Yo paso. Seis extraños despiertan en una habitación provista con armas y se ven obligados a matarse entre sí o ver morir a alguien que les importa profundamente. Con esta simple premisa se desarrolla esta coproducción entre EE.UU. e Indonesia donde la “intriga” se adueña durante 81 minutos. Digamos que no es una trama muy original, ya que anteriormente habíamos visto un planteo similar en El cubo o El juego del calamar. Bajo estos parámetros, estamos obviamente en territorio de la clase “B” más básica que se pueda encontrar en una cartelera nacional cada vez más limitada. Si son amantes del terror sangriento déjenme decirles que las muertes brillan por su ausencia y el género al que más se acerca esta The Blackout Experiment (2021) es el thriller -cuadrado, pero thriller al fin-. Considerando lo previsible del asunto uno se imaginaba un final al menos feliz… pero no va por ahí tampoco la cosa. Tenemos al menos un poco de terror psicológico y ese es un punto a favor de la película dirigida por John David Moffat IV, pero después no hubo nada que me haya generado algo remotamente parecido a una sorpresa. El problema no es la historia en sí sino los personajes donde no encontré ninguna empatía real. Por deficiencias de guión, dirección o propias, los actores están lejos de atrapar a la audiencia. Una vez más simpatizo con la antagonista que es quien te carcome la cabeza. A los protagonistas resulta imposible tomárselos en serio. De hecho, de a ratos parecían no querer estar delante de cámara. Lamentable. Hay producciones «B» mucho más inspiradas que esta, y realmente que sea una producción de bajo presupuesto no les da el derecho a hacer algo tan malo, menos un filme de terror. Si me decís una comedia podría ser diferente; de hecho, hay obras que de tan malas terminan siendo divertidas. El último juego, que pretendía asustarnos, no entra en esa categoría. Es mala y punto. Banco producciones independientes que llegan para ofrecer algo distinto que las superproducciones a las que estamos acostumbrados, pero en esta ocasión el producto ofrecido es insalvable.
Una película mala puede convertir la incompetencia y la falta de presupuesto en una maravilla surrealista. Todo lo que necesita es alguna dosis de locura o ingenio. Pero eso es lo que falta en The Blackout Experiment (El Último Juego) para adaptar el formato Battle Royale a una propuesta más o menos convincente: todo lo que vemos son seis malos actores en lo que parece a una sesión improvisada de histeria grupal.
El titulo original, es “The Blackout Experiment” algo así como “El Experimento del Apagón”, tomando “prestada” la idea de “Saw” (2004) pero reemplazando la venganza como vehículo, e insertando el “experimento”. Como para que quede claro que se ajusta al genero de terror, tal cual se lo piensa en la actualidad. La idea de la Dra. Kasuma (Cheverely Amala) es intentar comprobar que todos están/estamos dispuestos a matar a otro, desconocido o no, ante
El último juego (The Blackout Experiment, 2021) debe haber sido, en la cabeza de quien la escribió o quién la dirigió, un proyecto que le abriría las puertas de una franquicia que lo volvería millonario. Se parece a varias ideas ingeniosas del género terror, empezando por El juego del miedo (Saw, 2004), de la que sin duda toma mucho. Pero hay más, tantas que mejor no enumerarlas. Una crítica breve es lo que se merece esta también breve pero horrible película que no llega los noventa minutos, como adivinando que los espectadores pronto querrán irse. Seis extraños despiertan en una habitación donde hay armas. Pronto descubrirán que esas herramientas son para jugar un juego que una misteriosa mujer les impondrá si no desean pagar terribles consecuencias por negarse a participar. El muy bajo presupuesto de la película se nota en todo, no solo en el elenco. La premisa se agota y las escenas se alargan, todo se ven tan clase Z que será un misterio a futuro descubrir como esto llegó a los cines en Argentina.
Otra película de gente que se tiene que matar entre sí para poder sobrevivir o (acá pasa esto) salvarle la vida a alguien que quieren. Otra de controladores malos, juegos sádicos y moral quebradiza ante lo terrible. Por momentos funciona, por momentos, no: sabemos que alguno va a quedar y es más bien un juego de apuestas sobre quién o quiénes descubrirán la “trampa” de todo el asunto. Nada que no hayamos visto antes (y casi nunca funciona).
El último juego es una película de terror de bajo presupuesto dirigida por John David Moffatem IV y con una temática heredada de la franquicia de El juego del miedo. Está escrita por Ryan Graff y Jill Killington y protagonizada por un grupo de actores desconocidos, conformado por Troy Jones, Dom Cole, Yasmin Irvine, Steven Synstelien, Stefani Rose, Cheryl Lyone, Uli Auliani y Cheverly Amalia. La historia se centra en personas, extrañas entre sí, que se despiertan encerradas en una habitación. Y una séptima, que se presenta como la Dra Kasuma, aparece en una pantalla de televisión, les comenta que forman parte de un experimento en el que deben asesinarse unos a otros un breve lapso de tiempo, para salvar la vida de un ser querido de ellos. En primer lugar, es necesario destacar el mal uso del fuera de campo, utilizado en primer lugar para que los espectadores se formulen preguntas sobre todo lo que ocurre fuera de la habitación, ya que lo único que se nos informa es lo que vemos en el televisor y nos cuenta la Dra. Kasuna (Amalia). Y, en segundo lugar, porque se mantienen fuera de cuadro la mayoría de las escenas de violencia, o directamente se anulan poniendo la pantalla en negro mientras transcurren los hechos. Lo que comete el error de no permitirle al espectador exorcizar la angustia generada y satisfacer sus expectativas. Así como tampoco funcionan las actuaciones, con los excesivos gritos e insultos, de sus personajes y los intentos fallidos de encontrar la salida. Ya que, si bien es comprensible al comienzo, por la situación en la que se encuentran, se vuelve cansador por lo repetitivo, haciendo que el espectador vaya perdiendo interés. En conclusión, El último juego es una película que no funciona porque se regodea en un morbo sin sentido y hace un mal uso del fuera de campo. Dejando afuera a un espectador que pierde el interés en la historia al no poder empatizar con ninguno de sus personajes.
Una más de gente encerrada en una habitación con distintas armas, que se ven obligados a usar. . Como » El juego del miedo», por citar la “inspiración” más evidente, pero sin tanto sadismo en las máquinas de tortura. Un revolver, un machete, un hacha, y otras variantes como para que cada uno del grupo se apropie de lo puede. Una bella japonesa impasible les cuenta la situación desde una pantalla. Nada es personal, se trata de un experimento, y si quieren salir del lugar deberán matar a uno del grupo. Para llevarlos a la desesperación, en la pantalla aparece algún ser querido en peligro inminente. Repetido hasta el cansancio. Una producción hecha con dos pesos, tomando ideas de aquí y de allá. Sangre, muerte y obviedad. Solo un entretenimiento menor para lo que gustan del género.
En una temporada de Los Sopranos hay un episodio donde Christopher Moltisanti, el sobrino de Tony (el protagonista), decide incursionar en la industria cinematográfica para producir una película de terror. El proyecto, que es un burdo robo de la saga SAW, termina financiado por unos mafiosos que aprovechan esa posibilidad para lavar dinero. El último juego es un film que tranquilamente podría haber sido el proyecto soñado de Moltinsanti. Se trata de una producción que roba de manera obscena los mismos conceptos argumentales de Saw y Cube (el film de culto de Vicenzo Natali) sin ofrecer un mínimo aporte creativo que haga interesante el relato que se presenta. A través de una puesta en escena que parece salida de un corto amateur de You Tube del 2007, el director John David Moffat desarrolla un tedio de 80 minutos donde el suspenso y en especial el terror brillan por su ausencia. Se introduce la premisa de un experimento, sobre el que no se da ninguna explicación a lo largo del conflicto, y eso deriva en un espectáculo tonto y aburrido, con una puesta en escena chapucera, donde un grupo de personajes deben matarse entre sí para sobrevivir. Los actores son horrendos y parecen pertenecer a una escuela amateur de teatro en su primera semana de clases. Sumado al hecho que el director Moffat nunca consigue elaborar situaciones de tensión que al menos despierten un mínimo interés por el relato que se narra, se hace imposible encontrar algún mérito en esta producción para justificar su recomendación. Simplemente es un film horrendo que por esos milagros inexplicables del mundo de la distribución tiene la suerte de encontrar alguna sala de cine
DIOS QUIERA SEA EL ÚLTIMO JUEGO En un ensayo sobre el cine de terror americano llamado American nightmare el británico Robin Wood elaboró lo que él mismo denominó la teoría del género como adormecimiento de consciencia. Dicha teoría afirma que ciertas películas de terror se valían del género para exponer discursos que el norteamericano medio no hubiese tolerado de otra manera que no fuese a través del ente maligno del film. Siguiendo este razonamiento, uno podría pensar en películas como La mosca y su polémica postura respecto de la eutanasia; Sobreviven, y su discurso profundamente marxista; o El cubo, y su juego con lo difuso del límite de la ética y la moral humana. En torno a esta última -quizás por su carácter ambivalente- han aparecido una serie de reversiones que, en mayor o menor medida, lograron expandir alguno de los conceptos que allí se gestaban. El juego del miedo es prueba fehaciente de lo fructífera de esta pauta en manos de un cineasta idóneo; El último juego, todo lo contrario. El primer largometraje de John David Moffat IV surge como una mixtura de varios de estos films de escape room (a los ya mencionados podríamos agregar Círculo y El bar): seis completos desconocidos despiertan misteriosamente en una habitación repleta de armas y para escapar -y salvar a sus seres queridos- deberán asesinar a uno de los presentes. Si algo caracteriza a los films que evocamos con anterioridad es la fina línea que separa a los héroes de los villanos (si es que se puede hacer tal distinción). Por ejemplo, nadie jamás dudaría de la perversidad de Jigsaw, pero aun así uno puede identificar cierto grado de lucidez en su discurso. Esta ambigüedad moral es algo que El último juego busca replicar sistemáticamente tanto en las víctimas como en la doctora Kasuma (la “Jigsaw” de la cuestión). Y allí radica su mayor fracaso, ya que al estar tan pésimamente construidos -e interpretados- los personajes, cuesta tomar con seriedad algo de lo que digan o hagan; tampoco ayuda que cada vez que estos abren la boca suelten monólogos o frases profundas propias del más tedioso Godard (si tan solo Moffat tuviese un gramo de su genio el panorama sería otro, pero desde luego, bien lejos está). De todas maneras, la película logra su cometido, hace que nos cuestionemos algunas cosas. Quizás no del orden de lo moral o lo filosófico como ella pretende, pero seguramente a más de uno que se siente a verla le surja la siguiente pregunta: ¿Cómo cazzo puede ser que llegue a nuestro país una película como El último juego y no Red Rocket, X u Occhiali neri (¡de Dario Argento!)?