El bien y el mal definen por penal Decía el recordado periodista deportivo Dante Panzeri que “el fútbol era la dinámica de lo impensado” y esa premisa es la que tuerce dentro del campo de juego de El hijo de Dios una historia de injusticias que encuentran en el trabajo y la solidaridad de equipo la llave para levantar la moral de un pueblo sojuzgado. En ese sentido, y fiel al western, el pueblo de Betania -imaginario, claro está- vive sometido al yugo de Pilatos (Agustín Repetto), quien además de ser arquero del equipo de la policía, maneja todo lo concerniente al fútbol y además hace valer, a fuerza de amedrentamiento de cualquier subversión o resistencia, una forma de jugar que pone en jaque el estilo libre o el fútbol de potrero. En el mismo derrotero, quien se cruza en el camino de Pilatos, en vísperas al partido de Pascuas que se jugará el viernes santo, se encuentra un trío de forasteros, integrado por Juan (Paulo Soria), Santiago (Juanki Lo Sasso) y Tomás (Ignacio Ballone). Vistos con recelo por los lugareños y detenidos arbitrariamente por el propio Pilatos, ellos deben aceptar el enfrentamiento en la cancha para obtener su libertad. ¿Alguien se acordará de Escape a la victoria (1981), con Sylvester Stallone como arquero y Pelé como el mesías salvador del equipo de los convictos? Bueno, aquí aparece Jesús (Bruno Alcón) y las cosas se dan vuelta en lo que sería un duelo para el western devenido en esta ocasión partido épico, muy bien sostenido en términos cinematográficos. A la idea de parodia debe sumársele un puñado de personajes secundarios vistosos como El Ruso Verea en el rol de Bautista, el rebelde, María Magdalena (Marina Artigas), encabezando la resistencia popular y el enérgico relato futbolero a cargo de Diego De La Salla, con algunos apuntes de frases célebres de reconocibles relatores deportivos. La esmerada puesta en escena hace de esta propuesta original no por el contenido, sino por la forma, un bonus que junto a un ritmo sostenido dominan el partido los 92 minutos, sin necesidad de alargue y con muchos detalles por descubrir, siempre en torno al fútbol, al western y a la constante referencia al cine.
¿Fútbol para todos? En El hijo de Dios, un western bíblico futbolero (2016) el binomio integrado por Mariano Fernández y Gastón Girod se adentra en el interior del deporte con más adeptos de la Argentina para construir una desopilante comedia con elementos del western y plasmada de referencias bíblicas. En Birmania, un imaginario pueblito sometido a la tiranía futbolística de Pilatos, el comisario, debe celebrarse el tradicional partido de Pascua. Pero, nadie quiere enfrentarse al corrupto equipo integrado por los miembros de la policía local. Juan, Santiago y Tomás, tres amigos en medio de un viaje, aterrizan de casualidad en el lugar, son apresados en un dudoso operativo, y obligados a jugar el partido de fútbol a cambio de su libertad. La dupla de directores construye una fábula paródica en torno a la actualidad del fútbol, pero narrando la historia en forma de western bíblico, donde el bien y el mal se enfrentan en un potrero representados por personajes del libro sagrado. Así aparecen desde Jesús, el salvador de la derrota, Pilato, Bautista o María Magdalena, mientras se entrecruzan con apellidos ilustres del mundo futbolístico como Houseman. El hijo de Dios, un western bíblico futbolero es una verdadera rareza dentro del cine argentino. Una especie de "ovni"que se sale de todos los cánones, tendencias y modelos a los que habitualmente estamos acostumbrados. Inclasificable para bien, con un trabajo visual cuidado y una puesta en escena plasmada de detalles, se disfruta en su totalidad. Más allá de lo gracioso que El hijo de Dios, un western bíblico futbolero puede parecer en un principio, no hace otra cosa reflejar la crisis del fútbol actual. Donde al deporte se la comió un negocio millonario, a la pasión el show business, y al fair play la corrupción. Y esto no es chiste.
HASTA JESÚS ES FANÁTICO Sus autores lo definen como un western bíblico futbolero. Y parte del enfrentamiento de ideologías en el juego, el orden y planeamiento férreo contra la gracia de lo espontáneo la creatividad y hasta el riesgo. Por eso Mariano Fernández y Gastón Girod imaginaron un pueblo donde el tirano jefe de policía se llama Pilatos, el aquero que no duda en reprimir, golpear o meter presos a cualquier “sospechoso” que puede convertirse en potencia rival en el partido anual. Hasta que se le cruzan muchachos fanáticos y un jugador llamado Jesús. Divertida, con todos los clichés del género aplicados con extrema prolijidad, logra un clima propicio con un grupo de buenos actores y la actuación especial de Norberto Verea que resulta impagable. Por momentos un poco redundante, pero definitivamente graciosa.
A sol y sombra A quienes nos gusta el fútbol, ante la pregunta de ¿qué es el fútbol para vos?, creo que hay una sola respuesta posible: un estilo de vida. Uno lleno de pasión, lamentos, alegrías, decepciones y terror. Todos esos sentimientos se encuentran en un evento de 90 minutos, de tan solo 5400 segundos, un evento que en la primera vez que lo ves en vivo y a todo color, lo más posible es que te cambie la vida para siempre. El hijo de Dios, la película de Mariano Fernández y Gastón Girod cuenta la historia de un pueblo en el que se ha prohibido el fútbol jugado con libertad. Quienes llegan a liberar a este lugar perdido en la provincia de Buenos Aires son unos hermanos que pasaban por ahí, pero son apresados por el “sheriff” a cargo de la corrupción en el poblado. Este le hace una propuesta: o se quedan cuatro días encerrados esperando al juez o juegan un fútbol cinco contra los policías. Si ganan se pueden ir tranquilos. El largometraje está bien hecho, la historia cierra y es una gran adaptación al género del western desde los planos y la puesta en escena, la cual es impecable. El film, además de ser muy futbolero y bíblico, muestra a los argentinos como somos en la vida: apasionados, ante todo. Girod conversó con Clarín y explicó el tema de hacer un western: “Lo de western define el código cinematográfico de la película, aunque tomamos algunos nombres de la Biblia, lo importante es lo mesiánico: es decir, en un orden establecido llega un Mesías a cambiar las cosas. Y lo futbolero es porque la historia, el western, se resuelve en un partido de fútbol” También hablaron sobre si es difícil filmar un partido de fútbol: “La verdad es que no vimos muchas películas de fútbol, las referencias visuales tenían más que ver con transmisiones reales, tal vez la única película de fútbol que referenciamos es Héroes”.
El hijo de Dios: el bien y el mal se encuentran en la cancha En Betania, una pequeña e imaginaria localidad sometida "futbolísticamente" por Pilatos, su comisario y arquero local, se acerca el gran partido de Pascuas. En ese momento, tres amigos de la ciudad llegan en busca de descanso y buena pesca, pero rápidamente se ven envueltos en una trifulca con las autoridades y son encarcelados y obligados a participar del duelo futbolístico. Aparecerá un misterioso jugador que se sumará al trío, así como algunos habitantes del lugar que siempre habían rechazado la forma en la que el fútbol era tratado en ese lugar. Los directores Mariano Fernández y Gastón Girod elaboraron con estos elementos una alocada parodia futbolera en forma de western con referencias bíblicas en la que la lucha entre el bien y el mal se traslada a la cancha de juego. Una comedia bien llevada.
PASIÓN DE MULTITUDES La memoria recuerda aquella parodia sobre el fútbol de Paula contra la mitad más uno (1972) de Néstor Paternostro, con el Boca campeón del 69 secuestrado por una banda de gangsters liderada por una modelo top. Delirio, fusión de cine y publicidad, género observado desde la ironía y escenas de archivo a cancha llena conformaron un film desigual como si el Instituto Di Tella (que ya había cerrado las puertas) mirara con curiosidad al mejor deporte del mundo. Desde otras preocupaciones temáticas observan los directores Fernández y Girod la construcción de la historia de El hijo de Dios, lectura paródica como aquella Paula… de los 70 pero conformada desde el western como género y una multitud de citas y referencias a la religión, la fe y la biblia. O la biblia del fútbol porque de eso se trata: personajes con nombres alusivos (Jesús, Magdalena, Pilatos, Bautista) en una lucha que propone al bien (es decir, el “fútbol como dinámica de lo impensado”, cita textual a Dante Panzeri) frente al mal (la trampa, el juego sucio y tacaño, es decir, aquello que pregona la mayor parte del periodismo de fútbol en Argentina). La construcción dramática permite la inmediata destrucción del verosímil y está bien que así sea. Tres amigos muy futboleros (uno, fanático de Almirante Brown) estarán obligados a jugar un partido de fútbol, en un pueblo llamado Betani, contra el equipo local, dirigido por una especie de comisario, el citado Pilatos, que además ataja en ese once que viste “camiseta negra” Pero aparecerá un tal Jesús, un gambeteador y goleador, un enviado de no se sabe dónde para poner las cosas en orden. El hijo de Dios rinde culto al fútbol entremezclado con la geografía e iconografía del western, no solo a través de la música, la elección de planos y el uso del ralenti (el spaghetti, Leone y Morricone son invocados en más de una ocasión) sino también por un imaginario genérico que resignifica aquello establecido. Es decir, El hijo de Dios apuesta a convertirse en un western futbolístico que no pierde la esencia del género pero que exuda fútbol todo el tiempo. Citas a Maradona, a relatores deportivos, a ex árbitros (la discusión entre un jugador y el árbitro remite al recordado cruce verbal entre Castrilli y Diego), valiéndose de una excesiva duración (cerca de 40 minutos) para narrar y contar el partido final. Entre momentos logrados y otros en donde los directores parecen enamorarse demasiado de sus materiales y de la pulcritud de la forma (el partido está muy bien filmado y editado, al estilo del programa dedicado al club “Atlas”), El hijo de dios mezcla con placer fútbol, western y religión en una fábula pueblerina que trata a la pelota con placer y sin necesidad de tirarla a la tribuna con tal de hacer tiempo. EL HIJO DE DIOS El hijo de DIos. Argentina, 2015. Dirección y guión: Mariano Fernández y Gastón Girod. Producción: Rodrigo Cala y Mariano Fernández Fotografía: Gastón Girod. Edición: Carlos M. Cambariere. Música: Maxi Prietto. Dirección de Arte: Danna Caldara. Intérpretes: Paulo Soria, Juanki Lo Sasso, Ignacio Ballone, Bruno Alcón, Agustín Repetto, Marina Artigas, Jorge Sesán, Norberto “Ruso” Verea, Diego Della Sala. Duración: 92 minutos.
Es una buena propuesta cinematográfica, algo diferente e inteligente, en un western gauchesco. Con lugares típicos del género: bar, comisaría, estación de trenes, sus pobladores, etc. Hay un sheriff Pilatos (Agustín Repetto), que tiene poder en el lugar y pretende a Magdalena (Marina Artigas) la joven que atiende el bar de Lázaro, quien lo rechaza. Hasta hay un duelo (sin armas) con unos intrusos que llegan al pueblo, esto se ejecuta, con un partido de fútbol. Se desarrolla en pascuas, con un toque bíblico y entre los personajes que se pueden ver se encuentran: el verdugo (Pilatos), los apóstoles (Juan, Santiago, Tomás, Pedro), María Magdalena, Pedro y Jesús. Frases celebres, diálogos, tiempos y acciones vinculas con la religión. Guiños del spaghetti western. La música adecuada de Maxi Pietro. Una buena idea de un western fantástico bíblico y futbolero.
El Hijo de Dios: un golazo del cine nacional Con una puesta en escena tan épica como genial, este film de Mariano Fernández y Gastón Girod cocina en la misma olla a varios géneros con una versatilidad asombrosa Enrolada en el género del western pero apelando a elementos bíblicos y de films deportivos, Hijo de Dios dista de ser un engendro cinematográfico como los que salen a la luz con buenas intenciones pero mala realización y se convierte –sin más- en una de las cuatro mejores película nacionales del año. Vamos por partes: la historia está planteada como un western que a su vez emula en tono de parodia a La Pasión de Cristo y al mismo tiempo es una "road movie" aventura que viven tres amigos en un pueblo del interior de la provincia de Buenos Aires. ¿Quién puede contar tres historias simutáneamente y salir airoso del desafío? Sin dudas Mariano Fernández y Gastón Girod, que continúan esta tendencia a dirigir películas de a dos que tan buenos resultados está dando en la producción nacional en los últimos tiempos con casos como el de El Ciudadano Ilustre (Gastón Duprat y Mariano Cohn) y La Larga Noche de Francisco Sanctis (Andrea Testa y Francisco Márquez). La historia se ubica en una semana de Pascuas en la que tres amigos llegan al pequeño pueblo de Betania, un lugar sometido futbolísticamente al poderío de Pilatos, el comisario y arquero local. Luego de un altercado con Pilatos, los jóvenes son apresados y obligados a aceptar el duelo futbolístico propuesto por el comisario para recuperar su libertad. Todo parece perdido, pero la repentina aparición de un misterioso jugador llamado Jesús, torcerá el trámite del partido y el destino de Betania para siempre. Sin embargo la película, va más allá y propone un debate sobre el estado actual del fútbol, y la mística que representa este deporte para cualquier fanático que se precie, y que deja en el espectador la posibilidad de emitir última opinión, lo continúa a lo largo de toda la historia, en la que cada personaje aporta su bocadillo. Lo que llama la atención a simple vista es cómo los realizadores han logrado convertir al pueblo de Azcuénaga (San Andrés de Giles) en un verdadero "pueblo del far west" merced a un increíble uso de los filtros y la correctísima puesta en escena que transforma en una postal cada escena, en la que abundan los planos contrapicados en la que la imagen de la pelota termina eclipsando el sol, toda una metáfora de lo grande que es el fútbol. Y el cuadro lo terminan de pintar la directora de arte Danna Caldara, la vestuarista Natalia Alayón Bustamante y el musicalizador Maxi Prietto que realizan un trabajo impecable. Pasada la mitad del film, la historia cobra un giro con la aparición de Norberto "Ruso" Verea y Diego Della Sala y se transforma en una suerte de homenaje genial a "Escape a la Victoria", el clásico film bélico futbolístico protagonizado por Sylverter Stallone, Michael Caine y Pelé a comienzos de los años ´80; y ahí la cosa termina de explotar. Se puede hablar horas y horas acerca de las maravillas que representa Hijo de Dios pero lo mejor es ir a verla en una pantalla gigante, con el sonido adecuado y con los ojos descansados y listos para gozar visualmente durante una hora y media de un delirio bíblico futbolístico pergeñado por gente que ama el cine como la vida misma y busca que otros lo aprecien de igual manera.
El texto de la crítica no estaba disponible en la edición digital del diario.
Crítica emitida por radio.
Hay toda una serie de productos culturales que, tomando como punto de partida el fútbol y sus derivados, terminan por configurar un panorama muy autóctono sobre cómo, además, medimos nuestro sentido de pertenencia. “El hijo de Dios: Un Western Bíblico futbolero” (2015) comedia de Mariano Fernández y Gastón Girod, trabaja con el fútbol como disparador de un relato que además incursiona en un género particular, y con reglas establecidas, como el western. En el arranque la aridez de las imágenes y la correcta banda sonora afín a aquello que se muestra, generan el marco sobre lo que se mostrará a continuación. Tres amigos, en plan de fin de semana de disfrute, arriba de un viejo vehículo, se disponen a llegar a una ciudad del interior de Buenos Aires para entregarse a la procastinación. En el camino se encuentran con un personaje extraño y solitario llamado Jesús, el que, los acompañará en parte del trayecto hasta que llegan a Betania, un lugar en apariencia tranquilo, pero que es gobernado por gente que adscribe a la fe y la religión y que ve al futbol como el mayor de los sacrilegios y pecados. Así, “El hijo de Dios…” maneja el contraste de ambos mundos, el de los recién llegados y el de los estrictos religiosos, que verán no sólo con malos ojos la llegada de los extraños, sino que, además, decidirán castigarlos y apresarlos ofreciéndoles la posibilidad de la redención a partir de un partido de fútbol. Es interesante el planteo con el que Fernández y Girod disparan la acción del relato, esa idea de la pasión futbolera que debe ser acallada a partir de la prohibición absoluta del mismo, y no sólo del fanatismo o de la charla de bar, sino, principalmente, desde la erradicación, o el intento, de todo discurso posible acerca del mismo. La habilidad de los noveles directores reposa en la construcción icónica del filme, dado que, las actuaciones, un tanto débiles, imposibilitan el crecimiento discursivo del relato, algo que habría potenciado aún más su original propuesta. Desde la prohibición es desde donde el filme funda su verosímil, pero carece de fuerza en aquellos pasajes en los que los tres amigos debaten si el fútbol merece ser tan tenido en cuenta o si, como plantea uno de ellos, no es productivo su excesivo fanatismo. Desde la puesta y el montaje, la ida de western va creciendo paulatinamente, y algunas aisladas interpretaciones, como la de Jorge Sesán, un actor inmenso que siempre puede sacar provecho a sus personajes, y que en esta oportunidad encarna al villano. Por el resto hay buenas intenciones, pero la propuesta no termina por consolidarse, principalmente por la falla en las actuaciones protagónicas, que no logran traspasar la pantalla para generar la empatía necesaria y la aceptación del gag y el humor como verosímil para esta inverosímil historia.
Se viene la renovación, se viene la renovación. El cine argentino está en un período de cambios y contrastes. Mientras que el mainstream ya afianzado, intenta imitar estilos copiados del exitoso exterior, y hasta el “indie” parece enroscarse cada vez más en las fórmulas festivaleras internacionales. Desde el cine a pulmón y hecho desde las bases se cuecen ideas originales que se recuestan en el cine de género, pero sin perder la impronta personal y nacional. El Hijo de Dios, ópera prima de Gastón Girod y Mariano Fernández es ante todo un semillero rebozante de ideas; y una fiesta tanto para los que aman el fútbol, como para los que aprecian las comedias con timing disparatado. En tiempos en los que se acumulan (no solo en cine, también en TV), estrenos referidos abiertamente a mensajes religiosos, el guion, también de Fernández y Girod, se anima a una sátira bíblica abierta; parodiando ese misticismo cuasi religioso que se tiene un nuestro país por el fútbol; todo, en el marco de un western hecho y (más o menos) derecho. Juan, Santiago y Tomás (Paulo Soria, Juanki Lo Sasso, e Ignacio Ballone) son tres amigos que llegan al pueblo de Betania, justo en Semana Santa, previo a las Pascuas. Betania es un pueblo tierra de nadie, allí ejerce la tiranía Pilatos (Agustín Repetto), el comisario, y también el arquero del equipo de la policía. Los tres muchachos tienen una pésima bienvenida, y serán retenidos en Betania. Para recuperar su libertad deberán ganar un partido de futbol planteado a modo de duelo a muerte. Las referencias bíblicas no se acaban en estos personajes, todos poseen nombres y personalidades que nos llevarán inmediatamente a una reversión del Nuevo Testamento versión picadito. Sí, está Jesús (Bruno Alcón). Ingeniosa, enérgica, apasionada, y muy divertida, El Hijo de Dios posee un ritmo arrollador, sin necesidad de apurarse ni ser vertiginosa; es un western como debe ser. Habrá similitudes que pueden llevarnos desde Footloose a algún capítulo de Cuentos de la Cripta; y hasta el gran corto De cómo Hipólito Vázquez encontró magia donde no buscaba presentado dentro de las Historias Breves. Estéticamente, Hijo de Dios hace lujo de una gran técnica con recursos que no abundan, pero son utilizados correctamente para hacer ver al film más grande de lo que es. Desde la música, al montaje, y esa fotografía lejanamente sepia ayudan a acrecentar el ritmo y crear el clima adecuado en el que todo parece serio cuando en verdad la farsa cómica es cada vez mayor. El reparto, formado por algunas caras conocidas del cine independiente y con el relato de Diego De La Salla en plan bufón, encuentra también el tono justo adecu Los relatos futboleros tienen algo especial en nuestro país que hace que siempre sean bienvenidos, recorren nuestra vena más popular; y si además se encuentra una veta tan original como la planteada en este film, que permite algún grotesco crítico también en este sentido, hablamos de algo modesto, pero de resultados meritorios. El Hijo de Dios es otra película que se coloca en e
La pelota no se mancha Hay un subtítulo que debería llevar “El hijo de Dios”, a manera de recomendación para los espectadores: “Sólo para amantes del fútbol”. Porque esta película entretenida y lograda desde el mensaje y desde lo visual es más disfrutable para todos los apasionados por el juego de la redonda. La acción se desarrolla en Betania, un pueblo donde el fútbol está prohibido, no se puede ver ni jugar en ningún potrero. A excepción del Día de Pascuas, esa jornada es sagrada, y la palabra no es antojadiza. Con referencias claras al western de Sergio Leone, el filme de Fernández y Girod tiene recurrentes guiños bíblicos. Aparecen personajes como Pilatos, el sheriff que es el arquero invicto del pueblo; y otros como Tomás, Pedro, Magdalena y, claro, Jesús, que es una especie de salvador del juego bonito. La metáfora más jugosa se desprende de la participación del Ruso Verea, ex arquero profesional y brillante analista de fútbol. “El fútbol está lleno de victorias impensadas”, dirá desde su prisión. En ese pueblo, el sacerdote tiene un anillo con la imagen de una pelota en vez de una cruz, como para reflejar el poder excesivo que se le otorga al deporte más popular. La corrupción, el “todo pasa”, la gloria y la derrota y hasta un guiño a “Esperándolo a Tito”, el cuento de Eduardo Sacheri, tendrá su espacio en el partido que definirá una liberación, nada menos. Para verla hasta el pitazo final.
El subtítulo El Hijo de Dios es “Un Western Bíblico Futbolero”, no solo se explica a si mismo, si no que presagia que algo bueno esta por pasar. Un genero que nos es tan extraño como atrapante, ¿puede lograr mezclarse con algo tan autóctono y querido como el fútbol? La historia de El Hijo de Dios es bastante simple, y ese es quizás uno de sus mejores dones. Tres amigos se van de viaje, Santiago, Tomas y Pedro vagan por una ruta de la provincia de Buenos Aires, hasta que llegan a Betania. Un pueblito olvidado que al mejor estilo Footloose, tiene prohibido el juego espontaneo de Fútbol. Un pueblo donde la mano dura del Comisario/Sheriff Pilatos castiga a todo aquel que haga algo tan clandestino como una rabona o un firulete con la redonda. Los tres amigos caerán para el finde de Pascuas, fecha en la que se juega un mítico y épico partido de la policía local, contra un combinado local, que pocas oportunidades de ganar tiene. En medio de todo, un jugador distinto peregrina, y adivina un retorno a las canchas de Betania justo en el momento mas providencial, su nombre es Jesús. Sin golpes bajos, ni demasiadas obviedades, a pesar del paralelismo, El Hijo de Dios nos llevara a vivir esta aventura en Betania. El fútbol vistoso, espontaneo, explosivo, contra el catenaccio, el pizarrón, y el colgarse del travesaño. La belleza de lo simple: Técnicamente El Hijo de Dios por hijo1momentos es para poner en un cuadrito, las poses forzadas en contraluces, en “establos”, o simplemente bañados por halos de luz son una delicia. La fotografía realmente brilla y si bien peca con algunas desprolijidades en el montaje, o utilización de cámaras tipo GoPro que se podrían haber obviado es uno de los puntos altos del film. En las actuaciones, los cameos de Norberto “Ruso” Verea como “El Bautista” y Diego Della Sala como el relator del partido al estilo Mean Machine, realmente le suman y aportan a un reparto correcto desde lo actoral. Es mas, se lo nota poco utilizado al Ruso Verea, me hubiera gustado ver mas de el. El trío protagonico funciona bien, con tres personalidades realmente marcadas y diferentes, incluso “el cheto” que si bien al principio es INSOPORTABLE, termina por acomodarse en el paladar del espectador, e incluso gustando. Jesús esta hecho a la perfección, enigmático, poco elocuente, y un crack con el esférico, otro acierto. Otro que esta realmente bien es el villano de la historia, el Comisario Pilatos, que si bien por momentos se ve exagerado, es enteramente funcional a lo que se esta contando. Como les conté la historia desemboca en un partido épico entre el bien y el mal. Si bien me hubiera gustado ver un 11 contra 11, me contente con un 5 contra 5 filmado a la perfección. Los futboleros sabemos que filmar fútbol es MUY difícil, por sus reglas y por su dinámica. No es como otros deporte con reloj parado, como el basquet, o el baseball donde existe el concepto de ultima pelota. El futbol es diferente, y pocas veces los paridos son bien representados. Pocos son los ejemplos que salen airosos, Mean Machine es uno de ellos, el cual ya nombre, Escape a la Victoria es otro gran ejemplo, y decir que POR FIN una película argentina representa bien a nuestro deporte mas querido es un logro superlativo. Lo mas importante de todo es que en ningún momento va por la espectacularidad, no. Es un partido de 5v5, así que lo que se ve, es lo que todos en algún momento jugamos en algunas de las miles de canchitas de alquiler por hora en nuestra ciudad. 10/10 para la secuencia del partido. Conclusión: El Hijo de Dios, tiene una historia que funciona, una fotografía que cautiva y una pelota que es muy bien tratada y cuidada. Los paralelismos con Maradona son los justos y efímeros, como para que todos los disfruten. Lo mismo pasa con el paralelismo religioso, que en ningún momento cae en la falta de respeto ni en la burla religiosa. La historia del bien contra el mal es tan universal y vieja como esta tierra misma, y aquí esta perfectamente representada y es completamente disfrutable. El Hijo de Dios es una de esas películas que merecen ser vistas, que los espectadores de este país necesitan, y sobre todo una película indispensable en este crossover de géneros westernbiblicodeportivo. Gran película, gran historia, gran opción para disfrutar. Pero que viva el Fútbol!
La postal del grupo de amigos arremolinados alrededor de una pelota es un clásico de la Argentina. Si a eso le sumamos liturgia maradoniana, tips religiosos, mística y canchita con piso de tierra, el combo es potente. El hijo de Dios, que se estrenó hace unos días en los cines de Argentina, recurre al guiño para contar una pequeña historia de épica y acción. “Un western bíblico futbolero” es el slogan del film y quizá no le quede mal pero, en rigor, lo que menos importa en la película de la dupla Fernández-Girod es la referencia religiosa, más allá de que la trama la ubica en distintos pasajes y que los nombres de los personajes remiten al universo de sus seres mitológicos como Jesús y María Magdalena, pasando por Pilatos y Pedro. Porque el golazo olímpico en esta producción independiente es el partido de fútbol entre el grupo de amigos que se encuentra atrapado en un pueblo hostil y la policía del lugar, que los tiene en una celda de la que sólo podrán salir si les ganan un picado en el potrero. El film recorre la cosmogonía futbolera y ahí radica su atractivo transversal; en las referencias a cargo de tipos como el ruso Verea, prócer del periodismo deportivo con conciencia de clase. La elección de Verea por sobre figurones como Pagani o algún otro capitoste de las señales de cable, por ejemplo, es una marca de autor y se agradece. Frases que remiten a Maradona, Houseman y otros nombres propios de la pelota nacional y popular recorren los diálogos y, más allá de algunos problemas en las actuaciones, las escenas están bien logradas y parecen preparar al espectador/hincha para el climax del fin de fiesta. En el año del estreno de Hijos nuestros (el opus sanlorencista con protagónico de Carlos Portaluppi), El hijo de Dios (otro día hablemos de la relación entre fútbol y paternidad) viene a sumar su título a la demasiado breve lista del cine argentino dedicado al noble deporte del balompié. En buena hora.
Original y divertida vuelta de tuerca futbolera Cuando un pueblo está oprimido bajo las alas de un gobierno de facto, y las necesidades de rebelarse son muchas más grandes que las de someterse y temerles a los dictadores, es en ese momento que se debe aprovechar la oportunidad para lograr destituirlos y librarse de ellos. Con esa premisa ésta realización de Mariano Fernández y Gastón Girod nos lleva a un pueblo imaginario, semi abandonado, de la provincia de Buenos Aires, bajo el mando de un policía llamado Pilatos (Agustín Repetto), quien junto a sus ayudantes, y en complicidad con el cura (Mario Vedoya), tienen que organizar un partido de fútbol para las Pascuas, que comienzan el día siguiente, y no tienen rivales porque ellos siempre ganan o ganan, y si algún “loco” intenta entrenarse en la clandestinidad para lograr vencerlos los policías se encargan de que eso no suceda. Siempre se dice que hay que estar en el momento preciso y en el lugar indicado para poder conocer a alguien, lograr, y obtener, algo que hace tiempo que se está buscando, pero que también puede suceder todo lo contrario, como les pasa a estos tres amigos que salen de viaje para la Semana Santa en un clásico e impecable Chevrolet 400, y al pasar por el pueblo de Betania deciden detenerse para almorzar. Lo que no saben ellos, ni los pocos pobladores del lugar, es que esta decisión les va a cambiar la vida a todos. La historia se desarrolla en la actualidad, pero con una ambientación y una explotación integral de lugares que tiene éste pueblo con casas y establecimientos abandonados, vías de tren en desuso, agregado el vestuario de los pobladores que son de otra época, y las caracterizaciones de los policías que se contraponen con los tres amigos que vienen de la ciudad. es bien distinto al otro, casi caricaturescos, como extraídos de una historieta, sus nombres son bíblicos, donde los malos son bien malos y odiados, en tanto que las víctimas no se pueden defender por sí mismas hasta que aparece el héroe-salvador, quien tiene sus ayudantes para llegar con todos los honores a conseguir el objetivo. La obra tiene una gran factura técnica, el ritmo es ágil, los diálogos son divertidos, junto a determinadas escenas que nos recuerdan ciertos hechos históricos de nuestro fútbol, que a los fanáticos y memoriosos de éste deporte no les tendría que pasar desapercibidos. Este film atrapa la atención del espectador por su originalidad de mezclar el género del western, con todos los clichés que tienen estás historias, además de elegir las locaciones adecuadas para filmar y darle verosimilitud a la narración con algo bien nuestro como es el fútbol, que tiene toda la pasión y se lo toma como de vida o muerte, tanto en la realidad como en esta ficción.
Desde el primer momento tuvimos muchísima fe en esta producción nacional. Es menester que haya mas películas de fútbol argentinas. El Hijo de Dios dejaba ver en sus avances que además vincularía el deporte más popular con la mitología bíblica, en clave western, con una fuerza visual muy particular. Después de recorrer festivales, el Jueves pasado desembarcó en salas comerciales para demostrarnos que teníamos toda la razón del mundo al bancarla. El fútbol de habilidosos y dotados está desapareciendo. Los cazadores de talentos se llevan a los pibes de los pueblos cada vez más chicos. En Betania, un pueblo alejado, casi estancado en el tiempo, por orden del Comisario Pilatos (Agustín Repetto), no se puede jugar al fútbol. Una especie de caza de brujas se apodera de cuanta pelota aparezca dando vueltas y quienes se atreven a practicar el deporte son encarcelados y torturados, aunque hay personajes como María Magdalena (Marina Artigas) que arriesgan todo para apoyarlos. Un Jueves Santo, Juan (Paulo Soria), Santiago (Juan Lo Sasso) y Tomás (Ignacio Ballone), parten de la ciudad para pasar un fin de semana largo de pesca y birra. En el camino, por inconvenientes mecánicos del auto, se cruzan con un misterioso joven llamado Jesús (Bruno Alcon) que los ayuda a seguir camino, hasta que paran en Betania a almorzar. Sin motivo alguno, todos terminan en un calabozo, con su libertad pendiente de otra arbitraria decisión de Pilatos: si logran vencer a su equipo en un partido de Fútbol 5, volverán a casa. Aceptan, completan el equipo con los también reos Pedro (Gerónimo Espeche) y Pablo Houseman (Martin Tchira). Alentados desde la celda vecina por Juan El Bautista (un acertadísma participación de Norberto "Ruso" Verea), salen a la cancha el Viernes Santo. Lo más fuerte de la película, su esencia, es el universo del que parte: toma de la tradición futbolera la mística, la magia y sus vínculos con lo religioso; para confirmar esta unión basta con escuchar cualquier relato o crónica de un partido, independientemente en boca de quien esté. Las alusiones al credo están normalizadas, integradas al folclore. Y no solo eso, sino que el deporte rebalsa de mitos, como el de Bilardo y la virgen en el '86, determinados rótulos ("la mano de Dios", sin ir más lejos), y la presencia de figuras religiosas en imágenes o banderas entre el publico, sin mencionar tatuajes o el acto de persignarse de algunos jugadores al entrar al campo de juego. La relación existe, es fuerte y sólida. Lo que hacen entonces los directores Mariano Fernández y Gastón Girod es trasladar esta mística popular a un pueblo alejado, sin dar indicios precisos sobre la época o la ubicación, para despojar al contexto de cualquier vinculación con lo real que rompa la magia. Por algún motivo, las historias que suceden "en un lugar muy lejano, hace muchos años" nos intrigan más que las concretas, que pasaron en tal lado, tal día y a tal hora. Tanto las locaciones como la utilería, además de cuidar determinadas formas y gamas de colores, reflejan esta preocupación porque Betania pueda ser universal y no se convierta en Chascomús, por citar un lugar real. Y esto resulta un gran acierto: cuando ves una peli nacional que se supone que pasa en un lugar ficticio, pero reconocés una plaza, una esquina, un bar, la magia se pincha. El Hijo de Dios te sumerge en un paraje nuevo que se sostiene sin fisuras. Todo lo referente a fotografía y cámara está relacionado de manera directa con el género western: la composición de los encuadres, los colores (hay mínimo 10 planos que vas a querer que sean tu fondo de pantalla), los movimientos de cámara... hay un desarrollo de lenguaje, una intención emotiva, una búsqueda constante porque el espectador se involucre con estos personajes e hinche por ellos. La segunda mitad de la película, que es el desarrollo del partido en sí, es emoción pura: por un lado, lo que pasa, cómo está planteado el desarrollo del partido en materia de resultados parciales; y por otro lado, cómo está contado. A lo acertado sobre el uso de la cámara que mencionábamos anteriormente, se suma un montaje que materializa un poco el tiempo mental de un espectador de fútbol: agilizándose por ejemplo cuando el rival ataca y estás mal parado, y haciéndose eterno en el recorrido de un disparo propio, en la incertidumbre de si la pelota va a entrar al arco o no. El uso de la banda sonora apoya intensamente la banda visual: ya sea por la introducción de un relator presente (Diego Della Sala) o por la música extradiegética, nunca pierde el foco en la importancia de la emoción. El partido es, por lejos, lo mejor de la película. Usa todos los recursos existentes para que prácticamente grites los goles, te guste el fútbol o no. Porque si hay algo que tienen cine y fútbol en común, es la pasión: ya era hora que alguien tome el corazón del deporte y lo pueda exponer de manera tan acertada en la pantalla grande. VEREDICTO: 9.0 - PARA LOS PIBES LA SELECCIÓN El Hijo de Dios es una de las cintas nacionales con más corazón, huevo y garra del año. Un universo nuevo lleno de mística, contado con un lenguaje que apela de manera directa a la emotividad y poblado por personajes entrañables. Agitemos los trapos por más películas futboleras y menos comedias románticas.
El hijo de Dios (Argentina – 2015) Dirección y guión: Mariano Fernández y Gastón Girod / Fotografía: Gastón Girod / Edición: Carlos M. Cambariere / Música: Maxi Prietto / Intérpretes: Paula Soria, Juanki Lo Sasso, Ignacio Ballone, Agustín Repetto, Marina Artigas / Duración: 92 minutos. El suelo de tierra fragmentada, seca de tanto calor, no impide que los habitantes de Betania, un pueblo detenido en el tiempo, se arriesgue a jugar al futbol, a pesar de su prohibición. Este pueblo, bajo el poderío de Pilatos (arquero y comisario) en complicidad con el párroco local (réferi ocasional) juega todos los años, principalmente en tiempos de Pascua, un partido con el objetivo de mantener el orden y el control sobre los habitantes del lugar. En una ciudad, donde se ignora esta realidad, un grupo de amigos decide pasar un tiempo juntos, la excusa es ir a pescar. Pero durante ese viaje, ya entrados en el interior bonaerense, el motor del auto se descompone. Allí, aparecerá un extraño personaje que los ayudará a reparar el coche y los conducirá hacia Betania. Así comienza un viaje de sorpresas en el que estos amigos se enfrentan con modales y léxicos que no son propios de ellos. Tendrán que adaptarse y aceptar el enfrentamiento que las autoridades le impondrán para intentar lograr su libertad. La dupla de directores Mariano Fernández y Gastón Girod relatan la historia de futbol desde lo más profundo que tiene el fanático con respecto por este juego: la pasión. Una pasión que desborda y se transforma en religión. Recurriendo a referencias, actitudes y nombres bíblicos, construyen un escenario decorado al mejor estilo de las películas de vaqueros: duelos, un pueblo que quiere ser “libre”, una dama en apuros, y por supuesto, un héroe. En un pueblo donde la corrupción manda y hay un orden establecido, los habitantes esperan a que un mesías cambie las reglas del juego. El filme, es una acertada mezcla de géneros (bíblico/western), con muchas referencias futboleras ideales para la apreciación de los fanáticos. Cabe destacar la dirección de arte de Danna Caldara y la fotografía de Gaston Girod, en una suerte de cuadros con movimientos. Estas imágenes son bien acompañadas por la musicalización que nos incorpora al pueblo y nos hace sentir parte del él. Un partido/duelo muy bien editado y unos actores que están a la altura de lo que se quiere contar, cierran esta propuesta que sin pretender lo que no es, cumple con lo que promete. Una historia atrapante de noventa minutos… con dos de adición. Por Mariana Ruiz @mariana_fruiz
El género os hará libres “En una época en la que el fútbol atravesaba uno de los momentos más oscuros de su historia, era común encontrar mercenarios dedicados a la compra y venta de niños, que se comerciaban como esclavos a ligas profesionales de las grandes ciudades, dejando el fútbol de los pequeños países a merced de especuladores y oportunistas. En Betania las autoridades ejercían una tiranía futbolística, prohibiendo el fútbol espontáneo e imponiendo la obediencia sistematizada en el juego. Pero un grupo de rebeldes resistía en la clandestinidad entrenando un fútbol libre, con la esperanza de enfrentarlos en el gran partido de Pascuas”. Éstas son las leyendas que abren El Hijo de Dios (2016). Si cambiáramos “fútbol” por “cine”, “niños” por “películas”, “ligas” por “festivales”, “Betania” por “Argentina” y a los “rebeldes” por jóvenes cineastas, tranquilamente podríamos obtener una idea más cabal de su apuesta, de sus logros y también de esa libertad, trocando el partido de Pascuas por liberar al espectador local del tedio y los prejuicios acerca de qué filmamos. Y entonces, quizás, más que una fábula bíblica, estaríamos habilitados a encontrarnos con otra que apunta al estado del cine nacional. Si bien para muchos la libertad cinematográfica se encuentra emparentada con el cine “independiente” (cada día con más comillas), los autores o el cine experimental, algo que puede compartirse en ciertos puntos obvios, es un hecho que hasta esto mismo –festivales y críticos mediante- se ha sistematizado y “profesionalizado” a tal extremo, dormido en los laureles de los galardones que se estampan en los afiches, que la verdadera libertad, una casi primigenia, puede encontrarse hoy en el género (y esto incluye a grandes autores, claro). La profundidad mal entendida, la contemplación vacía, la solemnidad, la búsqueda del “retrato” y, sobre todo, la politización localista vacua y forzada (que en muchísimos casos conducen al miserabilismo for export), se han vuelto casi la fórmula de hoy, el terreno anquilosado -e incluso obligado- de especuladores y obedientes, del cual pocos logran escapar. En una gigantesca paradoja, y al menos en el ámbito local, hoy el riesgo mayor, la apuesta para directores debutantes suele encontrarse en el género… ni más ni menos que ese “sistema” de fórmulas y códigos que casi siempre es “globalizado”, pero que sentido y logrado con nobleza nos puede seguir resultando encantador. Y más aún: sorprendente. Como en el fútbol (aun con sus reglas, sistemas o tácticas), el género nos permite jugar, con él mismo y para la hinchada. Y jugar lindo, sabiendo que se está jugando. Ese género puede ser de pura raza o un callejero multigénero -esa cruza tan querible-, que es la que elige El Hijo de Dios para su apuesta y para una búsqueda mayor de libertad, subiendo la vara de ese riesgo al anotar triple punto género (western, deportivo, bíblico, como indica en su mismísimo slogan), liberando entre sus pliegues y peripecias a la fábula, la comedia y el suspenso (mucho y bien logrado), sin resignar una crítica al sistema y al estado de las cosas (en este caso, a través de ese prisma que es el fútbol), pero sin pretenciosidad, sino con una autoconciencia lúdica y honesta, haciendo jueguito con las etiquetas. Como en toda película-juego, las influencias, citas u homenajes son diversas y (tras)lúcidas, no exclusivas para el crítico o cinéfilo avezado. El relato nos conduce inevitablemente a Fontanarrosa y Dolina, entre otros. Cinematográficamente recuerda con agrado a Leone, Robert Rodríguez, Javier Fesser y sobre todo al gran Stephen Chow, especialmente a su gran Shaolin Soccer (2001), prima millonaria de esta película. Y por supuesto, el gran duelo final (obligatorio en todo western y que acá es 5 contra 5) rememora a la simpática Escape a la Victoria (Victory, 1981), desde el equipo cautivo hasta la indumentaria de los villanos. Pero El Hijo de Dios no se queda sólo en las influencias o ecos, sino que es a través de ellas, tirando paredes, que va construyendo una bella fábula futbolera, ese deporte al que el cine tanto le debe (al menos en el último medio siglo), embarcándose en una historia mínima que hace justicia por cámara propia y desemboca en la mejor secuencia de futbol en años (acá y afuera, claro), una que, como en toda película deportiva, funciona como meta, pivote y corazón de todo el metraje. Metegol (2013) también lo hacía, y era lo mejor de esa película ultra ambiciosa pero pobre en ingenio, pero El Hijo de Dios -paria en recursos pero pródiga en ideas y simpatía- lo lleva a cabo con mayor nobleza, al llegar a ese climax con mejores toques y menos firuletes. A esto ayuda el excelente trabajo en fotografía, no sólo dotando a toda la película de grandes planos dignos del mejor spaghetti western en un pueblo bonaerense que bien merecía ese género, sino en las sabias elecciones de esa batalla final, alejado de las publicidades de fútbol y más amigo de la mirada del espectador –a esta altura hincha-, que padece y disfruta desde las butacas-tribunas. Si siempre hay algo para marcar hasta en las películas más logradas, ésta no es la excepción (alguna actuación secundaria, alguna línea de diálogo de más), aunque cuando uno tiene el privilegio de enterarse acerca del tiempo y el dinero con el que se contó, la película resulta –coherente con su título- un pequeño gran milagro. Pero es lo de menos, claro: las escasas falencias de la película, esos pocos pases mal dados, están opacados por la idea de juego, la táctica arriesgada y el resultado final. Por todo lo dicho, El Hijo de Dios es de lo mejor que ha dado últimamente el escaso cine de género independiente nacional, una que se alza sobre la tiranía exitista de la taquilla o los festivales, y su factura y entusiasmo merecen ser vistos en una sala. Como siempre ocurre, los tanques industriales –también parte de esas “ligas profesionales”- le ha robado las canchas en sólo un par de semanas, pero bien vale la pena acercarse a esos potreros rebeldes donde seguramente la película seguirá rodando. Al fin y al cabo, todos somos hinchas del cine, y lo que queremos es que se juegue lindo. No importa si es en un estadio o en una hermosa canchita de tierra.