Érase una vez en el subdesarrollo Cuando uno ve una película norteamericana de mafias, siempre le surge la idea de cómo sería ambientar ese universo de violencia, códios y traiciones en el tercer mundo. La respuesta está en El infierno (2011), película mexicana dirigida por Luis Estrada que viene a cerrar la trilogía no oficial del director sobre sátira política que incluye a La ley de Herodes(1999) y Un mundo maravilloso (2006). Benjamin “El benny” García (Damián Alcazar, protagonista de toda la trilogía) va en busca de un destino mejor a los Estados Unidos dejando en su humilde rancho a su madre y hermanito. Tras una elipsis temporal de veinte años, vemos a Benny volver a México esposado y con la orden de no regresar. Es el comienzo de la película, el destino tragicomico del personaje está a la orden del día. Al retornar a su hogar se entera que su hermano menor ha muerto en manos de la mafia del narcotráfico tras meterse en ese ambiente y ser apodado el Diablo. El benny buscara un futuro digno pero su destino trágico lo insertará en el mundo de las pandillas. El infierno es una gran película porque logra algo fundamental: trabajar desde el clasicismo géneros fundantes como la tragedia, el western y el cine de mafiosos, pero desde una perspectiva absolutamente mexicana. Su película sigue los cánones genéricos del cine mainstream pero siendo un film completamente autóctono. Aparece el inevitable humor negro, la pobreza “color marrón”, la altanería de los “compadres” y la violencia brutal. El cine de mafiosos al que suscribe El infierno, es el de los carteles del narcotráfico, el del machismo injustificado, el del sueño americano ilusorio, el de la corrupción en todos los ámbitos sociales, el del las instituciones asociadas al poder de la droga, y el de una sociedad donde el único valor que rige es el del dinero. Made in México, made in subdesarrollo. Por supuesto que para trabajar desde la comedia, el director recurre a ciertos estereotipos –de mafioso, de prostituta, de gobernante, de policía- pero lo hace para desarrollar un discurso critico, irónico y trágico sobre el universo mexicano. Y lo logra con creces, pues es esa descripción tan carnal que produce empatía y hasta identificación con otros países sudamericanos.
¿Casualidad o producto del oportunismo? En un momento en el que el país se encuentra en una cierta obsesión con el asunto del narcotráfico despertado tras el estreno de las series televisivas Escobar: El Patrón del Mal y El Señor de los cielos y todos parecen expertos opinólogos sobre el tema, llega tardíamente a nuestra cartelera un film mexicano del 2011, que precisamente habla del bajo mundo del narcotráfico, y que pertenece a una trilogía no oficial de las cuales sus dos primeras partes no tuvieron estreno de ningún tipo en nuestro país. Sin embargo, El Infierno mantiene muchísimas diferencias con las nombradas series provenientes de la Cadena Telemundo, y (casi) todas redundan en lo mismo, el tono desprejuiciado y redundante en el humor negro/paródico con el que varios tópicos son tratados. Al igual que en La ley de Herodes y Un mundo maravilloso (las dos primeras partes), el protagonista es Damián Alcazar, quien esta vez interpreta a “El Benny” García quien al comienzo de la película deja a su familia para probar suerte en los EE.UU. Se sabe, el sueño americano es prohibitivo para la gran mayoría de los extranjeros que lo intentan, y tras 20 años, “El Benny” regresa, exportado, a México para darse cuenta que las cosas estan mucho peor de cuando él se fue. Su hermano menor se metió con el narcotráfico y acabó muerto, y él buscará una vida mejor para sí mismo y su madre pero le será imposible, recayendo también en peligros de toda clase relacionándose con pandillas. El director Luis estrada hace uso de varios elementos para retratar la peligrosidad de un sector muy importante de su país, pero siempre teniendo como primera medida el realizar un film llevadero, que simula ser a gran escala. Estrada mezcla una violencia bastante extrema con toques de humor irónico y otros pretendidamente patéticos, algo similar a lo que solís hacer Guy Ritchie en sus primeros pero sin ese frenesí de cámara del que abusa el británico. Cada sector, cada clase social, será digna de un estilo y una fotografía especial, denotando lo sucio, lo peligroso, y lo oscuro; eso sumará a la hora de instalar una idea en el espectador. Las interpretaciones, con Alcazar a la cabeza son de desempeño correcto, aunque en ciertos tramos los diálogos se apropien de cierto argot propio que no será de fácil entendimiento para la platea normal argentina. Como suele suceder en este tipo de productos, hay una excesiva utilización de lugares comunes y prototipos, lo cual terminará afectando negativamente el resultado final. Varios personajes son unilaterales y cumplen con lo que “todos pensamos que son” los personajes que se dedican a ese tipo de asuntos. Esto le resta brío y credibilidad. El infierno es un film irregular, que se anima a alguna crítica a las políticas y el trato que el país del norte aplica contra ellos (y toda Latinoamérica), que busca en la parodia alguna toma de conciencia, pero que en un punto, en su carga violenta y en sus obviedades remarcadas condesciende con la mirada que “el imperialismo” pretende marcar sobre ese país al que históricamente quiere dominar. Una mirada más audaz hubiese apuntalado muchísimo los resultados.
Luis Estrada, cuyo film es el tercer capítulo de una trilogía satírica, mordaz , provocativamente humorística y al mismo tiempo desgarradora, sobre el estado actual de México en plena guerra contra el narcotráfico, no anda con medias tintas al pintar el caos demencial en que se ha convertido un país en el que todos son víctimas y victimarios. Nadie es inocente en su visión; no hay buenos y malos: la corrupción es generalizada. Los representantes del poder, de cualquier poder, y los narcotraficantes, los que se venden, comercian y matan para ellos, los jueces y los policías, los políticos y los religiosos, los postergados a los que solo les queda el camino del crimen para subsistir, las mujeres que se venden al mejor postor, los que traicionan, los cómplices, los que ven morir a sus familias y los que entierran a sus hijos: todos bailan la misma danza al compás del dinero. No hay buenos y malos; hay malos y peores y ninguna esperanza. El panorama es desgarrador y sin perspectivas de salida: el escepticismo reina. "Nada que celebrar", rezaba en el afiche del film el graffiti al pie del cartel de México alusivo al bicentenario mexicano, época en que se lo dio a conocer. Nada que celebrar, salvo que un film tan brutal, tan ferozmente violento y tan desbordado de humor negro y agrio operara el efecto de una catarsis -como parecería proponerse Estrada- y empujara a cada uno a reflexionar sobre el camino que ha emprendido su país (México no es el único embarcado en esta vía hacia la autodestrucción) y sobre el análisis que se hace indispensable para encontrarle un remedio. Puede o no descreerse de ese sano propósito, aunque de todos modos lo que más se destaca en el realizador es su visible y copiosa habilidad para cautivar al público, entretenerlo de punta a punta, hacerlo reír, pintar a sus personajes de manera que pueda distinguirse entre los asesinos simpáticos y los asesinos villanos y satisfacerlo con algunos oportunos remates de la trama, lo que explica el gran éxito que la película obtuvo a la hora de los premios y en su brillante carrera comercial. Habrá quien piense que el film pudo haber abordado el gravísimo problema con menos insistencia en seducir al público con sus apuntes satíricos o su profusión de violencia gráfica y con mayor dosis de sutileza y también con mayor voluntad de profundizar en las antiguas y complejas raíces de la cuestión para llamar la atención sobre la necesidad de un serio debate. Si bien hay que reconocer que la visión guiñolesca de Estrada, aun con su buscada exageración, resulta demasiado próxima a la realidad como para invitar a la evasión. La historia sigue los pasos de El Benny, desde que es deportado de los Estados Unidos después de 20 años de vivir en la ilegalidad. Al Sur de la frontera, encontrará que las cosas están infinitamente peor. Algunas: que su hermanito menor ha sido asesinado no sin antes haberse integrado al mundo narco y ser rebautizado El Diablo; que tiene una viuda sexy y prostituta y un sobrino adolescente a los que adopta como familia; que muchos amigos (en especial el Cochiloco) trabajan para los narcos, que en la zona comandan dos hermanos antes socios y hoy embarcados en una guerra a muerte; que la violencia no deja de incrementar las montañas de cadáveres y que la corrupción llega a todos los niveles, incluida su propia mamá. Por supuesto no tardará en sumarse a ellos aunque no es -no lo era hasta ahí- un tipo violento. Pero tras breve tiempo y muchas traiciones, asesinatos, venganzas, torturas y sangre, ya andará de traje blanco, con un arma en la cintura y el inseparable Cochiloco a su lado. Un film de mafia a la mexicana, con ciertos toques de Tarantino, infinita violencia, mucho humor negro y un ritmo que Estrada sostiene firme de punta a punta. Un gran mérito para destacar en él es su dibujo de personajes secundarios y su excelente dirección de actores, con puntos destacables en Damián Alcázar (El Benny), Joaquín Cosio (Cochiloco) y Ernesto Gómez Cruz (Reyes el implacable jefe narco).
Narcofarsa mexicana Casi cuatro años después de su estreno en su país de origen, México, llega a la Argentina -¿al calor del furor por El patrón del mal?- El infierno, una de las primeras películas mexicanas en retratar el problema del narcotráfico en ese país. Realizada con fondos de una partida estatal para festejar el Bicentenario de la Independencia mexicana, fue provocadora desde el vamos: en el afiche, al logo “México 2010” de las fiestas se le agregó la leyenda “Nada que celebrar”. Esta ácida reflexión sobre el presente mexicano resultó un éxito de taquilla, ganó numerosos premios y dividió las aguas de la crítica y la opinión pública. Para tocar un tema de semejante dramatismo -un dato: la “narcoguerra” iniciada por el ex presidente Felipe Calderón en diciembre de 2006 ya causó más de 70 mil muertos-, Luis Estrada tuvo el tino de elegir hacerlo en tono de farsa: El infierno es una comedia negra que empieza liviana y a lo largo de sus -excesivas- dos horas y media se va oscureciendo cada vez más. Como suele ocurrir, el humor permite abordar una cuestión que, de otra forma, podría resultar insoportablemente dolorosa. Todo sucede en un pueblo que resulta una metáfora, a pequeña escala, de México: tras veinte años viviendo como ilegal en los Estados Unidos, Benny es deportado y vuelve a su San Miguel Arcángel natal, donde se encuentra con que los narcos controlan todo. Pronto descubrirá que entrar a una de las dos bandas que se disputan el poder es la única forma de ganarse la vida. He ahí una de las hipótesis centrales de la película: la pobreza y la falta de oportunidades son territorio fértil para el narcotráfico. Pero nadie se libra de su sombra: todos los poderes -el político, el eclesiástico, el judicial, el policial- están tomados por el tumor. Para señalar esta cruda realidad, Estrada cae a veces en escenas y diálogos -un subtitulador ahí, por favor- un tanto obvios, pero que no alcanzan a empañar un logrado clima tarantinesco.
Esta sátira humor negro sobre el mundo de la droga, la crisis económica, la corrupción y la violencia, es una cinta que retrata la vida en un país destruido por el narcotráfico. Se entiende la utilización del humor, porque solo así se puede soportar esta enorme tragedia que viven diariamente los mexicanos. Personajes sin ética pero queribles, quizás un tanto inverosímiles, pero al tratarse de una caricatura, todos los clichés y estereotipos calzan como anillo al dedo. Un filme de enorme actualidad que además de sacar una sonrisa al espectador, dejara plantada en la mente de los mismos, la semilla de que hay una realidad detrás de la historia y que nunca, jamás, puede ser divertida.
Tan lejos de Dios Dos oportunidades tuvo "el Beny" (Damián Alcázar) en su vida, una cuando se fue a los Estados Unidos, huyendo de la miseria con la esperanza de un futuro y de obtener dólares para enviar a su madre y a su hermano que quedaban del otro lado de la frontera. Veinte años después volvió el Beny, deportado y sin un dólar. Otra vez en el polvoriento suelo del norte mexicano, sin trabajo y con más miseria que antes a la vista. Todas son malas noticias a su regreso. Su hermano y muchos amigos ya están muertos, asesinados mejor dicho. La corrupción garantiza la existencia del crimen organizado, especialmente en lo relativo al narcotráfico. Y ahí va el bueno del Beny, procurando obtener alguna "chamba" cuando se encuentra con un viejo amigo, "El Gordo" al que ahora todos llaman "cochiloco" (Joaquín Cosío) y trabaja para Don Reyes, capo del cartel de la zona. Beny ya encontró "chamba", ya tiene su segunda oportunidad. Como dice el Cochicloco, esta es la historia de tipos que andan matándose entre ellos solo porque no tienen una vida decente que vivir. Que están en el mero infierno, así que lo mismo les da vivir que morir. El filme se basa en un guión irreverente, jugado, en tono de comedia negra, satírica, que logra generar humor desde lo más macabro, con naturalidad y sin efectismos. La acrimonia con que Luis Estrada encuadra cada escena, la fotografía ocre, arenosa, que remarca la aridez del ambiente y la aspereza de sus protagonistas. Sobresaliente es la actuación de Damián Alcázar, de increíble parecido con ese ícono del cine mexicano que es Germán Valdés "Tin Tan", de quien indudablemente toma cierta gestualidad para los momentos más cándidos de la historia, y que parece resucitar así al rey de los pachucos en una contra los narcos. Es remarcable como Alcázar transita todos los climas con humanidad y sin caer en lo grotesco. Le secunda magistralmente Joaquín Cosío, a quien vimos como "Mascarita" en la formidable "Matando Cabos" de 2005. Su "Cochiloco" es de antología. La duración de la película le confiere cierto carácter épico, y por cierto que lo es. Basta leer algunos diarios mexicanos, o ver las noticias de aquel país para saber que lo que este filme relata lejos está de ser ficción. Que lamentablemente la realidad supera al cuento, y con creces. Pero aquí los artistas hacen lo suyo, acercan una historia que además de entretener con buenas armas, nos dará algo en qué pensar, sin solemnidad alguna.
La narcomanía vista desde adentro ¿Oportunismo o casualidad? Los distribuidores afirman que se trata del más puro azar. Lo cierto es que El infierno se estrena –con casi cuatro años de retraso– al tiempo que la telenovela colombiana Escobar, el patrón del mal se convierte en un moderado éxito en la televisión argentina y los noticieros locales dedican buena parte de sus emisiones al tráfico de drogas, los carteles internacionales y los “narcos”, ese apócope tan afincado en la lengua española. Sexto largometraje del mexicano Luis Estrada (cuyo film anterior, La ley de Herodes, supo participar de alguna lejana edición del festival de cine marplatense), El infierno se plantea como una suerte de manifiesto satírico alrededor del tema, cruza de soap-opera, película de gansters, comedia de tonos oscuros y neonoir de pueblo chico, todo ello aderezado con una pizca de condimentos tarantinescos. Estrenada en México unos pocos días antes de los festejos por el bicentenario de la Independencia, el film se transformó rápidamente en un éxito de público y no fueron pocas las polémicas acerca de su mirada sobre la situación social y el violento accionar de las bandas criminales. La cosa se pone en marcha con un plano robado a algún western de John Ford, el sol cerca del horizonte y la silueta de un joven despidiéndose de su madre y su hermano. Corte, elipsis y han transcurrido veinte años. Juan Vargas (el experimentado actor Damián Alcázar, recordado protagonista de La mujer del puerto, de Ripstein) regresa a su terruño y lo encuentra, por decirlo suavemente, algo cambiado. Podría afirmarse que la vida cotidiana de los habitantes de San Miguel Narcángel y alrededores gravita alrededor de la lucha entre dos bandas narco, y quien no trabaja directa o indirectamente para alguna de ellas sobrevive a fuerza de mirar para otro lado. Y Juan, que en un primer momento intenta pasar desapercibido, no tardará en conseguirse un puestito en una de las organizaciones, en parte porque necesita el dinero, en parte para averiguar cómo mataron a su hermano, según dicen, un verdadero “cabronazo” de los narcos. La aparición de una cuñada y un sobrino suman a la ecuación sexo y pathos, transformando la vida cotidiana del protagonista en una carrera de obstáculos, una chingadera detrás de otra. Por momentos afilada, en tantos otros desorientada entre sus múltiples líneas narrativas y cambios de tono, El infierno es antojadiza y ciertamente pretenciosa, no sólo por su épica (y exagerada) duración de dos horas y media sino, fundamentalmente, por el evidente deseo de encumbrarse como tratado sobre el estado de las cosas en el México contemporáneo. En más de un sentido, la película de Estrada es prima lejana de la más reciente Heli, de Amat Escalante. Claro que lo que en esta última es gravedad y violencia cruda y cruenta aquí se ve “suavizado” por la pátina sarcástica y el jugueteo con los géneros cinematográficos. Algo es cierto: Estrada no deja títere con cabeza y sus dardos apuntan a todas las clases sociales, a la policía, a los políticos, a la Iglesia y a un largo etcétera. Claro que entre la sátira y el grotesco, entre la burla y el escarnio, y con tantos blancos a la vista, la película termina apuntándoles a todos y a nadie al mismo tiempo.
La película de Luis Estrada, con aire tarantinesco, utiliza el humor negro, el grotesco y la sabia simpatía por sus personajes que matan, torturan, roban, en un mundo mexicano invadido por el narcotráfico, que se presenta como única salida laboral y se enreda en venganzas sin fin y amores pasionales.
Herencia de sangre Hace unos años apareció un cortometraje sobre las bolsas verde de basura en el que el planteo se edificaba sobre el acostumbrarse a lo inusual, extraño, y su recorrido hasta pasar a ser cotidiano, pero no por eso debe tener categoría de ser aceptado. La famosa frase de Carlos I de Añillaco: “Pobres siempre hubo” En el filme que nos convoca trabaja también este paradigma, pero desde lo nefasto del narcotráfico en particular, las drogas y los adictos como variables en paralelo. Su mirada esta puesta en el poder que otorga desde lo económico y el ejercicio de la violencia y sus ramificaciones políticas pero, y esto es lo que hace interesante el texto fílmico, el recorrido esta accionado desde la gente común, necesario brazo del poder. De la imposibilidad de una salida una vez que fue introducido en el medio del terror. Las imágenes de violencia descomunal esgrimida por el director mejicano hasta podrían parecer redundante, es en realidad una pauta clara de la impunidad con que se manejan los miembros de ese grupo y, análogamente, sobre todo en la ciudad de Méjico y en los 90 en Colombia, los sucesos de la vida real. Podría hasta ser leída como una advertencia al público, provocando un despertar de las conciencias de los hombres comunes, ya sea por ignorancia o irreflexión. La historia comienza durante las fiestas del Bicentenario de la Independencia, Benjamín García, alias El Benny, (Damian Alcazar) luego de 20 años es expulsado de Estados Unidos y regresa a su pueblo natal en México. Allí encuentra un panorama desolador inducido por la violencia, la crisis económica y el terreno fértil para la instalación de grupos de narcotraficantes. Su hermano fue asesinado, en la búsqueda de la verdad de los hecho, y dando cuenta que terminó siendo un asesino despiadado muerto en su propia ley. Benny decide que es hora de actuar con el sólo fin de salvar a su familia de la miseria, por lo que termina envuelto e involucrado en el tráfico de drogas. Esta es la tercera producción del director que cerraría una trilogía, como una gran critica a la sociedad mejicana, las anteriores fueron ”La Ley de Herodes” (1999) “Un mundo maravilloso” (2006), las tres protagonizadas por el mismo actor, que ya se muestra en las manos de éste realizador como pez en el agua. Hay otras aristas para ir desentrañando en el discurso de Luis Estrada, responsable asimismo del guión, son los nombres de algunos personajes, los más llamativos están puestos en los patrones de la estancia, léase los jefes de la familia Reyes, todo un clan de “narcos”, José y María, el hijo no corrió con mejor suerte J.R., y la construcción de estos personajes dan cuenta del humor acido del director. De progresión dramática constante, lineal, el filme se va estructurando como un camino hacia la tragedia inexorable, tanto desde su estructura como desde lo narrado. Es por eso que no llama la atención la elección estética, una imagen naturalista al extremo, nada parece estar forzado ni desde la luz ni desde la gama de colores que utiliza, ni el tono de los mismos. Por momentos se podría hasta sentir que la cámara está donde está de casualidad, casi como una cámara testigo, la música empática desde lo tradicional, y las canciones en función tanto narrativa como discursiva. Toda una sátira plagada de un humor negro no superfluo, hasta por momentos degradante. El cosmos de la droga visto desde adentro, la crisis económica, la corrupción y la violencia, como sus consecuencias insoslayables. Algunos dicen del oportunismo de los distribuidores de estrenar esta producción, que durante cuatro años recorrió festivales alrededor del mundo, gracias al éxito que está teniendo en la televisión vernácula la serie colombiana “Pablo Escobar, el patrón del mal”. Pero si se lo mira desde otro lugar, en relación a los últimos acontecimientos tanto en Buenos Aires como en ciudades del interior, en que están involucrados los grupos narcos ya instalados en la Argentina, ¿seria oportunismo, o necesidad de despertar conciencias? Entonces bienvenido sea. Como dice uno de los personajes, el infierno esta aquí.
La nueva moda de las narco películas Breaking bad, El patrón del mal y ahora, El infierno. Una serie, una novela y una película, donde el tema en común es el narcotráfico. El infierno hace honor a este nuevo subgénero que hoy la está rompiendo y cada vez crece más este recurso. El director Luis Estrada narra en 2 horas la historia de Benny, un pueblerino que se va a vivir a EE.UU y es deportado 20 años después. Regresa a su ciudad natal encontrándola completamente cambiada: el escenario es el caos y la corrupción, donde el conflicto mayor es la muerte de su hermano en manos de un narcotraficante y la posterior misión de que su sobrino siga los pasos de su padre. Así de simple es esta película de acción donde el director demuestra su influencia de las películas americanas que tanto nos tienen acostumbrados, aunque no abusa de estos elementos. De hecho en un punto tiene similitudes con la trilogía El Padrino, donde más allá de la mafia lo que en ellos prevalecía era la familia. En esta película es lo mismo, pues el protagonista intenta mantenerse en su margen pero la venganza por su familia es lo que se mantiene intacto en este western de acción, que poco se parece a la mítica serie Breaking Bad, pero sí en un punto a través del film vemos elementos como lo peor de los seres humanos: la ambición, la venganza, pero también la búsqueda de justicia por parte del protagonista. El infierno además tiene sus toques de comedia para aquel público no familiarizado con los modismos mexicanos como por ejemplo chingón, chingada. Palabras graciosas al escucharlas de parte de los personajes pero creo que la idea original no era esa y confunde al espectador. Sin embargo, la película se vuelve mucho más amena pese a su duración de 2 horas que se pasan volando, sumado un muy buen trabajo actoral por parte de Daniel Alcázar en la piel de Benny y el de Elizabeth Cervantes como la esposa del difunto hermano del protagonista. Sin lugar a dudas, la película no deja de sorprender a cada minuto por las buenas escenas de acción, una buena producción cinematográfica por parte de los mexicanos donde se destacan los escenarios desérticos. Eso demuestra que no sólo son buenos produciendo telenovelas, sino que también pueden realizar una buena producción a la altura de la calidad de Hollywood. El infierno es un trabajo impecable de origen azteca.
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