En Pampa y las vías Estrenada en la sección Panorama del BAFICI 2012, El tramo comienza como un documental de observación acerca de la batalla del hombre –de un hombre– contra la naturaleza. Pero, con el correr de los minutos, el director Juan Hendel empezará a desplegar sus verdaderos objetos de estudio. El primero de ellos no es otro que uno de los tantos pueblos de la llanura pampeana bonaerense caídos en desgracia después del desguace del sistema ferroviario nacional y dentro de él está el segundo: el particular emprendimiento de un hombre que recorre las vías con una pequeña locomotora de factura propia. Como en la no demasiado vista Al fin del mundo, de Franca González, Hendel muestra retazos de la rutina del hombre y de su entorno natural con una rigurosidad encomiable, transmitiendo una sensación de agobio constante y manteniéndose a una distancia suficiente como para que su presencia no condicione las acciones. Eso le permitirá al film ir develándose progresivamente como uno de los buenos documentales que se estrenan semana tras semana en un silencio que, al menos en este caso, es inmerecido.
Último tren a las pampas Apelando a la observación y a la ausencia de diálogos, Juan Hendel construye un documental que habla de la añoranza por el pasado pero también de la esperanza por el futuro. El Tramo (2012) es el registro visual sobre las secuelas que provocó la desaparición de los trenes en la década del 90, pero con la esperanza de que alguna vez vuelvan. En un pequeño pueblo, un hombre recorre las vías con un vehículo que el mismo construyó para reacondicionar los caminos abandonados. Sin recurrir a diálogos, más que al sonido ambiente y algún que otro murmullo, Hendel focaliza su relato en Carlos, un hombre que armó su propio vehículo ferroviario para dedicarse al mantenimiento de las rutas viales abandonadas luego del cierre del ferrocarril. En el trayecto irán apareciendo otros personajes que con el mismo ímpetu se dedicarán a la misma faena. El silencio se llenará con textos de Henri Bergson, que a la manera de intertítulos servirán para dividir la historia en episodios. El Tramo no es mucho que un relato sobre la simpleza de la vida, y Hendel no escatima en la utilización de tiempos muertos o largos planos cargados de morosidad narrativa, pero con imágenes de una belleza natural que no necesitan nada más para lograr transmitir lo que propone formalmente. De la misma manera que Lisandro Alonso retrataba la nada y el todo en La libertad (2001), Juan Hendel lo hace en El Tramo. Pero en este caso apelando directamente a un registro documental, crudo, realista, poético, de enorme belleza, donde cada uno interpretará el relato de diferentes maneras.
Sobre la presencia y la ausencia del tren Breve, frágil, El tramo es de esos documentales de creación que suelen pasar completamente inadvertidos en el maremagno de la cartelera semanal. Particularmente en este 2014, que va en camino de transformarse en record histórico mientras se arrima sin pausas al vertiginoso número de 150 títulos nacionales estrenados en salas. Presentada hace más de dos años en el Bafici, la ópera prima de Juan Hendel –pergeñada en la escuela de cine documental Observatorio, casa matriz de Caja cerrada, de Martín Sola, entre otros largos y cortometrajes de no ficción– se ubica cómodamente en la intersección del documental de observación, el film de ensayo y el experimento formal, haciendo de su tema el centro de gravitación y, a la vez, una excusa para reflexionar sobre la forma cinematográfica. “Mi abuelo materno era ferroviario. Tengo una relación nostálgica con el tren que se fue transfigurando con el paso del tiempo”, escribe el realizador en la gacetilla de prensa, a modo de confesión y carta de intención, y su película hace de los trenes –de su presencia pero también de su ausencia– algo más que un simple medio de transporte: metáfora de un país que fue y que algunos intentan, a modo personal y sacrificado, recuperar, al menos en parte. Para el amante del ferrocarril, pocas cosas deben ser más tristes que ver pasar, al costado de la ruta, las vías desvencijadas, carcomidas por yuyos y óxidos, de una red abandonada hace décadas, testigos del paso del tiempo y la dejadez. Pocos lo saben (es la clase de cosas que no suelen transformarse en noticia), pero la Asociación Amigos del Ferrocarril Belgrano –un grupo civil con base en pueblos y ciudades del interior bonaerense como Mercedes y Tres Sargentos– viene recuperando tramos del Ramal G desde hace varios años. Sobre esas vías nuevamente activas monta su cámara Hendel, como un testigo del cambio de algunas cosas y la inmutabilidad de otras. Pero El tramo no es, de ninguna manera, un documento oficial de esas actividades de recuperación (desmalezamiento, limpieza, puesta a punto de maquinaria), y ciertas elecciones de puesta en escena y montaje, definitivamente elípticos, pueden llegar a irritar a algún espectador en busca de información pura y dura. Hendel evita explicaciones y datos (no hay entrevistas a cámara y los diálogos son casi inexistentes), concentrándose en cambio en las actividades de un grupo de habitantes de esa región, en particular un hombre entrado en años que circula por los remozados rieles de trocha angosta en una máquina de construcción propia, suerte de “ármelo usted mismo” de ensueño. Precisamente, por momentos el film adquiere una cualidad onírica, cortesía de más de un encuadre misterioso y el uso limitadísimo de los planos generales. Tal vez haya algo pretencioso en la incorporación de algunas reflexiones del filósofo francés Henri Bergson en forma de texto, pero al menos una de esas líneas parece otorgarle sentido pleno a las elecciones formales del film: “Si una parte es igual al todo, ¿qué conserva de la totalidad ese fragmento? Tal vez contenga su causa, su origen”. En ciertas instancias, esa atención al detalle carga de lirismo la pantalla, como si Hendel quisiera retomar en parte el camino del cineasta ucraniano Aleksandr Dovzhenko, en particular el de su clásico Tierra: naturaleza, ser humano y máquina en armoniosa tensión, puro presente que se proyecta como un par de rieles hacia el pasado y el futuro.
La imagen demora en aclararse. Al comienzo es como si un fuera de foco (no literal sino en sentido expresivo) se prolongara para alcanzar de a poco la precisión del detalle, y con él lo que estamos viendo empieza a revelar su verdadero sentido. Del fragmento se va al todo. Y ya que aquí se trata de trenes, son las vías las que construyen la metáfora, con el auxilio de textos de Henri Bergson: si el tramo que vemos es muy corto, lo curvo puede parecer recto y ocultarnos su verdadera razón de ser. Esa suerte de equívoco invita a Juan Hendel a reflexionar sobre el fragmento, examinarlo en relación con el todo al que pertenece y aplicarlo a otras situaciones de la vida. El tramo parte del que Amigos del Ferrocarril Belgrano rescatan laboriosamente del abandono y el olvido, pero el elocuente film habla de mucho más, incluido el cine mismo.
A esta altura, el cine argentino debería crear un subgénero propio que se llame “Historias de pueblos olvidados al desparecer la línea ferroviaria”. Esta temática se ha utilizado repetidas veces no sólo en la ficción (próxima salida, Corazón de fuego) sino mucho más en la línea documental como pilar para hablar de parte de la destrucción causada durante la década del ’90 y que aún cuesta remontar. Juan Hendel regresa una vez más al tópico mencionado en El Tramo, trabajo documental que no innova tanto en el qué, como en el cómo. Casi sin diálogos se nos cuenta la historia de un habitante, que luego serán varios, los cuales se resisten a su manera a la desaparición del medio ferroviario como transporte. Lo hacen a través de vehículos construidos por ellos mismos y de la recuperación manual y mantenimiento de las vías; en un trabajo de por más arduo pero que tiene su recompensa espiritual. Pero “El Tramo” prescinde de la narración tradicional, no hay testimonios a cámaras o algo preciso que contar; prácticamente no hay diálogos, sí hay palabras, las de los textos de Henri Bergson que se funden a la perfección con lo que se ve. A falta de expresión verbal de sus protagonistas, abunda el trabajo con la imagen, la corrección de la misma, y así cada plano no será al azar sino que pretenderá decirnos algo, demostrar un estado de situación; logrando un acabado poético lírico. El Tramo quizás no sea un film para un público amplio, lleva su ritmo propio y poco le preocupa que sus escasos sesenta y cinco minutos parezcan más; necesita de su tiempo para lograr el acabado deseado. Se ve un estado de ánimo en esos cuerpos que trabajan, que sufren pero no se vencen. Hendel logró una historia tanto de esperanza como de desazón. Para quienes vivimos en la ciudad quizás nos cueste comprender el todo de lo que se cuenta, la cosmología de la situación; la importancia que el tren y sus estaciones tienen para esos pueblos que fueron quedando a un costado, sin identidad, a medida que la campana de llegada y salida sonaba por última vez. En las imágenes de la llanura, en esos rostros quemados, hay una idea de planicie, de falta de vibración, y con eso solo comprendemos que las palabras sobran, que sólo vendrían a subrayar lo que ya se comprendió. Presentado previamente en el canal INCAATV dentro del ciclo La Cámara Lúcida, este documental de 2012 finalmente logra un estreno en salas, lugar en donde un trabajo con tanta preponderancia de la imagen podrá disfrutarse mucho más.
Hay un tempo que propone El tramo en su asociación de planos mayormente fijos alternados con otros en travelling, tomados desde un tren y prefigurando siempre esa presencia-ausencia, la del tren tantas veces retratado en el cine argentino. También hay un espacio que elige El tramo, muy claro, ubicado en las veras de las vías de ciertos pueblos perdidos a pocos kilómetros de un centro que no se anuncia del todo, salvo por los números de un kilometraje posible que aparecen en la pantalla y que ofrece un universo entre arcádico y primitivo. Ese paraíso campestre se nos aparece también desde toda una dimensión sonora, a la que se debe prestar especial atención porque le da sustancia a ese espacio. Grillos, pájaros, aleteos de mariposas, motosierras a lo lejos, hachas o picos o ruidos de metal oxidado. Marcos Paz, a 48 km al oeste de la ciudad de Buenos Aires es la ciudad natal de Hendel y el desguace final de su estación de tren y sus vías, tras las politicas de los 90 sirve de inspiración para acercarse a un grupo de personas que bajo el nombre de Asociación Amigos Del Ferrocarril General Belgrano van limpiando y recuperando tramos de vías de estación en estación. En la película, dice el director, se recorre desde una estación recuperada (Tres Sargentos) a otra que todavía está abandonada (Los Ángeles). Iniciativas de la gente, esas recuperaciones tienen en el resultado final del documental una estética de lo privado, como si la tarea solitaria de la comunidad le ganara a las políticas de Estado que fueron las que en definitiva dejaron a esos pueblos sin tren. “En todas partes donde algo viva hay abierto un registro en el que el tiempo se inscribe” dice Henri Bergson desde los textos en letras blancas sobre pantalla negra que el guión de Hendel elige para estructurar esta relación tiempo-espacio de su ópera prima documental en rigurosa modalidad de observación, un estilo ya de la productora de Walter Tiepelman (Caja cerrada o Centro) es la elegida para retacear la información suficiente y para que la denuncia, si la hay, venga de lo poétic0, desde cierta resistencia de lo poétic0 como dominio exclusivo del documental de creación. Desde el jueves 6 se puede ver en el Gaumont Desde el jueves 13, en Espacio INCAA La Plata