Con las mejores intenciones Una gran historia, un protagonista anodino, un muy cuidado y correcto documental. Así podrían sintetizarse los contrastes de esta opera prima de Misael Bustos. ¿Por qué "una gran historia"? Porque abarca desde la historia política internacional (con eje en la caída de la Unión Soviética) hasta el retrato de un intenso drama de desarraigo y conflictos familiares ¿Por qué "un protagonista anodino"? Porque Viktor, el marinero que había llegado a bordo de un buque pesquero y quedó varado en Mar del Plata, en 1991, tras el desplome del comunismo (una versión local del Tom Hanks de La terminal, de Steven Spielberg), resulta no demasiado interesante en sus recuerdos, anécdotas, contradicciones y disyuntivas (es un hombre de mar, hosco y huraño, y por lo tanto escasamente empático para el espectador) ¿Y por qué "un muy cuidado y correcto" trabajo? Porque tiene un nivel de producción infrecuente en el medio local (se rodó en Moscú, Bielorrusia, Letonia, Mar del Plata y la Patagonia Argentina, y hasta se terminó en fílmico), porque regala una calidad de imágen, sonido y edición de primer nivel, pero al mismo tiempo extraña cierta audacia, cierta "incorrección", ese riesgo de salirse de la fórmula, de lo preestablecido, de quebrar el decálogo del "buen" documental. Creo que Bustos y sus productores hicieron todo lo posible para conseguir que la historia alcanzara una dimensión humana que llegara a conmover (porque realmente es dura y absurda la parábola de los dos marineros que aquí se retratan, uno más "adaptado" a la Argentina y otro que parece perdido en una suerte de limbo), pero aún yendo a buscar a sus familiares y amigos a la otra punta del planeta (un pueblito helado en el medio de la nada) el film no alcanza ese punto en que la narración se hace carne en el público. De todas maneras, El fin del Potemkin no deja de ser un relato interesante (por momentos atrapante), hecho con enorme profesionalismo y con las mejores intenciones. Aunque, a veces, todo eso no alcance para redondear una gran película. Nota: Aclaro que mi hermano Nicolás es uno de los coproductores del film.
Sobrevivir en el extranjero Producido por Luis Puenzo y dirigido por Misael Bustos, este documental reconstruye a través de entrevistas y material de archivo, la historia de dos marineros rusos. Dos personajes que han quedado varados en la ciudad de Mar del Plata, en la década del noventa, lejos de sus familias y sin dinero para regresar. Se trata de Victor Yasinskiy y Anatoli Atankievich, dos marineros de la ex URSS, y trabajadores del ex barco mercante Latar II. A bordo, quedaron sesenta tripulantes de un barco que cambió su rumbo. Y las vidas de todos. Esta es la historia de El fin del Potemkin, en la que Misael Bustos juega con la notalgia y el difícil proceso de adatación que sufrieron estos extranjeros que llegaron a La Feliz. Una contradicción en un film también rico en contrastes (la llegada de los veraneantes y ellos observando todo desde lejos) que no subraya más de lo que debe, sino que se limita a contar una historia que combina nostalgia, recuerdos y un presente incierto donde la falta de trabajo es moneda constante. El desafío de los verdaderos protagonistas consiste, veinte años después, en sobrevivir y pelear en el destierro al que fueron sometidos. La distancia, la visión de los familiares a miles de kilómetros y los ojos húmedos de Victor hablan por sí solos.
Dos a la deriva Documental sobre marinos de la ex URSS varados en la Argentina. El abrupto, inesperado derrumbe del comunismo dio material para ingeniosas ficciones cinematográficas. Un ejemplo: Good Bye Lenin , centrada en una mujer, orgullosamente marxista, que entraba en estado de coma antes de la caída del Muro de Berlín y a la que, luego, le ocultaban la conversión de su país al capitalismo. La historia de El fin del Potemkin , más dramática, también podría haber nacido de la imaginación de guionistas capaces de articular lo individual con lo histórico. Pero no: en este caso no se trata de inventiva sino de realidad, de una situación que bordea lo inverosímil pero es verdadera. El documental, del argentino Misael Bustos, trata sobre marinos de distintas repúblicas de la ex Unión Soviética que en 1991, tras el desmembramiento de este Estado federal, quedaron varados en buques pesqueros frente a nuestras costas. Como Viktor Navorski, el personaje de Tom Hanks en La terminal , ciudadano de la ficticia Krakozhi, sus pasaportes pasaron a ser obsoletos de un día al otro. Esta situación, más una estafa empresarial, los llevó a quedar en un limbo: un limbo que, en el caso de los dos hombres mostrados en esta película, ya lleva veinte años. Bustos prefiere eludir el mero relato a través de cabezas parlantes e imágenes históricas. A los testimonios de Viktor Yasinskiy y Anatoli Atankievich les intercala filmaciones de archivo: muchas de ellas, como las subjetivas de Mar del Plata a principios de los ‘90, nos hacen compartir el punto de vista de estos marinos sin patria, sin plata, sin rumbo, perdidos en un mundo extraño para ellos, familiar para nosotros. Además del relato central, la película -rodada en Moscú, Bielorrusia, Letonia y ciudades argentinas- abunda en climas, en general nostálgicos, transmitidos con gran pericia técnica y un grado de profesionalismo infrecuente en documentales nacionales. Sin subrayados, el realizador juega con el antagonismo de los sistemas económicos. Hablamos de hombres que partieron de un país con un Estado todopoderoso y encallaron en otro con un Estado débil, en achicamiento: la Argentina menemista. En algún momento, cuando los protagonistas cuentan sus penurias para sobrevivir, se alude a El acorazado Potemkin , sobre todo a la sublevación de los marinos del clásico de Eisenstein, obligados a comer carne agusanada . También podría decirse que aquel barco ya miltológico y el de Viktor y Anatoli (que no se llamaba Potemkin sino Latar II) reflejan la gestación y caída del colectivismo. Entre medio, las complejas, dolorosas historias individuales.
La nostalgia, eje de una reflexión sobre pasado, presente y futuro Viktor Yasinkiy nació en Bielorrusia y, cuando el socialismo en la Unión Soviética entró en crisis, pensó que podía ayudar a su pequeña familia viajando hasta Buenos Aires para trabajar como electricista en barcos pesqueros de la empresa Latar, que cumplían sus rutinas por la costa atlántica. Pero tuvo mala suerte. Como consecuencia de las políticas de glasnost y perestroika, aquellas naves quedaron varadas en Mar del Plata, con una carga que aquellos que las regenteaban prometían como compensatorio por el cese de las actividades. Pero nada de eso ocurrió y los trabajadores quedaron a miles de kilómetros de sus lugares de origen, con documentos de países que dejaron de existir y sin un peso en el bolsillo, más o menos igual que otro Viktor, de apellido Navorski, oriundo de la inexistente Krakosia, personaje del film La terminal , que queda imposibilitado de moverse de un aeropuerto cuando su país se disuelve. Al Viktor del film del debutante cineasta marplatense Misael Bustos las cosas no le fueron tan bien como al imaginado por Steven Spielberg. La cámara, que también se ocupa de un colega suyo también a la deriva en un país que apenas conocían, establece un paralelo entre aquellos marineros rebeldes del acorzado Potemkin (según el film de Sergei Eisenstein de 1925), pero se ocupa de poner en primer plano al ser humano y su nostalgia por lo que perdió, su sensación de derrota y el intento de salir adelante a pesar de todo. El relato, si bien cobra emoción en la segunda parte, se resiente en ritmo. No obstante esta observación, Bustos consigue su propósito y pone en boca de Viktor un par de reflexiones memorables. "Nostalgia, sí hay, pero tenés que dominar eso. ¿Mi futuro? Nadie lo sabe, nadie sabe su futuro", dice en la cubierta de un barco desolado en Comodoro Rivadavia, con el soplido del viento como fondo.
Viñetas de la inmigración forzada No es el fin del Potemkin lo que aquí se cuenta, sino el de otro barco más cercano, el Latar II, cuya mole carcomida todavía puede verse (no por mucho tiempo) reclinada contra la escollera Norte del puerto marplatense. Pero en cierto sentido sus destinos se asemejan. En la famosa película de Eisenstein, ambientada en 1905, el acorazado cruza triunfante hacia la libertad. Esto fue de veras así. Luego ancló en Rumania, fue devuelto a Rusia, heredado por la URSS, capturado por Alemania, recapturado por los rusos blancos, y reventado. En cuanto a los marinos del Potemkin, varios volvieron a Rusia ilusionados por promesas de perdón y ahí nomás los ejecutaron o enterraron en cárceles, y otros más vivos huyeron de la vigilancia rumana, lo más lejos posible, a Irlanda e incluso, 32 de ellos, a la Argentina, hacia 1908. Unos 80 años más tarde, llegaron otros rusos, mejor dicho bielorrusos y letones, en un barco factoría, ilusionados por una muy buena paga. Pero mientras estaban pescando en el Mar Argentino, la URSS reventó, la empresa a cargo del barco no se hizo cargo, y los tripulantes se encontraron de buenas a primeras sin plata alguna, sin saber castellano, y sin siquiera un pasaporte válido, porque el que tenían era de un país ya inexistente. 39 de ellos clamaron por abogados, reclamaron al propio Gorbachov cuando éste visitó Mar del Plata (que ni los atendió), y al final se desperdigaron. Algunos volvieron a sus pueblos con las manos vacías, otros intentaron rehacer aquí sus vidas. Este documental del marplatense Misael Bustos presenta la experiencia de dos de ellos: el maquinista Anatoli Atankievich, que revalidó su título en Prefectura y sigue en los talleres, y, sobre todo, el electricista naval Víctor Yasinskiy, que partió de su pueblo dos días antes del cumpleaños de su hijita, y nunca más volvió a verla. Entre otras cosas, lo demoraron la mala suerte y el embarazo de una mujer con la cual había formado pareja circunstancial. Hoy es padre aquí y allá, pero trabaja en Comodoro Rivadavia. La película atiende las historias de ambos marinos, y también visita sus pueblos natales. El pobre Víctor mejor que ni vuelva. Los suegros echan pestes. ¿Pero acaso hablarían bien de él, si hubiera vuelto justo para la hecatombe económica que significaron los cambios de 1991? Tocante registro de la inmigración forzada, recuerda un poco el testimonio recopilado por Juan Marsal en «Hacer la América. Autobiografía de un inmigrante español en la Argentina», sobre un infeliz que durante años apenas pudo mandar algo de plata a su casa, y los parientes lo terminaron despreciando por perdedor. Era un libro que solía recomendar Guillermo Magrassi, el de «La aventura del hombre». Quién sabe cuántas otras historias similares habrá en estos momentos en estas tierras. O cuántos argentinos andarán pasando frío y vergüenza en lugares lejanos. Quién sabe, también, si en una de esas don Víctor no da el batacazo y termina reuniéndose orgullosamente con su hija. La película hace que nos interesemos especialmente en su destino, y tengamos ganas de saber cómo sigue. Duele un poco, pero vale la pena.
Como un legado de la Perestroika Abandonados a su buena suerte, dos marineros (Viktor Yasinskiy y Anatoli Atankievich) oriundos de Bielorrusia, que trabajaban en un barco de la ex Unión Soviética, quedaron varados en la Argentina, con la llegada de la Perestroika a su país. Mientras el primer ministro ruso Mijail Gorbachov sonreía ante los noticieros del mundo, esos dos hombres, junto a muchos otros, quedarían a la deriva, sin patria y librados a la buena suerte, en un puerto muy lejos de su tierra natal. Ocurre que el pesquero Latar II, en el que navegaban pertenecía a una empresa mixta, con capitales bielorrusos. Al separarse la Unión Soviética de Bielorrusia la nave quedó anclada y sin apoyo económico, según lo dan a entender los testimonios en el filme. En ese marco de situación el pesquero quedó varado en Mar del Plata y su tripulación entre rusos y argentinos, sin recibir sueldo alguno. Se llegó a tal situación que tuvieron que ir vendiendo las partes del barco para poder subsistir, aunque algunos no sobrevivieron al intento. TESTIMONIOS DIRECTOS El documental de Misael Bustos, es un documento único, bien contado, que hace referencia a los nuevos inmigrantes que pueblan la Argentina, en este caso no por decisión propia, sino obligados por las circunstancias. Con escenas filmadas en Rusia, Buenos Aires y Mar del Plata, la película sigue distintos momentos de la vida de esos dos marineros, un electricista y un ayudante, hasta que logran rearmar una nueva familia en la Argentina. Con un buen apoyo de documentos y testimonios de los mismos damnificados, el relato muestra la travesía existencial de esos dos hombres, los que como muchos otros, en Europa, con los cambios económicos y las crisis, se han quedado prácticamente sin patria que los ampare, ya que en sus documentos originales figura un país que ya no existe más. Mientras que en el recuerdo quedaron padres, familiares, esposas e hijos, a los que ya no se los ve. Misael Bustos en su opera prima consigue una historia emocionante, épica y a la vez histórica, incluye fragmentos de noticieros, fotos y el testimonio directo de sus protagonistas, a los que parece perseguir un estado de soledad constante y la pérdida de un idioma para dar lugar a otro nuevo, que se habla con dificultades, aunque eso no impidió que hicieran el esfuerzo por comunicarse, en pos de reconstruir sus vidas.
Noticias del Este Un grupo de pescadores rusos quedan anclados en la costa marplatense tras la disolución de la Unión Soviética. Veinte años después Misael Bustos reconstruye en forma de documental la historia pasada y presente de VíKtor, el hombre que nunca más regresó a su país. El fin del Potemkin (2011) tiene varias aristas que lo vuelven interesante. La primera es la historia en sí misma. Un pesquero encallado en un país extraño que tras la caída de un régimen gubernamental nadie reclama. Steven Spielberg recreó un hecho similar cuando en La terminal (The terminal, 2004) el personaje que interpretaba Tom Hanks –también de nombre Viktor- queda varado en un aeropuerto tras la disolución del país que provenía. La segunda faceta llamativa de la trama es la investigación de cómo se manejó el caso desde lo político en ese momento, y la clara desición de no hacerse cargo de nada. ni de nadie Mientras que la tercera es analizar las razones que llevaron a uno de esos hombres a no querer volver más a su tierra natal y radicarse definidamente en Argentina. Desde lo formal el documental, que cuenta con la producción de Luis Puenzo (La historia oficial, 1985), se construye en base al testimonio de Viktor y la fusión con material de archivo. Pero es básicamente él quien lleva el hilo conductor de la trama narrada en su primera parte como si se tratará de un thriller político. Es ahí en donde la historia alcanza su punto más alto. Durante el segundo trama vira hacia el drama familiar, entrevistando a aquellos seres queridos que quedaron en su tierra natal y que él parece querer olvidar. Una serie de reproches que no suman demasiado hacen que el final se vuelque más al formato del reality show, elemento innecesario que resta en lugar de sumar. A pesar de esta apreciación personal El fin del Potemkin es un documental atractivo desde lo visual -se nota un cuidado trabajo a la hora de encuadrar, seleccionar cada plano y fotografiar cada escena- que cuenta una historia por demás de atrapante, que a pesar de la disparidad narrativa sale airoso en su totalidad.
Una de las virtudes destacables de este documental de Misael Bustos, es la de saber contextualizar espacio y tiempo de manera dinámica y concisa. Sin este elemento, sería bastante más difícil conectarse con El Fin del Potemkin. De hecho, aquel episodio de los marinos rusos varados cerca de la costa de Mar del Plata, fue una de esas noticias destinadas a llamar la atención en aquel verano de 1991 para luego pasar al olvido tapada por algún escandalote farandulero. Por eso, la enumeración de hechos internacionales conocidos por todos (Gorvachov y la Perestroika, la caída del muro de Berlín, etc) es un gran acierto del director de El Fin del Potemkin. Para cuando Víctor Yasinskiy comienza a relatar su historia, todo empieza a cobrar un aire familiar lo suficientemente fuerte como para lograr un estado de compromiso por parte del espectador. Al relato de Víctor se suma el de su compañero de circunstancia y amigo Anatoli Atankievich. Bustos toma una noticia que en cualquier noticiero sería de relleno y la humaniza a partir de presentar a un hombre que se embarca en la decadente Unión Soviética de fines de los ’80 en busca de sustento para su familia. Pero en ese momento de la historia, la decisión de Gorvachov provocó (entre otras cosas) la pérdida de la identidad ciudadana. Incluso del sentido de pertenencia porque en cuestión de meses, el pasaporte de U.R.S.S. ya no era válido en ningún lugar del mundo y mucha gente quedó literalmente sin poder acreditar una procedencia, una nacionalidad. Un poco lo que pasaba con el personaje de Tom Hanks en La Terminal (Steven Spielberg, 2004). La producción de Luis Puenzo es notable pues la película cobra mas fuerza con las imágenes tomadas en Letonia, Bielorrusia y Moscú. Son una lección de encuadre en busca de una idea conceptual. Paredes de edificios inmutables, fríos y enormes ante las vicisitudes del hombre por tristes que sean. Es que ambos marinos han atravesado leguas y leguas en busca de sustento para sus familias y se encontraron con una coyuntura política que atentaba contra el ánimo de cualquiera. Como si estuvieran atrapados en medio de la historia de la humanidad sin poder hacer nada para cambiar sus destinos. Así transcurren los relatos de ambos, contándonos como la siguen peleando 20 años después y aún sin poder retornar a sus hogares. A lo mejor hubiera sido mas redituable y efectista para la producción, convertirse en una especie de Sorpresa y media, pero el director se cierne a lo estrictamente documental y a retratar aquello que le llama la atención de esta circunstancia. Sin caer en el golpe bajo, su observación se torna más aguda. El Fin del Potemkin es una invitación a pasear por el epílogo de una potencia mundial y de cómo ésta no pudo ni siquiera sostener a parte de su gente. Un documental muy bien realizado. Vale la pena.
Anclados al vacío La ópera prima de Misael Bustos reconstruye la vida de dos marineros de la ex-Unión Soviética que quedaron varados en Mar del Plata con la caída del régimen comunista. Con imágenes de archivo y testimonios de familiares y amigos desde Moscú, Bielorrusia y Letonia, el documental, producido por Luis Puenzo, explica el abandono hacia estas personas y las razones de su estadía obligada. Luego de dejar sus hogares y viajar hacia la Argentina por trabajo a principios de los ´90, Viktor Yasinskiy y Anatoli Atankievich, junto a otro grupo de soviéticos, son dejados a su suerte en este lado del hemisferio luego del derrumbe del gobierno de Mijail Gorbachov. Al tiempo de vivir en Mar del Plata, Viktor y los demás reciben una oferta para volver a Rusia, pero sólo les brindarían el pasaje de regreso y un mínimo del salario por su trabajo en Argentina. Viktor, que ya desde niño soñaba vestir un uniforme de marino o de militar, preferirá no correr el riesgo de regresar a su tierra con "la vergüenza" -como define- de no llevar dinero a su familia, y decidirá quedarse a vivir en la ciudad costera hasta cobrar el dinero que le corresponde. Veinte años después y desde el otro continente, lo que queda de la familia rusa de Viktor, su hermano y su hija Lulia -a quien dejó a los tres años al cuidado de su madre- no entienden las causas por las que aún no ha vuelto. El nombre del film retoma el clásico de la historia del cine El Acorazado Potemkin (1925) de Sergei Eisenstein - sobre la revolución social del país a modo de propaganda política para la revolución bolchevique- para reflejar la ruptura entre la época de esplendor de la Unión Soviética con su ocaso, al inicio de los ´90. Las consecuencias para Viktor y sus compatriotas será un vacío de todo tipo: legal, social, emocional e identitario. En este sentido, la película también pone de manifiesto la problemática de la migración forzada, con los sentimientos de desarraigo, los engaños de los que son presa los extranjeros y el difícil proceso de adaptación respecto a situaciones de la vida cotidiana, como el idioma, las costumbres y la cultura del nuevo país. Una película sobre la desilusión y el destierro en el contexto del fin de una época, que deja un sabor amargo y a la vez sirve de denuncia del desamparo del estado ruso a estos ex compatriotas, hoy argentinos naturalizados. El film ha sido seleccionado para participar en la 5° Muestra de Cine Argentino en Leipzig que se realizará del 23 de septiembre al 2 de octubre de 2011.
Realizada por un cineasta marplatense, asiduo colaborador de Luis Puenzo, El Fin del Potemkin narra con hondura e imágenes de gran poder expresivo una historia singular que abarca a Rusia y Argentina, a través de localidades como Mar del Plata, Moscú, Bielorrusia, Letonia y la Patagonia. Misael Bustos reconstruye la compleja e insólita trama de un grupo de marineros de la Ex URSS rusos varados en la gran ciudad balnearia a fines de 1991, a causa de que el barco pesquero en el que trabajan quedó desamparado ante la disolución de la Unión Soviética. Exiliados contra su voluntad y sin ser reconocidos por su patria ni siquiera en el aspecto de los salarios adeudados, debieron subsistir en un país muy ajeno, sin recursos, casi incomunicados y luchando por adaptarse a costumbres extrañas para ellos. Bustos focaliza en dos de los que quedaron vivos de ese duro trance, Viktor, especialmente, y Anatoli, ex tripulantes del barco mercante Latar II, detenidos en el tiempo y sobrellevando esa situación límite con la mayor dignidad y temple posibles. Un trabajo de rodaje y filmación de notables aristas, realzado por planos de gran fuerza visual enmarcados por la apropìada y melancólica música de Guillermo Pesoa.