La interacción de dos personajes ante la llegada de una pandemia en un recinto especialmente acondicionado para su protección y aislamiento, es sólo el punto de partida de una propuesta de género que reflexiona sobre los vínculos y el poder. Luciano Cáceres, una vez más, brilla en una película en la que la dupla con la coprotagonista (Blu Yoshimi) es clave para mantenerse expectante ante la pantalla.
Esta coproducción italo argentina es presentada dentro del genero del terror, sin embargo en ningún momento genera miedo, en realidad genera nada. El filme abre con una publicidad gubernamental, supuestamente de los refugios instalados llamados “Nidos”, corte, sonido de sirenas, gente corriendo vaya uno a saber la razón, hasta que una joven se cae y es atacada por otro ser humano, que la muerde en la pierna, tal como en los filmes de “muertos vivos”. Corte. Estamos en una habitación, Sara (Blu Yoshimi) la joven, esta vendada en la pierna, pronto se da cuenta que esta prisionera, hasta que un interlocutor que se presenta como Ivan (Luciano Caceres) le dice que la rescató y que ahora
Sabemos que el cine de género en Argentina no está muy explotado, pese a que las pocas propuestas que se hacen, en su mayoría son de buena calidad, y termina gustando a la gente. Aparte de que tenemos un lindo nicho de espectadores que sí esperan estas películas; e incluso hasta realizamos un festival anual en Buenos Aires. Pero es que, aunque uno quiera ser bueno, con El nido no podemos evitar decir la verdad. Antes de empezar a decir las cosas malas, toca contar un poco sobre la historia, que se centra en una realidad donde un virus vuelve a las personas en zombis, pero por suerte, hay un tratamiento para aplacar dicha transformación. Así es como conocemos a una adolescente que, tras ser atacada a la salida del colegio, es rescatada por un voluntario que la lleva a un nido; un búnker con todo lo que necesitan. Ahora deberán pasar la cuarentena solos y aislados del resto del mundo. Si la trama les suena conocida, es porque quizás recuerden que hace poco reseñamos Cloverfield 10 Lane, donde un hombre ayudaba a una chica metiéndola en un búnker mientras en el exterior se sucedía un ataque alienígena; y con el grueso de la trama sucediendo en ese espacio reducido y aislado. Si, podríamos intercambiar la sinopsis y nadie se daría cuenta. Pero que una película se parezca a otra no tiene nada de malo, lo malo es que no transmita nada, como este caso y no lo decimos únicamente por lo insoportables que son los dos personajes, con una siendo histérica que no entiende que está contagiada, y otro que le rinde culto a un búnker. Y si bien en algún que otro momento se intenta indagar en la psiquis de ambos, no terminan por convencernos. Pero donde quiero hacer hincapié es en la historia. Hagamos de cuenta que la cinta anteriormente citada no existe, El nido tampoco funciona como proyecto original, ya que tiene varios momentos muertos donde no pasa nada, dejándonos la sensación de que en realidad, esto hubiera funcionado mejor como un cortometraje y no como una película (corta, eso sí). En conclusión, El nido tenía buenas papeletas para haber terminado siendo una película interesante, o al menos, destacable en el escaso rubro del cine de genero en Argentina pero por desgracia, y pese a tener a buen actor como Luciano Cáceres, el proyecto se queda bastante corto, terminando por ser otra cinta olvidable. Una pena.
Es una coproducción italiana-argentina, dirigida por Mattia Temponi que cuando imaginó la película, pensó en un cruce entre una de muertos vivos, confinamiento, un cine de género y de metáfora, lejos de una realidad contagiosa que llegó después y modificó ligeramente el proyecto que se realizó en plena pandemia. Una chica de 18 años, nacida en Italia pero habitante de un país latinoamericano es mordida en plena invasión zombie y despierta, encerrada en un bunker de cuatro habitaciones pero con todo lo necesario para sobrevivir, con un cuidador de mediana edad. Allí comienza una relación primero de sospecha y luego un poco más entrañable, que pasa por matices tóxicos, confesiones de momentos terribles, que se matizan con temas sobre migrantes, culpables, terrorismo, matrimonio igualitario. Es interesante como están delineados los personajes entre la rebeldía de la joven, sus sospechas, su confesión en relación a su padre. Un personaje a cargo de la talentosa Blu Yoshimi. Luciano Cáceres hace una muy buena composición que se debate entre la mesura de un burócrata y los brotes de hombre violento que al segundo pide disculpas. Esta muy bien logrado el clima claustrofóbico y la cámara se mueve con soltura en ese espacio reducido. Un interesante planteo de ansias de libertad, locura, confinamiento y humanidad, con un final sorprendente.
Todo arranca con una publicidad sobre los nidos del título, unos bunkers confortables que prometen hacer de los aislamientos una experiencia similar a unas vacaciones. Esos aislamientos se deben a la aparición de un poderoso virus del que no se dan muchos detalles, pero que convierte a los humanos en algo parecido a zombies. En uno de esos nidos, próximo a ser demolido, despierta una chica de 18 años (la italiana Blu Yoshimi). Obviamente no sabe dónde está ni cómo llegó hasta allí, dos cuestiones que le explica la voz de un voluntario (Luciano Cáceres) ubicado en otra habitación a través de un dispositivo de audio. Su objetivo, afirma, es cumplir una serie de procedimientos y darle medicación para intentar detener el avance del virus. Sin contacto con el exterior, la involuntaria pareja debe esperar, como bien lo sabemos todos desde los confinamientos, que el tiempo pase. Filmada en esa única locación con dejos futuristas, esta coproducción ítalo-argentina dirigida por Mattia Temponi registra la interacción de esos personajes a lo largo de varios días en los que irán acercándose emocionalmente, develando así sus capas más frágiles. Una subtrama superficial que no escapa del lugar de un hombre que intenta mutar un dolor por servicio. Sí es más interesante cuando el fuera de campo se convierte en un elemento acechante y cargado de amenazas que llegan a través de esporádicas conexiones a Internet. Allí la película abraza el cine apocalíptico más desesperanzado, una sensación que el trabajo siempre eléctrico y excesivo de Luciano Cáceres no hace más que acrecentar, empujando la película hacia el terreno de la locura psicopática.
La ópera prima de Mattia Temponi, que tuvo su première mundial en el Festival de Trieste Science+Fiction, habla sobre el aislamiento debido a la amenaza de un virus –con efectos no deseado en los humanos que pueden llegar a convertirse en zombies-, aun cuando la historia fue concebida previamente a la pandemia y los efectos del COVID, por lo que posteriormente a todo lo acontecido, le da un sentido mucho más fuerte a su propuesta, así como había sucedido hace poco tiempo atrás con “Toxico” de Ariel Martínez Herrera con Jazmín Stuart y Agustín Rittano. “EL NIDO” es una película de una locación única y de dos personajes centrales (aparecen algunos otros, pero sólo en un par de escenas con roles poco significativos dentro de la trama), lo que favorece al clima opresivo y de encierro del que necesita la historia para desarrollarse pero que, por otra parte, requiere de la seguridad de Temponi en la dirección para no caer en una puesta excesivamente teatral, lo que el director logra evitar con suma pericia y con movimientos de cámaras que acompañan al relato en forma fluida. Sara despierta en uno de estos refugios (a los que alude el nido del título) sin tener demasiada conciencia ni cómo ni porqué llegó allí: su único vínculo será con Iván, un voluntario que cumplirá todos los procedimientos necesarios para suministrarle la medicación para el que el virus no siga su curso y controlar que se cumpla con el aislamiento indicado. Dentro de este encierro se va desplegando por una parte una situación de comunión e intimidad entre los personajes y, por el otro, un juego de gato y ratón, relacionados con la imposibilidad de escape y con el peligro latente de un rebrote u otra manifestación del virus del que Sara es portadora. La italiana Blu Yoshimi es Sara y Luciano Cáceres le da vida a Iván, generándose entre ellos una muy buena química en pantalla aun cuando por los avatares de las coproducciones el tono italiano de Yoshimi suene algo forzado e inexplicable, pero que rápidamente se olvida por el buen desempeño de la pareja en las distintas situaciones que les propone el relato: desde momentos más confesionales, hasta otros de extrema tensión y con especial detalle en ese vínculo que se va generando entre ambos a partir de esa obligada reclusión, sobre la que se irán aportando algunos datos que impulsan los pequeños giros dentro de la trama. Toda la propuesta de Temponi cobra otra dimensión en este momento de post-pandemia cuando hablar de encierro, contagio, infecciones y fortalece mucho más la idea de vulnerabilidad, de peligro y ese acecho constante que pesa sobre los dos personajes, cada uno con sus propias motivaciones para continuar dentro o para escapar del nido. La cámara de Temponi se mantiene inquieta para mantener a sus dos criaturas en pleno movimiento, mientras van apareciendo inclusive algunos vestigios vinculados con el síndrome de Estocolmo –o a la inversa- donde captor y víctima comienzan a confundir(se) algunos sentimientos y sensaciones, donde se entremezclan espacios de manipulación y despotismo, . “EL NIDO” se refuerza con un tramo final altamente vibrante donde aparecen más fuertemente los trazos relativos al género, con el impacto de lo fantástico y el terror, abriéndose del registro de thriller psicológico que venía envolviendo a los dos personajes. Aún con ciertas irregularidades propias de una película de una locación única que tiene que mantener en vilo a estos dos personajes, este primer ejercicio de Temponi detrás de la cámara es interesante no solamente por lo que propone el guion del propio director junto a Gabriele Gallo y Mattia Pulleo sino por las otras lecturas que pueden darse actualmente a partir del impacto de la pandemia. Hay, además, una lectura adicional vinculada con una primera escena en donde el nido se expone en un spot publicitario, que puede reinterpretarse sobre el final del filme donde justamente ese espacio que se presume seguro y de contención termina siendo asfixiante y peligroso.
Con el reciente estreno de la serie de HBO The Last of Us se puso de manifiesto cómo las ficciones ancladas en invasiones zombis pueden, a través de variedad de formatos y estilos, darle un giro a una premisa que se repite, pero cuyo desarrollo fluctúa de acuerdo a la mirada. El nido, la ópera prima del realizador Mattia Temponi, propone un abordaje acotado de una pandemia en la que los infectados no se mueven en grupo ni tampoco pululan en una metrópolis apocalíptica. Por el contrario, el cineasta achica el foco con un film minimalista (no así menos aterrador) en el que Sara (Blu Yoshimi), una joven infectada, es rescatada por un voluntario, Iván (Luciano Cáceres), quien la refugia en ese “nido”, el nombre que se les puso a los lugares para cumplir una cuarentena indefinida. La película de Temponi, con una austera puesta en escena -la acción transcurre en ese único espacio cerrado- y dos protagonistas que forjan un lazo a pesar de las limitaciones, logra un clima asfixiante, sobre todo cuando se aproxima a Sara con una mirada contemplativa de su padecer. En este punto, el largometraje recuerda la pandemia de coronavirus y sus pormenores (los síntomas, las fases y las formas de cuidado se mencionan reiteradamente) y busca contraponer posiciones. Por un lado, la joven cuestiona el motivo por el que contrajo el virus. Por el otro, el voluntario alude a la inmigración como una causa de su diseminación, lo que deriva en un interesante ida y vuelta entre dos protagonistas que acercan posiciones. Cuando El nido se aleja de esos intercambios e incluye un tercer acto con golpes de efectos no del todo cohesivo con el tono que venía manejando, pierde fuerza. De todos modos, se posiciona como una original relectura de lo que implica la división de mundos cuando irrumpe el pánico y no hay salida a la vista.
Thriller psicológico o drama pos apocalíptico con personajes al límite, El Nido es un poco de todo eso; un guión con solo dos personajes encerrados en una sola locación hacen que su suspenso, enigma y dudas se apoyen en actuaciones que tocan el límite de lo interpretativo, en escenas de un misterio claustrofóbico que convierten a ese búnker en un espacio asfixiante.
Pandemia por Covid-19 o por zombies, casi no hay diferencia. En marzo del año 2020, cuando se decretó el aislamiento social obligatorio, la realidad se transfiguró en lo que parecía una mala película de ciencia ficción. La voz del presidente salía por la televisión y el pueblo debía acatar, si alguien encuentra esta grabación varios años en el futuro podría pensar que así comenzó el fin de todo. Como siempre, la realidad no hacía más que superar a la ficción. Imaginen la sorpresa de Mattia Temponi, en el momento que su película comenzaba a tomar forma fuera de su casa. Luego de dirigir varios cortometrajes, Mattia Temponi se anima a dar el siguiente paso, su primer largometraje. Como resultado surge una producción italo argentina llamada “El nido”, su ópera prima. Protagonizada por Luciano Cáceres y la joven Blu Yoshimi. Se estrenará este jueves 26 de enero en varias salas del país. Una joven despierta en un lugar desconocido, se trata de un nido. Pequeños bunkers construidos con todo lo necesario para sobrevivir al fin del mundo. Afuera el mundo sucumbe ante lo que parece ser una epidemia de zombies. Adentro ella debe sobreponerse a una mordida, con la ayuda de un hombre desconocido, un voluntario. Aislados de todo y todos, deberán aprender a cooperar entre ellos si desean sobrevivir. Un gran acierto de Mattia, fue comenzar de a poco. Igual que alguien que cocina, pero se quiere animar a una receta de mayor complejidad, no arranca por la que tiene muchos ingredientes. Se elige la que tiene pocos y conocidos. Así hizo con su primer largometraje, pocos actores y una sola locación. Lo cual le brinda algunos tintes teatrales, pero con zombies por supuesto. Una historia contenida, consciente de sus desventajas, las complementa explotando sus puntos fuertes. La ambientación del nido genera que podamos entender cómo funciona dicho mundo sin ver jamás el exterior. La actuación es uno de ellos, la dupla consigue una gran química paternal. Pero Blu Yoshimi y su lenta transformación en zombie se llevan el premio máximo. Tal vez tengamos ante nosotros a uno de los exponentes del cine de género nacional del año.
Crítica de “El Nido”, terror psicológico en cuarentena con Luciano Cáceres y Blu Yoshimi La ópera prima de Mattia Temponi recupera todos los miedos psicológicos de la situación de pandemia en un relato oscuro y opresivo que el mismo director definió como una mezcla entre "28 días después" y "Esperando a Godot". “La cuarentena pueden ser unas vacaciones inesperadas” pronuncia la publicidad de los “nidos”, bunkers que funcionan como refugios para resguardarse de la pandemia global que convierte a las personas en bestias salvajes y violentas. A uno de estos lugares llega Sara (la actriz italiana Blu Yoshimi), una estudiante de 18 años que acaba de ser mordida por un infectado. Día tras día será examinada por Iván (Luciano Cáceres), un voluntario que se obsesiona con ella. El Nido (2022) fue ideada antes de la pandemia del Covid-19, filmada durante y estrenada después. Un dato que cambia de manera radical la recepción de la película. Porque el film del realizador nacido en Italia Mattia Temponi no se focaliza en el miedo a ser infectado sino en los daños psicológicos de una situación de cuarentena permanente. Esta producción entre Italia y Argentina se reactualiza con la experiencia aún latente en el público. Con esa dinámica Temponi hace un film con puesta teatral, con sólo dos personajes en una única locación. En ella transcurre todo el claustrofóbico relato. Claro que para eso necesita de una inteligente y equilibrada performance de sus actores protagonistas, algo que logra Cáceres desde la contención y Yoshimi desde la catarsis, y un inteligente manejo del dispositivo cinematográfico. Los planos y movimientos de cámara son milimétricamente orquestados, haciendo uso del fuera de campo en todo momento para construir el terror latente. Lo que se muestra y no se muestra será vital para la trama. Para eso también se juega con la fotografía, entre la luz y la oscuridad orbitará el peligro de Sara. Por supuesto se suma la banda sonora y el maquillaje en esta línea. El Nido es una película inteligente, oscura y sórdida en su esencia. Esta opresión asfixia al espectador y dilata la duración del film innecesariamente, porque si bien dura 90 minutos, al ser una película con elementos mínimos y un clima opresivo, se percibe más larga. Sin embargo, se destaca por hacer un estudio de la neurosis social en la situación de encierro y exponer sus daños colaterales.