Es la historia de Jerome, un productor cinematográfico, casado y con tres hijas, dos de ellas infantes, y la tercera adolescente. Jerome tiene varios proyectos realizándose al mismo tiempo, y además está por producir un film coreano, y va a tratar de apoyar el nuevo guión de un joven realizador. Sin embargo no puede ocultar sus deudas. Trata de poner lo mejor de sí y con todo el optimismo posible para darle confianza a sus clientes, empleados y familia, que va a poder salir adelante con todo. Durante el tiempo libre, trata de ayudar a sus hijas en las tareas, asistir a su esposa, pero el celular no deja de sonarle, cada vez, con mayores problemas. Lo que para muchos podría tratarse en un principio de una sátira acerca de la agitada vida de un productor, con un humor negro cínico pero camuflado de liviano al mejor estilo la inédita What Just Happened? de Barry Levinson, se convierte paulatinamente en un melodrama que, a pesar de un golpe bajo imprevisible, sorpresivo, pero a la vez coherente y verosímil con el contexto narrativo. El guión, que no tiene ninguna fisura, propone una progresión dramática, un juego de interacción entre el espectador y la familia protagonista. La historia francesa, la arquitectura funcionan como perfecta metáfora sobre la situación que vive el protagonista. A la mitad del relato se cambia el punto de vista del narrador, centrándose en la esposa y Clemence, la hija mayor del matrimonio, que busca también el primer amor. Cada uno con sus inseguridades y cuestionamientos con respecto al futuro de cada uno. La película, sin dudas, crece en interés en esta segunda mitad, porque la directora puso a sobreaviso, que todo puede llegar a pasar. Y a pesar, de tratarse de un drama, el relato toma un carácter de intriga y angustia por los personajes. Es muy difícil adivinar como va a terminar todo, pero la directora lleva el relato a buen puerto, sin necesidad de forzar situaciones, con armonía, ni incluir más puntos de giros que no tienen que ver con la historia. Una fotografía bella, prolijos encuadres, buen ritmo narrativo con influencias de cine rohmeriano y de Olivier Assayas (el Assayas más tranquilo como el de Las Horas del Verano) acompañan un guión lleno de sutilezas, silencios, miradas que dicen más que muchos diálogos. Las excelentes interpretaciones de Louis-Do de Lencquesaing, su hija Alice, y Chiara Caselli, apoyan esta pequeña joyita del nuevo cine francés. Hansen Love, de apenas 29 años, tiene una mirada diestra, veterana para ser apenas su segunda obra (tiene antecedentes como actriz desde los 18 años). La película tiene escenas emocionantes, pero nunca lacrimógenas o sensibilizadotas. A la vez también tiene pequeños momentos de humor. Por ejemplo, las discusiones con un excéntrico y meticuloso director de cine sueco, que Jerome protege. La relación de ambos recuerda un poco al trato que tenía Werner Herzog con Klaus Kinsky. Una reflexión acerca de cómo, cuando se cae el poder, puesto en los hombros de un solo hombre, las consecuencias de sus actos ególatras, repercuten en todas las personas que están a su alrededor.
Morir de cine Con apenas 29 años, esta ex crítica de la revista Cahiers du Cinéma y pareja de Olivier Assayas (para quien trabajó como actriz en Fin de agosto, principios de septiembre y Los destinos sentimentales) había debutado como directora con la elogiada Tout est pardonné, presentada en la Quincena de Realizadores del Festival de Cannes 2007. Dos años más tarde, esta francesa de origen alemán llegó a la sección oficial Un Certain Régard (donde obtuvo el Premio Especial del Jurado) con esta suerte de biopic no declarada sobre uno de los más importantes productores de cine de arte de Francia, Humbert Balsan, que se suicidó en medio de múltiples deudas y conflictos el 10 de febrero de 2005, luego de haber financiado proyectos de directores como Youseef Chahine, James Ivory, Théo Angelopoulos, Claire Denis, Elia Suleiman, Béla Tarr, Claire Simon y Lars Von Trier. Grégoire Canvel (notable trabajo de Louis-do de Lencquesaing, reciente visitante de la Argentina) es un prestigioso y workaholic productor de cine de calidad casado con una mujer que lo apoya en sus iniciativas (Chiara Caselli) y padre de tres chicas. La minuciosa y despiadada descripción del universo del cine independiente francés (que no parece ser mucho más sano ni menos frustrante que el argentino) da lugar de forma súbita e inesperada al drama (la tragedia) familiar cuando -acuciado por los problemas de una empresa prácticamente en quiebra- el protagonista se suicida. La segunda parte del film describe el duelo de familiares, colegas y amigos, el derrumbe de la compañía y el fin de un sueño. Una película que, si bien tiene algunos mínimos problemas estructurales y dramáticos, resulta siempre atrapante y por momentos conmovedora sin por eso recurrir al golpe bajo. Una de esas obras que permanecen en la retina y crecen en la memoria (y en el corazón) a partir del talento y la sensibilidad de una joven realizadora para seguir muy de cerca.
La pasión del devenir La última película de la directora francesa Mia Hansen-Love, El Padre de mis Hijos (Le père de mes enfants, 2009) se centra en la figura de un productor de cine independiente interpretado por Louis-Do de Lencquesaing. A través de este personaje, se van configurando distintas acepciones acerca del trabajo, la pasión por el cine y la familia. El productor de cine Grégoire Canvel (Louis-Do de Lencquesaing) tiene un trabajo que lo apasiona. Su productora, Moon Films, ha contraído demasiadas deudas y tambalea., pero Grégoire quiere seguir para adelante cueste lo que cueste. Un día, no tiene más remedio que enfrentarse a la realidad, y su mujer e hijos asumirán las consecuencias de sus actos. Con una visión radical, la directora aborda el conflicto de este productor que realmente existió y que fue Humbert Balsan, responsable de Intervención Divina (Divine Intervention, 2002), entre otras. Pero lejos de ser una biografía, la película describe los sucesos que ocasionaron la debacle de la productora y las consecuencias en el productor y su familia. Esto está logrado mediante la distancia necesaria que toma Mia Hansen-Love de sus criaturas, jamás buscando una empatía hacia ellas por el espectador. Con este tratamiento aséptico de los conflictos, la realizadora francesa evita juzgar exigiendo un espectador activo que reflexione sobre lo expuesto. Otra noción fílmica que siembra El Padre de mis Hijos es la transmisión de sensaciones a partir de los climas generados. No hay una narración con progresión dramática que lleve a ciertas conclusiones inevitables, es justamente todo lo contrario, aquello que no se dice, pero que se muestra repetida –y repentinamente- es lo que origina la tensión y angustia en la platea. Y en este aspecto la película sorprende. Sorprende en su intención de no mostrar las causas sino las consecuencias que dejaron al productor y su familia el derrumbe de la productora, y con ella del cine independiente como insinuación ya que, como venimos diciendo, la película no dice sino muestra, describe y las conclusiones quedarán en manos del espectador. Allí radica la inteligencia del film, dejando paso al devenir por sobre el decir. El Padre de mis Hijos pareciera estar detenido por momentos narrativamente, pero en ese “no sucede nada” el mundo se desmorona para una familia que a la vez debe continuar con su vida. Como en los grandes filmes independientes, el tiempo transcurre y es, en ese transcurrir, donde se aprecian las sensaciones que el cine puede dejarnos.
La pasión por el cine Un bienvenido drama francés, ambientado en el mundo del cine y que resultó ganador del Premio Especial del Jurado en Cannes. Grégoire Canvel (Louis Do de Lencquesaing, quien estuvo en Pantalla Pinamar para presentar el film) es un productor de películas que parece tenerlo todo: una familia a la que quiere y a la que dedica los fines de semana. Pero detrás de la fachada de "hombre perfecto", aflora su pasión por la pantalla grande y comienzan los problemas. Su productora, Moon Films, atraviesa una complicada situación financiera, ya que se asumieron demasiados riesgos y se contrajeron deudas para rodar y finalizar varias películas en las que él confió. La situación es caótica y deberá afrontarla. Ahí es cuando una película termina y comienza otra. Ficción y realidad abrazadas en un camino que parece no tener retorno. La realizadora Mia Hansen Love recorre una trama que habla de la pasión por el cine y la alimenta con apacibles momentos familiares (las escenas en el campo) y un tono de tragedia. Las secuencias en las que el protagonista se ve acosado por llamados telefónicos, abogados y directores que le exigen más dinero para seguir filmando, están plasmadas con realidad y crudeza. Por otro lado, se muestra la relación de años que Grégoire mantiene con secretarias y asistentes en una oficina que parece caerse a pedazos ante los reclamos de todo el mundo. El costado familiar se desarrolla con más emoción y, sobre todo, la mutua admiración que siente por su hija adolescente. Las buenas actuaciones de todo el elenco potencian este relato emocionante que maravillará a los cinéfilos por ser verdadero y visceral. El amor por el cine, el amor por la familia. Pequeños fotogramas de la tragedia. A pesar de todo, hay que seguir adelante.
Discreción y delicadeza en un film El actor Louis-Do de Lencquesaing protagoniza esta película sobre las formas de la paternidad En una temprana escena del film, el protagonista, un productor independiente de inquebrantable entusiasmo, le comenta a su mujer que un miembro de su equipo se ha quitado la vida una semana atrás. "¿Por qué no me lo contaste antes", le reclama ella. "Esas cosas pasan", le responde él con toda naturalidad, como si le dijera: "La vida continúa". Es el espíritu de Gregoire Canvel, figura inspirada en un modelo real (el productor Hubert Balsan, cuyo compromiso apasionado con el cine más renovador y menos comercial sostuvo las carreras de Youssef Chahine, Elia Suleiman y muchos otros directores), y el que guía El padre de mis hijos : la mirada apunta siempre hacia adelante. Nada, ni el violento impacto de un hecho doloroso e inesperado que aparentemente dividirá la historia en dos mitades (pero es expuesto con la distancia y el tono mesurado que adopta todo el relato y que excluye cualquier apunte trágico o melodramático), hará que ese espíritu claudique. Tampoco es casual que la película se cierre con el "Qué será será", de Doris Day. Al fin, si Canvel vive en un vértigo permanente donde sobran celulares, cigarrillos, corridas, consultas, actores que necesitan contención, banqueros o proveedores que reclaman pagos e intervalos de dulce intimidad que puede compartir con una familia que le pide más tiempo, es porque esa hiperactividad lo hace feliz. Es un hombre lleno de proyectos, amante de su oficio, generoso, persuasivo, tan carismático y dispuesto a resolver problemas como a asumir, aun con sus fragilidades, el rol de padre. De sus hijos y de los que integran su otra familia, la del cine. Como Balsan. Es, claro, la figura dominante de la película (fue un gran acierto confiar el personaje a Louis-Do de Lencquesaing), y debe serlo para que después su ausencia lo haga todavía más visible. Y para que Mia Hansen-Love pueda hablar, a un mismo tiempo y con la misma discreción y la misma sutileza, del duelo, de la transmisión de un legado -humano, artístico- que no debe perderse, de un cine independiente sostenido a fuerza de coraje y determinación, y de las formas de la paternidad. Puede haber cierto quiebre entre la primera parte y la segunda, más reflexiva y quizás algo extensa -donde cobran importancia las figuras de Chiara Caselli, la esposa, y de Alice de Lencquesaing, la hija mayor (en la vida y en la ficción) del protagonista-, pero es probable que la tibia emoción que se ha ido filtrando de a poco en este film-homenaje perdure en el ánimo del espectador sensible.
Más allá de los sueños Un intenso retrato familiar basado en la vida de un productor de cine francés. Grégoire es un productor de cine muy ocupado. Sin perder la elegancia ni la amabilidad en el trato, se ve que está metido en problemas. Nunca se despega de su teléfono mientras trata de resolver un complicado rodaje en Suecia a las órdenes de un director demandante, o manejar las deudas acumuladas que lo podrían obligar a vender su más preciado capital: sus películas. De cualquier manera, al llegar al cálido y enorme caserón de fin de semana que tiene con su esposa, Sylvia, los problemas parecen esfumarse: allí se entretiene con sus simpáticas y creativas hijas, pasea con ellos y trata de alejarse del día a día profesional. Pero en un momento determinado, los mundos eclosionan y, sorpresivamente, Grégoire (Louis-Do de Lencquesaing) toma una tremenda decisión. De allí en adelante, su familia deberá aprender a lidiar con las consecuencias. En su segunda película, la realizadora Mia Hansen-Love, de sólo 29 años al filmarla, se basó en un caso real: el del productor francés de cine de autor, Humbert Balsam, a quién conoció cuando buscaba financiación para su primer filme (Tout est pardonné). El padre de mis hijos cambia bastantes hechos de la vida real (los cineastas que aparecen en el filme son, con los nombres cambiados, reconocidos autores europeos) y, en un momento, asume el punto de vista de la esposa, encarnada por Chiara Caselli, quién debe tomar mayor protagonismo en la segunda parte del relato. Y allí también empezará a pesar la figura de la hija adolescente, otro personaje que se enfrenta de golpe con una nueva vida. El padre... es un hallazgo en todos sus aspectos. Desde la primera parte, en la que el día a día de una productora de cine está visto como una combinación peligrosa entre arte y comercio (Grégoire adora producir cineastas poco comerciales y parece bancarse los fracasos), hasta la segunda, en la que la situación cambia y hay que hacer lo posible para salvar a la compañía. Y a través de todo eso, la extraordinaria manera (casual, simpática, con tensiones en segundo plano) en la que Hansen-Love pinta la vida de esa familia. Sin sentimentalismos forzados, con una mirada casi documental para retratar situaciones y emociones bastante fuertes, Hansen-Love hace un retrato honesto y genuino de un productor de cine que se jugaba por lo que creía y una familia que hizo siempre lo posible por acompañarlo. Un homenaje, sí, pero más que eso un gran filme.
Vida y muerte de un amante del cine Premiada en la sección Un Certain Regard del último Festival de Cannes, la película no sólo brilla en sus actuaciones, sino también en el tono que elige para contar la historia de un despreocupado productor cinematográfico que termina acorralado por las deudas. El tono inicial es alegre, vertiginoso, despreocupado. El hombre habla por dos teléfonos celulares a la vez, maneja mientras fuma y sale de una reunión para meterse en otra, pero hay felicidad en su trabajo. Es productor de cine, hace las películas que le gustan y no necesariamente las que dan plata. Planea una película georgiana mientras tiene un rodaje en curso en Suecia y llega un equipo coreano para buscar locaciones. Se diría que el entusiasmo nunca abandona a Grégoire Canvel, que tiene tiempo para seguir leyendo guiones y ver en un joven inexperto al futuro cineasta que sólo él sabrá descubrir. Si hasta París parece una fiesta: luminosa, vital, movida desde la banda de sonido por un radiante “Egyptian Reggae”. Pero todo hombre tiene sus misterios y Grégoire no es la excepción. Premiada en la sección Un Certain Regard del último Festival de Cannes, el segundo largometraje de la joven directora francesa Mia Hansen-Love (formada en las páginas de Cahiers du Cinéma) está libremente inspirado en el sonado suicidio de Humbert Balsan, un reconocido productor francés, que estuvo detrás de directores de la talla de Claire Denis, Bela Tarr y Theo Angelopoulos, entre muchos otros. Pero lejos de encerrarse en el ghetto del cine dentro del cine y de regodearse enfermizamente con la tragedia, el film de Hansen-Love elige en cambio abrirse al mundo circundante, darle luz y espacio a la vida que sigue bullendo allí afuera, para ofrecer en todo caso un retrato no sólo de un hombre en una circunstancia crítica, sino también de una familia que debe aprender a recomponerse de la conmoción y salir a pelear por la obra que ese productor deja atrás. No por nada el título del film es El padre de mis hijos. El contexto familiar es fundamental en esta película de espíritu renoiriano, donde cada personaje tiene sus razones. Empezando por Grégoire, que ha acumulado deudas por varios millones de euros, mientras sigue financiando una película con la anterior y lleva una vida de gran burgués, con una casona en las afueras de París en la que disfruta los fines de semana con su bella mujer y sus hijas, una adolescente y las otras dos aún pequeñas. Allí está el núcleo dramático de la película, su conflicto, porque si el cine termina matando a Grégoire, la familia no alcanza a salvarlo. “No pensó en nosotras”, dice una de las nenas. Y tiene razón. Como también la tiene el laboratorio que reclama su deuda, el equipo que exige sus salarios y la directora coreana que quiere un profesional como jefe de locaciones y no un amateur por el solo hecho de que cuesta menos. El talento de Mia Hansen-Love se hace evidente en la seguridad con que maneja tantas situaciones y personajes, en la arrolladora fluidez de su puesta en escena, en el dominio que tiene sobre sus intérpretes, todos –empezando por Louis-Do de Lencquesaing como Grégoire– no sólo un hallazgo de casting, sino también de verdad y convicción. Pero hay sobre todo en Hansen-Love un gran manejo de la emoción. A diferencia de Fin de agosto, comienzo de septiembre (1998), de su mentor Olivier Assayas, que sin duda es el film que le sirvió como guía, la directora elige renunciar al virtuosismo formal del modelo para trabajar en cambio sobre la materia humana, sobre los sentimientos, sin permitirse a su vez ninguna infección sentimental. La despreocupada irresponsabilidad de Grégoire, la inocente felicidad de las chicas, la insospechada determinación que demuestra la madre (estupenda Chiara Casselli) son los pilares sobre los cuales Hansen-Love se va interrogando –como Doris Day desde la banda de sonido en los planos finales, en un feliz guiño cinéfilo– qué será del futuro, de la vida, del amor.
Mucho Análisis y poca humanidad Atractivo análisis social sobre los negocios del cine es el que realiza la directora francesa Mia Hansen-Love en su film El padre de mis hijos, donde muestra las consecuencias que puede llegar a tener un productor de cine si sus intereses comienzan a marchar en forma negativa. Lamentablemente, esta exploración carece de sentimiento y carisma como para que el trabajo transmita un poco de humanidad. La cinta se centra en Grégoire Canvelli, un hombre que lo tiene todo. Una mujer que ama, tres niñas estupendas y un trabajo que lo apasiona: es productor de cine. Sin embargo, cuando parecía invencible, su empresa entra en números negativos. Grégoire seguirá adelante, cueste lo que cueste, pero un día se verá obligado a enfrentarse a la realidad y a una nueva palabra: el fracaso. La película muestra claramente la debacle de un productor de cine en plena Francia, exhibiendo su lucha para conseguir dinero para apoyar producciones que contienen un valor artístico más que comercial, las exigencias extremas de algunos directores y como el sector financiero lo presiona a más no poder. Aquí, la directora logra presentar de forma acertada el caos que significa para un hombre de cine que su trabajo y sus logros se vayan “a pique” después de años de reconocimientos, y como la desesperación por salvar su prestigio repercute en su ámbito familiar, el cual ignora su estado profesional y le cuestiona el desinterés por las cuestiones domesticas. Estos instantes son los más atractivos del film, demostrando una realidad escondida sobre la industria del cine, ámbito de gran importancia en un país como Francia y que quizás se oculta “bajo la alfombra” para seguir adelante sin importar la persona y su familia. Pero a este atractivo análisis le faltó algo fundamental, la humanidad. Durante toda la cinta no se muestra un sentimiento, siendo todo uniforme, lineal, insulso, llevando a que el film en muchos momentos se vuelva denso e insoportable. La falta de creación de climas y de personajes con relieve hacen que el espectador nunca se identifique con la historia, provocando un trabajo frío y distante. Esta observación falla en querer analizar un ámbito social desde lo general pero no desde lo particular, como si la persona no formara parte de la sociedad. Como estudio social, el film despliega acertadamente su visión pero erra en no agregarle la porción humana, del hombre o mujer, ya que no describe sentimientos o sensaciones que le produce esa realidad general en la cual está viviendo. Esta característica aleja y a su vez, no genera empatía con quien observa por ser esta perspectiva tan alejada de lo cotidiano. Con un tramo final bastante desconcertante por la inclusión de escenas sin sentido que quizás son metáforas que sólo se entienden estando en la cabeza de la directora, El padre de mis hijos se destaca por su enfoque general sobre el ámbito del cine. Pero a este punto de vista le falta el aspecto humano, fundamental para que el espectador se sintiera identificado o comprendiera la realidad de un hombre desesperado por la perdida de su negocio y la repercusión dentro de su seno familiar. Falto más humanidad y menos análisis.
El BAFICI, con su oferta de algo más de 400 largometrajes, hará que seguramente pocos espectadores se desplacen a ver uno de los estrenos de la semana. Nos referimos a “El padre de mis hijos” (“Le père de mes enfants”). Resulta lamentable que la distribuidora de este film haya elegido una semana tan poco conveniente para su presentación local y lo más probable es que cuando el Festival finalice la película francesa ya permanezca en muy pocas salas. Hecha entonces la advertencia corresponde marcar los numerosos méritos del segundo largometraje de la directora Mia Hansen-Love, que fuera presentado en la muestra “Un Certain Regard” del Festival de Cannes 2009. Lo primero que conviene señalar es que la historia se basa en un hecho verídico que le sucedió al productor Hubert Balsan de la primera película de Hansen-Love, un hombre virtualmente desconocido en nuestro país. Más aun, es aconsejable no develar dicho acontecimiento para no quitarle interés a la trama. El personaje, interpretado por el desconocido actor y reciente visitante de nuestro país Louis-Do De Lencquesaing, se encuentra atravesando una crisis económico-financiera de los proyectos de coproducción de películas de su país, Francia, con otros de Asia (Corea) y Rusia. Esa situación lo lleva a prestar mínima atención a su esposa Sylvia Canvel (Ciria Caselli) y a sus tres hijas. Es la mayor de éstas, Clémence, la que más sufrirá la situación de abandono. La interpreta Alice De Lencquesaing, nada menos que la hija en la vida real del actor que nos visitara. Grégoire Canvel, tal el nombre del personaje, se las pasa hablando por celular y manejando a velocidades mayores que las permitidas en las rutas francesas, lo que lo lleva a cometer repetidas infracciones hasta quedarse “sin puntos” en su registro. Pero hechos más graves lo llevarán a situaciones límites haciendo que la historia pivote sucesivamente sobre otros dos personajes, primero la esposa y luego la hija mayor. Uno de los méritos mayores del film es la naturalidad con que fluye la historia, otorgándole la directora total verosimilitud a cada uno de los personajes, incluyendo los empleados de la productora cinematográfica. Las casi dos horas que dura “El padre de mis hijos” no se sienten en lo más mínimo y sólo cabe repetir la recomendación y advertencia inicial de que nos encontramos frente a uno de los más logrados films estrenados desde el inicio del 2010.
Sensibilidad y fuerza dramática en una obra mesurada y profunda Esta es la tercera realización de la guionista y directora francesa Mia Hausen Love (29 años, “Après nûre rêfexion” -2003-, “Tout est pardonné” -2007-), primera estrenada comercialmente en el país, a quien considero como uno de los talentos de la nueva generación de la cinematografía gala. Gregoire (Louis Dode Lencquesaing) tiene todo, una bellísima mujer y tres hijas adorables. Dedicado a la producción cinematográfica independiente transita su carrera afrontando los avatares de quien, en cualquier latitud, se aventura en encarar obras de auténticos valores artísticos. Hiperactivo, trata de resolver encarar y los problemas que provocan directores y personal de los filmes que encara, transcurriendo sus vivencias con intensidad la entre familia y el trabajo disfrutándola plenamente. Con su personalidad y carisma parece que nada afectará su felicidad, pero su empresa Moon Films atraviesa serios problemas económicos, aunque estima que dispone de una última carta: pedir un préstamo a sus hermanos, empresarios de los cuales esta alejado hace mucho tiempo, cuyo resultado resulta negativo. Este quiebre financiero lo lleva a al suicidio. Atrás queda su familia, sus deudas, una producción inconclusa y otras en proyecto, además de un catálogo artísticamente importante del cual nunca quiso despenderse. Sylvia, su viuda, intenta seguir adelante como él lo deseaba, se hace cargo de la empresa pensando que logrará reactivarla, pero deberá someterse ante la cruda realidad, debiendo aceptarla y encarar lo porvenir. A través de la narración queda abierta al espectador definir si la decisión trágica de Gregoire respondió a un acto planificado o, como piensa Sylvia, un momento desesperación, de locura. Un guión inteligente y sin fisuras impulsa una progresión dramática muy medida que en su primera parte plantea los conflictos con apropiada cadencia narrativa, para luego, a propósito del suicidio, producir una abrupta inflexión que agudiza las acciones hacia la culminación de la historia. Mia Hansen-Love como realizadora denota sensibilidad, pero sin caer nunca en la sensiblería, y habilidad para generar y sostener latente la atmósfera requerida por la trama, desarrollada con delicadeza, inyectándole una dosis mordacidad y sutiles toque de humor. Técnicamente prolija desde la concepción de los encuadres hasta la compaginación del material registrado. Otro de los méritos de Mia es la muy ajustada dirección de un excelente plantel interpretativo, que tuvo una guía firme en el tratamiento de los diálogos de palabras, de miradas y de silencios.