De esas películas en las que todo está bien y que permite entrar en el código rápidamente. Un grupo de privados de la libertad acepta ser parte de un programa de actuación que, sin saberlo, les permitirá liberarse de sí mismos. Predecible pero efectiva. Basada en hechos reales
El triunfo (Un triomphe, Francia, 2020) es un largometraje dirigido por Emmanuel Courcol y está basado en una historia real. Etienne (Kad Merad, actor muy taquillero de comedias francesas) es un actor no muy exitoso que dirige un taller de teatro en un centro penitenciario. En dicho espacio reúne a un grupo de internos para representar la famosa obra de Samuel Beckett Esperando a Godot. Todo empieza con desconfianza y burla, pero luego se va transformando en algo más serio. Todos parecen disfrutar del taller. Cuando Ettiene consigue la autorización para realizar una gira fuera de la cárcel con su troupe de actores estos empiezan a vivir con plenitud el placer de ser aplaudidos por el público. Pero cuánto más actúan en teatros, más empiezan a añorar la libertad, por lo que la guardia asignada para vigilarlos deberá duplicar su esfuerzo para evitar una posible fuga. Libres o presos, todos han aprendido a amar la actuación. La película se mueve por los carriles más estándar de la comedia dramática francesa. Un poco de humor, un poco de drama, una buena dosis de emoción. Los niveles de efectividad de esta clase de películas varía y un mismo espectador podrá pasarla bien con una de ellas y a la siguiente no creerle nada. Esta comedia podría haberse hecho en otro país. Le tocó ser francesa, pero podría haber sido italiana, española, mexicana o norteamericana. Posiblemente termine siendo todas ellas, en una época en la cual las remakes se han multiplicado por todo el planeta.
"El triunfo": Samuel Beckett en clave de comedia El profesor de teatro de una cárcel de máxima seguridad descubre la conexión que existe entre sus talleristas presos y los personajes de "Esperando a Godot". Los talleres carcelarios son experiencias que buscan ofrecerles a los reclusos nuevas perspectivas, desde las cuales replantearse la forma en la que miran no solo sus propias vidas, sino también al mundo que los rodea. Dentro de ese universo, aquellos dedicados al teatro suelen trabajar la puesta en escena casi de forma terapéutica, de modo que la dramatización le permita a lo metafórico funcionar como un espejo que ayude a revelar una nueva dimensión de lo real. Más o menos es eso lo que ocurre cuando Étienne, un experimentado actor de teatro que no atraviesa su mejor momento profesional, acepta hacerse cargo de uno de estos cursos, en una prisión de alta seguridad en las afueras de París. Dirigida y coescrita por el francés Emmanuel Courcol, El triunfo realiza desde la ficción un registro pormenorizado de dicho proyecto. Ahí el profesor se encuentra con un grupo díscolo, cuyos integrantes en el fondo necesitan un espacio que funcione como válvula de escape para la frustración que provocan el encierro y la falta de horizontes. Luego de una experiencia inicial más bien sencilla, Étienne descubre la conexión que existe entre sus talleristas presos y los personajes de Esperando a Godot, la obra cumbre del dramaturgo irlandés Samuel Beckett. Sospecha que la espera inútil que soportan los personajes de la obra puede darle nuevos sentidos a ese obligado paso por el limbo terrenal que representa la institución carcelaria. Si bien el subtexto dramático que recorre de punta a punta la película se percibe todo el tiempo y cada tanto asoma su cabeza sobre la superficie del relato con claridad, El triunfo elige trabajar sobre todo a partir de la comedia y el humor. Por esa vía registrará los avances que irán mostrando los integrantes de esa troupe, tan tierna como peligrosa. Pero además le permitirá al protagonista encontrarle un nuevo sentido a la crisis en la que se encuentra inmerso. Así consigue transmitir una mirada positiva que tiene en la esperanza su principal combustible, a pesar de los obstáculos que el propio sistema va poniendo en el camino de los personajes. Al mismo tiempo, tampoco puede evitar cierta candidez en la representación. El triunfo está basada en un caso real ocurrido en 1986 en la ciudad de Gotemburgo, Suecia. De hecho hay una película de ese origen, Vagën Ut, de Daniel Lind Lagerlöf, que hace 20 años se encargó de contar la misma historia. Sin embargo, el hecho de trasladarla de Suecia a Francia y de la década de 1980 a la actualidad afecta al relato de forma inevitable. Resulta sencillo imaginar que hace 40 años, en una sociedad progresista como la sueca, pudieran tomarse ciertas decisiones que no resultan verosímiles al ser traspoladas a la Francia actual, atravesada por tensiones sociales que no tienen un reflejo en la película. La decisión de elidir dicho realismo carga a El triunfo con una inocencia que, sin arruinarla para nada como experiencia, enfatiza su carácter de fábula con moraleja explícita.
Hay historias que merecen ser contadas por el cine. Como esta que sucedió en Suecia, donde un director logra montar con un grupo de convictos la obra de Samuel Beckett 'Esperando a Godot' para presentarla en un teatro por fuera de la penitenciaría. Hasta aquí la realidad sin spoilers. La versión del director Emmanuel Courcol, quien coescribió el guion junto a Thierry de Carbonnières, sucede en Francia, en la misma y versátil París, cuando un actor de poco nombre como Etienne Carboni (Kad Meran) se pone al frente de un desinteresado grupo de presos para realizar un taller de teatro donde recrear fábulas y así descontracturar la pesadez de la condena. Todos transitan la última etapa de su proceso, por lo que sus conductas no están en revisión. La magia de `El triunfo' alterna entre lo definitivo del título, lo cual supone un logro en el final, y la temperatura que va tomando cada escena cuando a estos actores las cosas no les resultan como pretenden. Todo pareciera volar por el aire cuando un `no' se antepone entre lo que desean y lo que realmente sucede. Si una sensación sobrevuela todo el filme es la tensión. Esa risa jocosa en el rostro cicatrizado de un hombre que juega a ser mono pero en su historial tiene algunos homicidios, es fuerte. Y de fondo, el calendario en una espera que se convierte, de manera lógica, en la de `Esperando a Godot'. ACIERTOS 'El triunfo' es un efecto dominó de aciertos. Que Courcol deposite todo el peso de la historia en un actor consagrado como Kad Merad ('Tres amigos', 'Bienvenidos al país de la locura') hace que el resto se mueva con libertad y licencias. Y sus dirigidos, estos reclusos devenidos en actores entusiastas, mutan de una fila de inocentes boy scouts, cuando salen a los teatros a presentar su obra, a emular los reflejos de los impredecibles personajes de `Trainspotting' o `La naranja mecánica', sobre todo cuando advierten que después del aplauso, la caída del telón y los regalos, vuelven la requisa y el encierro. Un filme emotivo, tenso, de poesía corrosiva y contradictoria. Una historia que parece narrada por los que perdieron, hasta que la directora de la cárcel nos sopapea cuando le responde al director: “Piense en las víctimas que están afuera viendo como sus verdugos actúan en un teatro fuera de estos muros”. Entonces la mueca de comedia dramática desaparece y nos preguntamos: ¿a quiénes estamos vitoreando? El final es inesperado. Porque el ojo cinematográfico, acostumbrado al cine de género y al círculo que cierra perfectamente, no lo espera, no lo quiere, no lo acepta. Y aunque todo esté libremente inspirado en un pasaje de la vida del director sueco Jan Jönson, la historia es la que es. Y no hay nada que se pueda modificar, por más que el séptimo arte así lo prefiera.
En 2020, esta película quedó seleccionada para el Festival de Cannes. Sin embargo, el festival, como gran parte de nuestra cotidianidad, fue cancelado por la pandemia. Con el telón de fondo de estos tiempos de espera existenciales, El triunfo (Un triomphe) cuenta la historia de Etienne (Kad Merad), un actor de mediana edad que sobrevive con varios trabajos temporales, entre ellos, dar por primera vez un taller de teatro en una prisión. Etienne no sólo está frustrado con su falta de estabilidad y perspectivas laborales sino también, como veremos, mantiene una relación conflictiva con su exesposa y con su hija adulta. Pero en el taller se reencuentra con el teatro desde otro lugar: y es que la espera continua que es la vida de los reclusos para comer, para la visita, para salir finalmente, carga a esos cuerpos y a esas subjetividades de la potencia de lo verdadero en las actuaciones. Etienne entonces deviene director y los cinco reclusos (para quienes la participación en el taller es la excusa para pasar el tiempo y salir de sus celdas), devienen actores. El proyecto pasa de la representación simplona de fábulas a la puesta en escena en un teatro extramuros de Esperando a Godot, de Samuel Beckett, con la consiguiente rutina de ensayos y compromiso. Hay ciertas preguntas que, como en el punto más fuerte de la pandemia, nos zumban en la cabeza y que aquí parecen replantearse: ¿qué lugar ocupa el arte en nuestra vida? ¿es imprescindible? ¿qué sentido tiene la existencia cuando se parece a una espera de algo superior que no llega? (Porque a esta altura no es un spoiler de la obra de Beckett que Godot nunca aparece, ¿no?) Pero las respuestas que propone la película son bien distintas a las que da La sociedad de los poetas muertos, por ejemplo: el arte no es imprescindible; sólo nos ayuda a sobrellevar mejor la vida. Las actuaciones son muy sólidas. Vemos ciertos arcos de actuación muy logrados, especialmente los actores-reclusos (un elenco multicultural que da cuenta de la Francia contemporánea) que superan la incomodidad inicial de quienes no han hecho teatro o el desinterés de los que ven la oportunidad de mejorar su situación penal hasta comprometerse con cada ensayo y conformar un grupo más allá de las individualidades. Asimismo, maneja una tensión que se extrema al final y no deja de convertirla en un producto entretenido. A pesar de estar basada en hechos reales, hace falta, como en el teatro, entrar en código o guardar cierta fé poética que nos permita olvidarnos por un rato de andar buscándole el pelo al huevo o la verosimilitud con los centros penitenciarios de nuestro país. En síntesis, no es ligera pero tampoco es un dramón: es una historia sensible que, sin ser solemne, repone la potencia de las corporalidades que despliega el teatro (ese famoso “poner el cuerpo” aquí y ahora) al lenguaje audiovisual.
Este último jueves se estrenó en las salas nacionales El Triunfo (Un Triomphe), una emocionante producción bajo la dirección de Emmanuel Courcol. Esta historia narra cómo un grupo de presos, a partir de tomar un taller de teatro, forman una compañía y logran armar una gira con una obra clásica como “Esperando a Godot” de Samuel Beckett. El profesor de teatro es un actor de poca suerte que va ganando confianza y simpatía con este grupo de prisioneros. Estos se plantean lograr como meta final llegar a estrenar su obra en la capital del país, París. En definitiva, una última noche juntos como cierre de una gira de teatro de éxitos y superación personal. Esta película ya cuenta con un camino de éxito y reconocimiento con el sello oficial del Festival de Cannes 2020. Y también fue incluida como mejor comedia, en la Selección Efa 2020 de los Premios europeos de cine. Además, formó parte en la clausura del Festival de Valladolid ese mismo año. Entre su elenco se puede encontrar a figura renombradas del cine francés como Kad Meran, quien resultó ganador de un premio Cesar en el film “Bienvenidos al norte”, Marina Hands (‘Las invasiones bárbaras’) y Laurent Stocker (‘La casa de verano’).
Cuando el ego es lo más importante. Etienne, interpretado por el franco-argelino Kad Merad, es un actor de teatro no muy conocido y cuya carrera artística nunca logró grandes triunfos ni reconocimientos. No obstante, es un hombre egocéntrico y con una herida que no termina de cerrar respecto a su trunco camino como intérprete teatral. Su desempeño como profesor en una cárcel local es notable y el grupo de presidiarios a los que guía se encuentran muy conforme con su labor. Sus clases son un respiro de libertad e individualidad en las vidas de estos hombres, justamente privados de la misma. Ambicioso, Etienne emprende con el pintoresco grupo de presos la representación de la obra teatral “Esperando a Godot” de Samuel Beckett, una reconocida tragicomedia dividida en dos actos y donde el absurdo ocupa un lugar central. La fraternal relación de Etienne con los presidiarios y la preparación de la obra, con sus diferentes complejidades, serán el corazón en la trama de El triunfo (2020). Todo en un tono de comedia costumbrista muy a la francesa. En El triunfo su director, Emmanuel Courcol, elije retratar una puesta realista y llena de cotidianidad. Es imposible no sentir verdadera empatía con este grupo de hombres que están presos por variadas causas, pero que lejos están de ser peligrosos delincuentes. La vida, las necesidades y malas elecciones los han puesto ahí y hace rato están pidiendo una segunda oportunidad. La llegada a sus rutinarias y controladas existencias de Etienne, un buen hombre con ciertos dilemas personales, será muy importante. El humor aquí es utilizado como un catalizador de la dura realidad que los rodea y esto es una elección muy acertada. La historia que nos propone El triunfo habla de la redención y al mismo tiempo propone una reflexión acerca de la reinserción social del presidiario; es imposible de ocultar: a esto ya lo vimos en otras oportunidades. De todas maneras, la magnífica actuación de Kad Merad, un comediante, humorista y guionista con bastante prestigio en Europa, junto con los actores que lo acompañan, esos presos por demás realistas, más las situaciones cómicas que habitan a lo largo del film, hacen que su visionado sea disfrutable y entretenido. Cuando el relato parece estancarse, algún personaje cautivante logra que la acción tome curso nuevamente. El triunfo es una película coral y de elenco multirracial, donde diferentes vivencias y personalidades confluyen y se integran con un solo fin: llevar a cabo lo más dignamente una nueva y original puesta de una clásica obra de teatro de concepto universal, intentando dejar de lado el gran ego de Etienne, el director del grupo teatral. De paso nos saca una sonrisa en algunos tramos y se les da esperanza a sus castigados intérpretes. Tarea cumplida.
Inspirado en hechos reales, el film de Emmanuel Courcol nos habla de la frustración, las decepciones y las tristezas en contextos de encierro y la posibilidad de su superación a través del arte, en este caso la interpretación. Tanto para Etienne como para el grupo de reclusos, el teatro se volverá un medio para experienciar la libertad y de explorar posibilidades en la vida. Etienne, por su parte, parece estar aprisionado dentro de sus propias frustraciones. A la vez que no se encuentra justamente en su mejor momento como actor, no se encuentran en del todo buenos términos con su hija. los reclusos, por la otra, aunque no terminamos de conocer del todo la historia de cada uno y el por qué terminaron en prisión, resultan en un grupo de personajes bastante coral, carismático y cómico. El grupo logra representar muy adecuadamente muchas de las actitudes y muchos gestos de personas en contexto de encierro y con cierta marginalidad social, por lo que transmiten las amarguras, inseguridades y decepciones de personas agotadas por esperar una segunda oportunidad. Será cuando Etienne consiga la autorización para realizar una gira teatral fuera de la cárcel, que tanto el actor como los reclusos, verán la posibilidad de prosperar y de tener un horizonte en la vida.
La película de Emmanuel Courcol observa con perspectiva antipunitivista una historia real ocurrida en Suecia en 1985, y lo hace a través de una relectura de "Esperando a Godot" de Samuel Beckett. ¿Vale la pena recurrir a la ficción en aquellos casos en los que la realidad la supera? La respuesta no es obvia, pero podríamos arriesgar una de las tantas posibles: la ficción tiene valor si se construye con un objetivo, así sea darle sentido a una idea a través de la mirada elegida. Empujar la realidad un poco más allá al verla con nuevos ojos; ficcionalizar para construir perspectivas. Étienne (Kad Merad) es un actor venido a menos que trabaja dando clases de teatro para sobrevivir. No es muy bueno estableciendo relaciones sociales y está frustrado con la vida que lleva. Tras conocer a los detenidos que asistirán a su taller en una cárcel de Lyon, se le ocurre la idea de armar una puesta de Esperando a Godot de Samuel Beckett: como intérpretes, todos son principiantes, pero no hay dudas de que nadie entenderá mejor que ellos esta obra. En la empresa de montar la obra de manera profesional, Étienne deberá empujar ciertos límites institucionales, poniendo en tela de juicio los preceptos sociales y culturales en los que éstos se apoyan. Esperando a Godot, estrenada en 1953, es unparadigma del teatro del absurdo. Caracterizada por la repetición y la carencia de sentido, la obra encuentra un reflejo fiel en las vidas de los detenidos. La duración (aparentemente infinita) de la espera, el aburrimiento, las ilógicas pero necesarias distracciones: todas estas experiencias, trazadas en el límite entre lo humano y lo inhumano, pertenecen tanto a los personajes escritos por Beckett como a las realidades de los detenidos. El triunfo (Un triomphe, 2020) es una adaptación libre de un relato de Jan Jönson sobre su propia experiencia trabajando en una cárcel de la ciudad de Kumla (Suecia) en 1985. El mismo Beckett estuvo al tanto de la puesta de su obra en manos de Jönson, y afirmó que el desenlace de la historia había sido lo mejor que le podría haber pasado a Esperando a Godot. Dirigida por Emmanuel Courcol y co-escrita por el director junto a Thierry de Carbonnières, El triunfo observa a sus personajes (algunos mejor desarrollados que otros) desde una perspectiva humana, por fuera de toda lógica punitivista: Étienne no averigua quiénes eran los presos antes de llegar a la cárcel ni quiere saber qué hicieron para estar allí, sino que se enfoca en lo que ve en ellos tras conocerlos. Las interpretaciones son muy buenas. La película tiene un buen ritmo, y logra un equilibrio entre momentos cómicos y dramáticos. Las dificultades de la vida en el encierro están retratadas de manera sutil, sin exagerar y sin caricaturizar. El recorrido de esta historia estaba trazado de antemano. Quizá el sentido de El triunfo sea solamente el de ofrecernos una perspectiva alternativa a partir de la cual pensar este recorrido y su desenlace. Beckett escribe: “la llamada que acabamos de escuchar va dirigida a la humanidad entera. Pero en este lugar, en este momento, la humanidad somos nosotros, tanto si nos gusta como si no. Aprovechémonos antes de que sea demasiado tarde. Representemos dignamente por una vez la calaña en que nos ha sumido la desgracia.”
Presos que a través de la actuación encuentran un respiro, una bocanada de la libertad que carecen. No es un ítem nuevo. Recordemos “Cesar debe Morir” de los Taviani. Pero en este caso, en la película de Emmanuel Courcol, con un soporte en la realidad, una historia que ocurrió en Suecia en 1985, los ingredientes del argumento, las vueltas de tuerca, y sobre todo la relectura de la obra más famosa de Samuel Beckett, construyen un film con encanto, humor y personajes queribles. Un actor frustrado da clases de teatro en una cárcel de Lyon. Primero son ejercicios liberadores, stand up de fábulas. Luego llegará el sueño casi imposible: “Esperando a Godot”. Comienzo un viaje de aprendizaje, de descubrimiento, y por sobre todo lograr que esos hombres rudos de frondoso prontuario, uno es analfabeto, comprenda a Beckett. Llegar a esa espera infinita justamente para los presos que son expertos en esperar. Con personajes que desnudan su humanidad, algunos mejor redondeados que otros y la difícil tarea del “director” que pelea cada peldaño, para ellos y para sí mismo. Un tanto larga pero con un sostenido interés y un último giro sorprendente y emotivo. Especialmente porque el mismísimo Beckett aseguró que el desenlace es el mejor que pudo haber pasado. Ese hombre que escribió iluminado y sin absurdo “la humanidad somos nosotros, tanto si nos gusta como si no. Aprovechémonos antes de que sea demasiado tarde. Representemos dignamente por una vez la calaña en que nos ha sumido la desgracia.” Y ahí están los presos y sus sueños, el director y sus ilusiones y el espectador que aprovecha para su bien esta muestra de humanidad que espera en vano pero que mientras tanto disfruta de una emoción auténtica. Y eso es mucho.
«Hemos acudido a la cita, eso es todo. No somos santos, pero hemos acudido a la cita. ¿Cuántas personas podrían decir lo mismo?» Esperando a Godot – Samuel Beckett Emmanuel Courcol dirige esta curiosa historia real sobre un grupo de presidarios que llevan a cabo una obra de teatro de Beckett, obra que llegan a presentar por fuera de los confines de la cárcel. Etienne (Kad Meran) es un actor que no prosperó demasiado en su carrera y se le ofrece llevar a cabo un taller de teatro. Su idea es montar «Esperando a Godot» de Samuel Beckett con un grupo de presidarios. Por supuesto se trata de hombres que forjaron sus propios muros y que en un principio se ven bastante resistentes a ponerse bajo su dirección. Pero de a poco se entusiasman y lo que empieza como un juego va tomando tintes serios. Courcol opta por la comedia y el drama, con algunos momentos divertidos pero también sabiendo crear tensión o emoción, algo no del todo fácil cuando encontramos ante personajes que pueden reaccionar de maneras inesperables y absurdas, por lo tanto causando risa, pero también con historias duras que a veces los hace explotar en situaciones violentas. La película sigue estos ensayos, a veces frustrantes por su corta duración o por la resiliencia de estos internos, pero Etienne consigue convencer del interés, no sólo a sus actores sino también a algunos de los directivos. Así es que con mucho esfuerzo, logra que salgan de gira. Si bien estamos ante un caso real, un caso que el actor Jan Jönson narra en sus unipersonales, conviene no adelantar demasiado su resolución. No por la sorpresa en sí, el maldito término spoiler no tiene mucho sentido en este tipo de película, pero sí para dejarse llevar por las emociones de estas personas que hace tiempo no se ven forzadas a comportarse en sociedad. No obstante, la historia de superación es bastante predecible. Etienne tiene todas las de fallar y sin embargo decide seguir siempre adelante, presionar para poder compartir su trabajo, aquel en el que parecía haber perdido su fe y de repente cree y lo revitaliza. Por allí también están los atisbos de su vida personal. Una carrera que no funcionó de la manera esperada y una relación algo rota con su hija terminan de pintar a un Etienne frustrado y cansado que pronto vuelve a encontrar una motivación real. Y por el otro lado, el teatro. Esas escenas de ensayo y sus primeras representaciones son de lo mejor que tiene la película, apostando a un estilo muy realista. Algunas parecen casi documentales incluso. Sin embargo, se puede percibir ese cambio que producen los ensayos, el permitirse ser otro, el adentrarse en una historia que no es la nuestra pero que uno encuentra forma de apropiarse. En este sentido, estamos ante un grupo de actores que logran desenvolverse de una manera muy creíble siempre en un registro no del todo sencillo. En fin, una película sobre las segundas oportunidades, sobre lo relativo del éxito y el fracaso, pero también sobre cómo el arte nos salva y nos hace libres. Un poco de manual pero con algunos hallazgos que la hacen más interesantes.
Ganadora de múltiples premios a Mejor Comedia Europea, es una historia real de una clase de actuación para presos que se convierte en una sensación del circuito teatral francés cuando deciden montar su versión de “Esperando a Godot“.
Emmanuel Courcol es actor desde fines de los años 80, guionista desde hace dos décadas, y director desde hace una. Como tal tiene un corto, su ópera prima y esta película que llega a la Argentina cuando ya ha terminado la siguiente. Como primera anotación, entre los productores del film figura el histórico Robert Guédiguian (Marius y Jeanette, Al ataque!). Como segundo detalle, esta película pareciera cruzar esa influencia con el cine del no menos trascendente Laurent Cantet en su mirada a la crisis social, al problema educativo, a la exclusión. Pero Courcol afirma su posición a la realidad circundante a través de una comedia tributaria de los grandes nombres de la dramaturgia francesa, que enmarca la “cuestión social” a través de la sonrisa y la inteligente ironía. ¿De qué otro modo podría sintetizarse la historia de un actor sin suerte (un extraordinario Kad Merad) que consigue trabajos menores y es profesor de dramaturgia en la cárcel? Buscando un plan que le de sentido a esa vida entre rejas que se abren y cierran, consigue autorización para que su inexperimentado grupo de reclusos lleve a escena, fuera del penal, nada menos que Esperando a Godot, de Beckett. Parte de la trayectoria del director como actor pareciera contribuir con este relato basado en una historia real que no es la propia. Aunque previsible, logra una gran humanidad que consigue emocionar, hacer reír y dirigir una punzante mirada al prejuicio y al miedo al ridículo que todos llevamos dentro.
EL TEATRO DE LA VIDA Si pusiéramos películas en espejo, sólo para indicar el reverso, El triunfo es lo opuesto de César debe morir (2012), de los hermanos Taviani. Comparten temática (la posibilidad de generar un lugar para el arte en cárceles de máxima seguridad), pero el camino es totalmente diferente. Allí donde los Taviani hibridan las formas genéricas y nunca pierden de vista la institución, Emmanuel Courcol hace honor al título de su propuesta, “el triunfo”, acudiendo al viejo esquema del individuo que lucha contra obstáculos y de algún modo llega a la victoria. Con mensaje incluido, por supuesto. El individuo en cuestión es Etienne, un actor desocupado que decide hacerse cargo de un taller. El objetivo es ambicioso: poner en escena con un grupo de cinco reclusos Esperando a Godot de Samuel Beckett. A medida que avanza el proyecto, Etienne deberá lidiar con sus propios fantasmas y con sus obsesiones. Ponerse en el rol de director implica bordear una delgada frontera hacia el autoritarismo, sacudir el ego por la cara de modo peligroso, y si a ello sumamos la inexperiencia de quienes actúan todo se vuelve más problemático. Si bien los presos intentan colgarse el traje de profesionales, Etienne se dará cuenta de que lo más importante será hallar ese diamante que todos llevamos adentro y que alguien ayuda a pulir. Ahora bien, hay por lo menos dos formas de seguir la historia. Una de ellas consiste en perderse y dejarse llevar por el ritmo que propone, entregarse a la ficción edulcorada que oculta lo peor de la cárcel para ceder el paso a un grupo simpático de presos, construidos dramáticamente para tales fines narrativos. En esta dirección, en la que se propone como comedia dramática, inofensiva para aquellos que suelen consumir el fetichismo de la marginalidad, la película cumple las expectativas. No obstante, si se hurga un poquito, si se sale de esa superficie de placer, son demasiados los subrayados que se encuentran, asociaciones forzadas a partir de la idea de la obra de Beckett. La cuestión de la espera está lo suficientemente marcada en varios tramos y sentidos, y entonces asoman los mensajes peligrosamente. Inspirada en hechos reales, El triunfo se evidencia como una recreación personal acomodaticia a los parámetros y a las exigencias industriales, con un enorme protagónico de Kad Merad y una desdibujada mirada sobre la cárcel, más cercana a una carpa de circo que a la verdadera institución.