcio, Marc Marronnier (Gaspard Proust), alter-ego de Beigbeder, se convierte en un alma en pena, un loser depresivo y decadente. En medio de la crisis de angustia y soledad escribe con seudónimo un libro (sí, con el mismo título de la película) que se convertirá en best-seller y ganador de un prestigioso premio literario. Justo cuando parece encontrar al amor de su vida (la hermosa Louise Bourgoin, vista en Un suceso feliz) y todo marcha viento en popa, se hace público que él es el autor del popular libro en cuestión. Alice, claro, se siente traicionada (sobre todo porque se trata de un ensayo bastante misógino para una joven de mirada feminista) y ella lo abandona. El film arranca como una (tragi)comedia un poco obvia y superficial, de esas que parecen adscribir a todo tipo de fórmulas recicladas del cine norteamericano, pero poco a poco se va tornando cada vez más simpática e irresistible porque los personajes están bien, los intérpretes son graciosos, los conflictos sobre las relaciones de pareja (que van de lo edulcorado a lo amargo) resultan creíbles, la narración es fluida y la mirada a la sociedad francesa no es condescendiente. Si a eso se le suma la incidencia en la trama de la música del gran Michel Legrand (con aparición personal incluida), El amor dura tres años surge como una más que atractiva propuesta.
No hay caso: el desgaste de la vida en pareja es inevitable: a cierta altura, la caricia de quien ha compartido durante tantos días felices el lecho conyugal y que antes se sentía tibia, afectuosa o sensual ahora parece aplicada por un guante de goma. Marc Marronier -el cronista literario cuyos contratiempos amorosos se narran en esta graciosa comedia llena de ironías, un poco cínica y otro poco machista- lo ha vivido en carne propia y lo ha visto reflejado en los demás cuando en el juzgado donde se tramitan los juicios de divorcio escuchó los reproches mutuos de otras parejas que estaban, como él, poniendo fin a la vida en común. La conclusión a la que llega es casi obvia: el amor, si es que existe, dura, a lo sumo, tres años. Claro que llega a esta tesis en pleno estado de depresión, tras vivir dos fracasos sucesivos: primero, el de su matrimonio, aceptado a la fuerza ante un juez que utiliza la misma fórmula de la boda civil pero al revés; el otro, el de su suicidio, extrema manifestación del estado de ánimo en que lo dejó el abandono de su mujer. Dicen que no hay mal que por bien no venga y aparentemente el caso de Marc lo ratifica. Convencido de que el amor es un espejismo de probada fugacidad y dispuesto a alertar a otros hombres para que no caigan en la misma tentación y padezcan el mismo fracaso, expone su teoría sobre la caducidad del amor en un libro. Y entonces sobrevienen dos milagros sucesivos. En la editorial donde tantas veces le recomendaron desistir de sus aspiraciones literarias, reciben su original con entusiasmo: ven en él un negocio jugoso. Y aciertan. El otro milagro, casi al mismo tiempo, es la aparición de Alice, criatura luminosa y encantadora, que despierta en él un inesperado e irrefrenable deseo de vivir con ella un amor eterno. Justo ahora, cuando en un libro que, aunque firmó con un estrafalario seudónimo, dice todo lo contrario y se vende como el pan. A la obligación de ocultar, pues, su verdadera identidad para no correr el riesgo de perderla, se le suman a Marc otros contratiempos, incluido el compromiso de la chica con uno de sus primos. Ahora sí le ha llegado la hora de sufrir por amor. Sólo faltaría que la música de Michel Legrand, que siempre ha acudido en su auxilio para paliar las penas del corazón, no pueda asistirlo en este caso. Para él, los sinsabores se multiplican mientras parece desatarse a su alrededor una especie de epidemia matrimonial. Y a exponerlos con cierta malicia se dedica Frédéric Beigbeder entre comentarios de ácida ironía (no hay que olvidar que la novela original tiene bastante de autobiográfico) y con la inapreciable ayuda de su álter ego en la pantalla, Gaspard Proust, que a su simpatía natural suma el dominio de los tiempos de la comedia. El humor del autor y ahora cineasta se vuelca en ingeniosos diálogos puestos en boca de un elenco en el que abundan comediantes de probado oficio como Valérie Lemercier (la editora), Annie Duperey y Bernard Menez (los padres de Marc), y hasta se luce el rapero francés Joey Starr como el amigo negro del protagonista, aunque el giro que se le impone a su personaje y quiere ser sorpresivo y gracioso resulta en cambio bastante forzado. Louise Bourgoin ( Un suceso feliz ) tiene la belleza y la frescura de su Alice. Beigbeder acierta con el tono, muestra bastante desenvoltura como narrador y se luce tanto en la dirección de actores como en la elección de la banda sonora, en la que -por supuesto- tiene especial participación Michel Legrand.
El peligro de desconocer el Efecto Borges Sugerencia para directores noveles: evitar el Efecto Borges. Se sabe que el escritor era un notable autor de prólogos y muchos dicen, casi es un lugar común, que sus textos de introducción suelen ser muy superiores a las obras que preceden. Aplicando el concepto al cine, puede decirse que es un peligro empezar una película con una escena documental en la que un gran artista (un director o un escritor genial) dice una de esas frases que sólo un alma o una mente única es capaz de producir. El genio es un bien escaso y se corre el riesgo de que todo lo que venga después equivalga a no dar la talla. Desconocer el Efecto Borges es el primer problema de El amor dura tres años, de Frédéric Beigbeder. ¿O alguien cree que es fácil salir airoso del desafío de hacer una comedia romántica ácida, después de poner al propio Charles Bukowski diciendo con una sonrisa amarga y un cigarrillo entre los dedos, que “el amor es una bruma que desaparece con las primeras luces de la realidad”? Aun así la película no empieza mal, presentando en un clip que dura lo que el clásico de Elton John “Your song”, una eficaz escenificación del proceso descrito por el poeta, narrando sólo con imágenes el camino que va del surgimiento del amor hasta su disolución. Es decir, la película arranca con el divorcio de Marc, su protagonista, un crítico literario algo pedante y cínico pero en el fondo romántico, que luego de tres años de pareja se encuentra conviviendo con una extraña que lo detesta. De ahí a escribir un agrio libro de autoayuda con el mismo título de la película hay apenas un par de escenas. Como si se tratara de un diario personal filmado, el relato busca hacer cómplice al espectador, permitiéndole a Marc la posibilidad de quebrar la cuarta pared para hablar directamente a la platea, a la que le contará su historia e irá tirándole una lista larga de frases ligeramente ingeniosas. “En el siglo XXI el amor es un SMS sin respuesta” es un ejemplo que alcanza para ilustrar por dónde van las ocurrencias de El amor dura tres años. El guión apuesta al one liner constante, camino por el que se vuelve dependiente de las habilidades para la comedia de su protagonista, Gaspard Proust (el resto de los personajes, incluida la mujer de la que se enamorará, funcionan sólo de manera utilitaria, como anexos de Marc, lo cual no ayuda a dar relieve a la narración). Intercalando hallazgos visuales con el abuso de una iconografía ramplona de lo romántico, el film, aun sin ser brillante, tampoco es nefasto. Sin embargo, en el momento en que se descubre que el actor se parece a Lionel Messi algo cambia: hay que reconocer que imaginar al crack seduciendo francesas y sufriendo el mal de amores tiene su gracia.
Humor livianito, ironías varias, en esta película francesa, que tiene su encanto, que aporta a esa teoría del título, que se construye y desmorona según las circunstancias y siempre tiene el punto de vista masculino. Entretiene.
Beigbeder: humor y desencanto al estilo francés Fréderic Beigbeder, escritor y comentarista mediático, creador del Prix de Flore, libretista de "The Day All Women Love Me" y otras piezas simpáticas, debuta aquí como realizador de cine sin alejarse mucho de su ambiente, ya que sigue los desvelos amatorios de un crítico literario y "comentarista nocturno", divorciado como él, que escribe sobre sus desengaños y con eso se gana (oh, casualidad) el Prix de Flore, que lo lleva al amor de muchas y el desamor de una. Reconquistarla es parte de la historia. Como cabe esperar, abundan las frases singulares, guiños del negocio editorial, algunas figuras del actual panorama francés que hablan especialmente para este film, un viejo registro de Charles Bukowski haciéndose el cínico, una escena de reconocimiento a los diálogos de Roger Vailland, y un fragmento del Soneto 68 de William Shakespeare ("El amor no se deja engañar por las trampas del tiempo") sacado de la biblioteca del baño, porque esta gente tiene libros hasta en el baño. Pero si uno es iletrado igual disfruta, porque ésta es una comedia ligera, el protagonista Gaspar Proust explica su pensamiento a cámara (como Walter Reyna en "El pecado más lindo del mundo"), hay situaciones risueñas que a cualquier le pasan, mujeres apetecibles, sobre todo Louise Bourgoin en plan de rubia alegre y divertida con risa estentórea, dos paseos por Ghetary o Getaria, en lo mejor de la Costa Vasca, mucha música muy bien colocada del gran Michel Legrand, lindas reapariciones de tres viejos intérpretes de los '70: Anny Duperey, todavía linda, Bernard Memez, ahora gordo, y en especial Christophe Bourseiller como el cura harto de frívolos en medio de un funeral. Y un invitado especial, que aparece para culminar el cuento. Un detalle a tener en cuenta: Beigbeder escribió la novela en que se basa su película pero, sabiendo que una película no es un libro, tuvo el sentido común de apelar a dos coguionistas y dialoguistas, y un supervisor. No cualquiera lo hace.
El texto de la crítica ha sido eliminado por petición del medio.
Trite love affair thrives on clichés Marc Maronnier (Gaspard Proust) is a young literary critic whose wife has filed for divorce. Soon, he’s a single man again. He tries to keep his spirits up, but it’s not an easy task considering he didn’t want the separation in the first place. Things start looking up when he meets stunning, lively Alice (Louise Bourgoin) at his grandmother’s funeral. The catch is that she’s engaged to another man, none other than Marc’s cousin (Nicolas Bedos). However, neither Marc nor Alice seem to see that as a problem: they embark on a love affair. The real problem is that Marc is the author of a recently published best seller called Love Lasts Three Years, even if he wrote it under a pseudonym. A book that Alice happens to find both misogynistic and adolescent — the work of a skeptic who has never experienced true love. But some secrets can’t be kept forever: soon or later, all hell is going to break loose. French writer-turned-filmmaker Frederic Beigbeder’s Love Lasts Three Years (L’Amour dure trois ans) attempts to be a romantic story with a dose of drama and some humour. It tries to be engaging and sharp. It wants to stand out from the crowd. But the truth is that it doesn’t fulfill any of its aspirations (not by a long shot), and instead turns out to be trite and predictable. Love Lasts Three Years follows the mould of US mainstream dramatic comedies, but it does it all wrong. For starters, some performances are too rehearsed, and so all possible cheerfulness vanishes as soon as the actors enter the scene. Other times, they are simply as generic as they come. In any case, they fail to elicit any empathy and identification from viewers. Then there’s the dialogue, which may ring true here and there, but for the most part it’s not as natural and colloquial as it pretends to be. Likewise, forget to find witty one-liners — which, incidentally, are a must in a well written dramatic comedy. But what’s most inexcusable is that the entire film is derivative of so many other features that you get the feeling you’re watching a series of scenes where commonplace is the sole protagonist. And we’re not talking about paying homage. No wonder there’s no fun at all: you are likely to experience indifference and boredom. It’s not even the kind of film that is so bad it becomes entertaining. The very uninspired and flat mise-en-scène doesn’t say anything about the characters and their environment. Love Lasts Three Years is simply mediocre, from the first frame to the last.
Frases contra el flechazo Una road movie de autocompasión al estilo de Woody Allen. “El amor es una bruma que se evapora con las primeras luces de la realidad”. La frase la dice a cámara Charles Bukowski, el célebre escritor y poeta estadounidense con quien, a modo de prólogo, el realizador Frédéric Beigbeder abre su opera prima. Contundente. Marc Marronnier (Gaspard Proust), es crítico literario de día y cronista nocturno donde las mieles del exceso lo persiguen. Luego de atravesar por el filo judicial del divorcio (“pueden odiarse el resto de sus vidas”, les dice el juez a la ex pareja), al muchacho no le queda otra opción que hacer su luto a través de las letras. Y tiene una hipótesis: que el amor disminuye con el tiempo y no dura más que tres años. Manos a la obra. El director Beigbeder, muta al protagonista bajo el seudónimo de Feodor Belvedere, quien será el enigmático autor del best seller (des)amoroso. Pero poco antes que la fama toque a su puerta, los planes del novelista estallarán al conocer a Alice (la sensual Louise Bourgoin), esposa de su primo. Empezarán a frecuentarse, hacer un tour sexual (delicadamente filmado entre escenarios europeos que “no” visitan) y vivir la etapa “rosa” del amor. Que combate. Entre histerias (e historias) varias. “Los esposos cenan, los amantes almuerzan”, encastra Frédéric a la fuerza en el guión para ilustrar la situación de Marc, quien protagoniza una road movie de autocompasión woodyallenesca y frases hechas para sentirse identificado: “la felicidad no existe”, “el amor es imposible”, etc. O nadar dentro del desencanto: “todo hombre que sigue vivo después de los 30 es un imbécil”, piensa Marc, quien decide suicidarse. Obvio, él falla. Esta película siempre hace equilibrio al borde del ridículo y la vergüenza ajena, con serias probabilidades de repetirse y coquetear con los clisés de estas comedias románticas: “chica-con-vestido-rojo corriendo-taxi-en-búsqueda-de-su-amado” u “hombre-abandonado-que-ruega-clemencia-bajo-la-lluvia”. El filme, por tramos, peca de cursi, pero sale a flote por sus actores secundarios: el depredador Jean-Georges (el rapero Joey Starr) y el libertino Pierre (Jonathan Lambert), quienes -tarde o temprano- pasarán al otro bando. El de los casados, claro.
He aquí una comedia romántica. Pero atención, su propio autor y director la presenta como una comedia romántica… para hombres. Bastante misógina, bien pesimista, poco romántica, El amor dura tres años (y después todo es cuesta abajo, debería agregarse) probablemente no sea del gusto de las más tradicionales habitués del género. Por cuestiones obvias, tampoco muchos hombres concurrirán al cine a verla. Entonces: ¿quiénes serán los espectadores de este curioso film? Seamos sinceros: al menos aquí, en la lejana Argentina, serán pocos. Pero eso no quita la reflexión a la hora de escribir una valoración: se trata de una película original, bien hecha, entretenida, con un tipo de humor cínico y por momentos absurdo utilizado de un modo interesante. Resumiendo: El amor dura tres años es una buena película. El film comienza con una presentación a toda pompa. Mientras se dan los títulos habrá que estar atento: una pareja se conoce, se enamora, se acuesta, se casa, se hastía, se divorcia. Entonces el crítico literario de poca monta Marc Marronier (Gaspard Proust) aparece deprimido, sin consuelo en los excesos, con ganas de matarse pero ni eso puede, el muy inútil. Hasta que conozca a otra mujer, claro. La despampanante Alice (Louise Bourgoin, de Un suceso felíz), que parece venida a la tierra a pedido del pobre de Marc, anda con pocas vueltas, es menos histérica que el común de las mujeres y, lo mejor de todo, es supersexual. La película tendrá las vueltas suficientes para seguir la estructura de la comedia romántica tradicional (pareja se conoce- se pelea antes del final- desenlance), pero convengamos que un film que maltrata bastante a las mujeres, que define al sexo como algo más visual que táctil, que no fuerza el final feliz, ¡que no persigue el matrimonio sino que lo defenestra!, no es un film convencional para las más románticas. La comedia tiene algo del espíritu del cine del querido Sebas De Caro. Un personaje loser, lejos del galán hollywoodense, anda a los golpes por la vida amorosa. Escrita y rodada por un mediático francés, Frédéric Beigbeder, escritor, animador, periodista, director, algo así como una suerte de Jaime Bayly franchute, la película tiene una agilidad notable y no es ni por asomo el film galo atado a los tiempos más aburridos que a tantos espanta. Para divertirse con un film que jamás será popular pero, quién te dice, en el futuro pueda servirte en la ocasión menos pensada con la señorita de turno: “Hace mucho vi una peli francesa desconocida que estaba buena y era como contraromántica”, “¡Sabés que yo también la vi! El amor dura tres años ¿no?”. Y ahí… ¡zakate!.
Otra vez el cine francés renueva la comedia romántica. Siempre de avanzada. Acá Frederic Breigbeder arma en “El amor dura tres años”(Francia, 2013) una elegía al amor en sus primeros momentos y luego una alegoría sobre el mismo tema. Hay un crítico literario llamado Marc (Gaspar Proust) que despechado luego de su divorcio (porque tenía una idea muy “publicidad” sobre el amor) decide escribir bajo seudónimo uno de esos libros para Dummies basándose en su propia experiencia amorosa y a modo de desalentar al mundo entero a comprometerse y casarse. Ese libro lo escribe desde el dolor, y luego de intentar suicidarse (“ todo hombre que sigue vivo después de los treinta es un imbécil” afirma). Pero en su camino de “recuperación” que incluye miles de salidas a discotecas y encuentros esporádicos con mujeres, se cruza con Alice (Louise Bourgoin), la mujer de su primo, y se deslumbra. Alice es una especie de Rita Haywort, pelirroja, pasada por el tamiz de la Sharon Stone de Bajos Instintos, que seduce con solo mover un dedo. Tienen algo, breve, y el se desespera por conseguir nuevamente su amor. Pero claro está, como en toda rom com que se basa en un amor maldito, habrá un secreto, en este caso el libro que escribió sobre el amor, y que intenta a toda costa que no salga a la luz la verdadera identidad del escritor. Breigbeder construye su relato sobre la base de todas las películas cursis y las deconstruye, a lo método teatral de Bertol Brecht, con miradas a cámaras, diálogos directos al espectador, referencias a la tecnología y máximas de antología. “El amor en el siglo XXI es un mensaje de texto sin respuesta” grita Marc, y uno piensa en la crudeza y veracidad de esa frase. ¿Qué es el amor después del amor?¿Existe una fecha de vencimiento en los sentimientos? Con una estructura episódica (separada por títulos como “coqueteando con el desastre” ó “dejar ir a la felicidad antes que ella te deje a ti”) Alice lo atrae, la cita en un hotel (oh casualidad llamado “El amor”), se imagina 20 posibles ingresos al lobby, cuál será la real. Todo el tiempo juega el realizador con el espectador quebrando el contrato de lectura clásico del cine contemporáneo. Marc tiene una familia que lo presiona (padres escritores) y una serie de amigos que se traicionan entre sí pero que lo apoyan en su camino para liberarse o encontrar el amor, según el momento del film que se trate. Rondando el slapstick y la clásica comedia de gags (atención a la escena cuando se revela su identidad como autor del libro que defenestra la vida en pareja y a los chistes que le realiza su editora durante toda la cinta) “El amor dura tres años” es una fresca novedad francesa que a modo de Roland Barthes y su “Fragmentos de un discurso amoroso” reafirma la idea del amor en la palabra de Bukowski (retomado por viejos footages) y algunos filósofos como Pascal Bruckner o Jean Didier Vincent para alentarnos a seguir apostando por vivir en pareja.
“El amor no se altera con sus breves horas y semanas, sino que se afianza incluso hasta en el borde del abismo. Sí estoy equivocado y se demuestra, yo nunca nada escribí, y nadie jamás amó”, rezan las líneas de William Shakespeare, el escritor más romántico de todos los tiempos, para que el escritor francés Frédéric Beigbeder se anime a contradecirlo en “El amor dura tres años”. Se trata de una comedia con tintes de drama, que profundiza en algo simple como complejo: el misterio del amor. La historia se centra en un inmaduro emocional, Marc Marronier, un crítico literario que escribe a modo de catarsis una novela donde asegura que el amor dura tres años. Pero cuando se enamora de Alice –la sexy pelirroja Louise Bourgoin- que está casada con su primo, se convierte en un romántico empedernido, lo cual lo pone en conflicto con su propia teoría. Basado en la novela del mismo título escrita en el año 1997 por el director, el filme resulta una entretenida propuesta para los amantes del cine francés, cuya debilidad reside en las historias amorosas. En definitiva, se trata de un debate filosófico acerca del matrimonio en tiempos modernos, cuando “el primer año compramos los muebles; el segundo los movemos, y el tercero, los repartimos”.
El indiscreto encanto del perdedor Marc Marronnier (Gaspard Proust) es un joven crítico literario. Vive en París y atraviesa por un momento difícil. Anda por los treinta años y tiene que afrontar su divorcio. Luego de un intenso romance que culminó en casamiento con su amada Anne, al cabo de tres años, la separación ha sido inevitable. Frustrado, dolorido, Marc cae en un profundo pozo depresivo y quiere terminar con su vida, pero como suicida tampoco resulta exitoso. Entonces decide escribir una novela autobiográfica, aunque con nombre ficticio, para exorcizar el dolor y elaborar el duelo. Presenta el manuscrito en varias editoriales que lo rechazan categóricamente con juicios lapidarios. Sin embargo, desde una ignota empresa del rubro, le llega una propuesta favorable y le publican el libro, que Marc firma con un seudónimo. Mientras su editora (Valérie Lemercier) se encarga de promocionar la publicación, que se llama precisamente “El amor dura tres años”, el joven sigue su vida tratando de sobrellevar la soledad y el desencanto. Alterna reuniones sociales con sus amigos Jean-Georges (el rapero Joey Starr) y Pierre (Jonathan Lambert), con quienes comparte sus tribulaciones con respecto a las mujeres. El amor es el tema recurrente en sus conversaciones y mientras uno confiesa no haberlo experimentado nunca, otro se atreve a jugarse en una relación, en tanto que Marc se siente incomprendido por el primero y trata de desalentar al segundo. En esas circunstancias, asiste al responso y sepelio de una de sus abuelas. Allí se encuentra con sus padres, que están separados desde que él tenía (precisamente) tres años. A la ceremonia también concurren otros parientes, entre ellos, un primo que está casado con una mujer bellísima, Alice (Louise Bourgoin), y el flechazo que sufren ambos es arrollador. A partir de ese encuentro, la vida de Marc empezará a transitar por caminos sinuosos y complicados. Se confiesa enamorado de la mujer de su primo y hace todo lo posible por seducirla. El sentimiento lo sumerge en una ansiedad compleja que le ayuda a olvidar su dolor por el fracaso matrimonial. El relato abunda en situaciones tragicómicas, haciendo un uso un poco excesivo de la paradoja, la ironía, el sarcasmo y una tierna frescura, tan del gusto de los franceses. Y también, teniendo en cuenta de que se trata de un personaje familiarizado con la literatura, el guión recurre a varias citas en un pot pourri que puede pasar de Bukowski a Shakespeare sin hesitar. También hay alusiones entre críticas y nostálgicas a algunas glorias del cine y a ciertos prejuicios ideológicos que marcaron el pensamiento de las generaciones de sus padres. Un acervo cultural que forma parte de su patrimonio, aunque no sabe muy bien qué hacer con eso. Marc explota su condición de perdedor, refugiándose en un racionalismo cínico que pasa factura a diestra y siniestra. La película está basada en la novela de Frédéric Beigbeder, quien participa en la redacción del guión. Consta de tres capítulos (el número tres es una clave recurrente) y si bien toma el tema del amor como eje, salpica un poco sobre cada uno de los tópicos más significativos del mundillo cultural francés, siempre con una mirada socarrona, entre escéptica y desilusionada, y mezclando frecuentemente la realidad con las más disparatadas (aunque comunes) fantasías. “El amor dura tres años” es la opera prima de Frédéric Beigbeder y muestra muchas de las debilidades propias de un principiante, por momentos peca de ambiciosa y por momentos se regodea en un masoquismo de cliché.
Sensaciones encontradas podría ser una buena forma de acercarse a lo que deja el estreno de “El amor dura tres años”. Estamos frente a otro intento de revitalizar la comedia romántica. Desde chicos escuchamos a los grandes hablar de un género que atrae a las mujeres pero ahuyenta a los hombres de las salas cinematográficas. Una “verdad” discutible, pero también es cierto que se necesita una lupa gigante para encontrar un ejemplo en los últimos años que atraiga a todos. Muy pocos. Cuando “Harry conoció a Sally” (1989) resultó tan emblemática que aún hoy es difícil no usarla como termómetro para medir la calidad de toneladas de burdas copias hechas desde entonces. ¿La recuerda? ¿Quién no polemizó eventualmente sobre la posibilidad de la amistad entre el hombre y la mujer? En ésta producción el tema se menciona con esa frase además de otras tantas (muchas, muchísimas), la mayoría de las cuales quedan sin desarrollo ni en el guión, ni en los personajes, ni en las actuaciones. Se intenta abarcar mucho sabiendo de antemano la escasa capacidad para apretar. Luego de una introducción, a la que haremos referencia más adelante, comienzan los títulos. Vemos a Marc (Gaspar Proust) jugueteando con una bella mujer. Se conocen, se miman, se casan, se van separando de a poco, van perdiendo interés mutuamente, se pelean… Para cuando cierran los títulos señalando como “dirigida por” Frédéric Beigbeder el hombre ya está comunicando a los amigos sobre su divorcio al día siguiente. Suponemos, entonces, que pasaron los tres años del título útiles al desarrollo del argumento. En realidad no pasaron 4 minutos todavía, pero el futuro de los siguientes 92 tiene cierto tufillo autobiográfico porque la novela está escrita por el propio director. El protagonista es un escritor mediocre de 30 años, que encuentra en el dolor de la reciente separación la tangente por la cual sale la inspiración de su texto más “logrado”, justamente: “El amor dura tres años”. Un compendio de broncas y catarsis en contra del matrimonio, la pareja, la mujer, la histeria y otras yerbas que son contadas y narradas a cámara. Luego de varios intentos en distintas editoriales, cuya opinión sobre el patetismo del libro es unánime, una editora se la juega por cuestiones presupuestarias y lo lanza al mercado. Obviamente quedará lugar y tiempo para que Marc encuentre la oportunidad para vivir la contradicción de todo lo publicado en su best seller contra la mujer. ¿Cómo sucede esto? Alice (Louise Bourgoin, bella actriz), casada con el primo del autor, aparece en su vida no sin antes aclarar que leyó el libro y le pareció “escrito por un pendejo histérico”. El autor no querrá hacerse cargo de su éxito por las dudas que ella no le de bola. Sobre esta endeble y poco sustentable idea gira el resto de la trama, la cual dependerá más que nunca de la soltura del elenco para causar empatía y gracia. Es decir, por un lado “El amor dura tres años” es muy convencional; por el otro, tiene momentos de frescura, jovialidad, algunos diálogos desprejuiciados y espontáneos (todo gracias a las actuaciones del elenco), al mismo tiempo que la imagen del relato está salpicada por una batería de ideas superfluas sobre la vida, las relaciones de pareja, etc. El problema de estas “verdades”, marcadas a fuego por la experiencia amorosa anterior de Marc, es que se vierten en la pantalla de forma tan vertiginosa que no dan tiempo a desarrollarse ni en la historia ni en la mente del espectador, con lo cual se pierde la oportunidad de un humor más genuino. Algunas de estas frases son escritas literalmente en la imagen mientras el actor habla. Aparecen abajo, arriba, oblicuas, en perspectiva; como si fuera algo más que se agrega al set. Podrían ser buenos disparadores, pero quedan como frases sacadas del reverso de los sobrecitos de azúcar. La decisión del realizador para con el espectador es que Marc rompa la cuarta pared y nos hable directamente mientras detrás suyo ocurren algunas acciones. Una forma de convertirnos en cómplices de su pensamiento. Igual que en “Mientras la cosa funcione” (2009), pero claro, ni Frédéric Beigbeder es Woody Allen, ni Gaspar Proust es Larry David. Al principio decíamos que la introducción es un archivo donde vemos a Charles Bukowski en una entrevista afirmando: “El amor es como la niebla que sale antes de que aparezca el sol, un instante antes de que se evapore. El amor es una niebla que se evapora con la luz de la realidad”. Mire qué disparador para una película. Si el director hubiera visto estas primeras imágenes a lo mejor tendría un producto mejor realizado.
Una peli que se las sabe todas Para abordar la comedia romántica hay que tener conocimiento sobre las reglas del género y al mismo tiempo humildad para permitirse descubrir aspectos sobre una historia, sus personajes y los temas que se transitan, transmitiéndoselos al espectador. El amor dura tres años demuestra un desconocimiento llamativo sobre cómo funciona la comedia romántica -o más bien sabe la teoría, pero no la práctica- y a la vez cree conocer todas las respuestas sobre los misterios de la vida. Y la verdad que es muy aburrido pasar una hora y media con un film que se la pasa diciendo que es lo más genial del universo. El film, de entrada, ya tiene una contra importante: su protagonista es lo menos carismático del universo, en casi ningún momento genera empatía con el espectador. Marc Marronnier es un crítico literario que, luego de divorciarse, escribe un libro con un seudónimo donde hace toda una descarga en contra del amor, la pareja y las mujeres, y que termina convirtiéndose en un inesperado éxito. El problema es que en el medio conoce a Alice, la pareja de su primo, con quien comienza una relación amorosa, sin que ella sepa que él es el autor de una obra a la que ella considera tan infantil como misógina. A Marc lo vemos con todas sus contradicciones a cuestas y lo cierto es que nos importa poco y nada, porque tanto cuando se muestra cínico y machista, como cuando se revela sentimental y totalmente enamorado, lo hace desde la superficialidad, sin que se perciba ningún tipo de coherencia en sus conductas. El director y guionista Frédéric Beigbeder (quien adapta su propia novela) apunta a replicar el estilo de Woody Allen en la neurosis que muestran los personajes, y el de Stephen Frears/John Cusack/Nick Hornby en Alta fidelidad en la mirada a cámara, interpelando a cada rato al espectador, pero su visión se termina pareciendo bastante más a la de Adrián Suar en Igualita a mí y Un novio para mi mujer. Es decir, lo que tenemos es al típico macho con rasgos intelectuales al que se le terminan perdonando todas sus hipocresías porque bueno, el pobre muchacho en el fondo es sensible, débil, se equivoca, tuvo una historia pasada que no resultó y miren que está recontra enamorado. Lo está básicamente porque lo decidió el guión, a pesar de la poca química que tiene con la chica en cuestión. En el medio, El amor dura tres años se la pasa tirando líneas supuestamente ingeniosas, de las cuales casi ninguna da resultado. Lo mismo le sucede con ciertas ideas visuales para causar risa o emoción en el espectador, que al final terminan causando vergüenza ajena. Indudablemente el ego de Beigbeder es grande y piensa que está en condiciones de hacer la comedia romántica del nuevo siglo, cuando en verdad sus ideas atrasan unas cuantas décadas. No sé cómo será su literatura, pero su cine es tan pedante como intrascendente.
Con fecha de vencimiento “El amor es como la bruma de la mañana al despertar antes que salga el sol, se mantiene un instante y luego desaparece. Se evapora rápidamente, el amor es una bruma que desaparece con las primeras luces de la realidad”, nos dice entre risas mientras enciende un cigarrillo Charles Bukowsky en algún reportaje realizado en los años ochenta. Con esta frase comienza la película El amor dura tres años de Frédéric Beigbeder, director que además es escritor, crítico, comediante y publicista. Lo que sigue es una serie de imágenes que van desde el casamiento de Mark Marronnier (el protagonista) y Diana, su esposa en ese entonces, hasta la decadencia de la pareja que los lleva al divorcio. Observamos como una relación que alguna vez fue placentera y apasionada con el paso del tiempo se convirtió en tortuosa e indiferente. Entonces, el final llega como resultado indefectible. Mark es un crítico literario, amante de la música de Michel Legrand, un antihéroe con cierto aire a Antoine Doinel y con una carga de anacronismo que lo vuelven bastante particular. Siempre se las ingenia para rodearse de hermosas mujeres sin que podamos llegar a entender cuál es su verdadero encanto. Así nos introducimos en el mundo íntimo de Mark, que con su mirada a cámara nos hablará directamente a los ojos de las bondades y fatalidades del amor. Parece que de la tragedia siempre surge algo provechoso, entonces luego de su separación Mark decide escribir un ensayo llamado El amor dura tres años. Por un lado para hacer catarsis y por el otro para dar cátedra a sus compatriotas hombres de cómo sobrellevar ese calvario llamado matrimonio. Y nos dice: “El amor es un combate perdido desde el comienzo contra el tiempo” (mientras tipea en su computadora) para luego borrar y concluir que “el amor es un combate perdido desde el comienzo”. Claro y contundente. Tengo que reconocer que no pensaba encontrar nada rescatable en una típica comedia romántica francesa, pero Monsieur Beigbeder logró sorprenderme y hacerme reír en unos cuantos tramos de la historia. Su relato es bastante atractivo, la mirada a cámara del protagonista genera complicidad con el espectador, nos incluye y nos atrapa. Un plano secuencia muy bien logrado entre los alter-ego del protagonista nos llama la atención y algunos pequeños detalles se destacan. Vemos, por ejemplo, una mano cubierta con un guante de goma (esos que se usan para lavar los platos) que toca la pierna de su amado, interesante metáfora para hablar de una mano completamente “deslibidinizada” ante la mirada del otro, una mano que antes erotizaba y ahora dejó de tener la calidez que antes contenía. Brillante imagen que contiene la tesis de la película, síntesis absoluta del ocaso que lleva a las parejas al precipicio. El relato agrega un plus a la historia, que si bien es bastante básica en cuanto a la temática, tiene sus intersticios por donde podemos encontrar una mirada personal sobre el tema del “amor”. Con referencias a otras disciplinas del arte como la literatura, la música y el cine mismo, y con una gran intertextualidad esta película deja de ser una trillada y simple historia de amor, pasatista y simpática, para convertirse en una historia ácida y hasta algo oscura sobre las relaciones de pareja. Este director se las ingenia para hacer que el final romántico que todos sabemos que vamos a ver desde el comienzo tenga una vuelta de tuerca interesante y con un cierto tono sarcástico, un mérito interesante para este género de películas. Por otro lado, los personajes secundarios están muy bien logrados: el cura vasco que da la misa en un funeral, la dura y feminista madre de Mark, la endemoniada editora, el padre orgulloso de su potencia sexual (gracias a las bondades del Viagra) y su gran amigo negro que nos dará una sorpresa a último momento. Todos estos personajes le “pasan el trapo” a los protagonistas. Mark no puede ni con él mismo y Alice, su espontánea y torpe enamorada tampoco. Pero como bien dice el dicho: “siempre hay un roto para un descocido” y estos dos rotos se terminan encontrando. Quién sabe si el amor realmente dure tres años, quizás esta sea una mirada bastante optimista.
Si algo se evidencia ya en los primeros minutos de la película de Frédéric Beigbeder es la voluntad de adscribir cómodamente a muchos de los lugares comunes de la comedia romántica. Marc Marronier (Gaspard Proust), el protagonista, es un escritor frustrado que acaba de divorciarse. Entre rechazos de editoriales que le aconsejan que deje de escribir y la angustia por su separación, Marc conoce a Alice (Louise Bourgoin), una chica hermosísima, espontánea y misteriosa que resulta ser la novia de su primo. Marc es infantil y pasional, y por lo tanto arruinará un brindis de casamiento y también escribirá un libro sobre sus frustraciones amorosas que lleva el mismo título del film: El amor dura tres años. Sin embargo, la película no se toma demasiado en serio sus propios clichés y tampoco se preocupa por argumentar la tesis que le da nombre. Más bien y contra las expectativas, su energía está en forzar –por ejemplo, a través del protagonista que habla constantemente a cámara– pero no romper con el tono tanto inocente como mágico de muchas de las escenas. En ese sentido, es reveladora la omnipresencia de Piel de asno dentro de El amor dura tres años: el fascinante film de Jacques Demy basado en un cuento de hadas es apenas un poco más naive que la historia de Marc y Alice, amantes del siglo XXI que corren de la mano por París, se emborrachan y vomitan juntos y, claro, lloran con Piel de asno. Pero es por esa mezcla de ingenuidad, delirio y humor irónico que la película consigue despegar a la media hora para finalmente encontrar un ritmo, que además de ligereza le permite nutrirse muy bien de los personajes secundarios y de otros recursos como el flashback. Hacia el final, la última imagen resulta no menos sorprendente que la llegada del helicóptero en el que asistían el hada madrina y el rey al casamiento en las tierras medievales de Piel de asno: detrás de los amantes, que se besan apasionadamente a la orilla del mar, una ola se agiganta cada vez más. Pero el extraño arribo que en el film de Demy aparecía como un simpático anacronismo irrumpe en El amor dura tres años como metáfora, chiste, ironía; la amenaza de un tiempo futuro que viene a interponerse entre los amantes. Al fin y al cabo, el amor como apuesta inocente y casi ciega bajo la sombra de una gran ola.