Adorables perdedores Ganadora con absoluta justicia de la Competencia Latinoamericana del reciente Festival de Mar del Plata, El blanco afuera, el negro adentro llega al Gaumont como la sexta y última entrega del año de ese notable ciclo que es Encuentros con el Cine Brasileño. Queirós vive en Ceilândia, una zona desfavorecida de la periferia de Brasilia donde se hacinan más de 600.000 personas y allí filmó ya seis películas. En El blanco afuera, el negro adentro con sus personajes tullidos (física y emocionalmente), con su look apocalíptico, podría haber caído en el patetismo, en el miserabilismo, en la crítica social obvia y subrayada. Nada de eso. El director pone en el centro de la escena a dos personajes negros, uno en silla de ruedas y otro con una pierna ortopédica, ambos víctimas de la policía racista en bailes de los años ’80 donde se reprimían las actividades populares. Entre el documental y la ficción (todas las apocalípticas locaciones fueron construidas para el film) e inclusive con elementos propios de la ciencia ficción a partir de un investigador enviado desde el futuro a desvelar los hechos, con una inevitable mirada política pero también con un lirismo y una reivindicación de estos antihéroes que remiten al cine de los portugueses Pedro Costa y Miguel Gomes, el realizador de Dias de greve, Fora de campo y A cidade é uma só? construye un film extrañísimo y fascinante a la vez. El mundo de las radios clandestinas, las fábulas, la música (hip hop, funk) y la rebelión anarquista forman parte de este film popular sin los lugares comunes del cine populista. Una bienvenida rareza del nuevo cine brasileño que resulta un buen regalo de fin de año. A no dejarla pasar.
El futuro llegó hace rato El Brasil que aparece en El blanco afuera, el negro adentro (Branco sai preto fica, 2014) es actual, pero cuesta situarlo temporalmente. El espacio más que ubicar, desubica. Y los protagonistas tienen escasas cualidades para convertirse en personajes, al menos de los tradicionales. La idea de mundo ficcional queda un poco diluida. Cuesta adentrarse en el film del brasilero Adirley Queirós por estas razones. Pero encuentra una forma de contar que, aunque extraña, seduce. Allá por los años 80 algunas zonas marginales del Brasil padecieron las represiones ligadas al racismo policial. El film se centra en dos hombres negros que víctimas de estas fuerzas quedaron discapacitados (uno en silla de ruedas, el otro con una prótesis en la pierna) para permitirse denunciar un contexto sociopolítico. Pero también generando una mirada hacia la soledad, la depresión, y las ruinas emocionales de esta ciudad sumergida en la marginalidad y el deterioro. El panorama que describe El blanco afuera, el negro adentro es desolador. Como si tan sólo quedasen las ruinas de un pasado que dejó heridas abiertas para siempre. No es posible seguir una historia muy clara, ni siquiera es posible entender quiénes son los protagonistas. Porque son personajes que no tienen casi interacción entre ellos. Es el espectador el que debe entablar una relación con cada uno, tratando de conectarse con su estado emocional más que con hechos o situaciones. Las secuelas de una época de represión no parecen ser sólo parte del pasado. Los hombres de la película padecen un sufrimiento que muy poco tiene que ver con lo físico. Sin embargo, Queiros hace hincapié en esos miembros amputados que según el personaje “todavía puede sentir”, el miembro fantasma que le dicen. Es con esos detalles que el director logra desplegar una historia. Una pierna que no está pero que se siente como si estuviera. No hay necesidad de explicitar todo. El mundo de estos hombres tiene mucho de fantasmagórico. Se puede descubrir en el film una historia central, la del hombre que está en silla de ruedas. Transmite música desde una radio casera clandestina, pero también es quien describe y cuenta qué pasaba en los lugares donde se juntaban a bailar. Y en cada palabra añora ese pasado ideal donde todos bailaban y que no podrá volver. Hay también otro personaje que viene del futuro a investigar qué pasó ahí. La llegada del futuro no haría más que volverse hacia el pasado. La atmósfera aunque angustiante, se torna cotidiana, y ya no se sabe si todo esto es realmente una ficción.
Una libertad plena e incondicional Ganador hace un par de semanas de la Competencia Latinoamericana del Festival de Mar del Plata, el segundo largo de Queirós se revela como una fantasía comunitaria que excluye la idea de venganza, pero no la de justicia poética. Los saludables Encuentros con el cine brasileño, que vienen teniendo lugar en el cine Gaumont desde hace algunos meses, han permitido tomar contacto con películas que, de otra forma –a pesar de la cercanía de nuestros vecinos–, difícilmente hubieran llegado a las salas comerciales argentinas. Luego de las notables Sonidos vecinos y Avanti popolo, entre otras, el año se cierra con El blanco afuera, el negro adentro, film que lleva recorridos varios kilómetros en festivales internacionales y que viene de ganar, hace un par de semanas, el premio mayor en la Competencia Latinoamericana del Festival de Mar del Plata. Su director, Adirley Queirós, fue jugador profesional de fútbol hasta que una lesión le impidió seguir en carrera; detalle biográfico que, tal vez, tenga alguna relación con los personajes de su última película. Luego de varios cortos y trabajos para la televisión, su primer largometraje, el documental A cidade é uma so? (2011), cruzaba la arquitectura, la historia y los mitos fundacionales de Brasilia para investigar no el centro sino la periferia de esa ciudad, concentrándose en la génesis y crecimiento de Ceilândia, megabarrio satélite surgido de un proceso de erradicación de favelas, del cual Queirós es además oriundo.Branco sai, preto fica regresa a Ceilândia y, si bien las filiaciones con su película previa son evidentes, las intenciones y resultados del nuevo proyecto resultan mucho más expansivos, atractivos y rabiosamente originales. Más de una reseña crítica ha calificado al film acertadamente de ovni cinematográfico; es cierto que no hay aquí visitantes de otro planeta, pero la libertad con la cual Queirós tensa, cruza, amolda y dinamita los límites entre ficción y documental, entre fantasía y realidad, lo coloca en un lugar tan indiscernible como estimulante. El título remite a un hecho trágico del pasado al cual dos de los tres personajes centrales vuelven una y otra vez, una violenta redada policial en un baile popular durante los años ’80 que, odio racial y abuso de autoridad mediante, tuvo consecuencias determinantes: la pérdida de una pierna, en un caso; la imposibilidad de por vida de volver a caminar, en el otro.Marquim vive en una suerte de bunker en altura perfectamente preparado para movilizar su silla de ruedas. Melancólico, en su programa de radio amateur recuerda los pasos de breaking practicados junto a sus amigos de juventud, rapea sobre una base rítmica y hace sonar su colección de vinilos para quien quiera escucharla (la banda de sonido es de radical importancia e incluye perlas y rarezas como el primer hit de Jean Knight en el sello Stax, “Mr. Big Stuff”, o el himno dance “I Can’t Wait” de Nu Shooz). Sartana vive de la venta y reparación de brazos y piernas ortopédicos, quizá como consecuencia de tener que utilizar él mismo un miembro artificial. Finalmente, Dimas anda en busca de Sartana y se la pasa entrando y saliendo de un container industrial que, cada tanto, vibra, se sacude y es iluminado internamente por un juego de luces de discoteca.No es evidente desde un primer momento, pero cuando el film ha avanzado bastante el espectador cae en la cuenta de varias cosas, entre otras que Dimas es un hombre del futuro y que su casa de chapa no es otra cosa que una suerte de transportador temporal. O que Marquim y Sartana, habitantes de un gueto que es en parte real y en parte sets construidos especialmente, forman parte de un grupo de revolucionarios enfrascados en la preparación de un atentado para socavar el poder central que emana de Brasilia. Más allá de los elementos de ciencia ficción o del registro documental de sitios, calles y edificios siempre algo herrumbrados, El blanco afuera, el negro adentro se revela como una fantasía comunitaria que excluye la idea de venganza pero no la de justicia poética.Las referencias a la música afroamericana en general y al hip hop en particular ligan indefectiblemente el film con otros black powers presentes y pasados, pero Queirós nunca se rinde a la manipulación ideológica del espectador ni encuadra su obra según dictados o normas al uso. Una libertad plena e incondicional para pensar el cine y sus posibilidades narrativas, expresivas y políticas, acompañada a su vez por una amorosa empatía con sus criaturas, un particular sentido del humor y cierta tristeza por lo que podría haber sido pero nunca fue.
Inventiva y coraje La originalidad, la fuerza y la inventiva que Adirley Queiros expone en esta pieza única la colocaron en el centro de las atenciones en cuanto festival -Mar del Plata incluido- fue presentada después de su consagración en Brasilia 2014. Branco sai, preto fica no responde a las clasificaciones habituales del documental ni de la ficción. ¿Cómo considerarla un documental si en medio de los testimonios de dos de los protagonistas acerca de la brutal represión policial que sufrieron al cabo de un baile clandestino en los 80 y que les cambió la vida para siempre (uno está confinado a una silla de ruedas; el otro, obligado a llevar una pierna ortopédica), se presenta un extraño viajero que llega de 2073 a bordo de una suerte de rústico container, con la misión de reunir pruebas sobre la responsabilidad del Estado en esas y otras atrocidades cometidas contra negros y pobres? La imaginación, en cuyos desbordes podría quizá percibirse algún eco lejano de Glauber Rocha, es otro elemento sustancial que abre el camino hacia la ficción y aun hacia la fábula y la poesía y contribuye a liberarse de los rigores del documento y las limitaciones del realismo. No, El blanco afuera y el negro adentro no se parece a nada. Y de esa libertad creativa y ese coraje se nutre su apasionante originalidad. El apocalíptico paisaje en el que se desarrolla la historia, por ejemplo, ha sido totalmente creado por el director y su brillante diseñadora de producción, pero sobre la base de cualquier población al margen (y al servicio) de una gran ciudad, de modo que remite a los rasgos de cierta realidad suburbana, como las que abundan en el planeta. Lo documental ficcionalizado. El título reproduce la orden a la que respondían los policías a caballo cuando irrumpieron aquella noche de marzo del 86 en el famoso baile black que se desarrollaba en el Quarentão, el local de Ceilândia, el suburbio de la periferia de Brasilia donde transcurre toda la película. Y es lo suficientemente ilustrativo del racismo que recrudecía en esa época y que quizá no está tan extinguido como algunos brasileños querrían. Documento y ficción se mezclan tan estrechamente que no siempre el espectador puede distinguir -como en el caso del viajero en el tiempo, la condición de extranjería que se le atribuye al distrito federal o el violento desenlace- lo que es real de la pura invención. Y lo hacen desde el principio, cuando vemos llegar a su casa -ingeniosamente adaptada a su actual condición y encerrada en sugestivas rejas- al robusto Marquim, maniobrando su silla de ruedas, montar al primer piso, colocarse frente al micrófono que tiene sobre una mesa y relatar a los oyentes de su emisora un episodio sucedido en el pasado mientras se suceden fotografías que ilustran aquella negra jornada en la que todavía él era el responsable de la música, y su amigo Shokito-Sartana exponía sus habilidades de bailarín y coreógrafo. Ninguno de los dos ha cedido ante la desgracia ni abandonado sus vocaciones, lo que no quiere decir que Queirós se deje tentar por el miserabilismo ni que sus personajes cedan a la autocompasión. Al contrario: les sobra fortaleza de espíritu. Marquim sigue rapeando por la radio; el ex Sartana colabora con el perfeccionamiento de prótesis para quienes tienen necesidades similares a las suyas. Y no deja de practicar nuevas coreografías. Marquim no sólo se llevó de Brasilia el premio al mejor actor -uno de los once que mereció la película-, sino también el que reconoció otra de sus contribuciones fundamentales: la selección de la música (predominante negra, claro) que se oye en el Quarentão y en el film entero.
Ardiley Queirós rescata la frase que usaban las fuerzas represoras en el Brasil de los años 80 y cómo los sobrevivientes mutilados en la actualidad se rebelan en radios clandestinas, la resisten y se encaminan al cómic y lo fantástico.
Una denuncia documentada y ficcionalizada “Blanco sale, negro adentro” es lo que plantea el título en portugués, una consigna que remite a la forma en que eran detenidos quienes frecuentaban clubes clandestinos de música en los ochentas en los suburbios de Brasilia. Por supuesto, en verdad la película de Adirley Queirós no está remitiendo específicamente a un club nocturno en particular, sino que está denunciando un apartheid social desde personajes que sufrieron en su cuerpo las consecuencias de esta persecución. De todos modos, el film no transita un lineamiento convencional, sino que se va a los márgenes entre el documental y la ficción para dar lugar a un raro híbrido que va de los testimoniales frente a cámara hasta la ciencia ficción, con personajes que están en una búsqueda desesperada por sobrellevar sus vidas deshechas, apelando al formato coral. Entre la maleza de datos que van de la realidad a la ficción, el director se permite la sutil ironía de inventar un pasaporte para poder pasar a Brasilia desde la periferia que rodea la ciudad Más allá de que a El blanco afuera, el negro adentro le pueden sobrar minutos y por momentos tornarse algo densa, su carismático protagonista y lo osado de la propuesta que, a pesar de jugar con los márgenes de la realidad puede exponer su mensaje claramente, la hacen una propuesta totalmente atendible.
Los mutilados La frontera entre la realidad y la ficción se diluye con sabor a distopía o por lo menos al retrato de las ruinas de personajes en ruinas, propuesta de este contundente opus del brasileño Adirley Queirós, El blanco afuera, el negro adentro. Tal vez un film político más que otra cosa, que no se apacigua frente a los códigos formales para dejar manifiesto un grito anti sistema de enorme fuerza y que no puede ocultar su desencanto frente a la realidad de aquellos mutilados por la brutalidad policíaca en los 80. Mutilados, tanto física como espiritualmente, los personajes de esta rareza cinematográfica no se conectan entre sí más que desde el escenario post favela que habitan, y por el que transitan acompañados de su silla de ruedas o prótesis de piernas para reconocer en la carencia de ese miembro que ya no está, la sensación de lo que alguna vez estuvo. Y eso es quizás el pasado visto desde el presente apocalíptico y crudo, al que se le impone -aunque más no sea desde la ilusión- la rebeldía de la transgresión: un plan pergeñado desde la clandestinidad para recuperar un territorio perdido. La música es un bálsamo para uno de los protagonistas, a quien una bala perdida le arrebató para siempre las chances de volver a caminar, así como deleitarse con la danza en bailes populares, añoranzas que se mezclan en el letargo de la noche y con su transmisión espontánea de radio en la que además de pasar discos de vinilo se improvisa desde bases rítmicas al mejor estilo hip hop caribeño. Sin embargo, para enrarecer más aún y finalmente catapultar al film a la categoría inclasificable, un hombre proveniente del futuro explora ese mundo y se refugia en un contenedor que se sacude al ritmo del baile con luces que giran y recibe órdenes de un poder superior, la representación de ese Estado represivo, poderoso e invisible, que a pesar de Lula y sus intentos por reducir la brecha de los excluidos parece incorporar nuevos especímenes: los mutilados de siempre.
Después de muchos años en los que de la tierra de Glauber Rocha solamente se podían esperar buenos documentales, hay algunos indicios para pensar que el cine brasileño de ficción está empezando a resurgir de las cenizas. Sonidos vecinos, Avanti popolo, A Vizinhança do Tigre, Ventos de Agosto son títulos poderosos, un cúmulo de evidencias para creer que, en el futuro, el cine de Brasil dará que hablar. Branco sai, Preto fica, el segundo largometraje de Adirley Queirós, es quizás la prueba más contundente de ese porvenir. Técnicamente, los festivales suelen presentar la extraordinaria película de Queirós como si se tratara de un documental. Por cierto: ¿desde cuándo es posible filmar viajes en el tiempo? Al menos aquí, uno de los personajes parece venir desde el futuro con una misión precisa: conjurar el daño del Estado brasileño contra parte de la población de los suburbios de Brasilia, en este caso Antiga Ceilândia, del Distrito Federal. A este personaje misterioso se lo ve transportarse en una cabina vacía estacionada en una suerte de tierra baldía en las inmediaciones de un edificio gigante deshabitado. Va de un lado al otro y a veces espía a dos amigos suyos que recibieron una paliza por parte de la policía ocurrida en una discoteca el 5 de marzo de 1986, bajo el pretexto de una pesquisa vinculada a la drogas; el móvil de ese brutal desempeño, en realidad, fue el odio racial. No se trató de una golpiza sin consecuencias: Marquim quedó paralítico; Sartana perdió una pierna. Branco sai, Preto fica, Adirley Queirós, Brasil, 2014 Lo que en principio podría haber sido solamente un documental de testimonios se transforma en una especie de “documental observacional” acerca de una fantasía compartida. Lo que se escenifica no es otra cosa que el pedido de los protagonistas de sortear la reconstrucción verbal de los acontecimientos sustituyéndolos por un retrato de sus vidas que incluya una suerte de conjura de sus traumas a través de la ficción. La violencia sublimada y poetizada llega en el final en forma de historieta, cuando algunos edificios estatales parecen sufrir un atentado, un ejercicio lúdico que en el contexto de estas vidas resulta comprensible. En verdad, ver a Marquim trasladarse en su silla de ruedas por su casa rapeando en su programa de radio, o a Sartana vendiendo prótesis para gente que padece los mismos inconvenientes físicos que él, constituye un contrapunto amoroso a ese desenlace no exento de rabia. Que el film de Queirós deba ser entendido como un documental, es algo que únicamente puede justificarse como tal si se lo concibe como una película dedicada a registrar el espacio urbano de las periferias de las grandes capitales. Los planos abiertos denotan un horizonte infinito pero sin referencias precisas y devuelven una arquitectura en la que los escombros y los desechos configuran un paisaje desprovisto de naturaleza. Las tareas cotidianas de Sartana y Marquim, que en cierta medida coinciden con la desolación material de ese territorio, demuestran una fuerza espiritual admirable por parte de los dos protagonistas, quienes suministran la información necesaria para entender que tanto la amputación de una pierna, en un caso, como la inmovilidad forzosa, en el otro, se remontan a una acción del Estado sobre los cuerpos dóciles de ciertos ciudadanos, aquellos que están para servir a los que viven en el centro y que deben regresar a descansar a esas geografías circundantes. La insolencia creativa de Queirós recuerda bastante a la irreverencia de Rocha. Su segunda película no se parece absolutamente a nada. Es cine nacido del deseo y la necesidad, un puño transformado en cámara capaz de doblegar plano tras plano la hipocresía y tibieza que asfixia a gran parte del cine contemporáneo.
Película original por donde se la mire, EL BLANCO AFUERA, EL NEGRO ADENTRO –más allá de un título en castellano que suena a película porno– combina dos (o hasta tres) géneros que parecen imposibles de unir: el documental sociopolítico, el filme de ciencia ficción y el musical. A lo largo de 90 minutos en los que seguimos a tres personajes, el director brasileño Adirley Queirós nos introduce en un mundo muy específico: el de Ceilandia, la periferia de Brasilia, que fue construida como barrio para que vivan los obreros que trabajaron en la construcción de la capital del país. Las diferencias entre la moderna Brasilia y la densamente poblada y complicada periferia urbana se fueron haciendo cada vez más grandes y el filme las sintetiza en dos ejes narrativos. Por un lado, en un episodio que tuvo lugar en marzo de 1986 en Quarentao, una fiesta/baile popular del barrio que fue víctima de una redada policial cuya orden es la que da título al filme (“los blancos se pueden ir, los negros se quedan” sería una traducción más ajustada) y que dejó muy maltrechos a dos de los protagonistas de la película. Por otro, una fantasía retro-futurista en la que un enviado de 2073 llega al presente a tratar de impedir una acción terrorista –digamos– que las dos víctimas planean hacer en Brasilia. adirleyMarquim era un habitué de Quarentao en su adolescencia, de esos que se juntaba con sus amigos durante toda la semana a preparar pasos de baile para la fiesta, musicalizada habitualmente por hip hop, R&B y soul americano, más que por los tipos más conocidos de música brasileña (“baile funk” de favela, como se lo suele denominar). Ese episodio policial, que él mismo narra al inicio de la película, lo dejó paralítico y hoy anda en silla de ruedas. Marquim narra el episodio –y luego otros– de una manera que trastoca el habitual testimonio de documental: es una suerte de DJ casero que habla, cuenta historias y pasa vinilos en su casa (adaptada a sus necesidades y dificultades físicas) y sus relatos están estructurados en ese formato. Por otro lado hay otro personaje que también perdió una pierna en ese hecho y que hoy parece deambular por Ceilandia participando en una suerte de mercado negro de la ortopedia. El tercer personaje parece pertenecer a la pura invención y es un viajero del futuro que aterriza, con un container como nave espacial, desde el futuro con la intención de investigar ese hecho policial, encontrar a un tal Sartana y detener lo que fue –el hombre viene del futuro, no olvidemos– un atentado contra Brasilia que, iremos viendo, los otros protagonistas están planeando de una manera bastante particular. Esa mezcla entre documental y ficción incluye además otro ángulo que pone las cartas raciales más claramente sobre la mesa: para moverse entre Ceilandia y Brasilia hace falta un pasaporte que nuestros antihéroes necesitan falsificar con la ayuda de un traficante que es a la vez productor musical… brancoTodo esto tiene mucho más sentido y claridad viendo el filme que narrado aquí ya que, por más absurda que suene, la combinación tiene muchísima lógica viendo los espacios en los que se desarrolla y el tono que Queirós le da a la historia. EL BLANCO… tiene algo del cine negro norteamericano, como si Spike Lee y Godard se hubieran cruzado con Glauber Rocha en algún desolado lugar brasileño con que por momentos hace recordar a las desoladas autopistas de Detroit o algún lugar así, sensación que la música (mucho soul de Stax, algún hip hop bien ochentoso y apenas un par de temas del más brasileño forró) acrecienta. Si los protagonistas y la música son claves, un tercer gran “personaje” del filme es el lugar en el que transcurre la historia. Barrios abandonados, casas deshechas, basureros públicos, favelas que parecen arrasadas por algún tornado, es el universo de la marginalidad, el ghetto patrullado desde siempre por la policía, esa que mantiene al “negro adentro” y encerrado, y a la vez “afuera” de la institución que representa la capital. Usando la imaginación para cubrir la falta de presupuesto –la nave espacial y el atentado son claras muestras de cómo resolver con poco algo que tendría un costo millonario en una película más grande–, con una excelente selección musical que seguramente es más cara de lo que la producción podía pagar (no hay créditos de los temas por lo cual es pensable que la película se hizo sin los derechos de las canciones), Queirós crea una película sumamente personal y a la vez universal, una que desde la originalidad de sus búsquedas estéticas, conecta también con una situación social y política muy real, como también lo hacía la reciente AVANTI POPOLO, de Michael Wahrmann. Son películas como estas dos –y también SONIDOS VECINOS, de Kleber Mendonca Filho, también estrenada recientemente en el marco de los Encuentros con el Cine Brasileño– las que muestran un futuro viable y original para el cine de ese país. Y, ¿por qué no?, para el resto del cine latinoamericano.
Muy rápido, la pelicula devela el sentido de su título. Algo así como “los blancos salen, los negros se quedan”. “La policía de Brasilia es extredamente violenta y racista” dice el director en la charla presentación durante su exhibición en el Festival de Mar del Plata, días antes de su estreno comercial En los años 80, los bailes de los jóvenes del cordón de Brasilia eran allanados por esa policía en verdaderas razzias que dejaron sus secuelas. Los negros se tenían que quedar adentro y sufrir las consecuencias. Uno de esos barrios es Antiga Ceilandia, a 40 km de la capital de Brasilia, lugar natal de Queirós, donde transcurre esta historia de Branco sai…. El nombre Ceilandia viene de Comunidad Expulsión de Invasiones, relacionada con las políticas sistemáticas de expulsión de los pobres y marginales para limpiar la ciudad de Brasilia: 80.000 personas fueron reubicadas en ese programa de gentrificación, muchas de ellas conforman la población de Ceilandia. Queiros define su pelicula primero como una ficción, después como “un documental basado en el concepto de mal gusto”; una bomba de mal gusto lanzada al cine brasileño en venganza por esa expulsión (!) La cosa es así: con personas reales, todos amigos de la infancia del director, la trama superpone tres historias personales: una, la de Marquim un melómano que quedó en silla de ruedas despues de ser aplastado muy jovencito por un caballo de la policía en una de esas razzias, tiene una radio clandestina y planea enviar una capsula del tiempo al futuro, con una melange de música popular (desopilante la cancion del burro, casi casi una cumbia villera pero brasileña). Otra, la de Sartana, otro hombre que en las mismas circunstancias pierde una pierna y se obsesiona con piernas ortopédicas y el tercero, un personaje que vive en un container vacío resulta ser un enviado del futuro (el 2073) que viene con la misión conseguir las pruebas que puedan incriminar al Estado brasileño en las razzias policiales. Esta trama futurista, que a simple vista parece un delirio poco atractivo, es en realidad una crítica inteligente y creativa al Estado de control que se asume como la estrategia de poder aplastante de esos suburbios empobrecidos, un Estado que pide pasaportes ingresar a Brasilia, que pone horarios de toque de queda y control de la población amenazando desde los helicópteros. Un presente-futuro apocalítico ciertamente que homenajea a su vez a esos espacios de libertad que eran los boliches de música donde los jovenes bailaban soul y competían por la originalidad de los pasos de baile. Branco sai preto fica (que se estrena con el titulo litera El blanco afuera, el negro adentro resulta ser una ciencia ficción bien latinoamericana, sin el estruendo de una puesta en escena futurista, al contrario, mucho pasa por lo sonoro, mas que algun tipo de aparataje visual, por lo que no se ve y se cuenta y que registra de un modo contundente el modo en que los barrios marginales del conurbano de Brasilia se constituyeron en lugares negados por la misma sociedad que los engendró. Lo de la “bomba de mal gusto” o “documental terrorista” estaría por verse. Por lo pronto, es una pelicula que trae mucho aire fresco al cine actual, aire que es bueno que venga de Latinoamérica.
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