La patria ante todo Corre 1806 en el Virreinato del Río de la Plata, el pueblo se ha defendido con éxito de la invasión inglesa. Los prisioneros son enviados al interior para mantenerlos lejos del puerto, entre ellos se encuentra Conor Doolin (Tom Harris) un irlandés reclutado por los ingleses. Su destino, la provincia de San Luis. Allí conoce a Luisa, una viuda de guerra que se niega a abandonar su desprotegido hogar. La película es un interesante retrato de la lucha por la independencia, no sólo Argentina, sino también de Irlanda. Entre el presente de Luisa y la historia de Conor se da un paralelismo, ambos pertenecen a pueblos colonizados, invadidos, pueblos a los que se les niega su identidad, y éste es el punto que une a los personajes. Ella lo da todo por la guerra, él ya lo perdió. Sin embargo viven juntos estos años de lucha, con él manteniéndose ajeno mientras puede. Una historia de grandes pérdidas individuales para la fortuna de un país. Las interpretaciones son adecuadas, no hacen “ruido” como en algunas otras películas históricas de nuestro país, también porque desde el guion se cuida el vocabulario y eso se nota. Los personajes están bien construídos, son profundos y coherentes, en fin se trata de un buen trabajo de Marcela Silva y Nasute. Más allá de la efectividad total del relato, que es cuestión de gustos; la película hace un buen recorrido. Cabe destacar la prolijidad del arte, donde los exteriores dejan a los paisajes de la geografía argentina como protagonistas. También capto mi atención la mezcla de sonido, ese paréntesis en medio de la proyección que hace que uno escuche atentamente la banda sonora, resulta detallista. En definitiva, El prisionero Irlandés es una película no apta para todo público, no por su contenido, sino por el tipo de narración. Adhiere al “estilo” de los films que narran la primera mitad de siglo de la vida nuestro país.
Más allá del horizonte Los directores Carlos M. Jaureguialzo y Marcela Silva y Nasute abordan un período poco transitado por el cine nacional; la época en la que se forjó la independencia nacional. Con un tono naturalista, El prisionero irlandés (2015) narra una historia de amor durante aquel momento histórico crucial. En el imaginario colectivo, las invasiones inglesas son una épica de oro. Es sabido: como pudieron (¡pero vaya que pudieron!), los criollos se sacaron de encima a los ingleses. Las ilustraciones escolares, los apuntes de las revistas Billiken o Anteojito, los discursos fervorosos de los maestros; postales de aquella etapa fundamental y fundacional. Carlos M. Jaureguialzo y Marcela Silva y Nasute (también guionista) posan su mirada sobre un prisionero que es llevado a San Luis, junto a tantos otros, y allí conoce a una viuda que, pese a las advertencias de su cuñado, decide permanecer en sus pagos. Alexia Moyano y Tom Harris le dan vida a esos seres desamparados, que forjan una relación a pesar de los comentarios adversos y la hostilidad propia del lugar. Sus actuaciones están a tono con la propuesta, que sin aspirar a la radicalidad “experimental” de Jauja (2014), tampoco cede ante el melodrama lacrimógeno. Tal vez, en los momentos en los que la película irradia mayor algidez dramática, la música edulcora en demasía, y la trama se torna un tanto maniquea. Pero más allá de esas secuencias altisonantes, el relato transita una suerte de cuadro de observación, en donde hay un drama central, íntimo, sobre el que se amalgaman elementos históricos y sociales (el rol de la mujer, el rol del hombre, la disolución de las identidades). Para los amantes del cine de género, la propuesta puede resultar una meseta en términos dramáticos, modelada sobre el dúo protagónico y su prolongada consumación del amor. No obstante, si los directores no se pronuncian a favor de una línea temática en particular, eligen en cambio el buen recorte de caracteres, la precisión a la hora de graficar el entorno desértico, más algunos apuntes históricos explícitos que en algunos casos resultan un tanto artificiales. El prisionero irlandés es una película filmada sin demasiadas marcas de estilo pero con solvencia técnica, que cuenta además con un buen trabajo en la dirección de arte y auspicia la posibilidad para repensar la historia del país bajo la luz de ideas propias de nuestro tiempo, tales como el feminismo y los vínculos interculturales.
El amor en tiempos de colonia El contexto en que transcurre El prisionero irlandés, de Carlos Jaureguialzo, Marcela Silva y Nasute, se instala en las instancias de 1806, los derrotados ingleses por la frustrada invasión, cuentan entre sus filas con un irlandés cuyo destino de prisionero es San Luis. Allí y siempre en calidad de hombre apresado por el ejército argentino toma contacto con una viuda de guerra sin elegir la repatriación para comenzar su historia de amor con el nexo entre ambos de pertenecer a países que debieron soportar las invasiones británicas. El protagonista así toma contacto con una cultura muy diferente pero encuentra, con el tiempo y la convivencia, su lugar en el mundo. La estructura del relato bordea el clasicismo con un guión bien construido y en el que los personajes exponen diversas esferas, así como reproducen, de manera no forzada, diálogos sumamente interesantes. Los rubros técnicos también merecen un reconocimiento, sobre todo el sonido de la película, que sumado a la excelente fotografía que destaca el paisaje dramático, suman un plus a la propuesta general. Sin historicismo a cuestas y concentrada en sus personajes, conflictos y resoluciones, el opus de Carlos Jaureguialzo, Marcela Silva y Nasute alcanza niveles en materia de producción poco habituales, tratándose de una película con ciertas ambiciones de antemano.
Una propuesta diferente es la que acercan a las pantallas Marcela Silva y Carlos Jaureguialzo con “El prisionero Irlandés” (Argentina, 2014), drama romántico de época, algo poco visto en nuestro cine. Surgido el guión por un concurso realizado por San Luis Cine, en el que la idea de “cómo sería la vida cotidiana en la época de la colonia” era el disparador de los guiones, Silva y Jaureguialzo, imaginaron un romance prohibido desde la propia investigación de Silva sobre su pasado Irlandés. Cuenta la historia que cuando se produjeron las primeras invasiones inglesas, estos no sólo eran ingleses, sino que venían acompañados por miembros del ejército perteneciente a algún otro país sobre los cuales ellos mantenían soberanía. En este caso un prisionero irlandés llamado Connor (Tom Harris) cruza, en el momento de ser trasladado al interior luego del primer intento fallido de invadir, una mirada con Luisa (Alexia Moyano), una viuda de carácter fuerte, y algo entre ellos se dispara. Será por eso que desde ese plano, el derrotero amoroso de ambos, totalmente inaceptable para la época, será el objeto de narración de una cuidada y bien ambientada producción de época en la que además se narrará un trasfondo político particular que favorece la tensión sexual de los protagonistas. La fotografía árida y sombría, más el hecho de ser rodada en exteriores en casi el cien por ciento del filme, favorecen la pasión que entre ambos comienza a crecer cuando Connor es enviado a la hacienda de Luisa para ayudarla en las tareas de campo. Compartiendo actividades, y principalmente contemplándose, es como el interés del uno por el otro termina por generar una de las historias de amor más interesantes de los últimos tiempos. El dato curioso es que recién pasada la hora es que ambos concretan, por lo que la habilidad de Jaureguialzo y Silva radica en mantener en vilo a los espectadores con las idas y venidas de ambos y con la incorporación de personajes secundarios que no hacen otra cosa que fortalecer la tensión entre ambos. Destaca a nivel actoral la capacidad de Moyano para poder transmitir con solo una mirada o un gesto la impronta heroica de una mujer que pese a quien le pese siguió luchando por sus ideales y por su patria. Otro punto a favor del producto es la naturalidad con la que se representan las actividades de la época, el lenguaje simple y sin adornos y principalmente una puesta en escena que sorprende por los espacios y paisajes seleccionados para contextualizar la historia. Son pocas las oportunidades en la que el cine nacional permite un acercamiento al pasado, y hay que celebrar, como en esta ocasión, que se lo haga con una ambición desmesurada que permite una historia interesante y además ofrece una pasión cinematográfica como las que siempre quisimos ver.
Buen acercamiento al desatendido tema Invasiones Inglesas En todo nuestro cine, apenas tres películas se inspiraron en las Invasiones Inglesas: "La muerte en las calles", de Leo Fleider, 1952, "Cipayos. La tercera invasión", de Jorge Coscia, 1989, y la que ahora vemos. Las dos primeras destacan el carácter épico de aquellos episodios. Ésta, lo que hubo después y detrás de las batallas. Y lo hace desde el interior del país, que envió sus hombres a la lucha y dejó a las mujeres esperando. La idea nace en 2008 gracias a un concurso de San Luis Cine sobre historias de la vida cotidiana en los años de la Independencia, y se concreta ahora, gracias al empeño de la dupla autoral Carlos Jaureguialzo-Marcela Silva y Nasute. El relato presenta a una joven viuda con un hijo pequeño y un peón viejo atendiendo los quehaceres del campo. Al pueblo cercano han traído tres prisioneros de guerra (los dispersaban por el interior para evitar alzamientos). Dos conspiran con aire desdeñoso. El otro tiene cara de perro apaleado, pelo rojizo, se persigna, y quiere saber para qué lado queda el mar. Como parece "manso y cristiano", el jefe zonal lo asigna para que ayude un poco en el campo de la viuda. Lo demás lo dirá el tiempo, lo dirán las miradas, la soledad de cada uno, el trabajo cotidiano y la comprensión mutua. Pero además, junto a la parte romántica, pudorosamente contada, empieza otro amor, fruto del paulatino acriollamiento de ese hombre, justo cuando se estaba fundando la patria. Esto se cuenta sin discursos. Bastan unas pocas informaciones, y la aparición ocasional de algunos personajes que actúan a modo de contrapunto moral, o comparten entusiasmos y peligros. Tampoco hubiera podido representarse de otra forma. La gente era así, y ni siquiera había mucha gente. Y quedó menos, después de las batallas. El relato se inspira en hechos ciertos: la dispersión de los presos por el interior, la Real Orden de permitir su permanencia fuera de prisión a quienes "demuestren ser católicos, hombres de bien y útiles al vecindario", siempre que tuvieran quien los vigile y les diera empleo, la natural relación de afecto con las criollas, y la posterior participación de muchos irlandeses en la construcción de la Argentina. Brown, Casey, French, Campbell, O'Brien, Garrahan, Grierson, Craig, Donovan, Rawson, Wilde, apellidos como ésos engalanan las páginas de nuestra historia. Buen homenaje, entonces, realiza esta película, bien hecha con pocos pero buenos elementos. Jaureguialzo-Marcela Silva y Nasute, que venían de hacer una interesante adaptación de Joyce (otro irlandés) llamada "Matrimonio", Tom Harris, galés que vive entre nosotros, practicó la entonación debida, asumió el protagónico y hasta hizo los dibujos del comienzo, Alexia Moyano, Alberto Benegas, Manuel Vicente, que también se ocupó del casting, el compositor Santiago Aldano, que combinó música e instrumentos de ambos pueblos, Federico Gómez, director de fotografía, Diego de Souza, director de arte, y mucha otra gente de San Luis, amén de los auténticos presos de la cárcel bonaerense de Barker, que hicieron buena parte de la utilería. Rodaje en La Carolina, fundada cuando allí había oro, El Trapiche, Potrero de Funes y Río Grande. Para interesados, se recomienda "Historia de la provincia de San Luis", Tomo I, de Juan W. Gez, 1916, y también (aunque referido a los prisioneros en Catamarca) "En las tierras de Inti", de Roberto J. Payró. Libros y película valen la pena.
Una historia original de un pasado no frecuentado: después del fracaso de las invasiones inglesas un soldado irlandés reclutado a la fuerza es llevado al interior y vive un amor y una transformación de su compromiso con una joven viuda de un soldado de la independencia. Con buenos trabajos de Alexia Moyano y Tom Harris.
Una historia de amor de buena apariencia pero que abandona su objetivo. La relación de amor y odio que tenemos con Inglaterra, sin importar el contexto, ha llenado y seguirá llenando libros. No obstante, uno no puede negar el atractivo que posee una historia de amor en donde la fidelidad a una nación es lo primero que se interpone entre los protagonistas. El Prisionero Irlandés parece inscribirse dentro de esta premisa aunque se desvíe de su objetivo y sus conflictos, auqn parecen no contribuir a ningún avance. Erin Go Bragh Cuando las Invasiones Inglesas dejaron un saldo nada positivo para el país de la Reina, tropas Argentinas toman a sendos prisioneros de su ejército lo más lejos posible de los puertos para evitar que se escapen a su país. Luisa, quien perdió a su marido en dicha batalla, le asignan a Connor Doolin, uno de estos prisioneros, para que la ayude con las tareas de la casa. La película elaborará a lo largo de 10 años la naciente historia de amor entre ellos. Aunque la película tiene una notoria materia prima para desarrollar un conflicto, hay veces que no tiene claro si desarrollar el deseo del Irlandés por volver a su patria, conquistar a Luisa, o una a pesar de la otra. La película elabora bien los conflictos, y todas las escenas tienen uno claramente marcado, el problema es que al verlas como un todo se siente una falta de progresión que no ayuda al resultado final. Aparte, la historia de amor per se llega tarde y cuando lo hace se da demasiado rápido, lo que es una lástima porque daba para un desarrollo un poco mas sustancioso. Oh Danny Boy En el apartado visual, El Prisionero Irlandés es una película que definitivamente hizo su tarea. La fotografía en Cinemascope es exquisita en materia composición e iluminación, mientras que la dirección de arte y el diseño de vestuario son de destacar por su exactitud histórica. Por el costado actoral, tanto Alexia Moyano como Tom Harris entregan decentes trabajos interpretativos. En el costado sonoro, tenemos una de cal y una de arena. Por un lado la música esta muy bien trabajada y sabe subrayar bien las escenas, asi como crear adecuadamente los climas. Por otro lado, hay ciertas escenas en donde no se le entiende nada a los actores. Conclusión El Prisionero Irlandés hace gala de una lograda propuesta visual y una decente labor interpretativa. Aunque su guión goza de conflictos sostenidos y logrados dramáticamente, no ahonda lo suficiente en la historia de amor que desean contar.
Melodrama rural con algo de aderezo patriótico Corre el año 1806, luego de la Primera Invasión Inglesa a la ciudad de Buenos Aires, según afirma una placa al comienzo de El prisionero irlandés. Pero el paisaje no será el de las callejas coloniales de la capital porteña, sino unos ochocientos kilómetros hacia el oeste, el más serrano –e indómito en aquellos tiempos– del interior de San Luis. Allí son enviados tres soldados del ejército británico como prisioneros de guerra, uno de ellos orgulloso hijo de Irlanda. No tan lejos de los pormenores de las guerras napoleónicas y sus coletazos en las colonias americanas, Luisa trata de sacar adelante una modestísima finca luego de la muerte de su marido, con la escasa ayuda de su pequeño hijo y un viejo gaucho y la incorporación posterior del irlandés, un colorado llamado Conor (el debutante Tom Harris).Más de un primer plano de Alexia Moyano, quien interpreta a la viuda con mirada firme y desafiante, recuerda a la Claudia Cardinale de Erase una vez en el Oeste. No es casual y la tentación de bautizar a El prisionero irlandés como el primer western puntano es enorme: uno de los nortes genéricos del film de Carlos Jaureguialzo y Marcela Silva y Nasute es el de ese gran territorio del cine clásico norteamericano. Pero esta producción, que lleva con pundonor el logo de San Luis Cine y pretende competir en las ligas del cine industrial y popular producido en la Argentina es, fundamentalmente y ante todo, un romance de época, un melodrama rural con una pizca de aderezo patriótico cuyo regusto es similar al de los manuales escolares. Si las virtudes artísticas de un film pudieran medirse por separado con algún tipo de instrumento, éste apreciaría sin dudas las bondades de los paisajes naturales del interior de las provincias de San Luis y Buenos Aires que fueron utilizados como locaciones para el rodaje. De hecho, la fotografía en pantalla ancha de Federico Gómez hace un uso extensivo y narrativamente pertinente de los paisajes semiáridos, trasfondo de las pasiones encontradas que forman parte del núcleo dramático del relato.Asimismo, ese supuesto artilugio destacaría el eficaz trabajo de arte, que logra reconstruir una típica casa de campo criolla de comienzos de siglo XIX y un pequeño fortín militar con los elementos justos y necesarios, sin ostentaciones ni brillos innecesarios. Pero ese aparato en cuestión no existe y los principales problemas de la película son de otra índole y comienzan a surgir cuando el guión abandona introducciones y descripciones para sumergirse en los conflictos centrales que llevan adelante la acción. El romance entre Luisa y Conor –ambos independentistas, cada uno a su manera– será inevitable, pero el film no logra capturar en momento alguno ese interés mutuo transformado luego en pasión. Los personajes responden automáticamente a los dictados de la palabra escrita que los antecede, como en una tira televisiva en la cual la urgencia de la emisión diaria elimina sutilezas y las reemplaza por acciones y reacciones telegrafiadas. Conjurar el clasicismo y lograr que se apersone no es cosa fácil.
Un amor en el campo Tras la primera invasión inglesa, un soldado es enviado a San Luis, donde conoce a una linda criolla. Las invasiones inglesas no son, en el cine nacional, un tema que haya sido abordado con asiduidad. En verdad, El prisionero irlandés toma precisamente a un soldadode esa nacionalidad que es apresado, y enviado a San Luis tras la primera de las invasiones. Allí, quedará a cargo de una joven y atractiva viuda, que acaba de perder a su esposo en combate, y que pese a que su cuñado quiere que abandone el terruño y se marche con él a España, ella decide quedarse allí, y con su pequeño hijo. Mirada va, cabalgata viene, se deja entrever que entre el pelirrojo y Luisa empieza a nacer algo personal. Pasan los años, pero el cutis de Luisa no lo manifiesta -las bondades del campo, se ve-, ni tampoco en el talante de ese Manuel Vicente que se las tiene que ver con las peores líneas de diálogo de la película. El filme es una rareza, y no porque su desarrollo sea tenue, sino porque los directores le acompañaron a esas imágenes una música edulcorada. Alexia Moyano y Tom Harris, como los protagonistas, es poco lo que pueden hacer. Parecen atados a las situaciones y a más diálogos explicativos que narrativos, y por más que la fotografía de exteriores sea bella, la película, más que disfrutarla, se la acompaña aguardando que suceda algo.
LA VENTAJA DE PERTENECER La escena se repite varias veces aunque cambie el protagonista masculino: un féretro de madera tirado por caballos desciende por las colinas, algunos soldados y el capitán escoltan el cuerpo para anunciar la trágica noticia. El destino de la viuda de Ochoa parece signado por esa desolación, por una pérdida reiterada que se evidencia en las diferentes cruces de su jardín. Sin embargo, ella sabe que el sacrificio es necesario para lograr la independencia, aún a costa del dolor. Luisa (Alexia Moyano) no quiere irse de La Carolina, San Luis, a pesar de las insistencias de su cuñado don Manuel (Yoska Lázaro) o las recomendaciones del capitán Lucero (Manuel Vicente) puesto que es una viuda con un hijo pequeño y sólo la acompaña Sixto, un peón un tanto anciano. Por el contrario, ella siente que ese sitio es el lugar indicado tanto para el crecimiento de su hijo como para ayudar a su patria ya sea con caballos, alimento, alguna donación o los mismos soldados para lograr la tan ansiada liberación española. Pero, antes de la Revolución de 1810 y la Independencia de 1816, el Virreinato del Río de la Plata debe hacer frente a las Invasiones inglesas de 1806 y 1807. Dentro de ese marco de la historia nacional comienza El prisionero irlandés, en la reubicación de los rehenes de guerra y en la devolución de los cuerpos para su santo sepulcro. Entre los 90 prisioneros ingleses de la primera Invasión llevados a San Luis se encuentra Conor “Croopy” Doolin (Tom Harris), un irlandés que es considerado traidor por sus dos compañeros a causa de su origen. Para evitar algún tipo de conspiración y, al mismo tiempo, brindar ayuda a la viuda del sargento Ambrosio Ochoa, el capitán Lucero lo lleva a Doolin como hombre de trabajo. Los directores Carlos Jaureguialzo y Marcela Silva y Nasute realizan un acertado trabajo de recreación de época. Por un lado, gracias a un lenguaje simple o al uso de palabras coloquiales que generan cotidianidad. Al mismo tiempo, ambos directores saben cómo hacer interactuar el choque entre el español y el inglés no sólo a partir del aprovechamiento de los malentendidos, sino también en la riqueza de esa diferencia, en el conocimiento del extraño en esa falta de semejanza. Por otro también incorporan los paisajes naturales como personajes de la trama. Su importancia ya se aprecia al inicio del filme, en el pasaje de la presentación a la primera imagen, en esa fila de soldados que marchan al reencuentro con sus familias o como el ataque de un malón de indios –que funciona por elipsis– y los restos de ese atraco. De todas formas, el trabajo más interesante de los directores es el abordaje de los protagonistas a través de su construcción analógica: si bien pertenecen a dos culturas diferentes y no comparten idioma, ambos son originarios de colonias donde un país soberano, ya sea Gran Bretaña o España, intenta mantenerse en el poder y perpetuar su domino en esos territorios. De esta manera, tanto a Luisa como a Conor les quitaron parte de sus raíces; ella intenta recuperarlas en función de la independencia y de las disposiciones necesarias hacia el ejército, mientras que él se siente ajeno hasta en su propio país (aunque su deseo constante es poder regresar). Como le explica a Sixto, Inglaterra no sólo le quitó sus tierras a Irlanda, sino el idioma. Él no puede hablar su idioma en su tierra. Por tal motivo, la atracción de los personajes no sólo tiene que ver con la convivencia o el descubrimiento del otro, sino con la correspondencia de sus sentimientos más íntimos. En consecuencia, si bien la película privilegia el tratamiento de un período agitado y compuesto por varias instancias que aseguraron la constitución del país, es en esa exhibición natural, y hasta podría decirse pura del lazo entre los protagonistas, que El prisionero irlandés expone una de las bases de la condición humana: la de la identidad puesto que actúa en el reconocimiento del otro, con sus diferencias y semejanzas, la necesidad de satisfacer la idea de pertenencia, incluso, si en el proceso arriesgan todo por conseguirlo. Por Brenda Caletti redaccion@cineramaplus.com.ar
Desde la propuesta inicial o, si se quiere, la síntesis argumental, se ve auspicioso el estreno de “El prisionero irlandés”. En principio por el marco histórico elegido: Las invasiones inglesas de 1806 y 1807. A flor de piel no se recuerda un abordaje con este marco salvo aquella “La muerte en las calles”(Leo Fleider, 1957), cuyo punto de conexión con éste estreno podría ser, ante la falta de presupuesto hollywoodense para recrear todo a gran escala, el hecho de enmarcar la acción dramática en un ámbito reducido. Llámese un caserón, como en aquella oportunidad o un rancho en San Luis, tal el presente caso. En resumen, aquí no hay guita para hacer “Dr. Zhivago” (1965), de modo que el ingenio y la plata que hay deben (tienen que) alcanzar. Con algunas ilustraciones que parecen salidas de la enciclopedia “El tesoro de la juventud”, se cuenta, durante los títulos, que al vencer a los ingleses los prisioneros eran llevados al interior del país para alejarlos de la zona portuaria de Buenos Aires (colegida como la posible vía de escape), para luego resolver su destino. Así, un pelotón (es una forma de decir) a cargo del Capitán Lucero (Manuel Vicente, sólido como siempre) se desvía a un destacamento (es una forma de decir) en San Luis con tres prisioneros entre los cuales está el soldado Connor (Tom Harris). Lucero no trae buenas noticias para Luisa (Alexia Moyano). Su marido cayó en combate, ha quedado viuda y pese al consejo de todos decide quedarse en su chacra y pelear su terruño. Este “no querer irse”, sumado al “tener que quedarse” de Connor, será el epicentro de una incipiente historia de amor. Contando con todos los elementos del western clásico a su favor, esos que aportan a la empatía del espectador con la dupla protagónica es extraño que los directores Carlos Jaureguialzo, Marcela Silva y Nasute elijan una mención leve a los mismos. La posibilidad de un malón, los mandatos sociales para con una mujer sola, factores geográfico-ambientales, la hostilidad hacia una relación “improcendente” entre supuestos enemigos de bandera o siquiera un terrateniente que reclame derechos sobre la propiedad (el hermano del difunto)… Todo esto se insinúa y hasta se muestra en algún pasaje, pero no pasa de ahí. Por el contrario, la elección del eje dramático consiste en los conflictos internos de Connor y Luisa. El primero, por ser un irlandés, metido en un ejército que no lo representa (instalando otra invasión inglesa –a Irlanda- con muchos más años de historia), y ella por estar irreparablemente enamorada de un invasor que en realidad es más bueno que el Quaker. Nada de malo hay en esto, por cierto. De hecho estamos frente a dos muy buenos trabajos actorales. Alexia Moyano se carga al hombro su personaje y lo hace transitar a gusto y piacere por varios estados con una seguridad notable. Por el lado de Tom Harris hay un buen aporte de nostalgia en su impronta. Que los guionistas le hagan preguntar dónde queda el mar a un tipo que salió en barco de Inglaterra y sabe que el sol se asoma por el este no es su culpa. Es harina de otro costal. Yendo al grano, la historia, o mejor dicho la relación dentro del guión, funciona por peso específico de la construcción coyuntural de la primera media hora. Un punto de giro agregado a los 75 minutos podría hacerla parecer larga para la decisión que se tomó al principio de alejar de la pareja los factores antagónicos. No por esto “El prisionero irlandés deja de ser una película que, ojala, se transforme en otro de los primeros ladrillos para que el cine argentino aborde más seguido temáticas ubicadas en la riquísima fuente de contenidos de la historia argentina.
El texto de la crítica ha sido eliminado por petición del medio.
Prisionero de sus decisiones El historicismo no es una práctica habitual del cine argentino. Por eso, la aparición de un film como El prisionero irlandés resulta una rareza absoluta, y mucho más el tratamiento de los grandes temas que hace la obra de Carlos María Jaureguialzo y Marcela Silva y Nasute. Porque El prisionero irlandés aborda ese período ubicado entre las invasiones inglesas de 1806 y la declaración de independencia de 1816, pero lo hace centrándose en la figura de una mujer, viuda de un militar muerto en combate, y el vínculo que establece con un soldado irlandés, dejando la épica de las batallas en un inteligente fuera de campo. Con un trabajo formal que la acerca al western y un abordaje temático que la exhibe como un drama romántico, la película utiliza la historia como contexto y marco, con el fin de hablar de nociones de patria y soberanía, alejándose de la gloria del triunfo y estando más cerca de aquellos que acompañaron los procesos desde el lugar de víctimas y desterrados. La mujer se queda en su casa de campo de San Luis, desoyendo los consejos que la instan a mudarse a la capital: no es bueno que una mujer sola críe sus hijos en ese contexto. El soldado y rehén, es utilizado como mano de obra y ayuda a la mujer en sus tareas: es tanto un extraño para los argentinos como para los ingleses que lucharon a su lado; un irlandés cuya patria quedó totalmente desdibujada. El film incorpora, además del encuadre y lo paisajístico como un personaje más, otro elemento fundamental del western melancólico: la espera. La historia está atravesada por una serie de muertes que quiebran la paz del bucólico paraje donde habita la mujer. Muertes que, por otra parte, llevan consigo la cruz de que la patria y la independencia se van construyendo con sacrificios… y pilas de cadáveres. Lo curioso del film es que por una decisión evidente de los realizadores, toda esa sangre, toda esa guerra y ese conflicto bélico permanece en un espacio off inescrutable (es como la versión anémica de Pandillas de Nueva York). Por un lado se evitan cuestiones de producción difíciles de asimilar, pero fundamentalmente impide que el relato caiga en discursos declamatorios y apueste más por una épica interior, ínfima, donde las víctimas (y a su vez victimarios si pensamos en su relación con los “indios” que rondan por allí como un peligro latente) exhiban el dolor de la pérdida constante que el proceso conlleva. A contramano de los relatos históricos, El prisionero irlandés es un film sin triunfadores. Claro está, la película también elige ese recorte porque le interesa contar esa historia de amor entre el prisionero y la viuda. Y tal vez allí encuentre algunas limitaciones, dado que ese tono apagado con el que se cuenta la Historia grande, también se entromete en el romance. Y si bien es digno no caer en melodramas intensos, lo cierto es que esa pasión que aparentan vivir los personajes no se traslada al relato. Así, la frialdad del paraje termina siendo un poco la que le da tono a la película: y las emociones no fluyen como deberían, en un final que resignifica la idea del mártir (la presencia de lo religioso es constante en el film) y que si bien alcanza a construir un mito, no termina por hacer vibrar las cuerdas del drama. Un film atendible, aunque prisionero de algunas de sus decisiones.
Lejos de hirvientes ollas En 1806, un grupo de soldados ingleses fue trasladado a la provincia de San Luis para alejarlos de una posible segunda invasión que entrara por Buenos Aires. En cautiverio, el irlandés Conor Doolin (Tom Harris) es enviado por un general criollo (Manuel Vicente) a ayudar a Luisa Ochoa (Alexia Moyano), la viuda de un caído durante las invasiones. Así surge una relación silenciosa entre ambos, que toma otros ribetes cuando se desencadenan las primeras luchas por la Independencia y Conor, ilusionado con volver al mar, no se decide a pelear por los criollos que le dieron cobijo. En la película no hay batallas, ni siquiera escenas románticas entre Luisa y Conor, pero pese a su excesiva morosidad, atípica para un film de época, y al avance brusco de la trama, el film tiene un atractivo peculiar. Hay algo de western, especialmente de The Searchers, en cuestiones como la cautividad y la dialéctica entre sangre ajena o propia, que El prisionero irlandés explora con delicadeza. Junto a esto, la fotografía de áridos paisajes puntanos y el carisma de Moyano y Harris apuntalan un film atípicamente entrañable.
Set in an arid landscape, El prisionero irlandés has an ably austere mise en scene, and yet... “Towards 1810, the population in the province of San Luis reached 16,000 people. After the end of the wars for independence, only 4,000 were left. Half of them were women,” you can read in white type against a black background at the ending of the recently released Argentine feature El prisionero irlandés, written and directed by Carlos María Jaureguialzo and Marcela Silva y Nasute. Set in the arid landscape of San Luis in 1806, right after the first British invasions, this is the story of one of those afflicted women, Luisa (Alexia Moyano), a young widow with a child and an old gaucho as her only companions, the one El prisionero irlandés (The Irish Prisoner) referenced in the title. Better said, it’s about a melodramatic love story between Luisa and Conor (Tom Harris), an Irish prisoner assigned to live in Luisa’s small, shabby ranch, in order to help her with the daily chores. At first, Luisa and Conor do not bond, they just establish a peaceful, yet distant, relationship. But as years go by (yes, years) sentiments will surface and break through all possible barriers. A few minutes into the film, you can already see that the production values are good enough for the story to ring true: the art direction is subtly convincing in all its details, costumes and make up do give you the right feeling of the time, the sound design does express the solitude and occasional hazards of such an isolated place, and the cinematography is not only technically correct but also seldom overstated. With an ably austere mise en scene, El prisionero irlandés looks and sounds pretty much as it should. However, the problems lie in a more conflictive area — no less than the screenplay. For there’s little originality in how this love story between this Irish prisoner and this pretty young widow unfolds. The filmmaker’s approach is formulaic down to the very roots and yet the film pretends to be a personal work. But just pay attention to the overwhelming use of incidental music (there’s a guitar still playing in my ears) which stresses what images have already shown and expressed. And the same goes for the traits the characters have — you know, the old affable gaucho with a husky voice, the defiant and virtuous widow, the shy and harmless prisoner, and so forth. At the same time, even if it may sound contradictory, the characters’ dramatic arc needs more transitions to make the changes in their behaviour believable. I guess that’s why you get the feeling you are seeing a string of postcards, each of them with enthralling landscapes in the background and characters uttering overworked dialogue in the foreground. So this involuntary use of clichés cannot but take away all the potentially genuine layers this story had. And the end result is a déjà vu period piece. Production notes El prisionero irlandés. Argentina, 2015. Written and directed by: Carlos María Jaureguialzo and Marcela Silva y Nasute. With: Alexia Moyano, Tom Harris, Manuel Vicente, Alberto Benegas, Juan Grandinetti, Kevin Schiele, Tomás Stadler, Yoska Lázaro, Sean Mckeown. Cinematography by: Federico Gómez. Sound by: Javier Stavrópulos. Editing by: Delfina Jaureguialzo. Produced by: Tres Pájaros Films. Running time: 103 minutes.
En 1806 y 1807 los ingleses invadieron el Virreinato del Río de La Plata. Y fracasaron. Como resultado, muchos soldados quedaron prisioneros en una tierra desconocida con un idioma que no entendían. Una parte de ellos eran irlandeses. Entonces Irlanda se encontraba bajo el mando inglés y sus ciudadanos eran obligados a pelear por un país que detestaban y a conquistar tierras que terminarían con la misma suerte de su querida Irlanda. En medio de esta vorágine se encuentra Conor Doolin (Tom Harris), un soldado irlandés prisionero en la provincia de San Luis. Allí deberá trabajar en la casa de una joven viuda, Luisa Ochoa (Alexia Moyano), quien perdió a su esposo en la guerra y odia a los ingleses. Hablamos de una historia de amor, aunque nada de amor a primera vista sino uno que toma años. A medida que pasa el tiempo y entre tareas de rutina, Luisa y Conor, dos personas de países distintos, se dan cuenta que pueden comprenderse mutuamente y que ambos pasan por lo mismo. Los dos aman a su patria, Argentina e Irlanda respectivamente, sueñan con su libertad y están dispuestos a luchar para conseguirla. El villano de la película es un superior inglés de Conor. La palabra “villano” le calza perfecto, pues sus actitudes y discursos lo envilecen de un modo casi caricaturesco, sin contar las veces que escupe de forma casi compulsiva para mostrar desagrado. Sin profundidad, parece un personaje de los cuentos de hadas en los que el malo es simplemente malísimo. Un gran punto a favor de El Prisionero Irlandés, es su hermosa cinematografía. En varios planos panorámicos se puede apreciar el paisaje de San Luis con sus nevadas, sus montañas y su aridez. Por momentos, escenas cotidianas de esa época tan lejana parecen salidas de un cuadro: los detalles están cuidados y todo permanece en perfecta sintonía. La música también tiene un lugar importante, con suaves y tranquilas melodías reconstruye el ambiente de principios del 1800. Algunos de sus mejores momentos son cuando se muestra el paisaje y la música está de fondo. Es fácil notar que hay una gran producción detrás del film gracias a sus actuaciones, sus detalles, su reconstrucción del pasado y la calidad final del conjunto. Es una historia de amor tanto entre un hombre y una mujer que han tenido una vida dura, como entre un ciudadano y la libertad de su patria. Así queda establecido ese paralelismo entre Irlanda y Argentina, como dos naciones que querían valerse por sí solas y librarse de la fuerza extranjera que las oprimía.