La pubertad femenina. El trayecto que va desde la adolescencia hacia la adultez ha sido trabajado en innumerables ocasiones a lo largo de la historia del cine, y de manera casi obsesiva desde la década del 80 hasta nuestros días, un período en el que -en consonancia con los cambios sociales- se fue construyendo una imagen cada vez más precaria de la etapa, ahora una suerte de prólogo a una vida adulta caracterizada por el consumismo, la evasión, el fetichismo tecnológico y una levedad basada en el nihilismo barato y el egoísmo. En este atolladero artístico pocas son las películas que se molestan en sopesar rasgos concretos de la edad desde una perspectiva que permita problematizar las implicancias reales, y no sólo las funcionales a un relato de ficción, de dicha singularidad. El Hijo Perfecto (Min Lilla Syster, 2015) es un buen ejemplo de un análisis sencillo pero eficiente de la anorexia y la bulimia. La ópera prima de la sueca Sanna Lenken evita ciertas marcas formales del cine feminista, como esa excesiva corporalidad que suele colocar en primer plano la estética y las transformaciones en el metabolismo, para enfatizar en cambio los aspectos más mundanos del trastorno de turno y sus consecuencias en el núcleo familiar de la enferma. La historia hace foco en la relación entre dos hermanas, Katja (Amy Diamond) y Stella (Rebecka Josephson), la primera una patinadora sobre hielo y la segunda una nena robusta: ambas son hijas de un matrimonio burgués en el que parece reinar la armonía. Stella está a la sombra de Katja y la considera un modelo a seguir, no obstante llega el conflicto cuando advierte que la susodicha tiene un desorden alimentario, así termina prometiendo guardar el secreto para que ella no revele -a su vez- el cariño de Stella hacia el entrenador de Katja. Gran parte del guión de la propia Lenken examina la retahíla de miradas entre las hermanas y el rol bienintencionado aunque algo obtuso de los padres, poniendo de manifiesto el carácter contemplativo de los marginados y la presión que se yergue sobre los hombros de aquellos que esperan mucho del contexto en el que les toca vivir, estudiar o desempeñarse a nivel profesional: mientras que los sueños amorosos de Stella se enmarcan en el terreno de lo imposible y sus intentos por igualar la destreza de su hermana tampoco resultan muy satisfactorios que digamos, la angustia de Katja -por su parte- es la punta del iceberg de lo que suele ser la versión más nociva de la preparación física para esas competencias o exhibiciones que reclaman un supuesto “alto rendimiento” de los atletas a cualquier costo, casi siempre generando una ansiedad que juega en detrimento de la salud en el largo plazo. En este sentido, la mejor escena por lejos de la película -y por cierto, la más dolorosa- es la de la cabaña de la segunda mitad del metraje, a donde la familia en su conjunto se traslada para tratar de resolver los problemas arrastrados. El tono naturalista es otro punto a favor, al igual que las interpretaciones de las prodigiosas Josephson y Diamond, sin embargo con el correr de los minutos el film se vuelve un tanto repetitivo en lo que respecta a las situaciones planteadas y su resolución estándar (los padres dan por sentado continuamente la distancia emocional de las niñas, lo que repercute un poco en el verosímil posterior, cuando por fin se deciden a actuar una vez que “descubren” lo que acontecía en su hogar). Aun así, la propuesta funciona como un retrato correcto de la dinámica detrás de la pubertad femenina y los sinsabores que puede traer aparejada si prevalece el silencio…
Cuando comer duele. De entrada no deja de ser sorprendente el título que se le ha dado en Argentina a esta coproducción sueco-alemana. El título original (Min lilla syster) se podría traducir como Mi hermana flaca, pero puestos a inventar no entendemos cómo se ha cambiado el género y no se estrena como La hija perfecta (en España, por cierto, llega a los cines la semana que viene con el título de Mi “perfecta” hermana. Pero bueno, misterios de la distribución aparte, vamos a recomendar de forma encarecida esta película pequeña en cuanto a presupuesto pero grande en cuanto a contenidos.
Basado en una experiencia personal, el debut de la sueca Sanna Lenken es un relato que tiene como ejes las expectativas que depositan algunos padres en sus primeros hijos, la autoexigencia y la alienación que conllevan los deportes individuales y las inquietudes propias tanto de los que transitan la adolescencia como de quienes están por entrar en ella.
Lo cotidiano se vuelve extraño Una familia de clase media, sin conflictos, que vive tranquila y alegre, hasta que un día cualquiera sus vidas comienzan a descontrolarse. ¿Qué sucedió? En el umbral de ese mundo fascinante que es la adolescencia, Stella descubre que su hermana mayor Katja, a la que admira, oculta un trastorno alimentario severo. Katja es una bella y exitosa patinadora artística. Stella vivirá el dilema de contar o no lo que sabe, entre la lealtad a su hermana y la preocupación por la salud de ella. Review: Stella (Rebecka Josephson) es una chica a punto de entrar en el emocionante y temible mundo de la adolescencia. Vive a la sombra de su hermana mayor Katja (Amy Deasismont), una talentosa y hermosa patinadora a la que sus padres (Annika Hallin y Henrik Norlen) idolatran. La menor trata de imitar el comportamiento de Katja para conseguir su atención y, mientras la observa de cerca, detecta que algo no está bien con Katja. Ella esconde un trastorno alimentario que ha tomado el control de su vida. Stella se ve obligada a mantener el secreto, de lo contrario su hermana mayor contará el amor secreto de la niña hacia el entrenador de Katja (Maxim Mehmet), es así que se ve arrastrada a un círculo vicioso entre la mentira y la manipulación. Poco a poco los padres de las hermanas detectan que existe algún problema y Stella se aterroriza ante la posibilidad de que este suceso destroce a su familia. Min lilla syster, que en español se conoce malísimamente como El hijo perfecto (misterios de la distribución si los hay), es una historia que narra acerca de los celos, el amor y la traición a partir de los ojos de una niña de 11 años. Su directora Sanna Lenken elaboró una película muy convincente y a la vez madura, planteando una problemática que en escasas ocasiones se presenta en la pantalla grande. Y no resulta ser casual que la misma cineasta padeció anorexia en su adolescencia, lo cual no es menor al momento de asemejar el desorden alimenticio con las adicciones. Aun así no se detiene en acentuar el foco en los cambios físicos de Katja, sino en sus cambios de sociabilización y efectos en el núcleo familiar. La forma en que la familia enfrenta al problema intentando en un principio desestimar el problema o hacerlo inexistente, se da de forma consciente y resulta devastador desde el punto de vista del espectador, quien en todo momento está al tanto de la realidad. Y el resultado final no existiría si no sumáramos el talento de las dos jóvenes actrices, quienes no por nada merecen el mayor reconocimiento a la naturalidad con la que llevan adelante la película. Josephson es nieta de Erland Josephson, conocido por las películas de Ingmar Bergman (clara heredera de su talento). Deasismont, por su parte, es una estrella del pop en Escandinavia. Cada escena entra ambas es una secuencia ejemplar de buenas interpretaciones, quienes grafican la felicidad de la niñez y cómo se va tiñendo de tristeza y drama.
Está claro que hay diferentes tipos de amor. Y en El hijo perfecto (My Skinny Sister, 2015) se refleja la relación de una niña y su hermana adolescente, quien padece bulimia. La ópera prima de la directora sueca Sanna Lenken profundiza su mirada en un lazo afectivo que muta por varios sentimientos como la competencia, la admiración y el miedo. Stella (Rebecka Josephson) quiere ser como su hermana mayor, Katja (Amy Diamond): que la reconozcan por sus dotes para el patinaje sobre hielo y ser el orgullo de sus padres (Annika Hallin y Henrik Norlén). La relación entre ellas es buena, a pesar de que la más pequeña siente un poco de celos. Pero Stella comienza a ver las cosas de otra manera cuando descubre que Katja sufre trastornos alimentarios, producto de la autoexigencia en el deporte. El dilema entre el comunicárselos a sus padres o no se convierte en el centro del film. El acierto de Lenken es contar la historia a través del personaje de Josephson. Porque es una niña de aproximadamente 10 años, que experimenta distintas emociones y debe sobreponerse a una problemática por demás compleja. La narración está signada por la ternura de la protagonista, pero no deja de ser cruda. Y tiene algunos momentos distendidos, con pinceladas de humor. El hijo perfecto pone el foco en lo que los padres creen que ocurre en su casa y en lo que desconocen por completo. Una situación que no es ajena a la sociedad actual, dado que el ritmo en el que se vive no permite detenerse a observar, sino que a veces es más sencillo quedarse con lo que las apariencias muestran. Pero también expone las dificultades que surgen al querer sobreponerse a esta enfermedad silenciosa. Excelentes actuaciones y una historia que es coyuntural, tanto por la enfermedad que refleja como por las relaciones familiares, logran que El hijo perfecto sea una gran película que no intenta juzgar. Las conclusiones quedan en manos del espectador.
Autoexigencia. Stella (Rebecka Josephson) es una nena de doce años, gordita y simpática, de esas que todavía no pegaron el estirón ni entienden muy bien el mundo. Katja (Amy Diamond) su hermana adolescente es todo lo contrario, flaquísima y disciplinada, entrena todo el día para competir en patinaje artístico, su pasión. La familia premia los logros de Katja y trata de encontrarle un rumbo a la más pequeña, algo en lo que pueda destacarse, como la mayor, y también como sus padres que llevan vidas bastante exigidas en sus respectivas carreras para sostener el buen pasar de clase media que lleva la familia. Un día Stella comienza a notar que su hermana tiene una extraña relación con la comida, que la lleva a cambios bruscos de humor, ataques de ira y profundas angustias. Todo esto altera la vida de la pequeña y afecta su comportamiento. A pesar de haberle prometido a su hermana que no lo haría, Stella le cuenta a sus padres lo que le sucede a Katja. Al enfrentar la enfermedad de la hija mayor la familia se desequilibra, y pierde la perfecta armonía que tenía. Todo el tiempo y la energía familiar se pone a tratar de atender a Katja, y entre angustia y gritos la familia trata de encontrar ayuda. En general la anorexia no es un tema muy tratado en el cine, sino más bien un tópico de telefilmes. La directora Sanna Lenken ha padecido la enfermedad en su adolescencia y sabe cómo encarar el tema sin clichés y con una gran sensibilidad. Es un filme sobre una historia familiar, no sobre una patología, filmado de forma intimista, donde el eje es la relación entre las hermanas y como a pesar de las presiones externas su vínculo nunca se rompe y se hace más fuerte. Lenken ha construido una muy buena película que resulta muy convincente por el modo en que está encarada la historia, y por las excelentes actuaciones de Rebecka Josephson y Amy Diamond. Sin golpes bajos ni lugares comunes, la historia refleja lo que le pasa a muchas familias cuando los padres están tan ocupados en hacer lo que consideran correcto para sus chicos. Darles bastante dinero y una buena educación no es suficiente si no son capaces de ver sus verdaderos problemas o de admitir que sus hijos pueden estar enfermos.
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LA ANOREXIA QUE NADIE ACEPTA En la opera prima de la directora sueca Sanna Lenken hay mucho de su propia historia. Ella sufrió de anorexia durante su adolescencia y cree que es una enfermedad como el alcoholismo o las drogas, que reproduce el mismo mecanismo. Pero su película es mucho más que la enfermedad. Muestra a una familia aparentemente perfecta con dos hijas: la mayor es la exitosa, amada, agasajada y la menor gordita, acomplejada, que la única que advierte que su hermana presa de la anorexia corre peligro. Entre la lealtad y el compromiso moral, la reacción de los padres que no quieren ver, la respuesta de la sociedad. Una inteligente radiografía de una sociedad que provoca, con sus exigencias el estado vulnerable de la chica “perfecta”, no exenta de humor e ironías. Muy bien actuada.
Sobre la anorexia y otros temas cercanos al público No se detendrá el mundo por ellas, pero conviene anotar la existencia de esta película sueco-germana, de su directora, y su pequeña protagonista. Acá se estrena como "El hijo perfecto", en otros lados como "La hija perfecta" o, arrimando el bochín, "Mi hermana perfecta". Su título original, "Min lilla syster", pinta más bien como "mi hermana flaca". Por ahí va uno de los temas, pero no el único. La hermana flaca y perfecta de los referidos títulos es la hija mayor, la futura estrella del patinaje artístico, toda estilizada, carita redonda y mucho esfuerzo para seguir delgada. Demasiado esfuerzo. Los padres no se dan cuenta, pero es anoréxica. Quien lo advierte es la hija menor, patinadora sin mayor gracia ni habilidad, nada estilizada, gordita tirando a futura gorda y mucho esfuerzo para acompañar a la otra, incluso en situaciones difíciles. Son hermanas, se quieren, se cuidan, aunque a veces la otra se vuelva histérica, o la vida y los propios padres, aunque no digan nada, les marquen feas diferencias. Como sea, la chiquita va a encontrar su propio camino, y ése es el tema principal. Película interesante, con buen manejo de asuntos cercanos al público, no por nada ganadora del Premio del Público en el Festival de Gotemburgo y otros lugares del mundo. Promisorio debut de la directora Sanna Lenken, nacida Susanna, que viene de conducir una serie de TV para jóvenes y un corto, "Ata lunch", hora de comer, precisamente sobre chicas anoréxicas. También debut actoral de la cantante pop Amy Diamond, nacida Deasismont, como la hija mayor. Y notable debut de la gordita Rebecka Josephson. Hay que ver cómo carga con el personaje principal, cómo matiza sus expresiones, que son muy variadas (incluso de arrobamiento por un profesor treintañero, lo que es todo un subtema), cómo representa, en fin, esa difícil etapa llamada pubertad. Según dicen, no iba a ser actriz. Hubo que convencerla. Y después recién se dieron cuenta de dónde venía. Es la nieta del actor bergmaniano Erland Josephson, aquel de "Escenas de la vida conyugal". Nieta de tigre.
De la sutileza al suspenso de cotillón Que la anorexia –y su prima cercana, la bulimia– es cosa seria, lo saben perfectamente aquellos que la padecen y los familiares que rodean al enfermo. La ópera prima de la sueca Sanna Lenken –coproducida con aportes de su país y otros de origen alemán– se ubica a mitad de camino entre la película de “enfermedad de la semana” y el drama de crecimiento, con protagonistas que enfrentan, en un caso, el paso de la adolescencia a la adultez y, en el otro, de la infancia a la pubertad. Uno de los puntos fuertes de El hijo perfecto (perfectamente estúpido título local, ya que no hay aquí ningún hijo, sino dos hijas) es el consecuente sostenimiento del punto de vista del relato: es a través y sólo a través de la mirada de la jovencita Stella, que andará por los once o doce años (impecable performance de la debutante Rebecka Josephson), que el espectador conoce a los personajes, sus interrelaciones y el problema alimenticio que comienza a evidenciarse en el comportamiento y el estado de ánimo de su hermana mayor, Katja. O “la flaca”, como reza el título en idioma inglés elegido para su distribución internacional. Katja es esbelta y linda y una promesa del patinaje artístico, casi un modelo de belleza femenina al uso, en particular para los idealizadores ojos de su pequeña hermana. Stella es más bien gordita pero su cuerpo, que apenas ha comenzado a cambiar, no parece ser un problema mayúsculo, al margen de un arbitrario miedo al crecimiento de vello por encima de sus labios. Es en la relación entre ambas, en esa amistad fraternal que se mantiene a pesar de la diferencia de edad (ínfima biológicamente, pero que en esas etapas suele ser gigantesca), en la confianza mutua que el film refuerza en algunas escenas tempranas y, también, en la ligera envidia que Stella comienza a sentir por su hermana, en particular cuando la ve patinando junto a su entrenador alemán, donde Min lilla syster demuestra sus dotes de sutileza y sensibilidad para el retrato de los personajes. Luego, por supuesto, llegan las sospechas y las confirmaciones: vómitos auto producidos, comidas ingeridas a escondidas –que no llegan a ser atracones–, entrenamientos físicos abusivos y, más tarde, la inapetencia casi total seguida de los primeros desmayos. A partir de ese momento, la ecuación del guión suma fuertemente a los padres de las chicas, absolutamente ciegos ante la evidencia de lo que está ocurriendo delante de sus narices, y un tono claramente admonitorio comienza a envolver la historia. La pobre Stella no sabe bien qué actitud tomar, aunque la película se corre innecesariamente de ese dilema reemplazándolo con un simple chantaje entre hermanas. Luego de que el problema sale a la luz y la resistencia inicial se transforma en confesión, aflora lo peor de El hijo perfecto: el “hondo drama humano”, con una pareja de adultos actuando como padres necios e incluso brutos, los gritos y llantos, el innecesario psicodrama, el suspenso de cotillón. Borrando a los tropezones lo que se escribió con delicadeza, el film escrito y dirigido por Lenken se abandona a los imperativos de la corrección narrativa, con coda abierta a la esperanza que bien podría formar parte del institucional de un centro de rehabilitación especializado en trastornos alimentarios.
Un drama que aborda temáticas espinosas como la anorexia, la bulimia, la pubertad femenina, la mirada distorsionada que tenemos sobre nuestros cuerpos y los falsos ideales estéticos. Lo hace de manera cruda, sin golpes bajos, pero con esa "frialdad" con la que se suele identificar al cine escandinavo. [Escuchá la crítica completa]
Una historia fuerte, que toca problemas actuales de la pre adolescencia, los celos, la competencia, los trastornos alimentarios, los secretos, las traiciones y las relaciones familiares. Buenas interpretaciones dentro de un film para tener en cuenta y con los distintos temas que aborda deja pensando a más de un espectador.
"El hijo perfecto" -traducción local que desorienta al referirse en realidad a hijas mujeres- resulta un interesante y cautivador film que aborda, desde la mirada de una niña, un drama familiar narrado con calidez, profundidad y sutiles dosis de humor. La directora sueca Sanna Lenken incursiona en el largometraje con este film que logra cautivar al espectador principalmente por las grandes actuaciones de sus protagonistas y un tratamiento narrativo que evita caer en la monotonía del sermón o la disertación basada en el lenguaje oral, y da curso a un relato en el que el espectador puede experimentar, en varios de sus pasajes, una doble sensación de ternura y congoja ante una historia cuyos protagonistas experimentaran la admiración, celos, amor y traición derivados de sus propios procesos de maduración así como afrontar una enfermedad muy común en la adolescencia como los desórdenes alimenticios. Stella -interpretada magistralmente por Rebecka Josephson- es una niña ingresando en la adolescencia que vive a la sombra de su hermana mayor Katja -Amy Diamond, toda una estrella del pop en Escandinavia-, una talentosa y hermosa patinadora a la que sus padres veneran, y en su admiración y afán por conseguir su atención descubre que su hermana mayor y modelo a seguir Katja esconde un trastorno alimenticio. Stella se ve obligada, por su hermana mayor, a mantener el secreto y se ve arrastrada a un círculo vicioso entre la mentira y la manipulación hasta que finalmente se quiebra y decide hablar dando luz a la verdad, transformándose así en pilar fundamental para comenzar la reconstrucción familiar. La historia se contextualiza entre el ámbito familiar y el educativo, tanto colegial como extraescolar, y el relato va develando los diferentes estratos del proceso sentimental por los que pasan sus protagonistas, donde el juego, la admiración, crueldad e intolerancia se entremezclan para configurar su verdadera identidad y capacidad para mostrarse ante el mundo. Las estupendas interpretaciones no sólo transmitan espontaneidad sino que se convierten en los cimientos estructurales de este film cuyo principal acierto radica en que el conflicto central no será el trastorno alimenticio de Katja -Amy Deasimont-, sino cómo afecta esta situación a la configuración de la incipiente personalidad adulta de Stella -Rebecka Josephson-, la verdadera protagonista de la película. El film también replantea temas actuales como la obsesión por el cuerpo y el grado de responsabilidad de las instituciones y la familia en cuanto a estimulación, motivaciones y modelo de conducta que no siempre terminan repercutiendo de la manera deseada. Un hallazgo de la producción sueca que cautiva al espectador de comienzo a fin y lo invita a reflexionar invadidos por una rara sensación de amargura y ternura a la vez.
Un secreto entre las dos Sin caer en el relato aleccionador, la sueca El hijo perfecto (2015, My Skinny Sister) hace foco en lo vincular y narra la historia de dos hermanas, una de ellas con trastornos alimenticios. Stella (Rebecka Josephson) es una preadolescente un poco tímida, con algo de sobrepeso, integrante de una familia de clase media sueca. Ella sostiene una relación muy cambiante con su hermana mayor Katja, cuyo principal objetivo es destacarse en una competencia de patinaje artístico. El vínculo que tienen va desde la admiración (de Stella hacia Katja) y la complicidad amistosa hasta los celos y los momentos tensos. Sin embargo, es evidente que detrás de los problemas hay un genuino cariño entre ambas. La ópera prima de Sanna Lenken tiene un tono que se amolda a la frialdad de las producciones de su país; predilección por los primeros planos, poca incidencia de la banda sonora (que aquí hay, pero con discreta presencia), secuencias en donde el silencio ocupa un lugar central como constructor de tensiones. Esa impronta estética le viene de maravillas a un tema que, en el peor –y frecuente, por cierto- de los casos es tratado de forma aleccionadora y reduccionista. Cuando Stella descubre que su hermana tiene bulimia (se exige demasiado en el entrenamiento y se produce vómitos apenas termina de comer), esa relación tan compleja devendrá en algo mucho más drástico. Sobre todo, luego de que la hermana la extorsione con revelar detalles de su privacidad a cambio de mantener el conocimiento de su trastorno alimenticio lejos de sus padres. A partir de ese momento, la película –que está narrada a partir del punto de vista de Stella- abordará no sólo la bulimia, sino también la percepción de la más pequeña, a quien el peso de ese secreto se le hará cada vez más difícil de soportar. Son escasos los estrenos de cine de territorios nórdicos que llegan a nuestra cartelera (uno de los últimos casos fue el de Cuando despierta la bestia (2015, Når Dyrene Drømmer), hace ya unas cuantas semanas), por lo tanto es celebrable la llegada de esta película “pequeña”, sí, pero honesta, concentrada en un conflicto y con una imagen bien elaborada sobre el siempre fascinante y conflictivo pasaje de la niñez a la adolescencia.
Sensatez y sentimientos Algo del orden del ”engaño” perfecto se constituye en los primeros minutos del filme, situación que se termina por agradecer sobremanera al finalizar el mismo y puestos a pensarlo. Es que, ayudado en este caso por el titulo con el que se estrena en nuestro país, la posibilidad de lectura queda reducida en ese espacio temporal, al punto de vista de la joven Stella (Rebecka Josephson). Esa perspectiva establecida por la mirada y desde la posición en que se narra la historia, se podría ver entorpecida, haciendo registro de otro discurso, a partir del titulo original “Min lilla syster”, cuya traducción sería “Mi hermana pequeña”. El filme abre presentándonos a Stella, una púber entrando casi de lleno en la adolescencia, gordita, no muy agraciada, debiendo hacer frente a la ausencia de registro de sus padres, cuyos ojos son todos para su hermana mayor. Katja (Amy Deasismont) es el ejemplo a seguir, bella, esbelta, casi profesional del patinaje artístico sobre hielo. Mientras Katja compite y gana, Stella presente en el evento obligada por sus padres, posa su mirada, amorosamente, sobre el entrenador de su hermana. Cuando todo hace suponer que estamos frente a una historia cerrada en los celos se produce un cambio de registro, leve, sutil, la mirada es desde Katja, pero hacia el mundo que la rodea, la mira, la oprime, y ella cree le exige perfección. Para luego volver sobre el motor impulsor de la historia, la representación del mundo según los ojos de su hermana menor, que a esa altura del relato ha demostrado la cualidad que más la representa, su inteligencia. La disyuntiva que se le plantea a Stella es una de las verdaderas encrucijadas de la vida, sobre los secretos y mentiras, celos o amor, hacer lo correcto o aplicar sobre el beneficio. La historia se centra en una familia de clase media, sin conflictos aparentes, salvo que la que trabaja fuera de la casa es la madre, así establecida es la convención familiar. Vive sosegada y satisfecha, hasta que un día, que no es cualquiera, Stella descubre que lo acostumbrado no es la realidad, que esta se complica, que su descubrimiento podría romper esa supuesta armonía, y la convivencia fluiría hacia el descontrol. En esa verdad “revelada” de su hermana, ella se da cuenta que sus padres sólo ven lo que “pueden” ver, no lo que quieren. Katja, a la que admira, cela, ama y sigue, oculta un trastorno psicológico, una incipiente bulimia, trastorno alimenticio del orden de lo severo, caracterizado por atracones y purgas, auto provocación del vomito, o la ingesta de productos que purguen, incluyendo actividad física de exigencia extrema por parte del enfermo, pudiendo producir la muerte. Stella vivirá el dilema de contar o no lo que sabe, su lucha interna entre hacer lo debido y la lealtad a su hermana, la preocupación por la salud de ella, o la posible sensación de envidia Un relato, que versa de manera muy adulta, en la mirada de la vida de dos adolescentes, sobre los celos y el amor relatado con empatía, afecto, calidez, profundidad, y mucho sentido del humor. De estructura narrativa clásica, con progresión dramática casi de manual, que le sienta bien, por cierto, sin demasiadas búsquedas desde lo estético, bella fotografía, sobre todo cuando tiende a mostrar la soledad intelectiva de la niña, una banda de sonido empática sobre las imágenes, cierran con la corrección de los mal llamados rubros técnicos. Rebecka Josephson y Amy Deasismont, ambas debutantes, a la cabeza del reparto son las que sostienen un guión escrito sobre los detalles desplegados del cortometraje que le dio origen, plasmado por la directora, también debutante, de manera madura, convincente, y muy elocuente.
LAS HERMANAS SEAN UNIDAS Hay películas que necesitan un tiempo extra para poder digerirlas, asumirlas en sus concepciones, aún sin ser particularmente sobresalientes. El hijo perfecto -insólito título con el cual la conocemos en Argentina- está impregnada de esa sustancia, es una película que obliga a tomarse unos momentos extra de reflexión. Lo cierto es que el planteo del film de la sueca Sanna Lenken es simple y complejo a la vez, porque ya preanuncia decisiones desde lo estético e incluso lo moral complicadas de pensar y ejecutar: todo gira alrededor de Stella (Rebecka Josephson), una niña que está entrando en la adolescencia, y en esa etapa de descubrimientos y autodescubrimientos, se va dando cuenta que su hermana mayor, Katja (Amy Diamond), la favorita y mimada de la familia a partir de su incipiente carrera como patinadora sobre hielo, arrastra a escondidas una creciente anorexia. Hay un par de decisiones que pueden parecer lógicas y elementales, pero que requieren de buen criterio y hasta humildad, y que Lenken toma desde el comienzo del relato, sin vacilar en lo más mínimo: primero, construir la narración a partir del punto de vista de Stella, sosteniéndolo en todo momento; y segundo, ir hilvanando un telón de fondo que es la apertura del mundo que va viviendo Stella, que empieza a romper los límites del núcleo familiar. Pero El hijo perfecto, a pesar de estas decisiones sumamente acertadas de su realizadora, no termina de ser un film parejo y fluido. Es que su primera media hora es muy atractiva, trabajando con la mirada de Stella para construir pausadamente el universo que la rodea, indagando en ese lazo filial con Katja, donde intervienen el afecto y la lealtad, pero también algo de crueldad y hasta envidia. Es cuando estalla el conflicto central -Stella dándose cuenta de los desórdenes alimenticios de Katja- que el film empieza a toparse con algunos problemas, principalmente porque no consigue trascender ciertas instancias de obviedad y hasta trazo grueso -por ejemplo, con la subtrama del enamoramiento de Stella del profesor de Katja-, atravesando pasajes donde se emparienta con esos típicos dramones televisivos al estilo Lifetime o Hallmark. Pero por suerte Lenken vuelve a tomar el timón con fuerza y evita el naufragio en los minutos decisivos, privilegiando lo afectivo y recortando donde importa: ahí El hijo perfecto se consolida como un film de crecimiento, de aprendizaje sobre el dolor, sobre cuándo vale más la pena hablar que callar, cuándo pasar de ser testigo a participante, cómo tenderle la mano al otro aún cuando ese gesto no es reclamado por quien lo necesita. En ese punto de quiebre entre infancia y adolescencia es donde la película se hace fuerte, conmoviendo sin necesidad de grandilocuencias. Y encima cuenta con actuaciones estupendas de Josephson y Diamond, vibrantes desde su humanidad, como dos hermanas aprendiendo a contar una con la otra y funcionando como espejos de nuestras propias relaciones filiales.
Cuesta entender porqué le pusieron este título en Argentina a una película sobre dos hermanas, en la que no hay ningún hijo perfecto sino una exploración del mundo púber femenino. Esta película sueca tiene como centro a una divina niña actriz, Rebecka Josephson. Ella es la observadora del incipiente trastorno de alimentación de su linda hermana mayor, Katja. La relación fraternal, más poderosa e interesante que la familia ampliada, el colegio o cualquier otro ámbito, es en el fondo la verdadera protagonista de la película. Con delicadeza pero sin remilgos, la directora Sanna Lenken consigue , en su primer largometraje, un film luminoso y chispeante aún sobre un tema terrible como el de la anorexia.
Si bien la prensa la emparenta con la laureada y cálida "Little Miss Sunshnie", "Min lilla syster" corre por otros rieles: los del cine dramático destinado a promover debate, en torno a uno de los grandes flagelos que asechan a los adolescentes (principalmente) en estos tiempos, los trastornos alimenticios. Sanna Lenken, la mujer detras de las cámaras, debuta con su primer largo, asociado invariablemente a su experiencia personal. Esta cineasta ya tiene un corto famosisimo sobre el tema ("Ata Lunch" del 2013) y es reconocida su militancia para divulgar los crueles alcances de este flagelo de nuestros tiempos. El tema de la imagen corporal, y más de un atleta de alto rendimiento, ha sido tratado en pocas oportunidades en la historia del cine. Ejemplos hay, pero no abundan y siempre es bienvenida la posibilidad de tomar contacto con un film de esta temática. Por ende, comenzamos en positivo con la sueca Lenken, quien además, va a dotar a su propuesta de un clima bastante personal, donde todo se subordina al conflicto principal y al vínculo entre las dos hermanas que serán el centro neurálgico de la historia. La trama presenta una clásica familia europea de clase media donde las cosas van bien y no hay presente demasiado conflicto en la superficie. Craso error: no es sencillo tener una hija bella, joven, talentosa y que se dedica al patinaje con aspiraciones de ascenso. Así como la danza clásica, son actividades de una enorme presión puesta en el hecho de mantenerse muy delgadas. Todo se centra en definitiva, en el vínculo entre Katja (Amy Diamond) y Stella (Rebecka Josephson), la primera, sin dudas "la hija perfecta" y la segunda, una niña distinta a su hermana, a todo nivel. Ella admira el éxito de Katja y ella pasa a ser su inspiración, dado el impacto que provoca su presencia en el pequeño mundo que las rodea... hasta que da con la cruda verdad. No todo es lo que parece y el descubrimiento de la enfermedad que sufre su hermana, pronto deja a Stella con una pesada tarea: decidir hablar o callarse. Y si bien ella elige un camino discutible, lo cierto es que la película no intenta subrayar desde lo moral ciertas decisiones, sino que sólo las pone en relieve en función de la tensión dramática del conflicto. Son, una familia con algunos problemitas. Y ahí, en esa trama vincular, donde los padres parecen recortados y ausentes, surge lo más valioso de la relación, el enfrentar los obstáculos desde lo más primitivo y natural que poseen las hermanas, su propio amor mutuo. Leneken propone un relato armonioso (con alguna tormenta bien resuelta), puro y transparente de cómo ella ve a una familia atravesando por este trance. Y si bien hay desniveles narrativos y una peligrosa parsimonia en algunos tramos (demasiada pobreza en las interpretaciones de los secundarios, por ejemplo), llega a buen puerto y cumple su objetivo. Correcta y útil, para adentrarse en una problemática específica, a la que no hay que dejar de prestar atención.
En el arranque de “El hijo perfecto” (Suecia, 2015), de Sanna Lenken, propuesta que renueva las salas desde hoy, una niña regordeta, entrando en su adolescencia, llamada Stella (Rebecka Josephson) es presentada con detalles de aquello que está haciendo, juntando algunos insectos en un frasco mientras se identifica con los versos de una canción foránea. Ensimismada, esa primera escena nos acerca a su universo de una manera diferente, ya que, vendida como la nueva “Little Miss Sunshine”, el filme en realidad luego virará hacia un drama familiar con una impronta cuasi documental sobre la adolescencia, la autoexigencia y la proyección de sueños y deseos ajenos en los que la protagonista para nada se ve reflejada. En el título original, “mi hermana flaca”, hay una declaración sobre la trama que quizás, e innecesariamente, lleve a revelar detalles del giro narrativo que el guion le impone a los protagonistas. Stella es feliz con sus secretos y pocas aspiraciones, las que día a día se van opacando a la sombra de su bella hermana, una patinadora de hielo profesional, que se obsesiona con su carrera al punto de negar una realidad evidente que la va deteriorando. Un día una persona le dice al enterarse que su hermana es la bella patinadora “debes estar orgullosa, es muy linda”, pero Stella no siente eso, primero porque no sólo la puede ver con los ojos de “hermana” que tiene para ella, y por otro lado, porque en el fondo, detesta que “esa linda chica” sea su hermana. Cuando Stella detecta el problema de Katja (Amy Deasismont), en vez de acompañarla, al querer "denunciarla" ante sus padres, lo único que termina haciendo es complicar más todo. Allí Lenken deja el clásico relato iniciático y de mostrar como Stella se relaciona con el sexo opuesto y con su única amiga, comienza a profundizar de manera dolorosa y verdadera, en la compleja situación en la que Stella y su familia se verán inmersas. Algunas lagunas narrativas, que se van presentando mientras el guión trata de encontrar una correcta dirección para contar, y la liviandad con la que se configura el perfil de los padres (madre ausente, papá todo el día en la casa que no puede ver venir los problemas con cada una de sus hijas) resienten “El hijo perfecto”. Tampoco hay un interés por reforzar el verosímil del grupo familiar ante la repetición de situaciones que se dan ante la desesperación de los padres por no poder ayudar a sus hijas y que terminan por resentir la totalidad de la propuesta. Aun así y a pesar de esto, la mayoría de las escenas presentadas, con un logrado realismo sobre el entrenamiento profesional, el hambre de competencia, la ambición, el relegar a un segundo lugar a aquellos que se ven opacados ante el triunfo ajeno, también potencian algunos pasajes luminosos que destacan la osadía de la niña (increíble el avance al adulto profesor de patín) y el reflejar la vida familiar de Suecia (alejadísima de nuestra idiosincrasia, y sorprendente a la vez) elevan las lagunas y el apuro con el que se quiere cerrar la historia de esta niña en busca de su ser y el de su hermana.
Honestidad brutal Un acercamiento a la problemática de los trastornos alimenticios en esta valiosa ópera prima sueca. Por su tema y tratamiento, El hijo perfecto es la película que Abzurdah hubiera sido con un poco más de voluntad de encauzar su historia dentro de un relato naturalista en lugar de replegarse a la comodidad de una moraleja políticamente correcta y digerible para todo público. Gélida y distanciada como gran parte del (escasísimo) cine nórdico que llega a estas salas, la ópera prima de la sueca Sanna Lenken es un retrato brutal, crudo y descarnado sobre la bulimia. El punto de vista recae sobre Stella (Rebecka Josephson), una nena de doce años con las hormonas a flor de piel y un físico bastante alejado de los cánones habituales de belleza. Ella vive a la sombra de su hermana mayor Katja (la cantante pop Amy Deasismont), quien no sólo es francamente hermosa sino también una excelsa patinadora sobre hielo, cualidad que no está precisamente entre las primeras de Stella. Las chicas llevan una relación tirante, que va de la calidez y la complicidad a la sumisión y el maltrato en una misma escena. En ese contexto, Stella descubre que su hermana es bulímica. Pero Katja sabe cosas que a Stella no le gustaría que se divulguen, y pactan un extorsivo silencio recíproco. A diferencia de Abzurdah, El hijo perfecto -traducción sin relación alguna con el relato del My Skinny Sister (Mi hermana flaca) original- muestra el deterioro de la protagonista sin concesiones, marcando además las consecuencias para el núcleo familiar. Es cierto que por momentos Lenken parece ensañarse demasiado con la desgracia de sus personajes, pero también que construye un film que nunca los juzga e interpela al espectador con herramientas puramente cinematográficas, dándole la oportunidad de que sea él y no la película la encargada de sacar las conclusiones.
Adolescentes bajo presión “Es una historia sobre el amor entre hermanas y la búsqueda de la propia identidad”. Así define la joven realizadora sueca, Sanna Lenken, el contenido de su opera prima, “Min lilla syster”, cuya traducción es “Mi pequeña hermana”, inexplicablemente presentada en nuestro país bajo el título “El hijo perfecto” (!?). Las protagonistas son dos muchachitas, hijas de un matrimonio de clase media. Una de ellas, la mayor, Katja, está finalizando la adolescencia, en tanto que la menor, Stella, está ingresando en esa etapa de la vida. Katja está sometida a una intensa presión porque en su escuela fue seleccionada para integrar el equipo de patinadoras sobre hielo de alto rendimiento. Para ello, debe entrenar rigurosamente durante largas horas todos los días y a la vez seguir una dieta para no subir demasiado de peso. Stella, en cambio, es más bien retacona y regordeta. Siente una gran admiración por su hermana y quiere seguir sus pasos en el patinaje. Pero mientras Katja se esfuerza constantemente, Stella fantasea al tiempo que se devora una montaña de snacks. A su vez, Katja concentra todas las expectativas de sus padres, quienes parecen dar por descontado que la muchachita será una patinadora altamente competitiva, aunque no piensan lo mismo sobre Stella. Si bien son padres que están físicamente presentes, lo que la película de Lenken pone en evidencia es que se trata de un caso de una familia de apariencia normal, apariencia que encubre una disfuncionalidad soterrada. Desde las primeras secuencias, la banda sonora que acompaña a Stella contagia una sensación de angustia y tensión. Sensación que estará presente durante todo el relato, que asume el punto de vista de la hermana pequeña, para contar el drama que pone en crisis a su familia: Katja no logra controlar la presión bajo la que está sometida y se vuelve anoréxica. La cuestión es que lo mantiene oculto, pero su hermanita, que la sigue a todos lados, pronto la descubre. A partir de ese momento, la película se concentra en la perturbación de Stella, que no sabe cómo manejar el secreto, ya que Katja la tiene amenazada: si habla, ella también contará secretos incómodos de Stella. El chantaje hace efecto en la mente inmadura de Stella, pero a partir de ahí, las dos chicas empezarán a manifestar problemas en la escuela. Los padres tardan en darse cuenta de lo que pasa en su propia casa y cuando son enfrentados al problema, no reaccionan de la mejor manera, poniendo en evidencia su propia inseguridad e inmadurez. Min lilla syster es un relato autobiográfico, está basado en la experiencia personal por la que atravesó Lenken en su vida real, y la película parece ser una manera de mostrar y compartir un problema que suele permanecer oculto o del cual es difícil hablar en público. En ese sentido, es testimonial, pero al ser un tema que evidentemente conoce desde adentro, Lenken sabe darle el tono justo para que no resulte en una monserga moralista o un melodrama. Ella describe el problema como lo percibe la menor de las hermanas, quien termina siendo la que provoca la crisis que lleva a que salga a la luz, acción que permitió que Katja reciba la atención necesaria oportunamente. Pero el final es abierto. El film deja el interrogante acerca de cómo será la vida de esas chicas de ahí en más. Cómo habrán de crecer y qué valoración le darán a ese triste episodio en sus vidas. “Min lilla syster” es una película en tono menor, que invita a reflexionar sobre diversos aspectos de la adolescencia en una sociedad desarrollada.
Escuchá el audio haciendo clic en "ver crítica original". Los domingos de 21 a 24 hs. por Radio AM750. Con las voces de Fernando Juan Lima y Sergio Napoli.
Gran Hermana El primer largometraje de la directora sueca Sanna Lenken aborda un tema sumamente complejo y delicado como lo es una enfermedad mental. La película nos presenta la historia de Katja (Amy Diamon), una joven promesa del patinaje sobre hielo que parece tenerlo todo: felicidad, belleza, una familia orgullosa que la contiene y la mima, y un gran futuro por delante. Sin embargo, ella esconde algo. Algo que las miradas superficiales de quienes la rodean no alcanzan a ver. Pero hay alguien que la mira con atención. Alguien capaz de ver mas allá de lo que ella aparenta, su hermanita Stella (Rebecka Josephson). Aunque a veces puede sentir un poco de celos porque no recibe tanta atención como su hermana, admira profundamente a Katja. Aspira a ser como ella al crecer, por lo que trata de imitarla en todo lo que puede. Ambas mantienen una estrecha y amorosa relación, la cual se vuelve tensa y conflictiva cuando Stella descubre que su hermana mayor tiene un grave trastorno alimenticio. A partir de ese momento, la pequeña deberá lidiar con el pesado dilema de contarle a sus padres lo que sabe, para preservar la salud de su hermana, o mantenerse leal a ella y cumplir con su caprichoso pedido de no decirle a nadie lo que le esta sucediendo. Este impresionante debut de Sanna Lenken, tanto en la dirección como en el guion, trata el tema de la Anorexia desde una perspectiva única y personal; ya que ella misma debió enfrentar esta enfermedad durante su adolescencia. A pesar del desafió que representa hablar de esta patología (lamentablemente tan común en los últimos tiempos) sin caer en la caricaturizacion o en el melodrama absoluto, la directora logra entregarnos una mirada autentica, adorable y hasta con toques de humor. Sin duda, el hecho de que la historia este narrada desde el punto de vista de Stella, la hermana menor, es el gran acierto de la realizadora. Ver el impacto que tan compleja enfermedad produce en el entorno, y en quien la padece, desde la inocente mirada del miembro mas pequeño de la familia es, sin duda, lo que da el toque tan especial que esta obra tiene. Resulta curioso descubrir que es precisamente ella quien primero descubre el padecimiento de su hermana y la que, casi siempre, actúa de manera adulta y logra lidiar mejor con la difícil situación. Mención especial para las dos protagonistas, especialmente Rebecka Josephson, quien prácticamente se pone al hombro toda la película. Es impresionante como, a su corta edad, logro desarrollar un personaje tan profundo de manera sumamente creíble. Todas las contradicciones e inseguridades de una preadolescente están presentes en su actuación. Por otro lado, Amy Diamond logra construir de manera muy convincente a la joven enferma. Esta es una película en la que el lenguaje corporal tienen un rol fundamental. Las cosas mas importantes son comunicadas a través de una mirada o un gesto, y ambas actrices logran hacer uso de esta herramienta actoral tan importante de manera sumamente clara y natural. La química que hay entre ellas es muy fuerte. Hace que te olvides por completo de que estas viendo una ficción y te hace sentir como si estuvieses presenciando, en carne propia, los mas intensos e incómodos conflictos familiares. Técnicamente, todos los aspectos están sumamente cuidados y armoniosamente combinados. Se destaca la dirección, por supuesto, y la bella y delicada fotografía. Conclusión El Hijo Perfecto es un drama completamente absorbente. A pesar de abordar un tema delicado, la directora logra hacerlo de manera original, madura y acertada. Con un elenco magnifico, logra construir escenas intensas y visceralmente emocionales, sin recurrir a golpes bajos innecesarios.
Este es el retrato íntimo de una familia de clase media, una familia con los problemas de siempre, aquellos que se acarrean por ser de naturaleza tipo: un matrimonio donde padre y madre trabajan fuera de casa y las dos hijas, Katja y Stella que conviven con realidades ignoradas por los padres. En su corta vida, la hija mayor Katja (Amy Diamond) cuenta con un cuerpo esbelto y una gracia notable. Ésta lleva un creciente éxito preparándose como patinadora de hielo artística. Stella, la hija menor, no tan agraciada o delgada como su hermana, observa este éxito desde su presente y su comienzo a la pubertad, lo observa y ve las diferencias, palpa las distancias, vive los secretos y presencia lo que no puede decirse... que Katja está peligrosamente cerca de la bulimia y la anorexia. Esta producción alemana/sueca narra de manera muy refrescante la vida de Stella (Rebecka Josephson) como testigo de la decadencia hacia los grandes trastornos alimenticios de su admirada hermana Katja (personaje que será la perfecta representación de la enfermedad tratada, exhibiendo una gran cantidad de mentiras, manipulación e ira , demostrando así las facetas que arrastra esta enfermedad). La mirada del miembro menor de esta familia: una niña/adolescente/mujer que se mezcla con la inocencia, el descuido, la desfachatez y la indiferencia del mundo familiar y exterior. Esta adolescente en ciernes brindará algo distinto ante las penurias vividas, y gobernará la mirada única y el comportamiento errático de una niña púber sobre cualquier racionalidad que un adulto quiera dar. El sentido que da Stella, con sus obsesiones, pasiones y secretos, recae en lo mundano y en lo cotidiano de su vida con una incredulidad propia de la edad, sentido que caerá en una metamorfosis continua, dando la posibilidad al espectador de ver la versatilidad del personaje y las líneas desapercibidas y delicadas del guión. La directora Sanna Lenken fue la responsable de este film (su opera prima), así como también lo fue de su guion: fácil de seguir, fácil de hacer llegar, sin tantos adornos ni palabras en demasía, con muchos toques de inocencia y humor que hacen más interesante la historia, despojándola de todo sentido de solemnidad: una historia contada de la manera más simple. Sin descuidar por un momento la gravedad del trastorno alimenticio tratado, el relato se sitúa mucho más allá, se halla en una vivencia que lejos de parecer lejana, se hace carne del problema. La directora y guionista se basó en su experiencia personal ante la anorexia, y el comportamiento temeroso reflejado por su hermana menor ante esta situación real. La banda de sonido es puramente instrumental. Y cada momento de la película esta sincronizado para que suene un tema con un tipo de instrumento dominante cada vez, para así señalar y enfatizar los momentos clave de ésta realización. Las imágenes en su mayoría fueron hechas en interiores, dándole un toque de oscuridad a ciertos momentos y otro toque de luz artificial (y fría) en otras circunstancias. Las últimas escenas fueron rodadas en un bosque otorgándole luz natural y cálida en el momento necesario en el que la historia tiene que dar un volantazo. Como punto en contra, algunas escenas en el bosque cuentan con repeticiones de comportamientos y diálogos que solo alargaron la película por unos cuantos minutos, sin llegar a reconciliar estos momentos con el resto del film y dejando en esos instantes al espectador con el sentimiento de alargamiento de la historia sin ningún sentido. Por lo demás, esta película es recomendable para ver una problemática social que ha llegado muy lejos en todo el mundo, y que es retratada de forma particular. Esta hermosa realización puede verse a partir del jueves 2 de Junio, en todas las salas del país.